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Sangre Pirata
Sangre Pirata

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Sangre Pirata

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Год издания: 2019
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“En ese estado como hubiera podido” pensó.

«Es una mujer fuerte» subrayó el dueño de la posada. «Pero tú no tienes el derecho de permitirte esos tipo de tonterías. El muchacho que hoy te fastidia, será el borracho que te hará daño mañana.»

«¿Es uno de tus refranes?»

El portugués frunció el ceño. El tono burlón con el que acababa de ser insultado no parecía haberle gustado mucho. Empezó a beber el licor.

«No» contestó con un guiño. «Me lo acabo de inventar.»

Hasta ahora, Johnny temía deber soportar otra maldita reprimenda y estaba listo para irse. A él le importaba solamente su madre. Esa simple broma tuvo el poder de cambiar su actitud.

«Ándale toma tú también» comentó Bartolomeu, luego. Y le pasó la botella.

«¿Así? ¿En la mera mañana?»

«Antes o después deberás convertirte en un hombre. Quiero ver si tienes el valor. ¡Ándale!»

El olor fuerte del ron llegó a las fosas nasales de Johnny, que no pudo contener una mueca de asco. Puso suavemente sus labios en contacto con el cáliz e inclinó su cabeza hacia atrás. El líquido se deslizó caliente y dulce a lo largo de la garganta. Cuando llegó al estómago liberó toda su fuerza.

«¡Quema!» comentó. Una serie de poderosos golpes de tos empezaron a sacudir su pecho. Siguió por un rato, bajo la mirada divertida de Bartolomeu, que ya no podía dejar de reír.

***

Por su costumbre el gobernador era tempranero. Especialmente cuando tenía que asistir a una ejecución. En esos casos apenas podía dormir, esperando con impaciencia el momento de llegar al andamio.

Esa vez fue diferente.

Después de despedir a Rogers, había preferido retirarse a sus habitaciones sin tocar comida. Además de la tensión, había atribuido el insomnio a las comidas demasiado sazonadas. Suponiendo que no podía dormir en absoluto, le había ordenado a Fellner, su mayordomo personal, que le trajera a una de las sirvientes negras que trabajaban en las cocinas.

«Usted es Abena, ¿verdad?» Comentó cuando llegó la sirviente que había pedido.

La esclava se había limitado a hacer una reverencia y se había quedado cerca de la puerta, mirando a su alrededor con expresión perpleja.

«No tenga miedo, querida. Por favor vengase aquí conmigo.» El gobernador había sacado su mejor sonrisa de depredador. «Póngase cómoda.»

«¿Ahora, excelencia?»

«Sí.»

La motivación era muy sencilla, y Abena había comenzado a desnudarse. Morgan la había examinada con curiosidad, como un niño, cuando mira un fenómeno que le resulta extraño. Luego había empezado a desnudarse él también. La había poseído con fuerza y Abena había soportado con resignación. No duró mucho tiempo, pero pareció complacido de sí mismo. Después de eso se había quedado dormido.

A la mañana siguiente, Fellner entró en la habitación llevando una bandeja con una copa de vino y todo lo necesario para el baño: una tina de agua fresca, y otra llena de harina de arroz, un conjunto de tarros que contenía el maquillaje y algunos paños perfumados.

«Buenos días, excelencia» dijo.

Morgan murmuró algo. Cogió su vaso y lo bebió, sin saborearlo.

A pesar de ser reconocido como la autoridad más importante en Port Royal, muchos todavía lo consideraban un pirata por esos modales feos y maleducados.

«Excelente día para llevar a cabo una ejecución» comentó Fellner. Movió las cortinas desde las ventanas y arregló arriba de un mueble en estilo barroco todo lo necesario para llevar a cabo el día.

«¿Dónde está la muchacha?» preguntó de repente el gobernador. Había extendido su brazo seguro de encontrarla todavía dormida a su lado.

Fellner no modificó su expresión. Recuperó la peluca y la empolvó con la harina de arroz. «Salió de las habitaciones de su excelencia sin siquiera preocuparse de pedir permiso. Uno de los jardineros la vio entrar en los alojamientos de los esclavos durante la noche. Estos negros son realmente impudentes. Lamento haberla llevado con usted.»

«No hay problema» murmulló. Se levantó de la cama y alcanzó el pequeño mueble. «Que la lleven a las prisiones para que le den unos latigazos.»

«Como usted desee, excelencia.»

Morgan empezó a enjuagarse la cara. Cuando terminó, siguió observando su imagen reflejada en el espejo. «¿Ya interrogaron al chofer?»

El mayordomo le pasó una toalla y le ayudó a secarse. «El capitán Rogers parece haber hecho una pequeña parada en un burdel. Quería gastar un poco del dinero que usted le dió.»

«Mmmm puede ser.»

«¿Usted confía en él?»

La pregunta de Fellner le pareció indiscreta. Morgan siempre lo había considerado una persona diminuta, no sólo en su apariencia física sino también en carácter. Era raro que se dejara llevar por consideraciones personales.

«Absolutamente no» contestó. «No obstante se trata del corsario más capaz del Mar de Caribe.» Abrió la tapa del tarro y se puso una gruesa capa de polvo en el cuello y en el rostro, creando una noble palidez. Luego aplicó el colorante rojo en las mejillas y en los labios. «¿Nuestro carruaje está listo?»

«Claro que si» contestó Fellner.

«Muy bien» comentó Morgan y comenzó a vestirse con la ropa más formal y elegante que poseía: una camisa de seda blanca y unas medias del mismo color. Todo acompañado por un chaleco azul. Para completar su vestimenta, la inevitable peluca, que cubriría su escaso pelo rojo.

Una vez que terminó, dio un paso atrás para permitir que el mayordomo le diera una mirada. Fellner ajustó el cuello de su camisa y asintió satisfecho.

«Se ve muy bien, excelencia» anunció.

«Entonces démonos prisa.» Morgan salió de la habitación, dirigiéndose hacia la gran escalera de la entrada. «Este maldito farseto nos está haciendo morir de calor.»

***

Johnny empezó a toser otra vez tan pronto como salió de la posada. Después de los problemas con el ron, Bartolomeu le había sugerido que bebiera un trago de hidromel, alegando que le ayudaría.

No había sido así. Corrió detrás de un callejón, dobló las rodillas y cerró los brazos al pecho. Luego vomitó. El sabor ácido de los jugos gástricos le borró la vista, haciendo que los contornos se vieran indistintos. Tuvo que esperar en esa posición unos minutos antes de levantarse.

«Qué asco» comentó, mientras que salía del pequeño callejón.

«¡Quítate!»

A gritarle, había sido la poderosa voz de un soldado. Junto con sus compañeros, estaba custodiando el cuerpo sin vida de una persona. Uno de ellos lo había agarrado por debajo de las axilas y lo estaba arrastrando por la calle en el silencio de aquella mañana tan bochornosa.

“Hay algo que parece diferente”. Su pensamiento nació espontáneamente en su mente, pero no se trataba tanto de la vista del cadáver, sino de la ausencia del habitual apiñamiento que sofocaba la calle principal. De hecho, se sorprendió aún más cuando los comerciantes cerraron los puestos de ventas y se dirigieron hacia el puerto. Incluso las prostitutas habían desaparecido.

«¡Pero claro!» exclamó. Le habló a una de las guardias, que se había quedado atrás con respecto a los demás. «¿Ya empezó la ejecución?»

El soldado se quedó como dudoso, sin saber qué contestar, como se realmente no hubiera entendido que quería ese muchacho de él.

«Todavía no» contestó finalmente. «Si te das prisa…»

Johnny no escuchó el resto de la frase. Ya estaba corriendo, siguiendo la corriente de personas que estaba entrando en el lugar del evento.

***

Una vez en el carruaje, Morgan se asombró en encontrar a Rogers sentado cómodamente entre las almohadas que llenaban los asientos. Parecía sereno, sin la sombra de ninguna preocupación. Y era esa seguridad suya que ponía tan nervioso el gobernador.

«¿Usted que hace aquí?» preguntó sin poder ocultar su fastidio.

«Pensé que le podría gustar un poco de compañía» contestó el corsario.

«Usted es demasiado presumido, mi estimado capitán.»

«Ándale. No sea tan rígido. Al final de todo es culpa de usted si me encuentro en esta situación.»

Morgan se tomó el derecho de no replicar. Había pocos elementos en su vida que lo podían irritar. Uno de ellos estaba sentado justo frente a él. Nadie nunca había tenido el valor de burlarse de él tan abiertamente.

«¿Cómo piensa proceder?» le preguntó.

«No será una tarea sencilla» explicó el capitán. «El mapa no tiene puntos de referencias. Tendremos que navegar a ciegas.»

«Estamos seguros que usted lo podrá lograr.»

Rogers se encogió de hombros, casi para hacerle saber que el asunto no le interesaba. Desde que se habían puesto en marcha, no se había detenido ni por un momento de mirar afuera por la ventana.

Por otra parte, el gobernador estaba inmerso en la evaluación de que Port Royal era una colonia sin duda rica, aunque sí, eso no era suficiente para hacerla agradable. Y lo mostraba claramente el área por donde estaban pasando. Los caminos se reducían a callejones estrechos, sumergidos en la suciedad. Los edificios, apoyados uno en contra del otro, eran mal construidos. Los colonos también tenían algo equivocado. Sin embargo, siendo una persona ansiosa y oportunista, había pensado de poder explotar la ciudad a su gusto. A final de cuenta ¿Qué diferencia había entre un pirata y un político?

«Zarparemos en unos días» explicó Rogers. «La tripulación debe completar unos últimos preparativos. Por el momento no he dado demasiadas explicaciones sobre el viaje.»

«Menos gente será implicada, mejor será para nosotros.»

«Sin embargo, no podré mantener este secreto con la tripulación por demasiado tiempo, antes o después deberán saber lo que vamos a hacer o, me arriesgaría a un motín.»

«Usted no arriesga nada, capitán» dijo Morgan. «Y aunque fuera, como quiera tendrá derecho a la cantidad de dinero que establecimos en la nueva carta de compromiso.»

«¿No le preocupan las locuras de Wynne?»

«Absolutamente no.»

«¿Y porque?»

«Aunque fueran los delirios de un loco, no tendríamos nada que perder.» El gobernador quitó una pequeña partícula de polvo desde su chaleco. «A esta hora el padre Mckenzie estará confesando el prisionero. Aunque de verdad no creo haga mucha diferencia.»

«Todos somos pecadores» sentenció el corsario.

«Este es un mundo cínico y cruel. Usted debería saberlo mejor que nosotros. No pensábamos que usted fuera un moralista. ¿Tiene ascendencia puritana?»

«Mis ascendencias no son importantes.»

«¿Entonces porque está clase de moraleja justo ahora?»

«El mío no quería ser un reproche» aclaró Rogers, tranquilo.

«Claro, claro» comentó Morgan. « Monsieur Wynne puede regresar su asquerosa alma al Creador sin más ceremonias. Supimos lo que queríamos saber. Si, a parte la reunión será numerosa, mejor. Esto nos permitirá reforzar nuestra posición con la población. Así se darán cuenta de que uno no puede escaparse del juicio de Dios.»

El corsario gruño una aprobación sin el mínimo entusiasmo.

«La ejecución de Wynne será un evento inolvidable.»

Con este último comentario Morgan se quedó en silencio en espera de llegar en Fort Charles.

***

La plaza estaba dividida en dos partes: la zona baja, donde se juntaba la multitud, y una más arriba donde se había construido la horca. Ambas se comunicaban por escalones de piedra, custodiados por decenas de soldados. Alrededor de la plaza habían sido construidos algunos cuarteles, que tenían función tanto de alojamiento cuanto de almacén de armas y municiones. Varias pasarelas conectaban el cuerpo central de la fortaleza a las murallas y cada una tenía su propia batería de cañón. El muro sur, al contrario, se asomaba al mar. Allí estaba la torre central.

Tan pronto como Johnny pasó las puertas, se encontró adentro de una muchedumbre confusa, desordenada. Al principio tuvo la desagradable sensación de estar perdido, definitivamente fuera de lugar en un sitio tan desarmante.

Desde donde estaba, apenas podía ver el andamio. Tenía que encontrar una manera de acercarse. La fortuna vino a su rescate tan pronto como el carruaje del gobernador hizo su entrada. La multitud se vio obligada a abrirse y él aprovechó de esa situación para acercarse lo más posible. Lo logró sin dificultad. Entonces una mano le agarró del hombro. Tragó saliva, temiendo que alguien estuviera enojado con él. Probablemente a un soldado no le había gustado lo que acababa de hacer. Se tardó mucho en darse la vuelta.

«¿Que estás haciendo aquí?» le preguntó Avery, tomándolo totalmente por sorpresa.

«Me espantaste» comentó el joven, sorprendido. «Yo pensaba que era una de las guardias.»

El viejo se puso a reír mostrando los pocos dientes que le quedaban. «¿De casualidad tienes tu conciencia sucia, mocoso? ¿Tienes miedo de terminar ahorcado tú también?» y levantó flojamente su mano delante de él.

Siguiendo su dedo huesudo, Johnny se asombró de lo sencillo que era la estructura que los soldados habían erigido: una viga, sostenida por una vertical, de la cual colgaba un lazo robusto. Todo eso colocado sobre un palco elevado a más de tres metros del suelo, accesible a través de una escalera.

«¿Viste muchas ejecuciones por ahorcamiento?» preguntó.

«Oh, sí.» La expresión de Avery se entristeció y su mirada se volvió inusualmente vacía. «A todas estas personas no le interesa el prisionero, si no escuchar el ruido de su cuello cuando se rompe. La experiencia me enseñó a ser insensible. Con el tiempo también tu aprenderás esta lección.»

Johnny se quedó impactado. Había notado un increíble sufrimiento en el tono del viejo hombre, como si un recuerdo muy doloroso hubiera regresado de repente en su memoria. “Si es cierto que ha presenciado tantas ejecuciones, debería estar acostumbrado a estas. Entonces, ¿qué es lo que lo perturba?”

Al contestarle de hecho fue su fantasía. “Bennet Avery es un pirata, John. ¿No lo has entendido todavía? Los rumores sobre él son ciertos. Estaba a bordo de la Queen Anne’s Revenge. ¡Tal vez hasta conoce al condenado!”

Sus reflexiones fueron sofocadas por jolgorio de aclamación que venía directamente desde la multitud. Alguien estaba festejando la llegada del gobernador. Morgan bajó del carruaje seguido por una segunda persona. Los dos subieron los peldaños que conducían a la zona elevada de la plaza.

«Ciertas personas nunca cambian» comentó Avery, disgustado.

Johnny parecía no entender. «¿Qué quieres decir?»

«Antes de entrar en política» comentó el otro, «el señor gobernador era un pirata sin escrúpulos.» La preocupación de antes fue sustituida por una expresión de odio. «No dudaba en matar a los miembros de su propia tripulación. Como nivel de crueldad se colocaba inmediatamente después de Edward Teach .» Al pronunciar ese nombre, fue sacudido por un escalofrío que el chico pudo apenas percibir. «El tipo detrás de él se llama Woodes Rogers. Es un corsario. Es conocido por ser uno de los más famosos cazadores de piratas.»

«¿Entonces porque están juntos?»

«El oro hace milagros.»

«Pero todo eso no tiene sentido.»

«Deberás entender eso también» comentó Avery, con tristeza. «Muchos hombres han perdido la vida en el desesperado intento de acumular riquezas. Es una enfermedad que no puede ser sanada.»

Johnny asintió con la cabeza. Había entendido lo que quería decir, aunque nunca había tenido nada que ver con el dinero. Cuando su padre manejaba el negocio, él era demasiado pequeño para comprenderme la importancia. Ahora, las pocas monedas que lograba ahorrar, le parecían un tesoro de inmenso valor.

«Ya van a empezar» comentó el anciano. «Ese es el verdugo.»

Un hombre enorme había salido de las chozas, seguido por un joven que sostenía un tambor. Saludó al gobernador y a su anfitrión con un ligero gesto de la cabeza. Luego se subió cansadamente por la escalera.

Un susurro se levantó entre la gente, como una ola creciente. El ruido de tambor comenzó, y desde un segundo edificio aparecieron tres soldados. El último acompañaba a un hombre con una apariencia demacrada, vestido de harapos. Caminaba cojeando, con los brazos atados atrás de la espalda, el cabello grasiento le cubría la cara. Gran parte del cuerpo estaba marcado por heridas profundas, algunas de las cuales eran sangrientas.

La multitud comenzó a reír y gritar y alguien empezó a tirarle verduras. Un tipo incluso le arrojó una piedra, que golpeó al preso en su frente. Este vaciló, casi cayó, recuperó el equilibrio y levantó la cara cerca de la multitud.

«¡Camina!» le gritó una guardia al prisionero.

«¡Bastardo!» le gritaba la gente.

Caminando lentamente, el detenido fue escoltado hasta abajo del andamio, donde se vio obligado a detenerse. El joven dejó de tocar el tambor. Uno de los soldados se puso en posición de saludo, desenrolló un pergamino y empezó a leer. «Por deseo de Su Majestad y del Gobernador de Jamaica, ser Henry Morgan, el presente Emanuel Wynne ha sido condenado a la pena de muerte por medio de ahorcamiento. Es acusado de robo, homicidio, secuestro y piratería.»

La última palabra tuvo el poder de desencadenar un frenesí incontrolable entre los presentes, tanto que Johnny temió por su propia vida. Se dio cuenta de que la gente estaba como poseída por una furia de la que nunca había oído hablar. Todos gritaban sin distinción de sexo o edad. Muchos incluso buscaron llegar hasta el pirata para poder golpearlo personalmente. Los soldados se vieron obligados a sacar las armas y respingar los más violentos.

“Eso era lo de que hablaba Avery” pensó. “Lo quieren ver muerto. Y pronto. Es lo único que le interesa.”

«¿Usted cómo se declara?» le preguntó el soldado a Wynne. Una pregunta que representaba solamente un ritual, respuesta que no tenía ninguna importancia.

El pirata no contestó.

«Que Dios tenga piedad de su alma» concluyó el hombre. Envolvió nuevamente el pergamino y miró al gobernador, que contestó agitando perezosamente su mano.

Sin perder tiempo, Wynne fue obligado a subir. Casi a la mitad de la escala sus piernas perdieron fuerza y casi casi se iba a caer de espalda. Desde la multitud surgieron gritos de protesta. Uno de los soldados lo agarró fuertemente y lo obligó a continuar.

«Su destino ya está decidido» afirmó Johnny, con tristeza. «¿Porque lo odian tanto?»

Esperó a que Avery le contestara algo, dando por sentado su participación. Cuando este no respondió, se volvió para mirarlo.

Se quedó desorientada por lo que vio.

El anciano tenía los ojos tan brillantes que casi podían reflejar la luz del sol. Se estaba conteniendo de llorar sólo porque no quería mostrarse en ese estado.

Mientras tanto, Wynne había llegado al destino y estaba a completa disposición del verdugo. Decenas y decenas de voces gritaron nuevamente su desprecio, seguidas por un ruido de tambores más potentes. Kane colocó el condenado con cuidado sobre la trampilla y apretó el nudo alrededor de su cuello. Todo estaba inmóvil, incluso el aire. Incluso el lejano remolino de las olas se había detenido.

Fue entonces cuando el francés sorprendió a los presentes. Se echó a reír en voz alta, tan alta que cubrió el mismo ruido de los tambores y la multitud abajo. Era como si un cañón estuviera disparando muy cerca de allí.

«¡Así es como me agradecen por haber revelado el lugar donde se oculta el más grande tesoro que este mundo nunca haya visto!» gritó.

Un silencio glacial cayó sobre Fort Charles. De la locura que animaba el cerebro del pirata pareció no quedar ningún rastro. Incluso Henry Morgan quedó sorprendido, con la boca abierta en una expresión idiota.

«Gobernador» le gritó Wynne, «¿dígame donde ocultó el mapa que le dibujé para llegar al Triangulo del Diablo?»

Un grito agitado surgió entre la gente. Como muchos otros, Johnny también se volvió para mirar a Morgan: bajo el blanco pálido del truco, era posible notar un rubor debido a la vergüenza y a la ira. Luego miró nuevamente a Avery. Antes de que sus ojos cruzaran los del viejo, se detuvieron sobre la figura de otra persona, no lejos de donde ellos estaban.

Era el pirata con los dientes de oro.

El chico se tambaleó, como si alguien le hubiera dado un puñetazo en el estómago. El individuo estaba concentrado escuchando las palabras de Wynne. Durante una fracción de segundo estuvo convencido de verlo sonreír.

«¿Porque vino aquí?» se preguntó. Ese sujeto le daba miedo y lo ponía increíblemente nervioso.

«¿Que dijiste?» le preguntó Avery.

«Allá…» Las palabras murieron en la garganta. El tipo había desaparecido. Lo buscó en todas partes, estudiando con cuidado los muchos rostros que lo rodeaban, pero no lo pudo ver en ningún lugar.

Mientras tanto Wynne seguía gritando: «Si mi destino es de irme al infierno, ¡es mejor que se den prisa!»

Morgan pareció recuperarse de su estado de indolencia. Gritó una serie de órdenes, sin que nadie pudiera hacer mucho. Wynne había concluido una segunda y más poderosa carcajada, al punto que la total confusión que había tomado posesión de la fortaleza estaba continuamente aumentando.

«¡Kane!» gritó. «¡La escotilla! Abre esa maldita escotilla. ¡Estúpido idiota! ¿Qué estás esperando?»

El verdugo agarró la palanca del mecanismo de apertura y la jaló. Siguieron una serie de ruidos en rápida sucesión. Entonces Wynne cayó en el vacío, flotando y colgando en el aire. A pesar de la violenta colisión, el cuello no se había roto. Y no solamente eso. Aunque se estaba ahogando, no dejaba de reír. Su cara empezó a hacerse de color morado y su lengua salió de su boca. Debido a los espasmos se la mordió hasta arrancársela. Un torrente de sangre ensució sus labios y las mejillas, como los pétalos de una flor rosada.

«¡Que alguien lo detenga!» gritó Morgan, delirando como aquello que estaban presenciando a esa escena escalofriante.

Solamente el hombre sentado a su lado eligió actuar.

Subió al andamio y sacó la espada. Cuando llegó a la plataforma se escapó al agarre de Kane, quien, sorprendido de encontrarlo allí, instintivamente había tratado de detenerlo. Dió un corte muy fuerte a la cuerda, y el francés terminó por derrumbarse sobre el pavimento. El impacto generó un ruido desagradable, de huesos rotos. Rodó un par de veces, emitiendo unos versos agonizantes, y después su cuerpo permaneció inerte.

Johnny vio todo esto con el corazón en la garganta. La imagen de Wynne estaba impresa en su retina como una marca de fuego.

Ya no lo podía evitar. Podía distinguir cada detalle; desde la posición falsa del pirata, sus piernas quebradas y el busto doblado, hasta el rostro morado y sucio de la sangre que había vomitado. El desprecio de esa ejecución había sido revelado en todo su horror.

«Ya vámonos, Johnny.» Bennet Avery le estaba hablando. «Escuché lo que quería escuchar. Aparte no me gusta nada toda esta confusión.»

El muchacho asintió, aún más asombrado: el anciano rara vez se había dirigido hacia él llamándolo por su nombre. A parte había percibido algo obscuro en su actitud, una sensación que no le daba tranquilidad. La fantasía lo arrastró con la misma violencia que un río lleno, tanto que pudo disipar su indecisión: Avery sabía más de lo que dejaba entender y había llegado el momento de averiguar de qué se trataba.

CAPÍTULO TRES

LOS MUERTOS NO HABLAN

«¡Rayos!»

Poseído por un ansia incontrolable, Morgan tiró todos los objetos que llenaban su escritorio, incluyendo unas cartas náuticas, un sextante de excelente construcción y la carta de compromiso destinada a Rogers.

«¡Maldito malcriado!» gritó. «¡Merecía sufrir cien veces más!»

Frente a él, el corsario estaba sentado sobre un sofá de terciopelo, y parecía no preocuparse mucho del enojo del gobernador.

«Si me permite…» intentó comentar.

«¡Usted cállese!» lo interrumpió el gobernador.

Siguió un largo y profundo silencio, sólo marcado por la respiración jadeante del hombre. Rogers prefirió no discutir. Habría sido mejor esperar a que él solo se tranquilizara, para lograr perseguir sus propios intereses.

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