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Rebaños
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—Dije I-R-M-E. Una separación no serviría de nada. Lo malo, querido marido, está en nosotros mismos. Te conozco bien, y se que nunca cambiarás a algo aceptable para mi. Y nunca estaré contenta siendo un adorno. Por lo tanto, una separación no será bueno para nosotros. Quiero el divorcio.

Stoneham cruzó las piernas.

—¿Ya has hablado de esto con alguien?

—No— dijo mirando su rosto.

—No, tenía pensando verme con Larry mañana, pero siento que tenía que decírtelo a ti primero.

—Bien— dijo Stoneham en un susurro casi imperceptible.

—¿Y eso, qué significa? —preguntó Stella rápidamente. Sus manos se movían nerviosamente, lo que provocó que fuera hasta el escritorio a por un paquete de tabaco. Necesitaba un cigarrillo.

Pero no fue hasta que tuvo un cigarrillo entre sus labios cuando se dio cuenta que no le quedaban cerillas.

—¿Tienes fuego?

—Sí—

Stoneham hurgó en el bolsillo de su abrigo y sacó una caja de cerillas.

—Quédatelos— dijo dándoselos a su mujer.

Stella los cogió y los examinó con interés. El dorso de la caja era plateada, con estrellas rojas y azules alrededor del borde. En el centro habían unas palabras que decían:

WESLEY STONEHAM

SUPERVISOR

CONDADO DE SAN MARCOS

Dentro, el papel alternaba rojo con blanco y azul.

Miró a su marido de manera burlona, el cual le estaba sonriendo.

—¿Te gustan? —preguntó él.

—Me las dio esta tarde el impresor.

—¿No es algo precipitado? —preguntó ella sarcásticamente.

—Solamente por un par de días. El viejo Chottman ha renunciado al Consejo por enfermedad a finales de la semana, y han permitido que nombre como sucesor a quien quiera el puesto. No será oficial, por supuesto, hasta que el gobernador lo nombre, pero sé de fuentes fiables que mi nombre será uno de los tenidos en cuenta. Si Chottman dice que me quiere para el puesto, el gobernador aceptará. Chottman tiene setenta y tres años y muchos favores.

Algo empezó a vislumbrarse en la mente de Stella. —O sea, es por eso que no quieres el divorcio, ¿no es así?

—Stell, tú sabes tan bien como yo lo puritano que es Chottman —dijo Stoneham— el viejo se opone rotundamente a cualquier tipo de pecado, y para él el divorcio es uno de ellos. Solamente Dios sabe porqué.

Él se levantó del sofá y regresó junto a su mujer otra vez, agarrando sus hombres esta vez con cuidado.

—Es por esto que te pido que esperes. Será una semana o dos.

Stella mostró una sonrisa triunfante en su rostro.

—Bueno, ahora ya sabemos porqué el grande y poderoso Wesley Stoneham ha venido reptando hasta aquí. No me dejarás ni con un mínimo de respecto hacía mi, ¿verdad? No me dejarás ni con la certeza de que tu llegada era para salvar el matrimonio, por poco que quedara de él. No, es por un favor que tú quieres.

Ella dejó sacó con furia una cerilla y la encendió junto al cigarrillo como una locomotora de vapor subiendo una montaña. Tiró la cerilla usada en el cenicero, y la caja junto a este.

—Bueno, ya tengo suficiente con tu cosas, Wesley. Estoy cansada de hacer tanto para tu imagen ante la ciudadanía de San Marcos. La única persona que tienes en cuenta eres tú mismo. Supongo que nunca me darás el divorcio si me quedo esperando, ¿verdad?

—Sí, si es lo que quieres.

—Sí. El Gran Político en búsqueda de acuerdos mutuos. Haz lo que tengas que hacer, si es lo que te lleva a lo que realmente quieres. Bueno, tengo una pequeña sorpresa para ti, Señor Supervisor. No hago tratos con gente como tú. No me importa una mierda si eres político o no. Mañana iré a la oficina de tu abogado para empezar con el papeleo.

—Stella.

—Quizás tendré también una pequeña charla con la prensa sobre toda la humanidad que corre por tus venas, mi querido marido.

—Te lo advierto, Stella.

—Eso será un gran problema, ¿no, Wes? Y más si vas a ser elegido...

—¡PARA, STELLA!

—... por los votantes en tu nuevo puesto en lugar de ser asignado por lo que realmente eres.

—¡STELLA!

Sus manos estaban sujetando su cuello mientras gritaba su nombre. Quería detenerla, pero no podía. Sus labios seguían hablando y hablando, y las palabras dieron paso a una neblina de silencio que envolvió toda la cabaña. Sus colores en la habitación desaparecieron para pasar a un tenue rojo sangre. Él la sacudió mientras apretaba con fuerza sus enormes manos junto a su cuello.

El cigarrillo cayó de sus dedos durante el ataque, soltando parte de su ceniza al suelo. Stella colocó sus manos sobre el pecho de su marido intentando separarse de él. Durante un instante lo logró, pero él seguía con ello, esta vez utilizando sus brazos con todas las fuerzas con las que disponía.

Sus dedos se iban adormeciendo a medida que se acercaban al cuello. No notaba calor alguno en la piel de ella mientras apretaba sus arterias del cuello y sus músculos. Lo único que sentía eran los suyos propios, apretando, apretando y apretando.

Fue apagándose poco a poco. Su rostro parecía contento, aunque aquella confusión le nubló la vista. Sus ojos saltones estaban preparados para fijarse en sus bolsillos, abiertos de par en par contemplándole...

La dejo ir. Ella cayó al suelo despacio. Como a cámara lenta, tan lento como un sueño. No se escuchó sonido alguno cuando golpeó contra el suelo. Se desplomó como cuando un muñeco de trapo cae junto a otros juguetes.

Parecía uno más de ellos, a excepción de su cara, un rostro morado e hinchado. Tenía la lengua fuera con una mueca grotesca, y sus ojos vidriosos mostraban terror. Un fino hilo de sangre caía por su nariz, cayendo sobre sus morados labios terminando en la alfombra marrón. Uno de los dedos de su mano izquierda se había torcido dos o tres veces, terminando rígido por completo.

* * *

Aquel mundo azul y blanco estaba bajo sus pies, esperando ser tocado con su mente. Garnna atravesó la atmósfera quedando abrumado por la abundancia de vida. Había criaturas en el aire, criaturas en tierra y criaturas en el agua. La primera prueba, por supuesto, fue la búsqueda de cualquier Offasii que pudiera haber por ahí, pero tan sólo le bastó un escaneo rápido para descubrir que no había ninguno. Los Offasii no habían sido encontrados en ningún planeta explorado por los Zarticku, pero la búsqueda tenía que continuar. La raza Zartic no podía respirar tranquila hasta que descubrieran lo que pasó con sus antiguos amos.

El propósito principal de la Exploración ahora estaba cumplido. Quedaba la segunda misión: determinar que tipo de vida había habitado este planeta, inteligente o no, y si podía resultar algún problema para los Zarti.

Garnna creó otra red, esta vez más pequeña. Recorrió todo el planeta con su mente, buscando señales de inteligencia. Su búsqueda tuvo éxito al instante. Luces empezaron a brillar durante la noche, indicado la presencia de grandes ciudades. Un gran número de ondas de radio, moduladas artificialmente, cruzaban la atmósfera por todas partes. Las siguió hasta su origen encontrando torres y edificios altos. Y encontró criaturas responsables de aquellas ondas de radio, de la construcción de los edificios y de las luces. Caminaban derechos sobre sus dos piernas con sólidos, sin ninguna armadura como los Zartic. Eran más bajos, quizás tan sólo la mitad que los Zarticku, y la mayor parte de su pelo se concentraba en sus cabezas. Observó sus hábitos alimenticios y se dio cuenta de que eran omnívoros. Para una raza herbívora como la Zarticku, tales criaturas parecían ser crueles y maliciosas por naturaleza, más peligrosos que otras especies. Pero por lo menos eran mejores que los feroces carnívoros. Garnna había visto un par de sociedades carnívoras, donde las matanzas y destrucción ocurrían a diario, y el mero pensamiento sobre ellos lo estremeció. Deseó que toda la vida en el universo fuera herbívora. Se suponía que sus prejuicios personales no debían interferir en sus obligaciones. Su trabajo ahora era el de observar aquellas criaturas durante el período de tiempo que le permitiera volver en un futuro estudio.

Tomó nota sobre estas criaturas, especificando que parecían tener el instinto de rebaño más que el actuar como individuos solitarios. Se congregaban en grandes ciudades y parecían hacer la mayoría de cosas en multitudes. Tenían el potencial de poder vivir solos, pero no lo utilizaban mucho.

Se concentró otra vez a fin de prepararse para realizar observaciones con más detalle. Hizo zoom en la superficie de aquel mundo. Sin duda, las criaturas eran diurnas o si no, no hubieran necesitado luces en sus ciudades, por lo que se fijo en un lugar del hemisferio de día para observar. No le importaba ser visto por los nativos; el método Zartic de exploración del espacio se encargaría de protegerlo.

Básicamente, ese método separaba por completo el cuerpo de la mente. Se tomaban sustancias para ayudar con la disociación, mientras el Explorador permanecía tranquilo en la máquina. Cuando la separación ocurría, la máquina se encargaba de todos los aspectos mecánicos de las funciones del cuerpo —el latir del corazón, la respiración, la nutrición, etcétera. La mente, mientras tanto, era libre de vagar a su gusto.

Pocos límites habían sido descubiertos. La velocidad en la que se podía “viajar” —si, de hecho, se podía ir a alguna parte— era tan rápida que no se podía medir; teóricamente´podía ser incluso infinita. Cualquier mente podría concentrarse hasta el tamaño de una única partícula subatómica, o expandirse para cubrir amplias áreas del espacio. Podría detectar radiación electromagnética en cualquier parte del espectro. Y lo mejor de todo desde el punto de vista de un Zarticku, es que no podía ser detectado por ningún sentido físico. Era un fantasma el cual no podía ser visto, escuchado, olido, probado o tocado. Todo ello lo hacía el vehículo ideal con el que explorar el universo más allá de la atmósfera de Zarti.

Garnna se detuvo en un lugar donde la tierra estaba preparada para el cultivo. Las granjas eran variadas, pero en las pocas sociedades en las que había investigado, tanto la forma como las funciones eran siempre las mismas. Aquellas criaturas araban el campo con herramientas sencillas llevadas por un herbívoro de dos cuernos a su servicio. Aquel estado primitivo de agricultura no parecía coherente con una civilización que podía producir tales ondas de radio. A fin de resolver aquella paradoja, Garnna decidió entrar en contacto con uno de los nativos.

Había otra ventaja de aquel sistema. Parecía que tenía la habilidad de “escuchar” los pensamientos de otras mentes. Se trataba de telepatía, pero en un sentido restrictivo ya que trabajada tan sólo en un sentido. Garnna era capaz de escuchar los pensamientos de los otros, pero él resultaba indetectable.

Aquel fenómeno no resultó de tanta ayuda como era pensado. Los individuos inteligentes pensaban parcialmente en palabras de su propio idioma, pero también en conceptos abstractos y en imágenes visuales. Los pensamientos llegaban muy rápidamente y desaparecían para siempre. Diferentes especies poseían distintas formas de pensamiento primitivos según las diferencias en sus inputs sensoriales. Y dentro de una misma raza, cada individuo tenía su propio código privado de símbolos.

La lectura de la mente, por lo tanto, tendía a ser algo meticuloso y muy frustrante. Garnna tenía que superar montañas de impresiones sinsentido que lo bombardeaban a un nivel insoportable en cada idea. Con suerte, podría leer algunas emociones generales y aprender unos pocos conceptos básicos que existían dentro de la mente contactada. Tenía experiencia en aquel procedimiento, y no tenía miedo del trabajo duro si era por el bien del Rebaño, por lo que se metió de lleno en ello.

Tras varios intentos y conjeturas varias, Garnna fue capaz de ajuntar cada una de las pequeñas piezas de aquel mundo. Tan sólo había una raza inteligente en ella, pero estaba dividida en varias culturas. Varios patrones constantes emergieron en casi todas ellas. Allí los grupos generalmente consistían de unos pocos adultos, normalmente relacionados entre ellos o sus parejas, y sus hijos. El propósito de aquellos grupos estaban más orientados hacia la educación de los jóvenes que la de proporcionar seguridad a cada uno de sus miembros. Parecía que habían algunos individuos que sobrevivían sin ningún grupo. El Rebaño era un concepto más abstracto que en Zarti.

Aprendió, también, que algunas culturas del planeta eran más ricas que otras. El más rico podría encontrarse en el lado nocturno del planeta. En aquella particular cultura, muchas de las cosas hechas a mano en realidad lo eran por máquinas, y se suponía que tenía que haber comida para todos. La idea que una porción del Rebaño podía estar sobrealimentada mientras que otra pasar hambre resultaba cruel para un Zartic. Intentó reprimir sus emociones una vez más. Estaba ahí solamente para observar, y debía hacerlo lo mejor posible.

Decidió investigar aquella cultura ultra rica. Evaluando aquellas criaturas como una amenaza en potencia para el Rebaño, sus superiores tan sólo estarían interesados en sus capacidades superiores. No importaría en absoluto lo que hicieran las culturas más pobres si el rico poseía un método de viaje interestelar con objetivo militar.

Con tal velocidad de pensamiento, Garnna pasó volando por una enorme extensión de océano y llegó al hemisferio nocturno. Encontró enseguida varias grandes ciudades costeras con luces que resplandecían ante él. Aquellas criaturas debían ser diurnas, pues sin duda no les gustaba el efecto de la oscuridad en sus vidas. Había partes de las ciudades que brillaban como el día, y un lugar en una de las ciudades donde una multitud de criaturas se habían reunido sobre unos asientos para ver algo que ocurría en una zona mientras un número menor de criaturas se movías por un campo alargado. La forma era parecida a lo que había visto en numerosos otros mundos, en especial donde omnívoros y carnívoros eran dominantes y en una constante competición. En lugar de dividirse en lo que hubiera supuesto una ventaja para el Rebaño, tal como se hubiera hecho en Zarti, aquellas criaturas se juntaban para competir, donde los vencedores lo ganaron todos y los perdedores nada. Aunque lo intentó Garnna no pudo comprender del todo lo que aquella competición significaba para aquellas criaturas.

Siguió. Observó los edificios de los nativos y los encontró mejores que los de Zarti en muchas maneras. Las máquinas para transporte también eran avanzadas, siendo tanto eficientes como capaces de viajar a grandes velocidades. Pero se dio cuenta que quemaban carburantes químicos para moverse. Por eso, aunque fuera temporal, hizo que quitara esas criaturas de la lista de amenazas. Obviamente no usarían dichos carburantes químicos si hubieran descubierto métodos más eficientes para utilizar la energía nuclear, pues ninguna raza sería capaz de viajar a través de las estrellas utilizando tan sólo carburantes químicos. Estas criaturas deben conocer la existencia de la energía nuclear —de hecho, a juzgar por su amplia tecnología, Garnna se habría sorprendido si no la conocieran— pero era un salto demasiado grande desde donde se encontraban hasta los viajes interestelares; los Zarticku no necesitan preocuparse de esta raza en un futuro próximo. Incluso si los Zarticku no hubieran perfeccionado todavía los viajes interestelares.

Pasó la mayor parte del tiempo recogiendo materiales que necesitaría para su informe. Como siempre, había una sobreabundancia de información, y tenía que eliminar cuidadosamente algunos detalles muy importantes para hacer lugar a constantes las cuales le ayudaría a construir su propia imagen cohesiva de aquella civilización. Otra vez, el todo se superpuso a los detalles.

Terminó sus investigaciones y se dio cuenta que todavía tenía algo de tiempo a utilizar antes que se le requiriera regresar a su cuerpo. Debería usarlo. Tenía una pequeña afición, una afición inofensiva. Zarti tenía también costa, y Garnna había nacido cerca de una de ellas. Había pasado su juventud cerca del mar y nunca se había cansado de mirar las olas venir y rompiendo en la playa. Por eso, se encontrara donde se encontrara, durante su tiempo libre recordaba sus años de niñez junto al océano. Ayudaba a ver a los extraterrestres como algo familiar y no provocaba problema alguno a nadie. Planeó suavemente a lo largo de la costa del océano en aquel extraño mundo, contemplando y escuchando aquella agua negra, casi invisible, romper contra la oscura arena de aquel planeta a cientos de parsec de su lugar de nacimiento.

Algo le llamó la atención. En lo alto de los acantilados que daban a la playa en aquel punto, estaba brillando una luz. Debía ser un solitario individuo de aquella sociedad, lejos de su grupo más cercano. Garnna, se dejó ir hacia allí.

La luz provenía de un pequeño edificio, construido sencillamente en comparación con los edificios de la ciudad pero sin duda confortable para una sola criatura. Había dos vehículos aparcados fuera, ambos sin nadie dentro. Ya que no eran automáticos, implicaba que al menos debía haber dos extraterrestres dentro del edificio.

Utilizando tan sólo su mente, Garnna atravesó las paredes de la cabaña como si no existieran. Dentro había dos criaturas, hablando una con la otra. La escena no parecía muy interesante. Garnna tomó nota rápidamente de los muebles de la habitación y cuando se disponía a abandonar el lugar, una de las criaturas atacó de repente a la otra. La agarró del cuello y empezó a estrangularla. Sin fijarse mucho, Garnna pudo notar la rabia que emitía la criatura atacante. Lo dejó frío. Normalmente los instintos como especie lo había obligado a venir volando hacia el lugar a la máxima velocidad. En aquel caso, a la velocidad del pensamiento. Pero Garnna había recibido un extenso entrenamiento para dominar sus instintos. Había sido entrenado para ser siempre un simple observador. Y observó.

* * *

Stoneham volvió a la realidad poco a poco. Empezó con un sonido, un rápido ka-thud, ka-thud, ka-thud que reconoció como el latido de su corazón. Nunca lo había oído tan fuerte. Parecía como si fuera a terminar con el universo. Stoneham puso sus manos sobre sus orejas a fin de parar aquel sonido, pero no hizo otra cosa que empeorar la situación. Se escuchó un timbre como un hormigueo agudo parecido a la alarma de un reloj sonando dentro de su cabeza.

Y entonces vino el olor. En el aire parecía haber un olor extraño, un olor como de baño. Numerosas manchas iban apareciendo en la parte trasera del vestido de Stella.

Gusto. Había sangre en su boca, salada y tibia, dándose cuenta Stoneham que se había mordido a si mismo los labios.

Tacto. Sentía un hormigueo en la punta de los labios, sus muñecas parecían haber estado temblando, pero su bíceps permanecían relajados tras haber estado tensos en exceso.

Vista. El color volvió al nivel normal para aquel mundo, y la velocidad a la usual. No había otra cosa a ver que la del cuerpo de la esposa postrada sin vida en medio del suelo.

Stoneham permanecía allí durante no se sabe cuantos minutos. Sus ojos recorrieron la habitación, saliendo a la búsqueda de un lugar común donde quedar fijados y así evitar el cuerpo a sus pies. Pero no por mucho tiempo. Había cierta fascinación horripilante por el cuerpo de Stella que le obligó a contemplarlo estuviera donde estuviera dentro de la habitación.

Se arrodilló junto a su esposa y le tomó el pulso, sabiendo que ya no existía. Su mano notó el frío en ella (¿o era tan sólo su imaginación?) desapareciendo toda señal de vida en ella. Apartó rápidamente su mano y se levantó otra vez más.

Caminó hacia el sofá, se sentó en él y allí se quedó mirando durante un rato largo la otra pared. Unas letras parecían gritarle:

FAMOSO ABOGADO LOCAL DETENIDO POR LA MUERTE DE SU MUJER.

Todos aquellos años planificando con cuidado su carrera política, haciendo favores a gente a cambio de favores hacia él, ir a aburridas fiestas y cenas que no parecían terminar nunca... todo aquello terminó hundiéndose sobre un gran vértice de calamidad.

Y empezó viendo largos y vacíos años, paredes grises y barrotes ante él.

—¡No! —gritó. Miró al cuerpo sin vida a su esposa.

—No, creo que te gustaría, ¿verdad? No dejaré que ocurra, no a mi. Tengo cosas demasiadas importantes para hacer.

Una sorprendente calma se estableció en su mente haciéndole ver de manera clara lo que había echo. Destrozó el todavía humeante cigarrillo que su esposa había dejado caer. Luego fue hasta el estante de los utensilios y tomó un cuchillo enrollando su pañuelo sobre el mango a fin de no dejar huellas. Salió y cortó un trozo grande de cuerda de tender. De vuelta a la cabaña, ató las manos de su esposa por detrás doblando su cuerpo para poder atar sus pies a su cuello.

Tomando el cuchillo de nuevo, procedió a realizar un corte limpio sobre el cuello de Stella. Sangre goteó poco más de unas pocas gotas por tener ya su corazón sin bombear.

Dio hachazos a sus pechos creando una obscena masacre en su vestido a la altura de su entrepierna. Por si no hubiera sido suficiente, siguió su trabajo en el abdomen de ella, cara y brazos. Le sacó los ojos e intentó cortarle la nariz, pero era demasiado dura para su cuchillo.

A continuación, hundió el cuchillo en la sangre y escribió con él “Muerte a los cerdos” en una de las paredes. Como acto final, cortó el cordón telefónico de un solo golpe. A continuación, dejó el cuchillo en el suelo junto al cuerpo a la vez que recogía la nota que ella le había escrito sobre su intención de divorciarse. Se la colocó en el bolsillo de sus pantalones.

Permaneció de pie observándola una vez más. Sus manos y su ropa estaban literalmente untados con sangre. Pensaba que no lo haría nunca. Tenía que deshacerse de ello de alguna manera.

Limpio sus manos a consciencia en el fregadero hasta que logró sacar todo rastro de sangre.

Miró alrededor de la habitación y encontró algo que le hizo recobrar el aliento: una pequeña caja de cerillas sobre la mesa que había junto al cenicero. Lo cogió, pensando que sería de locos dejar una pista como aquella para que la policía. Colocó la caja de cerillas con cuidado en su bolsillo.

Luego fue donde había dejado su maleta y saco ropa limpia de ella. Rápidamente se cambió, pensando que debería enterrar su ropa vieja en algún lugar a una milla o más de allí para que no la encontraran. Entonces regresaría a la cabaña y haría ver haber encontrado el cuerpo. Ya que el cable del teléfono estaba cortado, tendría que conducir hasta algún lugar para llamar a la policía. El vecino más cercano con teléfono estaba a dos millas de ahí.

Stoneham examinó su trabajo. La sangre estaba embadurnando todo el suelo y parte de los muebles, el cuerpo estaba desmembrado de una horripilante manera, y el mensaje estaba escrito en la pared. Aquella era una escena parecida a una pesadilla surrealista. Ningún asesino hubiera realizado tal carnicería como aquella. Toda la comuna se sentiría culpable, quizás Polaski también. Eso serviría para dos propósitos: cubrir su culpabilidad y quitarse de encima de una vez por todas de aquellos jodidos hippies de San Marcos.

Había una pala dentro de una pequeña caja de herramientas fuera de la cabaña. Stoneham la cogió y caminó hacia el bosque para enterrar su ropa. Puesto que no había llovido durante meses, la tierra estaba seca y compacta; no dejó huellas algunas mientras andaba.

* * *

No le llevó mucho tiempo a la criatura grande matar a la pequeña. Pero tras hacerlo, el asesino parecía no poder hacer nada por culpa de sus acciones. Cautelosamente, Garnna accedió a la mente del asesino. Sus pensamientos eran un batiburrillo de confusión. Todavía quedaban trazos de ira, pero parecían ir desvaneciéndose lentamente. Otros sentimientos iban creciendo. Culpabilidad, pena, miedo al castigo; estas eran todas las cosas que Garnna conocía bien. Profundizó un poco más en su mente y supo que la criatura muerta pertenecía al mismo subgrupo que la superviviente; de hecho, era su pareja.

El horror de Garnna en este punto era tan fuerte que le provocó desconectar de su mente. Por sus capacidades intelectuales podría aceptar la idea de asesinar, incluso la de su propia pareja. Pero emocionalmente el shock de la experiencia en primera persona provocó que su mente se estremeciera.

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