bannerbanner
Máscaras De Cristal
Máscaras De Cristal

Полная версия

Máscaras De Cristal

Настройки чтения
Размер шрифта
Высота строк
Поля
На страницу:
7 из 7

Al leer la noticia movió la cabeza. Si incluso ella, en el fondo, lo condenaba, ¿cómo podía esperar que aquel hombre fuese creído por un jurado? Le correspondía a ella defenderlo y no lo estaba haciendo de la manera adecuada ni con el espíritu justo.

Decidió que iría a hablar con la familia Wallace para obtener el máximo de información sobre la vida y la personalidad de Peter. Sí, debía escarbar en su vida.

―Loreley, ¿me oyes? ―le preguntó Ethan de pie delante del escritorio.

Ella cerró el periódico y se lo devolvió.

―Perdona, me he distraído leyendo el artículo.

―Te estaba diciendo que si quieres que te ayude con este caso, lo haré.

―Eres muy amable pero tú ya tienes bastante que hacer y quiero hacerlo yo misma.

En la mirada del hombre leyó un mensaje insistente de indulgencia, mezclado con compasión, que la hizo sentirse incómoda. Se levantó de la butaca y lo abordó, apoyándose en el borde del escritorio con los brazos cruzados.

―En vez de mirarme de esa manera ¿por qué no me dices lo que estás realmente pensando?

―No te entiendo.

―Venga, sabes perfectamente que John se ha ido de casa… y a lo mejor conoces también el motivo ―estaba forzando la mano pero no tenía elección si quería sacarle algo.

Lo vio rascarse la cabeza, un gesto que repetía cada vez que se sentía en dificultades.

―¡Vamos, Ethan! Te lo suplico.

El hombre suspiró.

―¿Qué quieres que te diga? No sé qué pensar y no me corresponde juzgarlo: tengo tantos problemas como tú con respecto a mi vida sentimental, y ya me llega.

―¿Hablas de tu mujer? ¿Cuánto tiempo más vas a permitir que tu ex mujer use a vuestro hijo como medio para chantajearte? No debes dejárselo hacer más.

―¡Si fuese tan fácil! Si no tengo cuidado en cómo me comporto con Stephany y a lo que le digo, me arriesgo a hacer sufrir a Lukas. Y a mí también. Tengo miedo de que se lo lleve de New York para volver a su ciudad.

―No cedas. No le des más dinero, te está desangrando. Intenta decirle que haga lo que quiera: me gustaría ver si se va de aquí. ¿Y para hacer qué?

Lo vio mover la cabeza y quedarse en silencio. Sintió lástima de él y dejó el tema.

―¿Sabes que Johnny me ha abandonado en París, dejándome sola? ―le señaló la herida en la cabeza. ―Esta me la he hecho por correr detrás de él. Me he caído por las escaleras.

―Me había preguntado cómo te había hecho daño, en efecto.

―Kilmer lo sabía. Pero ahora volvamos al tema que me interesa más en este momento: Johnny se ha ido de casa sin ni siquiera llamarme para informarme de sus intenciones o para darme la posibilidad de defenderme. ―se puso las manos en las caderas. ―¿Sabes qué te digo? ¡No sé si merece una explicación, o incluso si es justo darle una segunda oportunidad para enmendar su comportamiento!

―Nada es justo en todo esto y yo no tengo ganas de ponerme de parte de ninguno de los dos ―apretó los labios y respiró profundamente. ―Escucha, os aprecio a ambos y me hace daño veros así. Tampoco él está bien, te lo aseguro. Lo siento pero no puedo decirte otra cosa; habla con John.

―¿Y cómo hago para hablarle si ni siquiera sé dónde encontrarlo?

Ethan no respondió enseguida: pareció medir las baldosas del suelo con pequeños pasos nerviosos, delante y atrás, las manos en los bolsillos, hasta que se paró de nuevo enfrente de ella mirándola directamente a los ojos.

―John está en Los Ángeles.

―¡Gracias Ethan!

―¡Buena suerte!

***

La casa de los Wallace era una construcción de tres pisos de ladrillo rojo en la calle setenta y uno, cerca del cruce con la West End Avenue. Loreley no tenía ni que coger el coche para llegar allí porque estaba a poco más de doscientos metros de su propio edificio. Desde la oficina había ido a casa para refrescarse y cambiarse la camisa del traje chaqueta antes de ir a ver a los padres de su cliente.

La señora que le abrió la puerta la miró como si estuviese molesta y Loreley comprendió que el hijo no la había avisado de su llegada. Sólo después de haberse presentado y haberle explicado el motivo de su visita consiguió verla sonreír y entrar.

El salón en el que fue recibida tenía un mobiliario sobrio que parecía antiguo: ningún vestigio de extravagancia, ni siquiera en los colores de la tapicería o en cualquier objeto. Todo parecía en su lugar, en un orden casi maniático.

La dueña de la casa la hizo sentar en un sofá de terciopelo color crema, con una fila de cojines a juego apoyados en el respaldo.

―¿Puedo invitarle a un té, miss Lehmann? ―le preguntó la señora mientras se quedaba en pie, la postura rígida.

Loreley la examinó: vestido negro, un poco más abajo de la rodilla, zapatos décolleté con tacón de altura media y cabellos lisos castaños recogidos en la nuca. No llevaba nada de maquillaje pero parecía preparada para salir. ¡Y deprisa! Lo confirmaban su manera de actuar impaciente.

―No, gracias, señora Wallace, está bien así.

Escuchó abrirse la cerradura de la puerta de entrada y luego unos pasos. Poco después, un muchacho alto y delgado apareció en el umbral. Por su aspecto aparentaba unos treinta años y se parecía a la señora Wallace. No parecía, de hecho, el hermano de Peter, que debía semejarse al padre.

Se volvió hacia Loreley:

―Buenos días, abogada Lehmann. Espero que no haya tenido que esperar demasiado. ―Le estrechó la mano.

―Michael, ¿has hecho adrede lo de no decirme nada? ―se entrometió la madre ―¿Qué me ocultas?

El muchacho alzó los ojos hacia arriba.

―He estado ocupado y he olvidado avisarte. Ahora no comiences a ver intrigas por todas partes.

La madre lo fulminó con la mirada.

―No creía que tuvieses que salir justo ahora.

La señora Wallace parecía poco convencida pero el hijo no se descompuso.

―¡Perfecto! ―se volvió hacia Loreley. ―Un placer haber conocido a la abogada de mi hijo. Siento no haber ido al juicio pero no faltaré a la próxima audiencia. Ahora debo marcharme: como ha podido ver tengo un compromiso ―le dijo despidiéndose.

Loreley se volvió a sentar en el sofá mientras Michael cogió una silla tapizada y se sentó delante de ella.

―Perdone. Mi madre tiene sus paranoias.

―Hubiera preferido hablar también con la señora, me parece que ya se lo había dicho.

El muchacho cruzó los brazos sobre el pecho y las piernas.

―Es mejor dejar a mi madre fuera de esta conversación.

Loreley frunció el ceño.

―¿Y por qué razón?

―Verá, ella es una mujer muy firme en sus convicciones y con un fuerte sentido de la moral, o de lo que entiende con esta palabra. Digamos, en fin, que es un poco quisquillosa. Para ella Peter es un vago, sólo capaz de crear problemas.

―¿En serio?

―Sí, todo depende de qué cosa espera una madre de su hijo: la mía siempre ha pretendido mucho. Pero debo admitir que, esta vez, el problema que ha creado Peter es realmente enorme, más grande que él… y que nosotros.

―¿Usted qué relación tiene con su hermano?

―Bueno, cuando éramos pequeños Peter se comportaba conmigo como si yo fuese el que robaba la atención de mamá y por despecho me daba pellizcos, tanto que la ponía nerviosa con mi llanto; o a escondidas se bebía la leche de mi biberón que mamá me dejaba en la mano una vez que me había convertido en bastante grande como para sostenerlo yo solo. De vez en cuando, cuando era joven, rompía un objeto y me echaba la culpa, para conseguir que ella me riñese.

―Todos esos son comportamientos que forman parte de un cuadro familiar común: el hermano mayor muy celoso del menor y atemorizado por el hecho de que los padres puedan querer más al pequeño que a él.

―Sí, es verdad, pero a Peter estos comportamientos lo exasperaban. A pesar de los desprecios sufridos era mi ídolo. Intentaba imitarlo en todo: en el modo de vestirse, de peinarse, de relacionarse con las muchachas…

Se paró como para reflexionar, luego movió la cabeza mientras sonreía.

―Él sí que se lo sabían montar: tenía un modo de comportarse que iba más allá de la belleza exterior, ¡ya un punto por si misma! Pero intentar ser como mi hermano no funcionaba conmigo. Le envidiaba y con el tiempo incluso le he cogido rencor por esto. Como represalia hacia él intentaba ser el primero de clase en la escuela, venciendo de esta manera mi pereza a estudiar y descubriendo que conseguía fácilmente tener buenas notas, que hasta ese momento habían sido malas. Había alcanzado mi objetivo: mis padres me elogiaban a mí y le humillaban a él por sus notas mediocres. Es horrible, lo sé, y no estoy orgulloso de aquella época. Hacía tiempo que no pensaba en ello.

¡Qué suerte que era el hermano menor adorado! Durante la adolescencia el que era celoso, además de envidioso, parecía que había sido Michael, pensó Loreley colocándose mejor en los cojines. No sabía, sin embargo, a dónde quería ir a parar aquel muchacho.

―¿Y su hermano cómo reaccionaba?

―Peter en esos casos prefería no decir nada: era la única forma de respeto que tenía por nuestros padres. Aguantaba los sermones en silencio pero cuando volvíamos a estar solos, se enojaba: “Mamá y papá no llegan a comprender que yo, a diferencia de ti, no me quiero marchitar entre los muros de una universidad” ―decía. “Si te apetece estudiar, hazlo: será bueno para ti. Yo quiero crear y vivir al aire libre”―Era el planteamiento que de vez en cuando repetía después de la habitual discusión sobre la escuela.

―Así que no había comprendido que usted se esforzaba por tener buenas notas para vengarse de él.

―No, no lo creo, nunca me ha dicho nada al respecto.

―Peter no quería ir a la universidad: ¿qué hacía entonces?

―Mi hermano poseía el estro de un artista y pintaba. Y no solamente sobre tela, también en la pavimentación de las calles y sobre los muros de los edificios. Es raro, sin embargo, que la pintura te dé para comer: mamá y papá no hacían otra cosa que repetírselo pero a él le daba lo mismo y nunca se esforzó por cambiar las cosas. Decía que, por una parte, le convenía: yo les servía para canalizar todas sus expectativas, de esta manera él podía escoger libremente su camino.

Si era verdad que de pequeño Peter sufría de unos celos insanos hacia su hermano menor, no estaba claro que los hubiese tenido también de mayor. Debía insistir sobre este punto. Por el momento de él sólo había comprendido que poseía un carácter en desacuerdo con la maldad y el instinto violento que haría falta para golpear hasta la muerte a una mujer.

―Por lo que me ha dicho, Peter de pequeño sentía muchos celos hacia usted: ¿fue así también en los años sucesivos? ¿Le ha puesto las manos encima? Y con respecto a las muchachas, ¿ha manifestado alguna vez un exceso de cólera?

Loreley vio a Michael levantarse y dirigirse hacia el local de al lado. Desapareció tras una puerta y volvió a aparecer con una botella de whisky y un par de vasos:

―¿Quiere un poco? ―le preguntó. ―Quizás a una señora como usted sería mejor invitarla a una copa de champaña…

Loreley dudó: no estaba habituada a tomar bebidas alcohólicas de alta graduación con el estómago vacío y en su estado tampoco podía permitírselo.

―Beba usted.

Él no se lo hizo repetir. Se sirvió dos dedos de whisky en el vaso y bebió un sorbo; a continuación se sentó otra vez delante de ella.

―Sabía que llegaríamos a estas preguntas ―Vació el vaso de un trago y lo volvió a llenar ―Quiero ser sincero hasta el final con usted, abogada. En fin, Peter era celoso y posesivo en sus relaciones con las chicas, lo debo reconocer, pero la única vez que se ha visto envuelto en algo violento a causa de una de ellas ha sido sólo para defenderla, no para agredirla. En cuanto a mí, he recibido de él un par de puñetazos, más que merecidos, por otra parte. Necesitaba una buena lección pero mi padre no estaba, así que se encargó él.

―¿Qué había hecho mal?

Michael apartó la mirada.

―Peter había encontrado una bolsita de cocaína en mi cajón. Sé lo que está pensando pero no era un cocainómano. La droga me la había dado un compañero de universidad; por temor a probarla la había puesto aparte, esperando encontrar el coraje para hacerlo. He corrido un gran riesgo: aquel muchacho había esperado que me gustase tanto que me habría convertido en su esclavo y se la compraría sólo a él, como luego me ha explicado Peter. Mi hermano me salvó el culo haciéndola desaparecer y no diciéndole nada a mis padres; pero esa vez no consiguió tener quietas las manos… sólo por mi bien, para que aprendiese la lección.

―¿La cosa acabó aquí?

―Sí, claro. Es por este motivo que no quería que mamá estuviese en la conversación: no hubiera podido ser tan sincero. Usted no la conoce.

―Me he hecho una ligera idea.

―Esa ligera idea la multiplique por lo menos por tres.

Loreley asintió.

―Volvamos con Peter.

―No tengo nada más que decirle acerca de él. Poco después conoció a Lindsay y se fue de casa.

―¿Cómo eran las relaciones entre ellos?

―Por lo que yo sé, eran buenas. Alguna discusión, sí… ¿quién no discute? Es verdad, en los últimos tiempos lo veía un poco tenso, pero creo que era por motivos económicos.

―¿Lindsay tenía a alguien que le rondaba?

Michael se recolocó en la silla.

―No creo, sin embargo ella era muy reservada y hablaba poco de sí misma. Nunca me ha parecido del tipo que se deja llevar por la pasión.

Loreley lo vio observar el reloj de péndulo apoyado en la pared, una pieza de anticuario, y entendió que había llegado la hora de despedirse.

Se levantó del sofá.

―Bien, ya no le molesto más. Gracias por el tiempo que me ha dedicado.

Cogió el bolso y el abrigo y salió.

Конец ознакомительного фрагмента.

Текст предоставлен ООО «ЛитРес».

Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.

Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.

Конец ознакомительного фрагмента
Купить и скачать всю книгу
На страницу:
7 из 7