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Un Giro En El Tiempo
Después de reunirse, la compañÃa, compuesta por sesenta hombres a las órdenes del capitán Otto Skorzeny y algunos gastadores de ingenieros, habÃa penetrado en silencio, con el paso militar de un fantasma, en el local de la porterÃa de la fábrica, cerrando de inmediato la boca y degollando a los dos pobres porteros, marido y mujer. Luego cincuenta de los sesenta incursores, todos armados con fusiles automáticos Thompson de fabricación estadounidense, adquiridos mediante intermediarios por representantes del Tercer Reich, habÃan atacado al manÃpulo de la Milicia y los dos subtenientes del OVRA que en ese momento vigilaban el disco y, gracias a la sorpresa y al armamento moderno, habÃan matado a todos. Solo habÃan muerto ocho asaltantes alemanes y cuatro habÃan quedado heridos por los disparos de los viejos mosquetes del modelo â91 de la dotación de los italianos. Entretanto los diez paracaidistas que habÃan quedado atrás habÃan encendido fuegos en la pista de aterrizaje que discurrÃa junto a la fábrica para que pudieran aterrizar los mismos aviones desde los que habÃan saltado. Los demás, después de hacer fotografÃas y grabaciones cinematográficas externas e internas del disco hasta entonces entero, se habÃan llevado las partes transportables, empezando por los misiles con sus bombas y los aparatos cinefotográficos y de radio. Toda la carga se habÃa llevado luego a la bodega de los aviones y posteriormente se habÃa hecho lo mismo con los muertos y heridos de la compañÃa. Finalmente, los incursores de Hitler habÃan despegado sin problemas.
El personal civil que habÃa llegado a la fábrica a las 6 de la mañana para empezar su turno de trabajo se habÃa encontrado con el espectáculo de carnicerÃa de los dos porteros degollados y posteriormente con la masacre de milicianos.
En Roma no se habÃa sospechado la realidad, debido a la baja estima en que tenÃa Mussolini en aquel tiempo a Alemania; el Duce habÃa pensado sin ninguna duda en un golpe de mano de aquellos a quienes todos consideraban los propietarios legÃtimos del disco: los ingleses.
Las investigaciones tecnológicas fascistas sobre el disco se habÃan limitado a partir de entonces, por fuerza, a lo que restaba y no se habÃa podido hacer nada con respecto a los misiles, a sus respectivas bombas disgregadoras ni a los futuristas microaparatos de videorradio robados por los nazis, claramente las partes militarmente más interesantes del botÃn, armas e instrumentos que, dado su tamaño relativamente pequeño, los italianos podÃan haber recogido sin daño y haber mandado a Roma, en lugar de dejarlos despreocupadamente en Vergiate, donde habÃan sido sustraÃdos fácilmente. Naturalmente, habÃan rodado algunas cabezas, pero, también naturalmente, no las de los gerifaltes que deberÃan haber sido los primeros en pensarlo, por decirlo asÃ, por no hablar del Gran Jefe, ni las cabezas, entre otros ilustres, del director de la OVRA y el ministro de aeronáutica, Balbo. Nada nuevo bajo el sol, en suma.
Ya en la tarde del mismo 18 de junio de 1933, Hermann Goering, ministro del interior de la región de Prusia y futuro ministro de aviación del Reich, que ya para entonces era en la práctica la segunda autoridad del régimen, por orden de Hitler habÃa confiado la dirección de los estudios y las consiguientes investigaciones de ingenierÃa inversa sobre el precioso botÃn a Hermann Oberth y Andreas Epp, ingenieros de asegurada competencia profesional y probada lealtad nazi.
Esto se habÃa producido cuando en Alemania entonces no se habÃa reconstruido oficialmente una aviación militar ni, en ella, un cuerpo de paracaidistas, casi dos años antes de que, el 11 de marzo de 1935, Goering fundara la Luftwaffe, nombrado a la vez por Hitler como su comandante en jefe.
CapÃtulo 6
Un informe de la ComisarÃa local de uno de los comisarios de Forli decÃa: âEl 14 de agosto de 1933 hacia las 14:30 hora italiana, el vanguardista Ferrini Mario hijo de Luigi y de MarÃa, de soltera Troneri, nacido en Forli el 16 de junio de 1917, estudiante, estando de paseo conversando con amigos igualmente de 16 años, estudiantes y vanguardistas,33 observó repentinamente una especie de cápsula luminosa a gran altura, que debido a su gran altitud parecÃa bastante pequeña, pero que debÃa ser en realidad gigantesca, atravesar en vuelo de sur a norte, en menos de medio minuto, el cielo sobre la ciudad, apareciendo y desapareciendo entre las nubes dispersas. También sus amigos, a los que Ferrini les hizo de inmediato mirar hacia lo alto, vieron aquel extraño objeto y lo siguieron con la vista hasta que desapareció en el horizonteâ.
âEstaba mucho, mucho más alto que la cima del Monte Biancoâ, habÃa dicho horas antes Mario a su madre, ama de casa. A las 17:00, el padre, subteniente primero de la Seguridad Pública, tras terminar su turno, habÃa vuelto a casa y también se le habÃa informado. Diligentemente, el suboficial habÃa vuelto a la oficina acompañado por el muchacho y con él habÃa escrito un informe para la ComisarÃa de Forli, aunque en el fondo creyera que se trataba de un simple dirigible, un tipo de aeronave que no era extraño en los cielos en aquel tiempo, aunque ya hacÃa tiempo que se preferÃan los aviones a causa de los accidentes con aerostatos a motor más ligeros que el aire, como el famoso desastre de 1928 del dirigible Italia durante la expedición al Polo Norte del general Umberto Nobile.
La diligencia del subteniente derivaba de las disposiciones precisas enviadas desde Roma a todas las fuerzas de policÃa desde mediados de junio, por las cuales cualquier avistamiento de medios voladores desconocidos debÃa ser reportado inmediatamente, sin excepciones, directamente a la oficina de la OVRA adjunta a la respectiva ComisarÃa.
La copia de la declaración oral habÃa sido por tanto enviada desde la ComisarÃa, hacia las 18:45, a la sección competente de la OVRA a través de un agente motociclista. La noticia se habÃa retransmitido desde esta a la oficina de Bocchini a Roma, por vÃa telefónica; este habÃa solicitado copia escrita de la declaración de avistamiento y, entretanto, habÃa advertido por teléfono tanto al director en funciones del Gabinete RS/33, Gino Cecchini, del Observatorio de Milano Merate, como a Mussolini, que, en aquel momento, se encontraba en su casa de Villa Torlonia dispuesto a disfrutar, a la cabeza de la mesa familiar, de sus queridos tortellini en sopa cubiertos de parmesano rallado que su mujer, buena ama de casa que rechazaba tener cocineros, le habÃa preparado personalmente para cenar.
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