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Horizonte Vacio
Aturdido, dolorido, cansado, somnoliento. Cuando salió del hospital miró al cielo y dejó que el sol calentara su rostro.
3
Jukka estaba descansando en la habitación de un hotel que había localizado cerca del Parque de la Concordia. Tumbado en la cama miraba el techo. A su lado, sobre la colcha arrugada, el teléfono móvil —en modo silencio— indicaba una nueva llamada entrante efectuada por Arantxa. Era la vigésima. Un nuevo icono en forma de sobre parpadeó señalando un mensaje nuevo, también de Arantxa.
A Jukka la nariz le dolía a pesar de los calmantes que le había recetado y que tenía encima de la mesilla de noche. Por su mente pasaban entrelazadas imágenes del pasado más lejano y de lo que había ocurrido apenas unas horas atrás. No lograba quitarse de la cabeza la muerte de Lorena. Había momentos en los que creía sentir el peso de su cuerpo en los brazos. No lograba apartar de su memoria el rostro que tenía ella cuando estaba inerte en sus brazos. Esa sonrisa. “Feliz. Se ha ido feliz.” Pero en el fondo le reconcomía una terrible duda. Si no se hubiera ido. Si se hubiera quedado en Alicante. Si no hubiera pensado únicamente en él. Si hubiera prestado un poco más de atención a lo que ocurría a su alrededor. Si hubiera prestado verdadera atención a Lorena. ¿Hubiera llegado a la misma situación? Dudas. Demasiadas para un día tan intenso. Jukka se levantó, se dirigió a la nevera del mini bar y la abrió. Cogió una mini botella de vodka, la abrió y la bebió de un trago. Volvió a la cama y se dejó llevar por un sueño inducido por los medicamentos y el alcohol.
El zumbido del móvil lo despertó. Tenía la impresión de que acababa de dormirse, pero cuando cogió el teléfono y vio la pantalla se quedó perplejo. Sábado, siete y media de la tarde. Había estado durmiendo cerca de veinticuatro horas seguidas. La llamada era de Sandra.
– ¿Sí, Sandra? —contestó con voz somnolienta.
– Jukka —notó que hablaba en voz baja, como ocultando el hecho de estar llamándolo—, ¿cómo estás?
– Bien —mintió, pero que era una nariz rota comparada con la muerte de su hermana—. ¿Y tú cómo estás?
– Te lo puedes imaginar. Oye, no puedo hablar mucho. Mañana al mediodía es el funeral.
– Me lo imaginaba. Pero no creo que el resto de tu familia quiera verme por ahí.
– Pero yo sí. Además, tengo algo importante que decirte —se escuchó ruido de voces junto a la de Sandra, por lo que esta terminó la conversación de forma brusca—. Te mando la dirección en un mensaje. Tengo que colgar.
Jukka quedó pensativo. «¿Ahora qué? ¿Se puede complicar aún más esta situación?” Decidió salir y tomar el aire. En la recepción preguntó por la dirección de algún bar y le explicaron cómo llegar al más cercano. Consiguió llegar tras perderse un par de veces al lugar que le habían indicado en la calle Don Quijote. El barman se quedó mirándolo y desconfió un poco al ver a un tipo greñudo con un esparadrapo sobre una nariz rota y unos ojos que empezaban a ponerse morados por efecto de la fractura.
– ¿Un mal día? —dijo el barman tanteando el talante del cliente.
– De perros —acertó a decir Jukka.
– Bueno. Todo tiene solución, ¿no? Menos la muerte —replicó aquel intentando mantener una conversación lo más esquiva posible.
Jukka se limitó a asentir. El barman esperaba que pidiera algo.
– Un ruso blanco. Por favor.
Jukka se dedicó a sorber lentamente del vaso. Cada trago le dolía. No supo cuanto tiempo tardó en acabar su copa. Pero cuando lo hizo regresó tranquilamente al hotel. Se dio una ducha, engulló un par de calmantes y se metió en la cama. En el momento de dormirse le pareció estar entrando en un oscuro pozo sin fondo, en una caída irremediable.
El sonido del despertador del móvil lo sacó de la espesura del sueño. Tenía que prepararse para ir al funeral. Miró el teléfono y vio en efecto un mensaje enviado por Sandra, cerca de medianoche, indicándole el lugar. Un tanatorio cercano al hospital donde había fallecido Lorena. Se afeitó y nueva ducha. Se vistió lo mejor que pudo, tan solo había echado una americana a toda prisa en el equipaje y una camisa gris.
Cuando llegó, la capilla del tanatorio estaba llena. No quería que se notara su presencia por lo que se quedó al fondo, junto a una columna. Desde allí podía ver a la familia en primera fila. Los padres destrozados, y Sandra intentando mantener el tipo. Junto a ella distinguió a Leopoldo, que llevaba puestas unas gafas oscuras. Luego entre el resto de los asistentes reconoció los rostros de algunos antiguos alumnos y alumnas. Algunos lloraban, otros reflejaban la pena en sus miradas. En medio de un pasillo, junto al altar estaba el ataúd.
– ¿Jukka? —escuchó una voz familiar detrás de él— ¿Eres Jukka? ¡La hostia! ¡Pero chiquillo que cambiado estás!
Se giró y vio a Victoria acompañada de Nekane. Jukka las miró y simplemente abrazó a Victoria y luego a Nekane. Les indicó que salieran. Victoria le dijo algo a Nekane y esta se fue, no sin antes hacerle una imperceptible caricia en la mano.
– Pero ¿qué te ha pasado en la nariz? —preguntó Victoria.
– Nada, que soy un poco torpe y mira como he acabado.
– Pero, pero… ¿cómo te has enterado de lo de Lorena? Ha sido una pena, oye. Tan joven.
– Si yo te contara.
– Oye… Tú sabes algo.
– No es agradable ver como muere uno de tus demonios —dijo él de manera reflexiva.
– ¡Ay, Jukka! —replicó ella observándolo con ojos llorosos. Jukka notó como le comenzó a temblar el parpado—. Había escuchado rumores, algo había visto, pero no sabía… ¡Claro! Cuando a veces me decías que estabas luchando contra tus “demonios interiores”, ¿era ella?
– No había nada, de verdad. Mira estoy agobiado. Estoy harto —dijo cambiando de tono—. Ayer fue un día muy raro. Tan raro que Lorena acabó muerta en mis brazos. ¡Joder! No he podido dejar de pensar en la pietá. Tengo ganas de que termine todo esto y volver a Burgos.
– Vale, tranquilo —le dijo Victoria pasándole el brazo por los hombros—. ¿Cómo te va por allí?
– Bien. Muy bien. Clases, reuniones y mucho anonimato. ¿Y vosotros? ¿Cómo os va?
– Para que te voy a engañar. Mal. Va todo muy mal. Lábaro y su equipo no paran de gastar el dinero. ¿Sabes? Cuando te fuiste lo primero que hizo fue asumir tu puesto con el complemento salarial incluido. Pero sin hacer absolutamente nada. No ha parado de hacer viajes a Rusia, al Caribe y vete tú a saber dónde más. Despidió a unos cuantos profesores y contrató a varios amigos suyos o recomendados, alguno de ellos no puede ni firmar las actas por no sé muy bien que tema de incompatibilidad laboral. Últimamente se encierra en su despacho y durante horas se escucha la destructora de documentos con su zumbido característico.
– Todos los tiranos, desde Mesopotamia, tienen un deseo incontrolable por destruir las pruebas de sus excesos. Él no iba a ser menos.
– El tema no pinta bien.
– Huid —dijo secamente Jukka.
Acababa de terminar la frase cuando vio llegar a Lábaro, que caminaba con su peculiar aire pomposo y grandilocuente oscilando de un lado a otro. Era el estilo reservado para sus grandes puestas en escena. Vestía un traje oscuro y corbata negra elegida para la ocasión como no podía ser de otro modo. El pelo engominado le daba un aspecto especialmente grotesco. Jukka tuvo la esperanza de que lo ignorara, pero, por el contrario, su presencia actuó como un imán para Lábaro, quien se acercó rápidamente al tiempo que comenzaba a hablar con un tono de voz demasiado alto, nada apropiado para el lugar y el momento.
– ¡Pero mira a quién tenemos aquí! ¡Jukka Lehto! ¡Caramba! —se acercó y bajó el tono lo imprescindible para no montar un escándalo, pero para asegurarse que su comentario iba a ser escuchado, al menos en las inmediaciones— ¿Qué pasa señor Lehto? ¿Qué incluso desde Burgos te la seguía tirando?
Jukka sintió el aliento etílico de Lábaro. El comentario desde luego se había escuchado y había tenido el efecto deseado. Jukka notó como algunas personas lo observaban y como aparecían gestos de asco y desprecio. Por su mente pasó fugazmente la idea de darle un puñetazo a Lábaro. Pero se calmó con una idea: “Por respeto a la memoria de Lorena mejor no. Menos hoy y menos aquí”. Por el contrario, decidió quitarse de en medio tras intentar dejar desconcertado a Lábaro.
– Yo también me alegro de verte, Adolfo, pero me tengo que ir. Que te vaya bien.
Tras decir eso salió del tanatorio. Se puso sus gafas de sol oscuras y se sentó en un banco y sin poder aguantar más dio rienda suelta a unos sentimientos encontrado. Dolor y pena se mezclaron con la rabia y la indignación. Mientras lloraba amargamente se dijo que al menos nadie lo miraría raro. En definitiva, era uno de los lugares más propicios para mostrarse así.
No supo cuánto tiempo esperó en el exterior. Tras la experiencia con Lábaro y cómo lo había expuesto de manera tan canalla no tenía ganas de estar durante el oficio religioso. De todas maneras, nunca había creído en las palabras de los curas. En un determinado momento vio como salían rostros conocidos. Tenía ganas de salir de allí y regresar a la rutina de las clases, de los trabajos, las prácticas y tutorías. Mantener la mente ocupada se le antojaba una de las mejores maneras de salir de todo este embrollo que no acababa de entender. El zumbido del móvil lo distrajo. Lo llamaban de la Facultad. Pensó en que quizás era Arantxa, pero ante la duda no tuvo más opción que contestar.
– ¿Lehto? —reconoció al instante la voz. Se trataba del decano—. ¿Cómo estás muchachote?
– No muy bien Arturo.
– ¿Estás mal de salud?
– No —Jukka pensó que podía haber mentido y haber dicho que lo aquejaba una gripe, o un problema estomacal o cualquier virus o bacteria, algo propio de la fecha, pero optó por contar la verdad—. Estoy en Elda. En un funeral.
– ¡Ah, caramba! ¿Alguien de la familia? En cualquier caso, vaya mi pésame por delante.
– Gracias. No es familiar. Es asunto personal. Disculpa tengo que saludar a los parientes.
– De acuerdo. Oye cuando vuelvas pásate por mi despacho. Tenemos que comentar algo. Oye, buen viaje de regreso.
– Gracias.
Jukka bien sabía que a pesar del tono cortés y amable le iba a caer una especie de filípica, término que además encontraba apropiado ya que el decano era especialista en Historia Antigua. La verdad es que lo había hecho mal. No había dado ningún aviso. Le tocaba asumir la responsabilidad de sus actos. En estos pensamientos se encontraba cuando se acercó Sandra.
– ¿Cómo lo llevas? —preguntó Jukka.
– Mal —tenía los ojos vidriosos y no paraba de secarse la nariz—. Se había trasladado a Alicante. Había empezado a trabajar en lo que le gustaba.
– Me imagino. A hacer su vida. Con su pareja y con un montón de responsabilidades.
– Leopoldo no vivía con ella. Solo iba cuando quería… —no terminó la frase y se quedó mirando a Jukka.
– Entiendo. No sigas.
– Ahora sé que no volverá algún fin de semana a visitarnos. Ni nos reiremos de nuestras tonterías, ni iremos a conciertos, ni haremos tantas cosas que solíamos hacer… —sacó algo del bolsillo y se lo entregó—. Por cierto, Jukka, toma esta pulsera. Era de mi hermana. He pensado que quizás te gustaría tenerla de recuerdo.
Jukka le dio las gracias. Se trataba de una pulsera de acero con una placa de unos cinco milímetros de ancho en la que estaba grabada la letra L.
– Bueno Sandra, lamento que hayamos tenido que conocernos en estas circunstancias. Pero tengo que regresar. La vida sigue.
– En el fondo te conocía algo —dijo Sandra que vio como Jukka, quitándose las gafas, la miraba con curiosidad—. Mi hermana me contó muchas cosas. Recuerdo —añadió Sandra—, un día que explicaste algo sobre mitología; una historia que provenía de la cultura nórdica y que acabó convertida en una canción country o algo similar. Disculpa, pero no recuerdo bien.
– La Cacería Salvaje —murmuró Jukka.
– Sí, puede que fuera eso —dijo ella—. A mi hermana esa historia le impactó mucho. Sobre todo, la manera como lo explicaste. Me dijo que empezaste poniendo una canción, repartiste folios con la letra y los animaste a cantarla.
Jukka comenzó a recordar con nitidez ese momento. También recordó como las miradas de Lorena y la suya se encontraron en determinada estrofa de la canción. Jukka podía, incluso en este momento, recordar la melodía.
Their faces gaunt, their eyes were blurred, their shirts all soaked with sweat
They’re ridin’ hard to catch that herd but they ‘aint caught ‘em yet
‘Cause they’ve got to ride forever in the range up in the sky
On horses snorting fire as they ride hard, hear them cry
– Estaba enamorada de ti y pensó que tú también —añadió Sandra.
– Lo estaba —reconoció Jukka—, pero ya sabes que no siempre se obtiene lo que uno quiere. Las más de las veces porque no se sabe cómo obtenerlo por fácil que sea. Ahora no creo que todo eso tenga mucha importancia.
– Para mí sí —dijo Sandra secamente—. Jukka, tengo que decirte algo. No me encaja lo del atropello.
Sandra iba a comentarle con más detalle lo que había comenzado a decir cuando llegó el padre de ésta acompañado de Leopoldo, el cual se plantó delante de Jukka con gesto amenazador.
– Señor Lehto —comenzó a decir Melero—, accedí a la petición de Lorena porque no sabía muy bien sus motivos. Sospechaba algo, pues no es normal que una chica como ella tuviera tanto interés en su profesor —dijo la palabra profesor con desprecio—. Accedí a que hablara con ella porque parecía que eso iba a darle algo más de tiempo y pensé, la esperanza es un sentimiento muy fuerte, que iba a recuperarse. Pero mis temores se hicieron realidad. Usted no es más que un depravado. No sé cómo me contengo y no lo llevo ante las autoridades, quizás porque Sandra me dice que estoy equivocado. Tengo que creerla porque es mi hija. Pero desconfío. Si me da la más mínima oportunidad le aseguro que pagará por lo que ha hecho. Ya me ha costado una hija. Deje en paz a la que me queda. No se acerque. Ni se le ocurra llamarla ni tener cualquier tipo de contacto con ella. Desaparezca de nuestras vidas.
Dicho esto, Melero pasó un brazo por los hombros de Sandra y comenzó a caminar con ella en dirección a donde se encontraba el resto de los familiares y amigos. Sandra se volvió buscando a Jukka con la mirada, luego bajó la vista al suelo y abrazándose a su padre continuó el camino.
– ¡Sandra! —gritó haciendo que ella se volviera—. ¡Busca! ¡Encuentra lo que buscas! ¡Se justa!
Leopoldo, que estaba delante de Jukka, lo miró con desafío. “Y este ¿qué rayos quiere de mí? ¡Absurdo!”, pensó Jukka. Apartó a Leopoldo con un leve movimiento de la mano y se dirigió a su coche. Se metió dentro y arrancó. Aceleró y salió en dirección a la autovía. Llegó a una bifurcación y detuvo el coche. Miró. Hacia la izquierda estaba señalizado Madrid, y más allá seguía el camino hasta Burgos. Hacia la derecha indicaba Alicante. Estaba dudando. Quería volver a su rutina, pero dudaba. No pudo pensar más, sonó el claxon de un vehículo que estaba detrás del suyo, miró por el retrovisor y haciendo una seña de disculpa puso el intermitente a la derecha.
Jukka estacionó el coche en uno de los aparcamientos de la playa del Saladar. Justo donde aquel día había dado la clase a sus alumnos. Caminó por la arena y se dirigió hasta la orilla. Se quitó las botas, se sentó y comenzó a mirar al horizonte. Como esperaba, con la cadencia habitual, comenzaron a sobrevolar el mar y la playa con un ensordecedor estruendo aviones procedentes de lugares tan distantes como Londres, Oslo, Dusseldorf, Eindhoven o París.
Sentía en su rostro la suave brisa de levante que soplaba llevando el olor del Mediterráneo hasta su nariz, aunque no podía oler bien. Le molestaba la fractura. Sintió no obstante el acre sabor del salitre que flotaba en el ambiente. Las pequeñas olas del mar chocaban en la arena al llegar a la orilla y alguna de ellas subía más que las demás. Estas eran las que mojaban los pies de Jukka, quien se estremecía al sentir el frescor del agua. Recordó el episodio con Lorena en esta playa y todo el caos que había generado. Sacó la cartera de su bolsillo y rebuscó algo. Una foto que mostraba alguna señal de deterioro, pero no demasiado ya que tenía unos dos años de antigüedad. En la foto se veía a Lorena caminando por la playa. Vestida con unos vaqueros desgastados, una cazadora de cuero tipo aviador y un shemagh enrollado en torno al cuello. Su melena revoloteaba en torno a ella agitada por el viento que hacía ese día. Con su mano intentaba ordenar el pelo. Se apreciaba una mirada melancólica en dirección contraria a la persona que había tomado la foto, que desde luego no había sido Jukka, sino una compañera de Lorena. La dirección de la mirada sí que se dirigía hacia donde ese día se encontraba él. Estuvo observando la foto durante un rato. En silencio, sin pensar en nada.
Sonó el móvil. Era, de nuevo, Arantxa.
– Hola Arantxa —contestó.
– Hola Jukka. Arturo me ha dicho que has perdido a alguien… ¡Hostia tío! Lo siento. ¿Cómo estás?
– Pues… confuso. Sí. Esa es la palabra.
Jukka no prestó atención a lo que comenzó a decirle Arantxa acerca de la amistad, de contarle sus problemas, que podía contar con ella, que la avisara en cuanto llegara a Burgos, que lo invitaba a comer. Palabras y frases que no escuchaba. Jukka se puso en pie. Sin cortar la llamada, cogió el móvil, lo miró, echó el brazo hacia atrás buscando conseguir impulso y lo lanzó con toda la fuerza que pudo hacia el mar. El móvil desapareció unos cuantos metros más adelante, y como para sentenciar su desaparición una ola pasó por encima del lugar donde acababa de hundirse.
Jukka se dirigió al coche. Su calzó las botas, arrancó, puso la radio e inició su camino.
4
Septiembre era un mes que siempre le había gustado a Jukka. Sobre todo, en la playa. Los turistas se habían ido, los niños comenzaban la rutina del colegio, las noches eran más frescas y las tormentas de la última etapa del verano solían desplegar una variedad cromática y sonora que le fascinaba. El cielo era capaz de albergar al mismo tiempo gamas de grises y morados que pugnaban por desgajar el omnipresente azul celeste. Cuando había tormenta la visión de los rayos y el estruendo de los truenos le causaban una placentera sensación de finitud.
Como era habitual, llegó a su piso a media tarde. Dejó la mochila del trabajo en el salón y encendió el portátil que tenía sobre la mesa. El contenido de su portátil era espartano. Navegador, un procesador de textos, hoja de cálculo y un rudimentario procesador de imágenes para ver las fotografías que debía adjuntar en cada informe trimestral. Lo mismo ocurría con su perfil de navegación en internet. Cuenta de correo, en donde se almacenaban los correos que recibía de la empresa con información y noticias de última hora de parte de la supervisora y spam que prometía sueldos millonarios, fármacos capaces de transformar la potencia sexual hasta límites épicos, premios ganados sin haber participado en concurso alguno y mil argucias publicitarias. También tenía almacenado en favoritos una web de música que solía emplear para pasar las horas y su acceso al foro El Gran Capitán, único lujo que se permitía, ya que había decidido olvidar todo lo referido con el cine. La historia militar le pareció una buena opción y encontró ese foro nada más teclear en el buscador de Google “historia militar”. Se sentía a gusto leyendo comentarios y viendo fotos y láminas de soldados, batallas y equipo militar de todas las épocas. Incluso se había atrevido a crear su cuenta con avatar incluido: Lehto68.
Este día, como cualquier otro, abrió la pestaña de favoritos y seleccionó Grooveshark. Una vez dentro de la web, buscó el canal de chill out y comenzó a sonar una selección de música relajante. Fue al baño y se duchó. Luego, tras vestirse con un raído pantalón de corte militar y una camiseta de manga larga, cogió una cerveza de la nevera, la abrió y salió a la terraza. Contempló el horizonte, el reflejo anaranjado de un sol que precedía al otoño; se deleitó con el olor del salitre y la calma que flotaba en el ambiente. Bebió a pequeños tragos y apoyado en la barandilla recordó como había ido la jornada para poder rellenar el informe diario de trabajo antes de mandarlo a la supervisora. Sin saber porqué, ese día hizo un recorrido rápido por sus últimos años.
Habían pasado cuatro años y la nueva vida que había elegido Jukka le satisfacía enormemente. Cierto era que en ocasiones recordaba la sorpresa que causó cuando nada más regresar a Burgos entregó su carta de renuncia. Eligió además un viernes para no tener que dar mayores explicaciones ni encontrarse con más gente de la deseada. Desde luego esquivó a Arantxa quien insistía en verlo y le saturaba el correo electrónico con mensajes de apoyo.
Regresó a Alicante tal y como se fue. Con un par de maletas y varias cajas de libros. Se instaló en un apartamento que había pertenecido a sus padres y que estaba desocupado desde hacía años. Un pequeño espacio donde poder vivir sin más pretensión que pasar desapercibido el resto de sus días. Algo que parecía ser factible teniendo en cuenta que su apartamento formaba parte de un gran bloque de doscientas viviendas situado en segunda línea de la playa. La altura de su piso, una planta diecisiete, le permitía tener una privilegiada vista de la playa y de los bloques colindantes. La urbanización tenía piscina, pistas deportivas, club social, árboles; en definitiva, lugares donde poder pasar el tiempo. Su piso era discreto. Nada más salir del ascensor había un pasillo exterior que comunicaba las diferentes puertas de los apartamentos, que estaba señalados por medio de letras. Desde la A hasta la F. El suyo era la letra E. El modelo más pequeño que hizo la constructora a finales de los ya lejanos años 70. Como todos, el piso estaba orientado hacia levante.
La puerta de su apartamento daba acceso a un pasillo en forma de ele en torno al cual se iban distribuyendo los diferentes espacios del piso. Apenas se entraba estaba el cuarto de baño. Frente a la puerta de entrada estaba el dormitorio principal, con salida a una terraza de unos siete metros. Siguiendo el pasillo a la izquierda una pequeña habitación con una ventana estrecha en el tercio superior de la pared. La recordaba con cariño pues fue su habitación desde la infancia hasta los primeros años de juventud momento en que marchó a estudiar fuera de Alicante. No obstante, la puerta siempre la tenía cerrada. En cuatro años no había entrado. Frente a esta habitación estaba el salón. Amplio, luminoso y, de la misma manera que el dormitorio, con acceso a la terraza. Al final del pasillo y junto a la pequeña habitación, estaba la cocina con orientación a poniente.
Jukka se instaló en pocos días. Días de trámites para darse de alta en los servicios básicos y que le sirvieron para mantener la mente ocupada. Su siguiente prioridad fue cambiar el mobiliario pues parecía más un museo de los años ochenta que un piso del siglo veintiuno. Donó todos los muebles a una ONG que trabajaba con exdrogadictos en un programa de restauración y venta de muebles. Trajo los suyos del piso en donde vivía en Burgos y completó con alguna oferta de las tiendas locales.
No olvidó lo más importante: el trabajo. Jukka, había estado trabajando en la enseñanza desde que terminó sus estudios. Veinte años trabajando en aulas. No tenía pensado muy bien que buscar. Tampoco es que hubiera una gran oferta laboral. Crisis. Paro. Pensó en algún momento que había cometido una especie de suicidio al largarse de un trabajo más o menos seguro, pero lo que andaba buscando no lo iba a tener. Estuvo barajando sus posibilidades y su memoria le llevó a una persona de la que tenía un buen recuerdo: Elisa Alonso.
Elisa había sido su primera jefa. Era la directora de un centro de formación de azafatas de vuelo —tripulantes de cabina de pasajeros como aprendió a decir correctamente Jukka en aquellos años— y de congresos. Cuando lo seleccionaron para trabajar allí le resultó de lo más extraño «¿Qué voy a enseñar a las azafatas?” se preguntaba. La respuesta vino enseguida: Historia del Arte. Jukka siempre recordó este trabajo con cariño. La academia en cuestión estaba ubicada en un entresuelo. Con gran acierto se habían instalado cuatro aulas y tres despachos además de una minúscula recepción en un espacio de cerca de noventa metros cuadrados.
Fue una buena época y comenzó a curtirse en las maneras de enseñar, de evaluar, corregir, y algo muy importante a lidiar con las exigencias de una empresa. Recordó que el día que abandonó aquel puesto de trabajo, un caluroso día de mayo de 1999, Elisa se mostró muy comprensiva, sentía tener que prescindir de Jukka pues sus clases gustaban, pero él había decidido emprender una nueva faceta en su vida. También Elisa le había dicho que el día que volviera, si necesitaba algo que la llamara. Que nunca dudara en pedirle ayuda si tenía algún problema.