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Lenguaje escrito y dislexias
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Lenguaje escrito y dislexias

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En cambio, Miles y Haslum (1987), en otra investigación efectuada en 12.905 sujetos, concluyeron que los puntajes que obtuvieron en los test de lectura eran incompatibles con una distribución normal de este aprendizaje y que, por lo tanto, es adecuado usar “la palabra dislexia en un sentido firme” para referirse a este trastorno, ya que no corresponde al extremo inferior de un continuo de aprendizaje normal. También Newman, Wright y Fields, (1991), estudiando un grupo numeroso de niños de 8 años, consideraron válida la separación entre disléxicos y lectores atrasados. Encontraron que los disléxicos eran el 11% del grupo total. También otros autores de reconocido prestigio internacional, como Benton, Myklebust, Rourke, Galaburda, Critchley, Vellutino, Bakker, prefieren usar el término dislexia (Ver capítulo 2) y la Sociedad Británica de Psicología sugirió como definición de dislexia una deficiencia en la fluidez lectora, que se efectúa de manera incompleta o con gran dificultad (1999). Por otro lado, Shaywitz, Fletcher, Halahan y Shaywitz (1992) han rechazado la distinción de Rutter y Yule (1975), entre el retardo lector específico y el atraso lector general. Consideran que entre ellos hay una continuidad que no justifica un corte conceptual. En su investigación no encontraron entre ellos diferencias cualitativas, sino más bien en la intensidad del retardo de aprendizaje de la lectura. Según estos investigadores, lo que se denomina dislexia es el extremo inferior de un continuo en el aprendizaje del lenguaje escrito. Este término es aplicable a los niños con dificultades más intensas y con un pronóstico más incierto, independientemente de otras consideraciones. Además, la dislexia se caracteriza por presentar alteraciones más específicas, en especial en el procesamiento fonológico de la información y por ser independiente del CI. Una postura similar ha tenido Stanovich (1990), Catts (1989) y Kahmi (1992).

Las publicaciones de Vellutino y Scanlon (1996 y 2002) plantean que un criterio adecuado para diferenciar los niños con retraso lector de los disléxicos sería su respuesta a la intervención psicopedagógica. La investigación de Vellutino y Scanlon (1996) mostró que dos tercios de un numeroso grupo de niños con retraso lector inicial superó sus dificultades luego de una intervención intensiva, diaria efectuada por especialistas, mostrando que su retraso lector era más bien consecuencia de deficiencias metodológicas en la enseñanza. El tercio restante mantuvo sus déficits luego de dos semestres de intervención.

La mayor interrogante está en reconocer en la práctica psicopedagógica las diferencias entre dislexias y atraso para aprender a leer. El número de niños con dificultades iniciales para aprender es bastante grande, pero no todos ellos son disléxicos, ni tampoco tienen una evolución poco favorable en su aprendizaje. Es probable que gran parte de este desacuerdo provenga que el término dislexia tuvo un origen clínico, pero que su manifestación es escolar y social. Los enfoques psiconeurológico y pedagógico, abordan aspectos diferentes del aprendizaje lector, lo cual hace difícil una concordancia en los resultados de las investigaciones.

Una investigación comparativa realizada por Badian (1994) entre niños disléxicos y niños con atraso lector por causas variadas (“garden variety poor readers”), de 8 años, tuvo por objetivo buscar diferencias entre ellos en los procesos cognitivos involucrados en el retardo para aprender a leer. Encontraron que los disléxicos tenían un rendimiento más deficiente en los procesos fonológicos que los niños con atraso lector de origen variado. También tuvieron mayor debilidad en las tareas de procesamiento visual ortográfico. Proponen definir las dislexias como “una debilidad significativa en el reconocimiento de las palabras y en la lectura de no-palabras, acompañadas con déficits, tanto en el procesamiento ortográfico, como en el fonológico, que se manifiesta en un fracaso en el reconocimiento visual automático y en la recodificación fonológica de los estímulos gráficos”. Esta última característica es compartida, aunque en menor intensidad, por los niños con atraso lector de origen variado.

Vellutino, Fletcher, Snowling y Scanlon (2004) publicaron un artículo cuyo título refleja esta similitud entre los términos “dislexia” y “trastorno lector específico” y hacen una revisión de las últimas cuatro décadas de estudio sobre este tema. Expresan que “la lectura puede definirse como el proceso de extraer y construir significado de un texto escrito”. Es un proceso complejo que comprende dos componentes principales: la identificación de las palabras y la comprensión del lenguaje (escrito). Dislexia —o trastorno lector específico—, para ellos es definida como “un déficit básico en aprender a decodificar lo impreso”. Deslindan las dificultades disléxicas que se encuentran a nivel de la identificación de palabras, con los déficits que puede haber en comprensión del lenguaje. Ellos no hacen una distinción entre las dificultades de comprensión del lenguaje oral con el lenguaje escrito. El término dislexia —o trastorno lector específico— tiene que ver con deficiencias en la fluidez y seguridad de la lectura que afectan su comprensión.

Lundberg (1999) considera “dislexia” una alteración en aprender “el código del lenguaje escrito originado en un déficit del sistema fonológico del lenguaje oral” (p. 10). Expresa que esta definición excluye considerar el CI como un elemento para su definición, ni tampoco las variables emocionales o sensoriales. El punto principal de las dislexias es la dificultad para reconocer las palabras escritas. Desde otro punto de vista, Lyon, Shaywitz y Shaywitz (2003) la identifican como un trastorno específico del aprendizaje en contraste con un término más amplio de problemas del aprendizaje (“learning disabilities”). Las dificultades en el aprendizaje de la lectura es una categoría más específica, debido a las características cognitivas y neuropsicológicas observadas en los disléxicos. Especialmente el origen neurobiológico y una deficiencia en la identificación de los fonemas de las letras y sílabas y su asociación con su percepción visual ortográfica. Según Dehaene (2007) los niños disléxicos parecen sufrir principalmente de una representación imperfecta de los sonidos del lenguaje escrito lo que les dificulta su reconocimiento visual (p. 317). Este déficit afecta el reconocimiento de las informaciones temporales visuales y auditivas rápidas y en consecuencia, adquirir la fluidez y velocidad lectora.

En este libro consideramos como “dislexia a un desorden específico en la recepción, en la comprensión y/o en la expresión de la comunicación escrita, que se manifiesta en dificultades reiteradas y persistentes para aprender a leer. Se caracteriza por un rendimiento lector inferior al esperado para la edad mental, considerando el nivel socio económico y el grado escolar, sea en los procesos de conciencia fonológica y reconocimiento visual ortográfico de palabras, en la memoria verbal, la velocidad y fluidez, la comprensión lectora y su expresión escrita”.

Desde un punto de vista operacional, el criterio que hemos seguido en nuestras investigaciones para determinar los grupos de escolares para estudiar las dislexias, es que los alumnos con retardo en el aprendizaje lector tengan un rendimiento inferior al percentil 30 en lectura, después de segundo año básico. Enseguida, hemos considerado como disléxicos solamente a los que se mantienen en estos rangos inferiores del aprendizaje por un período superior a un año, luego de recibir algún tipo de ayuda pedagógica especial. Respecto a la edad mental, tomamos como límite inferior el CI 75, considerando que en los grupos de nivel socioeconómico bajo el promedio del CI es alrededor de 90.

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