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Retrato de la Lozana Andaluza
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Retrato de la Lozana Andaluza

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Loz. Mi señor, yo iré de muy buena voluntad donde vos, mi señor, me mandaredes; que no pienso en hijos ni en otra cosa que dé fin á mi esperanza, sino en vos, que sois aquélla, y por esto os demando de merced que dispongais de mí á vuestro talento, que yo tengo siempre de obedecer.

Así vinieron en Marsella, y como su padre de Diomédes supo, por sus espías, que venía con su hijo Diomédes Aldonza, madre de sus nietos, vino él en persona, muy disimulado, amenazando á la señora Aldonza; mas ya Diomédes le habia rogado que fuese su nombre Lozana, pues que Dios se lo habia puesto en su formacion, que muncho más le convenia que no Aldonza, que aquel nombre Lozana sería su ventura para el tiempo porvenir. Ella consintió en todo cuanto Diomédes ordenó, y estando un dia Diomédes para se partir á su padre, fué llevado en prision á instancia de su padre, y ella, madona Lozana, fué despojada en camisa, que no salvó sino un anillo en la boca. Y así fué dada á un barquero que la echase en la mar, al cual dió cien ducados el padre de Diomédes, porque ella no pareciese; el cual visto que era mujer, la echó en tierra, y movido á piedad, le dió un su vestido que se cubriese; y viéndose sola y pobre, y á qué la habia traido su desgracia, pensar puede cada uno lo que podia hacer y decir de su boca, encendida de mucha pasion, y sobre todo se daba de cabezadas, de modo que se le siguió una gran alxaqueca, que fué causa que le viniese al frente una estrella, como abaxo dirémos; finalmente, su fortuna fué tal, que vido venir una nao que venía á Liorna, y siendo en Liorna vendió su anillo, y con él fué hasta que entró en Roma.

MAMOTRETO V

Cómo se supo dar la manera para vivir, que fué menester que usase audancia (pro sapientia).

Entrada la señora Lozana en la alma ciudad, y proveida de súbito consejo, pensó: yo sé muncho, si agora no me ayudo en que sepan todos mi saber, será ninguno; y siendo ella hermosa y habladera, decia á tiempo, y tinie gracia en cuanto hablaba, de modo que embaia á los que la oian; y como era plática y de gran conversacion, é habiendo siempre sido en compañía de personas gentiles, y en muncha abundancia, y viéndose que siempre fué en grandes riquezas y convites y gastos, que la hacian triunfar, y decia entre sí: si esto me falta, seré muerta, que siempre oí decir que el cibo usado es el provechoso; y como ella tenía gran ver é ingenio diabólico y gran conocer, y en ver un hombre sabía cuánto valia, y qué tenía, y qué la podia dar, y qué le podia ella sacar; y miraba tambien cómo hacian aquéllas que entónces eran en la ciudad, y notaba lo que le parecia á ella que le habia de aprovechar, para ser siempre libre y no sujeta á ninguno, como despues verémos; y acordándose de su patria, quiso saber luégo quién estaba aquí de aquella tierra, y aunque fuesen de Castilla, se hacia ella de allá por parte de un su tio, y si era andaluz, mejor, y si de Turquía, mejor, por el tiempo y señas que de aquella tierra daba; y embaucaba á todos con su gran memoria, halló aquí de Alcalá la Real, y allí tenía ella una prima, y en Baena otra, en Luque, y en la peña de Martos natural parentela; halló aquí de Arjona y Arjonilla y de Montoro, y en todas estas partes tenía parientas y primas, salvo que en la Torre Don Ximeno que tenía una entenada, y pasando con su madre á Jaen, posó en su casa, y allí fueron los primeros grañones que comió con huesos de tocino; pues como daba señas de la tierra, halló luégo quien la favoreció, y diéronle una cámara en compañía de unas buenas mujeres españolas; y otro dia hizo quistion con ellas sobre un jarillo, y echó las cuatro las escaleras abaxo; y fuése fuera, y demandaba por Pozo Blanco, y procuró entre aquellas camiseras castellanas cualque estancia ó cualque buena compañía; y como en aquel tiempo estuviese en Pozo Blanco una mujer napolitana con un hijo y dos hijas, que tenian por oficio hacer soliman, y blanduras, y afeites, y cerillas, y quitar cejas y afeitar novias, y hacer mudas de azúcar candi y agua de azofeifas, y cualque vuelta apretaduras, y todo lo que pertenecia á su arte tenian sin falta, y lo que no sabian se lo hacian enseñar de las judías, que tambien vivian con esta plática, como fué Mira, la judía que fué de Murcia, Engracia, Perla, Jamila, Rosa, Cufra, Cintia y Alfarutia, y otra que se decia la judía del vulgo, que era más plática y tinie más conversacion; y habeis de notar que pasó á todas en este oficio, y supo más que todas, y dióle mejor la manera, de tal modo, que en nuestros tiempos podemos decir que no hay quien use el oficio mejor ni gane más que la señora Lozana, como abaxo dirémos, que fué entre las otras como Avicena entre los médicos; non est mirum acutissima patria.

MAMOTRETO VI

Cómo en Pozo Blanco, en casa de una camisera, la llamaron.

Una sevillana, mujer linda, la llamó á su casa viéndola pasar, y le demandó.

Sevillana. Señora mia, ¿sois española? ¿qué buscais?

Loz. Señora, aunque vengo vestida á la ginovesa, soy española y de Córdoba.

Sev. ¿De Córdoba? Por vuestra vida, ahí tenemos todas parientes; y ¿á qué parte morábades?

Loz. Señora, á la Cortiduría.

Sev. Por vida vuestra, que una mi prima casó ahí con un cortidor rico; así goce de vos, que quiero llamar á mi prima Teresa de Córdoba, que os vea. Mencía, hija, va, llama á tu tia y á Beatriz de Baeza y Marina Hernandez, que traigan sus costuras y se vengan acá. Decidme, señora: ¿cuánto há que venistes?

Loz. Señora, ayer de mañana.

Sev. ¿Y dónde dormistes?

Loz. Señora, demandando de algunas de la tierra, me fué mostrada una casa donde están siete ú ocho españolas. Y como fuí allá, no me querian acoger, y yo venía cansada, que me dixeron que el Santo Padre iba á encoronarse. Yo, por verlo, no me curé de comer.

Sev. ¿Y vísteslo, por mi vida?

Loz. Tan lindo es, y bien se llama Leon décimo, que así tiene la cara.

Sev. Y bien, ¿dieron os algo aquellas españolas á comer?

Loz. Mirá qué bellacas, que ni me quisieron ir á demostrar la plaza. Y en esto vino una, que, como yo dixe que era de los buenos de su tierra, fuéme por de comer, y despues fué comigo á enseñarme los señores, y como supieron quién yo y los mios eran, que mi tio fué muy conocido, que cuando murió le hallaron en las manos los callos tamaños, de la vara de la justicia, luégo me mandaron dar aposento, y envió comigo su mozo, y Dios sabe que no osaba sacar las manos afuera por no ser vista; que traigo estos guantes, cortadas las cabezas de los dedos, por las encobrir.

Sev. Mostrad por mi vida, quitad los guantes; vivais vos en el mundo y aquel Criador que tal crió; lograda y enguerada seais, y la bendicion de vuestros pasados os venga. Cobrildas, no las vea mi hijo, y acabáme de contar cómo os fué.

Loz. Señora mia, aquel mozo mandó á la madre que me acogiese y me diese buen lugar, y la puta vieja barbuda, estrellera dixo: ¿no veis que tiene greñimon? y ella, que es estada mundaria toda su vida, y agora, que se vido harta y quita de pecado, pensó que porque yo traigo la toca baxa y ligada á la ginovesa, y son tantas las cabezadas que me he dado yo misma, de un enojo que he habido, que me maravillo cómo só viva; que como en la nao no tenía médico ni bien ninguno, me ha tocado entre ceja y ceja, y creo que me quedará señal.

Sev. No será nada, por mi vida; llamarémos aquí un médico que la vea, que parece una estrellica.

MAMOTRETO VII

Cómo vienen las parientas y les dice la Sevillana.

Sev. Norabuena vengais, ansí goce yo de todas que os asenteis, y oiréis á esta señora que ayer vino y es de nuestra tierra.

Beat. Bien se le parece; que ansí son todas frescas, graciosas y lindas como ella, y en su lozanía se ve que es de nuestra tierra. ¿Cuánto há, señora mia, que salistes de Córdoba?

Loz. Señora, de once años fuí con mi señora á Granada; que mi padre nos dexó una casa en pleito, por ser él muy putañero y jugador, que jugaba el sol en la pared.

Sev. ¿Y duelos le vinieron? ¿teniendo hijas doncellas jugaba?

Loz. ¿Y qué hijas? Tres éramos y traíamos zarcillos de plata. Y yo era la mayor; fuí festejada de cuantos hijos de caballeros hubo en Córdoba; que de aquello me holgaba yo, y esto puedo jurar, que desde chica me comia lo mio, y en ver hombre se me desperezaba, y me quisiera ir con alguno, sino que no me lo daba la edad; que un hijo de un caballero nos dió unas arracadas muy lindas, y mi señora se las escondió porque no se las jugase, y despues las vendió ella para vezar á las otras á labrar, que yo ni sé labrar ni coser, y el filar se me ha olvidado.

Camisera. Pues guayas de mi casa, ¿de qué viviréis?

Loz. ¿De qué, señora? Sé hacer alheña, y mudas, y tez de cara, que deprendí en Levante, sin lo que mi madre me mostró.

Cam. ¿Qué sois estada en Levante? Por mi vida, yo pensé que veníades de Génova.

Loz. ¡Ay señoras! contaros he maravillas, dexáme ir á verter aguas; que como eché aquellas putas viejas alcoholadas por las escaleras abaxo, no me paré á mis necesidades, y estaba allí una beata de Lora, el coño puto y el ojo ladron, que creo hizo pasto á cuantos grumetes van por el mar Océano.

Cam. ¿Y qué os hizo?

Loz. No me quirie que me lavase con el agua de su jarillo, y estaba allí otra abacera, que de su tierra acá no vino mayor rabanera, villana, traga-santos, que dice que viene aquí por una bulda para una ermita, y traye consigo un hermano, fraire de la merced, que tiene una nariz como asa de cántaro, y el pié como remo de galera, que anoche la vino acompañar, ya tarde, y esta mañana, en siendo de dia, la demandaba, y enviésela lo más presto que pude, rodando, y por el Dios que me hizo, que si me hablára, que estaba determinada comerle las sonaderas, porque me paresciera, y viniéndome para acá, estaban cuatro españoles allí cabe una grande plaza y tienien munchos dineros de plata en la mano, y díxome el uno: señora, ¿quiéresnos contentar á todos, y toma? Yo presto les respondí, si me entendieron.

Cam. Por mi vida, ansí goceis.

Loz. Díxeles: Hermanos, no hay cebada para tantos asnos; y perdonáme, que luégo torno, que me meo toda.

Beat. Hermana, ¿vistes tal hermosura de cara y tez? Si tuviese asiento para los antojos; más creo que si se cura, que sanará.

Teresa Hernandez. Andá ya por vuestra vida, no digais, súbele más de mitad de la frente quedará señalada para cuanto viviere; ¿sabeis qué podia ella hacer? que aquí hay en Campo de Flor munchos daquellos charlatanes, que sabrian medicarla por abaxo de la vanda izquierda.

Cam. Por vida de vuestros hijos, que bien decis; mas ¿quién se lo osará decir?

Ter. ¿Eso de quién? yo hablando hablando se lo diré.

Beat. ¡Ay prima Hernandez, no lo hagais que nos deshonrará como á mal pan! ¿No veis qué labia y qué osadía que tiene, y qué decir? Ella se hará á la usanza de la tierra, que verá lo que le cumple; no queria sino saber della si es confesa, porque hablaríamos sin miedo.

Ter. Y eso me decis aunque lo sea se hará cristiana linda.

Beat. Dexemos hablar á Teresa de Córdoba; que ella es burlona y se lo sacará.

Ter. Mirá en que estáis; digamos que queremos torcer hormigos ó hacer alcuzcuzu, y si los sabe torcer, ahí verémos si es de nobis y si los tuerce con agua ó con aceite.

Beat. Vivais vos, que más sabeis que todas. No hay peor cosa que confesa necia.

Sev. Los cabellos os sé decir que tiene buenos.

Beat. ¿Pues no veis que dice que habia doce años que jamas le pusieron garvin ni albanega, sino una princeta labrada de seda verde á usanza de Jaen?

Ter. Hermana, Dios me acuerde para bien, que por sus cabellos me he acordado que cien veces os lo he querido decir: ¿acordaisos el otro dia cuando fuimos á ver la parida, si vistes aquella que la servia, que es madre de una que vos bien sabeis?

Cam. Ya os entiendo; mi hijo le dió una camisa de oro labrada, y las bocas de las mangas con oro y azul. ¿Y es aquélla su madre? más moza parece que la hija; y ¡qué cabellos rubios que tenía!

Ter. Hi, hi, por el paraíso de quien acá os dexó, que son alheñados por cobrir la nieve de las navidades. Y las cejas se tiñe cada mañana, y aquel lunar postizo es; porque si mirais en él, es negro, y unos dias más grande que otros; y los pechos llenos de paños para hacer tetas, y cuando sale lleva más dixes que una negra, y el tocado muy plegado por henchir la cara, y piensa que todos la miran, y á cada palabra su reverencia, y cuando se asienta no parece sino depósito mal pintado, y siempre va con ella la otra Marirodriguez la regatera, y la cabrera, que tiene aquella boca que no paresce sino traga caramillos, que es más vieja que Satanas; y sálense de noche de dos en dos, con sombreros, por ser festejadas, y no se osan descobrir que no vean el ataute carcomido.

Beat. Decime, prima; ¡muncho sabeis vos! que yo soy una boba que no paro mientes en nada de todo eso.

Ter. Dexáme decir; que ansí dicen ellas de nosotras cuando nos ven que imos á la estufa ó veniamos; ¡veis las camiseras, son de Pozo Blanco, y baticulo llevan! Aosadas que no van tan espeso á misa, y no se miran á ellas, que son putas públicas; y cuando vieron ellas confesas putas y devotas ciento entre una.

Cam. Dexá eso y notá que me dixo esta forastera que tenía un tio que murió con los callos en las manos, de la vara de justicia, y debia de ser que sería cortidor.

Ter. Callá, que viene, si no será peor que con las otras que echó á rodar.

MAMOTRETO VIII

Cómo torna la Lozana, y pregunta.

Loz. Señoras, ¿en qué hablais, por mi vida?

Ter. En que para mañana querriamos hacer unos hormigos torcidos.

Loz. ¿Y teneis culantro verde? Pues dexá hacer á quien de un puño de buena harina y tanto aceite, si lo teneis bueno, os hará una almofia llena, que no lo olvideis aunque murais.

Beat. Prima, ansí goceis, que no son de perder; toda cosa es bueno probar, cuanto más, pues que es de tan buena maestra, que, como dicen, la que las sabe las tañe (por tu vida, que es de nostris). Señora, sentaos, y decínos vuestra fortuna cómo os ha corrido por allá por Levante.

Loz. Bien, señoras, si el fin fuera como el principio; mas no quiso mi desdicha que podia yo parecer delantre á otra que fuera en todo el mundo de belleza y bien quista delante á cuantos grandes señores me conocian, querida de mis esclavas, de los de mi casa toda, que á la maravilla me querian ver cuantos de acá iban; pues oirme hablar, no digo nada; que ahora este duelo de la cara me afea, y por maravilla venian á ver mis dientes, que creo que mujer nacida tales los tuvo, porque es cosa que podeis ver. Bien que me veis ansí muy cubierta de vergüenza, que pienso que todos me conocen; y cuando sabréis como ha pasado la cosa, os maravillaréis, que no me faltaba nada; y agora no es por mi culpa, sino por mi desventura. Su padre de un mi amante, que me tenía tan honrada, vino á Marsella, donde me tenía para enviarme á Barcelona, á que lo esperase allí en tanto que él iba á dar la cuenta á su padre; y por mis duelos grandes vino el padre primero, y á él echó en prision y á mí me tomó y me desnudó fin á la camisa, y me quitó los anillos, salvo uno, que yo me metí en la boca, y mandóme echar en la mar á un marinero, el cual me salvó la vida viéndome mujer, y posóme en tierra; y así venieron unos de una nao, y me vistieron y me traxeron á Liorna.

Cam. ¡Y mala entrada le éntre al padre dese vuestro amigo! ¿y si mató vuestros hijos tambien que le habíades enviado?

Loz. Señora, no, que los quiere muncho; mas porque le queria casar á este su hijo, á mí me mandó de aquella manera.

Beat. ¡Ay lóbrega de vos, amiga mia! ¿y todo eso habeis pasado?

Loz. Pues no es la mitad de lo que os diré; que tomé tanta malenconía, que daba con mi cabeza por tierra, y porrazos me he dado en esta cara, que me maravillo que esta alxaqueca no me ha cegado.

Cam. ¡Ay! ¡ay! ¡guayosa de vos, cómo no sois muerta!

Loz. No quiero deciros más, porque el llorar me mata, pues que soy venida á tierra que no faltará de que vivir; que ya es vendido el anillo en nueve ducados, y di dos al arriero, y con estotros me remediaré si supiese hacer melcochas ó mantequillas.

MAMOTRETO IX

Una pregunta que hace la Lozana para se informar.

Loz. Decíme, señoras mias: ¿sois casadas?

Beat. Señora, sí.

Loz. ¿Y vuestros maridos en qué entienden?

Ter. El mio es cambiador, y el de mi prima lencero, y el de esa señora que está cabo vos es borceguinero.

Loz. Viva en el mundo; y ¿casastes aquí ó en España?

Beat. Señora, aquí; mi hermana la viuda vino casada con un trapero rico.

Loz. ¿Y cuánto há que estáis aquí?

Beat. Señora mia, desde el año que se puso la Inquisicion.

Loz. Decíme, señoras mias; ¿hay aquí judíos?

Beat. Munchos, y amigos nuestros; si hubiéredes menester algo dellos, por amor de nosotras os harán honra y cortesía.

Loz. ¿Y tratan con los cristianos?

Beat. Pues ¿no lo sentís?

Loz. ¿Y cuáles son?

Beat. Aquellos que llevan aquella señal colorada.

Loz. ¿Y ellas llevan señal?

Beat. Señora, no; que van por Roma adobando novias y vendiendo soliman labrado y aguas para la cara.

Loz. Eso querria yo ver.

Beat. Pues id vos allí, á casa de una napolitana, mujer de Jumilla, que mora aquí arriba en Calabraga; que ella y sus hijas lo tienen por oficio, y áun creo que os dará ella recabdo, porque saben munchas casas de señores que os tomarán para guarda de casa y compañía á sus mujeres.

Loz. Eso querria yo, si me mostrase este niño la casa.

Cam. Sí hará. Vén acá, Aguilarico.

Loz. ¡Ay, señora mia! ¿Aguilarico se llama? mi pariente debe ser.

Beat. Ya podria ser; pues ahí junto mora su madre.

Loz. Beso las manos de vuestras mercedes, y si supieren algun buen partido para mí, como si fuese estar con algunas doncellas, en tal que yo lo sirva, me avisen.

Beat. Señora, sí, andad con bendicion. ¿Habeis visto? ¡qué lengua! ¡qué saber! Si á ésta le faltáran partidos decí mal de mí; más beato el que le fiára su mujer.

Ter. Pues andaos á decir gracias, no sino gobernar doncellas, mas no mis hijas; ¿qué pensais que sería? dar carne al lobo; ante de ocho dias sabrá toda Roma, que ésta en són la veo yo que con los cristianos será cristiana, y con los jodíos jodía, y con los turcos turca, y con los hidalgos hidalga, y con los ginoveses ginovesa, y con los franceses francesa que para todos tiene salida.

Cam. No veia la hora que la enviásedes de aquí; que si viniera mi hijo no la dexaba partir.

Ter. Eso quisiera yo ver, cómo hablaba y los gestos que hiciera, y por ver si se cubriera; mas no cureis, que presto dará de sí como casa vieja, pues á casa va que no podria mejor hallar á su propósito, y ende más la patrona, que parece á la judía de Zaragoza, que la llevará consigo, y á todos contará sus duelos y fortuna.

MAMOTRETO X

El modo que tuvo yendo con Aguilarico, espantándose que le hablaban en catalan, y dice un barbero.

Mosen Sorolla. Vén ascí, mon cosin Aguilaret. Veníu ascí, mon fill; ¿on seu estat? que ton pare ten demana.

Aguilaret. Non vul venir, que vacih con aquesta dona.

Sor. ¿Ma comare? feu vos así, veureu vostron fill.

Sogorbesa. Vens ascí, tacañet.

Aguil. ¿Qué voleu ma mare? ara ving.

Sog. Not habrés pensat, traidoret; aquexa dona ¿on te ha tengut tot vuy?

Loz. Yo, señora, ahora lo vi, y le rogaron unas señoras que me enseñase aquí junto á una casa.

Sog. Anau al burdell, y laxau estar mon fill.

Loz. Id vos, y besaldo donde sabeis.

Sor. Mirá la cegijunta con qué me salió.

Mallorquina. Veníu ací, bona dona. Nos pregan ab quexa dona, ma veina; ¿on anau?

Loz. Por mi vida, señora, que no sé el nombre del dueño de una casa por aquí, que aquel niño me queria mostrar.

Mallorq. ¿Debeu de fer llavors ó res? que así ma filla vos fará tot quan vos le comenaréu.

Loz. Señora, no busco eso y siempre halla el hombre lo que no busca, máxime en esta tierra; dicíme, así vivais: ¿quién es aquella hija de corcovado, y catalana, que no conociéndome me deshonró? pues ¡guay della si soltaba yo la maldita! Ni vi su hijo, ni quisiera ver á ella.

Mallorq. Nous cureu filla, anao vostron viaje, y si vos manau res, lo farem nosaltres de bon cor.

Loz. Señora, no quiero nada de vos, que yo busco una mujer que quita cejas.

Mallorq. Anao en mal guañy. ¿Y axó volias? cercaula.

Loz. Válalas el diablo, y locas son estas mallorquinas; en Valencia ligaros ian á vosotras, y herraduras han menester como bestias, pues no me la irán á pagar á la pellejería de Búrgos. Cul de santarnao, som segurs quina gent de Deu.

MAMOTRETO XI

Cómo llamó á la Lozana la Napolitana que ella buscaba y dice á su marido que la llame.

Napolitana. Oislo, ¿quién es aquella mujer que anda por allí? Ginovesa me parece; mirá si quiere nada de la botica; salí allá; quizá que trae guadaño.

Jumilla. Salí vos, que en ver hombre se espantará.

Nap. Dame acá ese morteruelo de azófar. Decí, hija, ¿echastes aquí el atauja y las pepitas de pepino?

Hija. Señora, sí.

Nap. ¿Qué mirais, señora? Con esa tez de cara no ganariamos nosotros nada.

Loz. Señora, nos maravilleis que solamente en oiros hablar me alegre.

Nap. Ansí es que no en valde se dixo: por do fueres, de los tuyos halles, quizá la sangre os tira; entrá, mi señora, y quitaos dese sol. Vén acá tú, sácale aquí á esta señora con qué se refresque.

Loz. No hace menester, que si agora comiese me ahogaria del enojo que traigo de aquesas vuestras vecinas; mas si vivimos, y no nos morimos á tiempo serémos; la una porque su hijo me venía á mostrar á vuestra casa, y la otra porque demandé de vuestra merced.

Nap. Hi, hi, son envidiosas, y por eso mirá cuál va su hija el domingo afeitada de mano de Mira la jodía, ó como las que nosotras afeitamos, ni más ni ál. Señora mia, el tiempo os doy por testigo. La una es de Segorve y la otra mallorquina, y como dixo Juan de la Encina, que cul y cap y feje y cos echan fuera á voto á Dios.

Loz. Mirá si las conocí yo. Señora mia, ¿son doncellas estas vuestras hijas?

Nap. Son y no son, sería largo de contar. Y vos, señora, ¿sois casada?

Loz. Señora, sí; y mi marido será agora aquí de aquí á pocos dias; y en este medio querria no ser conoscida y empezar á ganar para la costa; querria estar con personas honestas por la honra, y quiero primero pagaros que me sirvais; yo, señora, vengo de Levante, y traigo secretos maravillosos, que máxime en Grecia se usan muncho; las mujeres que no son hermosas procuran de sello, y porque lo veais, póngase aquesto vuestra hija la más morena.

Nap. Señora, yo quiero que vos misma se lo pongais, y si eso es, no habíades vos menester padre ni madre en esta tierra, y ese vuestro marido que decis, será rey; oxalá fuera uno de mis dos hijos.

Loz. Que, ¿tambien teneis hijos?

Nap. Como dos pimpollos de oro; traviesos son, mas no me curo, que para eso son los hombres. El uno es rubio como unas candelas, y el otro crespo; señora, quedaos aquí y dormiréis con las doncellas, y si algo quisiéredes hacer para ganar, aquí á mi casa vienen moros y jodíos, que si os conoscen, todos os ayudarán; y mi marido va vendiendo cada dia dos, tres y cuatro cestillas desto que hacemos, y lo que basta para una persona basta para dos.

Loz. Señora, yo lo dó por rescebido, dad acá si quereis que os ayude á eso que haceis.

Nap. Quitaos primero el paño y mirá si traés ninguna cosa que dar á guardar.

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