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Encuentro Con Nibiru
«Lo se, amigo mÃo, pero temo que ellos se están resintiendo demasiado»
«OK. Voy a variar el porcentaje. Nosotros podemos adaptarnos más fácilmente.»
El coronel, en cambio, no parecÃa resentirse en absoluto y estaba más pimpante que nunca. La acción y el riesgo era el pan suyo de cada dÃa y en situaciones similares se encontraba como pez en el agua. «Bien» exclamó mientras se ponÃa debajo de la imagen tridimensional de Newark que destacaba majestuosa en medio de la habitación. «Este invento puede salvarnos a todos o llevarnos a la destrucción absoluta»
«Un análisis muy conciso pero veraz» comentó Azakis.
«Llegados a este punto» dijo el coronel con tono serio y voz profunda «creo que ha llegado el momento de avisar al resto del planeta de la inminente catástrofe»
«¿Cómo piensas hacerlo?» preguntó Elisa desde la butaca. «¿Cogemos el teléfono, llamamos al presidente de los Estados Unidos y le decimos: âBuenos dÃas presidente. ¿Sabe que estamos en compañÃa de dos alienÃgenas que nos han dicho que dentro de unos dÃas llegará un planeta que nos va a destruir a todos?â»
«Como mÃnimo hará que rastreen la llamada, hará que vengan a por nosotros y nos meterá en el manicomio» replicó Jack sonriendo.
«¿No tenéis un sistema de comunicación global como nuestra Red?» preguntó intrigado Petri al coronel.
«¿Qué entiendes por Red?»
«Es un sistema de interconexión general que es capaz de memorizar y distribuir el Conocimiento a nivel planetario. Todos nosotros podemos acceder a ella mediante un sistema neuronal N^COM que en el momento de nacer se nos implanta directamente en el cerebro. Existen diversos niveles de conocimiento»
«Genial» exclamó Elisa asombrada, después continuó diciendo «En realidad nosotros tenemos un sistema parecido. Lo llamamos Internet pero estoy segura que no hemos llegado a vuestro nivel»
«¿No serÃa posible utilizar vuestro âinternetâ para mandar un mensaje a todo el planeta?» preguntó con curiosidad Petri.
«Bueno, tampoco es tan sencillo» replicó Elisa. «PodrÃamos introducir alguna información en el sistema, enviar unos mensajes a grupos de personas, quizás hacer alguna pequeña pelÃcula e intentar difundirla al máximo posible, pero no nos creerÃa nadie y realmente no llegarÃamos a todos». Reflexionó durante unos segundos y a continuación añadió. «El único sistema eficaz creo que serÃa la vieja y querida televisión»
«¿La televisión?» preguntó Azakis. Después se volvió hacia Petri y dijo «¿No será, por casualidad, el sistema que hemos utilizado para recibir imágenes y pelÃculas mientras viajábamos hacia aquÃ?»
«Creo que sÃ, Zak» y mientras lo decÃa se puso a componer una serie de comandos sobre la consola central. Después de algunos segundos hizo aparecer sobre la pantalla gigante algunas de las secuencias que habÃan grabado con anterioridad. «¿Estáis hablando de esto?»
Una multitud de pelÃculas de todos los tipos comenzaron a aparecer rápidamente una detrás de otra: anuncios, telediarios, partidos de fútbol e incluso una vieja pelÃcula en blanco y negro de Humphrey Bogart.
«¡Esa es Casablanca!» exclamó con asombro Elisa. «¿Pero de dónde habéis sacado todo eso?»
«Vuestras transmisiones de radio llegan hasta el cosmos» respondió tranquilamente Petri. «Hemos debido trabajar duro sobre nuestro sistema de recepción de señales pero finalmente conseguimos caparlas»
«Gracias a eso» añadió Azakis «conseguimos aprender vuestra lengua»
«E incluso alguna otra realmente más complicada» comentó con tristeza Petri. «Casi me vuelvo loco con todos aquellos dibujitos»
«En fin» interrumpió el coronel «justo de eso estábamos hablando, pero no creo que ni siquiera sea la mejor solución»
«Perdona Jack» intervino Elisa. «¿No crees que deberÃamos advertir antes de nada a tus superiores del ELSAD? Realmente, si no he entendido mal, la máxima autoridad de esta organización es el presidente de los Estados Unidos, ¿o me equivoco?»
«¿Y tú como sabes todo esto?» objetó con asombro el coronel.
«Qué te crees, incluso yo tengo mis contactos» dijo Elisa mientras apartaba, con aire desganado, un mechón de pelo que descendÃa sobre la mejilla derecha.
«¿También entre vosotros las mujeres se comportan de este modo?» preguntó Jack volviéndose hacia los dos alienÃgenas que estaban observando la escena un tanto sorprendidos.
«Las mujeres son iguales en todo el universo, querido amigo» replicó sonriente Azakis.
«De todas formas» continuó el coronel después de la arriesgada bromita «creo que tienes razón. Necesitamos una institución seria y con credibilidad para difundir una noticia tan importante e inquietante. Sólo estoy un poco preocupado solamente por las filtraciones externas en las que se han visto envueltos el general Campbell y los dos tipos que nos han agredido. En realidad, el general era mi superior directo pero, por lo que he visto, parece que es un corrupto y un traidor»
«¿Asà que va a resultar que la llamada de la que hablábamos antes la vamos a tener que hacer realmente?» replicó la doctora.
«Aunque parezca absurdo, quizás sea la única solución»
New York â Isla de Manhattan
En una lujosa oficina en el trigésimo noveno piso del imponente rascacielos situado entre la 5ª Avenida y la calle 59 de Manhattan, en Nueva York, un hombre no muy alto, de aspecto elegante y bien cuidado, estaba de frente a una de las cinco grandes ventanas que lo separaban del ambiente exterior. VestÃa un traje gris oscuro, seguramente italiano, una vistosa corbata roja y tenÃa el cabello liso y entrecano peinado hacia atrás. Sus ojos negros y profundos miraban más allá del vidrio, en dirección del magnÃfico Central Park que comenzaba prácticamente a sus pies y se extendÃa durante cuatro kilómetros de largo y ochocientos metros de ancho. Representaba una valiosa isla verde, fuente de oxÃgeno y lugar de ocio para los casi dos millones de habitantes de la isla.
«Señor senador, ¿permiso?» dijo un hombrecillo calvo y con la cara inexpresiva mientras golpeaba tÃmidamente sobre la elegante puerta de entrada de madera lacada de color oscuro. Al lado, en una pequeña placa dorada habÃa una inscripción en caracteres cursivos âSenador Jonathan Prestonâ
«¿Qué ocurre?» respondió el hombre sin ni siquiera girarse.
«Una video conferencia codificada le espera, señor»
«Ok, la atenderé desde aquÃ. Cierre la puerta cuando salga»
El hombre se dirigió lentamente hacia el elegante escritorio oscuro y se sentó sobre la suave butaca de cuero negro. Con un gesto automático puso en su lugar el nudo de la corbata, se colocó el auricular en la oreja derecha y pulsó un pequeño botón de color gris que habÃa debajo de la mesa de trabajo. Una gran pantalla semitransparente, haciendo un ligero silbido, empezó a bajar desde el techo hasta apoyarse suavemente sobre el tablero del escritorio. El hombre rozó suavemente la pantalla y la cara del general Campbell apareció enfrente de él.
«General, observo complacido que ya no se encuentra en la cárcel»
«Senador. ¿Cómo está? QuerÃa, antes de nada, agradecerle la rápida y eficaz operación de rescate»
«Creo que el mérito es de los dos personajes que veo a su espalda»
El general se volvió instintivamente y vio al gordito junto con su compañero que intentaban que los enfocase la cámara web como habitualmente hace el público que se apiña detrás de un periodista mientras está retransmitiendo en directo. Movió un poco los hombros y continuó hablando «No son unos Einstein pero para ciertos trabajillos son muy eficientes»
«Bien. Cuéntemelo todo. Su informe tendrÃa que haberme llegado hace doce horas»
«Digamos que, últimamente, he estado un poco ocupado» replicó irónicamente el general. «De todos modos, puedo confirmarle que su intuición sobre el trabajo de la doctora Hunter era absolutamente correcta y que, gracias a su descubrimiento, he podido asistir personalmente a un acontecimiento, digamos, cuanto menos, increÃble»
El general hizo una pequeña pausa para, de este modo, aumentar un poco la curiosidad de su interlocutor, después añadió «Senador, no sé cómo ha podido ocurrir, pero el descubrimiento por parte de nuestra doctora de la famosa âcaja con el valioso contenidoâ, ha debido activar, de alguna manera, un sistema que ha traÃdo a nuestro planeta nada menos queâ¦Â» se paró, consciente de que la frase que estaba a punto de pronunciar serÃa un poco difÃcil de digerir, tomó aire, y sin dudarlo, exclamó solemnemente «a una nave alienÃgena»
El oficial intentó mantener la mirada fija sobre la pantalla, buscando algún signo de asombro en la cara del senador que, en cambio, ni se inmutó. Se limitó a apoyar el codo sobre el oscuro escritorio mientras se cogÃa el mentón entre el pulgar y el Ãndice, y empezó a pellizcárselo levemente. Hizo esto durante algunos segundos, después dijo, sencillamente. «Asà que han vuelto»
El general no pudo evitar abrir completamente los ojos por la sorpresa.
Preston ya sabÃa todo sobre los alienÃgenasâ¦. ¿Cómo era posible?
El senador se levantó de la cómoda butaca y, con las manos cruzadas detrás de la espalda, comenzó a caminar en cÃrculo alrededor del escritorio. El general y los dos colaboradores que estaban a su espalda no se atrevieron a decir ni una palabra. Se limitaron a cambiar entre ellos una mirada de duda mientras esperaban pacientemente.
De repente, Preston volvió al escritorio, apoyó sobre él las dos manos y, guardando fijamente al general, dijo «Tenéis un dron. Decidme que habéis hecho una grabación de la astronave»
El general se volvió buscando una respuesta positiva por parte de aquellos dos que estaban detrás de él. El flaco esbozó una sonrisa, tomó la palabra y con el pecho lleno de orgullo afirmó satisfecho âPor supuesto, senador, y más de una. Se las enviamos enseguidaâ
Sin demasiados cumplimientos apartó a un lado al general y, después de teclear durante un rato con el teclado que tenÃa enfrente de él, hizo aparecer, en un recuadro de la pantalla del senador, las filmaciones que habÃan tomado en el campamento de la doctora Hunter.
Preston puso los dos codos sobre el escritorio, apoyó la barbilla sobre los puños y se acercó lo más que pudo a la pantalla para no perderse ni un fotograma de lo que estaba viendo. En primer lugar las imágenes nocturnas del contenedor de piedra que habÃan encontrado sepultado en la tierra, después las de la misteriosa esfera negra que habÃa dentro y el transporte de la misma a la tienda laboratorio. Luego el escenario cambió. Era a pleno dÃa. En apariencia apoyada sobre cuatro haces de luz rojiza provenientes de los ángulos de un cuadrado imaginario dibujado sobre el terreno, una estructura circular plateada se mostraba en toda su plenitud. El conjunto parecÃa una especie de tronco de pirámide que se parecÃa de manera extraordinaria al Zigurat de Ur que se entreveÃa majestuoso al fondo.
El senador no conseguÃa separar los ojos de la pantalla. Cuando vio las dos figuras, de aspecto humano pero definitivamente bastantes más altas que la media, aparecer desde la apertura de la estructura plateada y quedarse con las piernas abiertas sobre lo que parecÃa ser una plataforma de descenso, no pudo hacer otra cosas que sobresaltarse y sintió que le daba un vuelco el corazón.
El sueño que habÃa perseguido toda su vida se habÃa hecho realidad. Todos sus estudios, sus investigaciones y, sobre todo, la inmensa cantidad de dinero que habÃa investido en aquel proyecto estaban finalmente dando los resultados esperados. Aquellos que estaba viendo sobre la pantalla eran realmente dos alienÃgenas que, a bordo de una modernÃsima astronave, habÃan atravesado el espacio interplanetario para volver de nuevo a la Tierra. Ahora podrÃa echar en cara a los que lo habÃan criticado que sus cálculos eran totalmente exactos. El misterioso decimosegundo planeta del sistema solar existÃa realmente. Su órbita, después de 3.600 años, estaba otra vez a punto de cruzarse con la terrestre y delante de él estaban dos de sus habitantes, los cuales, aprovechando la transición producida por el planeta, habÃan vuelto a visitarnos y a influir de nuevo en nuestra cultura y nuestras vidas. HabÃa sucedido, quién sabe cuántas veces con anterioridad durante milenios y ahora la historia se repetÃa. Esta vez, sin embargo, estaba él también y no dejarÃa escapar esta golosa ocasión.
«Un óptimo trabajo» dijo sencillamente el senador volviéndose hacia los tres que lo estaban mirando con aprensión desde la pantalla. A continuación, después de hacer un giro completo a la butaca donde estaba sentado, añadió «El hecho de que usted, general, haya sido descubierto complicará un poco las cosas. No tendremos ya una persona de fiar en el interior del ELSAD pero, llegados a este punto, ya da lo mismo»
«¿Qué quiere decir, senador?»
«Ahora ya nuestro objetivo no es descubrir si las suposiciones de la doctora Hunter son o no exactas, ni tampoco la posesión del âvalioso contenidoâ»
«Entre otras cosas porque era de todo menos valioso» susurró el gordito.
«Podemos pasar directamente a la fase dos» prosiguió el senador haciendo como que no lo habÃa oÃdo. «Tenemos ante nosotros una tecnologÃa increÃblemente avanzada y nos la están sirviendo en bandeja de plata. Todo lo que tenemos que hacer es, sencillamente, cogerla antes de que cualquier otro llegue primero que nosotros»
«Con su permiso, senador» se atrevió a contestar tÃmidamente el general. «Mis dos ayudantes han podido comprobar que, nuestros dos simpáticos alienÃgenas, no están demasiado dispuestos a colaborar»
«Digamos, más bien, que nos han dado una paliza» añadió el gordito mientras hacÃa el gesto de masajearse la rodilla.
«Puedo imaginar la estrategia que habéis utilizado» replicó el senador esbozando una ligera sonrisa. «¿Os habéis preguntado como han llegado a mantener una relación tan amigable con la doctora y el coronel Hudson?»
«A decir verdad, nos ha parecido algo muy extraño» respondió el general. «Se han comportado como si se conociesen de toda la vida»
«Yo creo, en cambio, que sencillamente se han mostrado más cordiales y amables que vosotros»
«Bueno, en efecto, no es que hayamos sido muy cuidadosos»
«Lo pasado, pasado está» sentenció el senador. «Ahora concentrémonos sobre la próxima misión. Vosotros dos, localizad al coronel y a su amiguita. No quiero que los perdáis de vista ni un minuto. Tenéis a vuestra disposición medios y fondos. No admitiré ningún error esta vez»
«¿Y ahora quién le dice que aquellos dos se están dando una vuelta alrededor de la Tierra?» susurró el gordito al oÃdo del tipo flaco un poco antes de emitir un gemido provocado por la patada que le habÃa enfilado su compañero en la espinilla derecha.
«Usted, general, me vendrá a recoger al aeropuerto»
«¿Va a venir hasta aqu�» preguntó estupefacto el militar.
«No me perderÃa este acontecimiento por nada del mundo. Si aquella es su base de aterrizaje deberán volver, pero esta vez les prepararemos un hermoso comité de bienvenida. Le daré las instrucciones por el camino. Que tengan un buen trabajo» y acabó la conversación.
El senador quedó por un instante mirando la pantalla que tenÃa delante que, después de la transmisión, estaba mostrando unas espectaculares imágenes del desierto de Arizona que pasaban una después de otra con lentitud. A continuación, como si algo lo hubiese despertado, se puso de repente en pie, pulsó el botón del comunicador que habÃa sobre el escritorio y habló secamente hacia el micrófono incorporado «Prepare mi avión y llame a mi chófer. Quiero estar volando dentro de una hora como máximo.»
Astronave Theosâ El regalo
«Debemos volver abajo» dijo el coronel volviéndose hacia los dos alienÃgenas. «Tengo que hacer una llamada y creo que desde aquà no será posible»
«Yo no estarÃa tan seguro» replicó Azakis sonriendo. «Como a Petri le dé por ponerse a ello, ni te imaginas las cosas que puede hacer» y dio una palmada sobe la espalda del compañero.
«Calma, calma» replicó Petri agitando las manos en el aire. «Ante todo quiero saber lo que significa el término âllamadaâ»
Jack, un poco asombrado por la pregunta, aparentemente banal, si volvió hacia Elisa que, primero se encogió de hombros y luego, señalando el bolsillo del coronel, sugirió «Enséñale tu teléfono móvil, ¿no?»
Rápidamente Jack extrajo su smartphone. Era un modelo con pantalla táctil un poco anticuado. Nunca le habÃa gustado seguir la moda absurda de comprarse siempre el último modelo. PreferÃa tener un instrumento que conociese bien sin tener que perder el tiempo cada dos por tres aprendiendo las funciones de uno nuevo.
«No soy un entendido» dijo Jack mientras se lo mostraba al alienÃgena «pero con esta cosa podemos hablar con otra persona que tenga uno similar, simplemente componiendo su número sobre este teclado»
Petri cogió el teléfono y lo observó con atención. «Debe ser un sistema de transmisión bidireccional, parecido a nuestros comunicadores portátiles»
«Con la única diferencia que» añadió Elisa «cada vez que lo utilizamos nos chupan un montón de dinero»
Petri la miró asombrado después, visto que no habÃa pillado la broma, decidió no añadir más. Se encogió de hombros y se metió en el modulo de transporte interno más cercano donde desapareció después de algunos segundos.
«Bien, imaginemos que consigue hacer funcionar tu teléfono móvil desde aquÃ, ¿qué piensas hacer?» preguntó Elisa mientras intentaba recuperarse de la debilidad debida a la carencia de oxÃgeno y de las mil emociones que habÃa vivido en las últimas horas.
«Ante todo pensaba ponerme en contacto con el senador Preston, el superior inmediato del general Campbell. Después, sin embargo, dado que este personaje no me ha convencido nunca en absoluto, he decidido tomar otro camino para llegar hasta el presidente»
«¿Piensas que pueda estar también implicado?»
«Nunca me he fiado de esos dos. Circulan rumores que dicen que Preston están relacionado con algunos traficantes de armas muy poco recomendables. No me fÃo de él en absoluto»
«¿Por lo tanto?»
«Por lo tanto contactaré directamente con el almirante BenjamÃn Wilson. Ha sido el brazo derecho del presidente durante algunos años y era también un gran amigo de mi padre.»
«¿Era?»
«Por desgracia mi padre murió hace dos años»
«¡Cuánto lo sientoâ¦!» susurró Elisa mientras le acariciaba el brazo izquierdo.
«Wilson me conoce desde que era un niño. Es una de las pocas persona en las que tengo una fe ciega»
«No sé qué decir. A pesar de que tengas una buena relación con él creo que será difÃcil hacerle digerir una noticia como esta por teléfono»
«PodrÃa mandarle unas fotos de su ciudad desde aquà arriba»
«Con nuestros sensores de corto alcance» dijo Azakis que se habÃa mantenido apartado hasta ahora «podrÃamos incluso decirle, en tiempo real, a cuántas pulsaciones por minuto bate su corazón»
«No hagas bromas, por favor» exclamó Elisa reforzando su comentario con un gesto de su mano.
«¿No me crees? Espera un momento»
Azakis, mediante O^COM, hizo aparecer sobre la pantalla gigante una vista desde arriba del campamento de la doctora. En unos pocos segundos consiguió agrandar la imagen hasta encuadrar su tienda laboratorio
«Eso que estáis viendoâ¦Â»
«¡Es mi tienda!» exclamó Elisa antes de que Azakis terminase la frase.
«Justo. Ahora fÃjate bien.»
De repente, fue como si la cubierta de la tienda se hubiese desvanecido y se podÃan ver perfectamente todos los objetos que habÃa en su interior.
«Mi escritorio, mis librosâ¦increÃble»
«Si hubiese alguien en el interior podrÃa incluso mostrarte el calor generado por su flujo sanguÃneo y por lo tanto calcular también sus relativas pulsaciones»
Decididamente satisfecho de la demostración que habÃa hecho el alienÃgena comenzó a girar por la habitación a paso rápido.
Repentinamente, sin embargo, el coronel, que todavÃa no se habÃa repuesto de la sorpresa, tuvo como una revelación y exclamó enfadado.
«¿Cómo que âsi hubiese alguienâ? tendrÃa que haber alguien. ¿Dónde diablos se han metido los dos prisioneros?»
Elisa se acercó a la pantalla para mirar mejor. «Quizás los han trasladado. ¿Podemos tener una imagen completa del resto del campamento?»
«Ningún problema.»
En unos pocos segundos Azakis comenzó a mostrar una panorámica del campamento. Los sensores escrutaron por todas partes pero de aquellos dos no habÃa ni rastro.
«Han debido escapar» dijo lacónicamente el coronel. «Esto significa que nos los encontraremos en el momento menos pensado. Afortunadamente el general ha sido trasladado a un sitio seguro por mis hombres. Estos tres juntos son capaces de montarnos una buena»
«No importa» dijo Elisa. «Ahora tenemos problemas más graves de los que ocuparnos.»
Ni siquiera habÃa terminado la fase cuando la puerta del módulo de comunicación interno número tres se abrió. Una atractiva muchacha salió de él caminando de manera suave y sinuosa. TenÃa en la mano una especie de bandeja totalmente transparente sobre la cual habÃa apoyados algunos recipientes de colores.
«Señores» anunció con pomposidad Azakis esbozando una de sus mejores sonrisas. «Les presento a la oficial de ruta más fascinante de toda la galaxia»
Jack, al cual le caÃa la baba del estupor, consiguió balbucir un sencillo âbuenos dÃasâ antes de recibir un codazo asestado entre la décima y la undécima costilla de su costado derecho.
«Bienvenidos a bordo» dijo en un inglés bastante forzado. «Imagino que tenéis hambre. Os he traÃdo algo para comer»
«Gracias. Muy amable» replicó Elisa un poco enfurruñada mientras que con la mirada fulminaba a su novio.
La muchacha no dijo nada más. Apoyó la bandeja sobre un soporte que habÃa a su izquierda, iluminó su cara con una esplendida sonrisa y, después de unos segundos, desapareció de nuevo por el mismo módulo por el que habÃa llegado.
«Guapa, ¿verdad?» comentó Azakis mirando al coronel.
«¿Quién es guapa?¿de quién estáis hablando?» se apresuró a responder Jack recordando el golpe recibido anteriormente.
Azakis lanzó una sonora risotada, a continuación, con un gesto de la mano, los invitó a que se sirviesen.
«¿Qué demonios es esta cosa?» murmuró Elisa mientras, de manera poco elegante, olisqueaba aquella comida.
«HÃgado de Nebir» se apresuró a decir el alienÃgena «chuleta de Hamuk y raÃces de Hermes cocidas, todo acompañado con una bebida, digamos, âenergéticaâ»
«En el restaurante Masgouf era todo diferente» comentó lacónicamente Elisa. «Sin embargo tengo un hambre de lobo y creo que probaré algo»
Cogió un pedazo de chuleta con las manos y, sin ningún problema, comenzó a roerla hasta el hueso. «¿Esta comida, por casualidad, no nos provocará un dolor de estómago impresionante, no Zak? Pruébala también tú, amor. El sabor es un poco raro pero de ninguna manera malo.»
El coronel, que estaba mirando horrorizado a Elisa mientras devoraba sin ningún pudor toda aquella extraña comida que habÃa sobre la bandeja, se limitó a farfullar. «No, no, gracias. No tengo hambre»
Su atención estaba, sin embargo, pendiente tanto de la bandeja como de los recipientes que hacÃan de platos. Cogió uno de ellos, de color rojo brillante, y probó su consistencia. Estaba muy frÃo. Más frÃo de lo que deberÃa estar y, no obstante, la comida que habÃa en su interior estaba hirviendo. Con la punta del dedo Ãndice tocó toda la superficie. Era increÃblemente lisa. No parecÃa ni de metal ni de plástico. Por otra parte, ¿cómo habrÃa podido ser de plástico? Ellos lo usaban para otras finalidades. Otra cosa muy extraña era que, a pesar de la perfecta fabricación de la superficie, habÃa una absoluta falta de reflejos. Era como si la luz fuese engullida por aquel misterioso material. Acercó la oreja a la lisa superficie y, con el nudillo del dedo medio, comenzó a dar golpes con cuidado. ParecÃa increÃble, del recipiente no salÃa ningún ruido. Era como si estuviese golpeando una bola de algodón.