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Sangre Pirata
Sangre Pirata

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Sangre Pirata

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Год издания: 2019
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Rogers se inclinó hacia delante otra vez. Estaba a punto de abrir la boca, con la intención de preguntarle a qué se refería. Pero el pirata lo anticipó.

«¡Los ojos muchas veces nos engañan, capitán Rogers!» dijo.

«¿Y el tesoro?» preguntó Morgan.

No hubo otra contestación. Emanuel Wynne inclinó la cabeza hacia atrás y estalló en una risa obscena y poderosa, que contrastaba con la delgadez de su cuerpo. Siguió haciéndolo incluso cuando el verdugo volvió. El gobernador ordenó que lo azotaran una y otra vez, con la esperanza de obtener más informaciones. Cuanto más lo torturaba Kane, más el pirata se reía. Él siguió hasta que no se le rompieron las cuerdas vocales, y de la boca nada más empezaron a salir ruidos repugnantes, tanto que Rogers se vio obligado a taparse los oídos.

SEGUNDO CAPÍTULO

LA EJECUCIÓN

A última hora de la tarde, Johnny se regresó a su casa. Recordando lo que había ocurrido en la mañana, decidió tomar la vuelta más larga. De este modo evitaría cortar por el barrio español. Seguramente su madre estaba en el trabajo, sumergida como siempre en el abrumador olor de las especias que apestaban la cocina del Pássaro do Mar. Así que no se iban a preocupar por él, en el caso hubiera llegado tarde.

Caminó por la parte oriental del puerto, cruzando los muelles y las ensenadas. De vez en cuando miraba a los barcos amarrados. La mayoría de las tripulaciones habían desembarcado. A menudo sentía el deseo de embarcarse y abandonar Port Royal. ¿Pero cómo? No habría resistido ni siquiera una semana en el mar.

En ese momento la voz de Anne regresó, tan poderosa como sólo ella era capaz de hacer, cuando lo acusaba de ser igualito a su padre. Recordó la historia concebida con la complicidad de Avery.

“Tenía que pasarle una pinza” repasó mentalmente, buscando hasta convencerse a sí mismo. “Me dijo que me diera prisa, así que me di la vuelta. No me di cuenta de una viga inferior y terminé en contra de ella.”

Podría ser una historia creíble, a pesar de que ya veía la mirada preocupada de su madre, sus ojos brillantes, su boca abierta. Seguramente lo iba a llenar con su habitual ola de reproches, sobre lo peligroso que era el mundo y todo lo demás. Obviamente, era de esperar que le pidiera al anciano que le explicara cómo habían pasado los hechos de verdad. Él le confirmaría todo esa misma noche tan pronto hubiera llegado a la taberna para tomar.

“Esperando que no se emborrache” pensó.

Más tarde, el terreno estaba como a forma de terraza, seguido por una escalera construida cerca del muro del puerto. Johnny trepó sin pensarlo demasiado. Conocía la zona como sus bolsillos. Cuando llegó a la cima, se detuvo para admirar la bahía.

Había contemplado ese espectáculo varias veces, pero percibía ese día una emoción diferente, nunca experimentada. La luz del atardecer envolvía todo con pinceladas color morado. Por un momento tuvo la sensación que el mismo aire estaba saturado de electricidad, casi presagiando algún cambio.

«El viento está cambiando.»

Johnny frunció el ceño. Un hombre se le había acercado sin que él se diera cuenta y, al igual que él, tenía la mirada fija en la dirección del arroyo. Llevaba puesta una chaqueta azul y una camiseta abierta en la parte delantera, apretada en la cadera con un cinto verde. A sus pies llevaba botas altas hasta bajo las rodillas. El rostro marcado, como si hubiera sido picado por centenares de insectos voraces, estaba rodeado por un par de largas y gruesas patillas oscuras, que hacían que su rostro se viera largo como él de una faina.

«¿Esta por pasar algo, verdad?» le preguntó, sin saber tampoco él porque le estaba dirigiendo la palabra.

El hombre asintió.

«Regrésate a tu casa, jovencito» le dijo. Puso sus manos a los lados y al hacerlo movió su indumentaria. Abajo apareció la empuñadura de una espada. «Muy pronto se desencadenará una tormenta. Mejor que no te encuentres por esa área cuando todo esto pasará.»

Johnny no respondió. Se dio cuenta que ese hombre no le gustaba. Especialmente cuando sonrió: tenía los incisivos superiores hechos en oro.

“Es un pirata” pensó, y mientras se alejaba le oyó sonreír. Era una risa desagradable y desagradable. Se volvió, empujado por el miedo que este pudiera perseguirlo. Al contrario, el pirata no le estaba prestando la mínima atención.

Mientras tanto, la frenética vida de la colonia estaba bajando. Los caminos se vaciaron. El que no tenía un hogar a donde regresar eligió entrar en alguna cantina. Los encargados de las linternas habían comenzado su turno para encender las farolas y llenarlas de nuevo aceite. Extrañamente, no parecía haber ningún muerto tirado en el barro. Pero la noche aún era larga y todo podía suceder.

Johnny caminó por la calle que lo separaba del Pássaro do Mar en un estado de agitación tan grande que no podía entender el porqué. Seguramente todo se debía al encuentro con ese hombre misterioso. Y continuó pensando en él incluso cuando llegó a uno de los muchos sitios de guardia esparcidos por todo el camino, donde un niño, de no más de doce, estaba clavando un aviso. Algunos soldados la rodearon, curiosos.

«¡Por fin!» comentó uno de ellos.

«Ya tenía miedo que el Gobernador hubiera perdido todo su valor» comentó otro.

«Cállate» le ordenó una tercera persona. «¿No querrás acabar ahorcado tú, también?»

La discusión continuó con poco interés. Para Johnny era diferente. Tan pronto como el niño terminó, decidió seguir adelante, atraído por las palabras que se podían leer por encima del anuncio.

POR VOLUNTAD DE SU MAJESTAD REY JORGE DE INGLATERRA

EL GOBERNADOR DE PORT ROYAL SIR HENRY MORGAN

ORDENA

LA EJECUCIÓN DEL PIRATA EMANUEL WYNNE

A LAS PRIMERAS LUCES DEL ALBA

Las observó durante mucho tiempo. Después de la declaración seguía una lista de crímenes cometidos por Wynne. Cuando terminó de leerlos, siguió caminando.

Regresó con sus pensamientos a cuando su padre lo había acompañado por primera vez para asistir a una ejecución. Lo tenía cargado sobre sus hombros, para que pudiera ver más allá de la multitud. Johnny seguía sonriendo divertido, hasta que algo había cambiado. Su infantil emoción de asistir a ese espectáculo se había convertido en horror en el momento en que la cuerda había sido puesta alrededor del cuello del condenado. Por alguna razón no se esperaba de verlo colgar muerto en solo unos pocos segundos. Las lágrimas se habían apoderado de su rostro casi de inmediato.

«¿Porque estás llorando?» le había preguntado su padre.

«Ese hombre allá…» había contestado, apuntando el dedo hacia el cadáver que estaba colgado.

«Era una persona mala.» Stephen Underwood había intentado tranquilizarlo. «Debía pagar por sus crímenes.»

Johnny asintió, aunque no sabía exactamente qué quería decir con esas palabras su padre. El suyo había sido un gesto instintivo, debido al irreprimible impulso de irse de allí lo antes posible.

«No te olvides que en la vida encontrarás a muchas personas» continuó diciendo Stephen. «Todo el mundo comete algún error. Algunos se arrepienten y eligen olvidar el pasado. Otros, sin embargo, los traen puestos con orgullo en su cara como si fueran máscaras. Por favor, no confíes en esos tipos de personas. Ellos continuarán cometiendo errores justificándose, argumentando que la culpa es tuya. Y lo peor es que realmente creen en lo que dicen. Exactamente como el hombre que fue ejecutado hoy.»

Pensando en esa frase se dió cuenta que su padre le hacía mucha falta.

***

A juzgar por el ruido proveniente del Pássaro do Mar, se dio cuenta de que los clientes habían abierto los bailes. Alguien también había comenzado a tocar, ya que a los gritos se agregaba el sonido estridente de un violín.

Johnny permaneció un momento bajo el porche y se asomó a la única ventana, apretando las palmas contra el vidrio. Una gran sala era el cuerpo central de la posada, cuyas paredes estaban cubiertas de paneles agrietados, tanto que recordaban las paredes de un viejo velero. En la parte inferior había un mostrador y, justo a la izquierda, la boca sucia de una gran chimenea. A un lado estaba la puerta de la cocina.

Decenas de velas estaban dispuestas a lo largo de las mesas y candelabros. Lo más agradable de ese lugar era exactamente eso: la luz. A diferencia de otras posadas de Port Royal, Bartolomeu se jactaba que la suya era la más luminosa.

El muchacho lo vio trabajar duro entre las mesas, llevando platos y jarras de un lado a otro. Se esperaba de ver también su madre, pero no había rastro de ella. Por lo general, era Anne que se preocupaba de servir a los clientes.

Dio un paso atrás en la calle y miró hacia la única ventana de la habitación del piso de arriba. Las ventanas estaban cerradas.

Sin embargo, recordó que las había dejadas abiertas. “Puede ser que regresó y eligió cerrarlas” pensó. De inmediato una voz insistente penetró en su cabeza: “¿Y si acaso le pasó algo? Esa fea tos no le da paz. Empeora cada día que pasa .”

Una dolorosa sensación ardiente envolvió su vientre. Era como si una rata hubiera prendido fuego, y, a pesar de eso, siguiera carcomiendo su estómago.

Corrió por el callejón que atravesaba la posada, abrió la puerta de atrás y subió las escaleras. Los ruidos de los huéspedes se hicieron confundidos, lejanos. Era como atravesar un túnel excavado dentro de una montaña. Una galería en cuyo fondo brillaban los dientes dorados del pirata.

«¿Madre?» gritó, tocando a la puerta del departamento. Del otro lado pero no llegó ninguna contestación. «Madre, soy yo. Estoy entrando.»

La habitación estaba inmersa en la oscuridad más completa. En su interior sentía el acre olor del sudor, mezclado con algo que parecía hierro oxidado.

Finalmente lo reconoció.

Era sangre.

En pánico, buscó la lámpara de aceite que estaba encima de una mesilla de noche adyacente a la entrada. La encontró en el segundo intento. A tientas nuevamente inspeccionó la superficie de los muebles. Cuando sus dedos tocaron el encendedor lo prendió. La lámpara brilló con una pequeña llama, y la luz comenzó a estirarse en el suelo hasta llegar a los pies de la cama. Fue entonces cuando notó algo. Un movimiento imperceptible. Alguien se había movido a la sombra.

En ese momento escucho un extraño ruido, seguido de un golpe.

Todo eso fue suficiente para convertir sus dudas en certezas.

Anne estaba tumbada en la cama, con el pelo largo y oscuro desordenado sobre la almohada. Recordaba el cadáver de un pulpo llevado a la orilla por las corrientes. Johnny se acercó a ella y ella levantó ligeramente los párpados. Tenía una cara cerúlea, hinchada de sudor. Las esquinas de la boca manchadas de rojo. Una corriente de sangre se había derramado sobre su mejilla, terminando en la almohada donde había formado una mancha irregular y espesa.

«John, ¿eres tú?» preguntó, la voz que era apenas un susurro. Su pecho bailaba con ritmos irregulares.

«Sí» contestó él.

«No puedo ver bien. Tengo la vista borrosa.»

El chico se quedó pensando, sin saber qué comentar. Tenía miedo de que cualquier cosa que iba a decir no hubiera resultado muy convincente.

«Vas a ver que no será nada grave» intentó minimizar, acariciando su frente. Estaba fría. «Mañana seguro te sentirás mejor.»«¿Tu cómo estás?»«No te preocupes por mí.»

La mujer sonrió. Se quejó nuevamente y él tomó su mano.

«Debes descansar» le dijo.«Si, tienes razón» admitió Anne.

«¿Hay algo que pueda hacer?»

«Tengo la garganta muy seca.»

Johnny alcanzó el lavabo con el agua y sumergió una taza. Volvió con su madre. Suavemente se sentó a su lado, colocándole una mano detrás de su espalda para ayudarla a beber. La mujer tragó el líquido con voracidad. «Trabajaste muchos en estos días. Debes descansar. Dormir te hará sentir mejor.»

«Tengo miedo» dijo ella cansada.

«No hay nada que temer madre.»

“¿Estoy intentando convencer a ella o a mí mismo?” se preguntó.«Ahora relájate» continuó diciendo el muchacho, intentando no externar su preocupación. «Ahora bajo y voy a hablar con Bartolomeu. Seguramente necesitará una mano en la cocina.»

«No te vayas.»

«Regreso enseguida.»

Los ojos de Anne se pusieron brillantes. Una lágrima corrió por su cara. «Ya perdí a tu padre. Por favor, no me dejes sola.»

«Está bien. Me quedo aquí contigo.»

Johnny se quedó escuchando la respiración de la mujer que regresaba a la regularidad hasta que se quedó dormida. Él le apretó nuevamente la mano. Sólo entonces se concedió un poco de descanso.

***

El carruaje del gobernador llevó a Rogers al puerto, siguiendo la ruta que había sugerido al chofer durante el viaje. Una extraña paranoia había empezado a surgir en él. La ciudad estaba llena de espías y lo último que quería era que algunos de las lacras de Morgan lo estuvieran siguiendo. Por supuesto, el chofer del carruaje iba a volver y podría contarlo todo... así que le lanzó una bolsa de monedas cuando bajó del coche.

«Estamos de acuerdo, ¿verdad?» le dijo.

«Claro como un cielo sin estrellas, mi capitán» contestó este.

«Vuélveme a repetir lo que tienes que decir.»

El chofer miró a su alrededor. «Si me preguntan, tengo que decir que acompañé al capitán en la intersección entre las antiguas murallas y la carretera principal. La que corre a un lado del promontorio hacia el sur. Lo vi entrar en un burdel, con la intención de gastar parte del dinero de su excelencia en dulce compañía.»

El conductor estaba satisfecho. Hizo un gesto de acuerdo con el conductor, que se fue rápidamente dejando un rastro de polvo y piedra. Esperó ya no verlo, y luego siguió por un sendero que bajaba por los muelles. En los lados había no más de una docena de viejos edificios antiguos y todo estaba inmerso en un silencio espectral.«Mi capitán.»

Rogers no tuvo necesidad de darse la vuelta. Recorcería esa voz tan catarral en todas partes. «Puedo ver con mucho gusto que estás cuidando de esa área, O’Hara. ¿Ha pasado algo durante mi ausencia?»

«Nada importante.»

«¿Y el resto de la tripulación?»

«Duerme.» O’Hara salió de las tinieblas y apareció a su lado. «Te tardaste más de lo normal. ¿Algo salió mal?»

«Mejor platicarlo en privado» dijo Rogers. Podía sentir sobre sí mismo los ojos de aquellos que los observaban desde atrás de las ventanas cerradas.

Sin decir nada más, se dieron vuelta en una esquina. Caminaron por un estrecho y maloliente callejón hasta que oyeron el ruido del mar. Frente a ellos apareció un antiguo almacén abandonado, puesto casi sobre el muelle.

«Deje de guardia a Husani» explicó O’Hara.

El corsario sonrió, satisfecho.

De todos los miembros de la tripulación habría confiado su vida en sólo dos personas. El primero era exactamente James O'Hara, conocido varios años antes en Cuba. Este tenía la reputación de ser un seguidor fiel y su voz característica se debía al hecho de que su garganta había sido cortada. Sus enemigos estaban seguros que había muerto pero sin comprobarlo. Él, sin embargo, quien sabe cómo, había sobrevivido. La segunda persona, respondía al nombre de Husani, era un hombresote grande y fuerte, esclavo de una plantación de algodón en Virginia. Había logrado escaparse y subirse a un barco. Rogers lo había conocido en Port Royal, donde se había quedado fascinado por la fuerza física que el africano había demostrado durante una pelea. Muchos lo criticaban por la elección de los hombres que formaban su tripulación. Pero a él no le importaba. Prefería trabajar con personajes tan peculiares, muy parecidos a los criminales que estaba cazando, en lugar de confiar en soldados elegantes sin experiencia.

Después de haber tocado, se quedaron esperando a que Husani abriera la puerta. No tuvieron que esperar mucho. La puerta se abrió un poco, y en la abertura apareció una cara grande y oscura con una mirada sombría.

«Buenas noches, mi capitán.»

«Buenas noches a ti» contestó Rogers.

El lugar estaba sucio. Un ronquido suave resonaba por todas partes. Husani tomó la pieza de una vela y acompañó a sus compañeros cerca de una mesa, teniendo cuidado de no aplastar el resto de la tripulación que estaba dormida en el suelo. Rogers se sentó y O’Hara se colocó frente a él. Bajo su barbilla se podía notar la blanca línea de una cicatriz. Husani se quedó en alerta, hasta cuando plantó la vela sobre un viejo dosel y llenó tres jarras con un líquido oscuro.

«Entonces, ¿mi capitán?» le preguntó.

Rogers buscó en uno de los bolsillos internos de su chaqueta. Sacó una segunda bolsa, mucho más voluminosa de la que había entregado al chofer.

«Esta es la primera mitad» dijo. Y la tiró con tranquilidad al centro de la mesa. Las monedas que se encontraban adentro de la bolsa tintinearon dulcemente. «Lo que queda se las entregaré cuando habrán terminado el trabajo. Como siempre.»

«¿Que tenemos que hacer?» quiso saber O’Hara.

El corsario se quedó mirando fijamente la llama parpadeante de la vela. Pasó un poco de tiempo. Finalmente contestó en un tono distante. «Al principio pensé que Morgan se estaba burlando de mí. Luego me di cuenta de que no estaba bromeando por nada. Y tal vez ese fue el peor momento.»

«Por favor, explícate mejor.» O’Hara había empezado a hacer estallar los nudillos. «Después de haber capturado a Wynne, ¿qué más quiere de nosotros?»

«Es exactamente Wynne el problema» especificó Rogers. «El gobernador tenía sus buenos motivos para ordenarnos de buscarlo.» Hizo una pausa. «¿Todavía recuerdan que tenía en la mano cuando lo encontramos?»

«Un mapa» contestó con decisión el africano.

«Tienes una excelente memoria» lo felicitó Rogers. Buscó otra vez en sus bolsas, sacó el rollo que Morgan le había confiado y lo colocó delante de él.

O’Hara dejó de lastimarse las articulaciones de sus manos. Tomó un aire inquisitivo. «¿A dónde nos llevara?»

Rogers movió su mirada desde el mapa hacia dirigir sus ojos directo sobre él. Lo hizo sin prisa, tratando de ganar el tiempo suficiente para poder responder.

«Hacia el Triángulo del Diablo» comentó finalmente.

Hubo un momento de silencio, durante el cual el único ruido audible fue el incesante ronquido de la tripulación. Husani y O’Hara intercambiaron una rápida mirada de asombro. Luego este dobló su cabeza hacia atrás y emitió una pequeña risa, mostrando la cicatriz en toda su longitud. Era un ruido horrible, un chilló agudo parecido a lo que hace la lama de un cuchillo cuando rasca una superficie oxidada.

«¿Te parece divertido todo eso?» preguntó Rogers, en tono muy serio.

«No sabía que tenías un sentido del humor tan marcado» comentó el otro.

«Ninguna ironía.» El capitán puso su índice sobre el mapa. «Parece que Wynne está convencido de lo que él diseñó. Y Morgan también lo cree. Mientras que el gobernador esté dispuesto a pagar, eso es suficiente para mí.»

«¡Sangre de Judas!» exclamó Husani. «¿Por lo menos consideraste que podría tratarse de los delirios de un loco?»

Él asintió y continuó contando en detalle cómo habían ocurrido los hechos, comenzando desde la reunión de la mañana con Henry Morgan, hasta la charla con Wynne .

Por mientras Husani había agarrado una de las sillas y se había sentado. «¿Cómo crees poder convencer el resto de la tripulación?»

«Por el momento no es importante que sepan la verdad» contestó Rogers. Y de inmediato regresó a su mente la advertencia que le había dado Wynne: “Él que está en busca del tesoro tiene que aceptar que hay que pagar un precio para encontrarlo.”

Sentía crecer en él un fuerte estado de ansiedad, como si una espada de Damocles estuviera oscilando sobre su cabeza. Intentó no pensar en todo eso. No podía permitirse el lujo de aparentar ningún tipo de incertidumbre. En su ayuda llegó la oportuna intervención de O’Hara.

«¿Qué garantías nos ofrece el Gobernador?» preguntó.

Rogers sonrió. La parte arruinada de su rostro se contrajo en una mueca que haría temblar hasta el más valiente entre los hombres. «Esta misión se llevará a cabo en la más completa legalidad. Después de la ejecución, Morgan me entregará una nueva carta de compromiso.»

«¡Dios proteja el Rey!» gritó Husani, en tono de burla.

Algunos hombres dejaron de roncar, murmurando en su sueño palabras incomprensibles. Luego volvieron a dormir profundamente.

«Nadie conoce las reales intenciones del gobernador» comentó Rogers. «Ni siquiera Su Majestad. Si Wynne dice la verdad, este mapa nos llevará a un tesoro inimaginable.»

O’Hara levantó su jarra. No había tomado ni una gota de alcohol desde que habían comenzado a platicar. «Que la suerte nos acompañe.»

«A la salud» dijo Rogers, imitándolo.

También el gigante africano se unió al brindis. «Que el diablo te acompañe, ¡mi capitán!»

Gran parte de la noche fue ocupada en varias charlas su cómo organizar el viaje. Acordaron que iban a necesitar por lo menos cinco días para preparar el Delicia. Efectivamente, había tiempo suficiente para planificar la expedición. Sin embargo, un vago presentimiento preocupaba el corazón de Rogers. A pesar de la atmósfera de aparente tranquilidad, el miedo que había probado durante casi toda la noche reapareció varias veces. En los oídos, además de las palabras del francés, se añadió la exclamación de Husani.

“Que el diablo te acompañe, ¡mi capitán!”

***

Las campanas de la única iglesia de Port Royal resonaron en un estruendo impresionante durante las primeras luces del amanecer. Johnny se despertó con ese ruido. Le dolía muchísimo la cabeza, esto era evidencia que estaba durmiendo poco y mal. Entrecerró los ojos. Justo enfrente de él, vislumbró una cara flotando en medio del aire. Al principio no la reconoció. La somnolienta figura de Anne cubría parcialmente su vista. Al final consiguió concentrarse y oyó a Bartolomeu saludarlo con su típico acento peculiar.

«Mínimo intenta hablar un poco de inglés» le pidió. «No cerré ojo toda la noche. Me duele horrible la cabeza.»

El otro se río. «Tienes toda la razón, una disculpa.»

Johnny, batallando se puso de pie. Las piernas entumecidas amenazaban con rendirse. Logró evitar una caída ruinosa sólo porque el portugués fue muy rápido en intervenir. Lo agarró por los brazos y lo puso al pie de la cama.

«Yo me encargo» dijo y fue a abrir las ventanas. Un soplo de aire fresco entró en la habitación. El sol entraba y los rasgos del hombre eran evidentes en las primeras luces de la madrugada.

Tenía un rostro afilado, el pelo negro que mantenía atado en una cola de caballo. Ojos oscuros y profundos le daban una mirada amenazadora, acentuada por gruesas cejas negras que se unían entre sí. El labio superior estaba enmarcado un grueso bigote.

«¿Cómo está tu madre?» preguntó.

«Nada bien» contestó Johnny.

Ambos miraron a Anne. Todavía estaba dormida.

A pesar de su respiración relajada, seguramente tuvo una noche difícil. Podía verse por la expresión de sufrimiento que tenía su rostro.

«Mejor dejarla descansar» admitió Bartolomeu. «No podemos hacer nada.»

«Pero…»

«Ningún pero» lo regañó él. «Ven conmigo. Tenemos que hablar.»

El chico asintió, aunque no muy convencido. Bajó las escaleras, y luego se acomodó en un taburete detrás del mostrador.

«Bennet estuvo aquí ayer en la noche.» Bartolomeu estaba intentando abrir una botella de ron llena de polvo. «A mí no me interesa lo que hacen ustedes dos, ni las mentiras que se tienen que inventar para que tu madre no se preocupe.»

Después de los últimos acontecimientos se había olvidado de todo eso. Instintivamente se puso el dedo índice sobre la nariz. La hinchazón, así como el dolor, habían disminuido. Afortunadamente, Anne no parecía haberlo notado .

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