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Una esquirla en la cabeza
Una esquirla en la cabeza

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Una esquirla en la cabeza

Язык: Английский
Год издания: 2020
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– Claro, eso es cierto. Somos nosotros mismos, la humanidad la que viaja al pasado. —

– Que? Explícame eso. – Anatoli comenzó a disgustarse.

– Esos platillos voladores que se ven por todos lados, no son extraterrestres, son aparatos voladores terráqueos comunes y corrientes del futuro, los cuales por alguna razón pueden venir al pasado. Eso fue lo que sucedió con ese piloto. En ese moderno avión caza él atravesó el tiempo y apareció varios siglos atrás. Imagínate un libro, donde cada página es nuestro mundo año tras año. Y el avión, haciendo un viraje extraño, como un punzón atravesó varias hojas y apareció, en el mismo sitio, pero muchos años antes. —

– Y eso es posible? —

– Es lógico! Mira, nosotros vivimos, no en un mundo tridimensional, sino en uno de cuatro dimensiones. La cuarta dimensión es el tiempo. Si en coordenadas espaciales, comunes y corrientes, nosotros podemos movernos hacia adelante y hacia atrás, ¿por qué en el eje del tiempo solo nos movemos hacia adelante? Es evidente que existen condiciones por las cuales, en la escala del tiempo, el movimiento puede ser hacia atrás. Además, eso sucede instantáneamente. —

– Eso es una tontería! – exclamó Sasha Evtushenko, quien, hasta ese momento estuvo callado, pero que oía atentamente lo que decía su amigo.

– Por qué? – Tikhon no se arredró. – Acuérdate de tantos cuentos fantásticos y populares, los cuales, a primera vista, parecían imposibles, pero tarde o temprano se convirtieron en realidad. Así fue con el avión, con el submarino, con el televisor y con el teléfono. Es posible que la máquina del tiempo, alguna vez, se convierta en realidad. Einstein demostró que el tiempo no es absoluto. El tiempo cambia sus propiedades dependiendo de la velocidad. —

– Y por qué esos platillos voladores del futuro no aterrizan y entran en contacto con nosotros? – Sasha preguntó escéptico.

– Eso no lo sé. Probablemente llegan por casualidad y no pueden controlar ese proceso. Puede ser que la velocidad de sus aparatos voladores sea más alta y esto sucede más frecuentemente. – Tikhon meditó un poco más. – Y puede ser que en la naturaleza haya una ley objetiva desconocida la cual no permite interactuar, materialmente, objetos de diferentes siglos. Es claro que algún objeto provendría de otros y, por lo tanto, no podrían entrar en contacto. ¡Eso quebrantaría la sucesión de acontecimientos! Puede ser que un cuerpo, viniendo del futuro adquiera propiedades de antimateria. En el mejor de los casos es repelido y se devuelve. En el peor de los casos, en el contacto sucede una explosión y la antimateria se desintegra hasta los átomos. Por eso, chispas y explosiones inexplicables suceden de vez en cuando. Por ejemplo, el meteorito de Tunguska y cosas similares. Por cierto, huellas del meteorito de Tunguska no se han hallado hasta ahora. —

– Todo eso es una tontería! – categórico dijo Sasha. – Estamos llenos de gente anormal, y se la pasan soñando. Antes, en los tiempos del dominio de la iglesia la gente veía diablos y ángeles, y ahora, en el siglo del progreso técnico, ven platillos y cohetes. Demasiado sencillo. En los países católicos, donde hay muchos creyentes, hasta hoy, la virgen María se le aparece a uno y a otro. ¡Eso es producto de la imaginación enferma de la gente! Es un asunto de psiquiatras.

– Mi suegro no está enfermo! – Se disgustó Anatoli. Se ofendió por su suegro, quien era un tipo fuerte y normal. – Es un piloto militar. Y ni te imaginas como le examinan la salud a ellos! Si lo dijera otro yo no lo creería. Pero mi suegro no miente. —

– Ah, ¿eso le sucedió a tu suegro? – Se sorprendió Tikhon. – Es un comandante de escuadrilla. —

– Claro! ¡Él es un señor! Ese no miente, ¡ese no sueña! —

– En los grandes cambios de gravedad a cualquiera se le nublan los ojos. – afirmó Sasha. – Y a una gran velocidad acaso puedes discernir? Ok, él vio unos caminantes y camellos. Pero hay muchos en Kazajstan, hasta ahora hay gente que se transporta en camellos y los viejos kazajos ¡se visten a la antigua! —

– No, él vio un ejército enorme, con armas antiguas – explicó Anatoli. – Decenas de miles. Ahora eso no existe. —

– Yo le creo. – dijo Zakolov. – Eso comprueba mi hipótesis. —

Evtushenko decidió no discutir más, pero mantuvo su opinión.

– No sería interesante poder conseguir ese lugar donde él vio esos antiguos soldados? – Con mucho cuidado, Anatoli escogió sus palabras para preguntar lo más importante. – Miren. Este es el dibujo que hizo el suegro, de memoria del lugar. Y esta es una copia de un mapa actual y detallado. —

Anatoli mostró un papel donde aparecía el río y un camello. Ese dibujo lo copió del esquema del suegro, pero en lugar del cofre dibujó una X y al lado un camello. Después, en un papel transparente, calcó un mapa contemporáneo.

Tikhon tomó los dos papeles de la mano de Anatoli y colocó un papel sobre el otro.

– La escala es diferente, por eso no coinciden. Pero si reducimos, mentalmente, el dibujo… ¿Podría ser aquí? – Mostró un punto en el mapa, pero enseguida sacudió la cabeza. – No, los meandros del río son completamente diferentes. —

– Eso que hiciste, ya yo lo había pensado y hecho. – Entusiasmado, Anatoli siguió los razonamientos. – No hay ninguna superposición. Pero mi suegro está seguro que él sobrevoló este sitio y lo dibujo exactamente. —

– Zhusaly. – Sasha leyó en el mapa el nombre de la población cercana. – Por ahí cerca nosotros vamos al arroz. —

– ¿Sí? – Se interesó Anatoli. – Entonces, quizás, yo también vaya con ustedes. A mí me pusieron en la construcción con el tercer año. Pero yo voy a pedir ir con vuestro curso. Deben permitírmelo. Con alguien me cambio. Conozco muchos que quieren quedarse en la ciudad. Y yo, sinceramente, no me quiero calar, ni los pañales del bebé, ni las noches de insomnio. Por ahora, que crezca sin mí. Yo voy con ustedes. Corro al instituto para inscribirme para ir al koljoz. —

Tikhon, concentrado, miraba el dibujo y el mapa.

– El camello está bien dibujado, pero donde está tu ejército antiguo? – bromeó.

– Se me había olvidado! El camello no es común, sino de jorobas blancas. El suegro está seguro. Dice que ya no hay de esos. ¿Habría en la antigüedad? – Anatoli se animó de nuevo. – Por eso quiero encontrar ese lugar. ¿De repente se conservan restos de animales desconocidos por la ciencia? ¡Eso sería un gran descubrimiento! Nuestro aporte a la ciencia.

– De jorobas blancas? – dijo, pensativo, Tikhon. – Interesante… —

– Si, de jorobas blancas. – afirmó Anatoli. – Y la mirada del camello era como si pensara. No, el suegro dijo: penetrante. —

Inesperadamente, a espaldas de Anatoli apareció el rostro curioso de Igor Lisitsin. Era de estatura baja y se acercó sin que nadie lo notara.

– Que tienen ahí? – preguntó Igor y enterró su mirada en el mapa.

– Igor? – se sorprendió Anatoli completamente.

– Están buscando un tesoro? – Igor bromeó sin doble intención, pero se asombró cuando observó el rubor en las mejillas de Anatoli. El juego de preferans había enseñado a Igor a captar el más mínimo cambio en el rostro de los oponentes.

– Que te pasa Igor? ¿Qué tontería es esa? – Un poco forzadas le salieron las preguntas a Anatoli y trató de quitarle el dibujo a Zakolov.

Pero la poca convicción es sus palabras no pasó desapercibida a Igor.

Tikhon continuó, pensativo, mirando el mapa, no escuchó la conversación, pero no se lo entregaba.

– Sabes? – le dijo, notando que Anatoli quería quitarle el papel. – Déjame quedarme con el dibujo. Yo creo que puedo encontrar el lugar. Creo recordar que Albert Einstein dijo algo sobre los ríos. —

– Einstein? ¿Sobre ríos? – Se extrañó Anatoli. – Pero si él era físico. —

– Ante todo era una persona inteligente. E intervino en diferentes temas. —

– Anatoli, te espero por aquí cerca. – Igor notó que ponía tenso a su amigo y se apartó un poco. – Me ibas a decir algo sobre los jeans. —

– Ajá. – Asintió Anatoli y se apresuró a decirle a Tikhon. – Quédate con el mapa. Yo puedo dibujarlo otra vez. —

– Entonces, tú con Einstein en todo hoy. – se sonrió Sasha.

– Es en serio! – respondió Tikhon.

– Miren, tipos. – susurró Anatoli, mirando de reojo en dirección de Igor. – Que todo quede entre nosotros. El suegro no quisiera que sus palabras corrieran por ahí. Ustedes entienden. —

Los dos muchachos asintieron.

– Anatoli! – Se oyó una alegre voz femenina. – Somos yo é Ivancito. —

Por la calle venía Liuba, la sonriente esposa de Anatoli Kolesnikov, conduciendo un cochecito azul.

– Salimos a pasear y nos llegamos hasta aquí. – la muchacha los alcanzó.

– Caminaron mucho. ¿Para qué? – Parecía que Anatoli no estaba muy contento con el encuentro.

– Queríamos venir donde papito. – Como todas las madres felices, después del nacimiento del bebé, Liuba se refería a “nosotros”, en vez del apropiado “yo”. Para eso, con frecuencia, hablaba como un niño.

Tikhon se quedó mirando el cochecito, a ver si se le ocurría un cumplido para la joven mamá.

Liuba cazó la mirada de Tikhon y bromeando, pero con convicción, dijo: – No, ¡no se los voy a mostrar! ¿A ver si le echan mal de ojo?! —

Un velo mosquitero claro cubría el cochecito y se podía ver que el bebé estaba cubierto con algo muy claro y grandes flores rojas.

– Bella cobija, – notó Tikhon, comprendiendo que la madre no quería que se elogiara al bebé.

– No es una cobija, es un conjunto especial, de Checoslovaquia. – Se reanimó Liuba. – Está de moda. Me lo trajo Anatoli. Nadie lo tiene, solamente Ivancito. Y mira los jeans, – dijo jactándose la muchacha y volteándose para mostrar y palmear la etiqueta de “Montana”.

Se acercaron corriendo las muchachas, compañeras de Liuba y rodearon ruidosamente a la feliz mamá. Estaba claro que el entusiasmo de las amigas de Liuba la hizo venir. Claro, era la primera del curso que paría.

Anatoli se acercó a Igor, quién se sonreía con sorna. Sasha se dirigió a la entrada del instituto. Se había hecho el propósito de ir, hoy, a la biblioteca. Tikhon se fue a la residencia, ya que tenía que prepararse para el camino.


CAPITULO 10

Hassim. Una esquirla en la cabeza


A Hassim le pareció que, cerquita, hubo un relámpago y sonó un trueno. El comerciante fue lanzado al suelo con las manos quemadas por ardientes piedritas. “Si muero, ejecutarán a mi hijo”, pensó Hassim con horror. Ensordecido, se levantó y se miró.

Su cabeza zumbaba. Poco a poco la sordera iba desapareciendo, como si alguien le hubiera llenado los oídos de algodón y después, lentamente, le iba sacando las hebras. Pronto, Hassim distinguió los gritos de la gente y el aullido de los camellos. Dos camellos yacían en el piso y los demás se alejaron corriendo de miedo.

Hassim, por fin, volvió en sí.

– Atrapen a los animales y reúnanlos en un solo lugar! – le ordenó al desconcertado comandante de su guardia, Shaken.

El comerciante se acercó a los camellos caídos. Uno de ellos tenía en el vientre una herida, con tripas afuera, y de donde salían chorros de sangre. Hassim vio como ese estallido extraño había provocado, en un instante, esa horrorosa herida. Los quejidos del joven y fuerte camello se iban haciendo más y más silenciosos.

El segundo camello que yacía era una camella. Hassim reconoció en ella a la vieja y fiel Shikha. Con ella ya había recorrido miles de kilómetros durante muchos años.

Shikha yacía callada, con los ojos cerrados. A primera vista su cuerpo no parecía lastimado, pero enseguida notó una esquirla grande del “dragoncito”, incrustada en su cabeza. De repente Shikha abrió sus párpados arrugados y miró a Hassim directamente a los ojos. Su labio superior se movió como si la camella quisiera decir algo, después de eso su mirada se apagó y sus grandes ojos se cerraron. Hassim se agachó hacia la bestia amiga.

Shikha no respiraba.

Entonces se acercó Shao, preocupado, explicándole a Hassim que él no era culpable de nada, que el “dragoncito” había que lanzarlo lejos. El “dragoncito” está diseñado para destruir enemigos. Hassim comprendió que, en lo que sucedió, él tenía parte de culpa.

Poco a poco, los asustados sirvientes reunieron a los camellos dispersos. Estos continuaban quejándose, pero en tono más bajo, y miraban de reojo, con ojos asustados a sus compañeros caídos. El olor de la pólvora, el vientre destrozado y la sangre caliente hacían mover, nerviosamente, sus fosas nasales.

Como compensación por las pérdidas que tuvo, Shao le regaló a Hassim ocho “dragoncitos”. Hassim ordenó picar el camello joven muerto para carne, y rápido, para regresar enseguida. Ya se habían reunido muchos curiosos por la barahúnda formada.

Hassim no pudo dominar la tristeza por su vieja y fiel camella. Con dolor miró el cuerpo de su querida camella, que ya no respiraba, y que tenía marcado el desgaste producido en su barriga por los pies de tantos jinetes y le pidió a Shao que la enterrara.

Partieron rápido contorneando Dunhuang. Ya era noche cerrada y ya se habían alejado una distancia considerable de la ciudad cuando Hassim ordenó la parada para descansar. El preocupado comerciante soñó toda la noche con la última y aguda mirada de Shikha. En su larga vida nómada el pasó más tiempo junto a ella que con su hijo de diecisiete años.

Cierto, recordaba Hassim, ya Shikha estaba con el antes del nacimiento de Rustam. ¿De dónde llegó a su caravana? Eso no podía recordarlo.

Muy temprano en la mañana Hassim fue despertado por los gritos de un sirviente asustado.

– Señor! ¡Mire quien llegó! —

Hassim, como todos, dormía a cielo abierto en una estera de fieltro. Arropado con una cobija caliente de piel de camello, infaltable en sus recorridos caravaneros, se levantó rápido y vio una camella parada a su lado.

¡Ahí estaba Shikha, la camella que había muerto el día anterior!

¿Que era esto? ¿Una continuación del sueño? Hassim se estremeció y miró hacia los lados. Del cobertor que tenía al lado salía olor a carne de camello. Si, esto es real. En los sueños no hay olores.

La camella había cambiado. Ahora su mirada era pensativa y penetrante. Veía el mundo con ojos cansados y todo como un ser entendido. Pero, sobre todo, en su fisionomía se destacaban las jorobas totalmente blancas. Literalmente se encanecieron. Hassim nunca había visto el pelo de los camellos ponerse tan blanco, como las nieves perpetuas en las altas montañas.

Cabalgando la camella estaba Shao. Shaken estaba cerca, miraba con desconfianza al chino y, por si acaso, tenía la mano en la empuñadura del sable. Él no quería que sucediera algo parecido a lo del día anterior.

Shikha dobló sus patas delanteras, el chino descendió rápidamente y le hizo una reverencia a Hassim. Shaken lo siguió de cerca, mirando sus manos.

– Señor – Shao se apuró a explicar. – Como usted me lo pidió, yo me preparé para enterrar a la camella. Ya había abierto el hoyo en la tierra, pero ella, de repente empezó a respirar, empezó a moverse y se levantó. Mientras se iba levantando, ahí mismo, sus jorobas se blanquecieron. Pasó tan rápido que yo me asusté. Pensé que un mal espíritu se había metido en su cuerpo. Si hubiera sido así, yo lo hubiera sabido viendo el mal en los ojos de la camella y la hubiese muerto de nuevo. Pero ella tenía una mirada limpia. Shaitan4 no puede disfrazarse así. Entonces decidí traérsela a usted. Yo no sabía cuál camino ustedes habían tomado, ya estaba oscuro y no se veían las huellas. Pero ella misma – y con respeto, señaló a Shikha – rápidamente y sin dudar, escogió el camino. Me parecía que ella, cuidadosamente, olía el aire antes de tomar alguna dirección. —

Con una mezcla de asombro y preocupación, Hassim observaba a Shikha, quien estaba echada sobre sus rodillas callosas. En su cabeza se veía la gran esquirla férrea. Parecía que la esquirla estaba más metida, que el día anterior, en el cráneo del animal. Hassim estiró la mano para tratar de sacar el pedazo de hierro curvo, pero la camella, ostensiblemente, apartó la cabeza y se levantó.

– Señor, hay otra cosa que quería decirle. – Shao le habló en voz baja mirando a Shaken. Hassim, con un gesto, le dijo que Shaken era de confiar. El chino continuó – Ayer, apenas ustedes se habían ido, llegaron unos soldados. Preguntaron cuándo y hacia donde se fue su caravana. Por la conversación de ellos entendí que los de arriba se habían enterado de su compra. Ellos piensan que ustedes son espías de Tamerlán y vienen para destruir los puentes importantes. Tienen la orden de apresarlos. – Shao calló. Entonces hizo las reverencias y se despidió. – Tengo que irme rápidamente, no deben verme aquí. —

Una vez más Shao hizo una inclinación con humildad y, rápido, se alejó en la dirección contraria. Él se dirigió directamente hacia el este y ya pronto no podía mirársele bajo los intensos rayos del Sol levante.

Hassim entrecerró los ojos y vio como la brillante luz se tragó la delgada figura bajo su sombrero triangular. Y preocupado pensó como, bajo esa luz, y de ese lado podía aparecer un ejército de chinos armados. ¿Podría él escapar de eso?

El Sol, cada día, subía más y más, y con indiferente terquedad inexorablemente acercaba la primavera. Y antes de su apogeo él debería estar en la Horda de Oro. Allá languidecía el joven Rustam y Tokhtamysh, en cualquier momento, podía perder la paciencia.

La camella Shikha también volteó la cabeza hacia el lado de Dunhuang y profundamente aspiró el aire con sus fosas nasales bien abiertas. Claramente, ella sentía el peligro que podía venir de allá. El peligro venía de la gente y estaba destinado a otra gente. Estos animales bípedos no pueden compartir este mundo tan grande, pensó Shikha.


CAPITULO 11

Un lugar extraño


Zakolov llegó a la residencia estudiantil y lo primero que hizo fue visitar a los gemelos Peregudov. En la residencia los llamaban los yorochos, enfatizando el Yo. Estos estaban concentrados preparando sus morrales. En sus movimientos se veía fundamento y experiencia.

– Que debo llevar? – preguntó Tikhon.

– Ropa sencilla y calientica. Y comida para el primer día. – respondió Vlad, el jefe del grupo.

De los dos gemelos, a ese lo consideraban el mayor. Como ellos mismos contaban él había nacido quince minutos antes. Y aunque él era extraordinariamente parecido a Stas, se veía y hablaba más sólido.

Tikhon se fue a su habitación y rápidamente metió, en una bolsa, ropa para trabajar y dos latas de carne conservada, que había traído el día anterior de la casa paterna.

A la media hora, por la ventana, se oyó la corneta de un automóvil. Los gemelos llegaron corriendo a la habitación.

– Vámonos. Nos vinieron a buscar. – dijo o Vlad, o Stas. Los dos vestían chaquetas de lona verde y sombreros de soldado con los lados plegados, de tal manera que Zakolov no podía diferenciarlos.

El automóvil que los llevaría resultó ser un “UAZ” de la policía con una banda ancha azul a lo largo de la carrocería. Al volante iba el sargento Fedorchuk, bien conocido por Zakolov por el asunto del año anterior sobre la desaparición de las estudiantes. El sargento reconoció a Tikhon.

– Mira quien está aquí! Un viejo conocido – Casi gritó el sargento.

– Conocido, pero joven. – bromeó Tikhon. – Le deseo buena salud camarada general! Aquí estamos estos tres vagabundos a sus órdenes —

– Nada de etiqueta, por favor – las puntas del bigote se levantaron un poco, mostrando que le gustó como se dirigieron a él. – Soy Nikolay o simplemente Niko. Siéntense. —

– Espero que esta vez no me ponga en un calabozo. – preguntó Zakolov poniendo, en broma, voz de asustado.

– Si sigues con los chistes. – Se rio el sargento. – A propósito, ¿saben qué hacer cuando lleguen al sitio? —

– Nos instruyeron. – Corto y seco respondió por todos Vlad Peregudov.

Como siempre, por su tono de líder, él fue nombrado jefe de grupo.

“Y cuando lo instruyeron?”, Zakolov se rio en su interior.

Como jefe de grupo, Vlad se sentó en el asiento de adelante. Tikhon y Stas, se sentaron atrás.

– Fedorchuk, por qué todos los sargentos de la policía tienen bigotes? – riéndose, preguntó Zakolov

– ¿Si? Y directo el tipo. – Fedorchuk se alisó los bigotes y, pensativo, dijo, – Es para diferenciarnos de los militares. A ellos no se les permite, y nosotros somos voluntariosos. —

Tardaron cerca de dos horas en llegar donde iban. Apenas salieron de la ciudad, las señas de la civilización, poco a poco, desaparecieron. La carretera asfaltada dio paso a la de granzón. Pronto, bajo las ruedas, ya era la simple pista trazada, y al final, el auto iba en la propia estepa. Ya no había camino y las pequeñas piedrecitas crujían bajo las ruedas.

Fedorchuk conducía el auto lentamente, mirando al horizonte y, de vez en cuando, cambiaba la dirección de movimiento.

– Vaya, como odio esta estepa pelada. – gruñía. – Aparentemente es inofensiva, pero, puedo caer en un hueco grande o atascarme en un arenero. Y si tienes que salir del auto por el viento, hay que tener cuidado con las culebras peligrosas y estos bichos con tenazas como los cangrejos: los escorpiones venenosos. Parece un escarabajo, y tiene tanto veneno que puede matar a un perro o un becerro, y hasta un hombre. —

– Los escorpiones no son escarabajos. Más bien son cercanos a las arañas. – aclaró Tikhon.

– Tú, ¡quédate tranquilo! – Graznó el policía como si estuviera disgustado.

– Además, en honor del escorpión han llamado una constelación zodiacal, hace varios miles de años. Quiere decir que hay algo particular en él. —

– Cual constelación? – preguntó Fedorchuk.

– Una del zodíaco. ¿No has escuchado hablar del zodíaco? —

– Ah! Eso. Mejor la debieron llamar hormiga, es inofensiva y más bonita. ¿Y que tiene de particular el escorpión? La culebra solo muerde, pero el escorpión tiene sus tenazas y el veneno en la cola. ¿Como puede la naturaleza soportar esa criatura? —

– En los países occidentales, los astrólogos hacen horóscopos a partir de los signos del zodíaco. – Stas intervino en la conversación. – Allá publican los horóscopos. La gente lee y cree en sus predicciones. Ojalá y publicaran los horóscopos aquí. —

– Astrología, alquimia. – Esas son pseudo ciencias antiguas. – Con autoridad expresó Tikhon. – En nuestro país, con nuestra alta instrucción, esos desvaríos no los leería nadie, aunque los publicaran. Eso es en los países del oriente donde los gobernantes tienen al pueblo poco instruido y así lo pueden controlar. —

– Y aquí, ¿estamos en el Occidente acaso? – se rio Fedorchuk, poniendo atención en el camino, buscando en el paisaje desértico una orientación.

– Aquí estamos en el verdadero Oriente. A cincuenta millas están los cohetes con los cosmonautas, y aquí, todavía la gente teme que algún hechicero los embruje. —

– Hechicería. Brujería…. Tonterías. – Tikhon sonreía. – No estamos en la edad de piedra. ¿Quién cree en eso? —

– A lo mejor, en Moscú, no creen. Pero vives en este desierto y te sorprenderías. Pregunta por ahí. – Fedorchuk movió su mano como abarcando todo el panorama. – Aquí, en quinientos años, probablemente, nada ha cambiado. Un lugar salvaje. No hay gente. Ni siquiera hay un camino.

– Miren! ¡Allá hay dos camellos! – Vlad señaló asombrado.

– Supongo que son del hechicero. Significa que llegamos. Puede ser que los camellos se hayan escapado. Por aquí pastorean como en su casa. —

Fedorchuk estiró la cabeza sobre el volante, mirando a lo lejos, y por fin, vio el techo de un galpón largo y se alegró.

– Coño!, ¡lo conseguí! Hacía dos años que no venía y estaba perdido. Cuando comience la cosecha vendrán los camiones. El año pasado no vinieron estudiantes. Después de aquel asunto, los profesores tenían miedo de venir para acá. Entonces mandaron a todos al lugar de acopio, a cernir granos. —

– Después de cuál asunto? – se interesó Vlad.

Pero el automóvil ya se aproximaba al galponcito, el sargento de la policía miraba atentamente la construcción y no escuchó la pregunta.

– Llegamos. – ruidosamente informó Fedorchuk cuando detuvo el carro. – Aquí está su cueva. ¡Un hueco en ninguna parte! Pero para la juventud está bien. Perdido y lejos de la familia. ¿Es así, muchachos? —

– De todas maneras, estamos lejos de ellos. – Zakolov respondió por todos. – Y cincuenta kilómetros más, no significan nada. —

– Si, es una residencia. – asintió el sargento, recordando donde los había recogido. – De todos modos, aquí no es la ciudad. Aquí es otra cosa. —

Los muchachos salieron del auto y consideraron el lugar. En la estepa pelada, sin árboles y sin siquiera arbustos, estaban dos galpones alargados. Por los restos lamentables del cubrimiento de yeso que tenían, se podía adivinar que alguna vez las paredes fueron blancas. Entre los galpones había una mesa larga cubierta en un cobertizo. De un lado del toldo había una especie de parrillera con una gran plancha de hierro y la cual estaba prevista, aparentemente, alimentar con leña. A su lado, en una pequeña construcción de ladrillo, había un tonel para agua. Al otro lado estaban los baños, con paredes de madera. Todo esto estaba cubierto de polvo.

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