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La Lista De Los Perfiles Psicológicos
La Lista De Los Perfiles Psicológicos

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»Su supuesto guardaespaldas, no es más que su chófer, de ahí que tuviese que sujetar mi mano sobre el picaporte con sus dos manos y no con una como correspondería a alguien fornido y acostumbrado a ejercer violencia.

»Usted, por ejemplo, lleva un traje demasiado elegante para unos zapatos tan desgastados por la suela, ni siquiera el puro que fuma es de importación, lo que me indica que viaja con frecuencia y que no le importa la calidad si no la utilidad de las cosas.

–¿Qué más? ―dijo el hombre del puro sentándose en el sillón del que se acababa de levantar.

–Está claro que me necesitan para algo que ustedes mismos no están cualificados, seguramente para que analice a alguna persona o que les diga si alguien es quien dice ser. Y venir a mí quiere decir, o que están muy desesperados o que no quieren que se sepa, ya que yo hace tiempo que no me dedico a esto, y por lo tanto nadie sospecharía de mí al respecto.

–¡Muy bien! ―dijo el hombre mientras miraba con atención el puro―. Tengo un pequeño problema y necesito su ayuda.

–No creo que sea pequeño, allanamiento, amenazas… cuando salga de aquí tendrá muchos más de los que se imagina.

–¡Todavía no ha aprobado! ―contestó el hombre que permanecía sentado fumando el puro.

–¿Aprobado? ―pregunté sorprendido.

–Para eso estamos aquí ―dijo el hombre que estaba obstaculizando la puerta del cuarto.

–¿Qué más sabe? ―insistió el hombre que fumaba.

–¡A ver!, por lo que veo, usted debe de ser una persona importante, pero no alguien político o empresario, ya que su compañero de la puerta le respeta tanto que no ha querido intervenir hasta ahora, y lo ha hecho con un tono de respeto, y no como una puntualización a sus palabras. Casi le tiene veneración como la que se tiene a un guía espiritual o un maestro.

–¿Maestro? ―preguntó el hombre que fumaba el puro incorporándose en el asiento.

–Bueno, así se denominaría ahora, pero sería mejor dicho Maestre ―dije con tono burlón.

–¿Qué le ha hecho llegar a esa conclusión? ―preguntó mientras se levantaba y dejaba el puro sobre la mesita donde se encontraba la lámpara.

–¡Cuidado con la mesilla! ―dije mientras me fui a acercar a la mesilla, cuando sentí que me detenía alguien por detrás, notando que me sujetaban los hombros.

–Responda a la pregunta ―dijo desde atrás el hombre que me estaba agarrando.

–¡Está bien! ―contesté con tono de protesta mientras me zarandeaba para soltarme―. Le ha delatado la marca de su dedo anular, que ahora está desnudo, pero en el que todavía queda la huella de llevar habitualmente un anillo de considerable tamaño, tal y como el de un obispo o similar.

»Pero usted no usa vestimenta amplia como ellos, ya que si no se sentiría incómodo llevando ese traje de buen tejido que tiene. Tampoco tiene señal en su cabeza de llevar un solideo cristiano o kipá judío, ni nada que se le parezca, por lo que la opción religiosa la he descartado.

»Además, tiene en el ojal de su chaqueta una diminuta pero inequívoca cruz octogonal de Malta, con sus ocho puntas rojas, también conocida como cruz de San Juan, para quien no lo reconozca pudiera ser un adorno más, e incluso confundirlo con el escudo de algún club de fútbol, o de una orden religiosa como la de Santiago, pero sin duda es la Cruz de Malta.

–¿Ha estado en Malta? ―preguntó el hombre mientras se miraba a aquel singular alfiler.

–Sí, hace tiempo, pero me gusta conocer los lugares a donde voy, sobre todo su historia, y la de este lugar era muy singular.

–¿Singular? ―preguntó mientras se recostaba y cogía el puro para seguir fumando.

–Unos caballeros, pertenecientes a la nobleza europea, exiliados de su destino, y recluidos en una isla, pasto de sus adversarios.

–¡No fue así la historia! ―rectificó algo molesto el fumador.

–Lo sé, pero su expresión corporal me ayuda a definir su perfil. Por lo que veo no es usted un ciudadano más de esa isla, sino un descendiente intelectual de aquellos maestres, y hasta me atrevería a decir que puede que también genético.

–¿Tiene eso importancia? ―preguntó mientras soltaba lentamente una bocanada de humo.

–¡Ajá!, es usted descendiente directo de uno de los Maestres del lugar ―afirmé categóricamente.

–Me sorprende su habilidad ―indicó el hombre levantándose de mi sillón―. En verdad es mejor de lo que creía, ¡está usted aprobado!

–¿Aprobado?, ¿y ahora qué? ―pregunté inquieto mientras veía venir hacia mí al hombre con el puro.

–Tengo tres nombres y tres destinos, todo está en esta carpeta, quiero un informe de cada uno de ellos, y me gustaría tenerlo para final de mes, ¡buenas tardes!

Dicho esto, me entregó una carpeta que no pesaba demasiado, y sin decir más salió de la habitación tras aquel hombre que le había estado custodiando. Dejándome en aquel cuarto ahora más iluminado por las luces del pasillo.

Todavía estaba perplejo por lo que me acababa de pasar, cuando me giré para preguntarles el motivo de aquel encargo, pero ya habían desaparecido del pasillo, cogiendo el ascensor del que minutos antes había salido yo.

En realidad, que conocía mucho más de la historia de Malta de lo que había expresado, pero quería ver su reacción ante una media verdad para saber si aquella persona lo sabía también o no.

Una historia extraordinaria que comenzó hace miles de años, pero que tuvo su apogeo con una decisión política de Carlos I de España y V de Alemania, quien tras tener noticias de la derrota que había sufrido la Orden de San Juan en la isla griega de Rodas a manos de los otomanos, les permitió situarse en una pequeña isla, la más al sur del mediterráneo, pero que era punto estratégico, ya que era la puerta de acceso entre Europa y África.

A cambio de su cesión todos los años desde entonces y como forma de reconocer aquel acto, los caballeros de la Orden de Malta deben de entregar como tributo el conocido como Halcón Maltés.

Tierra de pescadores que vio cómo se transformaba su orografía en un puerto sin igual, convertido ahora en centro comercial y religioso. Donde acudían de todas las grandes fortunas de Europa a contribuir en construir lo que sería el mayor bastión de la historia de su época.

Una isla llamada a destacar por sus artes y sus avances en la medicina, a donde acudían para estudiar e instruirse los aspirantes a caballeros. Todo ello auspiciado y sostenido por las casas reales europeas, que veían florecer aquel pequeño lugar.

Pero no era sólo un aporte benéfico y desinteresado el que realizaban desde las monarquías europeas, desde que se instauraron en la isla tuvieron que hacer frente a todo tipo de piratas y vividores que trataban de hacerse con los botines que provenían de África.

Los siempre leales caballeros mantenían las aguas limpias de impíos, y protegían las valiosas mercancías que cruzaban por sus aguas.

Lugar deseado y temido al mismo tiempo. Baluarte de una estirpe de caballeros, se dice que descendientes de los propios cruzados que fueron a Tierra Santa.

Al respecto empieza a confundirse la realidad con la ficción. La tradición quiere resaltar la majestuosidad de aquellos caballeros, indicando que eran guardianes de grandes tesoros que acumulaban con recelo, e incluso que eran poseedores de reliquias que se habían traído de Tierra Santa, entre ellos, la más preciada, el Santo Grial.

Pero bueno, eso puede ser o no, ya que han sido tantos los lugares que se han autoproclamado poseedores temporales de esta majestuosa reliquia, que es imposible saber la verdad.

Si hubiese tenido más tiempo para intercambiar información con este Maestre, seguro que me hubiese podido aclarar esta y otras cuestiones, que todavía hoy rodean de misterio las míticas figuras de unos hombres tan valerosos e ingeniosos que fueron capaces de detener el avance de las temidas hordas de Sülleyman el Magnífico.

Un personaje del que realicé uno de mis análisis de perfiles psicológicos, tal y como hice con otros grandes de la historia como Napoleón I, o el propio Alejandro Magno, pero que, por su lejanía en el tiempo, apenas pude recabar más que anécdotas sueltas, ya fuesen de sus súbditos resaltando las bonanzas de su figura, o de sus adversarios, contando lo cruel y despiadado que era.

Algo que me hizo decantarme por personajes más próximos en el tiempo, donde existiese documentación e incluso algún escrito realizado por la propia persona. De esta forma, me era más fácil acercarme a la verdadera personalidad, y descubrir cuáles eran sus ambiciones, deseos y anhelos, pero también qué era aquello que temía y evitaba. Ya que, por nuestra naturaleza, no sólo nos movemos por aquello que queremos sino también para evitar lo temido.

Cerré la puerta de la habitación y me dirigí al dormitorio, donde me senté pensativo en la cama, “¡Qué situación más rara!”, me dije, si ya había sido extraña la tarde, esto ha sido la guinda del pastel.

Abrí aquel sobre y extendí su contenido sobre la cama, eran tres montones de papeles con un gran clip sujetando a cada uno, cogí el primero y para mi sorpresa era el currículo de un joven de veinte años, con información sobre dónde había estudiado, qué práctica profesional tenía y los puestos a los que aspiraba.

En un segundo folio, de ese mismo montón, encontré su partida de nacimiento, con los datos del día, hora, y lugar de nacimiento, datos de la madre, y nombre del hospital.

En un tercer folio, había un mapa de la ciudad de Nueva York, y grapado a este, un billete de avión.

Lo examiné con cuidado y me di cuenta, para mi sorpresa, que era para un vuelo a mi nombre para el próximo lunes, “¿cómo?”, me pregunté asombrado, “¿y si no hubiese aprobado esta prueba?”.

“¿Ya está?” ―exclamé al comprobar que no había más información ni sobre esa persona, ni sobre lo que debía de hacer al respecto.

Lo más importante a la hora de realizar un perfil es, precisamente tener cuanta más información mejor, sobre todo si es de primera mano, de algún familiar o amigo próximo o de la propia persona a analizar, y con esta escasa información lo más que podría tener para un descriptivo muy general.

Ojeé los otros dos montones y tenía la misma escasa información, pero en esta ocasión era con un billete para París y otro para Viena.

“Bueno, al menos los lugares de destino no están mal” ―me dije tras observar que cada uno de esos billetes tenía una separación de una semana entre ellos.

Es decir, tenía que ir, encontrarme con la persona, analizarla, realizar un perfil y volver. Todo ello en el tiempo récord de una semana, ya que al lunes siguiente debía de hacer lo mismo en un nuevo destino.

No recuerdo haber viajado con tantas prisas, ni siquiera cuando tenía que acudir a los congresos científicos a los que iba para conocer las últimas investigaciones en mi materia; ya que me gustaba pasar unos días en la ciudad de destino para conocer sobre sus costumbres y tradiciones, pero esto es demasiado.

“Menos mal que entre París y Viena no hay mucha distancia, no me imagino qué hubiese podido suceder si llega a ser en Sídney, nada más que en el viaje perdería como mínimo dos días, uno de ida y otro de vuelta, pero, ¿para qué tendrán tanta prisa?” ―me preguntaba mientras recogía los papeles y los devolvía al sobre que me habían entregado, depositándolo luego sobre una mesa auxiliar que tenía en el dormitorio, cuando de repente.

–¡Abra la puerta! ―se escuchó con voz prominente.

–Abra o tiramos la puerta abajo! ―dijo otra voz con tono amenazante.

–¿Quién es? ―pregunté mientras me acercaba a la puerta del dormitorio.

–¡Abra!, he dicho ―repuso con tono autoritario.

–¡Váyanse o llamo a la policía! ―contesté cansado de tantas sorpresas para un día.

No había terminado de decirlo cuando escuché un gran estruendo, y una luz cegadora iluminó el dormitorio, y eso que tenía la mano en la puerta para cerrar y aislarme así del resto del cuarto, pero no me dio tiempo.

Sentí un fuerte pitido en los oídos. Me había cegado los ojos que me lloraban, y apenas podía respirar, era una sensación tan desagradable que casi no podía pensar en lo que estaba sucediendo.

–¡Siéntese!, ¡siéntese! ―dijo alguien mientras evitaba que me tambalease de un lugar a otro.

–¿Me escucha? ―preguntó en voz muy alta, pero al que apenas escuchaba pues tenía la cabeza como embotada, como si me fuese a estallar.

–Espere que se le pasará, ponga la cabeza entre las piernas y relájese ―decía alguien al que apenas entendía.

No sé el tiempo que había pasado, pero no recuerdo una situación tan desagradable que hubiese vivido en los últimos años. Era como si todo me doliese, pero a la vez me apretase y quisiera desprenderse de ello. Tenía calor y frío al mismo tiempo, y a pesar de abrir los ojos de vez en cuando, sólo veía manchas de claroscuro.

–¿Está bien? ―conseguí escuchar tras un momento.

–¿Quién? ―acerté a preguntar, sin poder ver nada todavía.

–Es sólo una granada aturdidora, ¡no es para tanto! ―respondió una segunda voz con tono sarcástico.

–Una granada, ¿están locos? ―dije molesto tratando de levantarme, cuando me di cuenta de que tenía algo que sujetaba mis manos juntas.

–Cálmese y procure no levantarse, está detenido y lleva bridas de plástico en manos y pies a modo de esposas.

–¿Esposado?, ¿qué he hecho? ―pregunté tratando de frotarme los ojos, para ver si conseguía ver algo.

–¿Qué no ha hecho querrá decir? ―preguntó ese que utilizaba el sarcasmo como forma de hablar.

–¿Le parece bien cargos por obstrucción a la justicia y pertenencia a organización sospechosa de blanqueo de dinero? ―afirmó la voz autoritaria.

–¿Pertenencia a qué…?, yo trabajo sólo ―contesté sin saber a qué se referían.

–¿Y esto?, ¿está preparando sus próximas vacaciones? ―preguntó con tono sarcástico.

–¿El qué? ―pregunté tratando de limpiarme los ojos para ver, aunque todavía tenía la visión borrosa.

–Nueva York, París, Viena… ¿a qué va allá?, ¿de vacaciones? ―volvió a preguntar con sarcasmo.

–Me han hecho un encargo ―contesté sin entender qué podía tener de malo aquello.

–Muy bien, siga cooperando y se le reducirá la pena ―afirmó quien hablaba con tono autoritario.

–¿Pena?, ¿qué pena? ―pregunté sin saber siquiera con quién estaba hablando.

–¿No creerá que vamos a llegar a un acuerdo para exculparle?, para eso necesita mucho más que su testimonio, requeriríamos llegar hasta la cabeza de la organización.

–¿Qué organización?, ¿qué cabeza? ―pregunté confuso pues no conseguía entender a qué venía toda esta situación.

–No se haga, la cabeza, el máximo dirigente, ese al que llaman Maestre ―dijo el sarcástico.

“¿Maestre?” ―pregunté para mis adentros, tratando de atar cabos en el poco tiempo que había conseguido recuperarme―. “Estos están buscando a los que acabo de hablar”.

–No conozco ningún Maestre ―afirmé categóricamente para observar sus reacciones.

–Sí, seguro, entonces nos habremos equivocado. Llevamos meses tras su pista, y por fin cuando llega a la ciudad, ¿a que no sabe lo que hace?, verse con usted y coger el primer vuelo de salida. ¿no le parece sospechoso? ―preguntó con rin tintín.

–Pues la verdad es que no, puede que tuviese prisa ―contesté con el mismo tono de burla.

–Entonces, ¿confirma que le conoce? ―dijo la voz autoritaria.

–Yo no he dicho eso ―repuse confuso por su afirmación.

–Acaba de decir que no conocía a ningún Maestre y ahora dice que tenía prisa, está claro que le está intentando encubrir, ¿por qué? ―preguntó la voz autoritaria.

Me llevé las manos a la cabeza, y dije rápidamente:

–Quiero un abogado, no diré nada más si no es delante de un abogado, conozco mis derechos.

–No somos policías, ni tan siquiera de Hacienda, somos de Seguridad Nacional, y está usted en un gran problema. Esa gente a la que defiende es sospechosa de muchos delitos, tráfico de influencia, lavado de dinero, tráfico de personas… y la lista sigue y sigue, en realidad hacen lo que quieren, cuando quieren y donde quieren ―afirmó aquel hombre enchaquetado que portaba un arma en su mano y que hablaba con tono autoritario.

Por fin conseguí ver con claridad mientras mi mente se despejaba. En el cuarto había seis personas a parte de mí. Estos dos enchaquetados que eran los que hablaban y otros cuatro vestidos con chalecos antibalas y cascos, portando metralletas, esas que son de tamaño reducido, tal y como llevan las fuerzas de intervención rápida en casos de secuestro o similares.

Pero en esta ocasión era yo la víctima y ellos los secuestradores, al menos eso parecía por la proporción de seis a uno, y porque todos estaban armados menos yo.

–¿De qué cuerpo han dicho que son? ―pregunté recordando que en ningún momento me habían leído mis derechos.

–No se lo hemos dicho ―afirmó el que debía de dirigir que hablaba con voz autoritaria.

–No sé lo que quieren, pero les aseguro que se han equivocado de persona ―insistía así en mi inocencia.

–¿Y estos billetes? ―preguntó el segundo enchaquetado que agitaba nervioso su arma como si fuese a disparar al techo, a la vez que me mostraba los billetes de avión de la documentación que apenas hace unos minutos había recibido.

–Es un encargo, ya se lo he dicho.

–¿Tiene que llevar algo?

–No.

–¿Tiene que recoger algo?

–No.

–¿Entonces a qué va? ―preguntó el enchaquetado nervioso mientras me tiraba los billetes sobre la cara.

–A realizar un perfil de estas personas.

–¿Un perfil?, ¿nos toma el pelo?, ¿cree que alguien que está buscado internacionalmente se molestaría en dejarse ver para encargarle un perfil?, ¿nos toma por tontos? ―preguntó molesto dejando su tono irónico.

–Yo no sé de él, ni lo que hace ni lo que no hace, sólo les digo que me ha hecho este encargo.

–¿Y cuánto le ha ofrecido?

–¿Ofrecido?

–Sí, por el trabajo, ¿cuánto ha sido?

–Pues no hemos hablado de dinero.

–¿Cómo? ¡oye!, yo no puedo escuchar más tonterías, déjame que le saque la información a mi manera ―dijo el enchaquetado nervioso al otro enchaquetado que debía ser el jefe ―dame media hora con la puerta cerrada y cantará como un ruiseñor.

–Es la verdad ―dije mientras trataba de levantarme.

–¡Que no se levante!, le dije ―afirmó el autoritario mientras me apuntó con su arma entre ceja y ceja.

–¡Está bien!, ¡está bien!, me quedo donde estoy, pero les aseguro que es todo lo que sé.

–¿Para qué quiere esos perfiles?, ¿Quiénes son esta gente?, ¿objetivos?, ¿contactos?,…

–No sé nada, les he dicho todo lo que sé ―insistí mirando aquella arma que tenía a escasos centímetros de mi frente.

–Será mejor que sea así. Haremos lo siguiente, queremos que siga con el plan y que se entreviste con estas personas, y que realice su labor, y cuando vaya a entregar los perfiles intervendremos nosotros ―dijo el enchaquetado autoritario mientras con un gesto hacía salir a los demás de la habitación.

–¿Cuándo y dónde será la entrega? ―preguntó el nervioso, mientras los hombres armados con metralletas salían de la habitación andando hacia atrás.

–¿La entrega?, ¿qué entrega? ―pregunté viendo cómo el autoritario todavía no había bajado su arma.

–¡Los perfiles!, ¿cuándo y dónde tiene que entregarlos? ―preguntó el autoritario acercando aún más su arma.

–No lo sé, no me han dicho ―contesté tratando de ser lo más convincente posible.

–¿Nos quiere decir que alguien viene, le encarga algo, y no sabe si le pagará por ello, ni cuándo ni dónde tiene que entregar el resultado del encargo? ―preguntó con todo satírico el segundo hombre enchaquetado.

–¡Eso es! ―acerté a decir con voz entrecortada.

–Esto es increíble, nos está haciendo perder el tiempo, pero ¿cree que somos imbéciles? ―volvió a preguntar el hombre nervioso mientras deambulaba de un lado a otro del cuarto.

–Les he dicho todo lo que sé, ¿qué esperan más de mí?

–¡La verdad!, para empezar ―afirmó el hombre que tenía la pistola frente a mí con voz autoritaria.

–Se lo he dicho, una y otra vez. Llegó, me dio el encargo, me dio el sobre y ni siquiera lo había abierto hasta que no se había ido. Dentro encontré tres fichas de tres personas y tres billetes.

–Muy inteligente, es usted un correo ―afirmó el que tenía voz autoritaria mientras bajaba su arma.

–¿Un qué? ―pregunté confuso.

–Un correo, alguien que va a los sitios sin saber su destino, así si le atrapan no podrá informar de nada ―señaló con tono exaltado el hombre nervioso.

–¿Eso es bueno? ―pregunté sin saber si eso era una salida para aquella situación.

–No se crea que por eso se libra, es usted tan culpable como el resto, sólo que está menos informado ―afirmó el hombre autoritario mientras bajaba su arma.

–¿Entonces? ―pregunté viendo que la situación se estaba tranquilizando.

–Entonces usted va a cumplir con su labor, pero nosotros vamos a estar ahí, no le vamos a perder de vista. El problema es que está fuera de nuestra jurisdicción, y no tengo ninguna autoridad en estos países, así que le asignaremos un compañero.

–¿Un compañero? ―volví a preguntar sin saber a qué venía aquello.

–Será su perro guardián y nos dará buena cuenta de su actuación. Si se porta bien y coopera puede que le rebajen la condena.

–¡Otra vez con la condena! ―protesté ante aquella amenaza.

–¿No creerá que se va a librar? ―preguntó el nervioso mientras guardaba su arma.

–Mañana recibirá una visita, a partir de ahí tiene que hacer lo que le diga, ¿entendido?

–Sí, claro, entiendo ―afirmé mientras veía que el nervioso estaba recogiendo los billetes que había tirado.

–Por si acaso nos la quiere jugar nos llevamos los papeles con los billetes, su carné y su pasaporte, por cierto, ¿dónde está este?

–En la mesilla ―afirmé mientras extendía las manos unidas por una cinta plástica a modo de esposas.

Tras requisarme el pasaporte y cortar las ataduras me dijeron:

–Esto es como una operación encubierta, no debe de hacer ninguna tontería, ni nada que haga sospechar de nuestra presencia, colabore y todo irá bien.

Dicho esto, salieron del dormitorio, andando marcha atrás tal y como había visto hacer a los que portaban metralletas.

Después de un tiempo de respirar varias veces profundamente, salí del dormitorio y vi que en la puerta permanecía uno de los recepcionistas con la cabeza dentro del cuarto, pero sin entrar.

–¿Está todo bien? ―preguntó al verme salir del dormitorio.

–Sí, creo que sí.

–¿Qué ha pasado? ―volvió a preguntar.

–Una equivocación ―respondí tratando de situarme.

–Ellos me obligaron a abrir ―dijo con tono de disculpa.

–¡Está bien!, no se preocupe ―contesté mientras contemplaba el estropicio que habían hecho al entrar al asalto.

Salí del dormitorio y me dirigí a mi asiento donde solía sentarme a leer los periódicos y como si de una noche más se tratase, me dejé caer sobre el mismo. Mirando a mi alrededor me dije “¿dónde me he metido?”.

Y bajando la cabeza contemplé cómo sobre la mesilla de al lado, había todavía restos de puro de mi primer visitante.

CAPÍTULO 2. ELLA

El día había iniciado, como si se tratase de cualquier mañana. Apenas recordaba los detalles del ajetreado día anterior, aunque cuando me fui a echar mano a la cartera me di cuenta de que me faltaba mi identificación y rememoré lo sucedido la noche antes.

A decir verdad, no conseguía acordarme de los detalles sobre esos agentes que habían entrado con sus armas, y que lo único que me habían hecho era amenazar y decir que me iban a meter en la cárcel. Ninguno de sus argumentos estaba justificado, y sus modales no me parecieron demasiado profesionales.

En cualquier país civilizado que se precie, se necesita una orden judicial para irrumpir en una casa, y ¿a qué venían tantas armas?

Cerré mi cartera y me terminé de vestir cuando salí al pequeño hall de mi cuarto, donde aún quedaba algún objeto por el suelo, roto por aquellos agentes, de los cuales no recordaba bien a qué rama del gobierno habían dicho que pertenecían.

Recogí un maletín que utilizaba para llevar algunos libros, y miré la hora del reloj, “si me doy prisa todavía puedo coger el tren de las 7.00 a.m.”.

Dicho esto, salí de mi habitación de hotel de forma acelerada, cuando de repente, observé apoyada en una de las paredes próximas al ascensor a una mujer vestida de chaqueta negra y falda plisada roja.

–Buenos días ―la dije entendiendo que era una cliente más del hotel.

–¿Buenos días?, ¿es así como trata a sus clientes? ―respondió con tono de desdén.

–¿Cliente?, debe ser un error. Nunca he atendido a nadie aquí. Si tiene una cita haga como el resto, vaya a mi consulta, de hecho, estoy saliendo para allá.

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