bannerbanner
El Retorno
El Retorno

Полная версия

Настройки чтения
Размер шрифта
Высота строк
Поля
На страницу:
1 из 5

Danilo Clementoni

El retorno

Danilo Clementoni
El retornoLas aventuras de Azakis y PetriTítulo original: Il Ritorno
Traducido por: Ester VidalEditor: Tektime

Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y organizaciones citadas son fruto de la imaginación del autor y tienen la finalidad de aportar veracidad a la narración. Cualquier semejanza con hechos o personas reales, vivas o difuntas, es pura coincidencia.


EL RETORNO

Copyright © 2013 Danilo Clementoni


Primera edición: Noviembre de 2013

Editado e impreso de forma independiente


Facebook: www.facebook.com/libroilritorno

blog: dclementoni.blogspot.it

e-mail: d.clementoni@gmail.com


Todos los derechos reservados. Ni la totalidad ni parte de esta publicación pueden reproducirse en ninguna forma, ni por ningún medio, sea electrónico o mecánico, sin el permiso previo por escrito del editor, a excepción de pasajes breves que pueden citarse para reseñas.

A mi mujer y a mi hijo, por la paciencia que han tenido conmigo y por las valiosas sugerencias que me han dado, contribuyendo a mejorar tanto a mí como a esta novela.

Un agradecimiento especial a todos mis amigos, que continuamente me han reconfortado y animado a seguir hacia adelante en la finalización de este libro, que quizás, sin ellos, nunca habría visto la luz.

Otro agradecimiento especial a mi traductora, Ester Vidal, por el tiempo y energías dedicados a este libro y por la pasión y profesionalidad que ha demostrado en la traducción de este libro.


«Volvíamos. Había pasado tan solo un año solar nuestro desde que nos vimos obligados a abandonar el planeta a toda prisa, pero para ellos habían pasado 3.600 años terrestres. ¿Qué nos íbamos a encontrar?»


Introducción

El duodécimo planeta, Nibiru (el planeta de cruce) como lo llamaron los Sumerios, o Marduk (el rey de los cielos) como lo rebautizaron los Babilonios, es en realidad un cuerpo celeste que orbita alrededor de nuestro sol, durante un periodo de 3.600 años. Su órbita es claramente elíptica, retrógrada (gira alrededor del sol en sentido contrario a todos los demás planetas) y está muy inclinada respecto al plano de nuestro sistema solar.

Cada una de sus aproximaciones cíclicas ha provocado, casi siempre, enormes alteraciones interplanetarias en nuestro sistema solar, tanto en las órbitas como en la conformación de los planetas implicados. Concretamente, fue en uno de sus más tumultuosos cruces donde el majestuoso planeta Tiamat, situado entre Marte y Júpiter, con una masa de casi nueve veces la actual Tierra, rico en agua y con once satélites, fue devastado debido a una colisión épica. Una de las siete lunas orbitantes alrededor de Nibiru impactó en el gigantesco Tiamat, rompiéndolo prácticamente por la mitad y forzando a las dos secciones a moverse en órbitas diferentes. En el cruce sucesivo (el «segundo día» del Génesis), los demás satélites de Nibiru completaron la obra, destruyendo completamente una de las dos partes que se formaron en la primera colisión. Una parte de los detritos generados por los múltiples impactos formaron lo que hoy conocemos como el «cinturón de asteroides» o, como lo llamaban los Sumerios, el «Brazalete Martillado», mientras que otra parte fue absorbida por los planetas vecinos. En concreto, fue Júpiter el que capturó la mayor parte de los detritos, aumentando de forma considerable su masa.

Los satélites que provocaron el desastre, entre ellos los supervivientes del ex-Tiamat, fueron «lanzados» en su mayoría a órbitas externas, formando lo que hoy conocemos como «cometas». La parte que sobrevivió al segundo cruce se ubicó, sin embargo, en una órbita estable entre Marte y Venus, llevándose el último satélite que quedaba y formando así la que hoy conocemos como la Tierra, junto a su inseparable compañera la Luna.

La cicatriz provocada por aquel impacto cósmico, que tuvo lugar hace unos 4 millones de años, es aún hoy parcialmente visible.  La parte dañada del planeta se encuentra, actualmente, completamente cubierta por las aguas de lo que hoy se denomina Océano Pacífico. Éste ocupa una tercera parte de la superficie terrestre, con una extensión de más de 179 millones de kilómetros cuadrados. En toda esta inmensa superficie no existen prácticamente tierras emergidas, tan solo una gran depresión que se extiende hasta profundidades que superan los diez kilómetros.


Actualmente, Nibiru posee una conformación muy similar a la de la Tierra. Dos terceras partes están cubiertas de agua, mientras que el resto está ocupado por un único continente, que se extiende de norte a sur y que posee una superficie total que supera los 100 millones de kilómetros cuadrados. Algunos de sus habitantes, desde hace cientos de miles de años y aprovechando la aproximación cíclica de su planeta al nuestro, nos han visitado regularmente, influyendo en cada ocasión en la cultura, el conocimiento, la tecnología e incluso en la evolución misma de la raza humana. Nuestros predecesores los han llamado de muchas formas, pero quizás el nombre que siempre les ha representado mejor es el de «Dioses».

Nave Espacial Theos – A 1.000.000 Km de Júpiter

Azakis estaba cómodamente tumbado en su oscuro sillón autoconformable, aquél que un viejo amigo Artesano, construyéndolo con sus propias manos, quiso regalarle algunos años antes, con motivo de su primera misión interplanetaria.

«Te traerá suerte», le dijo aquel día. «Te ayudará a relajarte y a tomar las decisiones correctas cuando lo necesites».

Efectivamente, ahí sentado, había tomado muchas decisiones desde entonces y la suerte estuvo a menudo de su parte. Así que se aseguró de llevar consigo aquel preciado recuerdo, sin tener en cuenta muchas de las reglas que impedían su uso, especialmente en una nave estelar de categoría Bousen-1 como en la que se hallaba ahora.


Una estela azulada de humo se alzaba recta y veloz del cigarro que sostenía entre el pulgar y el índice mientras, con la mirada, intentaba recorrer las 4,2 UA1 que aún lo separaban de su meta. A pesar de que hiciera ya algunos años que realizaba este tipo de viaje, el encanto de la oscuridad del espacio que lo rodeaba y los millones de estrellas que lo salpicaban eran capaces de raptar sus pensamientos. La gran apertura elíptica, justo frente a su posición, le permitía tener una visión completa de la dirección del viaje y siempre se sorprendía de cómo aquel delgadísimo campo de fuerza era capaz de protegerlo del frío sideral del espacio e impedía que el aire saliera repentinamente, succionado por el vacío absoluto del exterior. La muerte sería prácticamente inmediata.

Aspiró una rápida bocanada del largo cigarro y volvió a mirar en el visor holográfico frente a él, donde aparecía el rostro cansado y sin afeitar de Petri, su compañero de viaje que, al otro lado de la nave, estaba reparando el sistema de control de los conductos de descarga. Se entretuvo un rato distorsionando la imagen, soplando el humo apenas aspirado en el centro, creando así un efecto ondulante que le recordaba mucho a los movimientos sinuosos de las sensuales bailarinas, a las que solía ir a ver cuando finalmente regresaba a su ciudad de origen y podía disfrutar de un poco de descanso bien merecido.


Petri, su amigo y compañero de aventuras, tenía ya casi treinta y dos años y era la cuarta misión de este tipo en la que participaba. Su imponente y maciza complexión inspiraba siempre, a todos aquellos que se lo encontraban, un profundo respeto. Ojos negros como el espacio exterior, cabellos oscuros, largos y desordenados que le llegaban hasta los hombros, casi dos metros treinta de altura, tórax y brazos poderosos capaces de levantar a un Nebir2 adulto sin esfuerzo y, aun así, tenía el espíritu de un niño. Era capaz de emocionarse viendo florecer una flor de Soel3, podía permanecer horas mirando extasiado las olas del mar mientras rompían en las ebúrneas costas del Golfo de Saraan4. Una persona increíble, fiel, leal, dispuesta a dar su vida por él sin dudarlo. Nunca habría partido si no hubiera tenido a Petri a su lado. Era el único en el mundo en el que confiaba ciegamente y al que no traicionaría nunca.


Los motores de la nave, configurados para la navegación dentro del sistema solar, transmitían el clásico y tranquilizador zumbido bifásico. Para sus oídos expertos, ese sonido confirmaba que todo estaba funcionando a la perfección. Con su sensibilidad auditiva habría sido capaz de percibir una variación en las cámaras de intercambio, incluso de tan solo 0,0001 Lasig, mucho antes de que el sofisticadísimo sistema de control automatizado se diera cuenta. Otra razón por la que se le había permitido, desde muy joven, dirigir una nave de categoría Pegasus.

Muchos de sus compañeros habrían dado un brazo por estar ahí, en su lugar. Pero ahora estaba él.


El implante intraocular O^COM materializó frente a él la nueva ruta recalculada.  Era increíble cómo un objeto de pocas micras podía desempeñar todas aquellas funciones. Introducido directamente en el nervio óptico, era capaz de visualizar todo un puente de control, superponiendo la imagen a la realidad que se tenía delante. Al principio, no había sido fácil acostumbrarse a aquella maldita cosa y más de una vez las náuseas habían intentado tomar el control. Sin embargo, ahora no sería capaz de vivir sin él.

Todo el sistema solar giraba a su alrededor con su fascinante majestuosidad. El pequeño punto azul, cercano al gigantesco Júpiter, representaba la posición de su nave y la sutil línea roja, ligeramente más curvada que la anterior ya desvanecida, indicaba la nueva trayectoria de aproximación a la Tierra.

La atracción gravitacional del planeta más grande del sistema era impresionante. Definitivamente, debían mantener una distancia de seguridad y solo la potencia de los dos motores Bousen permitiría a la Theos huir de aquel abrazo mortal.

«Azakis», graznó al comunicador portátil apoyado en la consola ante él, «tenemos que comprobar el estado de las juntas del compartimento seis».

«¿Aún no lo has hecho?», respondió con tono divertido, convencido de que iba a hacer enfadar a su amigo.

«¡Tira ese apestoso cigarro y ven a echarme una mano!», gritó Petri.

Lo sabía.

Había conseguido ponerlo nervioso y eso le encantaba.

«Ya vengo, ya vengo. Estoy llegando, amigo mío, no te cabrees».

«Date prisa, llevo cuatro horas rodeado de esta porquería y no estoy de humor para juegos».

Cascarrabias como de costumbre, pero nada ni nadie habría podido separarlo de él.

Se conocían desde la niñez. Fue él quien, en más de una ocasión, lo salvó de una paliza asegurada (era mucho más grande que los demás niños), interponiéndose con su respetable tamaño entre su amigo y la habitual banda de matones de la que casi siempre era objetivo.

Durante la adolescencia, Azakis no era precisamente la clase de chico por el que las agraciadas representantes del otro sexo se habrían peleado. Siempre vestía demasiado desaliñado, pelo rapado, complexión delgada, constantemente conectado a la Red5 de la que absorbía millones de datos a una velocidad diez veces superior a la media. Ya con dieciséis años, gracias a sus notables resultados en los estudios, obtuvo un acceso de nivel C, con la posibilidad de alcanzar conocimientos vetados a casi todos sus coetáneos. El implante neuronal N^COM, que le garantizaba ese tipo de acceso, tenía, sin embargo, alguna pequeña contraindicación. Durante las fases de adquisición, la concentración debía ser casi absoluta y, dado que la mayor parte de su tiempo lo pasaba así, tenía prácticamente siempre una expresión ausente, con la mirada perdida, totalmente ajeno a lo que sucedía a su alrededor. De hecho, todos pensaban que, al contrario de lo que proclamaban los Ancianos, era un poco retrasado.

A él no le importaba.

Su sed de conocimiento no tenía límites. Incluso durante la noche permanecía conectado y, aunque durante el sueño las capacidades de adquisición se redujeran a un triste 1%, precisamente por la necesidad de concentración absoluta, no quería desperdiciar ni siquiera un solo instante de su vida sin tener la posibilidad de aumentar su bagaje cultural.

Se levantó esbozando una leve sonrisa y se dirigió hacia el compartimento seis, donde su amigo lo estaba esperando.

Planeta Tierra – Tell el-Mukayyar – Iraq

Elisa Hunter estaba intentando por enésima vez secar aquella maldita gotita de sudor que, desde la frente, se obstinaba en descender lentamente hacia su nariz, para después zambullirse en la ardiente arena bajo sus pies. Hacía ya varias horas que estaba de rodillas, con su inseparable Trowel Marshalltown6 raspando delicadamente el terreno intentando sacar a la luz, sin dañarla, lo que parecía ser la parte superior de una lápida. No obstante, esta idea no le había convencido desde un principio. En las inmediaciones del Zigurat de Ur7, donde desde hace casi dos meses, gracias a su fama de arqueóloga y de experta conocedora del idioma Sumerio, le permitieron trabajar, se habían encontrado muchas tumbas desde las primeras excavaciones realizadas a principios del siglo XX, pero nunca, en ninguna de ellas, había aparecido un artefacto de ese tipo. Dada la particular forma cuadrada y el importante tamaño, más que un sarcófago, parecía la «tapa» de alguna clase de contenedor sepultado ahí hace miles de años, para proteger o esconder quién sabe qué.

Por desgracia, al haber desenterrado, hasta el momento, solo una porción de la parte superior, aún no había sido capaz de establecer la altura del supuesto contenedor. Las incisiones cuneiformes, que recubrían toda la superficie visible de la tapa, no se parecían a nada que jamás hubiese visto.

Para traducirlas habrían sido necesarios varios días y otras tantas noches insomnes.


«Doctora».

Elisa levantó la cabeza y, apoyando la mano derecha justo encima de los ojos para protegerse del sol, vio a su ayudante Hisham venir hacia ella a paso ligero.

«Doctora», repitió el hombre, «hay una llamada para usted de la base. Parece urgente».

«Ya voy. Gracias Hisham».

Aprovechó el parón forzado para tomar un sorbo de agua, ya casi hirviendo, de la cantimplora que llevaba siempre sujeta a la cintura.


Una llamada de la base… Solo podía significar problemas.


Se levantó, sacudió sus pantalones levantando una nube de polvo y se dirigió decidida hacia la tienda que funcionaba como campamento base para la investigación.

Abrió la cremallera que cerraba la tienda de campaña y entró. Hicieron falta unos segundos para que sus ojos se acostumbraran al cambio de luminosidad, pero esto no le impidió reconocer, en el monitor, las facciones del coronel Jack Hudson que, con aire siniestro, miraba al vacío esperando su respuesta.


El coronel era oficialmente el responsable de la escuadra estratégica antiterrorismo destinada en Nassiriya, pero su misión real era la de coordinar una serie de investigaciones científicas contratadas y controladas por un misterioso departamento. ELSAD8. Dicho departamento estaba rodeado del usual misterio que envuelve todas las estructuras de ese tipo. Casi nadie conocía exactamente el objetivo y la finalidad de todo el tinglado. Solo se sabía que el cuartel general de la operación respondía directamente ante el Presidente de los Estados Unidos de América.

En realidad, a Elisa no le importaba demasiado todo esto. El verdadero motivo por el que había decidido aceptar la oferta, y participar en una de las expediciones, era que finalmente podía volver al lugar que más amaba del mundo, haciendo un trabajo que le encantaba y en el que, a pesar de su relativa corta edad (treinta y ocho años), era una de las mejores y más cotizadas del sector.


«Buenas tardes coronel», dijo exhibiendo su mejor sonrisa, «¿A qué debo este honor?»

«Doctora Hunter, déjese de formalidades. Conoce perfectamente el motivo de mi llamada.  El permiso que se le ha concedido para realizar su trabajo caducó hace dos días y usted no puede seguir allí».

Su voz era firme y decidida. En esta ocasión, ni siquiera su indiscutible atractivo iba a ser suficiente para conseguir una nueva prórroga. Así que decidió jugarse su última carta.


Desde que la coalición encabezada por los Estados Unidos decidiera, el 23 de Marzo de 2003, invadir Iraq con el propósito de destituir al dictador Saddam Hussein, acusado de poseer armas de destrucción masiva (acusación que resultó ser infundada) y de apoyar al terrorismo islámico, en Irak todas las investigaciones arqueológicas, ya bastante complicadas en tiempos de paz, habían sufrido un estancamiento. Solo el cese oficial de las hostilidades, el 15 de Abril de 2004, había reavivado la esperanza de los arqueólogos de todo el mundo de poder acercarse a uno de los lugares desde donde, supuestamente, las civilizaciones más antiguas de la historia se habían desarrollado y habían difundido su cultura en todo el mundo.  La decisión de las autoridades iraquíes, a finales de 2011, de abrir nuevamente a las excavaciones algunos lugares de valor histórico inestimable para «continuar valorando el propio patrimonio cultural», había finalmente transformado la esperanza en certeza. Bajo el amparo de la ONU y con numerosas autorizaciones firmadas previamente y refrendadas por un incalculable número de «autoridades», algunos grupos de investigadores seleccionados y supervisados por comisiones específicas, podían operar, con carácter temporal, en las principales áreas de interés arqueológico del territorio iraquí.


«Querido coronel», dijo, acercándose todo lo posible a la webcam para que sus grandes ojos verde esmeralda obtuvieran el efecto que esperaba, «tiene usted toda la razón».

Sabía muy bien que dar inicialmente la razón a su interlocutor lo predisponía de forma más positiva.

«Pero…estamos tan cerca».

«¿Cerca de qué?», gritó el coronel levantándose de la silla y apoyando los puños sobre el escritorio. «Hace semanas que me repite la misma historia. No estoy dispuesto a seguir confiando en usted sin ver con mis propios ojos algo sólido».

«Si me concede el honor de acompañarme esta noche durante la cena, estaré encantada de mostrarle algo que le devolverá la esperanza. ¿Qué le parece?»

Sus blanquísimos dientes, brillando en una espléndida sonrisa, y el jugueteo con su rubio y largo cabello hicieron el resto. Estaba segura de que lo había convencido.

El coronel frunció el ceño intentando mantener una mirada enfurecida, pero incluso él sabía que no se podía resistir a aquella propuesta.  Elisa siempre le había gustado y una cena para dos le intrigaba muchísimo.

También él, a pesar de sus cuarenta y ocho años, aún era un hombre atractivo. Físico atlético, rasgos marcados, pelo corto canoso, mirada firme y decidida sostenida por ojos de un color azul intenso, con una excelente cultura general que le permitía mantener discusiones sobre innumerables temas, todo ello junto al indiscutible atractivo del uniforme, lo convertía en un hombre considerablemente «interesante».

«Vale», resopló el coronel, «pero si esta noche no me trae algo impresionante, ya puede comenzar a recoger toda su chatarra y a hacer la maleta». Intentó utilizar el tono más autoritario que pudo, pero no le salió demasiado bien.

«Esté preparada a las 20:00 horas. Un coche le recogerá en el hotel», y cortó la comunicación algo arrepentido de no haberse, ni siquiera, despedido de ella.


Tengo que darme prisa. Me quedan solo algunas horas hasta que oscurezca.


«Hisham», gritó asomándose a la tienda, «rápido, reúne a todo el equipo. Necesito toda la ayuda posible».

Recorrió, a paso ligero, los pocos metros que la separaban de la zona de excavación, dejando tras ella una serie de nubes de polvo. En cuestión de minutos, todos se reunieron alrededor de ella a la espera de órdenes.

«Tú, por favor, quita la arena de aquella esquina», ordenó indicando el lado de la piedra más alejado de ella. «Y tú, ayúdalo. Por favor, tened mucho cuidado. Si es lo que creo, esta cosa nos salvará el culo».

Nave Espacial Theos – Órbita de Júpiter

El pequeño, pero extremadamente cómodo, módulo esférico de transferencia interna estaba recorriendo, a una velocidad media de 10 m/s, el conducto número tres, que conduciría a Azakis a la entrada del compartimento, donde lo esperaba su compañero Petri.


La Theos, también con forma esférica y con un diámetro de noventa y seis metros, contaba con dieciocho conductos tubulares, cada uno con una longitud de unos trescientos metros que, como meridianos, fueron construidos a una distancia de diez grados el uno del otro y cubrían toda la circunferencia. Cada uno de los veintitrés niveles, de cuatro metros de altura, excepto por la cabina central (nivel undécimo) que medía el doble, era fácilmente alcanzable gracias a las “paradas” que cada conducto tenía en cada planta. En la práctica, para recorrer la distancia entre los puntos más alejados de la nave, se tardaba como máximo quince segundos.


El frenazo del módulo fue casi imperceptible. La puerta se abrió con un ligero silbido y tras ella apareció Petri, de pie con las piernas separadas y los brazos cruzados.

«Hace horas que te espero», dijo con un tono claramente poco creíble. «¿Has terminado de saturar los filtros del aire con esa porquería maloliente que siempre llevas encima?». La alusión a su cigarro fue muy sutil.

Ignorando, con una sonrisita, la provocación, Azakis sacó del cinturón el analizador portátil y lo activó con un gesto del pulgar.

«Aguántame esto y démonos prisa», dijo pasándole con una mano el aparato, mientras con la otra intentaba colocar el sensor dentro del conector de su derecha. «La llegada está prevista para dentro de unas 58 horas y estoy muy preocupado».

«¿Por qué?», preguntó ingenuamente Petri.

«No lo sé. Tengo la sensación de que nos espera una desagradable sorpresa».

El instrumento que Petri tenía en la mano empezó a emitir una serie de sonidos de diferentes frecuencias. Lo observó sin tener ni idea de lo que indicaban. Levantó la mirada hacia el rostro de su amigo buscando alguna señal, pero no la encontró. Azakis, moviéndose con mucho cuidado, movió el sensor a la otra conexión. El analizador emitió una nueva serie de sonidos indescifrables. Después, solo silencio. Azakis cogió el instrumento de la mano de su compañero, observó atentamente los resultados y a continuación sonrió.

«Todo en orden. Podemos proceder».

Sólo entonces, Petri se dio cuenta de que hacía ya rato que había dejado de respirar. Echó todo el aire y notó una cierta sensación de relajación. Un fallo, incluso mínimo, de uno de aquellos conectores, podría comprometer irremediablemente su misión, obligándoles a volver lo más rápidamente posible. Era lo último que quería. Ya casi lo habían conseguido.

«Voy a asearme», dijo Petri, intentando sacudirse el polvo de encima. «La visita a los conductos de descarga siempre es así…», y torciendo el labio superior añadió, «¡instructiva!».

Azakis sonrió. «Nos vemos en la cubierta».

Petri llamó a la cápsula y un segundo después, ya había desaparecido.

El sistema central comunicó que ya habían pasado la órbita de Júpiter sin ningún problema y que se estaban dirigiendo sin incidentes hacia la Tierra. Con un leve pero rápido movimiento de los ojos hacia la derecha, Azakis pidió a su O^COM que le mostrara de nuevo la ruta. El puntito azul que se movía en la línea roja ahora se había desplazado un poco hacia la órbita de Marte. La cuenta atrás que indicaba el tiempo previsto para la llegada indicaba 58 horas exactas y la velocidad de la nave era de 3.000 Km/s. Cada vez estaba más nervioso. Después de todo, esta nave en la que viajaba, era la primera nave espacial equipada con los nuevos motores Bousen, con un diseño completamente diferente a los anteriores. Los diseñadores afirmaban que se podía impulsar la nave a una velocidad parecida a una décima parte de la de la luz. No se había arriesgado aún a llegar a tanto. Por el momento, 3.000 Km/s, le parecían más que suficientes para un viaje inaugural.

На страницу:
1 из 5