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–¡Maese Pérez está aquí!… ¡Maese Pérez está aquí!… Á estas voces de los que estaban apiñados en la puerta, todo el mundo volvió la cara.

Maese Pérez, pálido y desencajado, entraba en efecto en la iglesia, conducido en un sillón, que todos se disputaban el honor de llevar en sus hombros.

Los preceptos de los doctores, las lágrimas de su hija, nada había sido bastante á detenerle en el lecho.

–No, había dicho; ésta es la última, lo conozco, lo conozco, y no quiero morir sin visitar mi órgano, y esta noche sobre todo, la Noche-Buena. Vamos, lo quiero, lo mando; vamos a la iglesia.

Sus deseos se habían cumplido; los concurrentes le subieron en brazos á la tribuna, y comenzó la Misa.

En aquel punto sonaban las doce en el reloj de la catedral.

Pasó el introito[1] y el Evangelio[2] y el ofertorio,[3] y llegó el instante solemne en que el sacerdote, después de haberla consagrado, toma con la extremidad de sus dedos la Sagrada Forma y comienza á elevarla.

[Footnote 1: introito. "In the ancient Church a psalm was sung or chanted immediately before the Collect, Epistle, and Gospel. As this took place while the priest was entering within the septum or rails of the altar, it acquired the name of Introitus or Introit." Walter F. Hook, Church Dict., London, Murray, 1887, p. 407.]

[Footnote 2: Evangelio = Gospel.' "The First Council of Orange in 441, and that of Valentia in Spain, ordered the Gospel to be read after the Epistle and before the offertory." Addis and Arnold, 'Catholic Dict., London, 1884, p. 380.]

[Footnote 3: ofertorio. The offertory or "service of song while the oblations were collected and received is of ancient date. St. Augustine speaks of the singing of hymns at the oblation." Walter F. Hook, Church Dict., p. 540. The offertory is said immediately after the Creed, and before the Preface and Sanctus.]

Una nube de incienso que se desenvolvía en ondas azuladas llenó el ámbito de la iglesia; las campanillas repicaron con un sonido vibrante, y maese Pérez puso sus crispadas manos sobre las teclas del órgano.

Las cien voces de sus tubos de metal resonaron en un acorde majestuoso y prolongado, que se perdío poco á poco, como si una ráfaga de aire hubiese arrebatado sus últimos ecos.

Á este primer acorde, que parecía una voz que se elevaba desde la tierra al cielo, respondió otro lejano y suave que fué creciendo, creciendo hasta convertirse en un torrente de atronadora armonía.

Era la voz de los ángeles, que atravesando los espacios, llegaba al mundo.

Después comenzaron á oirse como unos himnos distantes que entonaban las jerarquías de serafines; mil himnos á la vez, que al confundirse formaban uno solo, que, no obstante, era no más el acompañamiento de una extraña melodía, que parecía flotar sobre aquel océano de misteriosos ecos, como un jirón de niebla sobre las olas del mar.

Luego fueron perdiéndose unos cantos, después otros; la combinación se simplificaba. Ya no eran más que dos voces, cuyos ecos se confundían entre sí; luego quedó una aislada, sosteniendo una nota brillante como un hilo de luz.... El sacerdote inclinó la frente, y por encima de su cabeza cana y como á tráves de una gasa azul que fingía el humo del incienso, apareció la Hostia á los ojos de los fieles. En aquel instante la nota que maese Pérez sostenía trinando, se abrió, se abrió, y una explosión de armonía gigante estremeció la iglesia, en cuyos ángulos zumbaba el aire comprimido, y cuyos vidrios de colores se estremecían en sus angostos ajimeces.

De cada una de las notas que formaban aquel magnífico acorde, se desarrolló un tema; y unos cerca, otros lejos, éstos brillantes, aquellos sordos, diríase que las aguas y los pájaros, las brisas y las frondas, los hombres y los ángeles, la tierra y los cielos, cantaban cada cual en su idioma un himno al nacimiento del Salvador.

La multitud escuchaba atónita y suspendida. En todos los ojos había una lágrima, en todos los espíritus un profundo recogimiento.

El sacerdote que oficiaba sentía temblar sus manos, porque Aquél que levantaba en ellas, Aquél á quien saludaban hombres y arcángeles era su Dios; era su Dios, y le parecía haber visto abrirse los cielos y trasfigurarse la Hostia.[1]

[Footnote 1: trasfigurarse la Hostia. See p. 101, note 2.]

El órgano proseguía sonando; pero sus voces se apagaban gradualmente, como una voz que se pierde de eco en eco, y se aleja, y se debilita al alejarse, cuando de pronto sonó un grito en la tribuna, un grito desgarrador, agudo, un grito de mujer.

El órgano exhalo un sonido discorde y extraño, semejante á un sollozo, y quedó mudo.

La multitud se agolpo á la escalera de la tribuna, hacia la que, arrancados de su éxtasis religioso, volvieron la mirada con ansiedad todos los fieles.

–¿Qué ha sucedido? ¿qué pasa? se decían unos á otros, y nadie sabía responder, y todos se empeñaban en adivinarlo, y crecía la confusión, y el alboroto comenzaba á subir de punto, amenazando turbar el orden y el recogimiento propios de la iglesia.

–¿Qué ha sido eso? preguntaban las damas al asistente, que, precedido de los ministriles, fué uno de los primeros á subir á la tribuna, y que, pálido y con muestras de profundo pesar, se dirigía al puesto en donde le esperaba el arzobispo, ansioso, como todos, por saber la causa de aquel desorden.

–¿Qué hay?

–Que maese Pérez acaba de morir.

En efecto, cuando los primeros fieles, después de atropellarse por la escalera, llegaron á la tribuna, vieron—al pobre organista caído de boca sobre las teclas de su viejo instrumento, que aún vibraba sordamente, mientras su hija, arrodillada á sus pies, le llamaba en vano entre suspiros y sollozos.

III

—Buenas noches, mi señora doña Baltasara; ¿también usarced[1] viene esta noche á la Misa del Gallo? Por mi parte tenía hecha intención de irla á oir á la parroquia; pero lo que sucede… ¿Dónde va Vicente? Donde va la gente.[2] Y eso que, si he de decir la verdad, desde que murió maese Pérez, parece que me echan una losa sobre el corazón cuando entro en Santa Inés… ¡Pobrecito! ¡Era un santo!… Yo de mí se decir, que conservo un pedazo de su jubón como una reliquia, y lo merece… pues en Dios y en mi ánima, que si el señor arzobispo tomara mano en ello, es seguro que nuestros nietos le verían en los altares.[3] … Mas ¡cómo ha de ser!… Á muertos y á idos, no hay amigos.[4] … Ahora lo que priva es la novedad… ya me entiende usarced. ¡Qué! ¿No sabe nada de lo que pasa? Verdad que nosotras nos parecemos en eso; de nuestra casita á la iglesia, y de la iglesia á nuestra casita, sin cuidarnos de lo que se dice ó déjase de decir… sólo que yo, así… al vuelo… una palabra de acá, otra de acullá… sin ganas de enterarme siquiera, suelo estar al corriente de algunas novedades.... Pues, sí señor; parece cosa hecha que el organista de San Román,[5] aquel bisojo, que siempre está echando pestes de los otros organistas; aquel perdulariote, que más parece jifero de la puerta de la Carne[6] que maestro de solfa, va á tocar esta Noche-Buena en lugar de maese Pérez. Ya sabrá usarced, porque esto lo ha sabido todo el mundo y es cosa pública en Sevilla, que nadie quería comprometerse á hacerlo. Ni aun su hija que es profesora, y después de la muerte de su padre entró en el convento de novicia. Y era natural: acostumbrados á oir aquellas maravillas, cualquiera otra cosa había de parecernos mala, por más que quisieran evitarse las comparaciones. Pues cuando ya la comunidad habrá decidido que, en honor del difunto y como muestra de respeto á su memoria, permanecería callado el órgano en esta noche, háte aqui que se presenta nuestro hombre, diciendo que él se atreve á tocarlo.... No hay nada más atrevido que la ignorancia.... Cierto que la culpa no es suya, sino de los que le consienten esta profanación… pero, así va el mundo… y digo, no es cosa la gente que acude…[7] cualquiera diría que nada ha cambiado desde un año á otro. Los mismos personajes, el mismo lujo, los mismos empellones en la puerta, la misma animación en el atrio, la misma multitud en el templo… ¡Ay, si levantara la cabeza el muerto! se volvía[8] á morir por no oir su órgano tocado por manos semejantes. Lo que tiene que,[9] si es verdad lo que me han dicho las gentes del barrio, le preparan una buena al intruso. Cuando llegue el momento de poner la mano sobre las teclas, va á comenzar una algarabía de sonajas, panderos, y zambombas, que no haya más que oir… pero ¡calle! ya entra en la iglesia el heroe de la función. ¡Jesús, qué ropilla de colorines, qué gorguera de cañutos, qué aires de personaje! Vamos, vamos, qué ya hace rato que llego el arzobispo, y va á comenzar la misa… vamos, que me parece que esta noche va á darnos que contar para muchos días.

[Footnote 1: usarced. Contraction of vues(tr)a merced, 'your grace.']

[Footnote 2: ¿Dónde va Vicente? Donde va la gente. See vocabulary. Note the two senses in which the adverb of place, donde, is used.]

[Footnote 3: en los altares. That is to say canonized.]

[Footnote 4: Á muertos y á idos, no hay amigos = 'The dead and departed have no friends (or are soon forgotten)'.]

[Footnote 5: San Román. A church, originally a mosque, situated in the northern part of Seville, on the Plaza de San Román. It was reconstructed by D. Pedro I. Its façade is very plain, the chief decorative features being an ogival doorway in the center and a window of similar form to the right. It contains some fine statuary by Montañés. The fifteenth-century painter Juan Sánchez de Castro is buried here.]

[Footnote 6: la puerta de la Carne. One of the ancient gates of Seville, situated in the north wall near the Matadero ('slaughter-house'). Hence its name. It was once called the Puerta Judía. But little remains now of the old walls of Seville, which had a circumference of upwards of ten miles, and were pierced by fifteen gates and strengthened by one hundred and sixty-six towers.]

[Footnote 7: no es cosa la gente que acude = 'the crowd in attendance is not small' or 'what a lot of persons have come!' The expression no es cosa is used familiarly in the sense of es mucha.]

[Footnote 8: volvía. A Common use of the imperfect indicative instead of the conditional.]

[Footnote 9: Lo que tiene que = 'the fact is.']

Esto diciendo la buena mujer, que ya conocen nuestros lectores por sus exabruptos de locuacidad, penetró en Santa Inés, abriéndose según costumbre, un camino entre la multitud á fuerza de empellones y codazos.

Ya se habiá dado principio á la ceremonia.

El templo estaba tan brillante como el año anterior.

El nuevo organista, después de atravesar por en medio de los fieles que ocupaban las naves para ir á besar el anillo del prelado, había subido á la tribuna, donde tocaba unos tras otros los registros del órgano; con una gravedad tan afectada como ridícula.

Entre la gente menuda que se apiñaba á los pies de la iglesia, se oía un rumor sordo y confuso, cierto presagio de que la tempestad comenzaba á fraguarse y no tardaría mucho en dejarse sentir.

–Es un truhán, que por no hacer nada bien, ni aún mira á derechas, decían los unos.

–Es un ignorantón, que después de haber puesto el órgano de su parroquia peor que una carraca, viene á profanar el de maese Pérez, decían los otros.

Y mientras éste se desembarazaba del capote para prepararse á darle de firme á su pandero, y aquél apercibía sus sonajas, y todos se disponían á hacer bulla á más y mejor, solo alguno que otro se aventuraba á defender tibiamente al extraño personaje, cuyo porte orgulloso y pedantesco hacía tan notable contraposición con la modesta apariencia y la afable bondad del difunto maese Pérez.

Al fin llego el esperado momento, el momento solemne en que el sacerdote, despues de inclinarse y murmurar algunas palabras santas, tomó la Hostia en sus manos.... Las campanillas repicaron, semejando su repique una lluvia de notas de cristal; se elevaron las diáfanas ondas del incienso, y sonó el organo.

Una estruendosa algarabía llenó los ámbitos de la iglesia en aquel instante y ahogó su primer acorde.

Zampoñas, gaitas, sonajas, panderos, todos los instrumentos del populacho, alzaron sus discordantes voces á la vez; pero la confusión y el estrépito sólo duró algunos segundos. Todos a la vez como habían comenzado, enmudecieron de pronto.

El segundo acorde, amplio, valiente, magnífico, se sostenía aún brotando de los tubos de metal del organo, como una cascada de armonía inagotable y sonora.

Cantos celestes como los que acarician 'los oídos en los momentos de éxtasis; cantos que percibe el espíritu y no los puede repetir el labio; notas sueltas de una melodía lejana, que suenan á intervalos, traídas en las ráfagas del viento, rumor de hojas que se besan en los árboles con un murmullo semejante al de la lluvia, trinos de alondras que se levantan gorjeando de entre las flores como una saeta despedida á las nubes; estruendo sin nombre, imponente como los rugidos de una tempestad; coro de serafines sin ritmos ni cadencia, ignota música del cielo que sólo la imaginación comprende; hímnos alados, que parecían remontarse al trono del Señor como una tromba de luz y de sonidos… todo lo expresaban las cien voces del órgano, con más pujanza, con más misteriosa poesía, con más fantástico color que los habían expresado nunca .....

Cuando el organista bajó de la tribuna, la muchedumbre que se agolpo á la escalera fué tanta, y tanto su afán por verle y admirarle, que el asistente temiendo, no sin razón, que le ahogaran entre todos, mando á algunos de sus ministriles para que, vara en mano, le fueran abriendo camino hasta llegar al altar mayor, donde el prelado le esperaba.

–Ya véis, le dijo este último cuando le trajeron á su presencia; vengo desde mi palacio aquí sólo por escucharos. ¿Seréis tan cruel como maese Pérez, que nunca quiso excusarme el viaje, tocando la Noche-Buena en la Misa de la catedral?

–El año que viene, respondió el organista, prometo daros gusto, pues por todo el oro de la tierra no volvería á tocar este órgano.

–¿Y por qué? interrumpió el prelado.

–Porque… añadió el organista, procurando dominar la emoción que se revelaba en la palidez de su rostro; porque es viejo y malo, y no puede expresar todo lo que se quiere. El arzobispo se retiró, seguido de sus familiares. Unas tras otras, las literas de los señores fueron desfilando y perdiéndose en las revueltas[1] de las calles vecinas; los grupos del atrio se disolvieron, dispersándose los fieles en distintas direcciones; y ya la demandadera se disponía á cerrar las puertas de la entrada del atrio, cuando se divisaban aún dos mujeres que, después de persignarse y murmurar una oración ante el retablo del arco de San Felipe,[2] prosiguieron su camino, internándose en el callejón de las Duenas.[3]

[Footnote 1: revueltas= 'turns.' The streets of Seville are many of them crooked like those of Toledo and other Moorish cities in Spain.]

[Footnote 2: San Felipe. See p.95, note 4.]

[Footnote 3: el callejón de las Duenas. See p.98, note 1.]

—¿Qué quiere usarced? mi señora doña Baltasara, decía la una, yo soy de este genial. Cada loco con su tema.... Me lo habían de asegurar capuchinos[1] descalzos y no lo creería del todo.... Ese hombre no puede haber tocado lo que acabamos de escuchar.... Si yo lo he oído mil veces en San Bartolomé,[2] que era su parroquia, y de donde tuvo que echarle el senor cura por malo, y era cosa de taparse los oídos con algodones.... Y luego, si no hay más que mirarle al rostro, que según dicen, es el espejo del alma.... Yo me acuerdo, pobrecito, como si lo estuviera viendo, me acuerdo de la cara de maese Pérez, cuando en semejante noche como ésta bajaba de la tribuna, después de haber suspendido al auditorio con sus primores.... ¡Qué sonrisa tan bondadosa, qué color tan animado!… Era viejo y parecía un ángel… no que éste ha bajado las escaleras á trompicones, como si le ladrase un perro en la meseta, y con un color de difunto y unas… Vamos, mi señora doña Baltasara, créame usarced, y créame con todas veras… yo sospecho que aquí hay busilis....

[Footnote 1: capuchinos= 'Capuchins.' An order of mendicant friars founded in 1528 by Matteo di Bassi, and named from the pointed capouch or cowl that distinguishes their dress. Honesty, as well as poverty and humility, is supposed to be one of their crowning virtues.]

[Footnote 2: San Bartolomé. The church of St. Bartholomew is situated on the Plaza de San Bartolomé in the northeastern part of the city. It was built on the site of a Jewish synagogue, after the expulsion of the Jews by the Christian kings of Spain. Its present architecture is Doric and dates only from the eighteenth century.]

Comentando las últimas palabras, las dos mujeres doblaban la esquina del callejón y desaparecían.

Creemos inútil decir á nuestros lectores quién era una de ellas.

IV

Había transcurrido un año más. La abadesa del convento de Santa Inés y la hija de maese Pérez hablaban en voz baja, medio ocultas entre las sombras del coro de la iglesia. El esquilón llamaba á voz herida á los fieles desde la torre, y alguna que otra rara persona atravesaba el atrio silencioso y desierto esta vez, y después de tomar el agua bendita en la puerta, escogiá un puesto en un rincón de las naves, donde unos cuantos vecinos del barrio esperaban tranquilamente que comenzara la Misa del Gallo.

–Ya lo véis, decía la superiora, vuestro temor es sobremanera pueril; nadie hay en el templo; toda Sevilla acude en tropel á la catedral esta noche, Tocad vos el órgano y tocadle sin desconfianza de ninguna clase; estaremos en comunidad… pero… proseguís callando sin que cesen vuestros suspiros. ¿Qué os pasa? ¿Qué tenéis?

–Tengo… miedo, exclamó la joven con un acento profundamente conmovido.

–¡Miedo! ¿de qué?

–No sé… de una cosa sobrenatural.... Anoche, mirad, yo os había oído decir que teníais empeño en que tocase el órgano en la Misa, y ufana con esta distinción pensé arreglar sus registros y templarle,[1] á fin de que hoy os sorprendiese… Vine al coro… sola… abrí la puerta que conduce á la tribuna.... En el reloj de la catedral sonaba en aquel momento una hora… no sé cuál.... Pero las campanadas eran tristísimas y muchas… muchas… estuvieron sonando todo el tiempo que yo permanecí como clavada en el dintel y aquel tiempo me pareció un siglo.

[Footnote 1: templarle. See p. 66, note 1.]

La iglesia estaba desierta y obscura.... Allá lejos, en el fondo, brillaba como una estrella perdida en el cielo de la noche, una luz moribunda, la luz de la lámpara que arde en el altar mayor.... Á sus reflejos debilísimos, que sólo contribuían á hacer más visible todo el profundo horror de las sombras, ví… le ví, madre, no lo dudéis, ví un hombre que en silencio y vuelto de espaldas hacia el sitio en que yo estaba, recorría con una mano las teclas del órgano, mientras tocaba con la otra á sus registros… y el órgano sonaba; pero sonaba de una manera indescriptible. Cada una de sus notas parecía un sollozo ahogado dentro del tubo de metal, que vibraba con el aire comprimido en su hueco, y reproducía el tono sordo, casi imperceptible, pero justo.

Y el reloj, de la catedral continuaba dando la hora, y el hombre aquel proseguía recorriendo las teclas. Yo oía hasta su respiración.

El horror habia helado la sangre de mis venas; sentía en mi cuerpo como un frío glacial, y en mis sienes fuego.... Entonces quise gritar, pero no pude. El hombre aquel había vuelto la cara y me había mirado… digo mal, no me había mirado, porque era ciego.... ¡Era mi padre!

–¡Bah! hermana, desechad esas fantasías con que el enemigo malo[1] procura turbar las imaginaciones débiles.... Rezad un Pater Noster[2] y un Ave Maria[3] al arcángel San Miguel,[4] jefe de las milicias celestiales, para que os asista contra los malos espíritus. Llevad al cuello un escapulario tocado en la reliquia de San Pacomio,[5] abogado contra las tentaciones, y marchad, marchad á ocupar la tribuna del órgano; la Misa va á comenzar y ya esperan con impaciencia los fieles.... Vuestro padre está en el cielo, y desde allí, antes que á daros sustos, bajará á inspirar á su hija en esta ceremonia solemne para el objeto de tan especial devoción.

[Footnote 1: el enemigo malo. That is to say, the devil.]

[Footnote 2: Pater Noster. See p. 33, note 1.]

[Footnote 3: Ave Maria. "A form of devotion used in the Church of Rome, comprising the salutation addressed by the angel Gabriel to the Blessed Virgin Mary. (Luke i. 28.) The words Ave Maria are the first two, in Latin, of the form as it appears in the manuals of the Roman Church, thus: ' Hail Mary (Ave Maria), full of grace, the Lord is with thee, etc.' To which is appended the following petition: 'Holy Mary, mother of God, pray for us sinners now, and in the hour of our death. Amen.'… It was not used before the Hours, until the sixteenth century, in Romish offices." Hook's Church Dict., London, 1887, p. 72. Some say earlier.]

[Footnote 4: San Miguel = 'St. Michael.' "An archangel mentioned in the Bible. He is regarded as the leader of the whole host of angels… He is spoken of five times in the Bible, always [or to be more exact usually as fighting] John mentions him as fighting at the head of the angels against the dragon and his host." Century Dict.]

[Footnote 5: San Pacomio = 'St. Pachomius.' "Born probably in Lower Egypt, about 292: died about 349. One of the founders of monasticism. He established a monastery on the island of Tabenna in the Nile, and was the first thus to collect the monks under one roof and establish strict rules of government for the community." Century Diet.]

La priora fué á ocupar su sillón en el coro en medio de la comunidad. La hija de maese Pérez abrió con mano temblorosa la puerta de la tribuna para sentarse en el banquillo del órgano, y comenzó la Misa.

Comenzó la Misa, y prosiguió sin que ocurriese nada de notable hasta que llegó la consagración.[1] En aquel momento sonó el órgano, y al mismo tiempo que el órgano un grito de la hija de maese Pérez....

[Footnote 1: consagración = 'consecration.' "The form of words by which the bread and wine in the Mass are changed into Christ's body and blood." Addis and Arnold, Catholic Diet, London, 1884, p. 216. See also p. 101, note 2.]

La superiora, las monjas y algunos de los fieles corrieron á la tribuna.

–¡Miradle, miradle! decía la joven fijando sus desencajados ojos en el banquillo, de donde se había levantado asombrada para agarrarse con sus manos convulsas al barandal de la tribuna.

Todo el mundo fijó sus miradas en aquel punto. El órgano estaba solo, y no obstante, el órgano seguía sonando … sonando como sólo los arcángeles podrían imitarlo en sus raptos de místico alborozo...............

–¡No os lo dije yo una y mil veces, mi señora doña Baltasara, no os lo dije yo!… ¡Aquí hay busilis!… Oidlo; qué, ¿no estuvísteis anoche en la Misa del Gallo? Pero, en fin ya sabréis lo que paso. En toda Sevilla no se habla de otra cosa.... El señor arzobispo está hecho, y con razón, una furia.... Haber dejado de asistir á Santa Inés; no haber podido presenciar el portento… ¿y para qué? para oir una cencerrada; porque personas que lo oyeron dicen que lo que hizo el dichoso organista de San Bartolomé en la catedral no fué otra cosa.... Si lo decía yo. Eso no puede haberlo tocado el bisojo, mentira … aqui hay busilis, y el busilis era, en efecto, el alma de maese Pérez.

LA CRUZ DEL DIABLO

Que lo creas ó no, me importa bien poco. Mi abuelo se lo narró á mi padre; mi padre me lo ha referido á mí, y yo te lo cuento ahora, siquiera no sea mas que por pasar el rato.[1]

***

[Footnote 1: por pasar el rato = 'to while away the time.']

I

El crepúsculo comenzaba á extender sus ligeras alas de vapor sobre las pintorescas orillas del Segre,[1] cuando después de una fatigosa jornada llegamos á Bellver,[2] término de nuestro viaje.

[Footnote 1: Segre. A river of the province of Lérida in northern Spain. It rises in the Pyrenees, and joins the Ebro twenty-two miles southwest of Lérida. Its chief tributary is the Cinca. Length about 250 miles. See Century Diet.]

[Footnote 2: Bellver. A little town of some 650 inhabitants, situated in the valley of the Segre, in the diocese of Urgel, province of Lérida, Spain. Its situation is very picturesque. It contains an ancient castle.]

Bellver es una pequeña población situada á la falda de una colina, por detrás de la cual se ven elevarse, como las gradas de un colosal anfiteatro de granito, las empinadas y nebulosas crestas de los Pirineos.[1]

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