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Morrigan
Morrigan

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Por suerte allí cerca de mí, estaba Sara, y me apoyé en ella.

Estaba seria y me miraba como si fuera una extraterrestre.

¿Tenía algo entre los cabellos? Traté de arreglármelos pero continuaba mirándome igual.

Sus ojos de hielo parecían penetrarme y sentí un escalofrío que me recorrió la espalda.

“¿Pasa algo, Sara?” No respondió, se limitó a bajar la cabeza y negar con la cabeza.

Luego fue hacia Sonia.

“Sofía, vamos. Gabriel fue a buscar los caballos que escondió.” Dijo Sonia.

“Claro, voy”.

Me dirigí hacia ellas, sacudiéndome un poco de polvo del vestido.

Estaba de verdad preocupada. Me había desmayado y lo había sentido, pero nadie me había dicho nada de lo que me había sucedido, después que sentí la presencia de un cuerpo extraño metiéndose en mi cabeza.

¿Por qué? ¿Qué me estaban escondiendo?

Tal vez quien me había poseído no era bueno, pero igualmente por qué nadie me decía nada al respecto.

Lo que más me preocupaba era la manera en que me miraba Sara, era como si me tuviera miedo.

Sentí el sonido de los cascos, y vi a Gabriel que llegaba con dos espléndidos caballos, de manto negro y con las crines que ondeaban como si fueran de seda.

Eran tan espléndidos como lo era Gabriel. La camiseta de manga corta negra dejaba ver su físico perfecto, y sus pantalones negros de jean se adherían a la perfección a sus muslos en cada paso.

“Magníficos, ¿verdad?” Sonia tenía una mirada maligna.

“Sí, verdaderamente” respondí yo, pensando en otra cosa.

“Parece un caballo, fuerte y seguro de sí, pero en realidad tiene un carácter dócil, sabes?. El secreto es saber tratarlo, y conocer sus puntos débiles.”

¿Se estaba refiriendo al caballo? No, hablaba de Gabriel.

“¿Por qué me dices esto? No tengo ninguna intención de conocer mejor al caballo.” Dije, seca, cruzando los brazos ofendida.

“Vamos, se te cae la baba por él. Lo hicimos todas al llegar a este mundo. Su beso es único.” Y suspiró ante su recuerdo. “Pero habrás notado que se vuelve irascible cuando lo tienes cerca”.

“Me odia, si me gusta una persona no trato de agredirla cada vez que me dice algo.”

Sonia sonrió. “No entiendes, justamente este es el punto.”

La miré de boca abierta, Gabriel había sido claro, no me quería a su alrededor, y yo tampoco a él.

¿O tal vez sí?

Me sonrojé pensando que pudiera surgir algo entre nosotros. Sonia lo notó y bajó la mirada, no quería admitir que tal vez tuviera razón.

“Vamos” Me dijo dándome una palmada en el hombro.

Subió al caballo con una elegancia envidiable. Yo nunca lo hubiera podido hacer de esa manera.

Detrás de ella subió Sara.

Faltaba solo yo.

Me encontré delante de Gabriel. Era como un caballero negro sobre su negro caballo. Y la figura le quedaba muy bien.

Traté de concentrarme en la silla de montar, y tomé coraje. Si me distraía terminaría con la cola en el piso.

¡Cómo diablos se hacía para subirse allí!

Necesitaba ayuda pero no lo quería admitir. No quería su ayuda, que me miraba con los brazos cruzados volcado hacia el cuello del caballo con una mirada irritante.

“Dale, pon el pie en el estribo” lo escuché aguantando la risa. “Apóyate en mí y te ayudo a subir”

No encontraba nada de qué reír.

Bufé y dejé aparte el orgullo de poder subri sola. Coloqué mi pie derecho en el estribo, me agarré de su brazo y con un movimiento ágil y elegante me ayudó a subir.

Me lo encontré de frente, sus ojos poco distantes de los míos. “Fue fácil, ¿verdad?”

Me hubiera gustado decirle cuánto lo odiaba, pero me limité a un breve y ácido “Gracias, pero lo habría hecho sola, de todas formas.”

“No lo dudo” Dijo en tono sarcástico y luego se puso serio de nuevo. “Agárrate a mí, debemos llegar rápido al castillo, cuanto más veloz lo hagamos menos llamaremos la atención.”

Me agarré a sus costados, a su camiseta justa, lo más fuerte que pude.

Gabriel se dio vuelta molesto. “Tú no me escuchas.”

Tomó mis manos y las puso entorno a su cintura. “Ahora no correrás riesgo, agárrate fuerte”, luego se giró y les dijo a las muchachas, “podemos ir”.

Me encontré pegada contra su espalda. Estábamos yendo a una velocidad increíble, tanto que no podía observar con claridad el paisaje a mi alrededor. Podía apenas distinguir los prados y alguna montaña pero nada más.

Aún me daba vueltas la cabeza, por lo que decidí cerrar los ojos.

Sentía el viento en mis cabellos y con los ojos cerrados, parecía que estaba volando.

¡Volar!

Gabriel era un ángel, tal vez tenía alas. ¿Entonces por qué no las veía? Su espalda era perfecta. Además de los músculos no notaba ninguna otra imperfección. O al menos apoyada en él eso parecía.

Tuve un flash, en el que vi una figura con un par de alas negras, terroríficas.

Parpadeé un instante por el miedo, y en ese momento nuestra loca corrida se hizo más lenta.

Alrededor de mí había un paisaje magnífico, verde.

Gabriel notó que estaba distraída y para llamar mi atención colocó una mano sobre las mías. Pasó con delicadeza el pulgar sobre mi dorso para avisarme que habíamos llegado.

Se me detuvo el corazón.

“Mira Sofía, ¿no es magnífico este lugar?” Su voz escondía un halo de tristeza, como si aquel lugar le recordara algo pasado, o tal vez me equivocaba. No lo hubiera creído capaz de probar algún sentimiento.

Respecto a lo usual, sonaba más gentil, su lado angelical había surgido.

No, pero quería disfrutar aquel momento, hasta que volviera el irascible Gabriel.

“Es fantástico”. Y lo era de verdad. Delante de nosotros había un mar tan azul que parecía que el cielo se hubiera dado vuelta. Debìa ser un lago, porque a su alrededor solo había montañas.

“Este es el lago de los tres ríos, si miras bien entenderás por qué el nombre.” Miré alrededor y entendí perfectamente. Había tres montañas alrededor, y de cada una de ellas bajaba un río que desembocaba en las aguas cristalinas.

“Debemos pasar el puente. ¿Ves, allí abajo?” Gabriel me volvió a tierra, y lamentablemente quitó su mano de las mías, para mostrarme un punto a lo lejos.

Vi un puente que no parecía tener fin. Pestañé para ver mejor, la luz reflejada en el agua me impedía ver con claridad.

Me llevé una mano a los ojos para cubrir el reflejo y pude ver un pequeño relieve montañoso. Era extraño, tenía una forma muy particular.

“Allá arriba, en aquel monte, está el castillo de Ares. Las acompañaré hasta allá, luego seguirán solas” dijo Gabriel.

“¿Por qué no vienes con nosotras?”

Un rayo de rabia le pasó por los ojos, “no soy bienvenido” y terminó la conversación.

Con él no se podía nunca tener una conversación completa, siempre dejaba los discursos por la mitad, y esto me fastidiaba, de verdad.

Llegamos al castillo en la tarde.

Gabriel se marchó con los caballos y dijo que nos vendría a buscar a la mañana siguiente.

Dónde habría pasado la noche, no nos lo dijo, pero aquello no era importante. Mi atención había pasado al castillo que tenía delante que era de verdad impresionante. Entramos escoltadas por un paje. Era un muchacho joven que descubrí que era el único inmortal al servicio de Ares. Todos los demás se habían quedado con Mefisto, quien los dejaba marchitar hasta el hueso en un mar de vicios y excesos.

Portaba una calza que se adhería a sus piernas, largas y esbeltas, similares a las de un ciervo, y una camisola blanca. Encima un chaleco negro orlado en dorado, con un cordoncito marrón, que lo cerraba adelante.

Como si esto no fuese lo suficientemente ridículo, llevaba un sombrero negro, de esos de torero, de fieltro negro con una pluma de pavo que le caía sobre los cabellos rubios y ondulados.

No pude retener la risa cuando vi aquel pantaloncito marrón a rayas plateadas, era como si se hubiera puesto dos pelotas en las piernas.

Nos acompañó hasta la puerta del salón, la abrió y nos anunció: “Su alteza, e inmortal Ares está pronto a recibiros.”

Entramos en fila, primero Sonia, después Sara y luego yo.

El salón era mucho más grande de lo que me había imaginado, grandes pinturas cubrían las paredes.

Eran elfos nobles, se veía por la actitud firme, y por las coronitas de hojas colocadas en la cabeza.

“¿Quiénes son?” Le pregunté a Sara, que aún me miraba con una mirada turbadora.

“La primera estirpe de elfos que reinó en Naostur, los Nuropegues.”

“Pero aquí no hay elfos” le dije, “solo he visto medio elfos, ¿dónde se encuentran ahora?”

Sara me acribilló con la mirada, “son historias antiguas, es mejor dejar el pasado donde está.”

¿Por qué toda aquella rabia repentina? Solo quería saber un poco más del lugar en el que me encontraba.

Decidí no indagar más, si bien no podía sacar de mi cabeza la belleza de aquel Rey elfo.

Volví a mirar a mi alrededor, aquel Castillo era inmenso. Desde lo alto de la sala, colgaban tres grandes arañas, todas alimentadas por velas. Al final del salón había dos grandes escaleras, que llevaban a las habitaciones del segundo piso. Eran en mármol blanco y formaban una herradura.

Mis hermanas y yo caminábamos en fila sobre una gran alfombra roja. Me sentía como una reina escoltada por sus damiselas.

Cuando llegamos al final del salón, Sonia se colocó a mi derecha, Sara a mi izquierda y yo quedé en el medio.

Vi a las muchachas llevarse la mano, con los dedos entrecruzados, al corazón y arrodillarse.

Yo las imité.

“Gloria y Honor a ustedes, queridas muchachas.” Dijo una voz desconocida para mí.

Biché, curiosa por saber quién hablaba.

Me encontré mirando el corredor que pasaba debajo de las escaleras.

No había mucha luz y la única cosa que podía distinguir era una figura con un contorno negro.

Nada más.

“Gloria y Honor a ti, Ares”, dijeron Sonia y Sara.

Yo permanecí con la boca abierta, tratando de darle un sentido a la sombra que aparecía delante de mí. No dije nada y las otras dos me miraron como si hubiera hecho el papelón de mi vida.

Ares sonrió. “No importa es nueva en nuestro reino, ya aprenderá.”

“G-Gracias” tartamudeé, un poco avergonzada.

Me levanté y mis ojos encontraron los de Ares.

Había salido de la sombra y un haz de luz lo iluminó.

5

ARES

Las grandes paredes, pintadas, hacían un único espacio con el suelo.

Un remolino, gris, rojo y amarillo parecía querer devorarme.

Escuché un zumbido, parecido al que se escucha cuando se está por perder el sentido, a punto de desvanecerse, y esto lo había aprendido con creces.

Pocas horas antes me había desmayado y había muerto.

Luego había vuelto a desmayarme.

Pero esta vez era diferente porque solo una cosa veía con nitidez delante de mí, el rostro de Ares.

No sabía si era un muchacho o un hombre, no tenía edad.

Se presentó delante de nosotras vistiendo solo un par de jeans. Sus músculos eran marcados sin ser exagerados. Su rostro era como el de un ángel, uno de aquellos de los cuadros, que adoran al Señor.

Habría podido ser uno de aquellos. O un serafín, pues tampoco ellos tenían edad.

Sus cabellos rubios y rizados, caían por encima de sus hombros. Su nariz griega era perfecta, sus ojos pequeños y de un verde intenso como los prados que había visto antes de llegar al castillo. El mentón un poco pronunciado y en punta, y la boca suave y poco carnosa, eran atrayentes.

No sabía si enfrente de mí tenía una divinidad o un inmortal.

Me di cuenta de que había estado un rato mirándolo, de boca abierta, solo cuando Sara me dio un pellizco.

“Era hora de que decidieras volver con nosotros” dijo en voz baja. “¿Qué diablos te sucedió?”

“Y-Yo”, tartamudeé.

Qué habría podido decirle.

Afortunadamente Ares me salvó de aquella situación embarazosa. “Perdónenla, es la primera vez que se encuentra de cara con un inmortal”, y me hizo un guiño.

“Un placer conocerte, Neman. Bienvenida a nuestro reino.” Ares se arrodilló delante de mí, tomó mi mano y me la beso dulcemente, como aquellos caballeros de otros tiempos.

“El placer es mío, Ares”

A juzgar por la expresión de Sonia, que levantó los ojos al cielo y sacudió la cabeza, entendí que había hecho el enésimo papelón.

Me di vuelta y en voz baja dije:”¿qué debía decir?”

La única respuesta que obtuve fue una risita que no pudo ser frenada. Aquellas que debían de ser mis hermanas me estaban tomando el pelo. Para mí aquello no era nada divertido y las fulminé con la mirada.

“Síganme”, dijo Ares que no parecía haber notado nada.

Lo seguimos por los inmensos corredores del castillo, iluminados por enormes candelabros de oro que colgaban de las paredes.

Entramos en una salita que parecía diminuta para aquel enorme lugar. Debìa de ser una especie de oficina, con un escritorio de madera en el medio de la misma, y un enorme armario que ocupa toda la pared del fondo.

Delante del escritorio había tres sillas de madera, decoradas, de apariencia incómoda.

No había cuadros ni ventanas al exterior. Solamente un enorme candelabro con velas encendidas, que colgaba sobre nuestras cabezas.

Encima del escritorio había algunos papeles ordenados. Noté, de un lado, algunas hojas escritas, y de otro, hojas en blanco, y cerca de estas un recipiente con tinta y una lapicera de pluma para escribir.

“Bien”, comenzó Ares, “esta sala es la más segura que tenemos. Como ustedes ya saben, se sabe que llegó. Se rumorea que esta vez es diferente, que podría ser Ella, y no solamente Neman. ¿Qué me pueden decir a propósito de esto?”

Sara comenzó a contar todo, como un río que corre. Desde mi despertar hasta el evento delante del pueblo del Reino de Elos.

Finalmente entendí por qué me miraba con sospecha. Había entrado en trance y había comenzado a hablar con una voz que no era la mía. Incluso yo, como ella, habría sospechado. Pensar en cualquier tipo de posesión, me revolvía el estómago.

“Y entonces sospechas que en ese momento se haya podido manifestar la Diosa en persona. ¿Entendí bien Sara?” Concluyó Ares.

“Estoy convencida. Por un momento pude ver un rayo en sus ojos, una luz distinta, mi cuerpo sintió una presencia diferente, fuerte, y…” tragó antes de continuar, “y familiar”.

“Entiendo, pero si fuera la reencarnación de la Diosa, de Morrigan…¿saben lo que significa, verdad?”

Sara y Sonia se miraron, me miraron, miraron a Ares, hicieron un gesto y miraron hacia abajo.

¿Qué significaba aquello?

Aguanté la respiración. El estómago se me retorcía de ansiedad.

Esperé, deseando que alguien me explicara algo.

Nadie dijo nada.

“Yo no sé qué significa todo esto” exploté. “¿Alguien me podría explicar qué diablos significa?”

“Sofía, tesoro, cálmate” dijo Ares. “No pasará nada malo, todo depende de ti. Verás, hace años que Morrigan no se deja ver. La última vez fue cuando murió.”

“¿Cómo sucedió?”

Traté desesperadamente de calmarme.

“Murió durante una batalla. Se había enamorada del oicial del ejército del Reino de Elos, un inmortal. Morrigan es famosa por ser la Reina de la Guerra. Su ayuda hubiera sido preciosa para vencer contra el Reino de Tenot, y vencer a su Rey, Mefisto. ¡Ese bastardo! Pero Lugh no le permitió entrometerse, la amaba demasiado. Morrigan no soportaba la idea de perderlo en la batalla y lo siguió, asumiendo la forma de cuervo. Cuando vio que Mefisto estaba a punto de matarlo, se transformó en la vieja de los largos cabellos canos, portadora de muerte. Desgraciadamente murió la persona equivocada. La vieja no le apareció al Rey, le apareció a Lugh.”

“Y ella desapareció con el corazón destrozado.” Concluyó Sonia. “Se dice que declaró que se habría vengado con Mefisto, apenas tuviera la oportunidad.”

“¿Y entonces qué pasará si soy de verdad la reencarnación de la Diosa? ¿Deberé de combatir con este despiadado Rey?”

Estaba en verdad muy preocupada. No quería combatir, era como firmar mi condena a muerte.

¿Qué habría podido hacer contra un inmortal? ¡Nada!

“No, tú puedes elegir de qué parte estar. Puedes estar de parte de los buenos, y entonces te vengarás de Mefisto y su ejército”, comenzó a explicar Ares.

“Y nos salvarías a nosotros y a nuestro ejército” agregó Sara, mirándome como implorando compasión.

“O puedes mascararte de parte de los malos, y entonces junto a ellos, traerás muerte y destrucción. Se dice que Mefisto está tramando algo desde hace años, pero nunca nadie pudo encontrar nada que pudiere descubrir qué es.”

Ares apretó los puños y miró al vacío.

¡Eran dos elecciones absurdas!

Me parecía lógico ubicarme del lado del bien. Primero porque cualquiera lo haría para salvar su pellejo, y segundo, porque conocía muchas personas que me ayudarían a hacerlo.

“Elijo estar del lado del bien, obviamente.”

“No es tan sencillo. Deberás siempre guardar tus espaldas, serás puesta a prueba. Y por lo que sé hay personas que pueden estar cerca de ti y no revelarse por lo que realmente son. Podría trabajar para el Reino de Tenot, y por la espalda obligarte a estar con ellos.”

¿Quièn podría hacer algo así?

No creía que Sara ni Sonia pudieran traicionarme bajo mis narices, y tal vez tampoco Gabriel.

¡No! Él sí, pensándolo bien, sí habría sido capaz.

Me había avisado que tenía una misión que terminar y además estaba aquella historia de yo-hago-mal-a-quienes-están-a-mi-lado.

Sí, él sería un óptimo candidato.

“¡Gabriel!” me sorprendí diciendo.

“¿Gabriel? Piensas que él pueda estar en tu contra, ¿por qué?” Ares se llevó una mano, en gesto de pensar, al mentón.

“No, en realidad…era solo un pensamiento.”

Traté de justificarme, moviendo las manos para borrar lo que había dicho.

Sara con sus aires de niña inocente, se giró hacia mí. “Gabriel no le haría daño nunca a ninguna de nosotras, no es malo, te equivocas.”

“Es el ángel de la muerte, no está de ningún lado. En realidad está donde le conviene.” Un rayo de odio pasó por los ojos de Ares.

Un temblor me puso la piel de gallina y una cantidad de imágenes comenzaron a amontonarse en mi mente.

Lloraba, estaba sola en un bosque y tenía miedo.

Era un recuerdo desenfocado.

O tal vez un soño sin terminar que había permanecido en mi memoria.

Cerré los ojos para poder concentrarme mejor y una voz resonó dentro de mí fuerte y clara.

Retan ni stequo pocor.

Algo en el recuerdo llamó mi atención.

Una figura caminaba hacia mí. Dos ojos amarillentos esplendían en la noche, como los de un gato.

Las imágenes se bloquearon ahí.

Abrí los ojos, y nadie pareció darse cuenta de lo que acababa de sucederme.

Ares buscaba algo en los cajones del escritorio. Sacó un paquetito de color rojo tan fuerte, que parecía negro a la luz de las velas.

Lo abrió y sacó de él un collar.

Era estupendo.

Lo levantó de modo que todas pudiéramos verlo.

La luz de las velas se reflejaba en el cristal rojo del centro, con forma de corazón, emanando rayos rojizos por toda la sala. A ambos lados del corazón había dos dragones, uno blanco y uno negro, con las colas entrelazadas en la parte inferior, y sus alas desplegadas.

“Úsalo siempre Sofía. El corazón del Dragón te protegerá y te ayudará a domar tus poderes” Ares se levantó y avanzó hacia mí.

Recogí mis cabellos, para permitir que Ares me colocara el collar.

Era fría al tacto, y podía percibir el poder que portaba aquel corazón rojo.

“Creo que ya es hora de acompañarlas a sus habitaciones, estarán cansadas” Dijo Ares acariciándome el cabello.

No me había dado cuenta lo tarde que era. El sol, si bien menos fuerte, continuaba brillando en aquel cielo azul. Deseaba que los dormitorios tuvieran cortinas pesadas, de manera que no dejaran entrar la luz.

Siempre había dormido en la oscuridad absoluta.

No quería que ninguna luz molestara mi sueño, y saber que allí el sol nunca daba paso a la luna me preocupaba un poco.

Mis hermanas salieron, y yo luego de ellas, como siempre lo hacíamos.

Ares me aferró del brazo, en cuanto mis hermanas ya estaban un poco distantes, y me retuvo en la salita.

Los cabellos me habían caído en el rostro, y el inmortal me los retiró, con total ternura, acariciándome el rostro.

“Te has transformado en una mujer espléndida, Sofía.”

Qué quería decir, yo no lo sabía, y tampoco me importaba.

Estaba completamente hipnotizada por aquellos ojos verdes, que al mirarlos tan de cerca, noté que estaban circundados de pequeños puntitos dorados, alrededor de las pupilas.

Me habría podido manejar como una marioneta y de hecho, no me di cuenta que había acercado mucho su cuerpo al mío.

“Tú eres mía, y de nadie más.”

Luego pronunció palabras incomprensibles para mí, y sus pupilas se dilataron. Vi ese rayo rojo salir de sus ojos, y por mi espalda corrió un escalofrío.

Estaba en peligro lo sentía en cada rincón de mi cuerpo, pero no podía moverme ni gritar.

Había sido raptada por aquel serafín inmortal y no hubiera podido hacer nada, sino simplemente rendirme y entregarme a él.

Bajó la cabeza y me besó. No fue un beso apasionado, sino un flujo de poder que salía de sus labios hacia los míos.

Justo en ese momento comprendí dos cosas.

La primera que era Morrigan la Diosa de la guerra y el cambio, y de esto estaba segura.

Y había podido darle un nombre a esa figura mal enfocada que había venido a mi mente instantes antes.

Sabía quién me quería hacer daño, y desde ese momento tendría controlados todos sus movimientos.

6

VIEJOS RECUERDOS

Mi cuarto era enorme.

Las paredes parecían de oro. Con decoraciones floreadas, muy sencillas.

En el techo había pintado un hermoso cielo azul con blancas nubes, y del centro caía un finísimo candelabro de oro, con forma de pirámide y base redonda, al cual lo habían llenado de velas.

Estaba demasiado cansada, como para ponerme a contarlas.

Mi atención fue llamada por la enorme cama, de madera y hierro, con dos cortinas blancas a los costados.

Encima del acolchado había un camisón de seda ambar, con recamos de color rosa alrededor de los senos.

Me la puse y fui hacia la ventana, enorme, que se encontraba justo enfrente a la puerta.

Cerré la pesada cortina, y con gran alegría, me di cuenta de que no entraba siquiera un rayo de sol.

Apagué las velas y me metí entre las sábanas con sumo placer.

Al inicio no soñé nada en particular. Luego me encontré en medio a un bosque con unos pinos tan alto que parecían perforar el cielo. Me vi sentada en el piso sobre un colchón de hojas secas.

Hacía frío y a humedad me entraba hasta los huesos.

Temblaba.

El corazón me batía a mil.

Estaba aterrorizada.

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