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Encuentro Con Nibiru
Encuentro Con Nibiru

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«¿De qué material están hechos estos objetos?» preguntó con curiosidad. «¿Y la bandeja? Parece que es el mismo material»

Azakis, bastante sorprendido por la extraña pregunta, se acercó también él a la bandeja. Cogió otro recipiente, esta vez de color verde, y lo alzó a la altura de sus ojos.

«En realidad no es un tipo de “material”»

«¿En qué sentido? ¿Qué quieres decir?»

«¿Vosotros qué utilizáis para guardar objetos, como recipientes para la comida, los líquidos o cualquier otra cosa?»

«Bueno, en realidad, para transportar materiales habitualmente utilizamos cajas de cartón o de madera. Para servir la comida utilizamos cazuelas metálicas, platos de cerámica y vasos de cristal, mientras que para transportar o conservar los alimentos y los líquidos utilizamos recipientes de plástico con las formas más diversas»

«¿De plástico? ¿Estamos hablando del mismo plástico que nos interesa a nosotros?» preguntó horrorizado Azakis.

«Creo que sí» replicó con humildad el coronel. «En realidad el plástico se ha convertido en uno de los problemas más graves con respecto a la contaminación de nuestro planeta. Vosotros mismos nos habéis dicho que habéis encontrado ingentes cantidades por todas partes». Hizo una pequeña pausa y luego añadió. «Es por esta razón que vuestra oferta de poder recuperarlo todo nos ha seducido tanto. Encontraríamos de esta manera la solución a un problema enorme»

«Veamos, si he comprendido bien, ¿vosotros utilizáis el plástico para fabricar recipientes y después lo desecháis sin ningún remordimiento, contaminando de esta manera cada rincón de vuestro planeta?»

«Has dado en el clavo» replicó Jack, cada vez más avergonzado.

«Es una locura, algo realmente absurdo. Os estáis envenenando a vosotros mismos.»

«Bueno, si incluyes también todo el humo provocado por nuestros medios de transporte, por nuestras fábricas y por los sistemas para generar energía, hemos conseguido incluso empeorar las cosas. Por no hablar de la basura radioactiva que todavía no sabemos qué hacer con ella»

«Sois unos locos inconscientes. Estáis destruyendo el planeta más hermoso del sistema solar. Y, por desgracia, es también culpa nuestra»

«¿Cómo que vuestra?»

«Bueno, hemos sido nosotros los que hemos modificado vuestro ADN unos cientos de miles de años atrás. Os dimos una inteligencia superior a la de otros seres de la Tierra ¿y vosotros cómo la habéis utilizado?»

«La hemos utilizado para llevar el planeta a la ruina». Jack hablaba mientras mantenía la cabeza baja, como cuando un alumno está sufriendo la regañina de la maestra porque no ha hecho los deberes. «Sin embargo habéis vuelto. Sólo espero que podáis ayudarnos para arreglar lo que hemos estropeado»

«No creo que sea tan fácil» dijo Azakis cada vez más alterado. «Gracias al análisis que ha hecho Petri sobre el estado de vuestros océanos hemos podido descubrir que la cantidad de pescado que hay en ellos se ha reducido en más del ochenta por ciento desde la última vez que hemos estado aquí. ¿Cómo ha podido suceder?»

Jack, en este momento, hubiera querido que se lo hubiese tragado la tierra. «No hay justificación posible» consiguió decir con un hilo de voz. «Somos solo una manada de engreídos, arrogantes, presuntuosos y mediocres seres descerebrados»

Elisa, que había escuchado en silencio todos los reproches de Azakis, engulló el último trozo de hígado de Nebir, se limpió la boca con el dorso de la mano y, a continuación, dijo tranquilamente «No todos somos así, ¿eh?»

El alienígena la miró sorprendido pero ella continuó con decisión. «Son los prepotentes de siempre los que nos han reducido a este estado. La gran mayoría de las personas normales pelea cada día para defender el medio ambiente y todas las formas de vida que pueblan nuestro amado planeta. Es muy fácil llegar de un lugar a millones de kilómetros, después de miles de años y darnos lecciones de moral. ¡Nos habréis dado la inteligencia pero no nos habéis dejado ni siquiera un manual de instrucciones sobre cómo utilizarla!»

Jack la miró y comprendió que estaba perdidamente enamorado de aquella mujer.

Azakis se había quedado con la boca abierta. No se esperaba una reacción como esta. Elisa, por el contrario, continuó imperturbable. «Si de verdad queréis ayudarnos, deberíais poner a nuestra disposición todos vuestros conocimientos tecnológicos, médicos y científicos, y todo en el menor tiempo posible, ya que no os quedaréis mucho tiempo en este desastre de planeta.»

«Vale, vale. No te acalores.» replicó Azakis. «Me parece que nos hemos puesto a vuestra disposición sin dudarlo ¿o no?»

«Tienes razón. Perdona. Realmente habríais podido coger el plástico y regresar al lugar de donde habéis venido sin siquiera despediros y en cambio estáis aquí arriesgando vuestro pellejo junto a nosotros»

Elisa estaba realmente arrepentida por el pronto que había tenido. Entonces, para desdramatizar un poco la situación, dijo alegremente. «La comida era realmente buena.» a continuación se acercó al alienígena y mirando hacia arriba dijo con dulzura. «Perdóname, no habría debido actuar así.»

«No te preocupes, te entiendo perfectamente y, para demostrarte he no te guardo rencor, te regalo esto.»

Elisa puso su mano abierta y Azakis dejó caer un pequeño objeto oscuro.

«Gracias. ¿Qué es?» preguntó con curiosidad.

«Es la solución a vuestros problemas con el plástico»

Nasiriya – La cena

Después de que el senador hubiese acabado bruscamente la conversación, los tres hombres quedaron durante un rato mirando la pantalla que tenían enfrente, la cual mostraba dibujos abstractos multicolores que se entrecruzaban unos con otros sin parar.

«¿Y ahora qué se hace?» preguntó el tipo alto y delgado, interrumpiendo aquella especie de hipnosis colectiva.

«Creo que tengo una idea» dijo el tipo gordo. «Hace ya tiempo que no nos metemos nada en la barriga y ya comienzo a ver hamburguesas por todas partes.»

«¿Dónde crees que puedes encontrar una hamburguesa?»

«No tengo ni idea, sólo sé que si no como algo enseguida, me voy a desmayar»

«¡Pobrecito, se va a desmayar!» dijo con voz de niño el tipo flaco. A continuación cambió de tono. «Con todos los michelines que tienes alrededor de las caderas podrías estar un mes si comer»

«Vale. Dejad ya de decir estupideces» exclamó enfadado el general. «Debemos pensar un plan de actuación»

«Pero es que yo, con el estómago vacío, no pienso bien» dijo con suavidad el gordito.

«Está bien» exclamó Campbell alzando las manos en señal de rendición. «Vamos a comer algo. Mientras, veremos cómo podemos actuar, de todos modos tenemos algo de tiempo antes de que llegue el senador.»

«Muy bien dicho, general» exclamó satisfecho el tipo gordo. «Conozco un lugar donde cocinan un fantástico estofado de cordero con patatas, zanahorias y guisantes, sazonado con salsa al curry»

«Bueno, debo decir que después de esta descripción tan detallada, incluso a mí me ha entrado un poco de hambre» dijo el tipo flaco mientras se frotaba las manos.

«Está bien, me habéis convencido» añadió el general levantándose de la silla. «Vamos, intentemos que no nos cojan. Aunque estoy convencido que todavía no lo han descubierto, yo, a todos los efectos, soy un fugitivo»

«¿Y nosotros no lo somos?» respondió el flaco. «Hemos huido del campamento y seguramente nos estén buscando por todas partes. De todas formas, por el momento, nos importa un pimiento.»

Después de algunos minutos un coche de color oscuro con tres personajes sospechosos en su interior corría a todo meter en la oscuridad de la noche, por las calles medio desiertas de la ciudad, mientras levantaba una nube de polvo fina y sutil a su paso.

«Hemos llegado, este es el sitio» exclamó el tipo gordo que estaba sentado en el asiento de atrás. «Es un poco tarde pero conozco al propietario. No habrá problema.»

El tipo flaco, que era el que conducía, buscó un sitio apartado donde aparcar el coche. Giró alrededor de la rotonda, a continuación se metió debajo de una marquesina ruinosa de un cobertizo abandonado. Descendió rápidamente del automóvil y, con aire circunspecto, observó con atención toda la zona de alrededor. No había nadie.

Dio una vuelta alrededor del auto, abrió la puerta del pasajero y dijo «Todo en orden, general. Podemos ir.»

El tipo gordo bajó también del automóvil y se dirigió a buen paso hacia la entrada principal del local. Probó a girar el picaporte pero no sucedió nada. La puerta estaba cerrada pero todavía la luz estaba encendida en el interior. Entonces intentó espiar a través del cristal pero la gruesa cortina de colores no le permitió ver gran cosa. Sin perder más tiempo comenzó a golpear enérgicamente la puerta y no paró hasta que no vio a un hombrecito, de pelo negro y rizado, asomar la cabeza desde detrás de la cortina.

«¡Que demonios…!» había comenzado a exclamar irritado el hombrecito, pero cuando reconoció a su corpulento amigo dejó la frase sin completar y abrió.

«¡Pero si eres tú! ¿Qué haces aquí a estas horas ¿Quiénes son estos señores??»

«Hola, viejo bribón, ¿cómo estás? Estos son dos amigos míos y estamos los tres muertos de hambre»

«El local está ya cerrado, he limpiado la cocina y estaba a punto de marcharme»

«Creo que este otro amigo te podrá convencer mejor que yo» y le puso delante de la nariz un billete de cien dólares.

«Sí, la verdad…debo decir que sabes lo que haces» dijo el hombrecito cogiendo con rapidez el billete de las manos del gordito mientras lo hacía desaparecer en el bolsillo de la camisa. «Por favor, entrad» añadió abriendo la puerta y haciendo una reverencia al mismo tiempo. Los tres hombres, después de dar una ojeada alrededor para comprobar que nadie los estuviese observando, entraron, uno detrás de otro, en el pequeño restaurante.

El local estaba compuesto por dos habitaciones y no parecía demasiado limpio. En la habitación más grande tres mesas bajas y redondas, apoyada cada una sobre una alfombra raída y de colores desvaídos, estaban rodeadas por algunos cojines asimismo bastante viejos. En la otra habitación, en cambio, los muebles eran de un estilo más occidental y parecía un poco más íntimo. Unas amplias cortinas de colores cálidos recubrían las paredes. La iluminación era suave y el ambiente era, decididamente, más acogedor. Dos pequeñas mesas estaban ya preparadas, listas para los clientes del día siguiente. Sobre cada una de las mesas un mantel verde oscuro con bordados diversos, servilletas del mismo color, salvamanteles de cerámica con los bordes plateados, los tenedores a la izquierda, cucharas y cuchillos a la derecha y, en el centro, una larga vela amarillo oscuro sostenida por un pequeño candelabro de piedra negra.

«¿Podemos ir allí?» preguntó el tipo gordo mientras que con la manos señalaba la habitación más pequeña.

Sin siquiera responder, el hombrecillo del pelo rizado se dirigió rápidamente hacia la sala, acercó las dos mesas, ordenó las sillas y, después de hacer una bonita reverencia y un amplio y vistoso gesto con los brazos, dijo “Por favor, señores, así estaréis más cómodos”

Los tres se colocaron en la mesa y el gordo dijo. «Prepáranos tu especialidad y mientras tráenos tres cervezas.» A continuación, sin darle tiempo a responder, añadió. «No te pases de listo. Se que tienes distintas cajas escondidas por todas partes.»

El general esperó a que el propietario del local se metiese en la cocina, después comenzó a hablar de la conversación que habían tenido poco antes. «El senador es una persona sin escrúpulos. Debemos tener mucho cuidado con él. Si algo va mal, no dudaría lo más mínimo a encargar a alguien que nos matase»

«Pues que bien» respondió el gordito. «Parece que todos aquí nos quieren con locura»

«Intentemos hacer lo mejor posible nuestro trabajo y no sucederá nada» dijo el flaco que había estado callado hasta este momento. «Conozco bien a estos tipos, si no creamos problemas y hacemos todo lo que nos ordena, todo irá bien y cada uno de nosotros tendrá su justa recompensa»

«Sí, una bonita bala en medio de la frente» comentó susurrando el tipo gordo.

«Venga, no empieces con tu pesimismo. Hasta el momento todo ha transcurrido con normalidad, ¿no?»

«Sí, hasta ahora.»

Mientras tanto, escondido en la cocina, el dueño del local estaba hablando en voz baja, en árabe, por teléfono. «Estoy seguro que es él»

«Me parece increíble que haya ido allí sin la escolta adecuada»

«Y en compañía de otros dos. A uno de ellos lo conozco muy bien y estoy seguro que forma parte de alguna extraña organización que podría, de alguna manera, tener relación con el.»

«¿Podrías hacerle una foto y mandármela? No querría montar un lío de mil demonios para después darme cuenta que se trata de un simple error de identidad»

«De acuerdo, veré lo que puedo hacer. Dame unos minutos»

El hombre cortó la comunicación, activó la cámara del teléfono móvil, se la metió en el bolsillo de la camisa de modo que el objetivo quedase ligeramente descubierto y, cogiendo una bandeja de aluminio, puso sobre ella tres vasos anchos. Destapó tres botellas de cerveza y puso cada una al lado de un vaso. Alzó la bandeja con la mano derecha, tomó aire y se fue hacia la mesa ocupada por los tres comensales.

«Espero que os guste esta marca» dijo mientras distribuía las bebidas. «Por desgracia no tenemos demasiada variedad. Aquí las leyes con respecto al alcohol son muy rígidas»

«Sí, si, no te preocupes» dijo el gordito mientras cogía una botella y la echaba llenando el vaso de espuma.

El hombre, entonces, teniendo mucho cuidado de ponerse en frente del general, cogió el vaso, lo inclinó ligeramente y echó con cuidado casi la mitad de la botella. Después, haciendo lo mismo con la del tipo flaco, exclamó. «Se hace así. ¿Así que un pobre iraquí debe enseñar a tres americanos como se echa la cerveza, verdad?»

Una fuerte risotada surgió de la garganta de los tres comensales que, levantando los vasos, los hicieron chocar haciendo un brindis de buena suerte.

El propietario, después de haber hecho la consabida reverencia, se fue de nuevo a la cocina. Apenas había cruzado el umbral y, mientras se aseguraba que nadie lo estuviese observando, controló su teléfono móvil para comprobar la foto que había hecho. Las imágenes se movían un poco pero el careto del general Campbell se veía perfectamente. Envió enseguida el vídeo al número al que había llamado antes y esperó pacientemente. No había pasado ni un minuto, una ligera vibración del teléfono lo avisó de que tenía una llamada entrante.

«Es él» dijo la voz al otro lado de la línea. «Dentro de una hora, como máximo, estaremos allí. No los dejes marchar antes de ninguna de las maneras.»

«Acaban de llegar y todavía deben comenzar a comer. Tenéis todo el tiempo del mundo.» y colgó.

Astronave Theos – El almirante

Elisa todavía estaba observando el extraño objeto que Azakis le había dejado caer en la mano cuando la puerta del modulo número seis se abrió. Petri, con una expresión realmente resplandeciente llegó portando sobre la mano el teléfono móvil del coronel

«Lo conseguí» exclamó «eso espero». Se acercó rápidamente donde estaban los tres que se encontraban en el centro del puente de mando y continuó. «Es un sistema realmente antiguo pero creo que he conseguido comprender su funcionamiento. Me he conectado a uno de esos satélites que vagan alrededor del planeta sobre una órbita de menor altitud que la nuestra y creo que ahora será posible hacer una “llamada”.»

«Eres grande, amigo mío» exclamó Azakis. «No tenía ninguna duda que lo conseguirías»

«Antes de cantar victoria veamos si funciona de verdad» dijo Jack cogiendo el teléfono móvil de las manos del alienígena. El coronel observó con atención la pantalla del aparato y a continuación dijo asombrado. «Increíble, tiene las tres rayas de la cobertura.»

«Venga, prueba» sugirió Elisa ansiosa.

Jack recorrió rápidamente su agenda y encontró el número del almirante Wilson. Antes de llamar, sin embargo, le asaltó una duda. «¿Qué hora será en Washington?»

«Creo que sobre las dos y media de la tarde» respondió Elisa después de dar una ojeada a su reloj de pulsera.

«Ok, lo intentaremos.» Jack tomó un poco de aire y a continuación pulsó el botón “ENVIAR”. El teléfono daba señal. Increíble…

Esperó pacientemente y sólo después del séptimo sonido de llamada una voz áspera y profunda respondió. «Almirante Benjamín Wilson, ¿con quién hablo?»

«Almirante, soy el coronel Jack Hudson. ¿Me escucha bien?»

«Sí, hijo, fuerte y claro. Es un placer escuchar tu voz después de tanto tiempo. ¿Va todo bien?»

«Almirante… Sí, sí, gracias…» Jack estaba muy nervioso y no sabía en realidad por donde comenzar. «Le molesto por una cuestión de la máxima urgencia y que es, de verdad, increíble.»

«Por Dios, muchacho, no me tengas en ascuas. ¿Qué diablos está sucediendo?»

«Bueno, no es muy fácil de explicar. Usted se fía de mí, ¿verdad?»

«Pues claro, ¿Qué clase de pregunta es esa?»

«Lo que estoy a punto de decirle le podría parecer absurdo, pero le puedo asegurar que es la pura verdad.»

«Jack, si no me dices enseguida algo, me va a dar un infarto.»

«De acuerdo.» El coronel hizo una pequeña pausa, después le contó todo de golpe. «Yo, en este momento, estoy orbitando alrededor de la Tierra. Estoy en una nave extraterrestre y tengo terribles noticias para comunicar directamente al presidente de los Estados Unidos. Usted es la única persona de la que me fío y que podría ponerme en contacto con él. Le juro sobre la memoria de mi padre que no estoy bromeando.»

Trascurrieron un montón de segundos durante los cuales ningún sonido salió del altavoz del teléfono. Por un instante Jack temió que al almirante le hubiera dado un patatús. A continuación, la voz del otro lado del teléfono dijo «¿Estás realmente llamando desde allí arriba? ¿Cómo demonios lo has conseguido?»

Wilson es una persona increíble. En vez de preocuparse por los alienígenas se está preguntando como demonios he conseguido hacer funcionar el teléfono móvil desde aquí… Fantástico…

«Bueno, gracias a su tecnología han conseguido hacer una especie de conexión con un satélite de comunicaciones. No se decirle nada más..»

«¡Alienígenas! ¿De dónde vienen? ¿Cuál es esa catástrofe inminente? ¿Por qué te han cogido justo a ti?»

«Almirante, es una larga historia, espero tener tiempo para contársela, pero ahora lo más importante es que usted me ponga en contacto, lo más rápido posible, con el Presidente.»

«Muchacho, tengo una fe ciega en ti pero, para hacer comprender a nuestro amado presidente una historia de este tipo, necesitaré algo más que tu llamada.»

«Lo imaginaba y tiene razón» prosiguió Jack. «¿Y si le dijese que usted, en este momento, está sentado en una butaca de color marrón oscuro y que tiene un ejemplar del New York Times sobre las rodillas, mis palabras resultarían más convincentes?»

Petri había conseguido determinar las coordenadas del almirante mediante la señal de su teléfono, había puesto en posición la Theos justo en el cenit de la ciudad y había activado los sensores de corto alcance apuntando directamente sobre la fuente de las emisiones.

«¡Por todos los diablos!» exclamó el almirante separando los pies y dejando caer el periódico al suelo. «¿Cómo recontra has podido saberlo? Aquí no puede haber tele cámaras escondidas. Mi oficina la controlan y rastrean todos los días.»

«En realidad, el aparato con el que lo estoy observando no es una “tele cámara”. Digamos que es un sistema de visión absolutamente increíble. Estamos a 50.000 kilómetros de la Tierra y podría leer su periódico desde aquí sin ningún problema. Podría incluso decirle a cuántas pulsaciones está batiendo su corazón.»

«Me estás tomando el pelo, ¿verdad?»

Jack miró a Petri que enseguida cambó el modo de visualización.

El almirante aparecía como una figura rojiza con diversos matices de amarillo y gris oscuro. Sobre la pantalla, arriba a la derecha, aparecieron algunos números. Jack los leyó y continuó diciendo «Su corazón está latiendo a noventa y ocho pulsaciones por minuto y su presión arterial es 135/90 mmHg.»

«Eh, lo sé, es un poco alta. Tomo algunas medicinas para tenerla bajo control pero no siempre lo consigo. Sabes, la edad…» después reflexionó un instante y exclamó. «Pero todo esto es realmente increíble, me deja estupefacto. ¿Crees que podrás hacer lo mismo con el Presidente?»

«Creo que sí» respondió Jack buscando apoyo con la mirada en dirección a Petri, que se limitó a hacer un gesto afirmativo.

«¿Podrías al menos decirme algo sobre lo que está a punto de ocurrir? Dado que se han molestado desde quién sabe donde para comunicárnoslo, debe de ser un acontecimiento realmente serio»

«Vale, me parece justo que usted lo sepa»

Elisa lo incitaba a continuar gesticulando ampliamente con las manos y haciendo extrañas muecas con la boca.

«Su planeta se está acercando velozmente al nuestro. Uno de sus satélites, Kodon, nos rozará más o menos dentro de siete días y podría producir una serie de alteraciones indecibles. Incluso nuestra órbita y también la de la Luna se podrían resentir de este choque. Sobre nuestro planeta, olas impresionantes podrían abatirse sobre las tierras emergidas y las aguas podrían hacer desaparecer a millones y millones de personas. En conclusión, una catástrofe.»

El almirante se había quedado sin palabras. Se dejó caer pesadamente sobre su butaca marrón y, con un hilo de voz, consiguió susurrar «Que me parta un rayo»

«En realidad, a estos amigos que están aquí, les complacería poner a nuestra disposición un sistema que sería capaz de frenar la mayoría de los efectos nefastos pero es un método muy peligroso y que no se ha experimentado jamás antes. Además, aunque todo ocurra de la mejor manera posible, no conseguiremos superar el acontecimiento indemnes. Una parte de la influencia planetaria, aunque pequeña, no podrá ser contenida, por desgracia. Por lo tanto, deberemos organizarnos para reducir los daños y las pérdidas al mínimo.»

«Muchacho» respondió con suavidad el almirante. «Creo que el Presidente debería saber inmediatamente todo lo que me has contado. Sólo espero, por nuestro bien, que esto no sea una broma, porque ninguno de los dos sobreviviría aunque, en mi interior, creo que sí es verdad. Quizás me he quedado dormido en la butaca y dentro de un rato me despertaré y me daré cuenta que esto no es nada más que una pesadilla..»

«Incluso a mí me gustaría que fuese así, almirante. Por desgracia esto no es un mal sueño sino la pura y cruda verdad. Confío en usted para hacer llegar esta noticia al Presidente.»

«Ok. Dame un poco de tiempo para encontrar la forma apropiada de hacerlo. ¿Cómo me puedo poner en contacto contigo?»

«Pienso que lo podrá hacer con sólo rellamar a este número» dijo Jack mientras volvía la mirada hacia Petri que, con una expresión un poco titubeante, alzó los hombros. «Debería funcionar» continuó Jack. «De todos modos, si no lo hace dentro de una hora le llamo yo, ¿ok?»

«De acuerdo. Hasta luego.»

«Se lo agradezco infinitamente» dijo el coronel y acabó la conversación. Quedó durante unos minutos inmóvil con la mirada perdida en el vacío, a continuación, volviéndose hacia los tres que estaban pendientes de sus palabras, dijo tranquilamente «Nos ayudará.»

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