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Encuentro Con Nibiru
«Ahora» dijo el flaco. «Movámonos»
La operación, dados los achaques de ambos, resultó más complicada de lo previsto pero, después de emitir algunos gemidos de dolor y haber imprecado durante un rato, acabaron de pie el uno frente al otro.
«Dame la espátula» ordenó el flaco mientras se quitaba la mordaza. Los dolores lacerantes del costado derecho le impedÃan moverse con agilidad pero consiguió mitigar un poco el dolor al apoyar allà la mano abierta. En unos pocos pasos alcanzó la pared opuesta a la entrada de la tienda, se arrodilló y clavó con lentitud la Trowel Marshalltown. La hoja afilada de la espátula cortó, como si fuera mantequilla, el blando tejido de la pared que daba al este, creando asà una pequeña hendidura de unos diez centÃmetros. El flaco acercó el ojo derecho y echó un vistazo a través de la abertura. Como habÃa pensado no habÃa nadie. ¡Si por lo menos pudiese ver las ruinas de la antigua ciudad, que estaban aproximadamente a un centenar de metros, donde habÃan escondido el jeep que les servirÃa para escapar con el botÃn!
«VÃa libre» dijo mientras que con la ayuda del filo de la espátula alargaba hasta el suelo el pequeño corte que habÃa hecho anteriormente. «Vamos» dijo mientras se metÃa arrastrándose en la rasgadura.
«PodrÃas haberlo hecho un poco más ancho este agujero, ¿no?» murmuró el gordo entre dos gemidos mientras intentaba con esfuerzo deslizarse hacia el exterior.
«Muévete. Ahora debemos escapar lo más velozmente posible»
«Será una forma de hablar. Lo de caminar, más o menos, no te creas»
«Venga, date prisa y deja de lamentarte. Recuerda que si no conseguimos escapar unos años en la cárcel no nos los quita nadie»
La palabra cárcel conseguÃa siempre infundir en el tipo corpulento una fuerza suplementaria. No dijo nada más y, sufriendo en silencio, siguió al compañero que, arrastrándose, se escabulló rápidamente hacia las ruinas.
Fue el sonido de un motor a lo lejos lo que hizo sospechar algo al hombre que estaba de guardia. Miró durante un momento el cigarrillo casi consumido y, con un rápido gesto, lo tiró al suelo. Se metió con decisión en la tienda y casi no pudo creer lo que veÃan sus ojos: los dos prisioneros no estaban. Al lado del barril del carburante estaba la cuerda tirada de cualquier manera, un poco más allá los dos trozos de tela que habÃan usado como mordazas y sobre la pared del fondo de la tienda una enorme hendidura que llegaba hasta el suelo.
«Hisham, chicos» gritó el hombre con todas sus fuerzas. «Los prisioneros han escapado».
Astronave Theos â El superfluido
La imagen del objeto que Petri habÃa colocado en el espacio entre Kodon y la Tierra habÃa dejado asombrados a los dos terrestres.
«¿Qué se supone que es esa cosa?» preguntó con curiosidad Elisa mientras se acercaba para intentar ver mejor.
«TodavÃa no tiene oficialmente un nombre.» Petri atrajo de nuevo el objeto al primer plano y, mirando a la doctora, añadió «Quizás podrÃas tú escoger uno»
«Si por lo menos me explicases qué cosa es, podrÃa intentarlo»
«Desde hace mucho tiempo nuestros cientÃficos trabajan en este proyecto.» Petri cruzó las manos detrás de la espalda y comenzó a caminar lentamente por la habitación. «Este aparato es el resultado de una serie de estudios que en parte van más allá de mis competencias cientÃficas.»
«Os puedo asegurar que son muy notables» añadió Azakis, dando una palmada sobre el hombro de su amigo.
«En pocas palabras, se trata de una especie de sistema antigravitacional. Se basa en un principio que todavÃa estamos estudiando pero que puedo resumir en unas pocas y simples palabras.»
«Creo que será mejor» comentó Elisa «No os olvidéis que pertenecemos a una especie que, en comparación con la vuestra, podemos definir tranquilamente como poco desarrollada.»
Petri asintió con un leve movimiento de cabeza. Se acercó a la representación tridimensional del extraño objeto y continuó tranquilamente con su explicación. «Esto que tú has llamado al principio rosquilla, se define geométricamente como toroide2 . El anillo tubular está hueco mientras que aquello que, para simplificar, podemos llamar agujero central contiene el sistema de propulsión y de control.»
«Hasta el momento todo está clarÃsimo» dijo Elisa cada vez más emocionada..
«Muy bien. Ahora veamos el principio de funcionamiento del sistema.» Petri dio la vuelta a la imagen del toroide y mostró la sección interna del mismo. «El anillo está lleno de un gas, normalmente un isótopo del helio, que, enfriado a una temperatura próxima al cero absoluto, cambia de estado y se transforma en un lÃquido con unas caracterÃsticas muy particulares. En la práctica, su viscosidad es prácticamente nula y consigue desplazarse sin generar ningún detrito. A esta caracterÃstica nosotros la llamamos superfluidez.»
«Ya me estoy comenzando a perder» dijo con tristeza Elisa.
«Para simplificar, este gas en estado lÃquido cuando sea oportunamente estimulado por la estructura del anillo conseguirá viajar a su interior, sin ninguna dificultad, y a una velocidad próxima a la de la luz, consiguiendo mantenerla por un tiempo indefinido, en teorÃa.»
«Realmente asombroso» consiguió decir Jack que no se habÃa perdido ni una sÃlaba de toda la explicación.
«Creo que lo he entendido» añadió Elisa. «¿Cómo hará esta maldita cosa a contrarrestar los efectos de la atracción gravitacional entre los dos planetas?»
«Llegado a este punto la explicación se complica» respondió Petri. «Digamos que la rotación del superfluido a velocidades próximas a la de la luz genera una curvatura del continuo espacio-tiempo entorno a él, provocando, de esta manera, un efecto anti gravitacional.»
«¡Maldita sea!» exclamó Elisa. «Mi viejo profesor de fÃsica se estará revolviendo en la tumba.»
«Y no sólo él, querida» añadió el coronel. «Si he entendido bien, lo que están intentando explicarnos estos dos señores, se trata de darle la vuelta a teorÃas y conceptos que nuestros cientÃficos han intentado analizar y estudiar durante toda su vida. El principio de antigravedad ha sido teorizado más de una vez pero nunca, nadie, ha conseguido demostrarlo completamente. Delante de nosotros» y señaló el extraño objeto «finalmente tenemos la prueba de que esto es posible.»
«Yo serÃa un poco más cauto» dijo Azakis enfriando el entusiasmo del coronel. «Me siento en el deber de informaros que esta cosa no ha sido probada nunca sobre objetos tan grandes como planetas, mejor dicho, hace dos ciclos la probamos pero no ocurrió exactamente como esperábamos. Además, podrÃan tener lugar algunos sucesos no previstos yâ¦Â»
«El aguafiestas de siempre» dijo Petri interrumpiendo a su compañero. «El mecanismo ha sido probado más de una vez. Nuestra misma nave utiliza parte de este principio para su propulsión. Intentemos ser optimistas»
«Porque además no tenemos otra alternativa, ¿me equivoco?» preguntó con amargura Elisa.
«Por desgracia, creo que no» dijo desconsolado Petri mientras bajaba ligeramente la cabeza. «Mi único temor es que, dadas las reducidas dimensiones de nuestro toroide, no consigamos absorber completamente todos los efectos de la atracción gravitacional y una parte de los gravitones3 conseguirá, de todas maneras, hacer su trabajo.».
«¿Estáis diciendo que este artilugio podrÃa no ser suficiente para prevenir la catástrofe?» preguntó Elisa acercándose al alienÃgena en actitud amenazante.
«No totalmente» respondió Petri mientras daba un paso atrás. «Según los cálculos que he hecho se podrÃa decir que aproximadamente un diez por ciento de los gravitones podrÃan escapar a esta trampa.»
«¿Por lo tanto todo el trabajo serÃa inútil?»
«Por supuesto que no» respondió Petri. «Reduciremos los efectos un noventa por ciento. Quedará fuera de control muy poca cosa.»
«Lo llamaremos Newark» dijo Elisa satisfecha. «Ahora a trabajar. Siete dÃas pasan enseguida.»
Base aérea Camp Adder â La evasión
Los dos extraños personajes, todavÃa vestidos de beduinos, acababan de entrar en su escondite en la ciudad; llamó su atención un sonido intermitente que provenÃa del ordenador portátil que habÃan dejado encendido encima de la mesa de la sala de estar.
«¿Y ahora quién diablos es?» preguntó con fastidio el tipo delgado.
El gordito, siempre más tranquilo, se acercó al ordenador y, después de haber escrito una contraseña muy complicada, dijo «Es un mensaje de la base»
«Querrán saber si la operación ha tenido éxito»
«Dame un segundo, lo descifro enseguida»
Sobre la pantalla del ordenador aparecieron, en primer lugar, una serie de caracteres incomprensibles, a continuación unas lÃneas de código tecleadas secuencialmente. El mensaje comenzó, con lentitud, a aparecer.
El general ha sido capturado y conducido a la base aérea de Camp Adder. Necesita ser rescatado inmediatamente.«¡Maldita sea!» exclamó el gordito. «Lo han descubierto.»
«¿Cómo demonios lo habrán conseguido?»
«Bueno, seguramente tienen unos canales de comunicaciones mejores que los nuestros. No se les escapa nada.»
«¿Y según ellos cómo lo debemos hacer?»
«Yo qué se. Aquà sólo dice que debemos ir a liberarlo»
«¿Con lo hechos polvo que estamos? No pinta nada bien»
El tipo alto y delgado sacó una silla de debajo de la mesa, la giró noventa grados, después, emitiendo una serie de gemidos intermitentes, se deprimió. «Era lo que nos faltaba»
Apoyó un codo sobre el plano pulido de la mesa y dejó que la vista se perdiese más allá de la ventana que habÃa enfrente. Notó que los vidrios estaban realmente sucios y que el de la derecha tenÃa una grieta que lo atravesaba a lo largo.
De repente, alzó los ojos hacia su ordenador, después de esbozar una sonrisa sardónica, dijo. «Se me acaba de ocurrir una idea»
«Lo sabÃa. Conozco esa mirada»
«Ve a por el botiquÃn y déjame darle una ojeada al chichón que tienes en la cabeza»
«En realidad me preocupa más mi pobre muñeca. No me gustarÃa que estuviese rota.»
«No te preocupes. Te la arreglo yo. De pequeño querÃa ser veterinario»
Poco después de una hora, de cantidades ingentes de analgésicos y de distintas pomadas distribuidas por todas partes, los dos compinches se habÃan casi recuperado.
El flaco, después de mirarse en el espejo que estaba colgado de la pared que habÃa al lado de la puerta de entrada, dijo con aire complacido. «Ya estamos listos» y se metió en el dormitorio. Salió de él al poco rato con dos uniformes militares americanos perfectamente planchados.
«¿Dónde los has conseguido?» preguntó asombrado el gordito.
«Forman parte del equipo de emergencia que he traÃdo. Nunca se sabe»
«Estás mal de la cabeza» comentó el tipo gordo mientras movÃa la cabeza. «¿Qué deberÃamos hacer?»
«Este es el plan» dijo satisfecho el flaco mientras lanzaba hacia su compañero el uniforme de talla XXL. «Tú serás el general Richard Wright, responsable de una secretÃsima agencia gubernativa de la que nadie conoce su existencia.»
«Obvio, si es tan secreta. ¿Y tú?»
«Yo seré tu brazo derecho. Coronel Oliver Morris, para servirle, señor»
«Por lo tanto soy tu superior. Me gusta»
«No te acostumbres, ¿vale?» dijo el flaco mientras mostraba su dedo Ãndice levantado. «Estos son nuestros documentos con las respectivas tarjetas identificativas.»
«¡Cáspita! Parecen auténticas»
«La cosa no acaba aquÃ, viejo amigo» y le mostró un folio con membrete firmado por el coronel Jack Hudson. «Esta es la petición oficial para la entrega del prisionero que deberá ser transferido a un lugar seguro»
«¿Dónde demonios la has conseguido?»
«La he impreso antes, mientras estaba en la ducha. ¿Qué habÃas creÃdo, que sólo tú sabes manejar el ordenador?»
«Me has dejado estupefacto. Es incluso mejor que el original»
«Nos introduciremos en la base militar y haremos que nos entreguen el general. Si ponen objeciones podremos decirles que llamen directamente al coronel Hudson. No creo que en el espacio exterior funcione el teléfono móvil» y los dos dejaron escapar una sonora risotada.
Aproximadamente una hora después, mientras el sol se habÃa ya escondido tras otra duna, un jeep militar, con un coronel y un general en su interior vestidos a la perfección, se paró en la barrera de la entrada de la base aérea de Imam Ali o Camp Adder como la habÃan rebautizado los americanos durante la guerra de Irak. De la garita blindada salieron dos militares armados hasta los dientes y se dirigieron corriendo hacia el vehÃculo. Otros dos, que estaban un poco más lejos, no perdÃan de vista a los pasajeros.
«Buenas tardes, coronel» dijo el soldado que estaba más cerca, después de hacer el saludo militar. «¿PodrÃa ver sus documentos, y también los del general, por favor?»
El coronel alto y delgado que estaba sentado en el puesto del conductor no dijo una palabra. Sacó del bolsillo interior de la chaqueta un sobre amarillo y se lo dio. El militar se entretuvo un rato en la lectura y apuntó un par de veces con la linterna eléctrica hacia el rostro de ambos. El general notó perfectamente la gota de sudor que, desde el chichón que tenÃa en la frente, comenzó a descender lentamente sobre la nariz para después caer sobre el tercer botón de la chaqueta, tiesa hasta más no poder debido al potente empuje de la enorme panza que habÃa debajo.
«Coronel Morris y general White» dijo el militar, apuntando de nuevo con la linterna al rostro del coronel.
«¡Wright, general Wright!» respondió en un tono realmente irritado el flaco coronel. «¿Qué ocurre sargento, no sabe leer?»
El sargento, que habÃa pronunciado a propósito de forma equivocada el nombre del general, sonrió y dijo «Haré que les acompañen. Sigan a aquellos dos hombres» y con una señal ordenó a los dos soldados de conducirles hasta la prisión.
El coronel movió lentamente el jeep. No habÃa recorrido ni diez metros cuando sintió gritar a sus espaldas. «Señor, ¡pare!»
A los dos ocupantes del jeep se les heló la sangre en las venas. Quedaron inmóviles durante un instante que pareció infinito, hasta que la voz continuó hablando «Han olvidado recoger sus documentos.»
El corpulento general soltó un suspiro de alivio tan grande que todos los botones de su uniforme estuvieron a punto de salirse.
«Gracias sargento» dijo el delgado alargando la mano hacia el soldado. «Creo que estoy envejeciendo más rápido de lo que pensaba»
Se pusieron de nuevo en marcha y siguieron a los dos soldados que, marchando a paso ligero, los condujeron rápidamente a la entrada de una construcción baja y de aspecto descuidado. El soldado más joven llamó a la puerta y entró sin esperar respuesta. Poco después, un hombretón negro, completamente calvo, con los galones de sargento y una cara de hombre duro, apareció en la entrada y se puso firme. Hizo el saludo militar y dijo «General, coronel. Por favor, entren»
Los dos oficiales respondieron al saludo e, intentando ignorar los dolores que estaban reapareciendo, se metieron dentro de la habitación
«Sargento» dijo resueltamente el flaco. «Tenemos aquà una orden escrita por el coronel Hudson que nos autoriza a llevarnos al general Campbell» y le entregó el sobre amarillo.
El gordo sargento lo abrió y se paró un instante a leer el contenido. Después, fijando sus oscuros y penetrantes ojos en los del coronel, sentenció «Tengo que verificarlo»
«Por favor, hágalo» replicó tranquilamente el oficial.
El hombretón negro sacó de un cajón del escritorio un folio y lo confrontó con cuidado con aquel que tenÃa en la mano. Miró de nuevo al coronel y, sin dejar traspasar ninguna emoción, añadió «La firma coincide. ¿Alguna objeción si lo llamo?»
«Es su deber hacerlo. Pero hágalo deprisa, por favor. Hemos perdido ya mucho tiempo» replicó el flaco coronel fingiendo que estaba a punto de perder la paciencia.
Sin mostrar ningún temor el sargento metió lentamente una mano en el bolsillo del uniforme y extrajo de él su teléfono móvil. Tecleó un número y quedó esperando.
Los dos oficiales retuvieron la respiración hasta que el militar, después de pulsar la tecla del aparato, comentó lacónicamente «Está fuera de cobertura»
«Bien, sargento. ¿Podemos darnos prisa?» exclamó el oficial en un tono mucho más autoritario que la otra vez. «No podemos estar aquà toda la noche»
«Id a por el general» ordenó el gordo sargento a uno de los soldados que habÃan acompañado a los dos oficiales.
Después de un par de minutos, un hombre completamente calvo, con bigote y cejas grises y dos avispados ojos negros apareció en la entrada de la puerta, a espaldas del sargento. VestÃa el uniforme con los galones de general pero en su hombro derecho faltaba una de las cuatro estrellas. Estaba esposado y, detrás de él, el soldado de antes le estaba apuntando con el arma.
Cuando vio a aquellos dos, el general se sorprendió por un instante, después, intuyendo el plan, quedó en silencio y puso la cara más triste que pudo.
«Gracias soldado» dijo el coronel flaco mientras sacaba de su cartuchera su Beretta M9. «Nos hacemos cargo nosotros de esta basura»
Astronave Theos â El plan de acción
«¿No te excita saber que seremos los dos los que salvaremos la tierra, amor mÃo?» dijo Elisa mientras miraba al coronel con ojos de gatita enamorada y le cogÃa la mano.
«¿Amor mÃo? ¿No te estás precipitando un poco?» dijo en tono irritado y severo Jack.
Elisa se asustó y solo cuando el coronel le sonrió dulcemente y le acarició una mejilla comprendió que le estaba tomando el pelo.
«¡Serás rastrero! No vuelvas a gastarme una broma de ese tipo sino te vas a enterar quién soy» y comenzó a golpearlo sobre el pecho con las dos manos.
«Calma, calma» le susurro Jack mientras la estrechaba contra él. «Vale. Ha sido una estupidez. No lo haré más»
Aquel abrazo imprevisto tuvo sobre la doctora un efecto sedante y relajante. Sintió que toda la tensión acumulada hasta ese momento se derretÃa como la nieve ante el sol. Después de todo lo que habÃa sucedido en las últimas horas, era justo esto lo que necesitaba. Decidió abandonarse entre sus brazos y, cerrando lentamente los ojos, apoyó la cabeza sobre el poderoso pecho y se dejó ir completamente.
Azakis, mientras tanto, se habÃa introducido en la siempre demasiado estrecha y maldita cabina H^COM y estaba esperando que desde el visor holográfico que habÃa enfrente de él llegase la respuesta a su petición de comunicación.
Sobre la pantalla, partiendo desde el centro, una serie de ondas multicolores estaban creando un efecto similar al de una piedra que se tira en las tranquilas aguas de un estanque. De repente, de manera gradual, las ondas comenzaron a desaparecer dejando su puesto a la cara delgada y marcada por los años de su superior Anciano.
«Azakis» dijo sonriendo ligeramente el hombre mientras alzaba lentamente la huesuda mano a modo de saludo. «¿Qué puede hacer este pobre viejo por ti?»
«Hemos desvelado la verdad a los dos terrestres.»
«Un acto muy audaz» comentó el Anciano apretándose el mentón con el pulgar y el Ãndice. «¿Cómo se lo han tomado?»
«Digamos que, después de la sorpresa inicial, creo que han reaccionado muy bien.» Azakis hizo una breve pausa, después dijo muy serio. «Les hemos propuesto utilizar el toroide con el superfluido»
«¿El toroide?» exclamó su interlocutor poniéndose en pie con un salto que hubiera dado envidia a cualquier chaval. «Pero si no se ha podido probar a pleno rendimiento. ¿Recuerdas lo que sucedió la última vez, verdad?. Con ese artefacto podrÃamos crear una fluctuación gravitacional incontrolada y también está el riesgo de crear, incluso, un pequeño agujero negro.»
«Lo se, lo se.» replicó sumisamente Azakis. «No creo que haya otra alternativa. Esta vez, si no usamos métodos drásticos, la transición de Kodon podrÃa resultar fatal para los terrestres»
«¿Qué has pensado?»
«El encuentro de las órbitas de los dos planetas será, más o menos, dentro de siete dÃas. DeberÃas preparar el toroide y traerlo aquà por lo menos un dÃa antes»
«No es mucho tiempo, ¿lo sabes?»
«Debes dejarme un margen de tiempo para ponerlo en posición, para configurarlo y para proceder a la activación»
«Tengo un mal presentimiento» dijo el Anciano mientras se pasaba una mano entre los blancos cabellos..
«Petri es como es. Todo irá bien»
«Sois dos muchachos muy inteligentes, no tengo ninguna duda pero tened cuidado. Ese artefacto se puede convertir en un arma mortÃfera»
«Intenta que llegue a tiempo, nosotros nos ocuparemos del resto. No te preocupes»
«Muy bien. Hablaremos en cuanto todo esté preparado. Buena suerte»
La cara de su superior desapareció del monitor que volvió a mostrar las mismas ondas multicolores del principio.
Azakis se levantó lentamente de la incómoda butaca y permaneció un rato con las manos apoyadas sobre el plano de la estrecha consola. Miles de pensamientos llenaban su mente y, mientras un ligero estremecimiento le recorrÃa la espalda, tuvo la sensación de que estaban a punto de meterse en un montón de problemas.
«Zak» exclamó alegremente su compañero de aventuras cuando lo vio salir de la cabina H^COM. «¿Qué dijo el viejo?»
Azakis estiró un poco los brazos y dijo tranquilamente. «Nos ha dado el permiso. Si todo sucede como lo hemos planeado tendremos el toroide, o mejor el Newark, el dÃa anterior a la transición»
«Espero que lo consigamos. No será fácil configurar ese aparato en tan poco tiempo»
«¿Por qué te preocupas, amigo mÃo?» replicó sonriendo ligeramente Azakis. «En el peor de los casos abriremos una distorsión espacio temporal que succionará la Tierra, Kodon, Nibiru y todos los otros satélites al mismo tiempo»
Los dos terrestres, que estaban un poco apartados pero que no se habÃan perdido ni una sÃlaba de la conversación, quedaron petrificados.
«¿Pero qué estáis diciendo?» consiguió balbucear Elisa mientras lo miraba estupefacta. «¿Distorsión espacio temporal? ¿Succión? ¿Estáis diciendo que si este plan no funcionase seremos los artÃfices de la destrucción de nuestro pueblo y del vuestro?»
«Bueno, es un poco arriesgado» contestó con tranquilidad Azakis.
«¿Un poco arriesgado? ¿Y nos lo dices asÃ, con total calma y serenidad, sin ni siquiera inmutarte? Tú debes estar loco, y nosotros todavÃa más.»
«Cálmate, tesoro» intervino Jack cogiéndola por los hombros y mirándola directamente a los ojos. «Son mucho más inteligentes que nosotros, están más preparados y si han decidido seguir este camino no podemos hacer otra cosa que apoyarles y darles todo el apoyo que sea posible.»
La doctora dejó escapar un suspiro y luego dijo. «Tengo que sentarme. Demasiadas emociones por hoy. Si todo discurre como has dicho me da algo»
Jack la cogió del brazo y la acompañó hasta la butaca más cercana. Elisa, emitiendo un leve gemido, se dejó caer encima como si fuese un peso muerto.
«Quizás hemos reducido demasiado el porcentaje de oxÃgeno en el aire» susurró Azakis a su compañero.
«He intentado que fuese lo más compatible posible para todos y evitar asà el uso de esos antipáticos aparatos respiratorios»