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7 Compañeras Mortales
Tokens de Pensamientos Malignos:
Gula 1
Lascivia 0
Avaricia 1
Soberbia 1
Envidia 0
Ira 1
Desidia 2
Horace se dio cuenta de que se estaba enganchando a todo esto. Sin mencionar que, a pesar de que aquellas damas estaban poniendo su vida patas arriba, todo parecía ir bien.
Hasta ahora.
Capítulo 16: Evie
Evie estaba cocinando sola en su apartamento. Horace acababa de cancelar su noche de cine con un mensaje. Otra vez.
Tal vez debería vestirse, arreglarse e ir a ver qué estaba pasando allí.
¿Qué hora era? Once. Aunque se duchara con agua fría ahora mismo, necesitaría al menos una hora para recuperarse. Trató de desenredarse el pelo. ¡Uf! Qué desastre. Y además tardaría media hora más en llegar allí, lo que la dejaría tirada en Kifisia después de medianoche sin forma de volver. Podría pillar un taxi a su casa pero pagando doble tarifa y en realidad, realmente, no podía permitírselo ahora mismo.
Con estos pensamientos revoloteando en su mente decidió empezar a prepararse y dejar de perder el tiempo. Podría cambiar de opinión en cualquier momento, se dijo.
Se preparó, se salpicó con agua fría, se afeitó las piernas, se cepilló el pelo…, hizo todo el cambio de imagen en tiempo récord.
No quería parecer desesperada, así que se puso una camiseta y unos vaqueros. Pero con maquillaje.
Se miró en el espejo por enésima vez.
Cierto.
¿Cómo lo había dicho Horace? ¿Ir o no ir?
Lo pensó, rumiando el pensamiento en su mente. Estaba a punto de desintegrarse.
¿Por qué se sentía así? ¿Era porque Horace había encontrado de repente a alguien con quien vivir? Podría ser sólo una compañera de piso. Pero nunca son solo compañeros de piso, ¿no? Esa era una de las principales razones por las que ella nunca aceptó su oferta de mudarse. El transporte no le importaba tanto como hacía ver.
Agitó la cabeza. No, no eran celos. Horace era su amigo y, como hombre, solo podía pensar con la polla. Y una mujer extraña, posiblemente drogadicta, que de repente se había mudado ahí era demasiado sospechosa. Querían aprovecharse de él. Robarle. Tal vez peor, sacarle los riñones y venderlos en el mercado negro.
Necesitaba salvar a su amigo.
Tenía que hacerlo.
Se puso brillo de labios.
Ir.
Capítulo 17: Evie
Evie miró el timbre de la puerta junto a la entrada del edificio.
Ya estaba oscuro, y los árboles hacían la atmósfera húmeda y fresca. Se agarró a su bolso y se dio una bofetada.
«¿Qué es lo que te pasa? Has hecho esto un millón de veces», murmuró para sí misma.
Entonces tocó el timbre.
Horace abrió la puerta. Ella le sonrió y él le devolvió la sonrisa algo incómodo.
―¡Evie! Yo, hum…, había cancelado. ¿No recibiste mi mensaje?
―Oh, sí, recibí tu mensaje. Pero he venido para protegerte.
―¿De qué? ―preguntó él, pero ella lo empujó a un lado y entró, lista para cualquier cosa.
No estaba preparada para nada en realidad. Se dirigió hacia el ruido en la sala de estar, y allí había una niña gordita, redonda y guapa. Estaba comiendo helado, justo al lado de una anoréxica que giraba su cuchara en su tarrina derretida.
«Pero. Qué. ¿Coño?», dijo para sus adentros.
―¡Hola! ―soltó en un tono agudo, tratando de ser amigable.
―Hola ―dijo la gordita.
―Hola ―dijo la anoréxica, mucho más despacio.
Horace se acercó a ella.
―Esta es, hum…, mi mejor amiga, Evie. Se ha pasado a saludar.
―Y ya lo he dicho ―trinó Evie―. Disculpadnos un segundo ―dijo y se llevó a Horace a su habitación. Estaba igual que siempre, una apoteosis de estatuillas coleccionables y figuras de mujeres fantásticas.
―¿Qué coño estás haciendo?
―¿Qué? Ya te lo conté todo. Bueno, hasta hoy. Iba a contarte. ¡Conseguí trabajo de gerente en Zillions! ¿No es grandioso? ¿Quieres un poco de helado?
Ella agitó la cabeza.
―Sí, me alegro mucho por ti, pero ese no es el problema ahora mismo. ¿Esas dos viven aquí?
―Sí, por ahora. Tenemos una especie de contrato en marcha… Bueno, no un contrato, un acuerdo. Me están ayudando en mi vida y solo tengo que alimentarlas y dejarlas ver la televisión. No es gran cosa.
―Espera, retrocede. ¿Ayudándote cómo? ―dijo Evie con tono cansado.
―Nada siniestro. Solo…, ya sabes, asesorándome. Gracias a eso conseguí el trabajo de gerente. Ni siquiera lo había pensado y Ava se puso en plan: «tú lo vales», y entonces todo tenía sentido. ―Por alguna razón se subió los párpados e imitó a una mujer asiática con un palo en el culo. Ninguna de esas dos era asiática, así que debía haber una tercera chica.
¿Una tercera chica?
¿A cuántas estaba viendo?
Iba a llegar al fondo del asunto, pero más tarde. Lo primero es lo primero.
―Horace, soy yo, tu amiga. Evie.
―Lo sé ―asintió sin entender.
―¿Confías en mí?
―Por supuesto, Evie.
―Vale. Entonces créeme cuando te digo que esto es sospechoso. Creo que te están estafando.
―¿Qué? ¡No! ―Se alejó de ella.
―¡Horace! Deja de pensar con la polla por un segundo.
―No lo estoy haciendo, de verdad.
Ella le clavó las uñas. ¡Ah! Quería arañarlo, para que lo entendiera.
―¡Horace! ¿Sabes siquiera quiénes son estas mujeres?
―En realidad no. Pero nos estamos conociendo.
Evie se estremeció.
―Por supuesto.
Sonó el timbre de la puerta.
―Disculpa, Desidia definitivamente no se va a levantar y Gula es muy tímida.
Ella frunció el ceño ante el espacio que Horace acababa de dejar, y luego salió corriendo detrás de él.
Había abierto la puerta. De pie, allí mismo, había otra mujer.
Mierda, era delgada y alta y tenía una excelente estructura ósea. Llevaba un abrigo de piel y una mochila con ruedas. ¿Rusa, tal vez?
―Hola, Horace ―dijo con acento ruso―. Soy Lascivia Porneia. ―Ella se inclinó hacia él y exhaló sobre su oreja, luego dijo susurrando―: Me gusta que me llamen Lasci cuando gimen de placer.
Ella vio claramente a Horace estremecerse y su piel electrizarse.
¿Cómo coño hizo eso? Evie nunca había conseguido tal reacción de un hombre.
La mujer a la que le gustaba que la llamaran Lasci en la intimidad caminaba con sus piernas perfectas como si fuera la dueña del lugar. Y Horace la dejó, aunque, en su defensa, Evie no creía que tuviera la fuerza mental para impedirle hacer nada ahora mismo. La mujer entró en el salón y saludó a las demás.
Horace cerró la puerta y Evie le susurró enfadada.
―¿Pero qué coño, Horace? ¿Ahora una prostituta?
―Yo no pedí una prostituta ―dijo inocentemente.
―Claro que no ―le musitó Evie―. Hasta ha traído su bolsa de juguetitos sexuales. Qué discreta y profesional ―dijo irónicamente.
Horace tragó y levantó un dedo para explicarlo.
―Eso no es… Esa es su ropa, probablemente. Ya sabes, cosas de aseo y tal.
―¿En serio? ¿Tengo que decirlo de nuevo?
―Evie, no es así. Y lamento haber cancelado la noche de cine, pero estaba muy ocupado.
Evie se mofó de eso, cruzando los brazos.
―Ya lo veo.
―No, no como estás pensando. Trabajé medio turno hoy, estoy cansado. Voy a dejar que se queden aquí y me voy a la cama. Evie, ¿qué hora es? Puedes quedarte aquí también, no hay problema…
―¿Y unirme a tu pequeño harén? ―dijo enfurecida―. Gracias, pero no.
Abrió la puerta principal y la cerró de un portazo, dejándolo allí.
Capítulo 18: Horace
Horace se apoyó en la pared junto a la sala de estar. Evie acababa de salir furiosa de allí y estaba confundido. Sabía que este embrollo era difícil de explicar, pero no esperaba esta reacción.
No de ella.
Quería entenderlo, pero su mente estaba absolutamente agotada. Era como si se le hubieran acabado los pensamientos del día.
Desidia, increíblemente, se levantó y caminó lentamente hacia él.
―Eh. ¿Qué pasó? ―preguntó con su voz adormilada.
―Hum…, mi amiga. Quiero que se lleve bien con vosotras, pero parecía enfadada y no puedo ni pensar ahora.
Ella tocó su mejilla con sus dedos huesudos.
―Shhh. Está bien. No te preocupes por ella ahora, ya es mayorcita.
―No lo sé. Tiene mala pinta. ¿Debería ir tras ella? No puede estar muy lejos todavía.
―No, déjala pensar sola, si vas ahora solo avivarías el fuego.
―Sí, supongo que tienes razón. ―Se dio cuenta de que Desidia estaba muy cerca de él, mirándolo con sus ojos vidriosos.
―¿Te quedas conmigo? ―preguntó en voz baja.
―Claro. Déjame que hable con tu hermana primero.
―No hace falta. Gula la ayudará a instalarse y después se pondrá a jugar en tu computadora. Encontró un juego de servir hamburguesas a los clientes. Le encanta esa mierda. ―Desidia estaba un poco más activa de lo normal.
Horace se rió.
―Muy bien. Bueno, entonces vamos a dormir en el sofá.
Volvieron al sofá y Horace se desplomó. La suave tela lo abrazaba y fácilmente podría haberse dormido en ese mismo momento. Las luces eran tenues, la televisión proporcionaba ruido ambiental, todo era agradable y relajante.
Desidia se sentó a su lado. Ella le tocó el pecho y él se dio cuenta de que no estaba en su lugar favorito del sofá. Ella le miró a los ojos con una especie de hambre y energía que no había visto antes en ella. Era muy extraño ver a esa chica lenta moverse de repente como una persona normal.
―Relájate conmigo ―ronroneó en su oído. Eso provocó…, bueno, cosas interesantes en su cuerpo. Podría tener algo que ver el encuentro de antes con Lasci, pero esto le estaba gustando.
Ella sopló aire en la palma de su mano, como en cámara lenta. La aplicación en su bolsillo brilló.
―Hum… ―suspiró―. Tercer token. Ya sabes lo que eso significa ―añadió con voz ronca.
―Desidia, ¿qué estás…? ―Nunca terminó esa frase.
Ella introdujo sus dedos huesudos dentro de sus pantalones y le agarró la polla, frotándola hacia arriba y hacia abajo.
―¡Ah! ¿Vamos a hacer esto? ―Horace miró a su alrededor, las otras parecían estar en la otra habitación―. Supongo que sí ―se rindió.
―No hagas nada ―susurró ella, con la cara muy cerca de la suya. Luego lo besó suavemente. Sus labios eran muy delgados, pero complacientes. Se sentía tan cansado, como si no pudiera hacer nada, ni levantar la mano, ni ponerse de pie, nada.
Gimió, su polla se fue endureciendo en la mano de ella. Ella la sacó, bajándole la cremallera, y luego presionó su cara contra ella, frotándola suavemente. Ella susurró:
―Hum…, ¿te importa si disfruto de esto un minuto?
―Claro, me gusta. ―La presencia de su cara tan cerca de él le hacía sentir un cosquilleo de todos modos. Sus dedos subían y bajaban y a él le gustaba cómo ella disfrutaba de la sensación.
Suspiró como hacía siempre cuando estaba cansada. Apoyó su cara en la parte inferior de su abdomen, mirando hacia otro lado, y se acercó la polla a los labios. Horace no podía ver, pero eso hizo que sus besitos repentinos fueran aún mejores. Desidia la sostenía en sus labios y jugaba con su lengua alrededor.
El espectáculo no sería un video porno, pero le resultó muy placentero. Horace gemía y se retorcía, mientras las suaves caricias lo llevaban justo al límite, y luego ella la empezó a chupar a lo largo durante mucho tiempo. Él puso la mano izquierda sobre su espalda y tocó sus costillas. La acariciaba con sus dedos hacia arriba y hacia abajo.
No tenía ni idea de cuánto tiempo estuvieron así, Desidia dándole placer con su lengua y sus labios, él tumbado y disfrutándolo. Todos los pensamientos habían desaparecido de su mente. El mundo entero se había reducido hasta aquel sofá blando, su pene duro y la mujer delgada que lo chupaba suavemente. Se relajó y lo disfrutó.
Ella lo mantuvo al límite durante tanto tiempo, que su pene palpitaba con cada toque. Estaba a punto y era una locura. Quería agarrar su cabeza y empujar dentro de su boca, pero había perdido toda su fuerza.
―Desidia, ah… ―gimió―. Voy a…
―Mmm, por favor, hazlo ―inhaló y envolvió los labios alrededor de su polla, y luego chupó con fuerza.
Su orgasmo, después de tanto tiempo a punto, fue una explosión en su boca.
Sintió como tragaba profundamente, una vez, y luego otra.
Luego empezó a roncar suavemente.
Horace resopló una vez por la nariz y luego él también se durmió.
Capítulo 19: Horace
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