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El Secreto Del Relojero
El artículo no tenía ningún otro detalle notable, pero la última línea tocó la fibra sensible de Slim.
«Parece que Birch sencillamente se hartó y salió por la puerta, llevando consigo su último reloj».
No había nada que sugiriera que el autor sabía algo acerca del reloj. En ninguna parte se mencionaba un reloj inacabado en el taller, así que podía ser una elegante imaginación.
¿El último reloj era el que Slim había encontrado en el páramo?
Geoff Bunce había estado de acuerdo con la evaluación de Slim de que el reloj estaba sin terminar. ¿Y si el último reloj de Amos Birch estaba ahora bajo la cama de Slim?
Slim se levantó, sintiéndose nervioso de repente. No se conocían las circunstancias de la desaparición de Amos, pero Slim no se había callado acerca de lo que había encontrado. ¿Y si Amos había escondido el reloj por alguna razón concreta?
¿Y si alguien lo estaba buscando? ¿Podría haber desaparecido Amos llevando consigo el reloj para esconderlo de alguien?
Slim tomó la silla de la pequeña mesa de la habitación, la inclinó y la colocó bajo el pomo de la puerta. No había pensado que la falta de cerradura fuera un problema, pero ser cauto no podía hacerle daño.
Se preguntó si tendría que decirle algo a Mrs. Greyson, pero se lo pensó mejor. Eso solo la preocuparía y, en todo caso, le buscarían a él, no a ella.
Salvo que, por supuesto, Amos hubiera sido asesinado. Bodmin Moor y el área que lo rodeaba supuestamente habían sufrido muchas excavaciones mineras en el pasado y el suelo estaba plagado de antiguos pozos, muchos de los cuales no estaban identificados ni aparecían en los mapas. No podía ser difícil deshacerse del cuerpo de Amos en algún sitio donde nadie podría encontrarlo nunca.
10
Durante el desayuno de la mañana siguiente, Slim juzgó que Mrs. Greyson estaba de buen humor, así que le hizo un gesto. A su llamada, los silbidos que llegaban desde la cocina como el trino de un pájaro viejo pero contento callaron de repente y se dirigió con pasos firmes, estrujando su delantal como si recordara a Slim la molestia que se estaba atreviendo a causar.
—Mr. Hardy… espero que todo sea de su agrado.
Él sonrió, pinchando el plato con un tenedor.
—Por supuesto. Estos huevos me recuerdan a mi difunta madre y a las delicias culinarias a las que estaba sometido cada día.
—Eso es… estupendo. ¿En qué puedo ayudarle?
—Ayer subí a Trelee. Me perdí un poco en el páramo, pero una señora mayor fue muy amable dándome indicaciones. Querría enviarle una nota de agradecimiento, pero me temo que he olvidado su nombre.
—¿Y por qué cree que yo lo sé?
—Dijo que vivía en la antigua casa de Amos Birch. ¿No conoce el nombre de los nuevos dueños?
—No tan nuevos: llevan allí una docena de años.
Slim mantuvo su sonrisa, pero asintió como para animarla a contarle más.
—Tinton —dijo Mrs. Greyson—. Maggie Tinton. Solo puedo decir que debe haberla pillado en un día bueno. La vieja bruja más desagradable de los alrededores. Y apuesto a que usted pensaba que yo era mala.
La sonrisa de Slim estaba empezando a hacer que le doliera la cara.
—Su marido, Trevor, es mucho más agradable. Solía ir a beber al Crown hasta que… bueno, hace algún tiempo de eso.
—¿De qué?
Mrs. Greyson desenrolló su delantal, se lo quitó y luego frunció el ceño, como si Slim le estuviera pidiendo que se saltara alguna frontera moral.
—Se hablaba… la gente decía que habían tenido algo que ver.
—¿Con qué?
—Con la desaparición de Amos —Antes de que Slim pudiera responder, añadió—: Es ridículo, por supuesto. Los Tinton vienen de Londres. No pueden haber sabido nada de Amos. Después de todo, Mary estuvo viviendo allí durante diez años después de que Amos desapareciera. Los Tinton se limitaron a encontrar una ganga.
—¿La gente cree de verdad que tuvieron algo que ver?
—Por supuesto que no. Solo era un rumor estúpido, pero ambos se ofendieron y, después de eso, se aislaron de la comunidad local.
—Parece que los conocía bien.
—Solía jugar al bridge en el local de la legión con Maggie, pero dejó de venir y nunca volvió.
—Es casi como reconocerse culpables.
—Les insultaron, nada más —dijo—. Se mudaron aquí para retirarse a la vida rural típica que se ve en televisión. Creo que esperaban una comunidad de gente simple que los esperaba con los brazos abiertos para llevarlos a las fiestas del pueblo y a los cafés de las mañanas. Cuando no consiguieron lo que querían, renunciaron.
—¿Pero no hay manera de que tuvieran algo que ver con la desaparición de Amos Birch?
Mrs. Greyson sacudió la cabeza.
—Absolutamente ninguna.
—¿Qué cree que pasó, entonces?
Mrs. Greyson puso los ojos en blanco.
—Pensaba que estábamos hablando de Mrs. Tinton.
—Debe creer algo. Parece que los conocía.
Mrs. Greyson se encogió de hombros y suspiró.
—Él huyó de su familia. ¿Qué hay que saber? Amos tenía mucho dinero guardado y estaba fuera a menudo en sus viajes de negocios, convenciones de relojeros y todo eso. ¿Quiere mi opinión? Tenía alguna querida en el extranjero y huyó para estar con ella.
—¿No hubiera sido más sencillo divorciarse de Mary?
Mrs. Greyson tomó de nuevo su delantal.
—No tengo tiempo para esto —dijo. Mientras se daba la vuelta y se dirigía a la cocina, añadió—: Disfrute de su paseo, Mr. Hardy.
Slim la miró frunciendo el ceño. No iba a sacar más de ella, estaba seguro, pero al mencionar a la otra mujer, sus mejillas habían tomado un color sonrosado que sin duda no tenían antes.
11
Visitar la biblioteca local más cercana significaba volver a Tavistock. Slim se encontró solo en una sala de archivos buscando entre enormes ficheros de viejos periódicos locales de gran tamaño, amarillentos y crujientes por el paso del tiempo.
Cada fichero contenía el equivalente a un año de semanarios. Como esperaba de los periódicos de un pueblo pequeño llenos de anuncios de agentes de propiedad inmobiliaria y empresas de alquiler de maquinaria agrícola, había poco sensacionalismo en las breves noticias sobre la desaparición de Amos Birch. «Relojero local desaparece en misteriosas circunstancias», decía un titular, antes de continuar con una noticia tan poco detallada que era casi una repetición del título, centrándose en la historia de Amos como artesano con grandes habilidades y respetable granjero local, pero sin ningún rastro de especulación.
La noticia más interesante la encontró en un fichero de un periódico llamado el Tavistock Tribune:
«El granjero local y famoso relojero Amos Birch (53) está desaparecido desde la tarde del jueves, 2 de mayo, según ha denunciado ante la policía su esposa Mary (47). Famoso tanto nacional como internacionalmente por sus complejos relojes hechos a mano, se cree que Amos pudo ir a dar un paseo al atardecer por Bodmin Moor y perderse. Se considera que estaba mentalmente bien y no tenía problemas de salud, pero, según su esposa, estaba cada vez más nervioso durante la semana anterior a su desaparición. La familia pide que cualquier información con respecto a la desaparición de Amos se comunique a la policía de Devon y Cornualles».
Slim releyó el artículo un par de veces y luego frunció el ceño. ¿Nervioso? Podía querer decir cualquier cosa, pero sugería que Amos sabía que algo podía estar a punto de ocurrir. ¿Había planeado huir o le había ocurrido algo?
Recordando una cita que le había contado un antiguo colega del ejército acerca de cómo las pistas de un delito aparecían a menudo mucho antes que el propio delito, buscó unas semanas antes en las páginas de los periódicos para encontrar algo relacionado con Amos Birch. Aparte de una columna de más de un mes antes de la desaparición, que daba cuenta de un premio a Amos de una asociación nacional de relojeros, no había nada.
A la hora de la comida empezaron a dolerle los ojos doloridos por la lectura de textos difuminados por el tiempo, por lo que se fue a un café cercano a recuperarse. Allí llamó a Kay, pero su amigo traductor no tenía aún información sobre el contenido de la carta.
La mente que se había dirigido a la investigación privada unos pocos años después de su deshonrosa expulsión del ejército estaba empezando a zumbar con ideas rocambolescas. Nadie se levanta y abandona una relación estable sin ninguna razón. O vas hacia algo o huyes de algo.
Las posibilidades eran infinitas. Un amante sería lo evidente hacia lo que ir y un cliente descontento o un competidor de lo que huir. Sin ninguna imagen del propio Amos, era difícil hacerse un juicio. Hasta ahora en las conversaciones de Slim el relojero había resultado un personaje oscuro en la comunidad, con la misma oscuridad de su profesión colocándole un halo de misterio. Incluso el camino a la Granja Worth y los altos setos que la rodeaban daban a la familia Birch un aire de encierro, un aire que los Tinton habían mantenido.
El café tenía teléfono. Slim tomó una guía de una estantería a su lado y volvió a su mesa. Había unas dos docenas de Birch, pero ninguno que empezara con una C.
Slim volvía a la estación de autobuses cuando oyó a alguien gritar detrás de él. Algo en su tono urgente le hizo darse la vuelta y vio a Geoff Bunce saludándolo desde el otro lado de la calle. Slim esperó a que el hombre cruzara la calle.
—Pensé que era usted. Unas largas vacaciones.
Slim se encogió de hombros.
—Soy mi propio jefe. Puedo hacerlas tan largas como quiera.
—¿Así que le ha visto? ¿A su amigo?
El sarcasmo en el tono de voz del hombre causó una ola de enfado en el estómago de Slim, pero forzó indiferencia en su voz.
—¿Amos Birch?
—Sí. ¿Le ha devuelto el reloj?
—Todavía no. Estoy en ello.
—Mire, no sé quién es usted, pero creo que sería sensato tomar ese reloj y volver por donde vino.
Slim no pudo reprimir una sonrisa. Era un exmarine que había prestado servicios en el ejército británico amenazado por un Papá Noel vestido con una chaqueta verde de entretiempo. Bunce podría haber dicho que había sido militar, pero era difícil creerlo.
—¿Qué es tan divertido?
—Nada. Solo me intriga la dureza de su tono. Solo soy un hombre que trata de vender un reloj antiguo.
—Venga, Mr. Hardy, eso es lo último que creo que sea.
—Recuerda mi nombre.
—Lo anoté. Hay algo en usted que me da mala espina.
—¿Solo algo? —Slim suspiró, cansado de juegos—. Mire, ¿quiere saber la verdad? Estoy aquí de vacaciones. Encontré ese reloj enterrado en Bodmin Moor. Esa mierda casi me rompe el tobillo. Solo resulta que mi trabajo actual, para bien o para mal, es el de investigador privado. Es difícil resistirse a un misterio.
Bunce arrugó la nariz.
—Bueno, eso cambia las cosas.
—¿Qué quiere decir?
El otro hombre asintió, resopló, como si se preparara para revelar algo importante. Slim levantó una ceja.
—Verá —dijo Bunce—, yo fui la última persona que vio vivo a Amos Birch aparte de su familia más cercana.
12
—¿Entonces dónde está el reloj que encontró?
Slim se sentó enfrente de Geoff Bunce en un café en un rincón del mercado de Tavistock. Dio un sorbo a un café flojo en una taza de plástico y dijo:
—Lo escondí.
—¿Dónde?
Slim sonrió.
—Donde estoy seguro de que estará seguro.
Bunce asintió rápidamente.
—Bien, bien. Buena idea. ¿Tiene entonces alguna idea de qué le pasó a Amos?
—Ninguna en absoluto.
—Pero usted es un investigador privado, ¿no?
—Trabajo sobre todos en asuntos extramaritales y fraudes en las bajas laborales —dijo Slim—. Nada para entusiasmarse. No voy a ganar dinero con esta investigación, así que si dejan de aparecer rastros probablemente desaparezca en el campo y busque algún caso con el que pueda hacerlo.
—¿No tiene ninguna pista?
—Todo lo que tengo es una lista mental de posibilidades y cuantas más borre, más cerca estaré de averiguar qué pasó realmente.
—¿Qué tiene en su lista?
Slim rio.
—Prácticamente cualquier cosa, desde un asesinato a una abducción alienígena.
—No pensará realmente… —Bunce se calló de repente, arrugando la nariz—. Ah, es una broma. Ya veo.
—En realidad no tengo ninguna pista. Por el momento, me limito a averiguar las circunstancias que rodean su desaparición. Tal vez pueda ayudarme con eso.
—¿Cómo?
—Dijo que fue la última persona que lo vio vivo aparte de su familia. ¿Y si me cuenta eso?
Bunce se encogió de hombros, mostrándose repentinamente inseguro.
—Bueno, ha pasado mucho tiempo, ¿verdad? Fuimos a dar un paseo por el páramo, hasta Yarrow Tor, más allá de la granja abandonada que hay allí.
—¿Recuerda por qué?
Bunce encogió un hombro con un gesto extraño y torcido.
—Era un paseo habitual. Lo hacíamos cada dos meses. No había ninguna razón especial.
—¿Recuerda de qué hablaron?
Bunce sacudió la cabeza.
—Bueno, debió ser lo habitual. No teníamos conversaciones muy profundas. Nos veíamos mucho, ya sabe. Siempre era sobre el tiempo, las quejas sobre la política, todo eso.
—No me está dando mucho para trabajar.
Bunce se mostró decepcionado.
—Supongo que no hay mucho que decir. Quiero decir, conocía a Amos desde siempre, pero no éramos tan íntimos como para contarnos todo el uno al otro. No era ese tipo de hombre. La gente a menudo bromeaba diciendo que prefería los relojes a las personas.
—Me dijo que ese reloj valía unos miles de pavos. ¿Es eso realmente cierto?
Bunce sonrió, pareciendo aliviado de que Slim le hubiera planteado una pregunta que podía contestar.
—Era como un matemático con sus manos. La mayoría de los artesanos tienen una habilidad particular, pero Amos era el paquete completo. Hacía todo: el diseño, las tallas, así como todo el trabajo mecánico interno a mano. ¿Tiene idea de lo difícil que es fabricar piezas de reloj a mano? En un día de trabajo puedes hacer una o dos partes pequeñas. Requiere mucho trabajo y poca gente hoy en día tiene ese tipo de concentración. Amos era de una raza especial.
—¿Cuántos fabricaba?
—No muchos. Dos o tres al año. Algunos eran encargos, creo, otros, ventas privadas. No tenía prisa. No quería ser rico. Le gustaban sus páramos y la vida tranquila. Su granja daba algunas ganancias (a pesar de lo que dicen muchos) y la venta de relojes le daba suficiente dinero extra como para tener un cierto grado de lujos.
—¿Es posible que alguien pudiera guardarle rencor? ¿Una venta fallida o tal vez un trato incumplido?
—Es posible, pero lo dudo. Amos era un hombre agradable y humilde.
—¿En qué sentido?
Bunce se tiró de la barba.
—Era inofensivo, es la mejor manera que tengo de decirlo. Hablaba bajo y nunca decía nada malo de nadie. Se encerraba en su trabajo. Y su trabajo era bueno. Nadie podía quejarse de relojes hechos con tanto cariño y cuidado. Quiero decir, ¿cuántas veces se estropean los relojes de cuco? ¿Cuántas veces ha entrado en un pub y ha visto uno estropeado en la pared de un rincón? Por el contrario, los relojes de Amos… Quiero decir, ¿cuánto tiempo ha estado enterrado ese reloj? ¿Veinte años? ¿Y aun así pudo darle cuerda y funcionó sin problemas? Ningún reloj que compre en una tienda tendrá esa resistencia. Los relojes de Amos se fabricaban para durar.
Bunce no tenía nada interesante que añadir, así que Slim apuntó su número, se excusó y se fue. Había llegado a la estación de autobuses y estaba en la cola de la taquilla cuando tuvo una idea.
Sacó el número de Bunce y llamó al anticuario.
—¿Tan pronto me vuelve a necesitar?
Slim sonrió.
—Solo una pregunta rápida. ¿Con un reloj como el que encontré, ¿cada cuánto tiempo cree que hay que darle cuerda?
—Oh, no lo sé, una vez cada pocos meses. Amos solía hacer unos muelles increíbles. Podías darles cuerda y duraban un montón.
—Muy bien, gracias.
Cuando volvió al albergue, Mrs. Greyson estaba quitando el polvo en el recibidor. Slim le dio educadamente las buenas tardes y luego subió aprisa a su habitación. Allí sacó el reloj de debajo de la cama y se sentó a oír el tictac durante unos minutos. Luego le dio la vuelta, quitó el panel de madera que Bunce había dejado desatornillado y miró el mecanismo del reloj. El pequeño dial enrollado en el reloj reverberaba ligeramente con cada tic.
Frunció el ceño, tocándolo ligeramente con un dedo, advirtiendo la falta de suciedad, comparado con el resto del reloj.
Cada pocos meses, había dicho Bunce. Si el reloj se había fabricado hacía unos veinte años, el muelle se habría desenrollado mucho tiempo atrás.
Slim no le había dado cuerda, lo que le hizo preguntarse quién lo había hecho.
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