bannerbanner
Rebaños
Rebaños

Полная версия

Rebaños

Настройки чтения
Размер шрифта
Высота строк
Поля
На страницу:
3 из 4

Permaneció allí durante minutos, esperando que pasara tanto el shock como el disgusto. Al final, su entrenamiento le puso los pies en la tierra y empezó a observar de nuevo los alrededores. La gran criatura estaba dando machetazos al cuerpo de la criatura pequeña con un cuchillo. ¿Qué tipo de costumbre horrible era aquella? Si era habitual, aquellos omnívoros deberían ser evaluados de nuevo por tal potencial. Incluso los carnívoros que Garnna había observado no se comportaban de una forma tan obscena.

Necesitó todo su autocontrol para poder entrar en contacto con el cerebro del extraterrestre una vez más. Lo que vio lo confundió y perturbó. Por primera vez, había sido testigo en directo de un plan individual para llevar a cabo una acción que lo llevaría directamente hacia el dios de aquel Rebaño. Había culpabilidad y vergüenza en su mente, lo que le llevó a Garnna a creer que aquel asesinato estaba lejos de una práctica común. El instinto de rebaño todavía funcionaba, pero estaba bastante reprimido.

E ignorarlo todo era el miedo al castigo. La criatura sabía que lo que había echo estaba mal, y aquella serie de horribles acciones eran un intento de evasión, algo que Garnna no podía decir, del castigo que llegaría de forma natural.

Era una situación nueva. Nunca antes, según recordaba Garnna, un Explorador había terminado envuelto en una situación individual a este extremo. Lo que siempre había importado era el conjunto. Pero quizás había ganado algunas percepciones observando como se desarrollaba aquella situación. Incluso cuando pensaba en ello, “escuchaba” una campana sonar en su mente. Aquel aviso fue el primero durante la Exploración antes de terminar. Deberían quedar algo más de seis minutos y tendría que volver a casa. Decidió quedarse y contemplar la escena, aunque nunca pensó que terminara ocurriendo lo que ocurrió.

Sondeó un poco más a fondo la mente del extraterrestre y fue testigo de su engaño. La criatura estaba intentando evitar su remordimiento echándole la culpa del crimen a algún inocente. Si el crimen original había sido espantoso para Garnna, todo aquello era innombrable. Había una cosa que dejaba a la pasión entre tanta violación de las normas del Rebaño, pero resultó ser otro engaño más que perjudicaría a cualquiera. La criatura no solamente sobreponía su bienestar por encima del Rebaño, sino que también por encima de otros individuos.

Garnna no podía seguir manteniéndose neutral y despreocupado. Aquella criatura tenía que ser alguien anormal. Incluso aceptando ciertas diferencias en nuestras costumbres, ninguna sociedad aguantaría mucho si aquello fuera la norma. Caería en pedazos debido a tanto odio y desconfianza mutua.

La criatura ya había abandonado la cabaña, y caminaba despacio entre los árboles. Garnna lo siguió. La criatura llevaba consigo la ropa que había llevado puesta dentro de la habitación, sí como la herramienta de fuera la cabaña. Cuando se había alejado una milla del edificio, soltó la ropa y empezó a usar aquella herramienta para cavar un agujero. Cuando este fue lo suficientemente profundo, el extraterrestre enterró la ropa vieja y la tapó de nuevo, sacudiéndose el polvo con cuidado para no levantar sospechas.

Garnna capto imágenes de la mente de la criatura. Había satisfacción por haberlo terminado con éxito. También había un alivio del miedo desde que había evitado el castigo. Y una sensación de triunfo por haber derrotado o quizás haber sido más listo que el Rebaño. Este último sentimiento hizo temblar a Garnna. ¿Qué tipo de criatura era aquella que se revelaba al resto de su Rebaño causando tal daño? Era algo malo para los estandartes, lo tenía que ser. Algo había que hacer para que aquel ser fuera descubierto. Pero...

La segunda alarma sonó dentro de su mente. ¡No! Pensó. No quiero regresar. Tengo que estar aquí y hacer algo con esta situación.

Pero no tenía elección alguna. No se conocía hasta cuanto una mente podía permanecer fuera de su cuerpo sin provocar problemas el uno con el otro. Si estaba demasiado tiempo su cuerpo podría morir, y también sería un problema si la mente viviera más allá de él. No sería algo bueno si su mente fuera destruida por culpa de su falta de cuidado.

A regañadientes, Garnna sacó su mente de aquella escena de tragedia en aquel mundo azul y blanco y regresó a su cuerpo situado a más de cien parsec de allí.

* * *

De vuelta a la cabina, Stoneham sintió cierta satisfacción tras haber superado con éxito aquella mala situación. Incluso si la policía no culpara a los hippies, no habría evidencia alguna contra él, o eso creyó. Ningún motivo, ninguna evidencia, sin testigos.

Una milla de allí, una chica llamada Deborah Bauer se despertó gritando tras tener una pesadilla.

CAPÍTULO 2

No iba a ser un buen día, cuando John Maschen decidió conducir por la costa hacia su oficina en la ciudad de San Marcos. A su derecha, el cielo empezaba aclarecía desde un oscuro azul a uno claro cuando justo el sol empezaba a subir por encima de las colinas sobre el horizonte; pero todavía estaba fuera del alcance de la visión de Maschen los acantilados que se levantaban por el lado este de la carretera. Al oeste, las estrellas habían desaparecido en aquel azul aterciopelado, lo único que quedaba de la noche.

No hay día que pueda ser bueno si empieza teniendo que ir a trabajar a las cinco y media de la mañana continuó diciendo Maschen sobretodo cuando hay un asesinato de por medio.

Condujo hasta su oficina con cierta sensación de desaliño. El subjefe Whitmore lo había llamado con urgencia, y Maschen no había tenido tiempo ni de afeitarse. No había querido molestar a su esposa que dormía, y, en la oscuridad, se había puesto el uniforme equivocado, el que había llevado el día anterior. Olía como si hubiera jugado un partido completo de baloncesto con él. Solamente había tenido quince segundos para peinarse su escaso pelo, tomándolo como única concesión a su higiene.

Un día que empieza así, repitió, no puede ser otra cosa que una metedura de pata.

Su reloj mostraba las cinco cuarenta y ocho cuando entró por la puerta de la oficina del Sheriff.

—Muy bien, Tom, ¿de qué se trata?

El subjefe Whitmore se quedó mirando como entraba su jefe. Tenía aspecto juvenil, aunque solamente les separaba medio año, y su falta de experiencia lo hizo ideal para el puesto de agente en el turno de noche. Su largo y rubio cabello permanecía siempre limpio, y su uniforme planchado sin ninguna mancha. Maschen sentía cierto arrebato de odio hacia cualquiera que pareciese inmaculado a esa hora, aunque sabía que aquel sentimiento era inaceptable. Era parte del trabajo de Whitmore parecer eficiente, y Maschen tenía que llamarle la atención si no tuviera tal aspecto.

Hubo un asesinato en una cabaña privada cerca de la costa a medio camino entre aquí y Bellington —dijo Whitmore—. La víctima era la señora Wesley Stoneham.

Los ojos de Maschen se abrieron de golpe. Tal como pensaba, el día había empeorado todavía más. Y no eran ni las seis. Suspiró.

—¿Quién se encarga del caso?

—Acker hizo el informe inicial. Está estudiando la escena del crimen, reuniendo toda la información que pueda. Al menos, se asegura que nada se toca hasta que tu le eches un vistazo.

Maschen asintió con la cabeza.

—Está bien. ¿Tienes una copia del informe?

—Un minuto, señor. Me lo han pasado por radio, y he tenido que mecanografiarlo yo mismo. Acabo con dos frases más y estará.

—Bien. Voy a por una taza de café. Quiero el informe en mi mesa cuando regrese.

Siempre había una cafetera de té reposando en la oficina, pero siempre estaba imbebible y Maschen nunca lo tomaba. En su lugar, cruzaba la calle hacia el restaurante que abría toda la noche. Dejó de leer el periódico.

—¿No es demasiado pronto para ti, Sheriff?

Maschen ignoró la cordialidad que había en tan educada pregunta.

—Café, Joe, y lo quiero negro— sacó unas monedas de su bolsillo y las soltó sobre el mostrador. El dependiente olvidó la actitud del sheriff y procedió a llenar la copa de café en silencio.

Maschen se lo tomó en grandes tragos. Entre tragos, pasaba largos periodos de tiempo observando la pared que estaba enfrente suyo. Parecía recordar haberse encontrado con la señora Stoneham —no lograba recordar su nombre— una o dos veces en alguna fiesta o cena. Recordaba haber pensado en ella como una de las pocas mujeres que había vivido su edad adulta como algo más que una carga para ella cultivando cierta gracia madura sobre ella misma. Parecía una buena persona, y le sabía mal que estuviera muerta.

Pero lo que le sabía peor de todo es que había sido la esposa de Wesley Stoneham. Eso lo complicaría mucho más. Stoneham era un hombre que había descubierto lo importante que era y esperaba que el mundo también lo hiciera. No era solamente rico, si no que su dinero contaba en términos de influencia. Conocía a todas las personas correctas, y la mayoría de ellas le debían algún favor de una manera u otra. El rumor que se había extendido fue que había sido considerado para el puesto del Consejo tras la renuncia en pocos días de Chottman. Si le gustabas a Stoneham, las puertas se abrían como por arte de magia; si fruncía el ceño, terminaría golpeándote en tu cara.

Maschen llevaba en la policía durante treinta y siete años, y como sheriff desde los últimos once. Volvería a presentarse para la reelección el año siguiente. Quizás era sensato estar del lado de Stoneham, cualquiera que fuera. Todavía no conocía los detalles del caso, pero ya tenía la sensación que sería uno bien ruin. Murmuró algunas palabras sobre el cuerpo de policía.

—¿Perdón, Sheriff? —dijo Joe.

—Nada— gruñó Maschen. Terminó su café de un trago, soltó la taza en el mostrador de un golpe y salió del restaurante.

De vuelta a la oficina, el informe estaba esperando en su mesa tal como había pedido. No había gran cosa en él. Había llegado una llamada a las 3.07 am informando de un asesinato. La persona que llamaba era el señor Wesley Stoneham, desde la residencia del Sr. Abraham Whyte. Stoneham dijo que su mujer había sido asesinada por un grupo desconocido mientras estaba sola en su cabaña. Stoneham había llegado al lugar hacia las dos y media descubriendo su cadáver, pero la línea de teléfono en la cabaña fue cortada, por lo que tuvo que llamar desde casa de un vecino. Se envió una patrulla para investigar.

El señor Stoneham se encontró con el oficial de la investigación en la puerta de la cabaña. Dentro, el agente encontró el cadáver, identificándolo con la esposa de Stoneham, atado de manos y pies, con su cuello abierto, sus ojos arrancados y su pecho y brazos brutalmente destrozados. Había una posibilidad de ataque sexual, ya que la región púbica había sido cortada. Decoloraciones faciales y marcas en su cuello indicaban estrangulación, pero no habían otros signos de estrangulamiento de ningún tipo dentro de la cabaña. Junto al cuerpo estaba un cuchillo de cocina aparentemente usado para hacer aquella carnicería, provenía del set de utensilios colgados de la pared. La alfombra estaba manchada de sangre, presuntamente de la víctima, y un mensaje había sido escrito con sangre en la pared: “Muerte a los cerdos”. Un trozo incompleto de cigarrillo que había sido encendido permanecía en el suelo, y una cerilla en uno de los ceniceros. Aparentemente la habitación estaba tal cual.

Maschen cerró el informe, los ojos y apretó sus nudillos contra sus párpados. No podía tratarse simplemente de un secuestro y asesinato, ¿no? Parecía tratarse de una venganza psicópata, la que atrae a los medios. Releyó la descripción del cuerpo y sintió cierto escalofrío. Había visto todo tipo de situaciones salvajes en sus treinta y siete años de trabajo en la policía, pero nunca había visto algo así. No pensaba que se tratara de un caso cualquiera. Tenía que ir hasta el lugar de los hechos y ver el cuerpo por si mismo.

Pero sabía que tenía que ir. En un caso como aquel, con toneladas de publicidad —y con Stoneham mirándole por encima de los hombres— tenía que investigar personalmente. El condado de San Marcos no era lo suficientemente grande para poder permitirse, o requerir, de una unidad de homicidios a tiempo completo.

Pulsó el botón del intercomunicador.

—¿Tom?

—¿Sí, señor?

—Llama a Acker— tomó aire y se levantó de la silla. Tenía que reprimir sus bostezos mientras salía por la puerta y bajaba por las escaleras hasta recepción.

—Lo tengo en línea, señor” —dijo el joven subjefe mientras sostenía el micrófono al sheriff.

—Gracias— tomó el micrófono y pulsó el botón de transmisión.

—Ven.

—Soy Acker, señor. Todavía estoy en la cabina de Stoneham. El señor Stoneham ha regresado a su casa en San Marcos para intentar dormir algo. Tengo su dirección.

—No importa, Harry. Ya lo tengo en algún lado en mis ficheros. ¿Hay avances en la investigación desde que hiciste el primer informe?

—He comprobado el lugar alrededor de la cabaña en búsqueda de posibles huellas, pero no he tenido suerte, señor. No ha llovido en meses, lo sabe, y la tierra aquí está muy dura y seca. Gran parte del lugar está cubierto por rocas con una fina capa de arena y grava. No fui capaz de encontrar nada.

—¿Y los coches? ¿Había huellas de neumático?

—El coche de la señora Stoneham estaba aparcado junto a la cabaña. Hay dos pares de huellas, unas del coche de Stoneham y otras del mio. Pero el asesino no pudo llegar en coche. Existen varios lugares a cierta distancia que se pueden hacer a pie.

—Alguien tenía que conocer bien el camino, pero, ¿no cree que se hubieran perdido en la oscuridad?

—Seguramente, señor.

—Harry, que quede entre nosotros, ¿cómo lo ves?

Permaneció en silencio durante un instante.

—Bueno, siendo franco, señor, esto es lo más repugnante que he visto nunca. Casi vomito cuando vi lo que le hicieron a esa pobre mujer. No puede haber razón alguna por la que el asesino hizo eso. Creo que estamos ante un lunático, uno de los peligrosos.

—Muy bien, Harry —dijo Maschen calmado— Espera aquí. Voy reunirme con Simpson y luego volveré contigo. Fuera.

Apagó la radio y devolvió el micrófono a Whitmore.

Simpson era el subjefe mejor entrenado en aspectos científicos de criminología. Cuando ocurría un caso más complejo de lo común, el departamento intentaba confiar en el más que otros de sus miembros. Por norma general, Simpson no entraba a trabajar hasta las diez, pero Maschen lo llamó de urgencia, informándole de lo urgente que era la situación, y que lo iría a buscar. Tomó el kit de huellas dactilares del subjefe y una cámara y las puso en su coche, para luego conducir hasta donde estaba Simpson.

El subjefe estaba esperándolo en el porche de casa. Juntos, él y el sheriff, condujeron hasta la cabaña de Stoneham. Poco se habló durante el viaje; Simpson era un hombre delgado y muy tranquilo que normalmente se lo guardaba todo para él, mientras que el sheriff tenía más que suficiente en pensar en los diferentes aspectos del crimen.

Cuando llegaron, Maschen dejó irse a Acker diciéndole que se fuera a casa y que intentara dormir. Simpson se puso manos a la obra, primero fotografiando la habitación y el cuerpo desde todos los ángulos, y luego recogiendo pequeños trozos de objetos en pequeñas bolsas de plástico para al final espolvorear la habitación en búsqueda de huellas dactilares. Maschen llamó a una ambulancia, se sentó y observó el trabajo del subjefe. En cierta manera, se sentía inútil.

Simpson era el que estaba más entrenado para el trabajo, y era poco lo que el sheriff podía añadir a la destreza del subjefe. Quizás, pensó Maschen vehementemente, después de todo este tiempo he descubierto que estoy destinado a ser un burócrata y no un policía. Aquel no podía ser un comentario más triste.

Simpson terminó su trabajo justo cuando llegaba la ambulancia. Cuando el cuerpo de la señora Stoneham fue llevado a la morgue, Machen siguió buscando en la cabaña hasta que regresó a la ciudad con Simpson. Eran casi las ocho y media, y el estómago de Maschen empezaba a recordarle que todo lo que había tomado para desayunar solamente era una taza de café.

—¿Qué piensas sobre el asesinato? —preguntó el frío Simpson.

—No es corriente.

—Bueno, eso es algo obvio. Nadie normal... espera... ningún asesino corriente hubiera destrozado un cuerpo de esa forma.

—No es lo que quiero decir. El asesino es alguien ingenuo.

—¿Qué quieres decir?

—El asesino mató la mujer primero, y luego, la ató.

Maschen apartó la mirada de la carretera durante un momento.

—¿Cómo sabes eso?

—No había ningún corte profundo mientras las manos estaban atadas, y aquellas cuerdas estaban fuertemente atadas. Por lo tanto, el corazón paró de bombear sangre antes de ser atada. Además, fue asesinada antes de aquellos cortes en su cuerpo, si no, habría salido mucho más sangre.

—En otras palabras, no estamos antes el típico sádico que ata a una mujer, la tortura y luego la asesina. ¿Estás diciendo que ese hombre primero la mato, y luego la ató para desmembrarla?

—Sí.

—Pero eso no tiene ningún sentido.

—Es por eso que dije que no es usual.

Permanecieron en silencio el resto del trayecto, cada uno de ellos pensando a su manera sobre las circunstancias extrañas de aquel caso.

Cuando llegaron a la oficina, Simpson se dirigió al pequeño laboratorio para analizar las pruebas. Maschen subió por las escaleras hasta su despacho cuando Carroll, su secretaria, salió hasta el pasillo.

—Cuidado —susurró— hay un grupo de periodistas esperando para asaltarte.

Qué rápido han venido los buitres, dijo Maschen. Me preguntó si cada uno ha avisado al otro, o si pueden oler la muerte y el sensacionalismo desde lejos. No esperaba encontrarse con ellos tan pronto, por lo que no tenía nada preparado para decirles. Su estómago le recordaba que no todavía no había comido nada sólido desde hace catorce horas. Se preguntaba si todavía tendría tiempo para un desayuno rápido antes de que lo encontraran.

No lo hubo. Alguien apareció en lo alto de las escaleras.

—Aquí está el sheriff— dijo un hombre. Maschen continuó subiendo las escaleras tras Carroll. Sabía que aquel no iba a ser un buen día.

Estaba sorprendido, incluso cuando llegó al final de la escalera. Había esperado encontrarse, quizás, a un puñado de periodistas de una par de periódicos del condado. Pero la habitación estaba repleta de gente, la única de las que pudo reconocer fue Dave Grailly del San Marcos Clarion. El resto no le era familiar. Y no solamente había gente, si no que también todo tipo de dispositivos. Cámaras de televisión, micrófonos y otro equipamiento de emisión estaba colocada cuidadosamente por todas partes, con distintivos de las tres mayores redes así como de las cadenas de Los Angeles y San Francisco. Estaba abrumado con la idea de que el caso estaba atrayendo mucha más publicidad de la esperada.

En el momento en que apareció, un griterío de una veintena de personas empezó a preguntarle una batería de preguntas diferentes al mismo tiempo. Aturdido, Maschen solamente podía permanecer en pie un rato bajo tal lluvia de cuestiones, para al final perder la compostura. Se dirigió al lugar donde había instalado los micrófonos y anunció:

—Caballeros, si tienen la suficiente paciencia, les proporcionaré una declaración en unos minutos. Carroll, busca tu libreta de notas y ven a mi despacho. ¿De acuerdo?

Entró a su despacho y cerró la puerta. Cerró los ojos, intentando respirar hondo y quizás calmar sus nervios. Las cosas iban sucediendo una tras otra demasiado rápida para su gusto. Eran solamente un sheriff de un condado pequeño, sobrepasando la triste normalidad a la que estaba acostumbrado. Otra vez, el pensamiento de que no debería ser policía cruzó su mente. Había centenares de otros trabajos en el mundo mejor pagados y con menos estrés.

Alguien llamó a la puerta que había tras él. Se levantó, la abrió y Carroll apareció ante él con una libreta de notas. Maschen se dio cuenta enseguida de que no tenía ni la más remota idea de lo que tenía que decir. Cada palabra era de suma importancia porqué estaría hablando, no solamente a Dave Grailly del Clarion, si no que a una red de noticias y televisiones, lo que englobaba potencialmente a cada persona de los Estados Unidos. Su boca se secó como antesala al miedo escénico.

Al final decidió limitarse a los hechos que sabía. Dejó a los periódicos que sacaran sus propias conclusiones: de todas formas, así lo harían. Paseaba por toda la habitación mientras dictaba a su secretaria, deteniéndose a menudo para pedirle que leyera lo que había dicho y corregir alguna frase que sonara incómoda. Cuando terminó, hizo que lo leyera en voz alta dos veces, solamente para asegurarse que era exacto. Luego le pidió que lo mecanografiara.

Cuando lo estaba haciendo, él se sentó junto a su mesa y juntó sus manos para evitar que temblasen. El pensamiento que no era apto para ese trabajo no lo abandonaba. Había estado un buen policía durante treinta años, y desde entonces las cosas habían sido mucho más simples. ¿Había pasado el tiempo para él en aquel apartado lugar sin más? ¿Era la única razón por la cual había tenido éxito como sheriff el no tener nada desafiante por hacer en aquel pequeño contado con costa? Y ahora, que el presente parecía haberle alcanzado por fin, ¿sería capaz de encararlo como es debido?

Carroll entró con una copia mecanografiada y un papel de carbón para su aprobación antes de hacer duplicados. Maschen se preocupó por dedicarle cierta cantidad de tiempo a leer todo el documento. Cuando ya no podía posponer lo inevitable, le devolvió el papel de carbón para que hiciera copias. Tras despejar su garganta varias veces, salió del despacho.

Fue recibido por los flashes de las cámaras, que lo cegaron por unos momentos cuando intentaba llegar a los micrófonos. Le tomó un poco de tiempo encontrarlos.

—Tengo una declaración oficial por el momento— dijo. Miró al papel que tenía en sus manos pero a penas podía ver las letras por las luces de los periodistas en sus ojos. Con cierta vacilación, empezó su discurso. Describió las circunstancias del descubrimiento del cuerpo y el espeluznante estado en el que se encontró el cuerpo. Mencionó la frase escrita en la pared, pero no mencionó la hipótesis de Simpson sobre la planificación del asesinato. Concluyó diciendo

—Copias de esta declaración estarán disponibles para todo el que quiera una.

—¿Hay algún sospechoso? —le gritó uno de los periodistas.

—Eh, no, todavía es temprano para saberlo, todavía estamos reuniendo información.

—Sabiendo que esta comisaria es tan pequeña, ¿tiene la intención de pedir ayuda estatal o federal para resolver el caso?

Aquella pregunta vino de una parte diferente de aquella habitación.

Maschen sintió enseguida la presión en él. Las cámaras de televisión estaban apuntándole con un largo y fijo ojo. Estaba preocupado por llevar puesto un uniforme sucio y sin planchar y por no haber podido afeitarse aquella mañana. ¿Era aquella la imagen que recorrería todo el condado? ¿Un paleto descuidado que no puede llevar su propio condado cuando pasan cosas realmente malas?

—Ni mucho menos —dijo a propósito— todo indica que la solución del crimen está dentro de las capacidades de este comisaria. No tengo planeado pedir ayuda externa por esta vez. No.

—¿Cree posible que el asesino tuviera motivos políticos?

—No sabría que contestar.

—Considerando la importancia del caso y lo inusual que resulta, ¿a quien va a poner al cargo?

Cuando terminó de formular la pregunta, solamente podía esperarse una respuesta.

—Yo me hago responsable personalmente de la investigación.

—¿Informará de todo en el boletín informativo?

—Cuando tenga una idea del tipo de persona a la que estamos buscando, sí. Si no logramos en poco tiempo, no habrá problema.

—¿Qué tipo de persona cree usted que ha cometido tal terrible crimen?

На страницу:
3 из 4