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El Retorno
«Excelente. Y ahora, un giro inesperado», exclamó teatralmente Elisa. «Ladies and gentlemen, aquí está lo que he encontrado esta mañana».
Tocó la pantalla y una nueva foto apareció en la PDA. «Es el mismo símbolo que estaba en la tablilla», exclamó Jack.
«Exacto. Pero esta foto la he hecho hoy», respondió satisfecha Elisa. «Por lo que parece, Abraham, para indicar a los “Dioses”, ha utilizado la misma representación que los Sumerios ya habían utilizado: una estrella con doce planetas alrededor de ella y que, casualmente, he encontrado tallada en la tapa del “contenedor” que estamos sacando a la luz».
«Podría no significar nada», comentó Jack. «Quizás es solo una casualidad. El símbolo podría tener otros mil significados».
«Ah, ¿sí? Y entonces esto, según tú, ¿qué es?», y le enseñó la última foto. «La hemos hecho desde el exterior del contenedor con nuestro aparato de rayos X portátil».
Jack no pudo ocultar su cara de sorpresa al verlo.
Nave espacial Theos – Análisis de los datos
Petri estaba aún inmerso en el análisis de la sonda cuando Azakis, volviendo al puente de mando, dijo dirigiéndose a su amigo: «Nos avisarán».
«Que quiere decir que nos las apañemos solos», comentó amargamente Petri.
«Más o menos como de costumbre, ¿no?», respondió Azakis, dándole una palmadita en la espalda a su compañero de viaje. «¿Qué puedes decirme sobre ese amasijo de hierros?».
«A parte del hecho de que ha faltado realmente poco para que nos arañara la pintura de la estructura externa, puedo confirmarte, casi con absoluta certeza, que nuestro amigo de tres aspas no ha transmitido ningún mensaje. La sonda parece que ha sido diseñada con la finalidad de analizar cuerpos celestes. Una especie de viajero solitario del espacio, que registra datos y los transmite con periodicidad a la base», y señaló el detalle de la antena en el holograma que fluctuaba en la habitación.
«Probablemente hemos pasado demasiado rápido como para que pueda haber registrado nuestra presencia», se atrevió a suponer Azakis.
«No solo eso, viejo amigo. Sus instrumentos de a bordo están programados para analizar objetos a una distancia de cientos de miles de kilómetros y nosotros le hemos pasado tan cerca que, si no estuviéramos en el vacío, el movimiento del aire lo estaría aun haciendo girar como una peonza».
«Y ahora que nos hemos alejado, ¿crees que puede detectar nuestra presencia?».
«No lo creo. Definitivamente somos demasiado pequeños y rápidos para formar parte de sus “intereses”».
«Bien», exclamó Azakis. «Ésta parece finalmente una buena noticia».
«He intentado hacer un análisis del método de transmisión adoptado por la sonda», continuó Petri. «Parece que no está todavía equipada con la tecnología de “vórtices de luz” como la nuestra, sino que utiliza aún un viejo sistema de modulación de frecuencia».
«¿No era el que utilizaban nuestros predecesores antes de la Gran Revolución14?», preguntó Azakis.
«Exacto. No era demasiado eficiente, pero permitió intercambiar información con todo el planeta durante muchísimo tiempo y decididamente ha contribuido a que llegáramos donde estamos ahora».
Azakis se sentó en el sillón de mando, se mordisqueó el dedo índice, luego dijo: «Si este es el sistema de comunicación utilizado actualmente en la Tierra, quizás incluso podamos ser capaces de captar alguna de sus transmisiones».
«Sí, quizás una buena película porno», comentó Petri sacando ligeramente la lengua por el lado izquierdo de la boca.
«Deja de decir tonterías. En cambio, ¿por qué no intentas readaptar nuestro sistema de comunicación secundario para esta tecnología?».
«Entiendo. Me quedan varias horas de trabajo en ese minúsculo compartimento».
«¿Qué te parece si comemos algo antes?», preguntó Azakis anticipando la solicitud de su amigo, que imaginaba llegaría algunos instantes después.
«Esta es la primera cosa sensata que te he escuchado decir hoy», respondió Petri. «Todo este alboroto me ha abierto el apetito».
«Vale, hagamos una pausa, pero yo decido lo que comemos. El hígado de Nebir que elegiste ayer se ha quedado en mi pobre estómago tanto tiempo que parecía que había echado raíces».
Unos diez minutos después, mientras los dos compañeros de viaje estaban aún intentando acabar su comida, en la Tierra, en el Centro de Control de Misiones de la NASA, un joven ingeniero detectaba una extraña variación de ruta de la sonda que estaba monitorizando.
«Jefe», dijo en el micrófono que tenía a un centímetro de la boca y que estaba conectado a sus auriculares. «Puede que tengamos un problema».
«¿Qué tipo de problema?», se apresuró en responder el ingeniero responsable de la misión.
«Parece que Juno, por algún motivo que todavía ignoramos, ha sufrido una ligera variación en la ruta establecida».
«¿Variación? ¿Y de cuánto? Pero, ¿a qué se debe?». Ya tenía sudores fríos. El coste de aquella misión era desorbitado y nada debería torcerse.
«Estoy analizando los datos en este preciso momento. La telemetría indica un desplazamiento de 0,01 grados sin ningún motivo aparente. Todo parece estar funcionando correctamente».
«Podría haber sido golpeada por un fragmento de roca», supuso el ingeniero anciano. «Después de todo, el cinturón de asteroides no está tan lejos».
«Juno se encuentra prácticamente en la órbita de Júpiter y allí no debería haber ninguno», aseguró con mucho tacto el joven.
«Y entonces, ¿qué ha sucedido? Tiene que haber necesariamente un fallo de algún tipo». Reflexionó durante un segundo y luego ordenó: «Quiero un doble control en todo el equipo de a bordo. Los resultados en cinco minutos en mi ordenador», y cerró la comunicación.
El joven ingeniero se dio cuenta repentinamente de la responsabilidad que le habían confiado. Se observó las manos: temblaban ligeramente. Decidió ignorarlas. Pidió ayuda a un compañero para que realizara un check-up diferenciado de la sonda y cruzó los dedos. Los ordenadores empezaron a realizar secuencialmente todos los controles programados y, después de algunos minutos, en su pantalla, aparecieron los resultados del análisis:
Check-up completado. Todos los instrumentos están operativos.
«Parece que todo está bien», comentó su colega.
«Y entonces, ¿qué demonios ha pasado? Si no lo descubrimos en los próximos dos minutos, el jefe nos pateará el culo a ambos», y comenzó a teclear desesperadamente los mandos del teclado que tenía delante.
Nada de nada. Todo funciona perfectamente.
Necesitaba inventarse algo, y tenía que hacerlo rápido. Empezó a dar golpecitos con los dedos en el escritorio. Continuó durante una decena de segundos, luego decidió apelar a la primera regla del manual de comportamiento en el lugar de trabajo: nunca contradecir al jefe.
Abrió el micrófono y dijo de repente: «Jefe, tenía usted razón. Ha sido un pequeño asteroide troyano que ha desviado la sonda. Afortunadamente, no la ha golpeado directamente, sino que ha pasado cerca de ella. Evidentemente, la masa del asteroide ha creado una mínima atracción gravitacional en nuestro Juno, provocando así la ligera variación de ruta. Le estoy enviando los datos», y contuvo la respiración.
Después de interminables instantes, a los auriculares llegó, orgullosa, la voz del jefe: «Estaba seguro. Hijo mío, el instinto del viejo lobo no se supera». Luego añadió: «Proceded a activar los motores de la sonda y corregir la ruta. No admitiré errores», y cerró la conversación. Un segundo después, la volvió a abrir diciendo: «Excelente trabajo chicos».
El joven ingeniero se dio cuenta de que la sangre estaba volviendo a fluir en su cuerpo. Su corazón latía tan fuerte que lo sentía palpitar en las orejas. Después de todo, podría haber sido así. Dirigió la mirada hacia su colega y, levantando el dedo pulgar, le hizo un gesto de satisfacción. El otro respondió guiñando un ojo. Se habían librado, al menos por el momento.
Nassiriya – Después de la cena
El sistema de grabación emitió un doble beep y se volvió a activar. La voz de la doctora volvió a reproducirse en el pequeño altavoz del interior del coche. «Creo que es hora de irse, Jack. Mañana por la mañana me tengo que levantar temprano para continuar con las excavaciones».
«Vale», respondió el coronel. «Voy a felicitar al chef y nos vamos».
«Maldita sea», exclamó el delgado. «Por tu culpa nos hemos perdido la mejor parte».
«Venga, ni que lo hubiera hecho a posta», se justificó el gordo. «Siempre podemos decir que ha habido un fallo en el sistema y que una parte de la conversación no hemos conseguido grabarla».
«Siempre tengo que salvarte el culo», afirmó el otro.
«Haré que me perdones. Tengo en mente un plan para poner mis manos en la PDA de nuestra doctora». Se cogió la nariz entre el pulgar y el índice, luego dijo: «Nos introduciremos esta noche en su habitación y copiaremos todos los datos sin que se dé cuenta».
«Y para que no se despierte, ¿qué hacemos? ¿le cantamos una nana?».
«No te preocupes amigo mío. Tengo un as en la manga» y le guiñó el ojo.
Mientras tanto, en el restaurante, Jack y Elisa se preparaban para salir. El coronel encendió el comunicador portátil y contactó la escolta. «Estamos saliendo».
«Aquí fuera está todo tranquilo, coronel» respondió una voz en el auricular.
Con aire cauteloso, el coronel abrió la puerta del local y observó con atención el exterior. Fuera, de pie cerca del coche, estaba aún el militar que había acompañado a Elisa.
«Puedes irte chico», ordenó el coronel. «Yo acompaño a la doctora».
El soldado se puso firme, saludó militarmente y, diciendo algo en su comunicador, desapareció en la noche.
«Ha sido una tarde maravillosa, Jack», dijo Elisa saliendo. Respiró profundamente el aire fresco de la noche y añadió: «Hacía mucho tiempo que no pasaba un rato así. Gracias, de verdad», e hizo otra de sus maravillosas sonrisas.
«Ven, no es muy seguro aún estar al aire libre en esta zona», dijo mientras abría la puerta del coche y le ayudaba a subir.
El gran coche oscuro, conducido por el coronel, arrancó rápidamente, dejando tras de sí una hermosa nube de polvo.
«Yo también he estado muy bien. No habría pensado nunca que una velada con una “sabionda doctora” pudiera ser tan agradable».
«¿Sabionda? ¿Es así como crees que soy?», y se giró hacia el otro lado fingiendo estar ofendida.
«Sabionda sí, pero también muy simpática, inteligente y realmente sexy». Como ella estaba mirando hacia afuera, aprovechó para acariciarle delicadamente los cabellos de la nuca.
El contacto le provocó una serie de agradables escalofríos a lo largo de la espalda. No podía ceder tan pronto. Pero su excitación estaba creciendo cada vez más. Decidió no decir nada y disfrutó ese agradable, pequeño masaje. Jack, alentado por la ausencia de reacciones por su gesto, siguió durante un rato más acariciándole los largos cabellos. De repente, empezó a deslizar la mano, primero en su hombro, luego en el brazo y después más y más abajo, hasta rozarle delicadamente los dedos. Ella, permaneciendo girada hacia la ventanilla, tomó la mano de él y la estrechó con decisión. Era una mano grande y fuerte. Ese contacto le daba mucha seguridad.
A poca distancia, otro coche oscuro estaba siguiéndolos, intentando entender algún diálogo interesante.
«Esos diez dólares creo que están cambiando de acera, viejo amigo», dijo el gordito. «Ahora la lleva al hotel, ella lo invita a subir para beber algo y ¡hecho!».
«Reza para que no acabe así, si no a ver cómo lo hacemos para copiar los datos de la PDA».
«Vaya, no lo había pensado».
«Tú nunca piensas en nada que no tenga la posibilidad de acabar en ese estómago sin fondo que tienes».
«Venga, no te separes demasiado», dijo el gordito, ignorando la provocación. «No me gustaría perder la señal otra vez».
Permanecieron un rato así, cogidos de la mano. Ambos con la mirada fija al otro lado del parabrisas. El Hotel se acercaba cada vez más y Jack se sentía muy incómodo. No era la primera vez que salía con una chica, pero, esa noche, sintió resurgir toda la timidez que lo había torturado durante su juventud y que pensaba que había ya superado. Ese contacto tan prolongado lo había paralizado. Quizás debería haber dicho algo para romper ese incómodo silencio, pero, temiendo que cualquier palabra pudiera arruinar ese momento mágico, decidió callar.
Agradeció al cambio automático que no lo obligaba a soltar la mano de ella para cambiar de marcha y siguió conduciendo en la noche.
A Elisa, le estaban volviendo a la mente, uno a uno, todos los presuntos “hombres de su vida”. Historias diferentes, tantos sueños, proyectos, alegrías y felicidad, pero, al final, siempre mucha desilusión, amargura y dolor. Era como si el destino hubiera decidido ya todo por ella. Se le había diseñado un camino lleno de satisfacciones y reconocimientos a nivel profesional, pero donde parecía que no estaba previsto nadie a su lado para acompañarla. Ahora estaba ahí, en un país extranjero, mientras viajaba por la noche, cogida de la mano, con un hombre que hasta el día antes había considerado solo un obstáculo para sus planes y que, sin embargo, le estaba generando mucha ternura y afecto. En más de una ocasión se preguntó qué debía hacer.
«¿Todo bien?» preguntó Jack preocupado, viendo que los ojos de ella se volvían cada vez más llorosos.
«Sí, gracias Jack. Es solo un momento de tristeza. Pasará pronto».
«¿Es acaso culpa mía?», preguntó rápidamente el coronel. «¿He dicho algo malo?».
«No, al contrario», respondió ella y, con una vocecita muy dulce, añadió , «Quédate a mi lado, por favor».
«Eh, estoy aquí. No tienes que preocuparte de nada. Nunca permitiré que te pase nada malo, ¿vale?».
«Gracias, muchísimas gracias», dijo Elisa, mientras intentaba secarse las lágrimas que, lentamente, le resbalaban por las mejillas. «Eres un amor». Jack permaneció en silencio y le estrechó aún más fuerte la mano.
La señal del hotel aparecía al final de la calle. Recorrieron toda la calle sin decir nada. Luego, el coronel bajó la velocidad y paró el coche justo delante de la puerta principal. Los dos se miraron intensamente. Durante algunos larguísimos instantes nadie osó decir nada. Jack sabía que le tocaba a él dar el primer paso, pero Elisa se le adelantó «Ahora tu deberías decirme que ha ido una velada muy bonita, que soy maravillosa y yo te debería invitar a subir para beber algo».
«Sí, la praxis lo exigiría», comentó Jack, un poco sorprendido por sus palabras. «Así sería si tú fueras como las demás, pero no creo que seas así». Tomó aliento y continuó, «Creo que eres una persona verdaderamente especial y esta noche que hemos pasado juntos me ha permitido conocerte mejor y descubrir muchas cosas que nunca habría pensado encontrar en una “arqueóloga”».
«Lo tomo como un cumplido», dijo ella, intentando desdramatizar un poco.
«Detrás de esa armadura de mujer fuerte e indestructible, creo que se esconde un cachorro tierno y asustado. Eres una mujer muy dulce y con una sensibilidad única». Quizás se arrepentiría de lo que estaba a punto de decir, pero reunió valor y continuó, «Sinceramente, no me interesa una noche de sexo para archivar en el recuerdo, como otras tantas totalmente inútiles y que la mañana después no te dejan nada más que un vacío inmenso. De ti deseo más. Siempre me has gustado mucho, lo confieso». Ya no podía parar. Cogió sus manos, las apretó y continuó. «Desde que te vi la primera vez en mi oficina, entendí que tenías algo diferente. Al principio me atrajo lógicamente tu belleza, luego tu voz, tu forma de hablar, tus gestos, tu forma de caminar, tu sonrisa…», hizo una breve pausa y añadió, «Tu encanto me ha embrujado. Me has robado el corazón. No creo que sea capaz de pensar en una vida sin ti y no será como acabe esta noche lo que me haga cambiar de idea».
Elisa, que no esperaba una declaración semejante, se quedó por un momento sin palabras, luego, mirándolo a los ojos, se le acercó lentamente. Vaciló durante un instante y luego lo besó.
Fue un beso largo e intenso. Emociones viejas y nuevas estaban resurgiendo en la mente de ambos. De repente, Elisa se separó y, permaneciendo a pocos centímetros de él, dijo «Gracias por tus palabras, Jack. Ni siquiera yo habría deseado que nuestro encuentro acabara en una triste noche de sexo. Esta noche me ha permitido descubrir algo más sobre ti y apreciar el tipo de hombre que eres. Yo tampoco habría pensado nunca poder encontrar, detrás de un serio “coronel”, una persona tan tierna y sensible. Tengo que confesarte que no sentía latir mi corazón tan fuerte desde hace mucho tiempo. No soy ya una adolescente, lo sé, pero no quisiera arruinarlo todo invitándote a subir ahora». Hizo una larga pausa y añadió, «Me gustaría mucho volver a verte».
Lo besó de nuevo, bajó del coche y entró corriendo al hotel. Temía que, si se daba la vuelta, no sería capaz de respetar lo que le había dicho poco antes.
Jack la siguió con la mirada hasta que desapareció al otro lado de la puerta giratoria del Hotel. Permaneció inmóvil, mirando las puertas moverse hasta que se pararon completamente. En ese momento, dirigió una última mirada hacia el letrero del hotel, luego pisó a fondo el acelerador y, con un agudo chirrido de neumáticos, desapareció en la noche.
Los dos oscuros personajes que seguían a la pareja, aparcaron el coche detrás del hotel, con mucho cuidado para no llamar la atención. Desde ahí podían ver la ventana de la habitación de Elisa que, después de menos de un minuto, se iluminó.
«Ha entrado y está sola», dijo el gordito.
El delgado le recordó al otro que había perdido la apuesta. «Amigo mío, suelta la pasta», e hizo el gesto de frotar el índice y el pulgar entre ellos.
«Bueno, me esperaba todo menos que acabara así», respondió el gordinflón. «Nuestro querido coronel parece que se ha enamorado».
«Ya, y ella parece que también está por la labor».
«Realmente una bonita “pareja”», comentó el gordinflón con si habitual risa. «Ahora esperamos hasta que se meta en la cama, luego nos metemos en su habitación y copiamos todos los datos de su agenda electrónica». Bajó del coche y añadió, «Mientras preparo el material, tú comprueba que apague la luz».
Elisa estaba atormentada por mil pensamientos. ¿Había hecho bien en dejarlo así? ¿Cómo se lo habría tomado? En el fondo, había sido él quien había propuesto dejarlo. Sin duda, Jack le había dado una buena demostración de seriedad. ¿Era realmente sincero el sentimiento que, con tantas maravillosas palabras, le había expresado, o era solo una estrategia para hacer que cayera cada vez más en una red hábilmente tejida? No habría soportado otra desilusión amorosa, más dolor, más sufrimiento. Decidió no pensarlo por el momento. El objetivo que se había fijado lo había alcanzado de todas formas: el coronel le había concedido otras dos semanas para completar su investigación. Lo demás eran solo expectativas y ella había ya aprendido a no hacerse demasiadas ilusiones. No podía permitirse cometer otro error. Esta vez no se habría recuperado.
Se quitó la ropa y se tiró en la cama. El alcohol la había confundido bastante. Ahora, su mayor deseo era solo dormir. Apagó la luz y se durmió casi en ese mismo instante.
Jack, mientras conducía hacia la base, estaba pensando más o menos lo mismo. ¿La había desilusionado? ¿Tendría realmente ganas de volver a verlo? A pesar de todo, había causado una gran impresión habiendo declinado, de una forma tan caballerosa, la oportunidad de acostarse con ella. Pocos lo habrían hecho y estaba claro que ella lo había apreciado mucho. Después de todo, realmente estaba naciendo algo, tenían todo el tiempo del mundo para estar juntos. Un día más o menos no hacía ninguna diferencia.
«Ha apagado la luz», dijo el gordinflón en voz baja, como si tuviera miedo de despertarla. Cogió una bolsa grande del maletero y añadió: «Podemos ir».
Los dos, con pasos prudentes, se dirigieron hacia la entrada de la casa junto al hotel, en la que habían alquilado una habitación.
«Tenemos que hacerlo ahora», dijo el gordinflón. «Esa maldita PDA la lleva siempre encima como si fueran sus bragas. La única forma para cogerla es hacerlo mientras duerme».
Subieron lentamente las escaleras evitando hacer ruidos inútiles. Un clic de la cerradura y la puerta se abrió. La habitación estaba llena de cajas, sobres y basura de todo tipo. Parecía casi un almacén abandonado. Una lámpara de pared, llena de polvo acumulado durante años, iluminaba suavemente el ambiente.
«Nos introduciremos saltando la división entre nuestra terraza y la suya», dijo el gordinflón.
«¿Nos introduciremos? ¿Querrás decir que me introduciré?», exclamó el otro. «¿Cómo vas a saltar a la otra parte con toda esa grasa que llevas encima?».
«¿No estarás poniendo en duda mis cualidades atléticas?».
«No, ni mucho menos. Nunca me atrevería», respondió el delgado con un tono más bien sarcástico. «Deja de decir estupideces y pásame esa cuerda. Si me resbalo intenta agarrarme. No me apetece morir estampado en la acera de esta triste ciudad».
«No te preocupes, yo te agarro». Se pasó la cuerda alrededor de la cintura y le dio una vuelta en el pasamanos de la barandilla. «Cógela», añadió mientras le pasaba una pequeña pistola de dardos con puntero láser. «Un pinchazo de esto y nuestra señorita dormirá como un angelito durante toda la noche. La aguja es tan minúscula que, en el peor de los casos, pensará que le ha picado un mosquito».
El delgado trepó por la barandilla y con un ágil salto aterrizó en la habitación de al lado. Se agachó todo lo que pudo y, muy lentamente, se acercó a la gran ventana que daba a la habitación de Elisa.
Miró dentro con precaución, asomando la cabeza entre el montante y la cortina. Aunque muy suave, la iluminación de la calle le permitió ver que Elisa estaba tumbada boca abajo, con la cabeza hacia el otro lado, vistiendo solo braguitas y sujetador.
Vaya, ¡que buen culo! Nuestro coronel tiene buen ojo.
Introdujo lentamente el micro dardo, empapado con el potente somnífero, en el cargador de la pistola y metió la caña en la rendija de la ventana que se había dejado abierta. El pequeño puntero láser dibujó un puntito rojo en el glúteo de Elisa. Contuvo un momento la respiración y luego apretó el gatillo. Con un sordo soplido, el dardo salió y se clavó en la tierna carne de ella. Elisa se tocó, con la mano izquierda, el lugar alcanzado como si quisiera aplastar un insecto, luego volvió a meter el brazo bajo la almohada y se volvió a dormir profundamente.
El delgado esperó algunos minutos para que el somnífero hiciera su efecto, luego abrió lentamente la ventana y entró con cautela en la habitación.
Se acercó a la cama con pasos felinos y comprobó su respiración. Era profunda y regular. Con un dedo le acarició ligeramente la espalda. Ninguna reacción.
¡Perfecto! Duerme como un tronco. No se dará cuenta de nada.
Para evitar dejar cualquier rastro, recuperó con cuidado el micro dardo, extrayéndolo con un tirón seco del glúteo de ella y se lo metió en el bolsillo. Miró alrededor. Vio inmediatamente el bolso semiabierto de Elisa, apoyado en la silla al lado de la cama. Empezó a rebuscar y, aunque no era muy grande, experimentó personalmente lo difícil que es encontrar algo en el bolso de una mujer. Había de todo.
De repente, una música a todo volumen lo sobresaltó. El móvil había empezado a emitir una ruidosa melodía rock. Casi le da un infarto. Por miedo a que se pudiera despertar, intentó silenciarlo frenéticamente. Presionó todas las teclas posibles hasta que encontró la correcta. Se giró hacia ella. Aún dormía. En la pantalla del teléfono aparecía el nombre de quien llamaba: Jack Hudson.
¿Qué quería ahora? Quizás, si no recibía respuesta, volvía para echar un vistazo.
Tenía que hacerlo rápido, cogió el bolso y vació en el suelo todo el contenido. El borde metálico de la PDA reflejó por un instante la pálida luz de la farola de la calle. Lo cogió y lo activó.
Espere por favor…
Pero, ¿cómo harán en las películas, para introducirse en las estructuras más protegidas, entrar en el ordenador central y, en dos segundos, conectarse y copiarlo todo?
Esperó pacientemente que se activara, luego sacó del bolsillo de su chaqueta un pequeño aparato portátil y lo conectó a la PDA mediante un cable negro. Pasaron otros segundos interminables.