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Fantasmas, Chicas Y Otros Espectros
Fantasmas, Chicas Y Otros Espectros

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Fantasmas, Chicas Y Otros Espectros

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“Es muy...muy pelidgroso. No quiego perder mi vida yendo al...spacio”.

“Mi país está dispuesto a pagarte—” hizo un cálculo mental rápido, “—cinco veces tu tarifa normal. Otras once chicas irán contigo, así es que no te sentirás sola. Sólo tendrás que trabajar dos o tres horas al día. Y en la actualidad, no hay peligro involucrado en todo eso. Muchas mujeres han ido al espacio y han regresado a salvo; ellas dicen que las condiciones en el espacio son muy apacibles. Y cuando te retires, incluso te proporcionaremos una casa y un fondo de pensión, para que puedas vivir tus últimos años con comodidad”.

“¿Todo eso sólo paga mí?

“Sólo para ti”.

Babette tragó y cerró los ojos. “Entonces de dónde sacagr yo la impregsión de que los estadounidenses sun —¿cómo se dice?— ¿mojigatus?”.

***

Sen. McDermott: ¿Y dice que reclutó a todas estas chicas usted mismo?

Sr. Starling: Sí, señor, lo hice.

Sen. McDermott: ¿La mayoría de ellas eran cooperadoras?

Sr. Starling: Ese es su trabajo, señor.

Sen. McDermott: Quise decir que, ¿cuál fue la reacción de ellas a su inusual propuesta?

Sr. Starling: Bueno, probablemente les han hecho muchas propuestas inusuales. Parecieron tomarlo con calma.

Sen. McDermott: Una última pregunta, Sr. Starling. ¿Cómo le pareció este trabajo?

Sr. Starling: Muy fatigante, señor.

***

“Debes estar muy cansado, Wilbur,” dijo Hawkins, destellando su infame sonrisa. ¿Cuántas chicas dices que entrevistaste?

“Luego de veinte paré de contar”.

“Y tienes una docena escogidas para nosotros, ¿ah?”.

“Sí señor, nueve francesas y tres británicas”.

“Bueno, creo que te has ganado unas vacaciones; las tendrás tan pronto como las chicas estén ubicadas de forma segura en la USSF 187. Por cierto, ¿cómo se llaman?”.

Starling cerró sus ojos, como si los nombres estuvieran escritos por dentro de sus párpados. “Veamos, está Babette, Suzette, Lucette, Toilette, Francette, Violette, Rosette, Pearlette, Nanette, Myrtle, Constance y Sydney.”

“¿Sydney?”.

“No lo puedo evitar, jefe, ese es su nombre”.

“Bueno, supongo que podría ser peor”, sonrió Hawkins. “Su apellido podría haber sido Australia”.

“Es peor, jefe”. “Su apellido es Carton”.

***

Hawkins estaba dando a la docena de nuevas astronautas una charla preparatoria antes de la partida. “Me gusta pensar que ustedes son un pequeño ejército de Florence Nightingales”, les dijo. “Con suerte, no recibirán todo el crédito que su valiente actuación de auto sacrificio merece, más sin embargo —”

Starling irrumpió en la sala, con pánico en sus ojos. “¡El General Bullfat viene bajando por el corredor!”., gritó.

Filmore se paró de un brinco de la mesa sobre la que había estado sentado. “¿Jess, estás seguro que sabes lo que estás haciendo? Si Bullfat encuentra a estas chicas —”

“Relájate, Bill,” sonrió Hawkins en forma casual. “Puedo manejar a Bullfat con ambos ojos cerrados. Él es pan comido”.

“¿Quién es pan comido?”. Rugió Bullfat cuando entró a la sala. El general era un hombre robusto—pero claro, cuarenta años sentado tras un escritorio pueden hacer lo mismo por la figura de cualquiera.

“Usted lo es”, dijo Hawkins, girando calmadamente para darle la cara. “Justo le estaba diciendo a Bill que es pan comido que usted sea promovido a mi cargo si yo alguna vez decidiera renunciar”.

Bullfat murmuró incoherentemente. “¿Quiénes son?”, preguntó él después de un momento, señalando a las chicas.

Era una pregunta oportuna. Las astronautas, a diferencia del procedimiento normal, tenían puesto un atuendo holgado, trajes espaciales flojos. Sus visores eran pequeños, revelando apenas sus ojos y narices, mientras que el resto de sus cabezas estaban completamente cubiertas por sus cascos. Recordaban más a payasos fofos que a viajeros espaciales.

“Son el grupo programado para partir en aproximadamente tres horas. ¿Le gustaría conocerlo?”. Filmore y Starling casi se desmayan con esa invitación, pero Hawking les destelló una sonrisita tranquilizadora.

“Estoy muy ocupado para presentaciones, Hawkins. ¿Y por qué diantres se ven tan dejados? ¿Ya se les han hecho sus exámenes físicos?”.

“¡Y de qué manera!”. Susurró Starling a Filmore.

“Usted sabe, General, que yo no enviaría a nadie al espacio que no estuviera en perfectas condiciones”, dijo Hawkins.

“¿Qué opina el doctor del vuelo?

“Dijo que tienen mejores formas —ah, están en mejor forma— que nadie que él haya visto jamás”.

“Bueno, siempre y cuando él los haya revisado”. Bullfat se iba, luego se detuvo en la puerta. “Por cierto, ¿con quién están vinculados? ¿La Estación Tycho?”.

“No, la USSF 187”.

“¿Ya es tiempo de la rotación?”.

“No, este grupo es personal adicional”.

“¿Personal adicional?”. Gritó Bullfat. “Hawkins, sabes de sobra que la uno ochenta y siete fue construida exactamente para dieciocho hombres rotados en grupos de seis mensualmente. No hay, en lo absoluto, espacio para doce personas más. ¿Qué diantres esperas que tu “personal adicional” haga —hacinado con los otros hombres?”.

Con una maravillosa demostración de autocontrol, Hawkins se las arregló para controlar su risa. El “personal adicional” sonrió deliberadamente. Starling, sin embargo, tuvo que precipitarse fuera de la sala en un ataque de risitas histéricas.

“¿A dónde diantres va él?”, preguntó Bullfat, viendo salir a Starling.

“Oh, ha estado bajo mucha presión últimamente. Ya casi se va de vacaciones”.

“Parece más que se va a observación —y tú también, Hawkins. Puedes controlar la política de la Agencia Espacial, pero yo controlo los lanzamientos y esa tripulación no subirá como “personal adicional” a ninguna estación de pequeño tamaño. Si quieres subirlos allá, puedes rotarlos de a seis por mes como a todos los demás. Eso es definitivo”. Bullfat alardeó triunfante al cruzar la puerta.

“¿Estás listo para rendirte, Jess?”. Preguntó Filmore.

“Ni por un segundo. Sorprendentemente, Bullfat tiene un buen argumento. Si enviáramos a las chicas al uno ochenta y siete, realmente estaría saturado. Estarían constantemente en el camino de los hombres y podría ser más una molestia que una ayuda. Pero no todo se ha perdido. ¿Cuándo está programada la uno noventa y tres para partir?”.

“La próxima semana —pero no estarás pensando enviar a las chicas en eso”.

“¿Y por qué no?”.

“La USSF 193 no es una estación para pasajeros —es para almacenar alimentos y suministros. No está diseñada para vivir en ella.

“Entonces improvisaremos, Bill. La uno noventa y tres se va a poner en órbita paralela a la uno ochenta y siete, porque la necesitarán para almacenamiento. Se enviará en cuatro secciones ya cargadas y se ensamblará en el espacio. Es un asunto suficientemente simple, en el curso de una semana, acondicionar las secciones con asientos de aceleración y alojamientos —sólo hay que deshacerse de lo no esencial y estamos listos. Las chicas pueden vivir allí dentro”.

“Es absurdo, Jess”, murmuró Filmore.

“No realmente. Cada vez me gusta más la idea”. Hawkins sonrió levemente. “Sólo piénsalo: La USSF 193, una tienda de alimentos y una casa de citas, todo en uno, en el vecindario”.

Filmore gimoteó. Las chicas, dejándose llevar, vitorearon.

***

“No puedo creerlo”, dijo Jerry Blaine. “Digo, alguien allá abajo debe estar jugándonos una broma”.

“Nadie juega bromas en código ultra secreto”, rebatió el Coronel Briston. “Jess Hawkins fue el que firmó esas órdenes. Y acaban de ver a esas chicas con sus propios ojos. Admito que es loco —”

“¿Loco? Es un demente”, dijo Phil Lewis. Mark, por favor, lee esas órdenes otra vez. Tengo que escuchar ese pequeño agradable mensaje una vez más”.

Rió Briston. “Estimados muchachos”, leyó él, “con cada sección de la USSF 193 se les enviará tres piezas de equipo necesario para el Proyecto Abrazo (completando un total de doce). Su amigable Tío Sam no ha escatimado gastos para traerlo directamente de Europa, así es que manéjenlo con cuidado, ¿já? Será rotado cada seis meses aproximadamente, pero mientras tanto puede ser almacenado en la USSF 193. Compártanlo por igual y diviértanse —es una orden. Cualquier comunicación respecto al equipo debe ser dirigida a mí personalmente en este mismo código. Eso, también, es una orden. Atentamente, Jess Hawkins, Director, Agencia Nacional Espacial”.

“¡Hurra! Exclamó Lewis. “Recuérdenme no quejarme nunca más por pagar impuestos”.

Justo en ese momento, Sydney apareció desde el cuarto de al lado. Se había quitado su traje espacial y estaba vestida con ropa muy ligera. “Caray”, dijo ella, “ustedes chicos sí que mantienen un lugar frío aquií. Nanette, Constance y yeo misma, nos stámos congelando”. Nos preguntábamus si alguno de ustedes muchachos quisiera calentarnus un pocu”.

Haciendo valer su rango, el Coronel Briston se colocó de primero en la fila.

***

Era muy tarde en lo que en la estación se consideraba noche, cerca de un mes después de que llegaran las chicas. Lucette, Babette, Francette, Toilette, Violette, Rosette, Suzette y Myrtle estaban de guardia, mientras que las demás estaban durmiendo lo que pudiesen. Sydney estaba pacíficamente acurrucada en la cama, soñando los sueños de los no tan inocentes, cuando de repente una roca del tamaño del puño de un hombre rasgó la pared cercana a su cama y se estrelló en la pared más distante. Un ruido de siseo llenó la habitación y Sydney empezó a respirar jadeando ya que el aire era succionado a través del hueco abierto por el meteoroide.

En un instante, estaba fuera de su habitación y cerró tras ella, la puerta hermética del compartimiento. Las otras tres chicas se apuraron a salir al pasillo para averiguar qué ocurría.

“¡Caray!”. Dijo Sydney cuando recuperó el aliento. “¡La condenada cosa tiene una filtración!”.

***

“Todo está bien ahora, Sydney”, dijo Jerry Blaine cuando entró. “Ya le puse un parche. Me temo, sin embargo, que cualquier cosa que hayas tenido suelta en tu cuarto haya sido succionada al espacio. Espero que no fuera nada valioso”.

“Nada que recuerde”, le respondió Sydney. “¿Pero estás seguro de que estu no va a pasar otra vez?

“Como te dije antes, fue una casualidad en un millón. No ocurriría de nuevo ni en mil años”.

“Mejor será que no, o bajaré a la Tierra de un tigo”. Iba de regreso a su cuarto.

“Oh, por cierto”, le dijo Blained, ¿estás reservada para esta noche? Bien. Salgo aproximadamente a las seiscientas —puedes venir a esa hora”.

“El trabaju de una mujer nunca tegmina”, suspiró Sydney sabiamente mientras reingresaba a su habitación. La mayoría de sus cosas aún estaban en las gavetas de la peinadora, pero por más que buscó no pudo encontrar el pequeño estuche de píldoras que mantenía junto a la cama. “Bueno”, dijo, “me las he arreglado antes sin ellas. Puedo volver a hacerlo por un tiempo”.

Habían pasado cuatro meses, para ser exacto, cuando decidió que la situación ameritaba que se lo dijera a alguien, así es que se lo dijo al Coronel Briston, quien acababa de regresar desde la Tierra. “¿Por Dios!”. fue todo lo que pudo decir.

“No es tan grave como eso”.

“¿No es tan grave como eso?”. Ciertamente te lo estás tomando con calma. ¿Por qué no le dijiste a nadie sobre esto antes?”.

“Bueno nunca mi había pasado antes”.

Briston tragó grueso.

“Creo qui mejor llamamos a ese Siñor Awkins. Él siempre paguece saber qué hacer”.

***

Sen. McDermott: Usted fue quién descubrió todos estos tejemanejes, ¿no fue sí, General ?

Gen. Bullfat: “Por supuesto que fui yo. Sospeché desde el principio que Hawkins había enviado algunas chicas a allá arriba, pero la Fuerza Espacial nunca actúa sin pruebas contundentes. Así es que refrené mis sospechas, reuniendo la evidencia meticulosamente, esperando el momento apropiado para llevar mis hallazgos al Presidente.

Sen. McDermott: En otras palabras, entonces, ¿su descubrimiento se basó en una investigación larga, cuidadosa?

Gen. Bullfat: Exactamente, Senador. Esa es la manera en que los militares hacemos las cosas.

***

Por cuestiones de azar, tanto Hawkins como Starling estaban fuera almorzando cuando entró el mensaje. Como estaba decía “urgente”, un hombre del cuarto de comunicaciones lo llevó directamente a la oficina de Hawkins. La puerta estaba trancada.

El General Bullfat,. Que estaba justo saliendo de su oficina hacia el pasillo, encontró al mensajero esperando en el corredor a que Hawkins regresara. Con la persuasión típica de Bullfat— doscientas cincuenta libras vestidas con cinco estrellas pueden ser muy persuasivas — convenció al hombre de que una comunicación urgente no podía esperar “los caprichos de un condenado holgazán como Hawkins”.

Bullfat se llevó el mensaje a su oficina y lo abrió. Fácilmente decodificó la pequeña nota de cinco palabras y luego la miró fijamente por cerca de un minuto, con los ojos brotados. “Parks”, apuró a su secretario por el intercomunicador, “comuníqueme con el Presidente. No, pensándolo bien, no se moleste —iré a verlo yo mismo”.

Dejó su oficina justo cuando Hawkins y su ayudante regresaban de almorzar. El general no podía decidir entre reírse triunfalmente en la cara de Hawkins o sermonearlo, así es que todo lo que dijo fue, “Te atrapé, Hawkins. Al fin te atrapé”.

Hawkins y Starling intercambiaron miradas de confusión, de preocupación. Al entrar en la oficina del general, Hawkins encontró el mensaje sobre el escritorio, lo leyó en silencio para sí mismo y se sentó de golpe. Sus ojos miraban perdidos hacia la pared frente a él y el mensaje cayó libremente de su mano sin fuerzas. Starling lo levantó y lo leyó en voz alta con incredulidad.

“Sydney embarazada. Ahora qué? Briston”.

***

Sen. McDermott: Damas y caballeros. Desde ayer, he tenido la oportunidad de comunicarme con el Presidente, y hemos llegado a la conclusión que las investigaciones ulteriores en este sentido parecen estériles. Por tanto, deseo aplazar esta audiencia hasta nuevo aviso y retener la publicación del transcrito oficial, hasta el momento en que se considere apropiado revelarlo al público. Eso es todo.

***

Filmore se las arregló para encontrarse con Hawkins afuera del edificio. “Creo que detecto tu fina mano en esto , Jess. ¿Cómo rayos sacaste esa del fuego?”.

“Bueno”, explicó Hawkins, “como el público aún no ha escuchado sobre este asunto, simplemente le hice ver al Presidente que mientras no pueda deshacerse de nosotros, bien puede acostumbrarse a nosotros”.

“¿Por qué no puede deshacerse de ti?”.

“Porque el Director de la Agencia Nacional Espacial es designado por un período de seis años, de los cuales aún me quedan cuatro. Y además, sólo el Congreso tiene la autoridad de destituirme”.

“¿Y qué hay con las chicas? ¿No puede despedirlas a ellas?

¡Cielos , no! Como empleadas civiles de la Agencia, caen dentro del estatus de “servicio esperado” —sólo pueden ser despedidas por incompetencia en el desempeño de sus labores específicas. “Y nadie”, sonrió Hawkins, “podría nunca acusarlas de eso”.

Agradable lugar para visitar

Éste apareció por primera vez en Vertex, octubre 1973.

Mirando atrás, parece que tengo alguna fascinación con viejas ciudades desiertas que pueden cumplir tus sueños—pero a un precio muy alto. Hay una de estas ciudades en BÚSQUEDA DEL TESORO y una culminación en UN MUNDO LLAMADO SOLICITUD. Pero ésta es la primera que surgió. Me pregunto, qué pensarán los eruditos que estoy tratando de decir.

El límite de la ciudad estaba justamente a medio metro de la punta de las botas de Ryan. Ryan estaba allí parado, sin apuro particular por cruzar la línea. Cincuenta centímetros era todo lo que había entre él y la posible locura. Contempló la ciudad, intentando leer en su inescrutable silueta —intentando y fallando

Finalmente, sacó el comunicador de su bolsillo. La caja fría, metálica, rectangular se sentía curiosamente cómoda en su mano. Este era un símbolo de la Tierra, aquí en medio de lo alienígena de este planeta. De alguna manera, la nave —e incluso la Tierra misma — no estaba tan lejos siempre que lo sostuviera. Ryan no era un hombre excepcionalmente valiente; a pesar de toda la propaganda, los exploradores planetarios tienden a tener sus propias carencias y miedos humanos. El miedo de Ryan era la soledad.

Sin embargo, habló en un tono clamado, uniforme. Su voz se dirigía, no a ningún humano en la nave, sino a la computadora modelo JVA que la manejaba. La sociedad humana se había hecho demasiado grande, demasiado diversificada, demasiado compleja para que las mentes humanas pudieran comprender y por tanto se necesitaba de ayuda mecánica. Las computadoras se habían convertido en padre-madre-maestro de la raza humana. Java-10 era el complemento portátil al enorme cerebro que controlaba la Tierra.

“Estoy a punto de entrar en la ciudad”, dijo Ryan.

“Debo enfatizar la importancia de la precaución”, respondió Java-10. “Cinco expediciones previas se perdieron allí. Trata de mantener comunicación frecuente, si no constante. Y recuerda, si fallas, no habrá más intentos. La ciudad tendrá que ser destruida a pesar de su valor potencial”.

“Entiendo”, dijo Ryan lacónicamente. “Cambio y fuera”. Apagó su comunicador y lo devolvió a su bolsillo.

Se paró frente a la frontera y dudó. A la derecha, su nave exploradora ocupaba un puesto junto a cinco otras, preparada y lista por si surgiera la necesidad de despegue inmediato. Tras de sí, percibió el desierto, seco y mortal, con sus dunas de arena cambiando suavemente siempre que alguna brisa azarosa soplaba entre ellas. Delante de él esperaba la ciudad, definida en sus contornos, su belleza y su total condición alienígena. Las resplandecientes paredes emergían en ángulos disparatados, aparentemente producto del delirio de un arquitecto ebrio. Estructuras frágiles casi mágicas brotaban lateralmente unas de otras, a veces a cientos de metros del suelo. Otros edificios, incluso más impresionantes, parecían estar simplemente suspendidos en el aire, sin soporte visible. Ocasionalmente, un viento tocaba la ciudad y ponía a toda la obra a vibrar como un cristal cantante, así es que la ciudad parecía entonar una canción de sirena.

Los hombres habían entrado en esta ciudad, la única en un planeta por lo demás desolado, cinco veces anteriores. Ninguno de esos hombres había regresado jamás. Los detectores no habían mostrado ninguna forma de vida antes de que llegaran los hombres. Dieciséis formas de vida se registraban ahora —los dieciséis hombres que se habían desvanecido ahí dentro. Y ahora era el turno de Ryan de ser el diecisiete.

Nadie tenía idea de quién construyó la ciudad, ni cuando, ni por qué. Todo lo que se sabía es que se había tragado a dieciséis hombres, vivos pero aparentemente impotentes de escapar a pesar de los mejores armamentos que la Tierra podría proporcionar. La ciudad generó un campo de energía desconocida que se irradiaba, desde el centro de la ciudad, hacia afuera con forma esférica hasta una cierta distancia y no más allá. Algunos de los hombres que habían entrado al campo habían mantenido comunicación por radio con sus naves por algún tiempo; pero la información recibida había sido casi inútil, porque los hombres se habían deslizado hacia estados más y más profundos que sólo podían denominarse delirio, perdiendo eventualmente por completo el contacto con la realidad e interrumpiendo la comunicación.

La curiosidad de la Tierra y la necesidad de la tecnología que esta ciudad representaba, era poderosa. Debido a ello, dieciséis hombres habían ingresado a la ciudad y se habían vuelto locos.

Quizá, habría un número diecisiete.

Espirando ruidosamente, Ryan cruzó la frontera.

***

No pasó nada. Ryan se paró allí expectante, los músculos tensos y la mandíbula apretada, pero no había diferencias entre sus sensaciones actuales y sus sensaciones de hacía un momento. Sacó una vez más su comunicador del bolsillo, apreciando el alivio de tenerlo. “Acabo de cruzar la frontera hacia la ciudad. Hasta ahora, no siento ningún efecto”.

“Bien”, contestó la nave. “Procede hacia el centro de la ciudad. Avanza lentamente y no te arriesgue”.

“Entendido”, dijo Ryan y apagó de nuevo.

Los edificios más cercanos aún estaban a más de cien metros de distancia. Ryan se acercó a ellos con gran prudencia. Todos los sentidos estaban tensos, buscando alguna señal de peligro, aunque fuese débil. Nada se movía y los únicos sonidos eran los susurros del viento. La ciudad no olía a nada en lo absoluto, lo que era más notorio que un hedor. Ryan tenía la vaga impresión de estar entrando en un castillo de cristal, pero ese pensamiento se desvaneció rápidamente.

Llegó al primer edificio y estiró una mano titubeante para tocarlo. Era liso y duro como el vidrio, aun así opaco; no se sintió ni frío ni caliente en sus indagadores dedos, pero sí hizo hormiguear a las yemas de sus dedos. Retiró su mano. En los lugares en que sus dedos lo habían tocado, había marcas pequeñas, oscuras sobre la superficie por lo demás lechosa. Las manchas desaparecieron mientras miraba, hasta que toda la pared era uniforme de nuevo.

No había aberturas ni roturas en ninguna parte de la pared. Ryan camino al lado de la misma, en paralelo sin tocarla otra vez. Buscó una entrada o abertura de algún tipo, por la cual poder entrar al edificio. La pared parecía lisa, dura y continua sin entrada aparente. Aun así, de repente la pared resplandeció y dejó de existir, dejando un espacioso portal que Ryan podía utilizar. Saltó hacia atrás, sorprendido, luego sacó su comunicador y describió los últimos acontecimientos a la nave en órbita sobre él.

“¿Ha pasado algo más que sea potencialmente peligroso?”, fue la respuesta.

“Aún no. Aún no parece haber ningún signo de vida, más que la aparición de esta puerta”,

“Entonces debes asumir el riego de ir y explorar”, dijo fríamente el Java-10.

Claro, pensó Ryan, ¿qué te importa a ti? No es tu pellejo. “Entendido”.

Tenía una linterna consigo, pero un vistazo hacia adentro le mostró que no tendría que usarla. El interior del edificio estaba iluminado claramente, la luminosidad parecía difundir de las paredes. Al entrar, Ryan miró sorprendido a su alrededor.

El edificio estaba completamente libre de muebles. El único detalle dentro del mismo era una amplia escalera de caracol que ascendía junto con las paredes cilíndricas, y ascendía, y ascendía, y ascendía. El explorador inclinó su cuello hacia atrás para seguir el curso de la escalera, pero parecía continuar hasta el infinito. Cada veinticinco escalones, había un amplio descanso con una pequeña ventana en la pared para asomarse hacia la ciudad. Una barandilla de plástico transparente corría a lo largo del borde interior de la escalera.

Ryan avanzó lentamente, aún alerta por cualquier cosa que pudiera pasar. El eco que producían sus botas a medida que raspaban el duro piso de piedra, era casi ensordecedor en comparación con el silencio total que arropaba al resto de la ciudad. Llegó al inicio de la escalera y colocó su mano sobre la barandilla. El plástico se sintió fresco y extrañamente reconfortante, como si se hubiera encontrado con un viejo amigo entre esta extrañeza. Comenzó a subir la escalera con precaución, un pie delante del otro, con su mano firme en la baranda. Sus ojos exploraban de lado a lado, buscando cualquier peligro concebible. Pero no apareció ninguno. Entonces la impaciencia lo atenazo y comenzó a subir por la escalera corriendo.

Finalmente, se detuvo para recuperar el aliento, en el cuarto descanso. Estaba ahora a quizá a dieciséis metros del nivel del suelo. La entrada aún estaba allí, esperando pacientemente por su retorno, pero se veía mucho más pequeña desde esa altura. Caminó hasta la ventana, se asomó hacia afuera y miró

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