
Полная версия
Heath's Modern Language Series: Mariucha
María. ¿Por qué delito?
León. Por el viejo: por mis locuras de hace años en Madrid.
Don Rafael. Ayer estuvo Bravito en el Juzgado buscando un exhorto que, según él, debió venir hace dos años, y quedó sin cumplimiento.
León. No encontrarán exhorto. ¿Mas para qué lo necesitan? Harán lo que quieran.
Don Rafael. Asegura Bravo que el Duque de Agramante traerá de Madrid todo el artificio legal bien preparado.
María. Que traiga lo que quiera. (Animosa.) Contra tales armas, levantaremos la verdad inexpugnable.
León. Y nuestras voluntades firmísimas: somos de hierro.
María. Somos de bronce. (Con grave acento uno y otro, dando a sus declaraciones gran solemnidad.) Aquí, ante nuestro pastor de almas, hacemos juramento solemne de ser el uno para el otro, por encima de toda tiranía, de todo poder, sea el que fuere. (Se dan las manos. El son de campanas aumenta en intensidad por agregarse notas más cercanas, agudas y graves, que armonizan con las primeras.)
León. Nos juramos eterno amor, fidelidad constante…
María. Mutuo auxilio en las tribulaciones. Juramos hacer de nuestras existencias una sola. (Continúa el crescendo de las campanas. Se agregan las notas gravesde la iglesia de la Misericordia y de San Pedro, próximas, y la del Cristo, que está en escena.)
León. Juramos morir antes que renunciar a nuestra unión santa.
María. Juramos, y así lo declaramos ante Dios y ante su ministro. (Llega al máximum de intensidad el concierto de campanas. Pausa de recogimiento religioso y solemne. Las voces de María y León expiran entre las vibraciones del metal… El campaneo se va extinguiendo gradualmente por el silencio de las más próximas, sonandolas más lejanas, hasta que sólo se oigan las lejanísimas.)
Don Rafael. (Quedándose como en éxtasis, orando.) Hijos míos, dijérase que sobre vosotros ha descendido una suprema bendición…
León. Ya estamos unidos.
Don Rafael. (Asustado.) No, no: todavía no.
León. (Con gran entusiasmo y efusión.) En el Cielo ha sonado ese himno…
María. Trae a nuestras almas toda la alegría del Universo.
Don Rafael. (Asustadizo.) No, no creáis eso: no os alucinéis. Es la procesión de la Virgen, que pasa por la calzada del Refugio… No estáis unidos, ni sé si llegaréis a estarlo en forma. (Con viva emoción.) Hijos míos, el Cielo está con vosotros, la tierra no.
(Aparecen por la derecha Corral y Bravo, observando burlones; prorrumpen en risas.)
Escena III
Los mismos; Corral, Bravo.
León. ¿Quién va?
Don Rafael. ¿De qué se ríen? ¿Qué buscan aquí?
Corral. (Burlón.) Sigan, sigan.
Bravo. Don Rafael, creímos que estaba usted en la procesión.
Corral. Estaba aquí, repicando en el Cristo.
Don Rafael. Mis procesiones andan por dentro, y no necesitan repiques.
Corral. ¡Ja, ja!…
Bravo. ¡Ja, ja! ¿Pero estaba diciéndoles misa?
Don Rafael. Misa no: les decía… que sois unos grandes mentecatos.
Corral. Gracias… Y este señor nos ha dado el quién vive como un centinela… ¿Es esto castillo, reducto, fortaleza?
Bravo. Quizás lugar sagrado donde no podemos entrar sin permiso… del señor acólito.
León. (Aparte, conteniéndose.) ¡Canalla!
María. (Aparte.) ¡Ralea vil!
Corral. Pues entramos para tener el gusto de encontrar a esta señorita…
Bravo. Y el disgusto de decirle que sus padres, creyéndola perdida en el monte… (Corre hacia laderecha y llama, agitando el pañuelo.)
Corral. Andan locos buscándola…
Don Rafael. Los perdidos sois vosotros. Ni esta señorita ni nadie se pierde viniendo conmigo.
Bravo. (Llamando.) ¡Eh!
Don Rafael. (Acercándose a Bravo.) ¿Pero a quién llamas, condenado?
Bravo. Aquí están, aquí.
Don Rafael. (Mirando a los que vienen.) Éstos no podían faltar: la entrometidísima Vicenta y el Alcaldillo.
María. Ya no me importa… Que vengan.
Escena IV
Los mismos; Vicenta; después el Alcalde.
Vicenta. ¡Ah! queridísima… ¡Qué susto nos hemos llevado! (Al ver a León se santigua.)
María. ¿Pero no venía con usted su marido?
Vicenta. Ha retrocedido para mandar aviso a los señores Marqueses…
León. Por lo visto es, además de Alcalde, pregonero.
María. Dejémosle… Pregone todo lo que quiera.
Vicenta. Yo… acelerando el paso, he llegado a tiempo…
María. De salvarme. (Irónica.) Extraviada en el monte, a punto estaba ya de que me comieran los lobos.
Vicenta. Gracias que se extravió usted con el pastor.
Don Rafael. Dime, Vicentita: ¿al salir de tu casa, dejaste todo bien arreglado?
Vicenta. Sí, señor.
Don Rafael. ¿Los nenes bien apañadicos… la ropa de Nicolás corriente de zurcidos y arreglos?
Vicenta. ¿Por qué me lo dice?
Don Rafael. Porque si tienes quehaceres en tu casa… aquél es tu puesto… Aquí no nos haces ninguna falta.
Vicenta. (Picada.) Don Rafael, yo sé mi obligación en mi casa… y en las ajenas.
Alcalde. (Por la derecha, presuroso.) Avisados ya los señores, que estaban afligidísimos buscando a su querida hija. (Saluda a María fríamente.) Señorita, la compañía de don Rafael pone a salvo el decoro de usted.
León. El decoro de esta señorita no ha menester de acompañamiento para resplandecer como el sol.
Don Rafael. ¡Mucho, mucho!
Alcalde. Nadie le ha dado a usted la palabra.
León. Yo la tomo.
Alcalde. ¿Con qué derecho?
León. No es derecho: es deber, deber mío…
Alcalde. ¡Qué atrevimiento! (A María.) Por consideración a usted, no le contesto con la dureza que me impone mi autoridad.
Bravo. (A León, con grosera.) Amigo, ¿se le ha quemado a usted el establecimiento? Porque si no, no entiendo de dónde pueden salir tantos humos.
Corral. Pues no es poco orgulloso…
León. Sí que lo soy. Alguna razón habrá para ello.
Alcalde. (Mirando por la derecha.) Ya suben, ya…
María. (Asustada.) Mis padres…
Alcalde. (A Vicenta, aparte.) Ve a su encuentro; diles…
Vicenta. Ya…
Alcalde. Y para desentendernos de este desagradable asunto, retírate a casa.
Vicenta. Bien. (Vase por la derecha.)
Don Rafael. (Al Alcalde.) Quédate tú. Como autoridad, convendría que estuvieras presente. Sabrás que ante mí se han dado promesa recíproca de matrimonio…
Alcalde. ¡Dios nos asista!… Huracán tenemos… No puedo quedarme, don Rafael. Tengo que bajar a la estación.
Don Rafael. Verdad que llega el amo.
Alcalde. Hacia la estación van ya todos los amigos.
Corral. Nosotros también.
Bravo. En marcha. (Salen los tres hablando atropelladamente.)
María. (Viéndoles partir.) ¡Caterva infame! Servidores de la injusticia, de la mentira social, Dios os confunda.
Escena V
María, León, Don Rafael.
Don Rafael. (Mirando por la derecha.) Cerca vienen ya. El terrible choque se aproxima.
León. Yo les diré…
Don Rafael. No, hijo. (A María.) Mi opinión es que nos deje solos.
León. ¿Debo retirarme?
María. Sí.
León. ¿Debo esconderme?
María. No, no… afrontemos la lucha con honrada entereza.
León. Sin huir el cuerpo, sin volver la cara. Tenemos razón… y basta. (Retírase presuroso por la izquierda.)
Escena VI
María, Don Rafael, Don Pedro, Filomena.
Don Pedro. (Consternado, trémulo.) María, Mariucha… nuestro buen amigo el Alcalde nos ha dado conocimiento…
María. ¿Os ha dicho…?
Filomena. ¡Que amas a ese hombre…!
María. ¿Pero no os ha dicho mi juramento, el suyo…?
Don Pedro. Juramentos que nada significan si reconoces tu error…
María. Yo no falto a lo que prometo y juro. Lo que sabéis es resolución tomada y sostenida por la misma alma que en días aciagos luchó con la miseria…
Don Pedro. Ya vimos el tesón tuyo de entonces…
María. Pues imaginadlo duplicado, y veréis el de ahora.
Don Pedro. (Severo.) ¿De modo que te obstinas…?
Filomena. Hija, no me hagas olvidar el inmenso cariño que pusimos en ti…
María. Ese cariño siempre lo merezco. El amor que os tengo, ahora también se duplica.
Filomena. (Con maternal cariño.) ¡Oh, qué dolor!… ¡Tú, María, separar tu existencia de la nuestra…!
María. Yo sacrificaría mis afectos, mi juventud, mi existencia, cuanto soy y lo poco que valgo, si viera que con ese sacrificio lograba vuestro bien; pero no es así.
Don Rafael. María vivirá siempre para sus padres. Únanse a ella y serán felices.
Don Pedro. Ella es la que tiene que unirse a nosotros… Hemos determinado partir hoy mismo…
Filomena. ¡Oh, Dios mío! (Afligidísima.)
María. (Con viva emoción acude a Filomena.) Madre querida, ¿por qué te atormentas? Papaíto, si creíste en mí, ¿por qué no crees ahora?
Don Pedro. (Besándola.) María, Mariucha, mi encanto, mi alegría… ven…
Filomena. (Los tres están un momento abrazados.) Mi cielo, mi gloria… ven… siempre juntos… Serás feliz al lado nuestro… Piensa en tus hermanitos… en Cesáreo.
María. (Con movimiento de horror.) ¡Oh, no! (Se separa de ellos. Recobra súbitamente su entereza.)
Don Pedro. Ven… Partiremos.
María. (Con acento grave, retirándose más.) Yo… dolorida de esta separación, destrozada el alma… me quedo aquí. Partid vosotros.
Don Rafael. No ablandarán este bronce.
María. Queridos padres, habréis de decidiros pronto, porque el caso no admite dilación. Escoged entre estos dos caminos: o vais con Cesáreo, o venís conmigo.
Don Pedro. No podemos someternos a tan horrible dilema.
Filomena. Tú con nosotros…
María. (Intentando de nuevo moverles por la ternura.) ¿Pero no estáis contentos de mí? En estos días de Agramante, que empezaron angustiosos y luego volvieron risueños, apacibles, ¿qué os ha faltado? ¿No teníais cuanto necesitabais, y sobre lo necesario, algo de lo superfluo, más grato por ser muy bien medido?… Pues si esto teníais y esto os ofrezco, ¿por qué preferís ahora correr hacia un mundo de vanidades, donde no seréis más que un reflejo desconsolado de grandezas ajenas?
Don Pedro. A la sombra de la posición de nuestro hijo, podremos restablecer nuestra posición.
María. A la sombra del poderoso, los nobles empobrecidos se llaman parásitos, y yo no quiero para ti este nombre.
Don Pedro. (Irritado.) ¡María!
Filomena. (Severa y orgullosa.) ¡Oh! No pensarías así si no estuvieras trastornada por una pasión absurda… Por la Virgen, señor Cura: ayúdenos a domarla.
Don Rafael. En ella veo la razón, en ella la verdad.
Filomena. Ese amor es loco, insano, y lo combatiremos como el mayor de los oprobios.
Don Pedro. (Arrogante.) No lo consentiremos.
Filomena. Tú misma, mirando a tu linaje, a nosotros, debes rechazarlo.
María. No, no.
Filomena. ¿No merecemos que sacrifique su inclinación?
Don Rafael. (Con energía.) Más merecedora es ella de que ustedes sacrifiquen su orgullo.
Don Pedro. No es orgullo, es dignidad, y ésta no puede sacrificarse.
María. (Cortando la disputa.) Padre y madre muy queridos, no nos entendemos. Partid si así lo habéis determinado. No iré con vosotros.
Don Pedro. (Iracundo.) Esto ya es intolerable.
Filomena. (Con gran severidad.) Hemos invocado tu cariño filial; ahora reclamamos tu obediencia.
María. En esto no puedo obedeceros. (Con entonaciónvigorosa y grande entereza.) Marqués de Alto-Rey, tu hija, tu Mariucha, no comerá jamás el pan de Teodolinda.
Don Pedro. (Confuso.) ¿Qué dice?
María. (Con gradual energía.) ¿Habéis olvidado el origen de ese pan, del amasijo de riquezas que lleva sobre sí la que será esposa de vuestro hijo? Yo os lo recordaré. Fue su fundamento la odiosa, la infame esclavitud. El padre de Teodolinda vendía negros, y su primer esposo los compraba… ¿Este comercio os parece más honroso que el mío?… Ved ese caudal aumentado rápidamente con la usura de sangre humana, más inicua que la del dinero… vedlo crecer, crecer luego en montones de oro, y hacerse fabuloso, negociando en medio de las corrupciones coloniales… Ese pan es el que vais a comer. Yo antes moriré que probarlo: me envenenaría el alma. Prefiero el pan amasado en el suelo pobre de mi patria, santificado con mi trabajo (Con fiera energía, apretando los puños), extraído ¡a pulso! con inmensas fatigas de la tierra dura, de la tierra madre en que todos nacimos.
Don Pedro. (Desconcertado.) No puedo renegar del apoyo que nos trae Cesáreo.
Filomena. Mi pobre hija delira.
Don Rafael. Tolerancia, Marqués, en nombre de Dios.
Don Pedro. Obediencia en nombre de mi autoridad.
Filomena. Que renuncie a ese amor afrentoso. (Asiente don Pedro.)
María. (Rebelándose.) Afrentoso habéis dicho, y contra eso tengo que protestar con toda la fuerza de mi alma honrada y de mi conciencia pura.
Filomena. Si es inútil, María, que pretendas extraviarte. No lo consentiremos.
Don Pedro. Medios le sobran a Cesáreo para…
María. (Disparándose.) Los medios que empleará mi hermano, vosotros no podréis autorizarlos: son un delito… En otros tiempos, cuando estorbaba una persona, se le daba muerte; en éstos, no más humanos, pero sí más hipócritas, a esa persona que estorba se la mata legalmente, civilmente… y esto, vosotros, nobles de raza, no podéis consentirlo. Si lo consentís…
Filomena. No es cosa nuestra. Cesáreo, que vela por la familia, sabe lo que tiene que hacer.
María. Pues si Cesáreo sabe lo que tiene que hacer, sabed vosotros…
Don Pedro Y Filomena. (Simultáneamente, con gran ansiedad.) ¿Qué?
María. Que habéis perdido a vuestra hija, que se os ha muerto vuestra hija. (Apártase hacia el fondo.)
Don Pedro. ¡María!
Filomena. ¡Hija!
María. Dejadme. Soy libre. (Apártase más.)
Don Rafael. La ley le concede ya libertad…
María. Y yo la tomo.
Filomena. ¡Qué sería de ti, pobre criatura, si…
María. Antes de aprender a libertarme aprendí a vivir por mí misma.
Don Pedro. (Exaltado.) Pero yo te traigo a la obediencia. Eres mi hija.
María. Ya no soy vuestra. Soy mía, mía. (Sube por la escalerilla del fondo.)
Filomena. (Aterrada.) ¡Huye de nosotros!
Don Rafael. Y yo con ella. (Sube tras de María.)
Escena VII
Los mismos; Cesáreo, el Alcalde, Roldán, Corral y algunos Señores de Agramante.
Cesáreo. (Por la derecha, presuroso, alarmado por loque le han referido y por lo que ve al llegar.) ¿Qué…? ¿Qué ocurre…?
Don Pedro. (Atribulado.) ¡Cesáreo!
Filomena. (Ídem.) ¡Hijo mío!
Don Pedro. ¡María… huye de nosotros!
Filomena. (Señala la figura de María, que en su andar incierto se oculta y reaparece entre el follaje.) Hija adorada… hija loca… ven.
Cesáreo. (Risueño, presuntuoso, confiado en sí mismo.) Estad tranquilos. Yo la someteré.
María. (Desde lo alto.) Soy libre.
Cesáreo. (Imperioso.) ¡María!
Don Pedro. (Dolorido y cariñoso.) ¡Mariucha!
María. (Subiendo más.) No me llaméis.... Desde este instante sólo a Dios tengo por padre. (Huye por elmonte. Don Rafael va tras ella. Consternación de los padres. Cesáreo arrogante, confiado en sí mismo.)
ACTO QUINTO
Almacén de hulla. Local grande, de sólidos muros y techo abovedado.
A la derecha, primer término, un ventanal; a la izquierda un estante con herramientas y otros objetos, pedazos de flejes, tablas, etc. El foro está dividido: a la izquierda, un cuerpo saliente, que es una de las habitaciones particulares de León, con una puerta frente al público, y otra lateral que da al foro, y almacenes. Por la derecha de este foro se va a la calle.
Utensilios propios del comercio de carbón. Banquetas y muebles toscos. Es de día.
Escena Primera
El Alcalde, que entra por el fondo; Don Rafael, que sale por la puerta pequeña del fondo.
Alcalde. (Sorprendido.) ¿Pero estaba usted aquí?
Don Rafael. ¿Pues dónde querías que estuviese? Mi papel es consolar a los oprimidos, como el tuyo adular a los poderosos.
Alcalde. No estamos para sermones. Dígame, ¿han vuelto a su casa los señores Marqueses?
Don Rafael. Sí.
Alcalde. ¿Y la Marquesita?
Don Rafael. En mi casa.
Alcalde. Dijéronme que avanzó monte arriba largo trecho…
Don Rafael. Desolada, quería ser como fiera vagabunda del bosque. Yo no podía seguirla. La reduje al fin… Los padres, en cuanto se enteraron de que estaba en mi casa, corrieron allá. Escena de lágrimas… desmayo de Filomena, pucheros del papá… Pero Mariucha inflexible. Se ha encastillado en su potente voluntad, y cualquiera la rinde.
Alcalde. ¡Contentos están de usted los Marqueses y don Cesáreo!
Don Rafael. Ya, ya… Si a todo trance querían someter a María por el terror, y martirizarla en su propia casa o en un convento, valiéranse de otros de mi oficio, que los hay, vaya si los hay, dispuestos para eso y para mucho más; pero este Cura no es de esa cuerda…
Alcalde. ¡Qué demonio! D. Cesáreo ha de mirar por el decoro de la familia, por el lustre de su nombre.
Don Rafael. (Burlón.) ¡Mucho, mucho! Lustre nuevo a cosas viejas, y barnizar con oro y púrpura las grandezas podridas…
Alcalde. Reconozcamos que la posición que tendrá don Cesáreo dentro de unos días le dará un poder formidable…
Don Rafael. ¡Malditas posiciones, que son como los castillos roqueros de antaño, de donde sale toda asolación de pueblos, todo el atropello y vejámenes de personas!
Alcalde. Pero fíjese usted… Si Mariquita se sale con la suya… Lo que yo digo…
Don Rafael. (Interrumpiéndole.) Cállate. Todo lo que tú puedas decirme me lo sé de memoria. Es el lenguaje del servilismo, que entre las pisadas de los poderosos cultiva su interés. ¡El decoro de la familia, el nombre! Vale más un cabello de Mariucha que todos los nombres y remoquetes de los innumerables fantasmones que pueblan el mundo.
Alcalde. (Queriendo explicarse.) Óigame… yo digo que…
Don Rafael. (Sin hacerle caso, con calor.) ¡Las posiciones! ¡Que me dé Dios vida para verlas arrasadas, hecha tabla rasa de todo este feudalismo indecente! Ea: abur.
Alcalde. Aguarde: no sea tan vivo. (Autoritario.) Tengo que advertirle…
Don Rafael. ¿Órdenes del bajá de tres colas… del Excelentísimo Sr. Duque…?
Alcalde. Órdenes mías. Primero: no conviene que visite usted a este hombre… Segundo. Puesto que tiene a la fierecilla en su casa, exhórtela, aconséjela con todo el sermoneo que usted sabe emplear cuando quiere, y una vez dueño de ella…
Don Rafael. Le echo al cuello una soga, y la traigo al redil paterno.
Alcalde. Sin soga o con soga, entendiendo por ésta la autoridad religiosa y moral. Antes de las tres ha de estar la señorita bien catequizada y bien amansada en casa de sus padres, para que puedan tomar todos el tren de las cuatro…
Don Rafael. Bien, Nicolás. ¿Lo manda el amo?
Alcalde. Lo manda el sentido común; lo manda también el señor Obispo, ¡ojo! que es muy amigo de don Cesáreo y…
Don Rafael. (Riendo.) Mucho, mucho… ¡ja… ja!… ¿Con que a las tres?
Alcalde. Lo más tarde.
Don Rafael. Pues la traeré, hijo; traeré a la fierecilla… No te incomodes. La verdad es que tengo yo un miedo fenomenal a mi señor Duque, y al Obispo, y a ti… ¡Mucho, mucho…! (Vase riendo por el fondo.)
Escena II
El Alcalde, Roldán, Corral, por el fondo.
Roldán. Risueño va el curita…
Alcalde. Déjale, que ya le cortarán la risa… ¿Y don Cesáreo?
Corral. Ahora salía del Juzgado.
Alcalde. ¿Y el Juez…?
Corral. Enteramente a su devoción.
Roldán. Según eso, a este hombre se le puede cantar el responso.
Alcalde. Yo entiendo que cederá en cuanto vea la que se le viene encima… Él mismo será el que desencante a la encantada señorita… Para mí, a eso tira don Cesáreo…
Corral. Entiendo que no cede. Está enamoradísimo del ángel. Lo que hará será suicidarse, y me alegro.
Alcalde. ¡Hombre…!
Corral. Digo que allá me espere muchos años.
Escena III
Los mismos; Cesáreo, por el fondo.
Cesáreo. (Al Alcalde.) ¿Vio usted a ese maldito Cura; le dijo…?
Alcalde. Que se arregle como pueda, ya por lo religioso, ya por lo moral, para encadenar a la rebelde…
Cesáreo. Muy bien.
Alcalde. Y traerla a casa de sus padres.
Cesáreo. O convencida o resignada: no hay otro remedio. Y ello ha de ser pronto…
Alcalde. Sí: para que tengan tiempo de tomar el tren…
Cesáreo. Pues adelante… Ea: suélteme usted la fiera. Verán qué pronto la amanso. (A Roldán y Corral.) Señores, despéjenme la cueva…
Corral. Aguardaremos fuera… (Vanse Corral yRoldán por el foro. El Alcalde entra en las habitaciones de León y sale en seguida.)
Alcalde. ¿Le dejo a usted solo?
Cesáreo. Sí… En cuanto hable usted con el Cura, hágame el favor de pasar a casa de mis padres y advertirles que estén prevenidos… que vendrá María, que partiremos todos…
Alcalde. Está bien… (Retírase el Alcalde por el foro; aparece León.)
Escena IV
León, Cesáreo. (Éste se quita los guantes con presteza y los arroja sobre el banco de cerrajería.)
León. (Con fría urbanidad.) Siento que venga usted a este almacén, lugar tan impropio para visitas… Hubiera ido yo a donde se me designara…
Cesáreo. Aquí estamos bien, señor… (Vacilando en el tratamiento.) Creo inútil… y tonto… que nos engañemos dando yo a usted un nombre que no es el suyo. De antiguo nos conocemos, Antonio Sanfelices.
León. (Con gran tranquilidad, en pie.) Ése es mi nombre. A punto estuvo usted de conocerme aquel día en la sala de Alto-Rey… El polvo de carbón me sirvió de máscara…
Cesáreo. Tras el velo negro creí ver el rostro del que fue mi amigo, del que dejó de serlo… no por culpa mía.
León. Por mi culpa, es verdad. Muchos amigos dejaron de saludarme. Algunos, pocos, me favorecieron con un trato de pura fórmula.
Cesáreo. Yo fui de ésos.
León. Nuestro trato había sido hasta entonces muy cordial. Nos tuteábamos.
Cesáreo. Cierto.
León. Y aun pareció que quería usted distinguirme con una benevolencia de pura fórmula.
Cesáreo. Benevolencia que tú… (Vivamente, con transición de la rigidez a la sinceridad.) Perdone usted: siento vivas ganas de tutearle ahora como antes… Me sale de dentro.
León. Y a mí.
Cesáreo. No porque el tuteo sea más familiar, más íntimo, sino porque es…
León. Más rencoroso…
Cesáreo. Más expresivo…
León. Puede uno desfogar su pecho…
Cesáreo. Sí, sí… Pues decía yo que no merecías mi benevolencia.
León. Yo creo que sí la merecía.
Cesáreo. Hoy, con el mismo sentimiento compasivo miraría yo tu mengua… Pero resulta que no te avienes a llevarla solo, y quieres compartirla con una familia ilustre…
León. (Inalterable en su tranquilidad.) No doy ni quito mengua, ni con nadie la comparto, porque no existe.
Cesáreo. ¿Que no existe? ¿Quién la ha borrado?
León. (Con orgullo y convicción.) Yo la he borrado, yo. (Insistiendo.) Digo que yo la he borrado, y basta. Si la conciencia humana no pudiera ennegrecerse y limpiarse como esta cara mía, que viste tiznada de carbón y ahora ves blanqueada por el agua, no seríamos hombres, seríamos animales.
Cesáreo. Retóricas… Eso se dice.
León. Y se hace. Puedes creerlo, puedes dudarlo. No tengo interés en convencerte.
Cesáreo. Si, en efecto, lavaste tu afrenta, ¿por qué no procuraste que así lo comprendiese tu tío el Marqués de Tarfe, el noble anciano que…?
León. Por escrito le dije lo mismo que de palabra te he dicho a ti. Pero no me creyó. Como tú, me dijo: «Retóricas.»
Cesáreo. ¿Sabes que murió tu tío?
León. Lo sé.
Cesáreo. ¿Sabes que en su testamento no te dejó ni el más pequeño legado?
León. Lo sé. No esperaba herencia ni legado. Y la verdad, no sentí la preterición de mi nombre en el testamento. Me satisface más vivir de lo que he adquirido con mi trabajo. Cada uno tiene su manera de borrar lo que fue, para dar mayor vida y realce… a lo que es.