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La desheredada
El hechizo que estas brillantes instalaciones producían en el ánimo de Isidora era muy particular. Más que como objetos enteramente nuevos para ella, los veía como si fueran recobrados después de un largo destierro. El entusiasmo y la esperanza que llenaban su alma la inducían a mirar todo como cosa propia, al menos como cosa creada para ella, y decía: «Con esas pieles me abrigaré yo en mi coche; en mi casa no habrá otros muebles que esos; pisaré esas alfombras; las amas de cría de mis niños llevarán esos corales; mi esposo…, porque he de tener esposo…, usará esas petacas, bastones, escribanías, fosforeras, alfileres de corbata; y cuando alguno esté enfermo en casa, se tomará esas medicinas tan buenas, guardadas en tan lindas cajas y botecillos».
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