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90 millas hasta el paraíso
90 millas hasta el paraíso

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Al cabo de un segundo esta se abrió y ante Lázaro apareció en toda su belleza la pelirroja Magda von Trippe, nieta del entrado en años Miljelen Calan.

Poseyendo una cantidad de “atributos”, Magda no era famosa por su belleza. La ropa interior de color turquesa, que llevaba puesta después de tomar el baño espumoso, no podía ocultar los matices de su constitución idiosincrásica. No se puede decir que ella sea fea… Desprovista de gracia femenina, sí. Más bien deportiva que hombruna. Y de ninguna manera era repugnante, lo que debía probar Lázaro ahora mismo.

Justamente así, ya que Magda midió al malhechor con una mirada inequívoca, cuyo significado Lázaro pudo evaluar estando ya en la habitación, en la cama. La muchacha alemana tomó la única decisión justa para sí, prefiriendo a la resistencia total a ese cubano de alta estatura y muy simpático, una capitulación activa…

Como se habría alegrado por la nieta Miljelen, que en el declive de la vida se aficionó seriamente a Sigmund Freud y sospechaba en Magda inclinaciones lesbianas. Lo que se refiere a la niña todo estaba en orden, y este resultado se hizo el resumen de todos sus esfuerzos titánicos en la rehabilitación psicológica, no demandada ni siquiera entre los alemanes turcos, Magda von Trippe.

Cuba es un país maravilloso donde la gente es jovial, sociable. Ellos bailan por doquier la salsa, el merengue y el reggaetón, siempre están contentos para ti. No les eres indiferente. Siempre quedan agradecidos por una propina. Y si no les ofreciste mucho dinero, sus sonrisas francas no se hacían menos deslumbrantes. Y esto, en realidad, está estrechamente ligado con la avaricia de Miljelen respecto a los criados.

En comparación con el Marmarís turco, donde Miljelen Calan pasaba todas sus vacaciones con la difunta Greta, los balnearios cubanos podían darles a los turcos cien puntos de ventaja. Las mulatas y mestizas, atractivas física y sexualmente, iban y venían por todos lados, y las autoridades y, lo más importante, los varones locales, de manera demostrativa, se tapaban los ojos contemplando sus cortos amores con los extranjeros. La verdad es que la policía se los tapaba con pequeños billetes en pesos convertibles. Una nadería en comparación con las costumbres de la Porta aliada.

Los turcos no son tan hospitalarios. Se portan sin ceremonia en sus pretensiones importunas a los turistas, y su religión es demasiado severa respecto a las mujeres. La cuestión es otra si hablamos de la santería cubana con su panteón de dioses, con collares de diminutas conchas marinas y semillas de árboles “sagrados”.

La admiración de Miljelen por los dioses paganos, que se asentaron en un país de católicos merced a los descendientes de los esclavos, traídos de la costa occidental de África, se explicaba fácilmente… En la época del régimen de Hitler, siendo joven Miljelen, ingresó en las Juventudes Hitlerianas, donde entre los niños se cultivaba la lealtad incondicional al Führer del Reich Germánico, la fe en la superioridad racial de los arios y el respeto piadoso al culto nórdico de Odín, el que encabeza el panteón de los dioses paganos.

Desde aquel entonces transcurrieron años y años, pero pocos son los individuos que pueden cambiar radicalmente su propia cosmovisión. Hasta bajo el influjo permanente de los golpes del destino. En cuanto a Miljelen, su nacimiento en la patria del gran teólogo Martín Lutero no le impedía amar abnegadamente al señor del país de los Nibelungos, al Rey Sigfrido, decantado por los “escaldas” a la guerrera Krimilda2 y Odín3, como ahora lo veía tan parecido al Ayaguno cubano, el dios de la guerra.

Valiéndose de los rumores que llegaron a oídos del señor Calan, el propio Fidel se encontraba bajo la protección del dios más fuerte de las dieciséis encarnaciones de Obatalá, ídolo supremo de la santería. Justamente por eso a él no le dañaban las balas, ni los complots, ni las maldiciones, el pueblo lo idolatraba, a pesar de la indignante pobreza. No es extraño, Miljelen Calan no era el primero que imaginaba a Castro, ateísta dubitativo, como adepto de su culto.

La necesidad en la mistificación se ha unido en el alma del alemán con el abecé del análisis psicológico, después de ser leídas las primeras diez páginas del grueso tomo de Freud. La obra completa “Interpretación de las visiones” él no pudo “tragársela”, aunque lo leído resultó ser suficiente para que Miljelen se creyera ser un innato psiquiatra, al descifrar los deseos escondidos de la propia nieta.

En Cuba el alemán podía ayudar a Magda y el riesgo apenas serían cincuenta euros. En la playa don Calan contrató a uno de los gigolós locales, con zarcillos en los dos lóbulos. El muchacho se llamaba Guillermo y le ordenó que al atardecer se presentara en la habitación de su chica como si fuera un masajista para demostrarle de manera convincente todas las ventajas de la esencia masculina. Miljelen le suministró con aversión un condón, y así Guillermo adquirió un especial artículo de goma.

El abuelo avisó a Magda acerca de la visita de un mago–relajador. Debido a eso, se preparó minuciosamente, literalmente dicho, se lavó con fragancias. El abuelo era tan delicado que previamente comunicó sobre su intención de ir a una excursión a La Habana nocturna. Eso significaba que ella se quedaría con el mago Guillermo tête-à-tête. ¿Quería ella aprovechar la situación? Naturalmente…

Antes de que llevara al cubano a la cama, Magda le quitó al huésped, enmudecido y tomado por sorpresa, el sombrero de paja, de donde comenzaron a caer ciertas prendas, entre estas, el agua de Colonia y el portamonedas del abuelo. Y la videocámara… “El macho” la pudo coger al vuelo y cuidadosamente la volvió a colocar en el puf con las palabras:

– Bitte, danke schön. Hard life und I am sorry… Das ist total en mobilizationen4            A lo que Magda le contestó:

– “¡Cuba libre! ¡Hasta la victoria siempre!”, dejó a Lázaro en calcetines, de paso se quitó la ropa interior, y como por encanto, por la ironía del destino, la tiró directamente en el cilindro del sombrero.

Una vez desnuda completamente la alemana, Lázaro concibió que el ser, que apareció de repente del cuarto de baño, era del género femenino. En primer lugar. En segundo lugar, no tenía la intención de armar un escándalo por su incursión delictiva. Tercero, es que lo quería claramente…

De parte del muchacho no había ni deseo siquiera, pero el miedo a veces hace maravillas…

Acabado el asunto, se vistió apresuradamente, se cubrió la cabeza con el sombrero y se precipitó por el pasillo a la escalera, maldiciendo al cómplice de Julio César y a la ninfa pecosa, tan ávida al amor.

No pasó un minuto siquiera y, ante la extendida y desnuda, llena de gozo y placer, Magda von Trippe, se presentó en las puertas abiertas el verdadero Guillermo. Se puso a cumplir de manera imperturbable sus compromisos pagados, lo que de ninguna manera desalentó a Magda. Todo lo contrario, la obligó a creer en la existencia del paraíso en la Tierra y la convenció de que este se extendía en el territorio de la Isla de la Libertad.

Guillermo quedó contento de sí mismo y del condón ahorrado…

El abuelo volvió tarde, cuando los dos pseudomasajistas ya habían hecho los servicios a la nieta. La puerta abierta con una ganzúa le hizo originar malas ideas y pensamientos, los cuales los compartió con su niña. Solamente ahora Magda pudo recordar la extrañeza en la conducta del primer “masajista”. Le narró al abuelo sobre su torpe intento de robar la videocámara y, habiendo examinado sus prendas, declaró sobre la desaparición de un brazalete de oro, el regalo de sus padres con motivo de la mayoría de edad.

– ¿Qué apariencia tenía este joven? – Miljelen preguntó severamente.

– Magnífica… – respondió Magda, y se puso a gimotear como una niña.

El abuelo escupió con rabia en el piso y, habiendo descolgado el teléfono, pidió al guardia en la recepción que llamara a la policía para declarar el hecho de un robo con allanamiento.

Los inspectores de policía, acompañados de los funcionarios del servicio de seguridad del hotel y un traductor, llegaron al cabo de treinta minutos. Ni hablar de operatividad en el caso citado.

Las declaraciones de Magda eran confusas y disparatadas. En estas no había lógica alguna. Ella reaccionaba de una manera no adecuada a las preguntas estándares de los investigadores, como si leyera en ellas un subtexto no explícito sexual. Miljelen Calan, contemplando tal actitud de la nieta, estaba dispuesto a cambiar su opinión negativa respecto a las lesbianas desde el último tiempo, rechazar al dios Odín a favor del cristianismo tradicional y quemar todos los libros de Freud, salvo aquellas diez páginas que había leído con tanta dificultad. Por fin, le llegó el turno y el alemán cabeceó de manera positiva, cuando le preguntaron si tenía algunas sospechas.

– Un barman con demasiado ahínco intentaba detenerme hablando por hablar. Su nombre… Parece que se llamaba Julio… Julio César. ¡Precisamente así! – Miljelen tomó la iniciativa de la investigación en sus manos – Él se irritaba artificiosamente cuando yo intentaba apartarme de la barra, se ofendía por la falta de atención a su palabrería. Y aún más, el barman hablaba mal de Fidel Castro y pedía con insistencia propina.

La suerte de Julio César estaba echada…


* * *


El botín de Lázaro constaba de un brazalete de oro y una ropa interior de color turquesa – una lencería con bordadura de encaje. Venía volando en su “Lada”, viejita, sexto modelo a la cita con Elizabeth      , camarera-vanguardista del hotel “Paraíso-Punta Arenas”, una feúcha de veinte y seis años, que sufría por la falta de atención de su ex marido.

Cárdenas es un pequeño pueblito. Decían que Juan Miguel se buscó una amante mucho antes de haberse divorciado de Elizabeth. ¡Se separaron y todo! ¿Para qué compartir un techo? La mujer dijo que él nunca la quería, simplemente se compadecía de ella. Siempre sentía el complejo de inferioridad de su misericordia. Hasta reconoció que él, Lázaro, le regaló la felicidad… Elizabeth realmente por primera vez sintió lo que era una pasión, sentir que era deseada, sentir ser una mujer, de la cual no se compadecen, sino que la quieren sinceramente…

Lázaro deseaba únicamente solo una cosa – lo más rápido posible conocer a los familiares de Elizabeth, que estaban residiendo en Miami. El tío de Eliz, su tocayo Lázaro le ayudaría en los primeros días de estancia allí, luego él solo se las arreglaría. La meta estratégica que era hacerse millonario, ya no parecía ser una quimera.

En lo que se refiere a Eliz, dicho sea de paso, su cuerpo no era tan malo. Cabe decir, Lázaro disponía de un pelotón entero de chicas como ella. Pero precisamente ahora Eliz lo excitaba mucho más que todas ellas juntas. En ese aspecto, Lázaro se asemejaba ser una ramera, la que goza del orgasmo viendo solamente los grifos de oro en el jacuzzi.

En opinión de Lázaro, el apego a su ex marido Juan Miguel y al hijo Elián llegaba al absurdo. En sus proyectos a Elizabeth se le destinaba el punto clave, y él, como una persona con instinto hipertrofiado de propietario, aguantaba a duras penas tal bifurcación. Sin embargo, él estaba más que seguro de que quedaba poco tiempo para compartir a Elizabeth con su ex familia. ¡Lo viejo será destruido para satisfacer lo nuevo!

El ladroncillo no podía concebir que el pasado estuviera formando el futuro, y a menudo lo estaba conduciendo. Los individuos de tipo aventurero menosprecian sus viejos pecados, no desean analizar sus erróneos modos de actuar. Creen que, al enajenarse del pasado, llegarán más rápido a la meta. Cuál es su sorpresa cuando al final del trayecto se encuentran con el pasado, esta inesperada cita conlleva habitualmente a resultados infortunados.

Yendo camino a la “amada”, Lázaro hizo una parada imprevista. Pudo ver una vaga silueta conocida en el senderito empedrado, al lado de la parte transitable.

– ¡Quién lo hubiera dicho, Dayana! – lo dijo en voz alta y apretó el pedal del freno. El coche se detuvo chirriando al lado de la chica, en el pecho de la cual colgaba una mochila con un pituso. El “Lada” traqueteó unos segundos y se paró espontáneamente. El chófer con dificultades hizo bajar el vidrio, se atrancaba la manecilla.

– ¿Y en esta chatarra llevas a turistas? – expresó con ironía la muchacha.

– Es que tú sabes – esto es provisional – sin salir del coche, Lázaro lo comentó entre dientes, estando irritado con su ruidosa chatarra, la cual no arrancaba de ninguna manera.

– En tu vida todo es provisional – continuó riéndose del ex coinquilino la chulona – Aunque una sola vez hubieras venido a visitar a Xavier… – suavizando un poco el tono lo pronunció Dayana con reproche. El pituso, al oír su nombre, balbuceó algo ininteligible.

– Para qué visitarle, si acabo de verle – lanzó esta réplica Lázaro despidiéndose, estaba contento de que el coche hubiera arrancado. Apretó el pedal del acelerador, sin lamentarse dejó atrás a su antiguo amor y no deseaba pensar en el destino del ser, en cuyas venas fluía su sangre.

Al llegar al hotel “Paradisus Punta Arena”, se reaseguró por si acaso – no hizo parar el motor. Quién sabe… Con odio iba recordando sus intentos infructuosos al fallarle la llave de encendido hasta que no hubo concebido el olor de una fragancia agradable y no hubo oído la tierna voz de Elizabeth. Ella ya había saltado al asiento delantero de su coche y cerró así la portezuela.

– Llegaste con diez minutos de demora – le susurró en su oído.

– Para eso hubo causas muy sólidas – murmuró Lázaro, cubriéndola con besos. Hasta en este momento, después de las “simultáneas”, que organizó la alemana llena de amor en el hotel “Siboney”, él la besaba con gran placer. Su afición venía impulsada por la comprensión de su completa superioridad sobre la criolla crédula, la que debería convertirse en un trampolín para su ascensión. Después le dirá “Adiós”, y no se pondrá a fingir su piedad hacia ella, asemejándose de tal forma a su ex prometido. Además, ella misma reconoció que la piedad solo humillaba a uno. La dejaría abandonada sin mínima compasión, en cuanto llegue la hora. Los millonarios deben tener un montón de criollas, mulatas y “chicas” de piel negra.

– Espera, aquí no – Eliz hizo parar a su héroe-amante. – La mucama Lourdes trabó un lío amoroso con un huésped – petrolero de Rusia. Alquiló un jeep y se fue con ella a las playas del Caribe, a Trinidad. Sin dificultad alguna podemos penetrar en su bungaló… – lo pronunció ella de una manera conspirativa, desapretando la palma de la mano y mostrando una llave magnética.

– Vamos – no había que persuadir a Lázaro, si se hablaba del sexo en apartamentos lujosos. De adueñarse de algo allí, él tampoco rechazaba esa idea. Verdad es que, yendo por el camino, Elizabeth pudo convencerlo de que no lo hiciera. Además, Lourdes le hizo un gran favor y ella no estaba acostumbrada a recompensar la bondad con una negra ingratitud. Él, a su vez, aceptó lo expuesto por la amante con pocas ganas.

Un rato después, ellos ya estaban en el lugar de destino. Realmente, sin ninguna dificultad, por el caminito secreto de su amiga pudieron pasar de largo la guardia por el senderito que llevaba al bungaló del hotel “Meliá Las Américas”.

Al entrar en la casa y viendo los enseres lujosos de sus habitaciones, Lázaro exclamó con amargura:

– ¿Por qué todo eso no es para nosotros?

– Es para nosotros, pero solo hasta las dos de la madrugada. Debo volver a Cárdenas para las dos, de otra manera, Juan Miguel no estará tranquilo – se puso a arrullar Elizabeth, acariciando con su mano las sobrecamas de seda de una enorme cama de dos plazas y echando una mirada “coquetona” a Lázaro.

–Así siempre ocurre lo mismo. En este país del diablo nos limitan en todo – en el tiempo y en la libertad de circulación – Lázaro se puso a cantar su vieja canción, arrimándose a Eliz.

– Esta “isla del diablo”, como te expresas tú – es nuestra Patria – repuso Elizabeth.

– Y yo voy a hacer el amor con un miembro activo de la Unión de Jóvenes Comunistas – observó irónicamente

– Además, muy activo – añadió Elizabeth mientras iba quitándose la ropa.

– Espérate – recordó de improviso el amigo. Ahora quiso especialmente hallarse inmerso en el pellejo de un oligarca real. Te he preparado una sorpresa, mejor dicho, serían dos verdaderas sorpresas. Quiero ponértelas, sin que esto sea aplazado para después y tiró a la desnuda Elizabeth una ropa interior de encaje de increíble hermosura. El color turqués de esta dejó asombrada a la joven mujer, la cual podía ver prendas semejantes solo en los cuerpos de ricas turistas.

– ¡Qué hermosura! – exclamó apasionadamente la joven, que saltó de la cama en un instante y se pegó al espejo. Volvió irradiando alegría, la talla le quedaba bien.

– ¿De dónde es esto?

– Ven aquí – la tomó de la mano y le puso en su muñeca un brazalete grande de oro con un capullo en forma de pétalos de una orquídea.

En esta ocasión el corazón avaro del “donante” se estremeció en el pecho. Él mismo se asustó de la generosidad que se adueñó de sí. No obstante, se tranquilizó ya que estaba seguro de que había elegido una estrategia infalible. Ahora la chica le haría todo, pidiera lo que pidiese. ¡Ya tenía garantizada la vivienda y el estatuto de fugitivo político en los EE.UU.!

Eliz quedó atolondrada, enmudecida.

– ¿De dónde los sacaste? – por fin, volvió a pronunciar algo.

– Yo sé que lo que tienes tú es mío – respondió el “héroe”, atrayendo a la amante y se apoderó de ella en una enorme cama llena de una concupiscencia vergonzosa. Sus cuerpos se deslizaban por la seda fina, haciendo el amor vicioso, sin recordar nada – ni de la Dayana rechazada, ni del apacible Juan Miguel, ni de los dos peques, uno de los cuales aún no ha experimentado los sufrimientos por tener la edad de dos meses, y el otro muy pronto debería enfrentarse a toda la maldad del mundo…

Frenado el instinto animal, Lázaro se extendió en la cama y extrajo de la cajita de nácar un cigarro “Hoyo de Monterrey”. Se puso a fumar contemplando el techo y reflexionando en voz alta:

– Mi padre toda la vida está trabajando duro, extrayendo el petróleo del pozo, pero nunca podrá permitirse tener tal bungaló. Hasta los rusos comprendieron que el socialismo es una bazofia. Sus petroleros están haciendo amor con todas nuestras chicas.

– ¿Y a ti, te faltan chicas? – interpuso Eliz.

– No hablo de eso. Es que antes de la revolución besábamos el trasero a los yanquis y ahora lamemos los talones de los europeos, canadienses y rusos. ¿Hay diferencia alguna? Los cubanos eran y siguen siendo pobres.

– En vano lo dices ¿Y la medicina gratuita, la educación, la tierra, dada a los campesinos? Si no hubiera existido el embargo de los norteamericanos, ahora viviríamos prosperando solamente a expensas de nuestros balnearios – comentó Elizabeth – Realmente ellos nos impiden hacerlo.

– ¡Qué bien te ha instruido la educación gratuita! – decía intranquilo Lázaro y continuaba opinando, sin sacarse el cigarro de la boca – ¿Para qué diablo lo necesito? ¿Para trabajar de camarera? ¿O lavar los platos de esos burgueses?

– No, para poder diferenciar a los jóvenes inteligentes de los groseros – Eliz reparó ofendida.

– No deberías ofenderte – expresó Lázaro valiéndose de un tono de reconciliación – Mejor dime: ¿qué tal te pareció la ropa interior?

– Probablemente, algo de este estilo le pidió que le comprara el joven Che Guevara a Chichita Ferreiro, su primer amor, cuando el futuro Comandante emprendió un viaje por América Latina – Elizabeth en un instante se derritió y continuó – ¿Nunca has oído hablar de esta historia? ¿No? Ahí la tienes… Ella le dio quince dólares y pidió que él le comprara un juego hermoso de ropa interior en Miami. La travesía no resultó ser nada fácil, no se dejó convencer por su compañero de viaje Alberto Granado en gastar esos quince dólares. Hasta en el momento cuando se rompió la moto, hasta cuando pasaban hambre, hasta cuando el Che sintió la exacerbación del asma, y Alberto exigió este dinero para adquirir medicamentos para el Che enfermo.

– ¿Y luego qué? – sonrió Lázaro

– Y luego le escribió que se cansó de esperarle…

– ¡Eso significa, que el compañero Che no llegó siquiera hasta Miami, como yo ya he hecho en una ocasión, y volveré a hacerlo una vez más! ¡El Che no le compró la ropa interior a su Chichita! – se reía Lázaro – ¡Yo la conseguí para mi chica, sin abandonar los límites de Cuba! Piénsalo bien, qué puedo traerte cuando llegue a Miami por segunda vez. Mejor sería si yo te llevara allí. Solamente ahí mis capacidades serán apreciadas. En Cuba no tengo ningunas perspectivas, no hay amplios horizontes… A propósito, ¿dónde metió el Che aquellos quince dólares?

– Parece que se los dio a una familia necesitada de inmigrantes políticos peruanos.                   – ¡Qué más se puede esperar de un fanático! Quisieron construir un paraíso sin dinero, crear una nueva persona, tomando las viejas materias primas. ¿Dónde están ahora los huesos de Che Guevara? ¡Se pudrieron en la selva boliviana! ¡Su cuerpo no fue inhumado siquiera!

– ¡No hables así! ¡Encontraron sus restos en Vallegrande, Bolivia y con honor volvieron a ser enterrados en Santa Clara! ¡Los hallaron al cabo de treinta años! – se indignó Elizabeth.

– Sí, he oído hablar que los indios bolivianos adoran al Gran Comandante no menos que nuestros comunistas – se expresó Lázaro. – Los habitantes de Santa Cruz y Vallegrande hasta quedaron amargados, cuando les quitaron a ellos los huesos…

– ¡No te atrevas! – le gritó Eliz.

– Tu misma empezaste sobre el Che tuyo – le reprochó Lázaro – Sabes perfectamente que a mí me hacen rabiar los cuentitos acerca de las hazañas heroicas de los guerrilleros. Mejor bajemos a la tierra. Sea como sea, aquí todo es más interesante. Y más aún – en Miami. Es que tú tienes ahí parientes. ¡Hay que largarse en esa dirección!

– ¡Tonterías! – resopló Eliz. – En Cuba me conviene todo. Tengo un trabajo estupendo en Varadero. No estoy necesitada de nada. Mi ex marido gana bastante bien…

– ¡Esposo! –un ataque de ira se apoderó de Lázaro – ¡Parece que nunca podrás olvidar a tu Juan Miguel!

– Déjate de celos. Los dos somos como hermano y hermana – lo decía excusándose la joven mujer.

– ¡Abre los ojos! ¿Él gana? – hablaba con histeria – ¡Él es cero! ¡Estarás metida un siglo en este pozo, sin haber visto el mundo! ¡Tú no cambiarás estos céntimos por un paraíso verdadero! ¡Solamente en los Estados Unidos seremos felices, vamos a tenerlo todo!

– ¿Es qué no hay mendigos allí? ¿No hay guetos? – no lo aceptaba la testaruda – ¿Allí no hay que trabajar? ¿Allí todos son ricachones y no hay camareras y lavaplatos? ¿Ellos mismos se autoservirán? ¿Los niños de la población de color van a los colegios prestigiosos a la par con los hijos de los millonarios?

– ¡Estúpida! – comenzó a refunfuñar Lázaro – ¡Seremos ricachones! Ganaré tanto dinero, que ni en sueños lo ha visto tu torpe maridito. ¡Estando aquí, lo ganaré en Cuba! ¿Sabes cuántas personas inteligentes quieren trasladarse hacia allá? ¡Miles! Yo les ayudaré. ¡Contrabando! ¿Has oído hablar de eso? El contrabando de cubanos. Mil dólares por cada uno que ha sido trasladado a Miami. Ganaré millones, y tú y yo vamos a vivir como en un cuento. Y no en este país olvidado por Dios, sino en un verdadero paraíso. ¿Lo has concebido?

Elizabeth sin hablar se quitó la ropa interior de color azul turquesa, luego el brazalete y se vistió, lo que enfureció finalmente a Lázaro. Apenas conteniéndose, este vociferó:

– ¿Me quieres humillar no aceptando mis regalos?

– Simplemente no sé qué voy a decirle a Juan Miguel, si él me ve luciendo tal ropa interior y llevando este brazalete.

– Amor mío – haciendo de tripas corazón, se puso a gorgorear Lázaro – no me complace de ningún modo que sigas viviendo bajo un techo con tu ex maridito, y posiblemente, debería resignarme a que él, hasta en estos minutos, te pueda contemplar en la ropa interior. En doce años de matrimonio ha podido verte hasta en aspectos mucho más quisquillosos. Espero que ahora no tenga tal posibilidad… Recuerda que he hecho un regalo de todo corazón. ¿Acaso, no te ha gustado? Es que esa ropa interior te queda muy bien, y llevando el brazalete pareces ser una reina española.

– Qué tiene que ver la reina… – Eliz volvió a derretirse. Echó una mirada al brazalete, pensando si hay fuerzas en ella para superar la tentación de no ponerse otra vez la hermosa prenda. Uno podía estar admirándolo infinitamente. Qué obra fina y delicada…

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