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Legends, Tales and Poems
Ambos habían nacido en Toledo; juntos habían hecho sus primeras armas, y en un mismo día, al encontrarse sus ojos con los de doña Inés, se sintieron poseídos de un secreto y ardiente amor por ella, amor que germinó algún tiempo retraído y silencioso, pero que al cabo comenzaba á descubrirse y á dar involuntarias señales de existencia en sus acciones y discursos.
En los torneos del Zocodover,[1] en los juegos florales de la corte, siempre que se les había presentado coyuntura para rivalizar entre sí en gallardía ó donaire, la habían aprovechado con afán ambos caballeros, ansiosos de distinguirse á los ojos de su dama; y aquella noche, impelidos sin duda por un mismo afán, trocando los hierros por las plumas y las mallas por los brocados y la seda, de pie junto al sitial donde ella se reclinó un instante después de haber dado una vuelta por los salones, comenzaron una elegante lucha de frases enamoradas é ingeniosas, ó epigramas embozados y agudos.
[Footnote 1: El Zocodover. A small, quaint, three-cornered plaza, with two sides straight and the third curved, surrounded by buildings with rough arcades shading the shops on the ground floor. It used to be the scene of tournaments and bull-fights, as well as being the market-place, as it is to-day. "The life of the city then (after the Christian conquest), as now, spread from the Zocodover, word of inexplicable charm, said to be Arabian and to signify 'Place of the Beasts.' Down the picturesque archway, cut in deep yellow upon such a blue as only southern Europe can show at all seasons, a few steps lead you to the squalid ruin where Cervantes slept, ate and wrote the Ilustre Fregona. So exactly must it have been in the day Cervantes suffered and smiled, offering to his mild glance just such a wretched and romantic front." H. Lynch, op. cit., pp. 119–120]
Los astros menores de esta brillante constelación, formando un dorado semicírculo en torno de ambos galanes, reían y esforzaban las delicadas burlas; y la hermosa, objeto de aquel torneo de palabras, aprobaba con una imperceptible sonrisa los conceptos escogidos ó llenos de intención, que, ora salían de los labios de sus adoradores, como una ligera onda de perfume que halagaba su vanidad, ora partían como una saeta aguda que iba á buscar para clavarse en él, el punto más vulnerable del contrario, su amor propio.
Ya el cortesano combate de ingenio y galanura comenzaba á hacerse de cada vez más crudo; las frases eran aún corteses en la forma, pero breves, secas, y al pronunciarlas, si bien las acompañaba una ligera dilatación de los labios, semejante á una sonrisa, los ligeros relámpagos de los ojos imposibles de ocultar, demostraban que la cólera hervía comprimida en el seno de ambos rivales.
La situación era insostenible. La dama lo comprendió así, y levantándose del sitial se disponía á volver á los salones, cuando un nuevo incidente vino á romper la valla del respetuoso comedimiento en que se contenían los dos jóvenes enamorados. Tal vez con intención, acaso por descuido, doña Inés había dejado sobre su falda uno de los perfumados guantes, cuyos botones de oro se entretenía en arrancar uno á uno mientras duró la conversación. Al ponerse de pie, el guante resbaló por entre los anchos pliegues de seda, y cayó en la alfombra. Al verle caer, todos los caballeros que formaban su brillante comitiva se inclinaron presurosos á recogerle,[1] disputándose el honor de alcanzar un leve movimiento de cabeza en premio de su galantería.
[Footnote 1: le. This use of the accusative le instead of lo, when the object is not personal, is sanctioned by the Spanish Academy. See Gramática de La Lengua Castellana por La Real Academia Española, nueva edición, Madrid, 1901, p. 241.]
Al notar la precipitación con que todos hicieron el ademán de inclinarse, una imperceptible sonrisa de vanidad satisfecha asomó á los labios de la orgullosa doña Inés, que después de hacer un saludo general á los galanes que tanto empeño mostraban en servirla, sin mirar apenas y con la mirada alta y desdeñosa, tendió la mano para recoger el guante en la dirección que se encontraban Lope y Alonso, los primeros que parecían haber llegado al sitio en que cayera.[1] En efecto, ambos jóvenes habían visto caer el guante cerca de sus pies; ambos se habían inclinado con igual presteza á recogerle,[2] y al incorporarse cada cual le[2] tenía asido por un extremo. Al verlos inmóviles, desafiándose en silencio con la mirada, y decididos ambos á no abandonar el guante que acababan de levantar del suelo, la dama dejó escapar un grito leve é involuntario, que ahogó el murmullo de los asombrados espectadores, los cuales presentían una escena borrascosa, que en el alcázar y en presencia del rey podría calificarse de un horrible desacato.
[Footnote 1: cayera. See p. 16, note 3.]
[Footnote 2: le. See p. 66, note 1.]
No obstante, Lope y Alonso permanecían impasibles, mudos, midiéndose con los ojos, de la cabeza á los pies, sin que la tempestad de sus almas se revelase más que por un ligero temblor nervioso, que agitaba sus miembros como si se hallasen acometidos de una repentina fiebre.
Los murmullos y las exclamaciones iban subiendo de punto; la gente comenzaba á agruparse en torno de los actores de la escena; doña Inés, ó aturdida ó complaciéndose en prolongarla, daba vueltas de un lado á otro, como buscando donde refugiarse y evitar las miradas de la gente, que cada vez acudía en mayor número. La catástrofe era ya segura; los dos jóvenes habían ya cambiado algunas palabras en voz sorda, y mientras que con la una mano sujetaban el guante con una fuerza convulsiva, parecían ya buscar instintivamente con la otra el puño de oro de sus dagas, cuando se entreabrió respetuosamente el grupo que formaban los espectadores, y apareció el Rey.
Su frente estaba serena; ni había indignación en su rostro, ni cólera en su ademán.
Tendió una mirada alrededor, y esta sola mirada fué bastante para darle á conocer lo que pasaba. Con toda la galantería del doncel más cumplido, tomó el guante de las manos de los caballeros que, como movidas por un resorte, se abrieron sin dificultad al sentir el contacto de la del monarca, y volviéndose á doña Inés de Tordesillas que, apoyada en el brazo de una dueña,[1] parecía próxima á desmayarse, exclamó, presentándolo, con acento, aunque templado, firme:
[Footnote 1: dueña = 'duenna,' an elderly woman who occupies a position midway between that of governess and companion to young Spanish women.]
—Tomad, señora, y cuidad de no dejarle[1] caer en otra ocasión, donde al devolvérosle,[2] os lo devuelvan manchado en sangre.
[Footnote 1: le. See p. 66, note 1.]
[Footnote 2: le. See p. 66, note 1.]
Cuando el rey terminó de decir estas palabras, doña Inés, no acertaremos á decir si á impulsos de la emoción, ó por salir más airosa del paso, se había desvanecido en brazos de los que la rodeaban.
Alonso y Lope, el uno estrujando en silencio entre sus manos el birrete de terciopelo, cuya pluma arrastraba por la alfombra, y el otro mordiéndose los labios hasta hacerse brotar la sangre, se clavaron una mirada tenaz é intensa.
Una mirada en aquel lance equivalía á un bofetón, á un guante arrojado al rostro, á un desafío á muerte.
II
Al llegar la media noche, los reyes se retiraron á su camara. Terminó el sarao y los curiosos de la plebe que aguardaban con impaciencia este momento, formando grupos y corrillos en las avenidas del palacio, corrieron á estacionarse en la cuesta del alcázar,[1] los miradores[2] y el Zocodover.
[Footnote 1: la cuesta del alcázar. This is the name of the street that leads from the Zocodover up to the height on which is situated the Alcazar (see p. 61, note 3).]
[Footnote 2: miradores. See p. 51 note 2.]
Durante una ó dos horas, en las calles inmediatas á estos puntos reinó un bullicio, una animación y un movimiento indescriptibles. Por todas partes se veían cruzar escuderos caracoleando en sus corceles ricamente enjaezados; reyes de armas con lujosas casullas llenas de escudos y blasones: timbaleros vestidos de colores vistosos, soldados cubiertos de armaduras resplandecientes, pajes con capotillos de terciopelo y birretes coronados de plumas, y servidores de á pie que precedían las lujosas literas y las andas cubiertas de ricos paños, llevando en sus manos grandes hachas encendidas, á cuyo rojizo resplandor podía verse á la multitud, que con cara atónita, labios entreabiertos y ojos espantados, miraba desfilar con asombro á todo lo mejor de la nobleza castellana, rodeada en aquella ocasión de un fausto y un esplendor fabulosos.
Luego, poco á poco fué cesando el ruido y la animación; los vidrios de colores de las altas ojivas del palacio dejaron de brillar; atravesó por entre los apiñados grupos la última cabalgata; la gente del pueblo á su vez comenzó á dispersarse en todas direcciones, perdiéndose entre las sombras del enmarañado laberinto de calles obscuras, estrechas y torcidas,[1] y ya no turbaba el profundo silencio de la noche más que el grito lejano de vela de algún guerrero, el rumor de los pasos de algún curioso que se retiraba el último, ó el ruido que producían las aldabas de algunas puertas al cerrarse, cuando en lo alto de la escalinata que conducía á la plataforma del palacio apareció un caballero, el cual, después de tender la vista por todos lados como buscando á alguien que debía esperarle, descendió lentamente hasta la cuesta del alcázar, por la que se dirigie hacia el Zocodover.
[Footnote 1: torcidas. See p. 50, note 2.]
Al llegar á la plaza de éste nombre se detuvo un momento, y volvió á pasear la mirada á su alrededor. La noche estaba obscura; no brillaba una sola estrella en el cielo, ni en toda la plaza se veía una sola luz; no obstante, allá á lo lejos, y en la misma dirección en que comenzó á percibirse un ligero ruido como de pasos que iban aproximándose, creyó distinguir el bulto de un hombre: era sin duda el mismo á quien parecía[1] aguardaba con tanta impaciencia.
[Footnote 1: parecía is parenthetic in sense as used here.]
El caballero que acababa de abandonar el alcázar para dirigirse al Zocodover era Alonso Carrillo, que en razón al puesto de honor que desempeñaba cerca de la persona del rey, había tenido que acompañarle en su cámara hasta aquellas horas. El que saliendo de entre las sombras de los arcos[1] que rodean la plaza vino á reunírsele, Lope de Sandoval. Cuando los dos caballeros se hubieron reunido, cambiaron algunas frases en voz baja.
[Footnote 1: arcos. See p. 64, note 1.]
—Presumí que me aguardabas, dijo el uno.
–Esperaba que lo presumirías, contesto el otro.
–Y ¿á dónde iremos?
–Á cualquiera parte en que se puedan hallar cuatro palmos de terreno donde revolverse, y un rayo de claridad que nos alumbre.
Terminado este brevísimo diálogo, los dos jóvenes se internaron por una de las estrechas calles que desembocan en el Zocodover, desapareciendo en la obscuridad como esos fantasmas de la noche, que después de aterrar un instante al que los ve, se deshacen en átomos de niebla y se confunden en el seno de las sombras.
Largo rato anduvieron dando vueltas á través de las calles de Toledo, buscando un lugar á propósito para terminar sus diferencias; pero la obscuridad de la noche era tan profunda, que el duelo parecía imposible. No obstante, ambos deseaban batirse, y batirse antes que rayase el alba; pues al amanecer debían partir las huestes reales, y Alonso con ellas. Prosiguieron, pues, cruzando al azar plazas desiertas, pasadizos sombríos, callejones estrechos y tenebrosos, hasta que por último, vieron brillar á lo lejos una luz, una luz pequeña y moribunda, en torno de la cual la niebla formaba un cerco de claridad fantástica y dudosa.
Habían llegado á la calle del Cristo,[1] y la luz que se divisaba en uno de sus extremes parecía ser la del farolillo que alumbraba en aquella época, y alumbra aún, á la imagen que le da su nombre. Al verla, ambos dejaron escapar una exclamación de júbilo, y apresurando el paso en su dirección, no tardaron mucho en encontrarse junto al retablo en que ardía. Un arco rehundido en el muro, en el fondo del cual se veía la imagen del Redentor enclavado en la cruz y con una calavera al pie; un tosco cobertizo de tablas que lo defendía de la intemperie, y el pequeño farolillo colgado de una cuerda que lo iluminaba débilmente, vacilando al impulse del aire, formaban todo el retablo, alrededor del cual colgaban algunos festones de hiedra que habían crecido entre los obscuros y rotos sillares, formando una especie de pabellón de verdura.
[Footnote 1: la calle del Cristo. The street mentioned here is one known up to the year 1864 as la Calle del Cristo de la Calavera or la Calle de la Calavera, but which bears to-day the name of la Cuesta del Pez. It terminates near a little square which is called to-day Plazuela de Abdon de Paz, but which earlier bore the name of Plazuela de la Cruz de la Calavera. Miraculous tales are related of several of the images of Christ in Toledo, of the Cristo de la Luz, of the Cristo de la Vega, and others, as well as of the image we have to deal with here.]
Los caballeros, después de saludar respetuosamente la imagen de Cristo, quitándose los birretes y murmurando en voz baja una corta oración, reconocieron el terreno con una ojeada, echaron á tierra sus mantos, y apercibiéndose mutuamente para el combate y dándose la señal con un leve movimiento de cabeza, cruzaron los estoques. Pero apenas se habían tocado los aceros y antes que ninguno de los combatientes hubiese podido dar un solo paso ó intentar un golpe, la luz se apagó[1] de repente y la calle quedó sumida en la obscuridad más profunda. Como guiados de un mismo pensamiento y al verse rodeados de repentinas tinieblas, los dos combatientes dieron un paso atrás, bajaron al suelo las puntas de sus espadas y levantaron los ojos hacia el farolillo, cuya luz, momentos antes apagada, volvió á brillar de nuevo al punto en que hicieron ademán de suspender la pelea.
[Footnote 1: la luz se apagó. Espronceda describes effectively a similar miraculous extinguishing and relighting of a lamp before a shrine, in Part IV of his Estudiante de Salamanca:
La moribunda lámpara que ardía Trémula lanza su postrer fulgor, Y en honda obscuridad, noche sombría La misteriosa calle encapotó. Al pronunciar tan insolente ultraje La lámpara del Cristo se encendió: Y una mujer velada en blanco traje, Ante la imagen de rodillas vió. Y al rostro la acerca, que el cándido lino Encubre, con ánimo asaz descortés; Mas la luz apaga viento repentino, Y la blanca dama se puso de pie.]—Será alguna ráfaga de aire que ha abatido la llama al pasar, exclamó Carrillo volviendo á ponerse en guardia, y previniendo con una voz á Lope, que parecía preocupado.
Lope dió un paso adelante para recuperar el terreno perdido, tendió el brazo y los aceros se tocaron otra vez; mas al tocarse, la luz se tornó á apagar por sí misma, permaneciendo así mientras no se separaron los estoques.
–En verdad que esto es extraño, murmuró Lope mirando al farolillo, que espontaneamente habia vuelto á encenderse, y se mecía con lentitud en el aire, derramando una claridad trémula y extraña sobre el amarillo craneo de la calavera colocada a los pies de Cristo.
–¡Bah! dijo Alonso, será que la beata encargada de cuidar del farol del retablo sisa á los devotos y escasea el aceite, por lo cual la luz, proxima á morir, luce y se obscurece á intervalos en señal de agonía; y dichas estas palabras, el impetuoso joven tornó á colocarse en actitud de defensa. Su contrario le imitó; pero esta vez, no tan sólo volvió á rodearlos una sombra espesisima é impenetrable, sino que al mismo tiempo hirió sus oídos el eco profundo de una voz misteriosa, semejante á esos largos gemidos del vendaval que parece que se queja y articula palabras al correr aprisionado por las torcidas, estrechas y tenebrosas calles de Toledo.
Que dijo aquella voz medrosa y sobrehumana, nunca pudo saberse; pero al oirla ambos jóvenes se sintieron poseídos de tan profundo terror, que las espadas se escaparon de sus manos, el cabello se les erizó, y por sus cuerpos, que estremecía un temblor involuntario, y por sus frentes pálidas y descompuestas, comenzó á correr un sudor frío como el de la muerte.
La luz, por tercera vez apagada, por tercera vez volvió á resucitar, y las tinieblas se disiparon.
–¡Ah! exclamó Lope al ver á su contrario entonces, y en otros días su mejor amigo, asombrado como él, y como él pálido é inmóvil; Dios no quiere permitir este combate, porque es una lucha fratricida; porque un combate entre nosotros ofende al cielo, ante el cual nos hemos jurado cien veces una amistad eterna. Y esto diciendo se arrojó en los brazos de Alonso, que le estrechó entre los suyos con una fuerza y una efusión indecibles.
III
Pasados algunos minutos, durante los cuales ambos jovenes se dieron toda clase de muestras de amistad y cariño, Alonso tomó la palabra, y con acento conmovido aún por la escena que acabamos de referir, exclamó, dirigiendose á su amigo:
–Lope, yo se que amas á doña Inés; ignoro si tanto como yo, pero la amas. Puesto que un duelo entre nosotros es imposible, resolvámonos á encomendar nuestra suerte en sus manos. Vamos en su busca; que ella decida con libre albedrío cuál ha de ser el dichoso, cuál el infeliz. Su decisión será respetada por ambos, y el que no merezca sus favores mañana saldrá con el rey de Toledo, é irá á buscar el consuelo del olvido en la agitación de la guerra.
–Pues tú lo quieres, sea; contestó Lope.
Y el uno apoyado en el brazo del otro, los dos amigos se dirigieron hacia la catedral,[1] en cuya plaza,[2] y en un palacio del que ya no quedan ni aún los restos, habitaba doña Inés de Tordesillas.
[Footnote 1: la catedral. See p. 55, note 1.]
[Footnote 2: plaza. There is a small square in front of the cathedral, called to-day the Plaza de (or del) Ayuntamiento.]
Estaba á punto de rayar el alba, y como algunos de los deudos de doña Inés, sus hermanos entre ellos, marchaban al otro día con el ejército real, no era imposible que en las primeras horas de la mañana pudiesen penetrar en su palacio.
Animados con esta esperanza, llegaron, en fin, al pie de la gótica torre[1] del templo; mas al llegar á aquel punto, un ruido particular llamó su atención, y deteniéndose en uno de los ángulos, ocultos entre las sombras de los altos machones que flanquean los muros, vieron, no sin grande asombro, abrirse el balcón del palacio de su dama, aparecer en él un hombre que se deslizó hasta el suelo con la ayuda de una cuerda, y, por último, una forma blanca, doña Inés sin duda, que inclinándose sobre el calado antepecho, cambió algunas tiernas frases de despedida con su misterioso galán.
[Footnote 1: la gotica torre. See p. 55, note i.]
El primer movimiento de los dos jóvenes fué llevar las manos al puño de sus espadas; pero deteniéndose como heridos de una idea súbita, volvieron los ojos á mirarse, y se hubieron de encontrar con una cara de asombro tan cómica, que ambos prorrumpieron en una ruidosa carcajada, carcajada que, repitiéndose de eco en el silencio de la noche, resonó en toda la plaza y llego hasta el palacio.
Al oirla, la forma blanca desapareció del balcón, se escuchó el ruido de las puertas que se cerraron con violencia, y todo volvió á quedar en silencio.
Al día siguiente, la reina, colocada en un estrado lujosísimo, veía desfilar las huestes que marchaban á la guerra de moros, teniendo á su lado las damas más principales de Toledo. Entre ellas estaba doña Inés de Tordesillas, en la que aquel día, como siempre, se fijaban todos los ojos; pero según á ella le parecía advertir, con diversa expresión que la de costumbre. Diriase que en todas las curiosas miradas que á ella se volvían, retozaba una sonrisa burlona.
Este descubrimiento no dejaba de inquietarla algo, sobre todo teniendo en cuenta las ruidosas carcajadas que la noche anterior había creído percibir á lo lejos y en uno de los ángulos de la plaza, cuando cerraba el balcón y despedia á su amante; pero al mirar aparecer entre las filas de los combatientes, que pasaban por debajo del estrado lanzando chispas de fuego de sus brillantes armaduras, y envueltos en una nube de polvo, los pendones reunidos de las casas de Carrillo y Sandoval; al ver la significativa sonrisa que al saludar á la reina le dirigieron los dos antiguos rivales que cabalgaban juntos, todo lo adivinó, y la púrpura de la vergüenza enrojeció su frente, y brilló en sus ojos una lágrima de despecho.
EL BESO
I
Cuando una parte del ejército francés se apodero á principios de este siglo[1] de la histórica Toledo,[2] sus jefes, que no ignoraban el peligro á que se exponían en las poblaciones españolas diseminándose en alojamientos separados, comenzaron por habilitar para cuarteles los más grandes y mejores edificios de la ciudad.
[Footnote 1: una parte… siglo. The French armies of Napoleon entered Spain in 1808. Joseph Bonaparte was declared king, but the opposition of Spain was most heroic, and in 1814 the French were expelled. They made great havoc in Toledo, where among other desecrations they burned the Alcazar (now restored) and the convent church of San Juan de los Reyes.]
[Footnote 2: Toledo. See p. 50, note 2.]
Después de ocupado el suntuoso alcázar[1] de Carlos V, [Footnote:2] echóse mano de la casa de Consejos;[3] y cuando ésta no pudo contener más gente, comenzaron á invadir el asilo de las comunidades religiosas, acabando á la postre por transformar en cuadras hasta las iglesias consagradas al culto. En esta conformidad se encontraban las cosas en la población donde tuvo lugar el suceso que voy á referir, cuando, una noche, ya á hora bastante avanzada, envueltos en sus obscures capotes de guerra y ensordeciendo las estrechas y solitarias calles que conducen desde la Puerta del Sol[4] á Zocodover,[5] con el choque de sus armas y el ruidoso golpear de los cascos de sus corceles que sacaban chispas de los pedernales, entraron en la ciudad hasta unos cien dragones de aquellos altos, arrogantes y fornidos, de que todavía nos hablan con admiración nuestras abuelas.
[Footnote 1: alcázar. See p. 61, note 3.]
[Footnote 2: Carlos V. Charles V, the son of Philip of Burgundy by Joanna (daughter of Ferdinand and Isabella), and grandson of the emperor Maximilian 1, was bom at Ghent, Flanders, February 24,1500, and died in the monastery of Yuste, Estremadura, Spain, September 21, 1558. He became king of Spain (as Charles 1) in 1516, and emperor in 1520. In 1556 he abdicated the government of the former in favor of his son Philip II, and of the latter in favor of his brother Ferdinand I.]
[Footnote 3: la casa de Consejos. The Casa de Consejos ('City Hall'), Casa Consistorial, or Ayuntamiento, by which various names it is known, is a building erected in the fifteenth century and remodeled in the seventeenth. It has a handsome Greco-Roman façade in striking' contrast with the Gothic architecture of the cathedral, which stands upon the same plaza (see p. 73, note 2).]
[Footnote 4: la Puerta del Sol. A charming old Moorish gateway with horseshoe arches between two towers, built about 1100, and recently restored. It is one of the most impressive and beautiful of Toledo's monuments.]
[Footnote 5: Zocodover. See p. 64, note 1.]
Mandaba la fuerza un oficial bastante joven, el cual iba como á distancia de unos treinta pasos de su gente hablando á media voz con otro, también militar á lo que podía colegirse por su traje. Éste, que caminaba á pie delante de su interlocutor, llevando en la mano un farolillo, parecía servirle de guía por entre aquel laberinto de calles obscuras, enmarañadas y revueltas.
–Con verdad, decía el jinete á su acompañante, que si el alojamiento que se nos prepara es tal y como me lo pintas, casi casi sería preferible arrancharnos en el campo ó en medio de una plaza.
–¿Y qué queréis, mi capitán? contestóle el guía que efectivamente era un sargento aposentador; en el alcázar no cabe ya un grano de trigo cuanto mas un hombre; de San Juan de los Reyes[1] no digamos, porque hay celda de fraile en la que duermen quince húsares. El convento á donde voy á conduciros no era mal local, pero hará cosa de tres ó cuatro días nos cayó aquí como de las nubes ima de las columnas volantes que recorren la provincia, y gracias que hemos podido conseguir que se amontonen por los claustros y dejen libre la iglesia.