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Horizonte Vacio
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Jukka se acercó a la cama y por primera vez tuvo una idea de lo ocurrido. Aunque estaba tapada y llevaba la bata del hospital, el cuerpo de Lorena se veía maltrecho. Uno de los brazos estaba escayolado. Tenía contusiones y magulladuras en la cara. Un nuevo pensamiento en la mente de Jukka: “Su rostro de diamante ha perdido el brillo”. Una pequeña herida se inclinaba en su frente. De manera tímida asomaba la marca de un hematoma por el cuello y el escote redondo de la bata. Se perdía más allá de la vista, pero el color purpúreo anunciaba el desastre ocurrido. Jukka se percató en el gotero y su incesante suministro translúcido de calmantes, antibióticos y otros compuestos que intuía servirían para aliviar el dolor y combatir sus heridas. En todo caso para alargar la vida. O para evitar el necesario descanso final. Jukka sintió una opresión en el corazón y la respiración se le agitó. Sus ojos se humedecieron.

– Jukka… —Sandra se dirigió a él por su nombre, lo que le hizo entender que con ella no tenía nada que esconder—. Mi hermana se muere. Por favor. Se bueno con ella. No le rompas el corazón otra vez, ¿vale?

– No… —comenzó a decir Jukka.

– No digas nada —le dijo Sandra poniéndole la mano en el hombro—, tan solo recuerda cuando la conociste, todo lo que hablasteis; pero sobre todo lo que no os dijisteis. Yo os voy a dejar solos. Voy a llevar a mis padres fuera un rato, necesitan descansar. Cualquier emergencia ya sabes, avisas a las enfermeras y me llamas, te apunto aquí mi número.

Mientras Sandra apuntaba el número en un pañuelo de papel, Jukka se quedó sorprendido de la capacidad que tenía para organizar las cosas. De cómo era capaz de mantener la cabeza despejada y lúcida en un momento como este y sobre todo con su hermana en la cama en un estado más cerca de la agonía que de la vida. Sobre todo, teniendo en cuenta su juventud. Veintitrés años. Ella se acercó a él para entregarle el papel.

– Ella, ahí, en esa cama, y el responsable de esto impune. ¡Vaya mierda! —terció Jukka indignado.

– Lo están buscando —susurró Sandra, mientras acariciaba el pelo de su hermana—. Tarde o temprano lo cogerán… Es cuestión de tiempo. Lo cogeremos.

Al decir esta última frase miró directamente a Jukka. Él se quedó sorprendido al ver un extraño brillo en los ojos de Sandra. No lograba identificar si ese brillo era fruto del dolor, de la rabia o de algo más poderoso. En cualquier caso, sus miradas conectaron. Sintió como si toda su indignación se la estuviera transmitiendo y clamara por un poco de paz en toda esta dolorosa situación.

Sandra se acercó de nuevo a la cama y se sentó en el borde. Con una mano le indicó a Jukka que se pusiera junto a ella. Mientras, ella comenzó a acariciar la larga melena castaña de su hermana. Con tanta suavidad y cariño que a Jukka se le removieron las entrañas. A continuación, Sandra acarició el rostro de Lorena y al notar que esta se movió levemente se acercó al oído y le susurró unas palabras.

Lorena abrió los ojos y miró cansinamente a su alrededor. Se notaba que estaba adormecida y que le costaba percibir donde estaba y lo que estaba ocurriendo. Pero la borrosa figura que estaba al lado de su hermana se hizo nítida y enseguida reaccionó.

– ¡Jukka! —alcanzó a decir al tiempo que empezaban a resbalar las lágrimas por sus mejillas—. ¡Pero… tu pelo! Has cambiado —dijo Lorena sorprendida pues recordaba a Jukka con el pelo corto.

Sandra se apartó y salió silenciosamente de la habitación. Jukka se sentó en el borde de la cama y cogió la mano de Lorena. No lloraba, pero notaba sus ojos humedecidos y una opresión en el pecho. Con la otra mano acarició la mejilla de Lorena. Sus ojos se miraban.

– Mi estimada Lorena. No esperaba tener que verte en este estado.

– Jukka… No es mi culpa…

– Ya lo sé. Recuerda: no hay culpa.

– ¿Cómo estás? ¿Cómo te va en Burgos?

– En Burgoslavia —bromeó sin darse cuenta de que al reír Lorena experimentó dolor—. Lo siento no quería hacerte reír.

– No importa. ¿Burgoslavia?

– Es por el frío —dijo Jukka, omitiendo parte de lo que estaba pensando: “Es todo tan frío.”

– Me sorprendió mucho que te fueras. No me avisaste antes.

– Te envié un mensaje el mismo día que me trasladé. Al móvil.

– Lo sé. Lo recibí —Lorena miró hacia la ventana—. No son formas de hacerlo. Me pasé el día llorando. ¿Sabes qué día te fuiste?

– Sí. El 26 de julio. El día de tu cumpleaños —Jukka, sin saber muy bien porqué, se sintió extrañamente avergonzado—. Han pasado ya dos años, Lorena. ¿No has podido olvidar?

– ¿Y tú?

– No —sentenció sinceramente Jukka—. ¿Sabes?

– ¿Qué?

– La noche antes de marcharme intenté llamarte. Llegué a marcar tu número… pero no me atreví a enviar la llamada.

– Pero… ¿por qué?

– Tenía miedo. En serio.

– ¿Miedo… a mí? —dijo Lorena al tiempo que intentaba levantar una mano para alcanzar a Jukka, pero no pudo por el dolor. Él cogió su mano y la acarició.

– Lorena, tenía miedo a que al oír tu voz cambiara de opinión. Si te hubiera dicho que me iba, que dejaba el trabajo, y me hubieras rogado una sola vez que me quedara, lo habría hecho. Desde que te conocí fuiste una parte de mí, y la mitad del tiempo ni lo sabías —al acabar la frase Jukka se dio cuenta de que Lorena se había quedado dormida. “Malditos calmantes” se dijo. Se quedó junto a ella, sentado en la cama, sosteniendo su mano entre las suyas.

2

Jukka hizo memoria. Otoño de 2006. Academia Valenciana del Cine. Inaugurado dos años atrás, el Centro —como solían llamarlo— había surgido de la mente de unos cuantos profesionales del audiovisual y políticos de la Comunidad Valenciana. El proyecto tenía el ambicioso objetivo de formar a las nuevas generaciones de cineastas, desde directores hasta carpinteros. Una utopía desde luego, puesto que no había tejido profesional activo en la ciudad de Alicante. Al menos en la cantidad prevista como para mantener en funcionamiento un centro de enseñanza dotado de un enorme estudio de cine que permanecía vacío e inactivo durante demasiado tiempo.

El proyecto se había agigantado con la entrada en escena de una de las universidades públicas en entorno, que se empecinó en tutelar la carrera de Comunicación Audiovisual. Para ello efectuó una convocatoria para nombrar un responsable académico. Esa convocatoria se cruzó en la vida de Jukka. Desde que se doctoró en cine había estado trabajando en universidades de México y Colombia, pero cansado de la lejanía de su tierra —sus orígenes finlandeses siempre los consideró anecdóticos— decidió volver con lo puesto. Lo que incluía un abultado curriculum gracias al cual ganó por goleada a los otros pretendientes a la plaza. En consecuencia, era su tarea respetar la normativa y legislación universitaria vigente para con los alumnos y su título. Hasta ahí no había problema. La complicación surgió cuando la dirección general del complejo fue asignada a un tecnócrata, Adolfo Lábaro, cuya misión era rentabilizar las instalaciones y los recursos humanos.

Obviamente su elección no tenía nada que ver con líneas de curriculum, ni preparación académica, ni idoneidad para el puesto de trabajo. Se debía a un nombramiento de carácter político.

La opinión que se forjó Jukka fue la de que Lábaro era un cantamañanas embutido en un traje. Una prueba de ese carácter habían sido las numerosas reuniones con representantes de diversas universidades europeas y americanas en las que Lábaro había empleado una verborrea extraña que él consideraba inglés al cien por cien. Jukka había aguantado la risa, la carcajada en numerosas ocasiones, cuando había escuchado al director general emplear frases como “I arrive with my tongue out”, “this is the drop that fills the glass to the brim” o “look you for where”. Si había llegado al puesto de Director General no había sido más que debido a una llamada que alguien en un despacho de las altas esferas políticas había hecho a otro despacho y así sucesivamente.

Como responsable de la gestión, Lábaro presumía de ejercer el control de aquel lugar “con mano de hierro, pero con guante de seda”. También solía acabar numerosas frases con una coletilla que exasperaba a Jukka: “cuidado exquisito”. En realidad, sus acciones, palabras y actitudes tan solo reflejaban autoritarismo. Lábaro era un hombre de mediana estatura, pelo canoso que llevaba siempre engominado hacia atrás. Rostro redondo y con muestras de un prematuro envejecimiento. Fumador empedernido lo rodeaba un tufo a nicotina y humo que anunciaba con antelación su presencia. Sus ojos habitualmente, desde primeras horas de la mañana, reflejaban un brillo acuoso producto de su enfermiza adicción al alcohol. No obstante, era el jefe y había que acatar sus órdenes por extrañas y contradictorias que fueran.

Lábaro tuvo la genial idea de diseñar unos cursos de cine, actuación y aspectos técnicos por los que se cobraba una cifra desorbitada que constituían un claro ejemplo de competencia desleal no solo a la formación reglada de los módulos de formación profesional sino a la propia carrera universitaria que se impartía en la Academia. Pero, contando con la aquiescencia del gobierno autonómico, estaba claro que lo único importante era sacar dinero. Sin importar los medios. Cuando Jukka se empezaba a cabrear por alguna de estas cuestiones, se trataba de calmar a sí mismo recitándose a Quevedo: “Poderoso caballero es Don Dinero”.

Que tres años después de su apertura la realidad económica y profesional de la Academia era una ruina no era un secreto para nadie. De manera que la vida dentro de aquel fastuoso edificio mitad Bauhaus mitad Casa del Fascio había iniciado un vertiginoso descenso al infierno, arrastrando a los veinte profesores y un centenar de alumnos que acudían cada día. Pero, así y todo, Jukka vivía para su pasión: enseñar.

Jukka tenía la costumbre de llegar al aula antes que los alumnos. Le gustaba preparar la clase con metódica tranquilidad. Abría el armario donde se guardaba el ordenador, lo encendía, a continuación, el proyector, presionaba el interruptor para bajar la pantalla y probaba que los altavoces estuvieran encendidos. Una vez encendido el ordenador, introducía su clave en la cuenta de profesor buscaba la carpeta de archivos donde estaban las imágenes y videos que iba a utilizar ese día.

Pero ese martes en especial notó, cuando se encontraba a mitad de preparación de su típico protocolo, que había entrado alguien en la clase. Miró y vio a una chica que estaba sacando un portátil de su mochila y ocupando su sitio. No le dio mayor importancia y tras decir un “buenos días” al aire y sin esperar respuesta siguió preparando todo. Cuando terminó, se sentó, sacó los apuntes de la carpeta —aunque siempre terminaba abandonándolos— y los puso sobre la mesa. Se remangó las mangas y miró al frente esperando que llegara la veintena de alumnos que estaban matriculados ese año en su asignatura de Teoría del Arte. Se fijo que la chica que estaba en el aula lo estaba mirando. Tenía la cabeza ladeada apoyada en una mano. El flequillo de una larga melena castaña con algo de tinte rojizo le caía sobre la mitad de la cara. Sus labios eran finos y pintados de rojo vivo. Los ojos reflejaban algo de melancolía. Jukka dedujo que esa mirada debía encontrarse, en ese preciso momento, en el espacio etéreo de los sueños, ya que dio por sentado que la alumna estaba dormida con los ojos abiertos, un fenómeno que había detectado en más de un estudiante a lo largo de sus años como docente. Jukka se levantó, casi para experimentar su teoría, y se acercó a ella. Pero para sorpresa de Jukka se dio cuenta de que no estaba dormida ya que la mirada de la chica lo siguió. No tuvo más remedio que romper el silencio.

– ¿Qué tal? Dispuesta a una nueva semana de clases ¿no?

– Sí, claro.

– No recuerdo tu nombre.

– Lorena Melero López.

– Pues nada… —Jukka no sabía muy bien que decir, de modo que puso un tono burlonamente serio— Lorena Melero López espero que te guste la asignatura.

– Ya lo creo. Me gusta el arte —dijo ella de manera sincera, motivando que Jukka reflexionara—. «¡Vaya! Espero que sea verdad, siempre dicen lo mismo y al final vienen mendigando el aprobado”.

Jukka sonrió y salió del aula. A lo lejos del pasillo aparecieron los primeros alumnos y alumnas con sus mochilas en las que llevaban los portátiles. Sonrió para sí pensando en que la dirección del Academia Valenciana del Cine había prohibido el uso de los portátiles en las aulas ya que algunos profesores se habían quejado de que los alumnos no atendían las clases y se dedicaban a ver videos, a jugar online, a chatear con los amigos e incluso a descargar porno. Desde luego que Jukka no pensaba aplicar esa medida en sus clases. Como responsable académico debía dar ejemplo y acatar las órdenes de la dirección, pero si algo tenía claro es que por encima de todo estaba la libertad de cátedra, y que en virtud de esa libertad no iba a imponer medidas punitivas. Si alguien no atendía le daba igual, era responsabilidad de cada uno tomar decisiones y ser coherente con ellas. Sabía que Lábaro se enteraría enseguida de su actitud y le llamaría al despacho para tratar de convencerlo de lo importante que son las normas y las actitudes. Pero primero tenía que dar su clase. Las reprimendas vendrían luego.

Fue saludando a los alumnos y a alguno de los profesores que se dirigían a las aulas. Cuando estuvieron dentro, inició la clase que ese día analizaba las relaciones del expresionismo alemán con el cine. La hora y media de clase pasó aparentemente rápida. Fue de esos días en los que los minutos parece que tienen prisa por escapar. Al concluir la clase se produjo la típica estampida de los alumnos. Jukka recogió sus cosas, apagó el ordenador y se dirigió a la puerta. Allí coincidió con Lorena.

– Me ha gustado mucho la clase —dijo ella, sin apenas mirarlo.

–Me alegro —dijo Jukka pensando en si realmente era sincera o estaba tratando de hacerle la pelota.

– En serio. Me gusta mucho la arquitectura.

– ¿En serio? Bueno, pues espero que te aprendas bien este tema, por si cae en el examen.

– Vale —dijo inocentemente ella, tras lo cual salió del aula y apretó el paso para ir a reunirse en la cafetería con sus compañeros.

Jukka subió a su despacho. De camino se encontró con Victoria, una de las profesoras. Comenzaron a hablar de temas laborales ya que corrían rumores de que este mes se iba a retrasar el pago de las nóminas. La conversación fue interrumpida por la aparición, así podría describirse, de Mario, profesor de la asignatura de guión, que llegó anunciando a todo volumen que esa tarde presentaba su enésima novela en una librería del centro de la ciudad, vino gratis incluido en el acto. Jukka y Victoria prometieron solemnemente acudir, aunque luego no lo hicieran. Entraron en el despacho de Jukka, un pequeño espacio con paredes de cristal y láminas de madera en los laterales, una ventana enorme con una impresionante vista hacia el Mediterráneo que permitía la entrada de una luz desproporcionada. Continuaron la conversación sobre el preocupante tema de las nóminas para luego pasar a otros menos intensos como las prácticas de los alumnos. Terminados los temas del día, Victoria salió y Jukka iba a hacer lo mismo, pero al salir se topó de lleno con Lorena que se encontraba esperando fuera. Casi la arrolla.

– Hola —dijo ella—, he venido por lo del trabajo. El de tu asignatura.

– ¡Ah, eh… bien! Pasa al despacho.

– Si te pillo en mal momento…

– No, no, no… que va.

Luego él le explicó lo que tenía que hacer, que sí, que podía entregar una fotografía pero que fuera original a la hora de hacerla y que la acompañara de una explicación. Le recordó la obligatoriedad de entregar un trabajo sobre el libro Lo espiritual en el arte de Kandinsky y poco más.

Se sucedieron los días de clase, pasaron las semanas y sin darse apenas cuenta llegó el final del cuatrimestre con la evaluación. Los trabajos se acumulaban en su despacho, alguno de ellos realmente originales. Entre ellos estaba el de Lorena, cuidadosamente envuelto en papel. Lo abrió y se encontró con un retrato. Pensó que era de ella, pero luego se dio cuenta de que era de su hermana. Medio sorprendido Jukka se empezó a reír mientras pensaba: «¡Tiene bemoles la chiquilla! Entregarme como trabajo una foto de la hermana. ¡Anda que sí!” Pero poco a poco empezó a ver que en realidad el retrato era un maravilloso collage hecho a base de otros fragmentos de retrato. Le dio la vuelta y encontró una nota detrás explicando el porqué de ese trabajo.

– ¡Vaya cara más guapa! —escuchó Jukka que decían desde la puerta. No se había dado cuenta de que había entrado Concepción, otra de las profesoras encargada de la secretaría académica.

– Ya ves. Pido un trabajo creativo y una alumna me ha dado esto. Una foto de su hermana —respondió Jukka, aunque luego comenzó a matizar—. Pero bueno, la técnica es lo que importa.

Días después Jukka se encontró corrigiendo el trabajo de Kandinsky que había redactado Lorena. No salía de su asombro. Aparte del hecho de que empezaba asegurando que tenía una lámina de Kandinsky en su dormitorio —lo cual estaba fuera de lugar para un trabajo de asignatura—, la redacción era impecable. La parcelación de los contenidos estaba realizada con un esmero y una claridad que demostraban gran inteligencia. Jukka se resistió, por un momento pensó que se encontraba delante del típico trabajo fusilado de internet, pero tras hacer una comprobación escribiendo párrafos en Google, tuvo que claudicar con sus reservas y calificar el trabajo. Con el bolígrafo verde escribió en la parte superior derecha un 9,5. Pero no levantó el boli. Se quedó mirando y se dijo: «¡Qué narices! Lo que es justo es justo” y tachó esa calificación para poner un 10.

Se quedó pensativo. Se giró en su sillón y se puso a mirar por la ventana, viendo las nubes que se cernían sobre la costa y como el levante, enfurecido, agitaba las palmeras y las banderas que estaban en la entrada del edificio. La Senyera parecía pelearse con la bandera de la Unión Europea mientras que la de España, enredada por un giro inesperado de la tela, parecía ir en otra dirección. El estado ensimismado se rompió cuando del despacho de al lado se escuchó la voz, con acento andaluz, de Javier, el profesor de fotografía, que lanzó el típico alarido que solía emitir una vez a la semana: “¡San Viernes! ¡Fin de semana! ¿Quién se baja a por unas cañas?”. Jukka sonrió. Fin de semana. A desconectar.

Pero la sorpresa para Jukka no había terminado. Si había quedado impresionado por ese trabajo no menos quedó cuando la semana siguiente entregó otro de redacción y estructura perfecta. Un comentario sobre los espacios arquitectónicos en la película 2001 de Kubrick. Jukka, volvió a hacer una cata en internet y no encontró ningún rastro de plagio. Estaba tan escarmentado de la típica picaresca estudiantil que siempre tomaba esa precaución. Pero estaba encontrando una especie de diamante en bruto. Es más, pensó en una especie de némesis. Con mucho camino por recorrer, pero con el tiempo y los conocimientos adecuados, podría aprovechar ese talento que parecía innato. Pocos días después citó a Lorena a tutoría. La felicitó tanto por la foto como por los trabajos redactados. Le hizo la propuesta de ampliar el último trabajo que había realizado para poderlo convertir en un artículo. Para sorpresa de Jukka ella aceptó encantada.

A partir de ese momento, Jukka sintió que en las clases no podía parar de fijarse en ella, y ella tomaba notas sin apartar la mirada de él. Se sorprendía a ratos pensando en que estaba vampirizando sus conocimientos. A diferencia de otros profesores que confiaban en el dictado de apuntes obsoletos, o en la lectura en el aula del contenido de saturadas diapositivas de powerpoint, Jukka quería que sus alumnos buscaran y razonaran. Que discutieran. No entendía la docencia como una serie de conferencias —o una única conferencia de cuatro meses de duración en el peor de los casos— donde el profesor se lucía y presumía de sus conocimientos. Para eso estaban otros foros. Cada día al entrar en el aula se recordaba la máxima de Goethe: “Comprender significa ser capaz de hacer”. Sentía la mayor de las satisfacciones cuando los apuntes se transformaban en la realidad de una práctica bien hecha.

Pero en otros momentos no sabía cómo interpretar ese cruce de miradas. ¿Atracción? Jukka trataba de mantenerse al margen de ese tipo de situaciones por las que ya había visto pasar a algunos colegas de otros centros de trabajo. A veces sentía que se ahogaba y se decía hasta la saciedad: «¡Joder! Típicas bobadas de profesor alumna, a ver si me centro”. Pero cada vez costaba más. Había días que no podía. En cierta ocasión llegó al despacho presa del nerviosismo. Victoria le preguntó si le pasaba algo y él tan sólo pudo contestar algo muy vago: “Luchando con mis demonios. Todos tenemos demonios, ¿no?”. Ella inquirió, en realidad quería ayudarlo, bien sabía las presiones a las que lo sometía Lábaro, pero Jukka no quiso ahondar en el tema.

Además, para complicar aún más sus temores, de manera cada vez más frecuente Lorena iba a tutoría. Las conversaciones que al principio eran sobre cuestiones de las clases, las prácticas y las dudas ante la redacción del artículo que estaba preparando fueron derivando a otros temas más cotidianos y, era de esperar, a otros de índole personal. Así es como supo que había comenzado a estudiar arquitectura en Barcelona, obligada por la tradición familiar, ya que, si bien su padre no había estudiado dicha carrera, el resto de la familia provenía de una casta de arquitectos. Supo de cómo se aburría en las clases y como poco a poco fue perdiendo el interés por la carrera para abandonarla dos años después de haberla empezado. De cómo el desinterés se tradujo en distracción y en un noviazgo falto de afecto. De un regreso, obligado, al hogar familiar y una especie de ultimátum para que encarrilara su vida. La decisión de estudiar Comunicación Audiovisual fue un acierto ya que siempre había demostrado un talento especial para la fotografía.

Poco a poco, Jukka abandonó las tutorías de despacho por tutorías de cafetería, algo que había aprendido de su director de tesis unos años antes y que había resultado muy útil. Pero en realidad, aunque tratara de convencer al resto de colegas y al omnipresente director del centro de que eran tutorías, lo cierto es que no eran más que largas charlas a última hora de la tarde en las que iban y venían ideas, anhelos, planes de futuro, etc. Todo con la tutela y complicidad de Omar, el encargado de la cafetería, que les solía reservar una mesa que se encontraba discretamente escondida tras un panel de anuncios. En otras ocasiones se encontraban en la entrada del edificio, y mirando al mar, sintiendo la húmeda brisa del levante cargada de salitre, conversaban aprovechando los minutos hasta el final. En alguna ocasión caminaron siguiendo el perímetro del edificio y Jukka sonreía en su interior al imaginarse a Lábaro pidiendo que le hicieran una copia de las grabaciones de seguridad, pues el edificio estaba plagado de cámaras que vigilaban entradas, salidas y ángulos muertos. Aunque Jukka tenía la teoría de que en realidad esas cámaras no grababan nada.

También sabía Jukka que corrían rumores. La frecuencia de las tutorías, las conversaciones de cafetería o en el exterior despertaba la imaginación de más de uno. Pero en el fondo eran comentarios espurios fruto de mentes demasiado calenturientas y ociosas. Se convencía a sí mismo estructurando sus ideas: “Primero: no pasa nada entre nosotros. Segundo: si pasara algo somos dos personas adultas”.

Sin darse cuenta, tras las vacaciones del verano de por medio —lo que les obligó a estar distanciados, pero en contacto por medio del correo—, y una escapada de Jukka a Burgos, llegó un nuevo curso. Lorena se matriculó en la asignatura que Jukka impartía en el curso siguiente. Estética. La dinámica entre ellos fue similar al año anterior, aprovechaban cualquier oportunidad diaria para mantener alguna conversación. La asignatura comprendía prácticas de fotografía en las que se debían materializar las categorías y conceptos estéticos que explicaba. Rosenkranz, Nietzsche, Benjamin, Artaud, Baudelaire… Lecturas y reflexiones sobre bellezas no clásicas. Lorena parecía disfrutar. Las conversaciones se llenaron de nuevos conceptos.

La confianza entre ellos había aumentado y en ocasiones se intercambiaban sms durante el día. Se cruzaban en los pasillos y Jukka notaba como Lorena, si iba en compañía de otros compañeros bajaba el rostro y lo miraba esquivamente sonriendo, con una mezcla de picardía y nostalgia en la mirada. Sin embargo, por mucho cuidado que Jukka ponía en mantener un límite y no cruzar más allá de la amistad —insólita desde luego para un profesor y una alumna— lo cierto es que en algún momento algo podría torcerse.

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