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El Códice mendocino: nuevas perspectivas
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El Códice mendocino: nuevas perspectivas
Autores: Jorge Gómez Tejada1, Davide Domenici2, Chiara Grazia3, David Buti4, Laura Cartechini5, Francesca Rosi5, Francesca Gabrieli5, Virginia María Lladó-Buisán6, Aldo Romani3, Antonio Sgamellotti7, Constanza Miliani8, B. C. Barker-Benfield6, Diana Magaloni9, Mary Ellen Miller10, Claudia Brittenham11, Frances F. Berdan12, Barbara E. Mundy13, Daniela Bleichmar14, Todd P. Olson15, Carmen Fernández-Salvador1, Joanne Harwood16, Lucien Sun11
1Universidad San Francisco de Quito USFQ, Quito, Ecuador; 2Dipartimento di Storia Culture Civiltà, Università di Bologna, Italia; 3Centro di Eccellenza SMAArt (Scientific Methodologies applied to Archaeology and Art), Dipartimento di Chimica, Biologia e Biotecnologie, Università di Perugia, Italia; 4CNR-ISPC (Istituto di Scienze del Patrimonio Culturale), Florencia, Italia; 5CNR–SCITEC (Istituto di Scienze e Tecnologie Chimiche "Giulio Natta"), Perugia, Italia; 6Head of Conservation & Collection Care, The Bodleian Libraries, University of Oxford, EE. UU.; 7Accademia dei Lincei, Roma, Italia; 8CNR-ISPC (Istituto di Scienze del Patrimonio Culturale), Nápoles, Italia; 9Los Angeles County Museum of Art/Universidad Nacional Autónoma de México; 10Getty Research Institute, EE. UU.; 11Universidad de Chicago, Illinois, EE. UU.; 12Universidad de California, San Bernardino, EE. UU.; 12Tulane University, Nueva Orleans, EE. UU; 14University of Southern California, Los Ángeles, EE. UU.; 15University of California, Berkeley, EE. UU.; 16Investigadora independiente
Esta obra es publicada luego de un proceso de revisión por pares ciegos (peer-reviewed).
Editor del libro: Jorge Gómez Tejada
Producción editorial: Andrea Naranjo
Diseño y diagramación: Ricardo Vásquez
Diseño de cubierta: Ricardo Vásquez
Corrección profesional: Lucas Andino
Traducción al español: Valentina Bravo y Alejandro Cathey
© Jorge Gómez Tejada, Davide Domenici, Chiara Grazia, David Buti, Laura Cartechini, Francesca Rosi, Francesca Gabrieli, Virginia María Lladó-Buisán, Aldo Romani, Antonio Sgamellotti, Constanza Miliani, B. C. Barker-Benfield, Diana Magaloni, Mary Ellen Miller, Claudia Brittenham, Frances F. Berdan, Barbara E. Mundy, Daniela Bleichmar, Todd P. Olson, Carmen Fernández-Salvador, Joanne Harwood, Lucien Sun, 2021
© Universidad San Francisco de Quito USFQ, 2021
© Richard Ovenden, del Prefacio, 2021
Todos los derechos reservados. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.
ISBN: 978-9978-68-192-3
Primera edición en formato digital: diciembre, 2021
Catalogación en la fuente Biblioteca de la Universidad San Francisco de Quito USFQ.
Se sugiere citar esta obra de la siguiente forma:
Gómez Tejada, J. (Ed.) (2021). Códice mendocino: nuevas perspectivas. USFQ PRESS y Bilbioteca Bodleiana.
El uso de nombres descriptivos generales, nombres comerciales, marcas registradas, etcétera, en esta publicación no implica, incluso en ausencia de una declaración específica, que estos nombres están exentos de las leyes y reglamentos de protección pertinentes y, por tanto, libres para su uso general.
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Prefacio
Desde el momento de su creación, el Códice mendocino ha sido un documento de gran importancia internacional, así lo demuestran sus primeras travesías. El papel europeo con el cual fue creado debió haber cruzado el Atlántico de ida y de vuelta en rápida sucesión durante los primeros años de la década de 1540. En el último folio, el texto del comentador español dice que, una vez terminado, el manuscrito permaneció en México durante menos de diez días antes de que la flota que lo transportaría a Europa zarpara. Después de un periodo en la Francia renacentista, llegó a Oxford, donde ha sido mantenido a salvo durante más de 350 años en la Biblioteca Bodleiana.
El Códice mendocino encarna una tragedia abrumadora: la caída de una civilización. Sin embargo, también cristaliza y en cierta forma celebra la cultura en derrumbe a través del registro y la interpretación no solo de su historia, geografía (por medio de declaraciones de impuestos) y vida cotidiana, sino también de su arte, lenguaje y escritura pictórica. Todo esto está cifrado en una lengua europea, como si fuese a permitir una mayor comprensión.
Aun antes de ser obsequiado a la Biblioteca Bodleiana por los albaceas de John Selden alrededor de 1659, el contenido intelectual del manuscrito estaba disponible para ser estudiado a través de una serie de xilografías, impresas en el tercer volumen de Purchas his Pilgrimes (1625). El Códice mendocino tuvo el honor, en 1831, de ser el primer manuscrito reproducido totalmente en color, en el primer volumen de Antiquities of Mexico, un facsímil litográfico producido por Lord Kingsborough. Esta publicación, al igual que la de sucesivos facsímiles fotográficos del siglo XX, resultó ser muy costosa como para gozar de una circulación más amplia. Por otro lado, en el transcurso de los últimos años, la tecnología digital ha permitido reproducir sus páginas en línea, además de posibilitar estudios más precisos de los colores empleados a través de análisis instrumental no destructivo y fotografía multiespectral.
Consecuentemente, es con el mayor de los placeres que celebro este nuevo facsímil a color del Códice mendocino, publicado en Ecuador y con contribuciones de académicos de América Latina, Estados Unidos y Europa. Esto va de la mano con el objetivo de las bibliotecas Bodleianas de la Universidad de Oxford: hacer disponible el manuscrito en todos sus aspectos para cultivar su estudio alrededor del mundo.
Richard Ovenden
Bibliotecario de la Bodleiana
Contenidos
PREFACIO
CAPÍTULO 1
La historia del Códice mendocino
Jorge Gómez Tejada
CAPÍTULO 2
Los materiales pictóricos del Códice mendocino
Davide Domenici, Chiara Grazia, David Buti, Laura Cartechini, Francesca Rosi, Francesca Gabrieli, Virginia M. Lladó-Buisán, Aldo Romani, Antonio Sgamellotti, Costanza Miliani
CAPÍTULO 3
Informe de reparaciones de 1985-86, marcas de agua y compaginación del Códice mendocino (Oxford, Biblioteca Bodleiana,
B. C. Barker-Benfield
CAPÍTULO 4
El concepto de estilo para los pintores nahuas de la Nueva España
Diana Magaloni
CAPÍTULO 5
Los creadores del Códice mendocino
Jorge Gómez Tejada
CAPÍTULO 6
La blanqueza de sus ropas
Mary Ellen Miller
CAPÍTULO 7
La representación de la tributación en el Códice mendocino
Claudia Brittenham
CAPÍTULO 8
Escritura glífica azteca en el Códice mendocino y otros manuscritos pictóricos: algunas reflexiones nuevas
Frances F. Berdan
CAPÍTULO 9
El Códice mendocino y la ciudad de México-Tenochtitlan
Barbara E. Mundy
CAPÍTULO 10
La imagen legible: pintura en traducción
Daniela Bleichmar
CAPÍTULO 11
Abducción: la recepción y reproducción del Códice mendocino en Francia e Inglaterra (1553-1696)
Todd P. Olson
CAPÍTULO 12
Aprendiendo a observar: imágenes, oratoria sagrada y memoria en Conzederaciones de Guamán Poma de Ayala
Carmen Fernández-Salvador
CAPÍTULO 13
La antigua regla para la vida en el Códice mendocino: la parte 3 como un tonalamatl transformado
Joanne Harwood
CAPÍTULO 14
Ordenando las conquistas: Sección I del Códice mendocino
Lucien Sun
ÍNDICE DE TABLAS Y GRÁFICOS
ÍNDICE DE FIGURAS
NUEVAS PERSPECTIVAS
CAPÍTULO 1
La historia del Códice mendocino
Jorge Gómez Tejada
Universidad San Francisco de Quito USFQ
El Códice mendocino, como se lo conoce desde finales del siglo XVIII, cuando Francisco Clavijero lo relacionara por primera vez con don Antonio de Mendoza —primer virrey de Nueva España— es uno de los ejemplos más hermosos del tlacuilolli, el arte de pintar y escribir del mundo nahua. Fabricado en algún momento entre 1542 y 1552, el Mendocino es también uno de los proyectos colaborativos entre artistas nahuas e intérpretes hispanos mejor conocidos de la primera mitad del siglo XVI.1 La narrativa que surge en el Mendocino, a partir de la convergencia de la pintura-escritura nahua con la escritura alfabética española, configura una historia tripartita del mundo mexica, desde la fundación de la ciudad de Tenochtitlan, en 1325, hasta la muerte de su último tlatoani soberano, Motecuhzoma Xocoyotzin en 1521.
La primera sección del manuscrito (folios 1r a 18r) representa de forma concisa el crecimiento del Estado mexica y —como lo muestra Barbara E. Mundy en este volumen— la constitución del altepetl de Tenochtitlan como sujeto de la narrativa misma, a partir un doble eje compuesto de conquistas militares y breves biografías de los señores de Tenochtitlan. La segunda sección del manuscrito (folios 18v a 56r) articula la relación entre la capital mexica y sus vasallos por medio de la representación del proceso de extracción de impuestos.2 Las decisiones que los artistas toman en la presentación u omisión de los objetos de este intercambio impositivo enfatizan tanto el valor asignado a artículos terminados sobre productos brutos —resaltando una estructura social basada en la división y especialización del trabajo— como la performatividad de este tipo de documentos.3 En la tercera sección del manuscrito (folios 56v a 71v), los artistas que crearon el Mendocino presentan a los habitantes de este Estado, por medio de composiciones pictóricas sin precedentes, que hacen eco de la retórica de belleza y orden de las primeras dos secciones del manuscrito y ponen rostros a los eventos y relaciones sociales, objeto de estas.
En conjunto, las pinturas y textos de las tres secciones evocan tanto nociones tradicionales mesoamericanas del orden social como aquellas que importadas de España constituyeron puntos de convergencia y tensión entre ambas sociedades. La cuadrícula mesoamericana funge como principio ordenador del manuscrito y converge con aquella importada por los primeros urbanistas novohispanos en páginas de pensadores como Leon Battista Alberti. Al mismo tiempo, las leyes dadas por los señores de México a lo largo de la primera sección del Mendocino se reflejan en las nociones de civilidad que encarna el concepto español de policía, a partir del cual se mediría y se debatiría la naturaleza de las sociedades del Nuevo Mundo a lo largo del siglo XVI. La representación del espacio, tradicionalmente bidimensional en los manuscritos mexicanos, se contrapone al de la perspectiva de un solo punto importada de Europa por frailes cosmopolitas, la cual expande las posibilidades de representación del mundo material tanto para el artista nahua como para el espectador europeo. Todos estos temas son abordados en los capítulos subsiguientes.
A lo largo de su historia, el Códice mendocino se ha presentado como un objeto de forma e identidad en constante cambio, en parte por la naturaleza misma del objeto —un manuscrito de 71 folios cuya totalidad es imposible de comprender de manera inmediata— y en parte, por la manera en que cada estudio lo ha analizado, respondiendo a distintas preguntas originadas en contextos históricos diferentes. Así lo sugiere el reciente trabajo de Daniela Bleichmar, quien en su estudio sobre la circulación y transmisión del Mendocino ha observado que la ontología del manuscrito se manifiesta inestable a lo largo del tiempo y es recreada por cada nuevo estudio e interpretación, pese a que el objeto mismo se ha mantenido estático en Oxford (2020, 199). Asimismo, en este volumen Todd P. Olson aborda el Mendocino a través de su recepción e interpretación en la obra de Melchisédech Thévenot, identificando un proceso gradual de secuestro y disolución de los contenidos del manuscrito hasta que estos se hacen prácticamente irreconocibles dentro el universo del conocimiento enciclopédico que tomó forma a lo largo del siglo XVII. El trabajo de estos historiadores del arte ve al Mendocino más allá del documento histórico o la fuente primaria y funciona como un segue lógico al de aquellos de estudiosos como H. B. Nicholson, Silvio Zavala o James Cooper Clark, quienes respondiendo a las prioridades históricas del momento, buscaron otorgar al manuscrito una identidad lo más apegada a lo que la realidad de la investigación documental les permitiera.
Con base a hallazgos tempranos y recientes sobre la materialidad, contexto histórico y circulación del manuscrito, además de sus contenidos, prioridades y recepción, este volumen busca contribuir al agregado de identidades que historiadores han creado para el Mendocino; por medio de algo tan sencillo, como cambiar el ritmo y énfasis de los distintos episodios de la historia de la reproducción y circulación del manuscrito, o establecer rangos de fechas para la creación del manuscrito, a partir del doble eje que ofrece el análisis histórico y el estudio de la materialidad del códice. Este agregado, parafraseando una de las ideas de Daniela Bleichmar, aporta en la construcción de la ontología fluida del Mendocino. Esta decisión resalta invariablemente elementos que, independientemente de su importancia para la historia del manuscrito, habrían sido relegados a la periferia de estudios anteriores.
Tal es el caso de las contrastantes hipótesis para la llegada del Mendocino a manos de su primer dueño conocido, el geógrafo francés André Thevet, o el momento en el siglo XVIII en el que Clavijero “inventa” el Códice mendocino a partir de una fuente ampliamente conocida, pero anónima. La primera de estas ha sido subsidiaria a una historia enfocada en demostrar la conexión entre el primer virrey de Nueva España y el manuscrito a partir del mencionado momento de invención de Clavijero en el siglo XVIII. De esta forma, la manera en que llegó el Mendocino a Francia se dio por sentada, a partir de un relato que, como veremos, carece de sustento en sus afirmaciones en el mejor de los casos y da información falsa en el peor de ellos. En este ensayo se plantea la posibilidad de una ruta alternativa que abre el manuscrito a un contexto europeo inicial mucho más amplio que el del encargo virreinal; al mismo tiempo que se reconoce que, dada la realidad de la evidencia documental disponible hasta ahora, es imposible verificar la trayectoria inicial del manuscrito con total certeza. Asimismo, se sugiere que la decisión que tomó Clavijero obedeció más a la agenda de su obra literaria en el contexto de un momento proto-nacionalista mexicano que a la existencia de evidencia que atara el manuscrito al virrey.
La trayectoria del Códice mendocino reexaminada
Cuenta la historia que este manuscrito fue creado por encargo del primer virrey de Nueva España, don Antonio de Mendoza (r. 1535-1550), para ser enviado a Carlos I de España. Sin embargo, el manuscrito llegó a Francia, donde fue adquirido por el geógrafo y clérigo André Thevet (1516?-1592); quien, a partir de 1559 se desempeñaría como geógrafo de cuatro reyes de la dinastía Valois-Angouleme. Pese a que, como discutiremos más adelante en este capítulo, Thevet volvió una y otra vez al manuscrito, firmándolo y marcándolo en distintas páginas. En la década de 1580 el manuscrito pasó a manos del clérigo y geógrafo inglés Richard Hakluyt (1552-1616), quien fue secretario del embajador inglés en Francia, Sir Edward Stafford, entre 1583 y 1588. Después de la muerte de Hakluyt en 1616, el manuscrito pasó a manos de otro inglés, Samuel Purchas (1577-1626), quien fue el primero en publicar las imágenes y textos del Mendocino en 1625 como parte de su compendio de exploración Hakluytus Posthumus: or, Purchas His Pilgrimes. Finalmente, el manuscrito pasó a su último dueño privado: John Selden (1584-1654), jurista y erudito especialmente interesado en leyes antiguas inglesas y hebreas, en egiptología y en las culturas del Nuevo Mundo prehispánico (Toomer 2009). De hecho, su biblioteca, que fue donada a la Biblioteca Bodleiana después de su muerte en 1655, contenía tres manuscritos mexicanos: el Códice mendocino; el Códice Selden, también conocido como Códice Añute; y el Rollo Selden, también conocido como Rollo del Fuego Nuevo.4 Si bien el interés de Selden en el México prehispánico parece haber sido tangencial, su perfil es digno de considerarse ya que prefigura aquel de los estudiosos que incluirían el Códice mendocino en sus obras durante los siguiente dos siglos: pensadores con interés en la antigüedad mediterránea y cómo esta se reflejaba en términos conceptuales y a veces prácticos en el Nuevo Mundo, con interés en el judaísmo y su impresión en la construcción del pensamiento occidental, y con interés en la historia natural.
Pese a la continua reproducción y circulación sostenida del manuscrito a lo largo del siglo XVII y XVIII, dos de los momentos más importantes para la construcción de la historia moderna del Mendocino llegaron a finales del siglo XVIII e inicios del XIX. En 1781, Francisco Clavijero —jesuita mexicano exiliado en Italia— lo identificaba como la Colección de Mendoza en su Historia del México antiguo. Esto dio inicio a toda una nueva etapa de estudios enfocados en la conexión entre el manuscrito y el primer virrey de Nueva España, tratándolo como un documento fundacional de lo que ya en ese entonces se vislumbraba como un momento proto-nacionalista mexicano. Como veremos más adelante, en la introducción a su Historia, Clavijero (1964) anunciaba que su obra sería una “primera verdadera historia de México para el servicio de la patria y la nación”. Acto seguido, escogía y anunciaba 47 fuentes para escribirla, todas y cada una de las cuales eran historias pintadas por artistas mexicanos, o historias escritas por notables novohispanos o por autores cuyos textos eran simpáticos a una narrativa de inclinación nacionalista. Dentro de estas figuraba prominentemente lo que él identificó por vez primera como “La colección de Mendoza”, hoy Códice mendocino.5
Tabla 1: Circulación, reproducción y estudios del Códice mendocino (1625-1992)
En su análisis de la obra de Clavijero, Rolena Adorno (2011, 15; véase también Marchetti 1986) ha resaltado que esta “buscaba recobrar la perdida nación mexicana y defenderla de pensadores de la Ilustración Europea quienes subestimaban su valor e importancia en base a una pretensión de inferioridad cultural y natural… Clavijero ha sido frecuentemente considerado un precursor de la independencia mexicana. Sin lugar a dudas, su patriotismo criollo y su defensa de las Américas frente a pensadores europeos contemporáneos han fijado el perfil que reconocemos en su famosa Historia antigua de México”. Al reconocer el rol y contexto ideológico de la obra de Clavijero —en particular de la Historia antigua de México y en consecuencia del Mendocino— esta invariablemente se inserta en el género de literatura patriótica latinoamericana que crean los jesuitas a finales del siglo XVIII (Brading 2015, 34).
En 1831, Edward King vizconde de Kingsborough sacaba el manuscrito original de nuevo a la luz en un contexto de aspiraciones aun más elevadas. Su inclusión en Las antigüedades de México hizo eco de una de las hipótesis que guiaron el proceso evangelizador del siglo XVI, la idea de que los pueblos del Nuevo Mundo descendían de las tribus perdidas de Israel e inició una nueva etapa de reproducciones del Mendocino. Así, en el sexto libro de las Las antigüedades de México —basado en una serie de analogías visuales y de extrapolaciones textuales— Kingsborough encontraba una y otra razón para afirmar que los pueblos del México antiguo eran descendientes de las tribus perdidas de Israel. Si el gesto de Clavijero debe ser entendido dentro del contexto de los movimientos independentistas americanos que se empezaron a fraguar hacia finales del siglo XVIII, el momento en el que aparece Las antigüedades de México pide considerarlo dentro del contexto de la emancipación de católicos, judíos y africanos en el Imperio británico.6
A lo largo del siglo XIX e inicios del XX, inspirados por la reproducción de Kingsborough y probablemente por el rol fundacional que le otorgó Clavijero al manuscrito, algunos académicos mexicanos utilizaron el Mendocino como eje de una serie de publicaciones de corte político e histórico dentro del proyecto nacionalista mexicano que buscaba tomar forma a lo largo del siglo XIX, en lo que fue una secuencia de momentos de imperialismo criollo, soberanía democrática, colonialismo europeo y despotismo.7 Es durante este último periodo —conocido como el porfiriato— que en 1877, Manuel Orozco y Berra (1877, 1:185) —en ese entonces director del Museo Nacional de México— inauguraba los Anales del Museo Nacional de México, publicando el Códice mendocino con base en la reproducción de Kingsborough. En 1885, Antonio Peñafiel —encargado de la Dirección Nacional de Estadística de México y con patrocinio del secretario de fomento mexicano— publicaba una vez más los contenidos del manuscrito en su obra Nombres geográficos de México. En este manuscrito, por medio de la reproducción de los topónimos de las ciudades y pueblos contenidos en la segunda sección del Mendocino —a los cuales se refiere como “municipios de la República”— y combinando con una serie de estudios lingüísticos, Peñafiel (1885, cap. 1) buscaba configurar la geografía política y económica de la nación mexicana moderna basándose en un proyecto de reconstrucción y rescate de los nombres de ciudades y pueblos del México prehispánico.8