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Las Sombras
Las Sombras

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-Es un dibujo en la pared –dice Sofía.

-¡Que va! Es un tipo –digo yo.

-No parece que se mueva –observa Luís mirando de reojo.

-Yo creo que es un dibujo –insiste Sofía.

-¡Ya está! No podía aguantar más.

-Ya habéis acabado, ¿no?, vamos a ver aquello de cerca, parece muy real –digo.

La confusión sobre lo que estamos viendo es debido a que aquel rincón se encuentra mal iluminado y a que nosotros estamos relativamente lejos como para distinguir lo que significa aquella sombra. Curiosos, nos acercamos. Sofía tenía razón, es un dibujo:

-¡Está chachi dibujado! –dice Luís –desde lejos parece un tío, ¿verdad?

-Sí, está dabuten, parece que está trepando, ¿no? –dice Ricardo acoplándose a la sombra y colocando manos y piernas en la misma posición que en la pared –desde allá y con esta piedra que tiene delante parecía que estaba meando. ¿Sabes dónde me gustaría estar ahora?

-No –contesta Luís.

-En Coruña, en la playa de Riazor. Allí he visto un dibujo como este.

Nada más pronunciar estas palabras desapareció. No había bebido tanto como para tener visiones y, si ni siquiera me había tomado el ácido, no podía ser una alucinación producida por él. Realmente Ricardo se había volatilizado. El resto de la banda se estaba riendo pues creían que todo era una broma del cachondo de Ricardo:

-Este tipo está colgado, ahora va y se abre –dice Sofía.

-Vamos a jugar unos chinos mientras se decide a venir, estará en algún bar; ¿qué nos jugamos? –pregunta Luís.

-¿Quién paga la próxima ronda si encontramos un sitio abierto?

-Guay.

Cuando están a punto de comenzar la tercera partida aparece por la esquina opuesta a la que nos encontramos, tan campante, como si no hubiera ocurrido nada, y yo estoy segura de que hace un momento lo vi esfumarse delante de mis narices:

-¡Pasa tronco! –grita Luís.

-¡Eh!

-¡Joder tío! ¿Dónde te habías metido? –pregunta Sofía mientras le ofrece un cigarrillo de esos sin filtro que fuma ella.

-Me ha debido pegar un subidón increíble porque cuando me he dado cuenta me encontraba en una tasca gallega que hay cerca de aquí y que no conocía.

-¿Una tasca gallega? –se extraña Luís.

-Sí, ¿qué flipe, no?, por allí a la izquierda, la primera calle que cruza.

-No recuerdo ver ninguna por la zona que me dices –digo yo.

-Pues yo me acabo de beber un vino allí, además un Ulla, y tenían tapas de cocina, chachi que sí –insiste Ricardo.

-Pues vamos allá; unos vinitos vendrán de putamadre-dice Sofía impaciente como siempre en estos casos, cuando hay papeo y priba de por medio. Yo no me lo acabo de creer, pero no cuento a nadie mis sospechas. Así que guiados por Ricardo vamos en busca de la taberna:

-¡Estaba aquí! –dice.

-Pues ya ves que esto es un solar abandonado –digo yo, casi convencida de que no íbamos a encontrar el lugar donde él había estado hace un momento.

-Me habré equivocado de calle, a lo mejor es la siguiente…Tampoco. Tengo que dar con el bar, seguro que está por aquí cerca, sólo tardé un par de minutos en llegar a donde estabais vosotros.

Damos vueltas por las calles próximas pero nada. Ricardo no se lo explica, mi teoría, aunque parezca increíble, es que esa sombra, de alguna manera, es capaz de que la gente viaje en el espacio con sólo desearlo. Los otros no se enteraban de nada con el moco que tenían; al final decidimos ir a dormirla cada uno a su queli quedando para comer al día siguiente en nuestra casa, mañana les contaría lo que había visto y ya con calma investigaríamos lo ocurrido.

-Me costó trabajo convencerlos, ¿se imagina, comisario?

-Desde luego.

-Además esa noche tuve un sueño bien extraño: estaba en mi cama durmiendo, en un momento dado me despertaba pero en un sofá y vestida con una túnica de seda blanca; a mi alrededor se encontraba más gente en el mismo estado que yo, me levanté sorprendida. Vi claridad al fondo de un pasillo que se encontraba a la espalda del sofá en que había aparecido. Lo seguí y me topé con una escalera de caracol que descendía al piso de abajo; aquello parecía un laboratorio, tubos de ensayo y artilugios de todo tipo llenaban la habitación. En una silla estaba doblada perfectamente mi ropa, así que me cambié y salí. Estaba en Riazor, enfrente de mí se encontraba la playa, comencé a caminar y al doblar la esquina me hallé de repente en la plaza de Chueca, en Madrid. Pensé que en lo que había soñado podía estar la clave de lo ocurrido anoche, si dormidos podemos viajar en el tiempo y en el espacio ¿no sería posible que alguien hubiese descubierto un sistema sencillo de trasladarse más allá de lo que se llama comúnmente realidad? Siempre me han interesado cantidad estos temas, ¿a usted no, comisario Soler?

-La verdad es que mi trabajo no me deja mucho tiempo para soñar. Continúa.

-Eso es imposible –dice Ricardo –estarías alucinando, tronca.

-No me comí el tripi, estoy completamente segura: desapareciste por la pared, esta noche os lo mostraré.

-Bueno, no ocurrirá nada; pero no veo la razón para negarle ese capricho a Teresa –dice Sofía apoyándome, aunque no está, en absoluto, convencida.

-Vale, te haremos caso pero me da la impresión de que te patinan las neuronas –replica Ricardo.

Luís no dice nada, está a la expectativa como siempre, es escéptico por naturaleza y no toma partido en ningún caso. Dejamos de hablar del tema y pasamos la tarde jugando al parchís y cosas así. Alrededor de las diez salimos.

Una sombra nos muestra un asesinato

Es sábado. La zona está a tope de gente. Nos metemos en un bar a comer unas tapas, parecemos sardinas en lata, en él ya no cabe nadie más y a pesar de todo una pandilla de cinco ha entrado al mismo tiempo que nosotros. Decidimos esperar unas tres horas para hacer el experimento, ahora hay demasiada gente, ya procuraremos no privar demasiado.

Encontramos a unos cuantos colegas de rule con los que nos bebemos unas litronas, estamos deseando que llegue el momento de ir a ver la sombra; hemos pasado varias veces por allí y, aunque mis compañeros no creen que ocurra nada, también están intrigados por lo que pueda pasar. La música resuena en las calles cada vez que se abre la puerta de un pub, intoxicación etílica al por mayor, risas, canutos, alcohol, descontrol, algo de coca en los lavabos, caballo, hashish se oye en las esquinas de Chueca, ríos de gente de bar en bar, siempre los mismos, ruido. Sobre las dos de la madrugada, más o menos, nos dirigimos hacia la sombra:

-A ver, vamos a comprobar lo que nos contaste, ya verás como no pasa nada –dice Ricardo.

-Si estás tan seguro haz exactamente los mismos gestos y di las mismas palabras, vamos –arguyo medio ofendida aunque sintiendo una ligera aprensión por temor a meternos en un lío que no se sabe dónde va a llegar.

-¡Vamos tío, demuéstrale que está como una chota! ¡Nadie desaparece así como así! –dice Sofía.

-Bueno, me puse así y dije que me gustaría estar en Coruña en la playa de Riazor…

¡Zuuummmm! ¡Increíble! ¡Ha desaparecido! ¡Guau! Por un momento nos quedamos anonadados, es para no creérselo pero Ricardo se ha fundido en la pared. Entonces uno a uno hacemos lo mismo. No podemos dejarle solo. Parecemos los protagonistas de una novela de ciencia-ficción pero es la realidad, si lo contáramos creerían que estamos chiflados. Nos sentamos en la arena, cerca del muro y detrás de una roca:

-¡Que pasote!

-¡Incredible, colega! Podremos tomar vinos cuando nos pete, ¡tope guay! –dice Sofía.

Y entonces ocurrió; llevábamos un rato desvariando sobre las infinitas posibilidades de la sombra cuando oímos un gemido. Nos quedamos en silencio unos minutos a ver si volvíamos a oírlo, el lamento se repitió, extrañados nos levantamos con el fin de investigar su procedencia; no había nadie en los alrededores pero continuábamos escuchándolo, parecía venir del mar así que nos pusimos a caminar por la orilla, a medida que avanzábamos en dirección a Las Esclavas se hacía más nítido y claro, no se veía nada. A la altura del Playa Club y debajo de una de las barcas, descubrimos un bulto, origen del gemido, un hombre de unos treinta años, desangrándose, con un puñal en el costado derecho: no estaba muerto pero no tardaría en estarlo, con gran esfuerzo abrió los ojos y mirando a Sofía dijo:

-¡Rais…rais…toma, guarda…lo…¡cof,cof!…rais,rais…da…se…lo,…no…olvidar…¡Rais!-logró articular el hombre antes de morir. Una pequeña caja de metal plateado pasó a manos de Sofía. Nos disponíamos a ver el contenido cuando hasta nosotros llegó un rumor, alguien venía hacia donde nos encontrábamos, teníamos que desaparecer antes de que nos descubrieran al lado del cadáver, podía dar lugar a un malentendido; como no teníamos mucho tiempo nos deslizamos por detrás de las barcas hasta el muro y entonces oímos una conversación que aún nos dejó más perplejos:

-Tiene que estar por aquí, sé que Los Otros no lo encontraron, no sirvió de nada el torturar a Abdul, ni siquiera las amenazas de muerte lograron amedrentarlo, era un valiente. Debemos recuperar la caja, la vida de nuestro pueblo depende de ella –oímos decir a una voz ronca y bien modulada aunque extranjera.

-Tiene que tenerla encima.

-Lo he registrado bien y no la tiene, sé que ninguno de Los Otros la ha encontrado.

-A lo mejor tuvo tiempo de esconderlo antes de que lo cogieran.

-Es posible pero ¿Dónde está? ¿Dónde ha podido ocultarla?

-Por la mañana podemos, debemos, ir a la playa de la última vez, quizás…

-Puede que tengas razón, larguémonos antes de que pase alguien por aquí-replicó el dueño de la voz ronca.

-Vamos.

¡En menudo lío nos acabábamos de meter! Lo mejor que podíamos hacer, por el momento, era buscar un sitio tranquilo y seguro donde pasar la noche y examinar la caja, luego ya pensaríamos qué hacer con ella. A Luís se le ocurrió que el viejo matadero abandonado sería un buen sitio y hacia allí encaminamos nuestros pasos, nos sentíamos confundidos por lo sucedido y durante el camino apenas nos dirigimos la palabra. Resultaba alucinante que hubiera habido un asesinato en la playa de una ciudad en la que, normalmente, esta clase de sucesos era la excepción, ¡pensar que mientras la basca se divierte en una noche de sábado a pocos metros estaba cometiéndose un crimen!

¿A donde nos llevaría aquella caja? ¿Por qué era tan importante? Un hombre había muerto por su culpa; me recordaba las antiguas películas de espías con muertos por todas partes y esas cosas. Seguro que la explicación era mucho más simple: algún ajuste de cuentas entre traficantes de droga o algo parecido, pero…estaba aquella extraña conversación que me hacía pensar que la anterior interpretación era falsa. De cualquier modo me parecía increíble estar viviendo una de espías. Entramos sin dificultad en el edificio ya que la puerta no tenía cerradura, no había nadie, sólo escombros por todas partes, aquí y allá algunas mantas y cartones, allí vivía gente por lo que decidimos subir al primer piso donde se encontraban las oficinas y nos metimos en una de ellas. Ricardo, que es especialista en coleccionar boberías tales como llaveros-navaja, llaveros –cartas de baraja, llaveros-bloc de notas y demás, sacó de su bolsillo una pequeña linterna-llavero:

-A ver, pásame la caja –dijo a Sofía.

-Toma. ¡Qué cosa más extraña!

-¿El qué?

-Me dio la impresión de que ese hombre me conocía pero yo no recuerdo haberlo visto nunca.

-¡Que va, tronca! Simplemente fue al primero que vio.

-Estoy convencida, nos miró a todos pero me la entregó a mí, aquí hay algo raro…no sé lo que es pero tiene que ver con alguien que conozco, es sólo una impresión de todas formas.

-Bueno, mira, vamos a ver qué contiene la caja –dijo, impaciente, Luís.

Pequeña, de color plateado, tenía todos sus resquicios sellados con lacre rojo, el mechero de gasolina de Luís ayudó a abrirla y en el interior ¿a qué no se imagina lo que encontramos?

-¡Un simple papel! Un papel en el que estaba escrito una sola palabra: Rais. La misma que había pronunciado el hombre antes de morir –dijo Sofía-; no tenía sentido ¿qué extraño significado encerraba que la gente mataba por ella?

-Como supondrá no pudimos pegar ojo en toda la noche intentando descubrir lo que estaba pasando, barajamos infinidad de teorías, incluso el que fuese el nombre de un misil o alguna vacuna imprescindible contra alguna enfermedad rara…¡ya qué sé lo que imaginamos!

Amanecía y aún estábamos perplejos por lo ocurrido, no sabíamos qué hacer. Se nos escapaba el significado de aquellas palabras oídas a un hombre moribundo, y luego estaba la caja que precisamente le había entregado a Sofía, ¿por qué a ella?, no podíamos contarle a nadie lo ocurrido, no nos creerían o, si lo hacían, lo más probable es que también estuviesen metidos en la historia y había posibilidades de salir malparados de la dichosa movida, ¡en fin, una pasada!

-Lo mejor que podemos hacer es esperar a ver qué pasa –dijo prudentemente Luís –tarde o temprano encontrarán el cadáver y es fácil que el periódico lo publique uno de estos días. Lo más recomendable es que volvamos a Madrid esta noche y esperemos ver qué ocurre y quién es ese hombre.

-Por mí, de acuerdo –respondió Ricardo.

-¿A qué playa se referirían? –pregunté a Sofía.

-¡Vete a saber! Hay montones de calitas por toda la costa, no creo que lleguemos a averiguarlo. –contestó ella.

Ninguna razón nos retenía allí, es más, alguien podía habernos visto y quizás estuviésemos en peligro, así que volvimos a la sombra y regresamos a Chueca; nos tomamos la noche con calma, bebimos y bebimos intentando frivolizar el asunto, tal vez los periódicos de la mañana nos aclarasen algo. Como es lógico acabamos pedos perdidos, con un cuelgue que no veas. A la mañana siguiente compramos “La Voz de Galicia” en uno de los quioscos de Sol, desayunando en un bar nos pusimos a ojearlo y allí, en la página de noticias locales, aparecía lo siguiente:

ENCUENTRAN UN HOMBRE APUÑALADO EN LA PLAYA DE RIAZOR

La Coruña, 24 de junio.- Un hombre, al parecer de raza árabe, fue encontrado muerto a primeras horas de la madrugada por una pareja de novios que paseaban a su perro; éste se acercó a las barcas varadas cerca del Playa Club cuando se puso a aullar de forma lastimera, intrigados por el comportamiento del animal se acercaron a ver qué ocurría, y entonces fue cuando lo vieron: un hombre, de unos treinta años, estatura media, tez oscura, yacía debajo de una de ellas empapado en lo que se podía pensar era agua debido a lo oscuro de la noche pero resultó ser sangre. Rápidamente avisaron a la policía que se personó en el lugar de los hechos al momento.

La principal teoría, y la más probable, es que se trata de un ajuste de cuentas entre traficantes de droga; no se sabe a ciencia cierta qué es lo que ocurrió, según el forense el hombre llevaba varias horas muerto. En estos momento se procede a su identificación así como a tomar declaración a la gente que se encontraba alrededor de la medianoche en esa zona, tarea ardua si se tiene en cuenta que la noche del sábado es una de las más concurridas de la semana, por ello la policía pide la colaboración de todos los ciudadanos que en la noche de ayer se encontraban en las inmediaciones de la playa.

-¡Bueno, esto es la monda! Los que más sabemos del tema somos nosotros –dijo Sofía –y sabemos perfectamente que no es un traficante de drogas, no sé quién puede ser el tronco pero tiene más tela el asunto de lo que aparenta, ¿no?

-¡Por supuesto! Sino ¿por qué aquellos hombres dijeron que era fundamental para la supervivencia de su pueblo?

-Puntualicemos –dije yo –lo que dijo fue la vida de nuestro pueblo depende de ella que es bien distinto.

-¡Eres el colmo, tía! Estamos metidos en una movida que te cagas y a ti se te ocurre hacer puntualizaciones gramaticales –dice Luís perdiendo la paciencia.

-¿Qué te pasa?

-Nada, es que tiene miedo y entonces se pone nervioso –explica Sofía.

-¡No es cierto! –protesta él.

-Bueno, bueno, vamos a dejarlo y ocupémonos del asunto ¿qué más da unas palabras que otras? –habla Ricardo intentando que el mosqueo no prospere.

-No sé, me parece que sí la tiene –me defiendo.

-Vale tronca, pero lo más urgente es descubrir quién es el tipo ese y por qué lo mataron y…

-Y también por qué me dio a mí la caja.

-Sí, también, ¡qué cruz de basca! Déjame continuar; como iba diciendo… ¿Quién es? ¿Conocía a Sofía? Ella dice que nunca lo había visto, luego esto quiere decir que, a lo mejor, Sofía con todas las relaciones extrañas que tiene por ahí debe saber de alguien común a ella y al hombre de la playa, o puede que sea simple casualidad que le dirigiese la palabra. Creo que debemos esperar unos días antes de contarle nada a la pasma o a quien sea, alguien en quien podamos confiar. ¿Estáis de acuerdo?.

-Parece lo más prudente –digo yo al tiempo que llamo al camarero para que nos traiga unos cafés con unas magdalenas.

-Si vamos a esperar a que la pasma logre identificarlo, entonces esta puede hacer un poco de memoria y a lo mejor…si sabe realmente algo que ella todavía no sabe que lo sabe…

-Te estás liando, colega –corta Sofía.

-¡Pasa! ¿Eh? ¿Es que no puede uno hablar aquí sin que le corte alguien?

-¡Vale! Sigue, nadie te dice nada, tronco.

-Ya me he olvidado… ¡Ah, sí! Pues que creo que tiene razón Ricardo.

-¡¿Y para decir eso te has montado este rollo?!

-¡Dejad de discutir de una vez! ¡Basta! –digo intentando poner orden –tranquilizaos, tenemos que desaparecer, debemos encontrar un sitio seguro donde no puedan localizarnos, y ver cómo se desarrolla todo este mogollón. ¿Dónde os parece que podríamos ir? ¡Ideas! ¿Qué se te ocurre, Ricardo?

-Lo que es evidente es que ni en La Coruña ni en Madrid podemos escondernos, llevamos dos días sin aparecer por nuestras respectivas casas, nosotros teníamos que haber ido a esperar a mi madrina que llegaba por la mañana en el tren, con lo histérica que es seguro que ya ha llamado a la policía; no debemos quedarnos, si alguien se entera que hemos sido testigos de un asesinato…

-¡No exageres!

-No exactamente, pero alguien puede creer que hemos visto más de lo que decimos, y entonces sí que lo tendríamos claro.

-No te equivocabas –dijo el comisario Soler interrumpiendo el relato de Teresa –en efecto, tu madrina vino a la comisaría hecha un manojo de nervios, parecía que iba a darle un ataque de un momento a otro, pidió una copa de aguardiente para tranquilizarse…

-Se pasa el día tranquilizándose –ironizó Ricardo.

-Bueno, en ese momento se veía que lo necesitaba; así fue como me encontré metido en esta historia.

Era domingo, me tocaba estar de guardia, así que me sorprendió que alguien preguntase por mí, y además una señora con un fuerte acento gallego; la hice pasar a mi despacho, se encontraba en un estado lamentable, descompuesto, le pedí que tomase asiento y dijese qué le ocurría:

-No recuerdo haberla visto nunca señora, ¿quién le dio mi nombre? ¿Quién le habló de mí?

-Una tía suya, una hermana de su madre es amiga mía y cuando supo que iba a Madrid para hacerle una visita a mi ahijado entonces me dijo que tenía un sobrino aquí que era policía y que si necesitaba algo o tenía algún problema viniese a verle –logró decirme, después de haberse tomado su copa.

-¡Ah, se refiere a tía Ángeles! Es verdad, me llamó el sábado por teléfono para contármelo. ¿Qué le ha pasado? ¿Le han robado el equipaje en Norte? Ocurre a menudo pero conozco a los rateros y si es quién pienso le conviene devolvérselo, usted dirá.

-¡No es eso! ¡No es eso! Resulta que él tenía que haberme ido a recoger a la estación, el tren llegó con retraso por lo que no esperaba verlo, como así ocurrió; como tenía su dirección cogí un taxi y le di instrucciones al taxista con el fin de que me llevase por el camino más corto a casa de mi ahijado, él siempre me decía que los taxistas de Madrid son muy vivos y que si pueden dan una vuelta para sacar más dinero al cliente.

-Algunos, no todos; continúe.

-Llegué, toqué el timbre pero nadie contestó, estuve casi una hora esperando a que apareciese pero nada, él sabía que venía, no podía dejarme plantada. Comisario Soler, estoy segura que le ha ocurrido algo, he llamado a los hospitales pero no saben nada; ¿puede usted ayudarme? He pensado que podía estar en alguna de las comisarías pues, aunque es un buen muchacho, viste un poco así…moderno, ¿me entiende?

-Intente explicarse más claramente.

-Él lleva pantalones muy ceñidos y cazadora vaquera, camiseta, y bebe cerveza…bueno, como la mayoría de los jóvenes.

-Entiendo ¿cómo se llama?

-Ricardo García Olavide, vive aquí con su hermana; los dos están estudiando.

-Esto es lo que vamos a hacer, ahora yo me encargaré de enterarme si alguien con esas señas y nombre ha sido detenido en los últimos dos días, tal vez se hayan metido en algún pequeño follón y los encontremos. Espere aquí, enseguida vuelvo.

Miré en el ordenador las detenciones de la semana; están bien estos cacharros, ahorran mucho trabajo, estaba seguro de encontraros en alguna de las redadas que se habían efectuado en la semana, pero no aparecíais por ningún sitio. Volví a la oficina con dos cafés.

-No aparecen, no creo que les haya ocurrido nada, puede que estén con algún amigo.

-¡No! ¡sé que les ha sucedido algo! ¡Estarán muertos en un callejón, apuñalados! ¡Pobre ahijado mío, pobrecito! ¿Qué dirá su madre?

No pudo continuar, comenzó a llorar e hipar, todo el maquillaje se le estaba descomponiendo, paró un momento, parecía que se había tranquilizado pero volvió a la carga, más lloros e hipidos, yo también me estaba poniendo nervioso oyéndola. Abrió su bolso y cogiendo un pañuelo comenzó a retorcerlo mientras lloraba, lloraba; entrecortadamente pidió que le trajesen otra copa de aguardiente, lo hice y ya había decidido pedir una orden de registro para entrar en vuestra casa, así que en cuanto estuvo en mi poder fuimos allí. Encontramos una agenda con direcciones y teléfonos, decidimos utilizarla para localizaros, probablemente alguno de los anotados en ella sabría decirnos dónde encontraros; de esta manera nos enteramos que otras dos personas faltaban de sus casas. Realmente no sabía por dónde iniciar mis investigaciones, lo primero era interrogar a la gente del barrio, sacamos pocas cosas en claro pero comenzamos a rastrear vuestras andanzas por la zona Centro. Al cabo de una semana decidí contarle el hecho a un periodista amigo mío, tal vez alguien supiese dónde buscaros o puede que vosotros mismos leyerais la noticia. Continúa relatando qué ocurrió, ¿dónde os ocultasteis?

-Ricardo tenía razón, debíamos ser prudentes, a casa no podíamos ir, nuestras familias querrían que pusiésemos el caso en manos de la policía, si lo hacíamos posiblemente nuestras vidas corriesen peligro, intentaríamos averiguar primero quiénes eran aquellos hombres, así que a Sofía se le ocurrió una idea…

-A ver qué os parece: las sombras nos trasladan al instante en el espacio, volvemos a utilizarlas para ir a otro sitio.

-Pero no sabemos cómo funcionan realmente, ¿hace falta una figura gemela o el que funcione tan sólo depende de los deseos que tenga quien la utilice? –objetó Ricardo –daos cuenta que hasta ahora sólo tenemos el hecho de que hay una en La Coruña y otra en Madrid, y que, supuestamente, se corresponden pero ¿son las únicas en España?¿hay otras en algún país distinto al nuestro? ¿si las utilizamos erróneamente nos quedaremos colgados en una cuarta dimensión desconocida?

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