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EL MISTERIO DE LA BELLEZA EXACTA
EL MISTERIO DE LA BELLEZA EXACTA

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El matemático se detuvo en el penúltimo escalón. Desde ahí el sería visto y oído mejor.

– Hermanos – Pitágoras se dirigió a los presentes. – muchos años nos hemos inclinado a su majestad El Número. Y gracias a nuestra perseverancia y paciencia hemos descubierto no pocos y asombrosos misterios. Entre ellos hay grandes, y con los cuales se puede mejorar el mundo que nos rodea. Cuidadosamente los guardamos y sólo los trasmitimos entre nosotros. Muchos envidian nuestros conocimientos. La envidia se traga sus pequeñas almas, nos temen, y por eso nos quieren destruir. Ustedes escuchan como arden las paredes de esta buena casa que siempre nos ha resguardado. Aquí nos ha visitado la iluminación. Aquí construimos una atmósfera donde el mismo aire estaba lleno de números y fórmulas. Los respiramos y nos deleitábamos con ellos. Pero hoy les ordeno que abandonen esta casa para siempre. Traten de salvar nuestros manuscritos, salvarse ustedes mismos y dispersarse por todos los rincones de la gran Grecia. Llegó el momento de compartir nuestros conocimientos con la sociedad. De ahora en adelante Uds. no son alumnos sino maestros. Nuestros éxitos en las matemáticas no deben ser destruidos! —

Se oyó un murmullo de preocupación en la hermandad.

– Maestro, con quién se irá Ud. —

– Ya estoy viejo y me quedo aquí. —



– Pero Maestro…

– No tienen tiempo! Apúrense! Dispérsense por la casa y salgan por diferentes ventanas. Alguno de Uds., sin falta, saldrá. – Pitágoras, con un gesto, detuvo los murmullos.

– Y recuerden mi último gran problema. Aquellos, que queden vivos, deberán hacer los mayores esfuerzos para resolverlo. Si ustedes no lo resuelven, pásenlo a sus estudiantes. Este problema hay que resolverlo. —

En un rincón de la sala se prendió una cortina, el fuego se extendió a la pared y alcanzó el techo.

– Ya es hora! Corran! – agitó la mano Pitágoras.

Esperó, hasta que los alumnos apresurados abandonaron la sala y se dirigió a su habitación en el ala derecha del edificio. El viejo matemático cerró completamente la puerta, tapó la rendija inferior con una cobija y se sentó a la mesa. Le quedaban algunos minutos para dedicarse a su amada actividad. En los últimos días yacía en su mesa de trabajo la fórmula de su más famoso teorema:

a2 + b2 = y2

en cualquier triángulo rectángulo la suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa. Abajo estaban escritos tríos de números enteros que satisfacen la fórmula y a la cabeza de ellos el trío más bello de todos: 3, 4, 5. Estaba también la asombrosa combinación: 99, 4900, 4901. Sus alumnos llamaron a estas combinaciones las triadas pitagóricas. Pitágoras desarrolló un método para hallar tales tríos y demostró que había un conjunto infinito de ellos. Pero en esa ecuación si, simplemente, se cambia el exponente 2 por 3 todo cambia de una manera insondable. El problema se convierte en un problema archicomplicado. En el último año Pitágoras no había podido hallar ni una sola combinación de números enteros positivos que satisficieran la ecuación de tercer grado. Ni sus alumnos más adelantados pudieron enfrentarlo. Un problema que, a primera vista, es muy simple, no se le dio a nadie.

El gran matemático se hundió en meditaciones. Con gran pasión él quiso encontrar esas misteriosas combinaciones de cifras para completar su vida y disfrutar de una nueva victoria de la razón sobre el mundo secreto de los números.

La habitación se puso caliente, ya se colaban delgados hilos de humo, pero el sabio sólo se cubrió la boca con un paño delgado, empapado en vino. El siente que la solución está cerca, en el aire. Bajo la presión del fuego chasquea la puerta y las llamas irrumpen en la habitación alcanzando con tentáculos amarillos la mesa y la silla bajo Pitágoras. El matemático se estremeció. Pero no se estremeció de las llamas que ya alcanzaban su ropa, sino de la idea extraordinaria que, como un relámpago iluminó su mente.

Y si, de repente, él busca algo que no existe? En efecto, los resultados negativos en matemáticas también pueden ser muy valiosos.

No hay tales números enteros! Precioso resultado!

Rápidamente escribe rigurosas fórmulas que demuestran su idea. Toma el manuscrito y se dispone a salir de la habitación. Estos nuevos resultados no deben desaparecer, está obligado a salvarlos!

Se lanza a la puerta pero ahí respira aire muy caliente y entonces se dirige a una ventana. Ya está agarrando el borde, la salvación! Pero, en ese momento, cae una viga encendida sobre su espalda que lo hace caer. Trata de levantarse pero sus piernas no le responden.

Y entonces Pitágoras se tranquiliza. Cierra los ojos sumido en la alucinante Belleza de su demostración genial. El fuego ya lo toma pero la felicidad que invade su espíritu es mayor que el dolor del cuerpo en llamas.

El gran matemático muere absolutamente feliz.

4

El sorprendido oficial Strelnikov se reprendió a sí mismo. Donde estaba la capacidad de observación que le alababan los colegas? Como era posible que el no reconociera, en esa viejita con personalidad y mirada aguda e inteligente, a la severa, pero no común, profesora de matemáticas de la escuela especial? Como se podían olvidar sus alegres decires: “dos por dos – cuatro” y “dos por dos – cinco”? El primero, aprobatorio, acompañado de una sonrisa; el segundo, reprobatorio, con una mirada regañona.

Todavía joven, Vishnevskaia no se preocupaba por las canas tempranas y no se pintaba el pelo. En aquellos años la escarcha plateada ganaba espacios en los rizos negros de la joven mujer, pero ahora podía declarar la victoria total.

Pero hay que ser justos; las canas no la estropearon. La ropa y el maquillaje a la moda de Valentina Ipolitovna la distinguían de sus colegas, adultas también. Pero su fuerte cojera unida al intelecto poco común y su intolerancia a los errores de los demás ahuyentaron a los posibles pretendientes. Siempre estuvo sola y ahora no tenía un anillo matrimonial en su dedo anular.

Valentina Vishnevskaia se lastimó gravemente la pierna izquierda en un accidente automovilístico. Inclusive los médicos consideraron la amputación, pero se encontró un cirujano traumatólogo que hizo magia con su pierna y la pudo reconstruir, sólo que quedó un poco más corta que la pierna derecha sana. La traviesa quinceañera Valia Vishnevskaia de una belleza floreciente que era se transformó en una pobre cojita. Sus compañeros de escuela la rechazaron. Algunos descarados, de vez en cuando la abordaban, pero con un único fin. Contaban con que una muchacha con un defecto sería más acomodaticia y no se resistiría si ellos “fuertes y bellos” la llevaran a la cama. Y sucedió que Valia le creía a un desvergonzado de esos, y se entregaba ciega y desinteresadamente, sólo para después pasar por una amarga decepción. El desgraciado no se preocupaba por ser afectuoso ni cariñoso, porque, sinceramente creía que le hacía in favor a la cojita y ahora podía usarla cuando quisiera. Entre ellos se contaban sucias historias de ella y la llamaban la pobre lisiadita. Eran sobre todo tipos simplones los cuales habían sido rechazados por las muchachas bonitas y arrebatados por la ira del complejo de inferioridad, se convertían en pequeñas criaturas inmorales.

Después de terminar el instituto pedagógico y harta de aquellos infelices, Valentina Vishnevskaia ya no creyó más en ningún hombre y evitó, en lo sucesivo, cualquier muestra de atención de su parte. Los sueños de que un bello príncipe la sacara de la tortura de su cojera con un dulce beso, quedaron en el pasado. La almohada ya no se mojó más con las lágrimas juveniles y Vishnievskaia se concentró en su trabajo. No en sesudos artículos ni en una carrera científica, sino en su trabajo cuotidiano de maestra escolar de matemáticas. Se dedicó a buscar interesar, asombrar, capturar a los alumnos en el estudio de su más amada asignatura. Como también al autoestudio, enfocándose, sobre todo, en la variedad de manifestaciones de las leyes de la ciencia en la vida corriente. Principalmente le atraían esos misterios científicos no resueltos. Generosamente compartía los conocimientos adquiridos y con frecuencia se salía del programa escolar, lo cual suscitaba regaños en los consejos de clase y miradas entusiasmadas en los alumnos de su curso.

Es difícil decir en que hubiera terminado la joven y rebelde maestra en esa escuela soviética, si no hubiera sucedido que la madre de uno de los alumnos compartiera dudas sobre eso con una de sus amigas. Esta última averiguó detalles de la maestra rara y le contó a su padre, director de la mejor escuela, que había en Leningrado, especializada, con inclinación a las matemáticas. El experimentado profesor pidió referencias, asistió a clases de la maestra, y pronto, Valentina Ipolitovna Vishnevskaia fue trasladada a su escuela. Ahí había profesores eruditos y apasionados, también con enfoque no común en la enseñanza.

Valentina Ipolitovna se arregló el elegante pañuelo en el cuello y se acercó a Strelnikov que continuaba, confundido, frente al retrato de Pitágoras.

– Usted, Viktor, estudió en nuestra escuela hasta el séptimo grado, después pasó a una escuela corriente.-

– Si, Valentina Ipolitovna, usted tiene buena memoria. —

– No me quejo, inclusive recuerdo sus errores en los exámenes.—

– Eran tan interesantes? —

– No. Simplemente los otros alumnos no hacía tantos como usted. Lo recuerdo bien. Hizo bien en cambiarse de escuela. – La ex-maestra sonrió ligeramente.

Strelnikov carraspeó confuso, como si se sintiera en el salón de clase.

– No fui yo. Usted se lo recomendó a mis padres. —

– En serio? – La mujer torció significativamente los ojos, como si se dirigiera a un alumno en clase. – Y usted se lamenta de eso? —

El oficial sonrió y sacudió la cabeza. Con la vista recorrió de nuevo los estantes de libros y el retrato de Pitágoras, se irguió de nuevo y dijo:

– Volviendo a su pregunta, Valentina Ipolitovna, con seguridad puedo afirmar que el ciudadano que vive aquí se dedica a las matemáticas. —

– Como dos por dos es cuatro. —

El policía se ruborizó al escuchar el olvidado decir de la maestra.

– Se llama Konstantin Denin. – continuó Vishnevskaia. – Él es 5 años mayor que usted y fue uno de los mejores estudiantes de la escuela. Usted entiende que significa eso? —

– Déjeme adivinar. Usted no recuerda ningún error de él en sus exámenes.

– Pero recuerdo lo bello que resolvía los ejercicios. —

– Si, cada quien tiene sus recuerdos. —

– Es mejor que el olvido total. Blanco-negro es preferible a lo sucio-opaco. —Lo tranquilizó la experimentada pedagoga.

– Usted era un muchacho muy inquieto, y ahora! Un oficial superior de la policía, detective! Reconozco que siempre envidié su profesión. Hubiera nacido hombre, sería su jefe. – La anciana suspiró y en ese suspiro se sintió, efectivamente, una frustración.

El oficial de policía recordó sus deberes y preguntó:

– Donde trabaja Konstantin Denin? —

– En los últimos tiempos en ninguna parte. Es decir, si trabaja, pero en casa.-

– En casa? – Strelnikov se interesó en esta información. – No me diga que no hay lugar donde valoren a los genios. —

– Viktor, ser genio es difícil. – La maestra disimuló no haber captado la ironía en las palabras del policía. – Para ellos es diferente lo que es el éxito y la felicidad. —

– Eso no me gusta. Si Danin no trabaja, quiere decir que, en el momento del asesinato pudo haber estado en el apartamento. —

Vishnevskaia miró al oficial con escepticismo.

– Creo que es una hipótesis incorrecta. Como dos por dos es cinco! —

– Esconde usted algo? – Con cierto disgusto preguntó Strelnikov. – Sofía Evseevna dijo algo de su hijo cuando regresaba a su casa? —

– No. No dijo nada de nadie. Se apuró por su monedero. —

– Y el monedero, por cierto, está en su lugar. – Entre dientes dijo el policía. La convicción profesional volvió a él. – Pasa con frecuencia que un asesinato sucede en una pelea familiar. —

– Ellos no pelearon! —

Con condescendencia, el policía miró a la anciana. Él hubiera podido contarle acerca de las miserias que se esconden en las familias bien y como salen a la superficie en la forma de esos estúpidos homicidios.

La puerta de entrada se abrió y entró alguien. Strelnikov se tensó, se pegó a la pared e inmediatamente llevó su mano a la funda. Sólo había dos posibilidades, era de nuevo la médico de primeros auxilios o era el principal sospechoso. La ex maestra se inquietó cundo vio la mano del policía.

Un hombre delgado y despeinado, con una temprana calva, entró en la habitación. Sobre su rostro alargado había unos grandes anteojos de plástico.

Una barba escasa mostraba que la última vez que se había afeitado, y muy irregular, de paso, era tres días atrás. Un viejo sweater estirado y pantalones, que no veían una plancha hacía tiempo, con salpicaduras sucias en la parte baja, completaban el retrato de un hombre de mediana edad al cual le faltaba el cuidado femenino. El hombre entró a la habitación, miró al piso, y sólo se dio cuenta de los presentes cuando Valentina Ipolitovna lo abrazó y le dijo. – Hola Kostia, a tu mamá le sucedió una tragedia. —

Konstantin Danin se detuvo en el medio de la habitación y, con preocupación, dirigió sus grandes ojos marrones al desconocido Strelnikov que lo miró con expresión fría.

– Sus documentos, por favor. – Secamente le exigió el policía.

– El pasaporte está ahí en la gaveta. – El confundido Danin señaló a un lado de la mesa.

– Este es Konstantin Iakoblevich Danin, matemático, hijo de Sofía Evceevna. – Lo presentó al policía. – Y este, es el oficial superior Strelnikov. – Bueno, ya se conocieron. —

El policía no compartió el tono amistoso de la pensionada. Ya hojeaba el pasaporte y miraba al extraño matemático. Danin notó el desorden en su escritorio e impulsivamente se lanzó hacia el policía.

– Que pasa aquí? No le permito a nadie tocar mis papeles. A nadie! —

– Ya esto nos incumbe a nosotros. —Cortó el teniente.

– Konstantin, eso estaba así. – Vishnevskaia intercedió. – Los policías no han tocado nada. Algo está mal? —

– Alguien revolvió mis papeles. Mi mamá nunca hace eso. – Nerviosamente los revisó, como si buscara algo. Y de repente rió histéricamente. Las hojas se le cayeron de las manos y volaron al suelo.

– Falta algo? – Con preocupación preguntó Valentina Ipolitovna.

– Sólo tonterías. – El rostro del matemático, lleno de sarcasmo, se volvió al policía. – Que pasa? Que hace usted está aquí?

– En su apartamento sucedió algo triste Konstantin Iakoblevich. Mataron a su madre. —

El oficial de policía se mantuvo atento a la expresión del rostro de Danin. Las primeras emociones pueden decir mucho del sospechoso. Danin como si no comprendiera al oficial volvió su cara a la ex maestra.

– Si, Konstantin, alguien golpeó a Sofía Evseevna en la cabeza. Está muerta.

– Acaso no notó nada cuando entró? – Preguntó el oficial con agudeza.

– Yo? No. – Negó con la cabeza el matemático.

– Extraño. —

– Está en la cocina. – Dijo Vishnevskaia.

La maestra sabía que muchos científicos, cuando se concentran, todo lo hacen de manera mecánica y no notan nada a su alrededor. Danin corrió a la cocina y se encontró con el experto que trabajaba en el cuerpo de la madre.

Éste le hizo una severa señal a Alexei Matykin:

– No dejen entrar a nadie! Ya pisaron suficiente por aquí. —

El joven policía bloqueó el paso con su ancho pecho. Danin se quitó los lentes, se limpió los ojos y regresó a la habitación. El flaco matemático se dejó caer en la silla.

– Debe saber que yo debo hacerle algunas preguntas. – Continuó Strelnikov, con una mirada inquisidora al matemático. El estado en que se encontraba Danin le convenía perfectamente. En este caso es fácil descubrir una mentira. El policía presionó. – Donde estuvo hoy en la última hora y media? —

– En San Petersburgo. – Respondió con voz cansada.

– Eso está claro. Pregunto, donde se encontraba en el lapso – Strelnikov miró su reloj para determinarlo con precisión – de las once y media hasta ahora?

– Paseaba por las calles de San Petersburgo. —

– Salió de la casa al mismo tiempo que Sofía Evseevna? —

– No. Cuando yo salí ella se preparaba para ir al almacén. —

– Supongamos. Para donde fue usted? —

– A casa. —

– Usted tiene una segunda casa? —

– No. Yo salí de casa para volver a ella. —

– La finalidad de su paseo? —

– Cuando uno camina de manera monótona las ideas se ordenan. —

– O sea, salió de manera ociosa. —

– Yo salí a pensar! Que no se entiende? —

– Bien. Quien lo vio durante su paseo? —

– La gente que no sufre de ceguera, con la condición de que yo cayera en su campo de visión y sus ojos estuvieran abiertos. —

– Umjú. Quien puede confirmar sus palabras? —

– Cualquiera, si me recuerda, y puede hablar. —

– Usted pretende burlarse de la investigación? – Se disgustó Strelnikov.

– Yo trato de responder sus preguntas lo más exacto posible. – Tranquilamente contestó Danin.

A la habitación se asomó Simionich. Sus delgados bigotes, los cuales necesitaban cierto cuidado laborioso, reflejaban muy bien su personalidad. El experimentado investigador realizaba su trabajo cuidadosa y minuciosamente.

Simionich evaluó la situación, le hizo una seña a Strelnikov y le susurró algo al oído. Este movió la cabeza con lentitud, como pensando algo y decidió:

– Bien. Ahora tomaremos las huellas digitales, de usted y de usted. – El oficial señaló a Danin y Vishnevskaia.

– Es necesario? – preguntó la ex maestra.

– Esto permitirá responder una cuestión importante. —

– Entonces no me opongo. – aceptó la pensionada.

Mientras el experto imprimía las huellas digitales, el oficial dio una nueva orden.

– Ahora, Valentina Ipolitovna, vamos a determinar, con su ayuda, la exacta posición del cuerpo cuando usted lo descubrió. —

La mujer asintió, apartó el trapo con el cual se limpió los dedos manchados de tinta y fue a la cocina. Sin más preámbulos se dispuso a dirigir al joven oficial con cara de boxeador.

– Voltéela, por favor, cara abajo. Así. Un poco hacia acá. El rostro estaba mirando a la derecha. La mano izquierda encogida, pegada al cuerpo. Por el contrario, la derecha estaba extendida. La palma yacía en el charco entre las flores. Estas rosas se las regalé hace dos semanas, el primero de octubre. Apenas este verano me jubilé. Y todavía algunos alumnos me regalan flores el día del maestro. Yo las compartía con ella. Sofía Evseevna también fue maestra, enseñaba matemáticas en PTU, pero a ella la olvidaron.

Valentina Ipolitovna miró a Strelnikov como reprochándole que él fuera el culpable del olvido de la maestra muerta.

– No se distraiga. – Amablemente le dijo el teniente. – Ponga atención. Ahora está todo como usted lo consiguió? —

La pensionada asintió con seguridad. – Si, exactamente. —

– Y hasta ahora donde estaba puesto el florero? – Se interesó Strelnikov mirando alternativamente a Vishnevskaia y Danin.

– Sobre el refrigerador. – Respondió Valentina Ipolitovna.

– Ajá. Suficientemente alto. O sea que no pudo haberse movido por la caída del cuerpo. – El oficial gritó hacia el corredor. – Simionich, terminaste? —

– Listo. – Respondió Barabash.

– Toma las fotos. —

El experto pidió a todos salir y tomó varias fotos. Cuando terminó, el oficial le preguntó.

– Simionich, que hay de los dedos? —

– En el florero, el cuál es el arma homicida, hay huellas frescas de la mano derecha de este ciudadano. – El experto señaló fríamente a Konstantin Danin.

Una sonrisa de victoria le pasó por la cara a Viktor Strelnikov. Al fin y al cabo no había sido complicado el asunto. Con voz fría como de acero dijo:

– Konstantin Iakoblevich, queda detenido como sospechoso de la muerte de Sofía Evseevna Danin. —

El oficial superior le hizo una seña al policía-boxeador. Matykin se acercó inmediatamente y con puño de hierro le agarró las muñecas al matemático.

– Y eso porque? No tiene sentido! – Se molestó Vishnevskaia. – Konstantin vive aquí y sus huellas van a estar en todos lados.

El policía sintió la mirada de rabia de la ex maestra, pero mostró dureza.

– Llévalo a la comisaría. – Le dijo al colega.

Las esposas cliquearon. Danin, todo el tiempo callado y tenso, mirando al piso, dijo de una manera apenas audible:

– El Teorema de Fermat… por su causa… —

Quiso mostrar algo pero el joven policía lo empujó a la salida.

– Vamos. – murmuró el policía. – Allá vas a hablar paja de teoremas. —

Konstantin casi pierde el equilibrio. Pero logró acercarse a la maestra. Por un momento sus ojos oscuros brillaron detrás de sus lentes gruesos. Y le dijo:

– Ahí no estaba todo. —

– Apúrate! – Groseramente le dijo Alexei Matykin y lo empujó de nuevo.

Salieron y el experto Barabash tomó su maletín y quiso seguirlos pero se detuvo en la puerta, observó la cerradura y sacó un destornillador.

Vishnevskaia, incrédula, acompaño con la vista la figura encorvada del mejer alumno y se volvió hacia el oficial superior.

– No es posible! Yo conozco a Kostia Danin hace treinta años. Él es incapaz de eso. Es inocente. Konstantin sólo piensa en Matemáticas. —

– En la vida hay de todo, Valentina Ipolitovna. – Strelnikov sintió lástima por la maestra. Como muchos ciudadanos comunes, ella vivía con la convicción de que los asesinos y los delincuentes existían en algún lugar aparte de la gente corriente.

– Vamos a sentarnos. Ahora vienen de la judicial y, otra vez, necesitarán su testimonio. Después sellaremos el apartamento. —

– Usted comete un error. No era necesario arrestar a Kostia. —

– Yo hago mi trabajo. El resto debe hacerlo el investigador. —

Sentados en la habitación Strelnikov esperó a que la mujer se tranquilizara y le preguntó:

– Cuál es ese teorema que él mencionó? —

Con asombro, Valentina Ipolitovna levantó las cejas.

– De verdad es increíble. Yo no sé dónde está usted. El teorema de Fermat es el teorema más importante no demostrado en las matemáticas. Las mentes más geniales han tratado de demostrarlo durante tres siglos y medio. Usted no lo recuerda? Yo les hablé de él en la escuela después que vimos el teorema de Pitágoras. —

– Yo recuerdo, que si no hay demostración, es sólo una hipótesis, no un teorema. —

– Sin embargo, Pierre de Fermat, quién lo enunció afirmó que él conocía la demostración. —

5

1637. Toulouse. Francia.

– …y en base a los argumentos presentados yo concluyo que la culpabilidad del acusado está totalmente demostrada. – El viejo procurador terminó su discurso y cansado e indiferente miró al jurado.

Pierre de Fermat3, juez principal del Tribunal Soberano del Parlamento de Toulouse, sonrió con condescendencia. Pero ninguno de los presentes notó el leve movimiento de sus labios. Fermat apoyó la barbilla en la palma de su mano y casi cerró los ojos. A su lado parecía que él analizaba las palabras del procurador y gravemente consideraba la suerte del acusado. Sin embargo, si alguien del público hubiera escuchado su voz interior se hubiera horrorizado.

– Y eso es una demostración? Acaso tus delirios se pueden definir con esa palabra tan sublime? – Mentalmente se dijo el juez sobre las palabras del procurador. – Una hora antes esos mismos argumentos llevaron al abogado defensor a las conclusiones contrarias. – Infelices, que saben ustedes de demostraciones? Sólo en las matemáticas, una vez demostrada una verdad, nadie puede contradecirla. La demostración en matemáticas es absoluta! A ella no la amenaza el tiempo, ni razonamientos cínicos de estúpidos como ustedes. En las matemáticas las leyes no cambian con la aparición de nuevos amos y gobiernos y la verdad no depende de la voluntad de un juez. La inmutabilidad de las demostraciones matemáticas es merecedora de admiración al contrario de su verborrea corrupta.

Pierre de Fermat bajó las manos y levantó la cabeza. Todos en la sala, en tensión, seguían al actor principal en el proceso y esperaban el fallo. Y el juez, vestido de juez, sólo deseaba quitarse el incómodo manto y estar en su casa, en su mesa de trabajo, donde lo esperaban los interesantísimos problemas de matemáticas.

– “Ya está bueno de esta tontería” – decidió Fermat y con fuerte y grave voz, emitió la sentencia: Será quemado en la hoguera!

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