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La Tercera Parca
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La Tercera Parca

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Marco Finocchi asintió, luego se dio cuenta de la presencia de la pequeña nota adhesiva en el interior de la cubierta, justo después de la última página, y se lo hizo observar al inspector. Era una nota de la policía científica, probablemente de quien había examinado aquel libro para buscar información que hubiese podido ser útil para la investigación que, hacía más de diez años, habían llevado al descubrimiento del desaparecido Daniele Santopietro.

La nota decía:

ATENCIÓN: MECANISMO ELECTRÓNICO EN EL FONDO DE LA CUBIERTA. PULSAR EL BOTÓN HACIA ATRÁS.

¿Qué significaba aquella frase?

Ni Zamagni ni el agente Finocchi habrían podido saberlo sin probarlo, así que, conscientes de que no podía ser nada peligroso, tratándose de una nota de un compañero, el inspector siguió las instrucciones.

Al principio no conseguía entender qué habría tenido que pulsar porque, aparentemente, en la cubierta a la que se refería la nota no había nada, luego, en cambio, se percató de una ligera depresión en un lateral.

Primero lo tocó, para confirmar la impresión que había tenido poco antes, luego hizo una pequeña presión en aquel punto exacto... y el libro rojo se iluminó con un resplandor tal que tanto él como el agente Finocchi debieron cerrar los ojos. Unos segundos después, Zamagni presionó de nuevo sobre el mismo punto y el resplandor se desvaneció.

A continuación, Zamagni apoyó el libro en el escritorio y miró al agente Finocchi.

Los dos quedaron unos segundos sin decir nada, luego el agente rompió el silencio.

–¿Es una especie de efecto especial? –preguntó.

–Parece algo de eso –respondió Zamagni.

–Esto me hace pensar que cualquiera que tenga en sus manos el libro cuando quiere puede encender y apagar la cubierta.

–Eso parecería –asintió el inspector.

–¿Y si esto quería dar la impresión de algo sobrenatural? ¿De inexplicable? –se atrevió a decir Marco Finocchi.

–No lo sé –respondió el inspector después de un momento –realmente, mientras perseguíamos a Santopietro tuvimos que enfrentarnos con algunas cosas aparentemente inexplicables.

El agente se quedó en silencio, como si esperase que Zamagni tuviese la intención de seguir hablando.

–Me vienen a la mente las frases en las paredes que primero estaban y luego desaparecían –volvió a hablar el inspector –o aquella frase en el cielo cuando explotó mi coche.

–¿Podría existir una explicación racional a estas cosas? –preguntó Marco Finocchi.

–Por ahora no sabría responderte –dijo Zamagni –Es verdad que me gustaría que existiese aunque ahora no sé dónde ir para encontrarla.

–Si hubiese una explicación científica, no científica o de cualquier otro tipo, ¿querría decir que alguien tenía intención de volver loco a alguien?

–Efectivamente no podemos excluirlo, considerando lo que ahora sabemos con respecto a este libro –concluyó Zamagni mirando fijamente de nuevo la cubierta roja.

–¿Vamos a contar esto al capitán? –propuso el agente.

El inspector asintió, así que los dos policías se fueron hacia el escritorio de Giorgio Luzzi.

–Vuestra teoría podría ser interesante y no exenta de fundamento –comentó el capitán después de haber escuchado lo que le habían dicho Zamagni y el agente Finocchi.

–¿Por qué nunca nos ha llegado una comunicación con respecto a este libro rojo y a aquel artilugio... infernal... que está guardado en el depósito? –quiso saber el inspector.

–Por un motivo muy simple –respondió Luzzi. –Cuando los hombres de la policía científica terminaron el trabajo Daniele Santopietro ya estaba muerto. Yo mismo pensé que esos resultados no tendrían ya importancia en vuestro trabajo. Como parecía lógico pensar, aparentemente no serviría a nadie saber cómo funcionaba aquella cubierta o aquel.... ¿cómo lo has llamado?... Ah, si.... artilugio infernal.

Zamagni y Finocchi asintieron.

–Ahora, sin embargo, la pregunta que viene a continuación es otra –prosiguió el capitán –Es decir: saber lo que ahora sabemos, ¿cómo puede ayudarnos en la investigación? Conociendo estas cosas, ¿conseguiremos llegar hasta la Voz?

El inspector y el agente Finocchi se intercambiaron una mirada interrogativa, luego miraron de nuevo a Giorgio Luzzi.

–No sabría responderle –dijo el inspector después de unos segundos de silencio.

–Ni tampoco yo, al menos por el momento –respondió el capitán –En este momento no nos queda otra cosa que volver al edificio en el que vivía Santopietro y esperar recuperar alguna información.

–Esperemos que nos puedan resultar también útiles –añadió el agente.

–Ya –asintió Luzzi –ahora idos.

Zamagni y Finocchi se despidieron del capitán y salieron de la oficina cerrando la puerta.

El hombre abrió el sobre que había encontrado en la librería y sacó de él un folio de pequeñas dimensiones doblado por la mitad.

Leyó las pocas palabras que había escritas en el papel.

El mensaje era claro: había anotada una dirección en la que encontraría a Stefano Zamagni.

Aunque en el folio no había sido especificado, conectando aquellas informaciones con la llamada que había recibido cuando se encontraba en Sevilla, el hombre comprendió que Stefano Zamagni tendría las horas contadas gracias a él.

Esta vez, sin embargo, a diferencia de las anteriores, su cliente pretendía algo más: en el papel estaba anotada la hora de la muerte.

El hombre volvió a doblar el folio, lo volvió a poner en el sobre y puso todo en un bolsillo de los pantalones.

Un nombre, una dirección y un hora... ¡es realmente inteligente!, pensó el hombre. A primera vista parece un mensaje sencillo, casi banal, y sobre todo inocuo. Nadie lo sabría descifrar por lo que es en realidad.

En el interior del sobre había también una nota adhesiva: era el aviso de llegada de un repartidor con una segunda fecha para una nueva entrega.

El resto de la jornada transcurrió sin problemas de ningún tipo. Una tarde tranquila seguida de una velada también tranquila.

Se fue a dormir cuando faltaban poco menos de veinte minutos para medianoche.

Todavía tendría algunos días de descanso antes de ese trabajo, así que hizo las cosas con calma, consciente de que podría permitirse trasnochar si hubiese querido.

El inspector Zamagni y el agente Finocchi volvieron al edificio en el que había vivido Daniele Santopietro cuando ya habían pasado las cinco de la tarde.

Su intención era la de conseguir hablar con la familia que ocupaba en este momento el apartamento que había sido habitado anteriormente por el criminal y, si fuese posible, recolectar el mayor número de información entre los otros vecinos, en particular modo de los que habitaban en ese edificio en el mismo período en que había estado Santopietro.

Como habían sabido con antelación por otro vecino, la familia que habitualmente ocupaba el apartamento donde había habitado Santopietro estaba allí desde hacía pocos años. Zamagni y Finocchi tuvieron la oportunidad de hablar directamente con el marido y la esposa mientras que, en ese momento, los dos hijos se encontraban fuera de casa, y los dos cónyuges pudieron sólo confirmar de no ser de gran ayuda. Esto también porque, en aquella época, compraron el apartamento a través del anuncio de una agencia inmobiliaria y, por lo que sabían del ex propietario, se había perdido la pista. Se rumoreaba que se había transferido al extranjero, probablemente a Australia con unos parientes, pero, aunque la policía hubiese removido Roma con Santiago, no estaba garantizado poder encontrarlo porque se trataba, de todas formas, de un hombre muy anciano que podría ya haber muerto a causa de su edad avanzada.

Como era habitual, el inspector preguntó a los dos cónyuges que le informasen si por casualidad se acordaban de algún detalle que podría ser útil para la investigación en curso, así que interrogaron de nuevo a otros vecinos, consiguiendo hablar, de esta manera, también con Mariano Bonfigioli y la mujer y con una pareja de ancianos que no estaban presentes durante su anterior visita al edificio.

De esta forma se enteraron de que, posiblemente, en el período en el que Santopietro habitaba en aquel edificio, se hicieron algunos trabajos en el hueco de la escalera, que habían creado no poco disgusto entre los vecinos mismos. Por lo que recordaban los vecinos interpelados, durante esas labores se instalaron algunas videocámaras que a continuación fueron desactivadas pocos meses más tarde.

El motivo de la desactivación, por lo que había dicho el administrador, era el excesivo coste del mantenimiento del servicio.

–¿Podemos conocer el nombre del administrador? –preguntó Zamagni.

–Se llamaba Dante Tarterini –respondió el marido –pero creo que ya no ejerce la profesión. Creo que se ha jubilado. De todas formas, no es ya el administrador de este edificio. Ahora lo lleva Pierpaolo Maurizzi.

Zamagni y Finocchi le dieron las gracias a los vecinos por el tiempo que les habían dedicado y se despidieron, recordando que cualquier noticia aparentemente digna de ser recordada sería bienvenida para la investigación que estaban llevando a cabo.

VI

Al día siguiente, después de hacer el balance de la situación con el capitán Luzzi con respecto a la investigación sobre el pasado de Daniele Santopietro, Stefano Zamagni y el agente Marco Finocchi se fueron a ver al administrador del edificio en el que el criminal había vivido durante un cierto tiempo, antes de desaparecer en la nada.

Después de una llamada telefónica para saber si podrían pasar para tener una pequeña charla, los dos policías se presentaron en las oficinas del estudio del administración Maurizzi y fueron recibidos por una empleada que les hizo sentar a la espera de que el administrador estuviese libre.

–Serán sólo unos pocos minutos –explicó la mujer y la previsión fue correcta.

–Encantados de conocerles –les saludó el administrador –¿A qué debemos vuestra visita? A parte de los controles rutinarios de la Guardia di Finanza1 nunca me había ocurrido que en nuestras oficinas llegasen las fuerzas del orden por otros motivos.

El inspector Zamagni explicó que su visita tenía que ver con el edificio que ellos administraban desde hacía años, luego, cuando él y el agente Finocchi se encontraron en la oficina del administrador, pasó también a contarle los detalles.

–Me deben perdonar, pero han pasado más de diez años desde los hechos que me estáis contando –dijo el hombre –y, realmente, no me acuerdo exactamente de este detalle con respecto a la instalación de tele cámaras. Imagino, de todos modos, que se haya tratado de una instalación a raíz de una asamblea y debido a motivos de seguridad.

–¿Tiene una forma de comprobarlo? –preguntó Zamagni.

–Claro, pero necesito unos días –respondió el administrador –Debo recuperar la información del archivo y remontarme a diez años atrás.

–De acuerdo –le complació el inspector –Podemos darle dos días. ¿Cree que serán suficientes?

–Quizás es poco tiempo pero veremos qué puedo hacer.

Zamagni y Finocchi le dieron las gracias, a continuación abandonaron el estudio de administración y volvieron a la calle.

Esa tarde, el administrador comprobó la documentación del edificio en cuestión y, cuando se dio cuenta de lo que le habían pedido los policías, se acordó de un detalle y llamó por teléfono con la esperanza de que aquel número de teléfono móvil estuviese todavía activo.

El regreso del inspector Zamagni y del agente Finocchi hacia la comisaría se vio frenado por un accidente.

Cuando transitaban por el inicio de la vía Saffi, los dos policías vieron un atasco y se pusieron a la cola.

Un poco más adelante se veían las luces intermitentes de una ambulancia y de un coche de la policía municipal.

A la espera de que el tráfico se desplazase en aquel punto, aunque fuese lentamente, una persona fue metida en la ambulancia y esta partió con las sirenas a todo meter justo después.

Por lo que se podía entender, un automovilista había embestido a un peatón en el paso de cebra y, en cuanto llegaron al lugar exacto del accidente, Zamagni se identificó con un agente de la policía municipal y le preguntó si todo estaba resuelto.

–El hombre que ha sido atropellado probablemente esté llegando a Urgencias del Hospital Maggiore en estos momentos –explicó el policía municipal –mientras que al automovilista le ha caído una multa, sólo para empezar, luego ya se verá cómo se desarrollarán las condiciones de la persona atropellada.

Zamagni le dio las gracias por la información esperando que todo concluyese de la mejor manera.

Dejando a la espalda el lugar del accidente, los dos policías llegaron a la comisaría y, después de explicar al capitán Luzzi el motivo de su retraso, comenzaron a ponerlo al día con respecto a su coloquio con el administrador Maurizzi.

–Sinceramente espero que estas búsquedas nos puedan llevar a la identificación de la Voz –admitió el capitán, asintiendo. –A veces se me ocurre pensar que pueden resultar inútiles e infructuosas pero, por otra parte, me doy cuenta de que no es fácil rastrear a una persona cuando las únicas referencias que tenemos son un criminal muerto y alguien que ha escuchado la Voz sólo por teléfono.

–Seguramente es muy difícil hacer una identificación –concordó el inspector –pero podemos usar sólo los datos que tenemos en mano, y son pocas, y luego los que consigamos obtener.

–Ya... bueno, ahora salid de aquí e id a descansar –les despidió Giorgio Luzzi. –Mañana será otro día y decidiremos cómo proceder.

–De acuerdo. Gracias.

Zamagni y Finocchi salieron de la oficina del capitán dándole las buenas noches.

El hombre tenía consigo la dirección del inspector Zamagni y así, poseyendo todavía un día antes de deber cumplir la petición de su cliente, fue a investigar in situ.

Avenida della Reppublica en San Lazzaro di Savena era una calle bastante frecuentada, por lo menos en las horas diurnas, con coches que iban y venían en las dos direcciones y peatones que la recorrían por las aceras y bajo los tramos de los porches.

Gracias a una rápida búsqueda en Internet había visto que la dirección que le interesaba se encontraba en la extremidad opuesta, cerca de vía Jussi, pero él, para hacerse una idea más precisa de la zona, entró en la calle por la parte opuesta.

Al principio vio un parque público a la derecha y varios negocios a la izquierda, luego los negocios se alternaban con edificios a ambos lados.

Vio también un bar, a primera vista bastante frecuentado, así que continuó por la carretera para llegar a su destino, más o menos enfrente de un supermercado de medianas dimensiones.

Atravesada la calle, que en aquel punto en el centro tenía también una placita peatonal alrededor de la cual discurría el tráfico rodado, el hombre llegó delante del número 96 y, poniendo cuidado en que nadie lo viese o de llamar la atención de posibles peatones, cogió el aviso de llegada del repartidor y lo pegó al panel de los timbres de aquel edificio.

En ese momento, volvió a la parte opuesta de la avenida della Reppublica y se apostó en un sitio desde donde podría tener una buena visibilidad del otro lado de la calle.

Al volver a su apartamento cogió el ordenador portátil, se conectó al sitio web de Youtube e hizo una búsqueda rápida. Entre los primeros resultados encontró aquel que le interesaba, así que cogió la pequeña grabadora de bolsillo, volvió a poner el vídeo y encendió la grabadora.

Después de unas cuantas tentativas, el hombre decidió que la grabación hecha era adecuada para el uso que debería hacer con ella.

Aquella noche, cuando volvió a casa, el inspector Zamagni encontró en el panel de los timbres un aviso de llegada por parte de un repartidor. Dándose cuenta de que no esperaba nada, se preguntó qué le habrían enviado y quién lo habría hecho.

En el aviso estaba señalada también una nueva fecha de entrega, dos días después a las seis de la tarde.

Tomando nota de la información y teniendo todavía en la cabeza la cuestión con respecto al remitente y el objeto que recibiría, el inspector subió las escaleras y entró en su apartamento sin saber que alguien lo estaba observando.

Durante la cena, el inspector miró el telediario y, entre todas las noticias, le llamó la atención especialmente la que tenía que ver con un accidente de tráfico ocurrido al comienzo de la vía Saffi en las que un hombre había sido atropellado por un coche.

Enseguida se percató de que era aquel con el que se habían encontrado al volver a comisaría.

–El hombre atropellado –había añadido el periodista –el día anterior había salido de prisión, donde se encontraba porque hacía exactamente un mes había atracado una joyería en vía san Felice.

VII

A la mañana siguiente, Zamagni y Finocchi, junto con el capitán Luzzi, intentaron hacer de nuevo un análisis de la situación de la investigación que estaban llevando a cabo, para comprender cuál podría ser el paso siguiente.

No tenían realmente gran cosa pero era seguramente algo más con respecto a cuando habían comenzado a asumir el control de los efectos personales de Daniele Santopietro.

–Entretanto creo entender que de esos objetos no conseguiremos sacar alguna información útil para nuestra investigación –comenzó a decir el capitán –¿no es verdad?

–Por lo que parece, así es. –asintió el inspector –el único objeto particular es aquel libro rojo con el botón en el interior de la cubierta. Luego está ese artilugio del que no sabemos todavía el uso.

–Comprendo –dijo el capitán –en cambio, los objetos que están dentro de las cajas que se encuentran todavía en tu escritorio parecen totalmente inútiles.

–Exacto –estuvo de acuerdo Zamagni.

–De acuerdo. Luego tenemos las tele cámaras montadas en el edificio donde Santopietro ha vivido durante un tiempo.

–Sí –confirmó el agente Finocchi.

–¿Sabemos algo más con respecto a estas? –preguntó Luzzi –me refiero por parte del administrador.

–Todavía no –respondió Zamagni –Le hemos dado dos días para obtener la información de la documentación que debe estar en el archivo de la oficina.

–Bien –asintió el capitán –Esto significa que mañana por la mañana volveréis a ver al administrador del edificio y, si todo va como debe, deberéis saber todos los detalles concernientes a esto.

–Exacto –dijo Zamagni.

Marco Finocchi hizo sencillamente un gesto con la cabeza, sin decir nada, para confirmarlo.

–Perfecto –continuó diciendo Giorgio Luzzi – Y mientras tanto, ¿qué pensáis hacer? ¿Tenéis alguna idea?

El inspector intercambió una mirada con el agente Finocchi y, por su lenguaje corporal, el capitán entendió que no tenían ninguna, por lo menos de momento, sobre cómo continuar con la investigación.

El hombre estaba reposando cuando sonó el teléfono móvil.

–Ha surgido un imprevisto –escuchó que decían desde la otra parte de la línea –Los detalles se encuentran al lado del rey, siempre en el mismo lugar –a continuación se interrumpió la llamada.

¿Qué había ocurrido de manera tan repentina?, se preguntó, luego, considerando que no estaba haciendo nada importante, salió corriendo para ir a dónde le habían dicho.

En cuanto llegó a la librería enfrente de las Due Torri, el hombre entró y se dirigió a la sección dedicada a la narrativa y buscó las novelas de Stephen King.

Pasó revista a todas las que había en la estantería hasta que vio algo que le llamó su atención.

Esperó el momento oportuno, unos minutos después, sin hacerse ver por ojos indiscretos, lo sacó con decisión y se encontró en la mano un sobre blanco como el que había hallado algunos días antes en la misma librería, pero en la estantería dedicada a las guías turísticas.

Por suerte tengo la mente abierta, de lo contrario ni siquiera yo habría comprendido las pistas.

Se metió rápidamente el sobre en el bolsillo de los pantalones, luego dio una vuelta rápida por el interior de la librería, de manera que pareciese un cliente normal, y salió de nuevo a la calle pasando delante de las cajas registradoras.

En cuanto llegó a casa, abrió el sobre y leyó el mensaje que había en su interior, escrito sobre un papel blanco.

Todos los mensajes escritos que recibía habían sido escritos con el uso de un programa de escritura, nunca a mano.

El mensaje era sencillo y perentorio: eran las indicaciones para llegar a una habitación del Hospital Maggiore de Bologna, junto con una fecha y una hora. La fecha era al día siguiente mientras que la hora era las doce del mediodía en punto.

El hombre volvió a doblar el folio y lo volvió a meter dentro del sobre, luego dejó todo encima de la mesa.

La segunda visita al administrador del edificio en el que había vivido Daniele Santopietro no produjo grandes resultados para el avance de la investigación.

A Zamagni y Finocchi se les dijo que la instalación de las tele cámaras a lo largo de las escaleras fue hecha como consecuencia de algunos robos en los apartamentos y que eso resultaba ser un normal medio de prevención para mantener la seguridad de los vecinos.

En cuanto entraron en la comisaría, le pasaron la información al capitán Luzzi que, después de haber asentido, quedó unos minutos en silencio pensando.

–¿Ideas? –dijo, finalmente –¿Habéis pensado cómo debemos actuar ahora?

El inspector y el agente Finocchi se intercambiaron la mirada, luego negaron con la cabeza.

–Efectivamente, esta información no me parece útil para el desarrollo de la investigación... –concluyó el capitán –por lo que se nos debe ocurrir alguna otra cosa.

Zamagni asintió.

–¿Podríamos conseguir hacer un análisis vocal? –propuso el agente Finocchi.

–¿Análisis vocal? –repitió Zamagni.

–Sí –confirmó Marco Finocchi –Esta persona que estamos buscando la hemos podido escuchar por lo menos en una ocasión, por lo que podría ocurrir de nuevo. Si la próxima vez que suceda nosotros estuviésemos preparados para registrar la llamada y la pasásemos a un experto en la materia, quizás nos sabría describir el perfil vocálico y quizás podría ser útil para obtener mayor información con respecto a esta Voz, sino incluso identificarla.

La propuesta del agente Finocchi parecía sofisticada pero el capitán comentó positivamente la idea.

–No deberías ser complicado conseguirlo –añadió.

–¿Y en el caso de que esta Voz no se escuchase de nuevo? –objetó el inspector.

–Mientras tanto podremos informarnos con respecto a esta posibilidad –respondió Giorgio Luzzi –por lo demás, nunca se sabe.

–O podríamos encontrar la manera de obligarlo a llamar –propuso el agente Finocchi –Cuando ocurrió en el pasado fue, por ejemplo, en ocasión de la resolución del caso ligado a la Asociación Atropos. ¡Incluso nos ha felicitado!

–Haría falta algo que lo hiciese sentirse... derrotado –admitió el capitán.

–¿Qué podría ser? –preguntó Zamagni.

–No lo sé –respondió el capitán. –Ahora, personalmente, no sabría decirlo.

VIII

El hombre llegó al hospital Maggiore y siguió las indicaciones escritas en el interior del segundo sobre que había encontrado en la librería para llegar a la habitación donde estaba ingresado su objetivo.

Desde lejos vio a un hombre de uniforme delante de la puerta. Policía.

No recordaba haber leído sobre este detalle, de todas formas se adaptó enseguida a la situación: retrocedió y fue a investigar entre los pisos hasta que, en una habitación de pequeñas dimensiones, encontró una bata blanca colgado de un perchero y se la puso encima apoyando alrededor del cuello un fonendoscopio que había en uno de los bolsillos inferiores.

En el bolsillo arriba a la izquierda había colgado un cartelito con el nombre del médico, el titular de la bata misma.

Rápidamente volvió al piso en donde había estado cuando había llegado a la estructura hospitalaria, luego, con maneras desenvueltas, dijo al agente que estaba plantado delante de la habitación que debería comprobar las condiciones del paciente que se encontraba en el interior.

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