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Horizonte Vacio
“Diez años es mucho tiempo” había pensado Jukka antes de llamar por teléfono a Elisa, pero para su sorpresa, ella se alegró mucho de escucharlo. Tras las típicas palabras de saludo, quedaron en verse en el centro de la ciudad, en una cafetería que estaba enfrente de la academia que aún funcionaba. Jukka llegó pronto. Elisa llegó a la hora en punto. Jukka admiró de nuevo el estilo y elegancia de Elisa, quien seguía teniendo el porte atractivo de tiempo atrás. “Aunque el exceso de maquillaje y el tinte del pelo ayudan” se dijo a sí mismo. Estuvieron hablando. Jukka hizo una especie de recorrido vital de sus últimos años en apenas media hora, hasta que llegó al punto principal. La necesidad de tener un trabajo. A su edad y en la coyuntura de crisis por la que se estaba pasando no aventuraba ninguna perspectiva de éxito. Pero para su sorpresa, Elisa tuvo solución. Le comentó que su hermano tenía una empresa, llamada Gestión General —bromeó con el nombre indicando que lo mismo servía para gestionar un supermercado que para gestionar una fábrica de calzado— en la que seguro podría encontrar algo para él. El resto de la conversación transcurrió en torno a una interminable taza de café, recordando experiencias de los años en los que Jukka fue profesor en aquella academia. Días después Jukka entraba a formar parte de la empresa Gestión General, en un puesto de trabajo nuevo para él consistente en supervisar el posicionamiento de los productos de una multinacional, que estaba presente en el sector de la alimentación y los productos de droguería, así como la correcta aplicación de las ofertas que dicha empresa implementaba para tratar de fomentar el consumo de sus marcas y salvar el escollo de la crisis.
Jukka tenía una lista de cuarenta y cinco supermercados que debía visitar a lo largo del mes, semana a semana, día a día, en las comarcas de l’Alacantí, la Marina Baixa y la Marina Alta. Desde El Campello hasta Denia, realizaba una ruta siguiendo el litoral revisando productos, anotando, hablando con los encargados, llevando nuevas promociones —vales de descuento, camisetas, balones de playa, material escolar, o “ilusión para los menos favorecidos” en época navideña, es decir: la típica campaña por la que la empresa donaba un euro por cada compra de determinado detergente— y tratando de resaltar los productos y marcas de la multinacional colocando coloridos y vistosos poster en las entradas de las tiendas, stopper en los lineales donde estaban los productos, expositores de cartón e incluso algún hinchable con forma de botella de champú. Por este motivo había cambiado de coche, ya que necesitaba más espacio para llevar todo perfectamente organizado en cajas. Debía efectuar dos visitas al mes, una por quincena. La primera de ellas siempre para implantar la oferta, la segunda para reforzarla y comprobar el grado de aceptación por parte de los consumidores.
El cómo y cuándo hacía las visitas estaba en manos de cada empleado. De manera que Jukka había organizado las visitas de tal manera que le permitían disfrutar de algunos días libres al mes. Planificó siete rutas que visitaba en los primeros días del mes, de lunes a viernes. Dejaba un día libre en medio y luego volvía a empezar la segunda ronda de visitas. De este modo al final del mes tenía a su disposición unos tres o cuatro días libres, sin contar con el destinado al curso de formación.
La manera en cómo se había organizado las rutas despertó el recelo de la coordinadora de zona, pero los directivos de la multinacional no pusieron reparos, entre otras cosas por mediación del hermano de Elisa. No sólo contaba el hecho de tener “padrino”, sino que Jukka era eficaz en su trabajo y prueba de ello eran los numerosos incentivos que recibía a final de mes en forma de sobresueldo.
Cuando inició este trabajo, Jukka tuvo la incertidumbre de si con el sueldo podría vivir sin apreturas. Pero para su sorpresa, el sueldo de promotor era bastante más alto que el que había percibido como profesor de universidad. Si a ello se le unían los incentivos que solía recibir había meses que realmente eran muy beneficiosos. Jukka no tenía mayores gastos. Recibos de consumos por servicios de luz, agua, gas, teléfono; el gasto de la comida personal, que se reducía a desayunos y cenas. El único lujo la cerveza que consumía cada noche antes de dormir. La comida principal entraba dentro de los gastos que pagaba la empresa, junto al combustible y el kilometraje. También, cada año, hacía un modesto donativo a una ONG que trabajaba en la India.
Terminó la cerveza y se preparó unos fideos instantáneos. Mientras lo hacía se dedicó a repasar las anotaciones del día para rellenar los informes de visitas que debía remitir al final de cada jornada. Una rutina cómoda de realizar, sin mayor esfuerzo. Decidió acostarse pronto ya que al día siguiente iba a realizar la ruta de Calpe. Mientras daba vueltas en la cama, intentando conciliar el sueño —llevaba cuatro años con un trastorno de sueño severo— recordó la sesión del día que acababa de terminar y que, como sucedía una vez al mes, había consistido en acudir al curso de formación para la campaña mensual. Comenzó a recordar mientras miraba al techo.
El radio despertador había sonado a las siete. Como de costumbre: ducha y aseo personal. Para variar, se vistió un poco más elegante de lo normal. El curso de formación suponía pasar encerrado la mañana entera, junto al resto de comerciales de la zona —que incluía las provincias de Valencia, Murcia y Albacete—, en el salón de convenciones de un hotel. Unas veinte personas a las que se unían los responsables de la empresa de Gestión General y la multinacional estadounidense, Dicker & Stake, de la que dependían los productos.
A Jukka le divertían esas sesiones. Sobre todo, la parte de rolplay en la que debían tratar de convencer a uno de ellos mismos, que asumía el papel de encargado de supermercado y cuya única respuesta era invariablemente negativa, de la pertinencia de implantar la promoción o el producto. Debían ensayar como presentar las promociones, como argumentar frente a una negativa, llevando el final de la conversación a un estandarizado “si aumentan las ventas de este champú —o el producto que fuera— ganamos todos”. A media mañana solía haber una pausa para un desayuno que solía consistir en bollería y café.
Ese día, Jukka fue al aseo antes de participar del desayuno. Se estaba lavando las manos cuando entró Peter Wageman, uno de los americanos. Lo saludó con un gesto de la cabeza mientras se secaba las manos en la máquina de aire. Cuando acabó, Wageman se dirigió a él.
– Hola, ¿Jukka? —preguntó con un marcado acento anglosajón.
– Sí, exacto.
– ¿Cómo ves la nueva campaña de otoño?
– Bien —contestó con la mayor neutralidad posible, ya que a él no le correspondía juzgar la pertinencia o no de objetivos, estrategias y demás asuntos.
– Perfecto —dijo Wageman sonriendo y mostrando una blanca y cuidada dentadura—. Bueno, oye, necesito pedirte un favor. Me han dicho que eres el encargado de visitar las tiendas de la zona de Calpe, Benissa y Moraira.
– Sí, entre otras.
– Vale, vale, vale. Mira, es que estoy buscando a una persona que conocí hace unos meses. Si no es molestia me gustaría que pasaras a ver si está en la dirección que me dio.
– Ya. Entiendo. ¿Una mujer? ¿Un hombre?
– ¡Je, je, je, je! —rio nerviosamente Wageman—. Una mujer desde luego.
– Bien —dijo Jukka encogiéndose de hombros—. Dame los datos y la próxima semana tengo visita por esa zona. Si me das tu número te llamo con lo que averigüe.
– ¡Ok, perfecto!
Wageman le dio un papel en el que había garabateado un nombre y una dirección. Sin prestarle mucha atención lo guardó en el bolsillo de la camisa y volvió con el resto de los compañeros al curso. Las horas pasaron plomizas. Objetivos, argumentos, materiales nuevos, recordatorio de protocolos para presentar facturas, incidencias, espíritu de equipo. Cuando acabaron a media tarde Jukka volvió a su piso. Preparó el material para el día siguiente, organizó mentalmente su ruta. Cenó. Fideos de sabor incierto. Cerveza en la terraza mirando sin prestar atención alguna al horizonte. Nueva sesión de sueño agitado ante la expectativa de un nuevo día.
5
Le gustaba despertarse temprano y hacer el recorrido pronto. Prefería viajar por la carretera de la costa en lugar de hacerlo por la autopista. La empresa abonaba los desplazamientos por ésta, pero él prefería el viejo camino. Podía deleitarse con el mar, así como con el espectáculo del sol cuando comenzaba a surcar el horizonte para alumbrar un nuevo día. Desde luego había partes del itinerario que eran lentos debido a las curvas y las cuestas, pero así y todo los disfrutaba.
Salió pronto esa mañana, aun era de noche. Condujo por la carretera —una saturada N332— hasta llegar a Benissa, lugar donde empezaba la ruta del día. Allí esperó en una cafetería en la calle Doctor Vicente Buigues, justo enfrente estaba el Super Plus. Desayunó un café con leche y un cruasán. Desde donde estaba sentado observaba el rítmico movimiento de los empleados que estaban dentro del supermercado a través de un gran ventanal. La puerta principal estaba cerrada y ya se empezaban a reunir personas con bolsas y carritos de la compra esperando que a las nueve en punto se levantara la reja metálica. Casi todos eran ancianos. Jukka se deleitaba viendo como cada dos semanas a la misma hora veía las mismas caras, en las mismas actitudes. Una vez dentro los encontraba siempre en los mismos pasillos comprando los mismos productos y llenando los carros con monótona eficacia. Los años de rutina habían producido esta curiosa coreografía. A las nueve en punto la verja se empezó a levantar y los clientes que esperaban fuera iniciaron el ritual de la compra. Jukka pagó su desayuno, salió y se dirigió al supermercado. Una vez dentro saludó a una de las cajeras y preguntó por Vanesa, la encargada. La avisaron por megafonía. Se acercó una chica joven de rostro redondo, con el pelo recogido en una coleta, ojos vivos y amplia sonrisa. Caminaba deprisa y parecía alegrarse de ver a Jukka.
– ¡Hola Jukka! ¿Qué me traes esta semana?
– ¿Qué tal Vanesa? Pues mira, la promoción del mes es para la nueva línea de champú Flaw.
– ¿El anticaspa o el nuevo?
– El nuevo, Flaw Total.
– Vale. ¡Joder, mira que es bueno!
– ¿Ya lo has probado?
– Sí claro. ¿No lo notas?
– Pues no, con esa coleta que llevas…
Vanesa comenzó a reírse y Jukka sonrió. Le encantaban estas conversaciones triviales. Sin mayores razonamientos. Sin segundas lecturas ni cargadas de contenidos. Tampoco tenía que soportar envidias de colegas, ni egos exagerados de recién llegados a una profesión que le quedaba grande, ni intrigas por ocupar un puesto de gestión. En este trabajo cada uno tenía asignada un área y debía cumplir con sus objetivos e incluso superarlos —lo que suponía un incentivo económico— sin pisar a nadie. La competencia, en todo caso, era con otras empresas, otros comerciales y promotores a los que no conocía.
– Si quieres me suelto la coleta —dijo Vanesa sonriendo.
– Anda, déjalo para otro día —bromeó Jukka.
Jukka puso a Vanesa al corriente de la promoción. Debía poner unos stopper en el lineal de los champús para llamar la atención de un posible cliente. A cambio, la encargada del supermercado recibía un talonario de descuentos para cada producto de la empresa. Vanesa aceptó y acompañó a Jukka para seguir charlando con él. Ninguno de los dos tenía interés en el otro más allá de las bromas que gastaba Vanesa. Ella, con veintinueve años, acababa de casarse con el cajero de un banco que estaba al lado del supermercado. Se habían conocido en el bar de enfrente, el mismo donde solía desayunar Jukka. Su carácter extrovertido le hacía bromear y hablar con todos los que entraban en la tienda. Jukka vio que habían retirado una estantería en la zona de los frutos secos.
– Vanesa, ¿hay hueco en ese sitio?
– Sí. Se nos cayó la estantería, se rompió una pieza y la central no nos va a mandar nada. ¿Por qué lo preguntas?
– Tengo unos expositores montables en el coche. Son para el lavaplatos Etching.
– ¡Joder Jukka! ¡No se te escapa una! —dijo riendo—. Venga va, ve por uno y lo pones. Ya sabes. Me dejas la tienda limpia.
– Descuida.
Cuando terminó, se despidió de Vanesa quien estaba hablando con el comercial de una empresa de refrescos. Se dirigió luego al otro supermercado que debía visitar en la misma localidad. La Botiga “El Saladar”, una pequeña tienda que vendía frutas y verduras pero que de manera inexplicable había aceptado comercializar uno de los productos estrellas de la multinacional americana, el refresco Siberian Fresh. Cuando se lo comunicaron a Jukka no se lo creía. “En el último rincón del mundo y llega este refresco con nombre a Guerra Fría. ¡Alucinante!” fue lo primero que pensó. Pero en efecto, la primera visita que hizo encontró una reluciente nevera, suministrada por la compañía a los clientes selectos, llena de botellas de medio litro de un líquido azul que sabía agradablemente a frutas. Jukka cuando vio por primera vez el refresco tuvo un pensamiento siniestro: “Parece limpia cristales. Lo mismo les da por vender anticongelante y la gente lo consume. Si viene de Estados Unidos por fuerza creen que está bueno”. Aunque cuando lo probó, con las reservas de un catador de comidas envenenadas, claudicó: “Está bueno de cojones”.
Llegar hasta la tienda solo lo conseguía gracias al navegador, ya que estaba ubicada en una recóndita calle de una abigarrada zona de urbanizaciones. La insistente voz femenina del dispositivo GPS lo iba guiando por la CV—741 en dirección a Benimeit, hasta que lo obligaba a desviarse e introducirse en un camino que no tenía ni clasificación en la nomenclatura de carreteras. Llegaba al camino de Fanadix, confiando en el buen criterio de la máquina, para luego serpentear entre las colinas que se iban acercando a la costa y que habían sido ocupadas por adosados, chalets y algún pequeño edificio. Todo un ejercicio de atención constante a la hora de conducir debido a las cambiantes de rasante y a las pronunciadas curvas que jalonaban el camino. Llegaba a la calle Urbanización San Jaime, pero debía dar unas cuantas vueltas antes de poder aparcar, ya que la zona estaba llena de chalets con la señal de vado en las entradas y el sitio libre escaseaba. Le llamaba la atención el criterio del Ayuntamiento correspondiente, o al menos el del responsable de urbanismo, ya que a la derecha de la calle por la que transitaba las cuatro calles existentes tenía nombres de comunidades autónomas españolas: Catalunya, Castella i Lleó, Asturies y Castilla La Mancha; mientras que a la izquierda parecía que el responsable de nombrar las calles había estado leyendo Las mil y una noches, ya que los nombres eran más exóticos: Larache, Casablanca, Orán, Amman, Bagdad, Basora. Eso, o es que era especialista en Medio Oriente y mundo islámico.
Tras aparcar debajo de la frondosa sombra que proporcionaba un árbol enorme, se dirigió a la Botiga “El Saladar” donde entabló conversación con el dueño. Nada importante. La carestía de la vida, los impuestos, las facturas, la jubilación que aún tardaría en llegar. Por su parte Jukka escuchaba, asentía, y llegados al incómodo punto del silencio por no saber qué decir. Explicaba la promoción, entregaba el material y poco más. En este caso, además, no había nada que dejar, ya que este mes no había promoción por el refresco. El verano, temporada alta de consumo en la que se entregaron camisetas, gorras y un sorteo —del que no se sabía quien había resultado ganador—, había terminado y esta tienda no tenía ningún otro producto. Jukka se limitó a apuntar que la nevera estaba medio llena y que no había ningún otro producto de la competencia dentro de ella, lo cual era una política que llevaba la compañía a rajatabla. Si se detectaba el empleo de la nevera con otro producto que no fuera el propio automáticamente se retiraba del establecimiento. Jukka se despidió, volvió al coche y marchó al siguiente destino.
Volvió sobre el camino, condujo de nuevo por la N—332 y luego se desvió a la derecha en dirección a Teulada por la CV—740. Llegó a su siguiente visita, de nuevo un Super Plus en la calle Tabarca, pero no encontró al encargado. Avisó al cajero que iba a revisar los productos de Dicker & Stake. El cajero le respondió con una especie de gruñido y un gesto afirmativo. “Como si le digo que vengo a ver una cabra” pensó Jukka. Revisó todo y puso un stopper donde los champús. Salió y se metió en el coche. Condujo a través de la Avenida del Mediterráneo y al final de la misma se desvió a la derecha tomando la CV—743. No le gustaba este tramo del itinerario. La carretera, estrecha, era muy traicionera. Largas rectas y de repente curvas peligrosas a derecha e izquierda, a lo que había que unir cruces, rotondas e intersecciones por las que solían incorporarse los vehículos de manera brusca sin respetar las normas de conducción. Finalmente llegaba a Moraira.
El primero de los supermercados que visitaba estaba cerca de una salida de la CV—743, en la calle Móstoles. Se trataba de un supermercado que ocupaba toda la manzana. En la fachada destacaba un toldo con los colores de la bandera española y un rótulo en letras de molde en el que se podía leer, en letras rojas y amarillas, Super Paco. Construido en los años setenta en un descampado, había resistido el paso del tiempo y en la actualidad había acabado engullido por los bloques de apartamentos que habían proliferado desde los años ochenta en adelante. Por su situación, siempre estaba lleno de gente comprando. A Jukka le constaba, porque se lo habían comentado en un curso de formación, que numerosas empresas del sector habían intentado comprar el local para incorporarlo a su red, incluso una empresa francesa había llegado a hacer millonarias ofertas en varias ocasiones, pero el dueño no pensaba ni por un momento en desprenderse del negocio. Un dueño, que actuaba de encargado a pie de cañón, con el que Jukka sufría cada vez que visitaba la tienda.
Francisco Ramírez, así se llamaba, era de poca altura, alrededor de un metro sesenta. Tenía la cara cuadrada y apenas le quedaba pelo, el poco que tenía estaba cubierto de canas. De mirada viva, sus ojos verdes brillaban maliciosamente cuando bromeaba. Solía acompañar sus comentarios con una sonrisa burlona y un gesto desconcertante consistente en mirar a los lados, como esperando aprobación a sus palabras. A diferencia de otros encargados, le gustaba recibir a los promotores y comerciales en su despacho. En un espacio de apenas seis metros cuadrados tenía una mesa de madera de estilo rústico, una silla de director forrada en cuero y una desvencijada silla de comedor, seguramente rescatada de algún contenedor, para las visitas. Sin ventanas, la única corriente de aire que existía era un destartalado ventilador que estaba sujeto a una de las paredes y que apuntaba siempre hacia su sitio, por lo que el aire pasaba sin efecto alguno por encima de la visita que se encontrara con él. Para acabar de rematar la claustrofobia reinante en tan minúsculo despacho, Francisco Ramírez tenía colocado un retrato de Franco en la pared justo encima de su sillón de director. No se trataba de una foto cualquiera. Como el mismo Ramírez recordaba hasta el aburrimiento, se trataba de: “Un auténtico retrato de Jalón Ángel. Francisco Franco en su Cuartel General. Me avisaron a tiempo antes de que lo tiraran a la basura. Estaba en el almacén de la Delegación de Hacienda de Alicante. ¡Tirar a la basura al Generalísimo! ¡Al Caudillo! Así nos va”. Este relato lo hacía invariablemente a cada visita.
No era el único símbolo de aquella infame época. Junto al sillón, Ramírez tenía una bandera del régimen franquista. Una rojigualda con el escudo de la “época más gloriosa” como solía decir Ramírez, es decir, la que terminó con la muerte del caudillo. A Jukka le indignaba ver el águila de San Juan con toda la parafernalia que la acompañaba. El yugo, las flechas, y el lema “una grande y libre” le parecía fuera de lugar en el momento actual en el que se encontraba la sociedad. Pero siempre han existido los nostálgicos. Con Ramírez las conversaciones empezaban siempre de la misma manera, referencias al Generalísimo, la pervivencia del contubernio comunista masónico, la ocasión perdida por los héroes del 23 de febrero. Luego derivaba en la necesidad de mantener la “casta española”. Momento en el que comenzaba a presumir de su mujer cien por cien española que estaba en casa “ocupándose de la familia como Dios manda”. Le contaba una y otra vez la historia de sus tres hijas, todas con nombres de advocación mariana: Macarena, Lourdes y Rocío; y sus cuatro hijos: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. A lo que Jukka, pacientemente, asentía con una expresión ausente, ya que había escuchado tantas veces la historia que ya no tenía la tentación de reír al escuchar juntos los nombres de evangelistas y vírgenes.
“Cansino”, es lo que se repetía Jukka en su interior ante la verborrea nostálgica e irracional de su interlocutor. De modo que su estrategia era escuchar, desconectando lo máximo posible y aprovechar un momento de respiro, para atacar con la última promoción que llevaba. Así hizo ese día y consiguió únicamente colocar los stopper en el lineal de champús.
Medio agotado por haber tenido que aguantar una vez más la conversación con Ramírez, Jukka volvió a su coche y se marchó por la carretera costera que unía Moraira con Calpe. Era un itinerario corto, pero realmente curioso ya que la mayoría de las tiendas, restaurantes e incluso casas que había en los márgenes de la carretera tenían nombres alemanes, holandeses o noruegos. Le hacía sonreír ver en algunos comercios de esta zona carteles escritos a mano, o impresos, estratégicamente colocados en los que se podía leer: “Se habla español”. Era como estar en un mundo paralelo. En realidad, la gran cantidad de ciudadanos europeos instalados en esa zona era abrumadora. Con un predominio de personas mayores, cada vez más se podía ver a familias más jóvenes ocupándose de los negocios. Incluso habían construido colegios especiales donde se educaba según los modelos de sus respectivos países. Un auténtico mosaico de la Europa actual, a la que se estaban incorporando cada vez más rusos y ucranianos.
Atravesó las calles serpenteantes de La Sabatera, cruzó el paso sobre el Barranc Roig y se incorporó a la carretera que unía Teulada con Moraira en un descenso hacia la costa. Un camino que siempre contaba con un volumen de tráfico generoso, aunque, obviamente, en verano era mayor. Las siguientes visitas estaban muy cerca. La primera de ellas un Super Plus en la calle Les Vinyes.
Cuando entró, no pudo hacer más que sonreír al escuchar la música que sonaba por megafonía, un remix tecno de los que le gustaban al encargado:
Azzurro,Il pomeriggio è troppo azzurroE lungo per me.Mi accorgoDi non avere più risorseSenza di teEl encargado, Carlos Celdrán, era un tipo joven, rozando la treintena. Era alto y delgado, con un rostro fino y alargado, tenía unos ojos oscuros vivarachos que brillaban alegremente. Celdrán tenía una melena larga y lacia que le llegaba hasta la cintura. Cuando hablaba solía moverse nerviosamente y normalmente concluía sus frases con un “pim – pam, pim – pam” mientras agitaba las manos como si fuera un Dj. Cuando Jukka le pedía permiso para poner algún tipo de promoción él se desentendía con una frase que era su leitmotiv: “eso ya lo han hablado los jefes ¿no? Pues tú a lo tuyo a poner todo y me dejas la tienda bien adornada. ¡Pim – pam, pim – pam!”. Tal y como esperaba, dejó las promociones previstas y continuó el recorrido.
La siguiente parada era justo en la perpendicular, la Avenida de la Paz. El supermercado era el William’s Market, perteneciente a una pequeña cadena británica que operaba en España. Jukka detestaba las visitas a esta tienda —no por el idioma ya que se defendía en inglés con cierta soltura, aunque la encargada insistía en hablar en español— sino porque ésta, Kathryn Gossiper, llevaba siempre las conversaciones a terrenos personales. Tenía rostro triangular, que llevaba siempre con un exceso de maquillaje, ojos de un azul intenso y cabello tintado en rubio platino, algo entrada en carnes, siempre vestía ropa muy ajustada. Kathryn solía recibir de manera muy educada a Jukka. Apenas él había terminado de explicar cuáles eran promociones y ella había analizado el porcentaje que sobre las ventas tendría resaltar el producto y en consecuencia el aumento de sus ganancias una vez hubiera abonado a los proveedores. Así ocurrió aquel día en el que tras poner la promoción del champú le dejó el talonario de vales.