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El Misterio Del Libro
Angelo Grassia
EL MISTERIO DEL LIBRO
Titulo original: Il mistero del libro
Traducido por: María José Gomes Angelone
Editor: Tektime
Copyright © 2018 Angelo Grassia
First edition: march 2017
Publisher: Tektime
Todos los derechos reservados. Ni la totalidad ni parte de esta publicación pueden reproducirse en ninguna forma, ni por ningún medio, sea electrónico o mecánico, sin el permiso previo por escrito del editor, a excepción de pasajes breves que pueden citarse para reseñas.
A veces en la vida se producen
cosas y hechos inexplicables.
1.
Cuando aquella mañana del 9 de agosto de 2016, Paki se despertó, no sabía que aquel sería un día muy particular. Desde hacía una semana, estaba de vacaciones y, como cada verano, desde hacía unos veinte años, iba a un complejo turístico en Formia, una bella localidad en la provincia de Latina. Con su mujer y sus tres hijos, era común que bajaran a la playa después del mediodía. Iban siempre al “lido Viareggio”, situado *en la bellísima bahía de Serapo, en Gaeta. La playa de Serapo es la principal de la ciudad, compuesta por arena finísima y clara, larga alrededor de un quilómetro y medio. Se encuentra cerrada al sur por el Monte Orlando y por el santuario de la Montaña Spaccata, y al norte por un alto promontorio, que es, ligeramente, más bajo. Esta posición hace que el agua sea particularmente cristalina.
Desde la playa se puede admirar una escollera muy particular, pues tiene forma de barco, que es llamada justamente “Nave de Serapo”, rica en fauna y flora marina. Aquella mañana, sin embargo, Paki decidió hacer algo distinto. Efectivamente, él que era un tipo madrugador, cansado de esperar a su familia que se preparaba para bajar a la playa, a las 8 subió a la Vespa 50 y se dirigió solo a Gaeta. Paró en el bar Bazzanti, un bar característico que, en el verano, estaba lleno de turistas; se sentó en una mesa, situada en el deck exterior del local, y ordenó una medialuna y un capuchino. Una vez terminado el desayuno, sacó del bolsillo, con frenesí, un paquete de Marlboro rojo y comenzó a degustar su primer cigarrillo de la mañana. Se había transformado en un fumador empedernido. Diez años atrás lo había dejado por completo porque una noche había despertado con un fortísimo dolor en el pecho: pensó que era un banal resfrío, pero su mujer, muy sabia y prudente, hizo de todo para llevarlo a una unidad de emergencia. Paki no quería ir, pero visto la insistencia de su mujer, le prometió que iría luego de fumarse otro cigarrillo, sabiendo que en el hospital no habría podido fumar por varios días. Le diagnosticaron un infarto y fue sometido a una angioplastia para colocarle un stent, ya que tenía una arteria obstruida en un 99%. Se salvó de milagro. Fue este el simple motivo por el cual dejó de fumar. Logró no tocar un cigarrillo por más de seis años, luego, como un tonto, retomó este mal hábito.
Recién había apagado el cigarrillo, cuando su mirada se vio atraída por una figura femenina que se dirigía hacia una mesa del bar. Era una mujer de edad mediana, aún muy atractiva: vestía un short de jean que dejaba entrever la belleza de sus piernas bronceadas, mientras arriba llevaba una camiseta a rayas que dejaba asomar el pecho bello y próspero. En los pies calzaba alpargatas, sobre los hombros a modo de mochila llevaba una bolsa térmica, y en la mano derecha el bolso de playa. Paki observó curioso la escena, por algunos minutos, la veía con asombro por el peso que llevaba. La siguió con la mirada hasta su llegada a la mesa del bar, vio que para sentarse había corrido la silla y casi sin aliento había apoyado en el respaldo, sobre el lado derecho el bolso térmico, y sobre el izquierdo el bolso de playa. Luego se dio vuelta preparada para sentarse. En ese mismo instante, la silla detrás suyo, por el peso de los bolsos, se cayó. Paki gritó: “Cuidado”. Demasiado tarde, la bella señora yacía tirada en el piso. Paki en un segundo la alcanzó y la ayudó a levantarse. La mujer quedó muy sorprendida por el galante gesto de Paki y para corresponder lo invitó a sentarse a su mesa. Paki aceptó gustoso la invitación en tanto que la espléndida señora, además de fascinante, se mostró muy simpática, ironizando acerca de lo ocurrido. La mujer dijo que se llamaba Sabrina y venía de Roma. Luego agregó: “He visto sobre la Rambla Caboto algunos puestos ambulantes, ¿se trata acaso de un mercado de anticuarios?”. “Ojalá” respondió Paki, “el mercado de anticuarios, pero de verdadero anticuariado, lo hacían hace cerca de veinte años atrás, y no en la Rambla Caboto, sino en una callecita detrás del Santuario de la Santísima Anunciada. Es allí atrás donde también se encuentra la Capilla de la Inmaculada Concepción, la “Gruta de Oro”, donde el 8 de diciembre de 1854 el papa Pio IX tuvo la idea de proclamar el dogma homónimo. Entonces sí que era bello pasear por aquella callecita, donde podías encontrar, verdaderamente muchas cosas hermosas. Ahora se encuentran solo piezas de artesanado de distinto tipo, y es por esto que desde hace varios años, ya no me pare a ver cosas, prefiero ir a otros mercados”.
Sabrina lo miraba fascinada. Lo miraba con los ojos desencajados y la sonrisa estampada en el rostro. Se notaba de lejos que a Sabrina le atraía Paki, también porque Paki, a pesar de su edad avanzada, era un hombre aún muy atractivo, con sus cabellos rizados, los hombros anchos, los pectorales bien definidos y una pelusa gris que le bajaba hacia el pecho.
Paki intuyó la situación, y mientras le sostenía la mirada, comenzó a sacarse la alianza del dedo, la apoyó sobre la mesa y comenzó a juguetear con ella. La giró dos veces, mirando el brillo que de ella emanaba, luego la tomó y se la puso nuevamente.
En general usaba este jueguito para pasar el tiempo, pero en este caso no, en ese momento con ese gesto insignificante, quería demostrarle a Sabrina que estaba felizmente casado y que nunca habría traicionado a su mujer.
Efectivamente, por un momento, Sabrina bajó la mirada y cambió su expresión, pero un minuto después, estaba nuevamente sonriente y feliz, como si nada hubiera sucedido.
La conversación continuó por otros veinte minutos, de manera muy agradable, llena de miradas de admiración y sonrisas luminosas por parte de ella.
Paki se dio cuenta de que aquel encuentro, habría podido transformarse en algo más que una simple amistad, y para evitar el riesgo de caer en la tentación, miró su reloj y exclamó: “Se hizo tarde, discúlpame Sabrina, pero de verdad me tengo que ir”.
Se saludaron, ambos felices de haber tenido un encuentro fantástico, ocasionado por una banal caída.
Paki subió a su Vespa 50, y se dirigió al lido Viareggio para pasar su día de mar. Durante el trayecto, sentía aún a su corazón que latía fuerte, latidos que revelaban la fuerte emoción que había sentido por la fascinación de Sabrina. ¿Acaso se había enamorado? No, pero de todos modos había sido muy perturbador. Pensaba en sus ojos verdes, con bordes almendrados que lo había, literalmente, fusilado. Las mujeres de ojos verdes, son, en general, fascinantes, pero los ojos de Sabrina eran algo indescriptible. De golpe recordó una leyenda que había escuchado de niño en la escuela: “la leyenda de las Ninfas”. Se cuenta que las personas de ojos verdes descienden de las Ninfas de los lagos. Las Ninfas eran divinidades femeninas muy bellas, y eran objeto de deseo de los hombres, bastaba con mirarlas a los ojos y uno quedaba embrujado, justo como había sucedido con Sabrina. Era tan fuerte la emoción que sentía que decidió parar para beber un trago de agua.
2.
Paki llegó a la rambla y, como cada mañana, tirado bajo la sombrilla, inició la lectura de los diferentes periódicos. Ya se había calmado, el efecto de Sabrina casi había desaparecido: solo sus labios sentían aún el deseo de saborear la dulzura y el perfume de los frescos y suaves labios de Sabrina.
Generalmente con la familia se quedaba en la playa hasta las siete, pero aquel día hacía demasiado calor, y decidió volver a casa antes; también porque sentía el deseo de tirarse bajo el fresco en la terraza de su casa, con la vista panorámica al golfo de Gaeta.
Le gustaba mucho ver los barcos que partían y llegaban, desde Ponza, no solo esto, para él era un espectáculo ver a los Canadair (aquellos pequeños aeroplanos amarillos que toman agua del mar para apagar los incendios que se producen en las montañas cercanas). Se divierte como un niño al observar los aviones que vuelan rasantes sobre los techos de la ciudad, que llegan sobre los montes, lanzan el agua sobre las llamar, y regresan al mar para tomar más agua, de continuo hasta el atardecer. A veces volando sobre su terraza dejan caer gotitas de agua salada que le dan un poco de frescura.
Entonces, a las cuatro dejó la playa para regresar a casa. Mientras recorría la rambla Caboto vio los clásicos puestos de mercado de pulgas. Mercado que se armaba con frecuencia diaria durante el mes de agosto. Él que es gran apasionado de estos mercados (porque espera encontrar un Van Gogh o un Picasso, cosa que nunca le ha sucedido, por desgracia), sabiendo que aquel era solo un mercado de chucherías, decidió seguir adelante. Cuando pasó por el último puesto, sintió en su corazón algo que lo obligaba a parar. ¿Era quizás el pensamiento de que tal vez podría volver a encontrar a Sabrina? Sin siquiera darse cuenta se encontró retrocediendo y comenzando por el primer puesto. Aparcó la Vespa y se dirigió calma a dar una mirada. Mientras paseaba entre los puestos, vio desde lejos un cuadro que parecía ser el de las cuatros estaciones del maestro Giuseppe Ciavolino, un conocido pintor napolitano, nacido en Torre del Greco en 1918 y muerto en 2011. Giuseppe Ciavolino también es conocido en el exterior: de hecho una obra suya está expuesta en el MoMA, el museo de arte moderno newyorkino. En este museo, entre los trabajos raros, está expuesto un solo camafeo inciso en “sardónica” (la obra más apreciada hecha con una conchilla); y es el firmado por Giuseppe Ciavolino. Paki, que estima mucho y es un gran coleccionista de este pintor, se dirigió velozmente a la tela para admirarla de cerca.
El amor por las obras de Ciavolino nació en el año 1993, cuando vio por primera vez un cuadro en el mercado de anticuarios de Nápoles, cerca de la villa comunal, en la avenida Caracciolo. En esa época tenía el hábito de ir al mercado con su mujer Sally, y juntos miraban y decidían los objetos que comprarían. Aquel día Paki aún no lo ha olvidado. De hecho, mientras paseaba con su mujer, vio una pequeña obra del maestro Ciavolino. Paki miró la obra extasiado, a este pintor, que le era desconocido, él lo admiraba, y quedó mirando aquel cuadro durante mucho tiempo. Le gustaba, lo quería comprar, pero el precio pedido por el vendedor (250.000 liras) en aquella época no era poco, lo hacían pensar. Quedó encantado por aquel cuadro, el mismo era como una calamidad, le gustaba de manera inexplicable. Era casi el punto de concluir las tratativas por el mismo cuando la mujer con un codazo lo hizo desistir, lo alejó bruscamente murmurando: “¿No ves cuán feo es? Déjalo. Además ¿adónde lo pondremos?” Mientras se alejaba, Paki giraba la cabeza continuamente en dirección al cuadro, dentro suyo sentía como si estuviera dejando atrás un trozo de su corazón. Fue la última vez que miró los puestos con su mujer. Desde el siguiente mercado comenzaron a recorrerlo por separado, así Paki podía decidir en total autonomía y sin apuro qué adquirir. Por desgracia en el mercado del siguiente mes, Paki no encontró más aquel pequeño cuadro que lo había emocionado tanto, porque ya lo habían vendido. Pakí se amargó mucho, y se contrarió mucho con su mujer que le había hecho perder la compra.
Algún tiempo después fue a un cuadrero para encargarle un marco para un cuadro. En la entrada encontró justo delante de sí un cuadro del maestro Ciavolino: un poco más grande que el que había visto en el mercado, pero más hermoso. Afortunadamente aquel día estaba solo. Preguntó el precio y sin dudarlo compró el cuadro, quizás por despecho a su mujer que no lo había dejado comprar el cuadro en el mercado, y pagándolo mucho, pero mucho más caro. Después de una semana volvió al cuadrero y compró otro. Su mujer, mientras, había comprendido su error, y para remediarlo se informó sobre el pintor, quién era, dónde vivía. Logró encontrar todas las informaciones y los días precedentes a la Navidad de 1994fue hasta su casa y le compró un hermosísimo cuadro de 50x70 para regalarle a Paki. Sally, para hacerse perdonar había pensado en hacerle una hermosísimo sorpresa a Paki y, para que fuera mejor aún, tuvo la idea de hacer dos paquetes: en el más pequeño colocó solo el catálogo de las obras de Ciavolino que puso bajo el árbol, mientras que el cuadro lo envolvió y lo escondió debajo del sofá. Cuando Paki abrió el paquete más pequeño y encontró el catalogo del maestro Ciavolino, le brillaron los ojos, era feliz. Le preguntó a la mujer dónde lo había encontrado, la abrazó tiernamente y le dio un beso. Luego que el entusiasmo pasó, Sally le pidió a Paki que se levantara del sofá, lo sacó y manifestando alegría exclamó: “Este es tu verdadero regalo, amor”. Paki vio el paquete que salía del sofá, lo tomó entre las manos y comprendió que contenía un cuadro. Lo abrió frenéticamente y cuando vio aparecer una tela de Ciavolino, muy hermosa, se conmovió. Pero la emoción aumentó cuando en la parte de atrás vio la dedicatoria que le fue hecha directamente por el maestro, a pedido de su mujer. Fue la Navidad más hermosa de su vida.
Inmediatamente, sabiendo la dirección del maestro, comenzó a ir a su casa con frecuencia, estableciendo una gran amistad e iniciando una amplia colección de obras. Era tan fuerte la emoción al observar las obras del maestro Ciavolino, que en ocasión de cumpleaños ochenta le hizo una gran sorpresa. Fue hasta la agencia publicitaria del semanario Arte e hizo publicar tres fotos de sus pinturas, con una dedicatoria debajo: “Para ti gran Maestro, que puedes hacerme soñar con tus obras”.
Cuando el maestro se enteró de esto, quedó muy contento. La alegría y la conmoción fueron tales que le regaló a Paki una hermosísima tela con la siguiente dedicatoria: “A Paki, gran admirador de mis obras”. Aún hoy, cuando ve una tela de Ciavolino queda encantado y la mira con pasión y con amor.
Una vez que hubo contemplado el cuadro, Paki pasó al siguiente puesto, y aquí lo atrajeron las monedas de plata. Paki que es un experto numismático, decidió detenerse y hacer una pequeña mirada. Tomó una y la observó con atención para ver si era auténtica. En el momento en que la giraba y la volvía a hacer girar entre sus dedos, su atención de distrajo por un rocía que provenía de detrás. Se volvió y vio a un hombre que le leía a otro el contenido de una página que apretaba entre sus manos. El hombre se detuvo y al darse cuenta del estupor de Paki lo mira, se acerca y lo pone al corriente de la situación.
“Sabe es un testamento que encontré vaciando un altillo”. Paki lo miró estupefacto, no entendía lo que decía para reírse en aquel testamento. Entonces el hombre continuó: “En el testamente dice: “Estimado hijos, les dejo además de la casa de mi propiedad, todo lo que pude ahorrar durante parte de mi vida, un bono de 80.000 liras”.
Paki lo miró extrañado, aún no entendía cuál era la gracia.
“No, aún no termino. La cosa divertida es que al final hay un post scriptum en el que el di cuius hace una rectificación, y precisamente luego de los eventos bélicos que se subsiguieron y a causa de la bolsa negra sus ahorros se dilapidaron”. Y, continuando con la sonrisa, agregó: “Imagino la cara de los herederos, jajaja”.
Paki se quedó sin palabras. El hombre, notando que Paki no compartía su sarcasmo y solo tenía la intención de comprar la moneda e irse, le dijo: “¿Usted colecciona también sellos? Porque en el mismo altillo, del que tomé el testamento, había una caja llena de cartas”. Y con la mano le indicó a Paki una caja llena de cartas con sellos de los años 40 a 60 bien conservadas y enlazadas entre ellas con bellísimas cintas de colores.
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