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El Códice mendocino: nuevas perspectivas
Entre 1549 y 1553, Thevet viajó por Medio Oriente con apoyo de su benefactor, el Cardenal Jean de Lorraine. Durante este viaje, Thevet se incorporó a la embajada francesa ante el Imperio otomano. Regresó a Europa a finales de 1553 y para 1554 había publicado ya su Cosmographie de Levant. Ese mismo año Thevet fue nombrado capellán del vicealmirante Nicolas Dourand de Villegaignon, a quien acompañó en la expedición que se vendría a conocer como la France Antarctique y por medio de la cual Francia invadió Brasil, en un intento de iniciar una empresa colonizadora del Nuevo Mundo. La misión, registrada por Thevet en las Singularites de la France Antarctique (1574), fracasó y para 1559 Thevet ya había regresado a Francia. Ese año mismo, consiguió una posición en la corte como capellán de la reina Catalina de Medici, madre de Isabel de Valois.14 Tanto Lestringant como Nicholson han observado que Thevet desarrolló una relación cercana con la reina y que recibió de ella todo tipo de regalos y curiosidades que contribuyeran a su labor de geógrafo. Algunos de estos, de acuerdo a la memoria que Thevet comparte en su Grande Insulaire, pueden haber sido manuscritos mexicanos y, uno de ellos, bien podría haber sido el Mendocino.
Si bien la posibilidad de que el Mendocino hubiera llegado a manos de Thevet no por vía de piratas, sino como un regalo, entre otros, que la reina le dio a lo largo de sus años de servicio, le roba algo del aura romántica y de la cualidad de tesoro que ha acumulado a lo largo de los últimos casi cuatro siglos, aun así permite sugerir que el manuscrito sí llegó a España y en consecuencia lo inserta en un contexto mucho más amplio. Y aunque la forma, el momento exacto y el contexto de su llegada son más difíciles de determinar con precisión, esta posibilidad apoya la lectura que he ofrecido en el pasado acerca del origen del Mendocino como un encargo de la élite mexica sobreviviente, y su rol como documento en la defensa de la soberanía de los pueblos del Nuevo Mundo en el contexto del movimiento indigenista del siglo XVI.
Entre 1559 y 1592, Thevet permaneció en la corte de Francia y escribió varios volúmenes acerca de exploraciones, tres de los cuales son relevantes al Nuevo Mundo y en particular al Códice mendocino —la Cosmographie Universelle (1575), los Vrais pourtraits et vies des homes illustres (1584) y el Grande Insulaire (1588)— ya que por detalles de su contenido han sido usados por académicos para identificar al Mendocino dentro de la bibliografía de Thevet. En 1971, Benjamin Keen (citado en Nicholson 1992, 5) se refirió en este sentido a un extracto de la Cosmographie Universelle:
Tengo en mi gabinete dos discos grabados de marfil o de otra bestia salvaje que recuperé del botín de un barco que vino de esas tierras. En el medio de dichos discos se pueden ver ciertas letras hechas como ranas o sapos y otros animales tanto terrestres como acuáticos alrededor de las mencionadas letras.
Si bien en este fragmento de texto Thevet se refiere a objetos provenientes de México en su colección particular, como ya lo notó Nicholson (1992, 5) en su momento, es evidente que estos no son del Códice mendocino. Sin embargo, en los Vrais pourtraits, Thevet sí hace referencia a manuscritos que resuenan con el Mendocino:
confieso que para ordenar sus ideas, los mexicanos usan caracteres reminiscentes de diversos animales terrestres y acuáticos y las cabezas, pies, brazos y otras extremidades humanas de la misma manera que los egipcios y etiopes hacían en sus letras jeroglíficas—un tema que he tratado ampliamente en mi Cosmografía. Dos tales libros tengo en mi propiedad que fueron escritos a mano en la ciudad de Themistitan y llenos con los caracteres y figuras y la interpretación de ellos. (5)
Este pasaje, considerado en conjunto con el anteriormente referido fragmento del Grande Insulaire, parecerían referirse tanto al Mendocino como a al menos un manuscrito mexicano adicional en su biblioteca. Pero más importante y desconcertante es el hecho de que ambos textos provienen de la década de 1580, y que parecerían indicar que Thevet planeaba publicar sus manuscritos mexicanos en el futuro cercano. Sin embargo, para 1587 —como lo sugiere la inscripción inglesa en la última guarda antes del folio 1r que reza “d. yourselfe in gold rydinge to londen ye 7th of september 1587/v”— el Mendocino habría abandonado a Thevet y se encontraría en poder de su nuevo dueño, el geógrafo inglés Richard Hakluyt.
Un hombre de habilidades notables, Richard Hakluyt permaneció en París entre 1583 y 1588. Clérigo por entrenamiento, sus amplias actividades abarcaban frentes tan distintos como la secretaría de Sir Edward Stafford, la traducción, la capellanía, autoría de textos políticos y, probablemente, inteligencia. De hecho, sabemos que durante su misión en Francia cumplía con los encargos de Sir Francis Walsingham y Robert Cecil de procurar cuanta información pudiera acerca de las cortes francesa y española, así como de sus empresas ultramarinas con el fin de explorar la posibilidad de una colonización inglesa del Nuevo Mundo (Hakluyt 1850).
Entre 1583 y 1586 Hakluyt escribió varias obras que resaltaban las posibilidades que el Nuevo Mundo presentaba para Inglaterra. Dentro de estas se destacan A Discourse on Western Planting de 1584 y la traducción al inglés de las Décadas del Nuevo Mundo de Pedro Martir de Anglería, que dedicó a Sir Walter Raleigh (Hakluyt [1584] 1993).15 Durante este periodo Hakluyt se conoció con Thevet y obtuvo el Mendocino de este último. En la opinión de Nicholson, la mencionada frase “d. yourselfe in gold rydinge to londen ye 7th of september 1587/v” indicaría no solo que el Mendocino habría cambiado de dueño, sino que para ese entonces el manuscrito se encontraba en Inglaterra o de camino a esta. Hakluyt regresó a Inglaterra en 1588 y, a partir de ese momento se dedicó a promover la empresa colonizadora inglesa. Sin embargo, dentro de todo lo que escribió y compiló, no hay evidencia de presencia alguna del Mendocino. Después de su muerte en 1616, Samuel Purchas adquirió sus papeles y dentro de ellos el Mendocino, que publicó en 1625 y lo convirtió en el manuscrito mexicano de mayor circulación y traducción de los siguientes dos siglos.
Con este hecho volvemos al inicio de la discusión. Sin embargo, las incógnitas acerca de su llegada a Europa y a las manos de Thevet siguen vigentes y nos compete, en lugar de buscar certezas, sugerir apertura para considerar que la trayectoria inicial del Mendocino puede haber incorporado una estadía de duración indeterminada en la corte de España. Los contenidos del manuscrito, como lo ha sugerido quien escribe en anteriores estudios y de nuevo se presenta en este volumen, pueden haber estado alineados al movimiento indigenista liderado por Bartolomé de las Casas (Gómez Tejada 2012, 269–306; 2018). Su razón de ser, más allá del encargo virreinal o del documento informativo, podría obedecer a la de una apología del mundo prehispánico y lo justo y legítimo de su gobierno y estructura social, prefigurando de esta manera el rol que tanto Clavijero como Kingsborough le dieron al Mendocino en subsiguientes momentos de alta carga política emancipadora.
El nacimiento del Códice mendocino: la Historia antigua de México de Francisco Clavijero (1780-81)
Pese a la continua reproducción, circulación y estudio del Códice mendocino entre los siglos XVI y XXI, son dos los momentos que definieron la construcción de su historia. El primero fue el de su publicación en el compendio de exploración Hakluytus Posthumus: or, Purchas His Pilgrimes de Samuel Purchas en 1625 y que consideramos en la sección anterior. El segundo llegó en 1780-81, cuando el jesuita Francisco Clavijero lo incluía en la Storia Antica del Messico como una de sus fuentes bibliográficas y lo identificaba por primera vez como La colección de Mendoza. El gesto en sí es poderoso.
Por un lado, al bautizar el manuscrito con el nombre de Mendoza, Clavijero tomaba un manuscrito de importancia indiscutible, pero cuyo patronazgo y autoría eran anónimos, y lo relacionaba de manera vinculante con una de las figuras más importantes de la historia mexicana: el primer virrey de Nueva España, cuya reputación como estadista, benefactor y constructor del virreinato, eran ampliamente conocidas.16 Asimismo, el concepto de colección —en italiano, raccolta— hacía del rol de Mendoza uno activo. No era él un simple patrocinador o beneficiario del trabajo de alguien más, sino que era él mismo quien recogía aquello que llevaba su nombre. La forma particular que tomó este gesto en el contexto de la bibliografía de Clavijero establece un eje alrededor de esta decisión y revela una intención no declarada de manera explícita en la construcción de su narrativa. En esta el Mendocino es presentado como el punto de inflexión entre las historias prehispánicas y las fuentes escritas, en consecuencia entre el México prehispánico y el moderno. Como tal, adopta las características de un documento fundacional.
La Historia antigua de México
En esta sección deseo explorar el gesto de relacionar el manuscrito con el primer virrey de Nueva España y entenderlo dentro del contexto de la producción bibliográfica de Clavijero y lo que Rolena Adorno ha identificado como el objetivo de recuperación de la nación mexicana que guiaba la labor del jesuita. Este gesto se expresa como un proceso de disonancia cognoscitiva, el cual, en ausencia de evidencia contundente de la conexión entre el manuscrito y el virrey, el historiador ve aquello que desea ver y construye una identidad para el manuscrito con el fin de validar sus propias metas.
Apenas cinco años después de la declaración de independencia de los Estados Unidos, salía al público la Historia antigua de México del jesuita Francisco Clavijero. Esta fue publicada inicialmente en italiano como la Storia Antica del Messico, debido a que la Compañía de Jesús había sido expulsada de los territorios de la corona española desde 1767 y Clavijero, junto con otro grupo grande de jesuitas, se había instalado en Boloña. En Italia y con el patrocinio de un número importante de notables seculares y eclesiásticos, cuyos nombres incluyó en las primeras páginas de la Storia, Clavijero pudo sacar a la luz su obra por primera vez.
La organización de los diez libros que constituyen la Storia siguió las normas y preceptos de la escritura histórica durante la Ilustración. Esta buscó ser objetiva, contar con amplio fundamento documental de fuentes autoritativas y estructurar la narrativa como una secuencia ascendente evolutiva: desde una descripción del entorno natural de México hasta un grupo de “disertaciones” en las cuales se discuten las virtudes y, más frecuentemente, defectos de las obras que ilustrados extranjeros habían escrito acerca de México, particularmente el escocés William Robertson. Para contextualizar la identificación que hace Clavijero de Antonio de Mendoza, como el responsable por el manuscrito y entender la función que el manuscrito, una vez identificado, cumple en la obra de Clavijero; la presente sección pide que nos enfoquemos en particular en las declaraciones, tanto explícitas como implícitas, que hace Clavijero en las páginas de título, dedicatoria, introducción y bibliografía de la Storia.
En la dedicatoria de la Storia a la Universidad Pontificia, Clavijero (1780, 2:iii–iv, vii) declara explícitamente que, al ser mexicano, él tiene autoridad para hablar sobre la historia de su nación; el haber estudiado la historia de su pueblo de primera mano, puede decidir sobre el mérito de las obras que han sido escritas sobre México y corregir los errores que estas contuvieran. Asimismo, califica su obra como un esfuerzo gallardo efectuado para beneficio de su patria a pesar de las calamidades que le han acaecido. Finalmente, dice, su trabajo es evidencia del amor sincero y veneración que siente por su patria. Este tema es reiterado en la introducción del libro donde además deja en claro que con esta obra busca devolver a su patria el esplendor que una turba de escritores modernos de las Américas había turbado (2:1). El rol que Clavijero dice cumplir como defensor de la verdad acerca de su patria es fundamental para entender las decisiones que toma para la composición de su obra, como son la selección de fuentes y el establecimiento de un arco narrativo. Y es, por esta razón, que es importante considerar una declaración que hace Clavijero y que puede pasar desapercibida pero que arroja luz sobre su proceso.
Desde un inicio en la obra, podemos ver que la perspectiva desde la que Clavijero dice escribir es la de la objetividad. El título de la obra en su primera edición es Storia antica del Messico y su subtítulo es Cavata da’migliori storici spagniuoli e da manuscriti, e dalle pitture antiche degl’indiani, que ha sido traducida como Historia antigua de México: Sacada de los mejores historiadores españoles y de los manuscritos y de las pinturas antiguas de los indios. Deseo llamar la atención a la palabra italiana cavata, traducida al español como sacada.17 Si bien cavare puede ser traducida como sacar, también significa obtener, extraer. Al sacar o extraer algo, el autor se asume como medio para la obtención del objeto, en este caso aquello que se encuentra en una fuente, y advierte de manera implícita que no ha habido manipulación o interpretación. Así, a lo largo de los diez libros de la Storia, con excepción de las disertaciones —en donde Clavijero sí ofrece sus propios argumentos— el lenguaje que utiliza, así como el estilo de su redacción, daría la ilusión de que la relación que establece con sus fuentes es la de un vehículo para que estas transmitan su contenido. Siempre en su redacción podemos identificar que son las ideas y recolecciones de sus fuentes las que priman y no las suyas. De esta manera, podemos considerar la profusión de pies de página, cuadros, mapas y listas comparativas que ofrece Clavijero como más que simples receptáculos de reflexiones al margen, referencias o reconocimiento de autoría, sino que llevan consigo la estructura misma de la obra y establecen un verdadero locus de la autoría de la Storia. Son las fuentes lo importante, no el compilador.
Esta observación es importante por cuanto vemos que Clavijero hace una diferencia consciente entre la naturaleza de sus acciones versus aquellas de los autores de las fuentes que cita. Así, cuando decide relacionar a Antonio de Mendoza con el manuscrito, usa un verbo que implica una posición más participativa en cuanto a los contenidos de la obra. En el título que asigna al manuscrito, “La raccolta di Mendoza”, la palabra activa es raccolta, que se traduce al español como colección. El acto de racogliere, que se traduce al español como recoger, cosechar, coleccionar implica una posición distinta a cavare, pues implica que el individuo escoge y compone aquello que ha sido raccolto, coleccionado. Así, “La colección de Mendoza” no es simplemente un conjunto de imágenes y textos que el virrey recibió o consiguió, sino un documento sobre el cual él tuvo influencia, como bien lo anuncia en su texto Clavigero (1780, 2:22) cuando dice lo siguiente:
La Raccolta di Mendoza. Così chiamiamo la collezione di 63 pitture messicane fatta far dal primo Vicerè del Messico D. Antonio Mendoza, alle quali fece aggiungere da persone intendenti la loro interpretazione nelle lingue Messicana, e Spagnuola per mandarle all’Imperatore Carlo V.
El rol de Clavijero y de Mendoza, en cuanto a sus respectivos manuscritos, no podría ser más opuesto. Uno es el intermediario en una empresa bibliográfica que busca transmitir la verdad que, en su opinión, ha sido enlodada por autores extranjeros y, como tal, actúa como vehículo para que la voz de autores veraces pueda ser escuchada y así devolver el esplendor a la historia de su patria. El otro es en cambio un sujeto activo en la recolección de información sobre México, es el creador de una fuente primaria. Esta idea nos permite considerar al Mendocino en el contexto de las fuentes bibliográficas que Clavijero anuncia al inicio de su obra y sugerir que la función del documento va más allá de lo que podría ser otra fuente bibliográfica.
La bibliografía de Clavijero
Inmediatamente después de la “Introducción”, Clavijero cita 47 fuentes que divide en dos categorías: historias escritas por autores europeos y mexicanos, y colecciones de pinturas, o sea, libros mexicanos pictográficos. El Mendocino forma parte del segundo grupo.
Como podemos ver en la tabla 2, Clavijero organiza sus fuentes textuales de forma cronológica. Así, empieza con Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo, dos autores conocidos que fueron actores de la conquista, y termina con los textos de Boturini, notable historiador y coleccionista del siglo XVIII. Pero la forma en que Clavijero organiza los manuscritos pictográficos mexicanos en esta bibliografía parecería ser distinta. En esta lista Clavijero cita cinco manuscritos pictográficos, a los que se refiere como colecciones de pinturas de utilidad para la escritura de la historia de México (Clavijero 1780, 2:22). Cuatro de estos fueron presentados como antigüedades prehispánicas cuando, de hecho, contenían elementos coloniales, arrojando luz sobre el sesgo con el que Clavijero entendía este material y el valor que quiso darle en el contexto de su bibliografía: fuentes primarias de autoridad incuestionable por su origen.
La quinta fuente de esta lista nos ocupa en este ensayo. Pese a que Clavijero la juntó con documentos de origen prehispánico, en ningún momento pretendió en su explicación que esta fuera otra cosa que un manuscrito colonial. Lo interesante en esto es, una vez más, no solamente el qué sino el cómo. De manera contraria a la forma en que Clavijero organizó sus fuentes históricas, al presentar el Mendocino al inicio de su lista de material prehispánico, Clavijero revierte conscientemente el principio cronológico que parecería haber guiado la presentación de su bibliografía y resalta efectivamente el manuscrito colonial que acaba de bautizar.
Así, la bibliografía de la Storia de Clavijero toma la forma de un gran espejo con las obras textuales organizadas en una progresión cronológica del siglo XVI al XVIII, mientras que las obras pictográficas siguen una organización cronológica en reversa. De esta manera, el Mendocino, documento colonial que incorporaba material textual y pictográfico fruto del encargo del primer virrey de Nueva España, funciona como un eje bibliográfico entre el mundo de la historia europea y la prehispánica. El cómo de esta presentación es importante pues, de la misma manera que Purchas lo había hecho más de un siglo antes, al presentar el manuscrito como una obra anónima pero de gran valor —al punto de llamarla “la más valiosa de sus joyas”— Clavijero separa y resalta el manuscrito del grupo al cual lo asigna al ignorar el orden que había establecido ya para la presentación de las fuentes y al identificarlo por primera vez con don Antonio de Mendoza. Para los fines y propósitos de considerar de manera nominal la inclusión de este manuscrito en la bibliografía de la Storia, el orden en que aparece es irrelevante. Pero, junto con el nombre con que se bautiza el documento —en el contexto histórico en que surge la obra de Clavijero y en el de la función que este le asigna a su Storia como un vehículo para el proyecto de construcción nacionalista— el gesto no puede ser pasado por alto.
Tabla 2: Las fuentes bibliográficas de la Storia antica del Messico
Por un lado, al incorporar material textual y pictográfico, el Mendocino funciona como una transición deseable entre las fuentes coloniales y las prehispánicas, y cumple por lo tanto un rol práctico en la presentación de la bibliografía. Por otro, al relacionar al manuscrito con el primer virrey de Nueva España de manera activa —llamándolo la “Colección [raccolta] de Mendoza”, conociendo la reputación de estadista y humanista del virrey, ya fuera de manera consciente o inconsciente— Clavijero asigna a este un rol de responsabilidad acerca de los contenidos del manuscrito, aunque no hubiera sido el autor material de los mismos. La identificación de Mendoza como el responsable de la obra le asigna al manuscrito una posición de preeminencia, una calidad cuasi fundacional. Al atribuir este rol de responsabilidad sobre el manuscrito a Antonio de Mendoza, Clavijero construye un arco narrativo para su bibliografía que gira en torno al momento en que el México antiguo y pictográfico converge con el México moderno, textual, y lo identifica con el nacimiento del virreinato de la Nueva España como la estructura política sobre la cual toma forma la nación mexicana moderna. Desde ese momento, los estudiosos de México podrían obtener verdades específicas sobre el México antiguo y la Nueva España; tales como datos sobre la estructura económica mexica o sus costumbres alimenticias o la forma de educar a sus hijos y crear discursos específicos sobre el México antiguo por medio de un “retorno al origen” de la Nueva España, que combina la autoridad Real encarnada en el virrey y la voz indígena articulada por las imágenes y los textos del manuscrito. Pero ¿por qué Mendoza? ¿Por qué no atribuir el manuscrito al patronazgo de Luis de Velasco, Hernán Cortés, Vasco de Quiroga u otros de los notables novohispanos del periodo cuya autoridad podría haber sido igualmente deseable al del valor del manuscrito como una fuente primaria de reputación incuestionable?
Don Antonio de Mendoza
El primer virrey de Nueva España es uno de los personajes más famosos de la historia colonial española. Hijo de Íñigo López de Mendoza, Capitán General de Granada, don Antonio tuvo desde temprana edad una educación privilegiada. Su tutor fue Pedro Mártir de Anglería, primer cronista de las Indias, y la cercanía con la corona castellana, de la que disfrutó su familia, le garantizó acceso al círculo más íntimo de la corte española (Aiton 1927). Dentro de las dignidades de las que disfrutó durante su vida en Europa están las de caballero de la cámara de Carlos I y embajador en Viena, una de las capitales más importantes de la Europa de los Habsburgo. Pero no es solamente su linaje o lo fortuito de haber sido el primer virrey de Nueva España lo que lo diferencia de otros administradores de la corona en el Nuevo Mundo, sino también su reputación de humanista. En conjunto, estas condiciones lo destacan en la historia de la colonia temprana y hacen que un manuscrito como el Mendocino se viera más beneficiado por una conexión con él que con algún otro de los notables del mismo periodo.
Esta condición especial de Mendoza como virrey y letrado son resaltadas por autores contemporáneos como Fray Jerónimo de Alcalá y Juan de Matienzo. En el prólogo de La relación de Michoacán, Alcalá ([1540] 1980, 5–6) se refiere a Mendoza como “elegido por Dios” para gobernar y resalta las cualidades de la benignidad, prudencia, afabilidad, gravedad y celo para la implantación de la fe cristiana que este encarnaba. Estos epítetos parecerían hacer eco del tono en que Juan de Matienzo ([1567] 1967, 207) se refiere a Mendoza en su gobierno del Perú, donde lo llama “luz y espejo para todos los virreyes futuros”. Al referirse así sobre Mendoza, ambos autores citan de manera implícita ideas ampliamente conocidas y establecidas acerca del rol práctico y simbólico del virrey castellano. En The King’s Living Image de Alejandro Cañeque (2004, 25) y en La edad de oro de los virreyes de Manuel Rivero Rodríguez (2011), citando autores legales de la época como Rafael de Vilosa, Juan de Solórzano, Erasmo de Rotterdam, Mercurino Gattinara, entre otros, se ha resaltado varios elementos fundamentales de la ideología virreinal, como la noción de que el virrey era considerado no solamente un administrador de alto rango, sino el alter ego del rey: los actos, los favores y los encargos del virrey eran considerados como si fueran del rey mismo. El atribuir el encargo del Mendocino al virrey con el fin de elevar su valor es algo que inclusive Purchas parecería haber entendido de manera intuitiva, como lo demuestra el conocido texto por medio del cual explica la llegada del manuscrito a manos de Thevet, y que Clavijero encontró como algo deseable al momento de incluir el manuscrito en sus fuentes. Atribuirlo a Mendoza entre otros virreyes le otorgó al manuscrito no solamente la reputación de un encargo virreinal, sino la del primer virrey, cuya prestancia como gobernante e intelectual no eran igualadas por ninguno de sus sucesores.