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No Hagas Soñar A Tu Maestro
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No Hagas Soñar A Tu Maestro

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Una simple bombilla colgaba de la puerta delantera. Aunque daba escasa luz, Wayne se dio cuenta tras subir las escaleras hacia el porche que la pintura se estaba cayendo de las paredes de madera y la tapa de la ventana estaba agujereada por varios lugares. Qué viejo, pensó de una manera repugnante. Este hombre es una de las estrellas de nuestra profesión, y vive de esta manera. ¿Porqué?

Si se sintió consternado por la apariencia exterior de la casa, la interior literalmente lo horrorizó.

Cuando Rondel abrió la puerta, la nariz de Wayne fue asaltada por un hedor agrio parecido a un lavabo para gatos el cual no ha sido cambiado durante semanas. El suelo estaba lleno de viejos periódicos y revistas. Las estanterías alineadas con las paredes estaban apiñadas no solamente con libros, si no con platos sucios, vasos y una serie de otros objetos que parecían haber sido colocados a toda prisa y no tocados más. Los muebles eran viejos, y sus acabados estaban desgastados y rotos en numerosas partes.

“Perdona por el desorden” dijo Rondel cohibido mientras andaba con cuidado entre tanta porquería por el suelo. “No tengo mucho tiempo para limpiar, y mi madre no puede hacerlo, por lo que se va amontonando todo...”

Wayne no hizo comentario alguno mientras seguía a Rondel. A cada segundo, su descontento iba creciendo , y lo único que deseaba es no haber aceptado nunca aquella invitación. Tal como le había dicho DeLong, tenía que aprender a decir “no” un poco más rápido.

“Vince, ¿eres tú?” dijo una voz chillona desde la parte trasera. “Gracias a Dios que has vuelto. Pensaba que no vendrías más.”

“Sí, mama. Ahora vengo.”

“¿Hay alguien contigo? He escuchado como hablabas con alguien.”

“Sí, mama. Es Wayne Corrigan, compañero de trabajo. Te hablé de él. Me ha llevado hasta casa” dijo dirigiéndose a Wayne. “Perdona un segundo, tengo que ver como está. Regresaré en un instante.”

Cruzó la mitad del pasillo y desapreció, dejando Wayne solo.

Algo rozó con su pierna, y casi le arrancó la piel. En una casa como aquella, ¿quién sabe las criaturas que andarían sueltas por ahí? Pero tan solo era un gato, uno de pelo corto gris y blanco, con aspecto delgado y desaliñado. Llevaba algo en la boca, lánzandolo antes de que Wayne pudiera ver de que se trataba. Tras echar un vistazo a su alrededor, Wayne se vio en medio de varios pares de ojos felinos escondidos en las oscuras esquinas de aquella habitación abarrotada de cosas.

Rondel y su madre estaban hablando en la otra habitación. Discutir sería la palabra. Wayne hizo ver que no escuchaba —la Sra. Rondel decía algo así como “extranjeros en la casa”— y cosas de estilo que resultaron muy evidentes. A Wayne siempre le provocaba no sentirse a gusto siendo un intruso en una disputa familiar, y se vio tentado a dar media vuelta e irse, pero no había forma alguna educada para hacerlo tras aceptar la invitación de Rondel de venir. Tenía que esperar hasta que Rondel regresara y así poder dar una excusa formal.

La suciedad de la habitación empezaba a sentirse peor cuanto más tiempo permanecía allí dentro. Wayne pudo ver un puñado de pelotas restos de pañuelos entre los papeles del suelo, y creyó ver una enorme cucaracha en una de las esquinas antes de desaparecer por debajo del zócalo. Los platos, que le recordaban a los de Limoges china que tenía su madre, habían sido apilados al azar en las estanterías con todavía restos de comida en ellos, algunos de los cuales ya les salía moho. Junto a uno de los platos había una pequeña pieza de Steuben, una ballena de cristal con su cola levantada en el aire, pero esta estaba rota, y también una de sus aletas. Habían cortinas de encaje en las ventanas, pero mostraban la presencia durante años de gatos. Había una hilera de plantas muertas y marchitadas a lo largo de la repisa de la ventana, y por el estado en el que se encontraban, era imposible saber que tipo de plantas habían sido.

Junto a la puerta que debía llevar a la cocina, había una bolsa marrón de la compra llena de basura, entre la cual Wayne pudo ver los restos usados de cenas congeladas. De la cocina llegaba un leve olorcillo a agrio a medio camino entre el olor a cloaca y una tumba abierta.

Si me quedo mucho más tiempo, pensó Wayne, me pondré malo. ¿Cómo puede alguien vivir de esta manera?

Rondel sacó la cabeza. “Corrigan, ¿tienes un minuto? Me gustaría que conocieras a mi madre.”

“Bueno, de echo debería irme.”

“Solamente será un minuto, ya he encontrado ese libro que te dije. Ven.”

Tras preguntarse porque permitió terminar atrapado en todo aquello, Wayne se hizo camino entre toda aquella porquería, intentando no pisar el gato o cualquier cosa desagradable que viviera en el suelo de aquella habitación. El salón estaba libre de papeles, proporcionando a Wayne la visión de unos cigarrillos que habían terminado en el suelo quemando la madera. Las colillas habían sido retiradas hasta una de las esquinas, donde formaron una especie de pirámide.

Una de las puertas que daban al pasillo estaba entreabierta. La habitación era muy simple. Simples suelos de madera, una cama doble forjada en hierro cuidadosamente acabada, un cartel religioso en la pared que decía “El Señor es mi pastor”. La habitación era una isla de limpieza en el montón de estiércol que era aquella casa. Wayne se preguntó si era la habitación de Rondel, ya que era un hombre muy limpio en lo personal. Pero la habitación estaba vacía, por lo que Wayne siguió andando.

Pudo saber cual era la habitación de la madre antes de entrar en él. El hedor no dejaba apenas dudas. El aire estaba tan cargado con el olor a perfume barato Devon que anulaba el del humo de los cigarros y la orina. Cualquier de los olores serían insoportables, pero la combinación de todo aquello creaba un efecto desagradable. Wayne tuvo que detenerse antes de entrar y hacer un esfuerzo para no vomitar la cena que tomó en la cadena. No quería vomitar allí, delante de Rondel, incluso sabiendo que quizás no notaría el olor.

El dormitorio de la Sra. Rondel no defraudó. La cómoda de nogal rematado con mármol estaba manchado de marcas de café y de restos de cigarrillos, y los lados mostraban profundos arañazos de gatos. Un biombo de Coromandel estaba en una de las esquinas, una vez tuvo que ser muy valioso, pero la mayor parte de su relieve había desaparecido hace mucho tiempo. Ropa, ninguna muy limpia, estaba tirada por el suelo y en sillas. En las paredes habían fotos de mujeres atractivas —pero ninguna se le parecía a la Sra. Rondel.

En el centro de la habitación, junto a la pared que quedaba más lejos, estaba la cama de la Sra. Rondel. Era de tamaño grande, con esquinas de madera que sustentaban lo que quedaba de un viejo baldaquín. Harapos de encaje colgaban como si se tratasen de recuerdos de tiempos gloriosos que no regresaran más. La colcha brocada oriental también recordaba tiempos mejores. Ahora estaba desteñida, rasgada y cubierta de gran cantidad de manchas. Alrededor de la cama, montones de colillas parecían estar ignoradas.

La Sra. Rondel estaba sentada, apoyada por una montaña de cojines. Era una mujer grande con una cara redonda con unos ojos oscuros y voraces. Su piel estaba moteada con muchas manchas, y su pelo blanco estaba lleno de rulos, y su rostro estaba cubierto de una espesa capa de maquillaje, como si fuera un payaso. Había una lóbrega mancha gris sobre su garganta, que Wayne pensó tratarse de otro de sus gatos, y que terminó siendo un collar sucio de marabú, un ornamento que alguna vez debió ser de algún color, pero ahora no se atrevía a saber de cuál se trataba.

“Esta es mi madre” dijo Rondel de una manera decepcionante.

La Sra. Rondel hizo un ruido asqueroso con su garganta y tiró algo de flema sobre un pañuelo de papel, el cual lanzó contra una de las esquinas. Miró a Wayne con una mirada analítica y dijo, “Corrigan, ¿no? ¿Eres irlandés?”

“Soy americano. Desde hace cuatro generaciones.”

“¿Católico?”

“No mucho”. Wayne estaba sin duda bajo un interrogatorio de segundo grado.

La Sra. Rondel miró a su hijo. “¿Ya has mostrado al chico el camino hacia Nuestro Señor?”

Rondel estaba claramente avergonzado. “Mama, casi no lo conozco.”

“Eso no importa. Todos los hombres son hermanos para Dios.” Volvió a dirigirse a Wayne. “¿Quieres ser salvado?”

Mirándola, Wayne sintió no estar muy seguro de ello. “No es algo por el que esté muy preocupado. Y francamente, Sra. Rondel, no creo que sea de su incumbencia.”

La mujer mostró cierta indignación y volvió a dirigirse a su hijo. “Vaya amigos que tienes en el trabajo. ¿Esta es la alma que me contaste ser el encargado de los Sueños?”

“¡Mama!”

“¡Dios Bendito!”. Los ojos de la Sra. Rondel parecían emitir fuego cuando miraba a Wayne. “Esclavo o Satanás, tentando a hombres hacia el camino de la justicia con tu inmundicia y tu lujuria. Pero llegará el Día del Juicio Final, y será un día de castigo divino. Las entrañas de la tierra se abrirán y se tragarán los pecadores como tú. ¿Cómo disfrutarás de tu lujuria, cuando estés regodeando en el fuego y asfixiándote por el olor de azufre? Cuidado con el veredicto de Nuestro Señor, cuidado con el castigo para los pecadores. Jesús olvida, pero tienes que acudir a Él y confesar tus pecador. Debes suplicarle de rodillas”

“Mama” suplicó Rondel “él es nuestro invitado.”

La Sra. Rondel no le hizo caso. “Reza por tu alma, o prepárate para arder hasta la eternidad.”

Wayne permaneció de pie sin decir nada ante tanta hostilidad desenfrenada, sin saber como reaccionar. Estaba en conmoción, avergonzado y asustado, todo a la vez. Mientras aquella anciana seguía despotricando, Rondel tomó a Wayne por el brazo y lo llevó hasta el salón. Apenas la Sra. Rondel se dio cuenta que se habían ido. Estaba encendida de rabia, y la mera ausencia de un objetivo no la haría detenerse.

“Lo siento mucho, de verdad” dijo Rondel “a veces ocurren estas cosas con ella. Su cabeza ya no es lo que era.”

Wayne tomó aire un par de veces para recuperarse. “Pensé que habías dicho que vine a tu casa porque le ocurría algo malo.”

Rondel se encogió de hombre. “Falsa alarma, supongo. A veces sucede. A su edad, y en su estado, no quiero cometer errores. Mira, ¿puedo ofrecerte una taza de café?”

Tan sólo el recuerdo del olor de su cocina le hizo casi perder el conocimiento, y el estómago de Wayne hizo un rápido giro de ciento ochenta grados. “Eh, no, gracias. Realmente tengo que regresar a casa.”

“Deja al menos que busque el libro para ti.”

“¡No!” dijo, algo a desgana, forzando que las siguientes palabras las dijera más calmadamente. “No hay ningún problema, de verdad. Puedes traerlo a la reunión de equipo. Estaré allí.”

“Solamente me llevará un par de minutos”

“Lo siento, yo... tengo que irme.” Sin más dilación, Wayne tomó el camino de vuelta desde aquella habitación hasta la puerta principal. Bajo las escaleras del porche aliviado por alejarse de la case de Rondel.

Entró a su coche, pero antes se apoyó en él durante unos minutos, aguantando la respiración para tomar con fuerza un poco de aire frío de aquella noche. Le tomó unos instantes hacer que su mano dejara de temblar y poder coger las llaves de su bolsillo. Aunque salió rápidamente, pudo seguir escuchando la voz estridente de la Sra. Rondel hablando largo y tendido con su sermón en aquella extraña noche.

Capítulo 5

Wayne nunca había considerado a su apartamento como un lugar al que nadie podía interesarle, pero apareció en la páginas de la House Beautiful tras la visita a la casa de Rondel. El apartamento de Wayne tenía un dormitorio amueblado decorado al estilo California, por lo que aquella recomendación resultó algo bueno. Las paredes estaban limpias y blancas, y los muebles eran baratos por útiles. Lo que más le sorprendió fue cuando entró, encendió la luz y todo estaba limpio y libre de malos olores. Wayne no limpiaba a consciencia, había polvo en las estanterías, pero al menos todo estaba en su lugar y nadie la daba grima.

A veces necesitas tener una experiencia mala para apreciar lo que tienes, pensó Wayne mientras miraba a su alrededor.

Sin embargo, el nivel de esterilidad de su apartamento le molestaba. En tanto que era crítico, debería haber ampliado su nivel de crítica hasta su propio estilo de vida. A parte del televisor y un par de cuadros que colgaban de aquellas brillantes paredes, había pocas cosas que pudieran calmarlo. Hizo un inventario, y terminó por deprimirse más. En la cocina tenía sus platos y utensilios, un horno tostador y un ordenador en la mesa. En el dormitorio estaba su Casco del Sueño y un armario lleno de ropa. Todas sus cosas y su librería siempre en aumento de libros de referencia —muchos de los cuales los guardaba en el estudio— eran las únicas cosas que no venían con el apartamento amueblado.

Cuando se puso a pensar en ello, se dio cuenta que la mayoría de los Soñadores que conocía no eran gente materialista. Lo mejor que podía decir de ellos era que sufrían la realidad. Sus vidas reales residían en los Sueños. El mundo tan sólo era una dirección donde satisfacían sus necesidades corporales. Todo lo que les importaba vivía dentro de sus cabezas, y se proyectaba desde sus Cascos del Sueño hacia la gente.

Wayne se preguntó si aquella era la manera por la cual Rondel lograba sobrevivir con su madre en aquella casa, aceptando que se trataba de algo temporal, y ser sufrido con dignidad y en silencio hasta que pudiera huir hacia sus Sueños.

Después de todo, ¿eran los Soñadores peor que cualquier otra persona? Los otros, miembros de una masa social sin rostro servidos como público por las noche, no tenían ni la imaginación para crear sus propios Sueños. Vivían sus vidas en trabajos que en el fondo odiaban, y su única válvula de escape era sintonizar con aquellos Sueños creados por otros. Los Soñadores al menos tenían la independencia de poder existir sintiéndose liberados de las cadenas en aquel mundanal mundo.

Era una racionalización familiar. Había escuchado aquellos mismos argumentos elitistas, o variaciones de ellos, cada vez que los Soñadores se juntaban para hablar de sus vidas. ¿Aquello era la realidad, o era nada más que palabras dichas por cada uno para tapar sus propias inseguridades? Parecía algo valiente en fiestas de los salones en los estudios de los Sueños, pero Wayne se preguntaba si aquellos mismos Soñadores habían tenido nunca unos momentos de soledad nocturna.

Todo era diferente cuando estaba Marsha. La vida tenía un propósito, o al menos parecía tenerlo. Si Wayne tenía algunas dudas sobre la validez de su vida y trabajo, era más fácil enterrarlas bajo la superficie de una relación emocional. Estar saliendo con Marsha lo habría blindado de las verdades duras sobre él mismo.

Pero para Marsha todo era diferente. No había nada en todo el mundo más arraigado a la realidad que Marsha Framingham. Su atracción inicial parecía haber aprobado su dispar ser, pero el año viviendo juntos mostró que una pareja como aquella necesitaba algún punto en común para permitir que la relación creciera. Marsha tenía poco conocimiento, o simpatía, hacía las necesidades artísticas de él, y sus horas laborales como Soñador le fue quitando tiempo en común.

Seis meses atrás, en un intento desesperado para mantener la relación, Wayne cometió un acto imperdonable. Le pidió a Marsha que se casara con él.

Ella se lo quedó mirando durante un rato antes de contestarle. “No” dijo ella “en nuestra situación, no funcionaría nunca, y nunca aceptarás ningún cambio.”

“Probemos.”

“Deberías dejar los Sueños.”

Se separaron una semana después. Fue algo amigable, al igual que muchas otras cosas más. Quedaron en ser amigos, pero con tan poco en común, sus caminos raramente se cruzaban. Lo último que supo Wayne de Marsha es que estaba saliendo con un corredor de bolsa y que nunca llegó a ser feliz.

Wayne se preguntó si aquello era una de las cosas que hizo encapricharse tan fuerte con Janet Meyers. Físicamente, ella y Marsha se parecían bastante. Ninguna de ellas eran espectacularmente bellas, pero cada una emitía una sensación de paz e inteligencia, algo que admiraba en toda mujer. La diferencia entre ellas es que Janet, a diferencia de Marsha, era una Soñadora en si misma. Reconocía las necesidades, el estado anímico, las dudas porque eran los espejos de sus propios sentimientos. Ella y Wayne podrían compartir el mundo único de los Sueños y sus problemas peculiares. Ambos podrían ayudarse cuando tuvieran problemas. Juntos, harían un equipo que podría terminar con cualquier tormenta de emociones. Tan sólo si pudiera hacer que viera...

El apartamento se volvió frío y solitario. El mundo a su alrededor todavía seguía allí, pero se sentía apartado, aislado del flujo de la humanidad. La mayor parte de la gente decente estaría durmiendo a aquella hora, muchos con sus Cascos del Sueño puestos viviendo las fantasías peptonizadas por otro. Wayne se sintió abrumado por la urgencia de sumergirse y nadar como el resto, y de perderse a si mismo en la identidad de la masa y rendir sus problemas hasta mañana.

Sin pensarlo, se acercó a la televisión y la sintonizó por el canal de noticias. Líneas escritas llenaron la pantalla, y durante unos minutos sus ojos las escanearon absorbiendo toda la información. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, decidió conectarse a un Sueño para el resto de la noche. Si Soñar era su problema, podría hacer algo para solucionarlo.

Leyó con atención toda la oferta de las mayores cadenas. Había un par que parecían interesantes, de Soñadores a los que respetaba, pero ya habían empezado. Iniciar un sueño a medias era lo peor, en cierta manera, que llegar a mitad de una película. Hacía que el telespectador se sintiera terriblemente desorientado e inseguro de si mismo. Wayne definitivamente no tenía ninguna necesidad de todo eso aquella noche.

Siguió buscando entre la lista hasta llegar a las cadenas más pequeñas y especializadas. Había un par de estudios en los L.A que ofrecían experiencias religiosas, y se publicitaban a si mismas de una manera tan explícita que uno no se sorprendería si los de FCC estuvieran detrás de tal propaganda. Tras la arenga de fanatismo de la Sra. Rondel, lo último que Wayne necesitaba era otra dosis de religión.

Entonces llegó a las cadenas porno. A medida que bajaba la lista, Wayne se dio cuenta que era lo que estaba buscando. Los sentimientos por el amor frustrado por Janet, el de soledad, el de vacío, aquellas sensaciones estaban construidas tras traspasar el punto de aguante. Tenía que aliviarse de alguna manera. A pesar de conocer de sobra sobre la industria del porno en los Sueños, y que todo no era más que una enorme burla, necesitaba la forma de aliviar toda la tensión en su cuerpo.

Echó un vistazo rápido a la lista. Había escenas eróticas para cualquier gusto, heterosexual, gay o fetichista. Wayne había sido considerado siempre alguien “anticuado” en la cadena por su fracaso para realizar fantasías fetichistas. Era capaz de hacer un buen trabajo en algo típico erótico, pero dejaba lo demás a los otros. Tan sólo era su manera de mostrar sus gustos, aunque en más de una ocasión tuvo que pedir perdón.

Aquella fue una de las razones de su descontento, y de su aceptación a la oferta de Sueños Dramáticos, aunque eso le supuso un ligero descenso en su sueldo. Al menos no se sentiría avergonzado nunca más por lo que hacía, y siempre quedaría la oportunidad para cambiar a mejores cosas.

Había una gran oferta de B&D en las redes aquella noche. “La Señora Esclava”, “La Dama de Cuero”, “Látigos en la Noche” no tenía ni que leer las sinopsis, todo lo quería saber estaba en los títulos. Nunca dejaba de sorprenderse de lo sumisos que era el público. Hubiera adivinado que los sádicos, gente que les gustaba el dolor, sobrepasaban en número a los masoquistas que les gustaba recibirlo. En su lugar, la situación era exactamente la contraria. Las fantasías masoquistas siempre obtenían grandes audiencias, mientras las sádicas siempre terminaban mendigando por público. Debe ser cosa de la educación recibida, supuso. Viviendo en un Sueño donde eran castigados y suprimidos los sentimientos de culpabilidad para así poder volver al mundo sin problema. Conocía a Soñadores que realmente sentían como ayudaban a su audiencia a mantener un nivel sano usando esa válvula de seguridad —y quizás estaban en lo cierto. Pero aquello no era el tipo de cosas que Wayne necesitaba aquella noche.

De manera similar, dejó pasar dos listados, obviamente, para hombres gay, “Chicos Musculosos” y “Blues por la Puerta Trasera”. La elección de Sueños para hombres heterosexuales era sorprendentemente escasa aquella noche —y en aquella hora solamente había una, “Deseos de Harem”, ofrecida por Producciones Panegyric, su antiguo estudio.

Buscó a ver quien era el Soñador, y frunció el ceño. El nombre que apareció era “Richard Long”, el cual era un seudónimo. Se preguntó si se trataba de uno de sus amigos con gran talento. “Richard Long” podría ser cualquiera de los que estuvieran trabajando aquella noche, para bien o para mal. Wayne no tenía otra forma para saberlo que empezar el Sueño, pero de hacerlo, quizás resultaría demasiado tarde para dar marcha atrás.

Este era uno de los temas críticos con los que los telespectadores les gustaba dar la vara, el hecho de que una persona dormida era un sujeto al cual nada podía hacerle el Soñador. Las regulaciones de seguridad exigían la presencia de un detector de humo dentro de los cascos, los cuales despertaban al sujeto en caso de incendio. La persona no lograba despertarse por si misma si no le gustaba el Sueño. Literalmente, era un prisionero hasta que la cadena hacía desaparecer el Sueño en su mente. Es por esto que FCC era tan estricto, y porque el asunto Spiegelman fue tan importante: el público tenía que saber que sus mentes estaban protegidas contra cualquier interferencia injustificada. Si la frágil seguridad desaparecía, la industria de entretenimiento del Sueño podía desaparecer de la noche a la mañana. Los miembros de la industria sabían eso, y solían esforzarse mucho más que el gobierno.

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