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El pequeño doctor
El flujo vaginal se debe a un catarro de la mucosa vaginal. Hay que tratarlo a fondo, como todos los demás catarros de las mucosas, sobre todo si tenemos en cuenta lo molesto que puede llegar a ser y lo mucho que puede debilitar a quienes lo padecen. En esto también se parece a los demás catarros de las mucosas, contra los que hay que luchar tenazmente si queremos librarnos de ellos. Nunca hay que desatender los padecimientos que afectan a las mucosas, sean las que sean. Las mucosas pueden verse afectadas por influencias externas y estar expuestas a infecciones bacterianas. Esto las obliga a una lucha constante que solo pueden vencer si se encuentran protegidas con bacterias benéficas que luchan por destruir las bacterias nocivas procedentes del exterior. Es el caso también, por ejemplo, de la flora bacteriana bucal, que protege la mucosa de la boca contra los gérmenes perjudiciales que se hayan podido introducir en ella.
En mujeres sanas, las mucosas de los órganos genitales normalmente segregan ácido láctico que las protege contra el desarrollo de bacterias nocivas. Si la producción de ácido láctico es demasiado débil, las posibilidades de defensa contra las mencionadas bacterias disminuyen sensiblemente, lo que en determinadas circunstancias puede favorecer el desarrollo de un catarro de dichas mucosas.
Hay que evitar también errores alimentarios que pueden inhibir o debilitar el crecimiento de las bacterias productoras de ácido láctico. En estos casos, las bacterias invasoras nocivas empiezan a tomar posiciones, por lo que el organismo se ve forzado a adoptar otras estrategias de combate activando la secreción de mucosidad, enviando leucocitos y linfocitos a luchar contra los colonizadores nocivos para poder expulsarlos del organismo. El resultado es el llamado flujo vaginal o leucorrea.
Podemos contribuir a combatir eficazmente este trastorno si recurrimos al empleo de ácido láctico. Las mujeres afectadas usarán preferentemente un concentrado de suero láctico, cuyo ácido láctico natural ejerce un buen efecto desinfectante cuando lo aplicamos en forma de irrigaciones vaginales. Estas irrigaciones las prepararemos con una infusión de manzanilla, a la que añadiremos tres o cuatro cucharadas soperas de suero láctico por litro de infusión. Este preparado natural de ácido láctico consigue sustituir con éxito el medio ácido láctico de dichas mucosas, por lo que es un buen tratamiento biológico. Como, por regla general, al mismo tiempo suele producirse una cierta carencia de sales de calcio en el organismo afectado, combatiremos este déficit mediante un preparado biológico de calcio y ortiga.
Otra ayuda importante es la práctica regular de baños de asiento de larga duración (entre media hora y una hora) con plantas medicinales, procurando mantener una temperatura constante del agua del baño de 37 °C, lo que conseguiremos añadiendo regularmente agua caliente. Las pacientes que sigan este tratamiento van a notar una mejoría sustancial en un plazo de tiempo relativamente corto. Estos baños de asiento se efectuarán dos o tres veces a la semana y se prepararán con infusiones de tomillo o enebro. Estos baños ponen la base para todo tratamiento de éxito, ya que proporcionan una buena irrigación sanguínea del bajo vientre.
Aparte del mencionado preparado biológico de calcio y ortiga, también resultan de utilidad los remedios homeopáticos Sepia D4-D6, Calcium carbonicum, Pulsatilla, Ferrum phosphoricum, Kalium sulf. y Calcium phosphoricum.
En los casos de flujo vaginal es frecuente que los riñones estén afectados y no trabajen lo suficiente. La mejor manera de ayudarlos es mediante una suave tisana renal acompañada de gotas para los riñones. La función renal también resulta favorecida con los baños de asiento tomados con regularidad. Debido a que el padecimiento de una leucorrea puede afectar también al sistema nervioso debilitándolo, es conveniente apoyarle con la toma regular de extracto fresco de avena en alternancia con grageas reconstituyentes de ginseng.
No resulta demasiado recomendable tomar antibióticos fuertes, ya que no solo destruyen las bacterias perjudiciales, sino también las beneficiosas. Sucede entonces que la flora bacteriana local va a tener graves dificultades para regenerarse. Si realmente queremos apoyar a la naturaleza no podemos empezar entorpeciendo su acción. Es importante no destruir lo bueno que deseamos fortalecer con productos radicales, pues la experiencia nos enseña que los gérmenes nocivos se recuperan más rápidamente que las bacterias beneficiosas. Como las leucorreas suelen ser padecimientos muy pertinaces, su tratamiento exige persistir y tomar con regularidad la medicación adecuada. Solo de esta manera conseguiremos un éxito duradero. Con todo, hay que andar con precaución para no volver a exponerse en el futuro a influencias nocivas.
Resfriados de entretiempo
Es corriente oír quejas sobre los frecuentes y molestos resfriados por enfriamiento que suelen acontecer en las épocas de entretiempo. Sin embargo, no solemos tener en cuenta que está en nuestras manos evitar este inconveniente. Con frecuencia son las mujeres quienes más padecen estos enfriamientos, pues les cuesta más renunciar a las exigencias de la moda y cambiar, por ejemplo, sus elegantes y finas medias por otras más gruesas de lana. Lo más oportuno sería arrinconar la elegancia de la moda en favor de una vestimenta más caliente y aplazar el deseo de sentirse elegante hasta la vuelta del buen tiempo. El periodo de entretiempo es una etapa peligrosa, ya que el organismo todavía está acostumbrado al calor veraniego y no al advenimiento de temperaturas más bajas. Al emplear ropa de abrigo conseguiremos un mejor equilibrio térmico. Es importante, sobre todo, mantener los pies calientes echando mano de calcetines, medias de lana y un buen calzado adecuado. La experiencia nos enseña que la base de un sano bienestar se halla en tener los pies calientes y la cabeza fría, pues si nuestros pies están calientes será difícil que nos resfriemos, ya que actúan como una especie de termómetro de todo el organismo. Las personas de vida y trabajo sedentarios son mucho más propensos a padecer de pies fríos que aquellas a quienes su profesión las obliga a moverse mucho. Si, además, se padece una mala circulación sanguínea congénita, la sensibilidad al frío será doblemente intensa. Ninguna habitación, por más caldeada que esté, les parecerá suficientemente caliente a estas personas, situación que empeora si no hay posibilidad de moverse. Solo un calzado adecuado y unos calcetines bien calientes podrán ayudar a mantener los pies a una temperatura aceptable. Tan pronto salgamos de una habitación sobrecalentada y nos expongamos al gélido aire del exterior o a la húmeda atmósfera otoñal se producirá en nuestro organismo una fuerte reacción acompañada de un debilitamiento de las mucosas, lo que facilitará el desarrollo de los gérmenes causantes de las llamadas enfermedades por enfriamiento. Las consecuencias de estos enfriamientos son resfriados, catarros, inflamaciones, neumonías y otras afecciones semejantes. La mejor manera de conseguir el calor que necesita nuestro cuerpo no es sobrecalentando las habitaciones, sino usando ropas de abrigo, poder movernos lo necesario y combatir una circulación sanguínea insuficiente. Si logramos acostumbrarnos al frío correremos un menor riesgo de padecer enfriamientos.
Nada tiene de sorprendente que la época de entretiempo requiera más precauciones que el invierno propiamente dicho, pues nuestro organismo se enfría mucho más fácilmente cuando todavía está expuesto al calor veraniego de los días soleados de otoño. No es conveniente, pues, emprender nuestro trabajo sedentario de la mañana sin antes habernos movido lo suficiente. El trabajo físico necesario para arreglar nuestro dormitorio nos ofrece una excelente oportunidad para entrar poco a poco en calor. No hay que conformarse con coger el transporte público que nos deje en el lugar de trabajo; es preferible hacer a pie, siempre que nos sea posible, ese recorrido cotidiano. Una buena caminata nos ayudará a entrar en calor. Aquellas personas que vivan en zonas con nieve abundante pueden gozar diariamente, al aire fresco de la mañana, del placer de quitar la nieve a paletadas. Una buena ración de movimiento y de respiraciones hondas es reanimante y es una buena garantía de que la circulación sanguínea será óptima. Después de esto, nos encontraremos muy a gusto en una habitación caldeada, y el trabajo intelectual irá sobre ruedas. Quienes, por escasez o carencia total de nieve, no puedan permitirse este placer siempre podrán procurarse un buen calor natural con sesiones matutinas de ejercicio físico y gimnasia respiratoria profunda junto con un cepillado de la piel. Las espiraciones profundas favorecen la salida de gases de nuestro organismo, lo que mejora la oxigenación del cuerpo y reduce las posibilidades de resfriarse. Las personas propensas a padecer resfriados harán bien en procurarse una alimentación rica en calcio, pues la escasez de este elemento favorece la aparición de resfriados. Por lo tanto, al llegar la etapa de entretiempo es aconsejable tomar un preparado biológico de calcio. También habrá que favorecer la circulación venosa para mejorar la circulación sanguínea en general. Si prestamos atención a todos estos consejos tendremos una mejor resistencia frente a las enfermedades por enfriamiento.
Resfriados, carencias vitamínicas y cálcicas en la sangre
¿Por qué será que algunas personas, al viajar en invierno en autocares o trenes con una calefacción deficiente, se resfrían apenas se ven expuestas a una corriente de aire, por mínima que sea, mientras que a otros pasajeros esto no les afecta en absoluto? Una respuesta posible a esta cuestión es que estos últimos tienen una mejor circulación sanguínea que los primeros, aunque podría deberse también a otras causas, ya que la propensión a las infecciones es muy variable. Con frecuencia, los gérmenes que pueden dar lugar a catarros y resfriados se hallan en las propias mucosas. Basta con que se produzca un cierto descenso térmico para que las bacterias presentes inicien su actividad, provocando resfriados y catarros.
Normalmente, no solemos dar demasiada importancia a estas desagradables dolencias de las mucosas ni acostumbramos a interrumpir nuestras actividades diarias por su causa, a pesar de que a veces nos producen un cierto grado de postración y pueden convertirse en un serio obstáculo para nuestras labores cotidianas. Los habitantes europeos hemos adquirido un cierto grado de inmunidad congénita a esta enfermedad. De hecho, aquí nadie se muere por un resfriado, por lo que incluso nos puede parecer cómica la pregunta: ¿existe alguien tan débil o enfermizo que pueda llegar a este extremo por culpa de un simple estado inflamatorio de las mucosas? Hemos de saber que muchos esquimales, capaces de soportar fríos muy intensos, enfermaron gravemente al entrar en contacto con agentes catarrales que les contagiaron visitantes americanos, hasta el punto de morir indefensos. Sus cuerpos eran fuertes y resistentes, pero no estaban suficientemente inmunizados para hacer frente a una infección de este tipo.
También puede darse el caso de que la inmunidad adquirida no sea suficiente para protegernos completamente de las enfermedades producidas por un enfriamiento, como sucede, por ejemplo, en caso de padecer estados carenciales de vitaminas. También la falta de calcio puede ser determinante. Así mismo, hay que tomar en consideración un cansancio físico excesivo, que suele estar asociado a un mayor gasto o consumo de vitaminas y calcio. Si, por las circunstancias que sean, nos vemos forzados a gastar más nuestras energías, es necesario que nos procuremos un aporte de vitaminas y calcio superior al que existe en los estados de reposo y así protegernos de este tipo de enfermedades.
Alimentos beneficiosos
Lo primero que haremos será asegurarnos una alimentación rica en calcio y consumir diariamente zanahorias. Si podemos disponer de colinabos, comeremos sus hojas y tallos. También el apio y los nabos contribuyen a cubrir nuestras necesidades de calcio, así como diversas frutas. No debemos olvidar tampoco tomar más cantidad de higos, uvas pasas de Corinto, nueces del Brasil, almendras y piñones. Esto nos ayudará a superar mejor los meses invernales, ya que en verano es mucho más fácil poder disponer en el propio huerto o jardín de diversas hortalizas frescas, plantas aromáticas y bayas ricas en vitaminas. Mientras la nieve no nos cubra el jardín, podremos cultivar perejil e incluso berros, con los que podremos cubrir nuestras necesidades de vitaminas A y C. Tampoco estará de más cultivar berros en macetas o pequeños cajones que colocaremos tras las ventanas más soleadas para que germinen pronto. Así podremos satisfacer nuestras necesidades invernales, siempre que los vayamos sembrando de nuevo. Estos pequeños recursos pueden resultarnos de gran utilidad para procurarnos alimentos ricos en vitaminas A y C, tan importantes para nuestra salud.
Remedios adicionales
A pesar de todo, a menudo es necesario echar mano de algún preparado natural. En estos casos, el preparado de calcio y ortiga se ha mostrado como un buen complemento dietético. Otro buen remedio natural contra los resfriados y enfermedades por enfriamiento es la Usnea, llamada también barba de capuchino, por su acción reforzadora de las mucosas. Cuando se tiene propensión a los catarros y para combatir la tos irritante, nos ayudarán el jarabe de yemas de abeto o el jarabe a base de extractos de drosera, hiedra y abeto. Por su parte, extractos de equinácea y suero láctico resultan especialmente efectivos en los cuidados preventivos de la garganta, pues la planta de la equinácea posee destacadas virtudes antiinflamatorias, mientras que los gargarismos con suero láctico diluido contribuyen a mantener una óptima higiene bucal y de la faringe. También se puede aplicar en el pecho un extracto de aceite de hierbabuena japonés. En los estados inflamatorios avanzados resulta beneficioso el pincelado con suero láctico sin diluir. Para hacer frente a los catarros fuertes e, incluso, a la temida bronquitis emplearemos la imperatoria25, ya que puede ayudar a mayores y pequeños. Hemos recomendado a muchos deportistas que, cuando atraviesen terrenos boscosos en los meses invernales, aprovechen dicha oportunidad para mascar brotes de alerce o de abeto, consejo que vale la pena recordar, ya que dichos brotes poseen virtudes preventivas y, a la vez, terapéuticas.
Protección frente a las secuelas de las enfermedades infecciosas
Las toxinas que quedan en el organismo como consecuencia del padecimiento de enfermedades infecciosas deben ser eliminadas cuanto antes para que no puedan dañar nuestra salud. Así, por ejemplo, unas paperas (parotiditis) mal curadas pueden dar lugar a una posterior inflamación del páncreas. Así mismo, una escarlatina reprimida puede ser responsable de una infección purulenta en el oído medio y una amigdalitis mal tratada puede acarrear complicaciones cardíacas como miocarditis (inflamación del músculo cardíaco) o una endocarditis (inflamación del endocardio) capaz de producir lesiones valvulares y, en algunos casos, ocasionar una pericarditis. También pueden verse afectados los riñones. Las peligrosas toxinas que han quedado en el organismo por una amigdalitis mal tratada pueden dar lugar a un reumatismo articular. Las toxinas no eliminadas pueden ser causa de numerosas dolencias posteriores.
Por lo tanto, ante toda enfermedad infecciosa se hace totalmente necesario eliminar las sustancias tóxicas producidas, actuando a tres niveles:
1. Derivar (conducir) hacia la piel, activando la sudoración, aplicando duchas calientes o envolturas calientes u otros procedimientos similares, incluyendo los de tipo Kneipp.
2. Derivación hacia los riñones con la ayuda de algún remedio, como las tisanas de vara de oro, perejil o algún otro estimulante de los riñones que tengamos a mano. También las cataplasmas de cebolla constituyen una buena ayuda. Siempre es importante estimular la actividad renal.
3. Derivación intestinal. A consecuencia de las fiebres padecidas, el intestino puede haberse secado un poco. Podemos activar el tránsito intestinal con remedios sencillos y naturales, como el mucílago de lino, la zaragatona, las tisanas de tallos de maná26 y con higos o ciruelas secas previamente maceradas. También resulta apropiado un ayuno a base de zumos naturales de fruta. En el curso de las enfermedades infecciosas conviene evitar totalmente los alimentos proteicos, mientras que los zumos de frutas y hortalizas resultan fundamentales.
Si aplicamos a rajatabla estas tres derivaciones, podremos librarnos de las numerosas secuelas que las enfermedades infecciosas pueden acarrear.
Las leyes particulares de la inmunidad
Los frecuentes cambios que da la vida nos hacen plantear algunas cuestiones como: ¿no resulta sorprendente que las enfermedades infecciosas se encuentren en franco retroceso, mientras aumentan de forma alarmante las muertes debidas a las llamadas «enfermedades de la civilización» y las de causas metabólicas? Es posible que se deba a un incremento de nuestra capacidad defensiva, pero ¿qué hay de las otras enfermedades citadas?
Por más que todo esto nos parezca particularmente enigmático, un estudio reflexivo sobre la experiencia adquirida nos puede llevar a una respuesta aclaratoria.
Cuando estuve en la Amazonia, hizo estragos allí una epidemia de sarampión que costó la vida a miles de indios de la selva. Sin embargo, entre nosotros, prácticamente nadie muere de sarampión, sea niño o adulto. ¿Por qué? No es que la virulencia o malignidad de los gérmenes responsables haya remitido, pero la naturaleza siempre es más sabia que el ser humano. Tanto los profesionales de la medicina como los profanos en la materia deberían aprender a admirar y respetar las leyes biológicas y su adaptable elasticidad. Debemos agradecer a la maravillosa generosidad equilibradora, fruto de la misericordia creadora, el hecho de que las leyes naturales sean, con el tiempo, capaces de oponer una hábil resistencia a todos los ataques, por brutales que sean.
Si bien al principio las bacterias pueden hacer estragos al diezmar poblaciones enteras, en la siguiente generación se han formado ya agentes inmunitarios que nos defienden, hasta el punto de que en unas cuantas generaciones posteriores la enfermedad ha perdido la relevancia que antes tenía. Así sucedió con la tuberculosis, que hace algo más de sesenta años era una de las causas de mortalidad más importantes. También la difteria y otras muchas enfermedades infecciosas han ido perdiendo su peligrosidad para nosotros en los últimos cincuenta años, proceso apoyado por las vacunaciones.
Regulaciones notables
Dentro del reino vegetal podemos apreciar las mismas regulaciones respecto a la adaptación y creación de las fuerzas defensivas e inmunitarias. Una prueba de ello es la experiencia extraída del empleo del DDT. Hace años, esta sustancia aniquilaba prácticamente a todos los insectos, excepto a dos especies. Actualmente la cantidad de especies que son ya resistentes a este insecticida supera las cuarenta. Durante mi estancia en California pude ver por mí mismo que, para conseguir un resultado exitoso, era necesario utilizar insecticidas cada vez más potentes y concentrados. La triste consecuencia de esto fue la muerte de millones de pájaros y abejas, mientras que los insectos nocivos se adaptaban rápidamente a los nuevos venenos. En estos últimos años, un amigo residente en Guatemala nos informó de que una industria próxima a sus colmenas había empleado unos potentes insecticidas que habían provocado indirectamente una terrible mortandad de sus abejas. Estas intromisiones o ataques al equilibrio biológico de la naturaleza suelen traer consigo desastres irreparables, sin que los perjudicados tengan la menor posibilidad de ser compensados por las pérdidas sufridas.
Según la mencionada regulación de las leyes biológicas, hay que suponer que en cincuenta años los indígenas de la Amazonia ya no morirán de sarampión, pues su capacidad de resistencia a esta enfermedad será entonces tan potente como es ahora la nuestra. Mientras que los indígenas puedan mantenerse alejados de las desventajas de la civilización, la incidencia de sus enfermedades típicas será mínima. La mortalidad por gota, diabetes, obesidad, cáncer y la temida esclerosis múltiple será insignificante en el seno de dichas comunidades, mientras que entre nosotros va aumentando sin cesar.
Cada vez hay más médicos y biólogos perspicaces que, hoy en día, nos muestran la manera de protegernos contra tales males mediante un estilo de vida natural y tomando alimentos no desnaturalizados.
La toma necesaria de antibióticos naturales
Creación de defensas
Es bien sabido que el organismo, especialmente cuando está afectado el hígado, posee una menor capacidad defensiva de lo normal. Por ello, es estrictamente necesario recurrir a antibióticos naturales para dotar al cuerpo de la posibilidad de hacer frente a las infecciones, aun a pesar de la debilidad causada por un deficiente funcionamiento del hígado. No podemos impedir que nos afecten algunas infecciones al tomar ciertos alimentos o al respirar aire contaminado por gérmenes patógenos, especialmente en las ciudades. En un solo centímetro cúbico de aire se pueden encontrar miles de gérmenes infecciosos. También los insectos pueden ser portadores de gérmenes patógenos, entre los que destacan moscas y mosquitos; ni tomando las mayores precauciones podemos estar seguros de vernos libres de estos peligros, pero sí que podemos mejorar la capacidad defensiva de nuestro organismo para resistir y protegernos convenientemente de la acción de los gérmenes nocivos. Diversas plantas, en especial las que contienen aceites esenciales, así como algunas plantas utilizadas como condimentos, pueden mejorar nuestras defensas frente a una gran variedad de bacterias.
Efectividad de diversos antibióticos
El descubrimiento de los antibióticos (penicilina, estreptomicina, auromicina y otros preparados similares presentes en el mercado farmacéutico) ha significado el hallazgo de sustancias especialmente efectivas en la lucha contra las infecciones bacterianas. Estos productos han servido para salvar vidas en numerosas ocasiones, sobre todo en caso de enfermedades infecciosas tropicales. Sin embargo, empleamos estos fármacos ante cualquier pequeñez, como faringitis e infecciones sin importancia que podrían combatirse fácilmente con otro tipo de sustancias. Esta situación puede llegar a ser peligrosa para nuestra salud: en primer lugar, porque nuestro cuerpo se habitúa a estos productos, a la vez que las bacterias se vuelven resistentes a su acción, por lo que ya no podremos obtener resultados satisfactorios cuando se presente una infección grave; y, en segundo lugar, porque el uso de antibióticos deteriora la flora intestinal, que puede llegar a ser destruida.
Del mismo modo que la asimilación de las sustancias nutritivas necesita la presencia de determinadas bacterias en el intestino, también las plantas necesitan de una flora bacteriana concreta para la absorción de sus nutrientes y para poder desarrollarse correctamente. Así, por ejemplo, no conseguiremos una buena cosecha de soja si al sembrar sus semillas no introducimos en el suelo determinadas bacterias que permitan un buen desarrollo de las plantas. Los bosques de abetos no prosperarían sin la presencia en el suelo de las bacterias necesarias. Con nuestro intestino sucede lo mismo: también necesita diversos tipos de bacterias. Por este motivo, el yogur resulta recomendable en los cuidados del intestino, en especial si contiene el lactobacilo acidófilo que protege y fomenta el desarrollo de la flora bacteriana intestinal y, al mismo tiempo, destruye las bacterias perjudiciales presentes. Las bacterias ácido-lácticas nos son provechosas, pues colaboran fraternalmente con las bacterias intestinales. Pero si tomamos antibióticos, como los antes mencionados (penicilina, estreptomicina, auromicina o como se llamen), tendremos que contar con el inconveniente de que también atacan a nuestra flora bacteriana intestinal. A menudo sucede que las bacterias más útiles e importantes para nuestra salud resultan ser precisamente las más sensibles a los antibióticos, mientras que otros gérmenes menos favorables, pero más resistentes, se desarrollan más fácilmente en nuestro intestino, y pueden producir una inflamación intestinal crónica. Al afectarse la flora intestinal, las bacterias recién llegadas pueden actuar de forma intensa y hacerse más peligrosas, con lo que la persona afectada se encontrará más desprotegida.