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El Viento Del Amor
Guido Pagliarino
El viento del Amor
Una hoja del Códice Sinaítico (Codex Sinaiticus) conservado en el Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí. De este códice, 347 hojas se encuentran archivadas en la Biblioteca Británica de Londres, 43 en la Biblioteca de la Universidad de Leipzig, 12 hojas y 15 fragmentos en el Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí y fragmentos de tres páginas diversas se guardan en la Biblioteca Nacional Rusa de San Petersburgo. El manuscrito está en griego (en la versión procedente del hebreo de los Setenta o Setenta y dos en lo que respecta al Antiguo Testamento). El códice se puede datar entre el 330 y el 350 d.C. y contenía originalmente todo el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento y escritos cristianos no canónicos pero muy importantes del siglo II, El pastor de Hermas, la Epístola de Bernabé y textos de los Padres Apostólicos. Parte de las hojas de este códice no se han recuperado.
Hoja del Códice Vaticano ( Codex Vaticanus ) con el texto de Esdras 2, 1-8. El Codex Vaticanus es el documento más antiguo encontrado hasta ahora de la Biblia completa, con el Antiguo y el Nuevo Testamento. Fue copiado, a partir de textos precedentes, en la primera parte del siglo IV. Está escrito en griego en su totalidad. Se conserva en la Biblioteca Vaticana.
El rostro terrible, en absoluto amoroso, de Dios, según Miguel Ángel (Juicio Universal, detalle, Capilla Sixtina, Museos Vaticanos)
PRÓLOGO
Esta obra trata del Dios-Amor al servicio de los hombres, ya presente en el Antiguo Testamento, antes de la Revelación neotestamentaria. La cisura es histórica y considera que lo que tienen en común el Antiguo y el Nuevo Testamento es el gobierno de la historia por parte de Dios y que la Palabra, según la impresión de los escritores veterotestamentarios, se revela progresivamente a lo largo de los siglos a través de hechos históricos, los cuales inducen a la reflexión teológica. Se considera que, como es conocido entre los historiadores y ha expresado por otro lado el Concilio Vaticano II en su constitución Dei Verbum, el testamento sí se «inspira, y quienes lo crearon fueron inspirados en la medida en que contribuyeron a su constitución» y que no solo el Nuevo Testamento, sino también el Antiguo «es palabra de Dios y conserva un valor perenne», pero debe tenerse en cuenta que los escritos del Antiguo Testamento «contienen también cosas imperfectas y temporales» y que «asumidas integralmente en la predicación evangélica, adquieren y manifiestan su significado completo en el Nuevo Testamento y, a su vez, lo iluminan y explican» («Constitución dogmática Dei Verbum sobre la Revelación divina», nn. 14, 15, 16). Con esto, confío en que los lectores que solo ocasionalmente frecuentan la Biblia, al considerar ciertos pasajes veterotestamentarios donde Dios-Yahvé ordena o realiza actos sanguinarios, evitarán tomarlos al pie de la letra escandalizándose, mientras que, por el contrario, espero, gracias a las citas de la Dei Verbum, que no sea yo, cuando presento secciones meramente humanas y transeúntes de la Biblia, el que suscite escándalo en algún creyente fundamentalista que lea la Biblia al pie de la letra: solo la resurrección de Cristo, so pena del fin del cristianismo, no debe interpretarse en sentido simbólico, como pensaba la Escuela Mítica del teólogo luterano Rudolf Bultmann y otros autores como Marxen y Dibelius, ya superada de hace mucho tiempo.
Esta escuela, al afirmar que el Nuevo testamento es mítico, no se basaba en la ciencia exegética, sino en el prejuicio racionalista de base liberal del cual provenía dicha Escuela Mítica (cf., entre otros muchos, el artículo de Giuseppe di Rosa S.J, también disponible en la web , en La Civiltà Cattolica, nº 125, Volumen II, Cuaderno 2971, 6 de abril de 1974, «Ricciardetto e la sua vana ricerca di Dio»). También yo he escrito sobre la escuela mítica en el ensayo de Guido Pagliarino Gesù, nato nel 6 ‘a.C.’ crocifisso nel 30 – Un approccio storico, Tektime Editore (traducido del italiano al español por Mariano Bas con el título “Jesús, nacido en el año 6 «antes de Cristo» y crucificado en el año 30”).
Añado, siempre siguiendo la Dei Verbum («Constitución dogmática Dei Verbum sobre la Revelación divina», n. 12), que «para interpretar con exactitud el contenido de los textos sagrados, se debe atender al contenido y a la unidad de toda la Escritura».
Después de exponer una premisa sobre la influencia de la historia sobre la Biblia, volveré atrás con respecto a la época de Jesús, hasta los años 1200-1000 a.C., siglos en los que surge en Palestina una primera tradición oral que se reflejará en la Biblia. Pasando por los doscientos años siguientes, los de los primeros reyes, llegaré a los siglos VIII – VI a.C., en los que se escribieron los primeros textos proféticos, en algunas partes ya anunciadores del Dios amoroso, y se redacta, apareciendo cuando menos en el texto bíblico posterior a Reyes II (2 Re 22, 3-20), un esbozo del Deuteronomio, perdido y reencontrado en el templo en año 622 a.C. bajo el rey Josías: en el Deuteronomio, Yahvé es el Dios de la Ley, defensor ante todo del pueblo llano y en particular de los pobres, a diferencia de ese Dios formalista-legalista, deseoso sobre todo de culto, del Levítico. Pasaré a la deportación a Babilonia del pueblo de Israel y la época de la liberación y la repatriación, bajo la autorización del rey persa Ciro II el Grande (590-529 a.C.), vencedor de Babilonia, y del segundo templo, erigido entre el 536 y el 515 a.C. sobre las ruinas del de Salomón, que había sido construido por orden suya en el siglo X antes de Cristo y fue destruido en el 586 a.C. por el ejército del rey babilonio Nabucodonosor y luego hablaré de ese largo periodo, llamado el judaísmo en sentido estricto, que empieza en el siglo VI a.C. y que sobrepasaría en unos cuarenta años la época de Jesús, periodo en cual se pone por escrito la mayor parte de la Escritura antigua que nos ha llegado: esta es una época esencial por la formación de la conciencia político-religiosa judía y por el abandono definitivo del politeísmo. Hablaré del valor de su escuela teológica, formada por sacerdotes y escribas que, habiendo conservado las tradiciones durante el exilio y habiéndolas transmitido a sus sucesores, del siglo VI al IV a.C. en parte las redactan ex novo y en parte las integran en los libros del Pentateuco (Génesis, Éxodo, Números, Levítico y Deuteronomio), en los que Yahvé es, ante todo, aunque no exclusivamente, el Dios de la Ley que estipula un pacto de alianza (testamento) jurídica con Israel: un Dios legislador y juez, en varias escenas castigador, de forma similar al Yahvé ya presentado por Amós, profeta del siglo VIII a.C. La teología sacerdotal tiene una perspectiva en general optimista, con sacerdotes y escribas creyendo ser los favoritos de Yahvé y que era posible, al menos para ellos, vivir como «justos», lo que significaba para ellos practicar el culto y estar sometidos a las prescripciones legales. Los profetas son por el contrario radicalmente pesimistas, convencidos de que el egoísmo de los seres humanos tiene unos cimientos muy profundos y que solo Dios puede librarlos del pecado, que afecta a todos: quien confía en Dios es bendecido por Él y quien confía en sí mismo (se dirigen, sobre todo, a los hombres del gobierno político-religioso, justos sedicentes) o confía en otros hombres (en primer lugar, en los que pertenecen a su propio entorno de poder) es maldecido por Él.
«Así habla el Señor: ¡Maldito el hombre que confía en el hombre y busca su apoyo en la carne, mientras su corazón se aparta del Señor! Es como un matorral en la estepa que no ve llegar la felicidad; habita en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhóspita. ¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en él tiene puesta su confianza! Es como un árbol plantado al borde de las aguas, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme cuando llega el calor y su follaje se mantiene frondoso; no se inquieta en un año de sequía y nunca deja de dar fruto» (Je 17, 5-8). 1
Las dos líneas, por una parte la aristocrática de la justicia inflexible y la primacía de las formas del culto y, por la otra, la profética del amor por los pobres y los extraños y la piedad para con los pecadores, coexisten y llegarán hasta Jesús, el cual, al seguir esta segunda vía y, según los cristianos, concluirla, revelará que Dios no es solo Amor que perdona, sino que sirve al hombre y quiere divinizarlo asumiéndole en Sí después de la muerte y por eso se enfrentará a los dirigentes de Israel, en particular a los sacerdotes saduceos que no creían en la vida eterna, jefes del pueblo defensor del Yahvé justiciero de la Ley, no del Dios-Amor.
En las costumbres hebreas, los rollos que contienen los cinco textos básicos histórico-legislativos de Israel se llaman la Torá (Torah), palabra que deriva del verbo jaràh, enseñar, que significa precisamente enseñanza, pero también se los llama los Rollos de la Ley o la Ley de Moisés o sencillamente la Ley. La tradición hebrea indica los libros de la Torá con la palabra inicial de cada uno. La palabra española Pentateuco deriva del griego y se refiere a los cinco (penta) contenedores (teuchos = contenedor) de esos rollos. Los títulos de estos libros se deben a los llamados Setenta, número convencional de los muchos estudiosos, en realidad un número impreciso, encargados por Ptolomeo Filadelfo, soberano de Egipto, de traducir la Biblia del hebreo al griego hacia la mitad del siglo III a.C., que habrían completado el encargo en solo setenta y dos días.
Según ciertos críticos, la traducción tendría que datarse en el siglo II antes de Cristo. La datación en mitad del siglo III a.C. deriva de un apócrifo en alabanza de Israel escrito en un entorno judaico alejandrino, la Carta de Aristeas, obra en realidad de autor desconocido, que habla precisamente de esta traducción: se atribuyó erróneamente a Aristeas, alto funcionario del rey Ptolomeo II Filadelfo entre los años 285 y 247 a.C. También el número 70 de los traductores y el número 72 de los días que tardó en completarse provienen de este apócrifo (cf. La bibbia apocrifa, Editrice Massimo s.a.s., 1990, p. 171 y ss.).
Los Setenta titularon esos rollos considerando su contenido: Génesis (los orígenes); Éxodo, la salida de Egipto de los hebreos; Levítico, libro de la ley dictada por los sacerdotes de la tribu de Leví; Números, por las diversas enumeraciones contenidas en los primeros capítulos; Deuteronomio, o segunda ley, siempre con palabras griegas. Para los escribas del templo de Jerusalén, y para los sacerdotes saduceos, este Pentateuco, esta Torá, era la única Palabra de Dios. Los demás libros del Antiguo Testamento, indicados en Israel bajo los nombres de Profetas y Escritos, eran reconocidos como inspirados, pero no todavía por todos los hebreos en los tiempos de Jesucristo, solo en un entorno farisaico.
Hablaré de los documentos o tradiciones que los estudiosos consideran fuentes tanto del Pentateuco como de los siguientes seis libros históricos bíblicos, aunque no estén exentos de idealizaciones, de acuerdo con el modo apologético antiguo de escribir la historia.
Luego volveré atrás en el tiempo y me remontaré de nuevo a los años de Jesús, tratando el politeísmo entre los hebreos, el primer monoteísmo (no judío, sino ideado por el faraón Akenatón, por razones meramente políticas), la mejor comprensión del amor de Dios por parte de Israel, el nacimiento de la esperanza en un mesías profeta, sacerdote y rey y el resurgir de la idea de la vida eterna. La búsqueda teológica del pueblo hebreo, que según los fieles es una búsqueda de inspiración divina, descubre al avanzar en el tiempo un Dios distinto de los dioses paganos adorados antes por los hebreos junto a un Yahvé que mostraba a su vez la inquietante característica de pretender ser temido y servido bajo pena de graves castigos. En cierto momento, los redactores bíblicos empiezan a entenderlo como un Dios que sí castiga, pero solo con el propósito amoroso de corregir: igual que los padres que, en el pasado, trataban violentamente a sus hijos creyendo que así los hacían mejores. Finalmente, o paralelamente si consideramos las profecías de Oseas y algunos otros profetas, la búsqueda religiosa llega al conocimiento de un Yahvé esencialmente amoroso, de ese Dios que será revelado plenamente por Jesús como el Amor puro y, aunque hasta entonces lo había sido imperfectamente, ya estaba bien presente en el curso de los últimos dos siglos anteriores a Cristo, en los libros más recientes de la Primera Escritura, los llamados deuterocanónicos en la Iglesia latina y griega. Estos libros no forman parte de la fe de la religión hebrea y tampoco de la de los cristianos de la reforma protestante, que los califican de apócrifos.
El lector encontrará partes no esenciales que he escrito gráficamente en cursiva: he tenido en cuenta al lector presuroso, que, si quiere, se las puede saltar. Para ayudar a las personas que acuden solo ocasionalmente a los Testamentos, he añadido un apéndice con las abreviaturas de los libros bíblicos.
Guido PagliarinoPREMISA – SOBRE LA INFLUENCIA DE LA HISTORIA SOBRE LA BIBLIA
«Dios es amor», afirma más allá de cualquier duda el Nuevo testamento en la primera Epístola de Juan (1 Jn, 4, 8b), una imagen muy distinta de la fisionomía de un Dios enojado y terrible como el que podemos observar en el Juicio Final de Miguel Ángel. No se trata solo de un anuncio neotestamentario. Como veremos, las apariencias del Dios-Amor, presentadas de manera completa en Jesús de Nazaret con la palabra y el ejemplo, ya se estaban trazando antes, a lo largo de la historia del antiguo Israel, reflejándose, aunque todavía no plenamente, en el Antiguo Testamento gracias en primer lugar a los profetas inspirados. No obstante, en esos libros los rasgos del Dios amoroso no parecen absolutos, de hecho, se refieren a la figura del Yahvé de la Ley que encontramos en otros pasajes veterotestamentarios que, como veremos, se origina de la reflexión teológica, no de los profetas, sino de los sacerdotes y escribas del templo.
Al leerlos, hay que tener siempre presente que el argumento del gobierno de la historia por parte de la Providencia, dirigido a la Salvación de la humanidad, abarca toda la Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento, y también que cada texto bíblico está influido por la situación histórica en la que se preparó y escribió. Por ejemplo, la esclavitud de los judíos en Babilonia y su liberación por parte del rey Ciro II, que encontraremos en el próximo capítulo y reaparecerá a lo largo del ensayo, influye en los versículos de la Biblia que hablan de la esclavitud en Egipto y del éxodo de los hebreos bajo la guía de Moisés, hechos históricos que se produjeron muchos siglos antes: para ciertos comentaristas extremistas, el contenido de esos textos sería incluso solo mítico-alegórico.
Escribe Carlo Buzzetti (en Carlo Buzzetti (con Carlo Ghidelli), Le tappe della lettura della Bibbia. Come leggere una pagina biblica, come leggere una parabola, un discorso, un miracolo, San Paolo, Cinisello Balsamo, 2003.): «Todo texto escrito surge en un contexto vital (o situación originaria) del que es expresión. Pero no siempre esa situación de los orígenes puede advertirla fácilmente quien lee dicho texto. A menudo resulta bastante fácil para los primeros destinatarios, para los primeros lectores, porque les resulta cercano, pero esa situación se va oscureciendo o haciendo más enigmática o más ardua de conocer por los lectores sucesivos, que, por el contrario, quedan bastante lejos. (…) Distingamos dos fases de dicho texto para hacer explícito el contexto implícito: primero, se trata de reconstruir la situación que refleja el texto; luego se tiende a una reconstrucción de la situación desde el punto de vista del autor del texto. Ambas fases requieren un cierto esfuerzo de investigación histórica que, evidentemente, no puede limitarse a solo una aproximación directa al texto: quien lee debe considerar también varias indicaciones procedentes de otras voces más o menos contemporáneas y en todo caso paralelas o convergentes con respecto a ese texto».
Es por esto que, al tratar nuestro tema de fondo, Dios-Amor en el Primer Testamento, debemos examinar, aunque sea a grandes líneas, los acontecimientos históricos del pueblo de Israel y, cuando menos a grandes rasgos y donde sea posible, considerar la situación personal de los redactores bíblicos. Por ejemplo, veremos que a Esdras, impulsor principal aunque probablemente no sea el redactor del Pentateuco, le mueve y ayuda ser funcionario judío en el reino de Persia y custodio de las antiguas tradiciones hebreas, superviviente de la deportación a Babilonia.
Empezaremos en la época de los judíos, hacia el final de la Edad del Bronce.
Pieter Paul Rubens, Sansón y Dalila, óleo sobre tabla, ca. 1609, National Gallery de Londres.
Capítulo I
DEL 1200 A.C. A LA ÉPOCA DEL SEGUNDO TEMPLO
Bibliografía principal de este capítulo: AA. VV. (a cargo de David y Pat Alexander), Guida alla Bibbia, Edizioni Paoline – Roma, 1980; AA. VV. (Joseph Schreiner y colaboradores), Introduzione letteraria e teologica all’Antico Testamento, Edizioni Paoline s.r.l., quinta edición 1990; AA. VV. (bajo la dirección de John A. Garraty y Peter Gay), Storia del mondo, Vol. I, Arnoldo Mondatori Editore, 1973; Abraham Cohen, Il Talmud, traducción de Alfredo Toaff, Gius. Laterza & Figli S.p.A., Roma-Bari, 2003; Giovanni Filoramo, «Giudaismo», en, de AA.VV., Manuale di storia delle religioni, Gius. Laterza & Figli, 1998; A cargo de P. Bonsirven (elección de los textos a traducir del original), Daniel-Rops (prólogo), Enrico Galbiati (presentación), La Bibbia apocrifa, Editrice Massimo s.a.s., 1990; Edmondo Lupieri, Capítulo Il «Giudaismo del secondo tempio e le origini del Cristianesimo», pp. 7-19, y «Radicalizzazione dell’osservanza e aperture ai non giudei (da Pompeo a Nerone)», pp. 20-68, en, de AA. VV. (a cargo de Giovanni Filoramo y Daniele Menozzi), Storia del Cristianesimo, Gius. Laterza & Figli, vol I, 1997; Alviero Niccacci, La casa della sapienza, voci e volti della sapienza biblica, Edizioni San Paolo s.r.l., 1994; Giovanni Odasso, «L’esilio come luogo di salvezza», in Leggere la storia come salvezza, número monográfico de Parola, Spirito e Vita – quaderni di lettura biblica, n. 1 enero-junio de 2003, Centro editoriale devoniano; Michel Morre, Dizionario Mondadori di Storia Universale, primer tomo, Arnoldo Mondatori Editore, 1973; Enzo Cortese, artículo «Per una teologia dello spirito nel tardo profetismo», Studium Biblicum Franciscanum, Jerusalem, Liber Annuus, ISSN 0081-8933 (1997) volumen 47 páginas 9-32, Edizioni Terra Santa. Se puede encontrar una extensa discusión en el siguiente volumen (todavía en el mercado): Enzo Cortese, «Il tempo della fine: Messianismo ed escatologia nel messaggio profetico», Edizioni Terra Santa https://www.edizioniterrasanta.it/shop/il-tempo-della-fine/
Los ideales heroicos
La Edad del Bronce se cierra con dos series de invasiones. Una provino del nordeste, llevada a cabo por los Pueblos del mar, que es como llamaron los egipcios a los invasores, y en esta serie de ocupaciones, poco antes del 1200 a.C., la tribu de los Peleshei, llamados filisteos por los griegos y en la Biblia, se apoderaron de la tierra de Palestina, dándole su nombre, mientras que el resto se dispersa en diversas zonas en torno al Mediterráneo realizando incursiones hasta Grecia y, tal vez, incendiando los palacios de Micenas y Pilos.
El declive de la civilización micénica se produce en torno al 1200 a.C. por razones poco claras. Tras el hallazgo en Pilos de tablas endurecidas por un incendio en el palacio real, se ha planteado la invasión marítima, porque en ellas se habla de preparaciones militares para defender la costa de un peligro inminente de invasión y porque, en ese mismo periodo, la civilización egipcia pasó serias dificultades y la hitita desapareció por los llamados pueblos del mar, por lo que se puede suponer que esos mismos pueblos fueron los invasores. Una explicación más tradicional es sin embargo la de la invasión por la población indoeuropea de los dorios. Por otro lado, otros estudiosos consideran que el declive de la civilización micénica fue causado por meros factores económicos y demográficos, y tal vez climáticos, y los incendios no se deberían necesariamente a los invasores.
La otra serie de invasiones viene del sudeste y son tribus seminómadas de lengua aramea que provienen de los confines del desierto de Arabia, que se infiltran primero y se apoderan luego por la fuerza de Siria, Mesopotamia septentrional, Asiria, Babilonia y Palestina, llamada Canaán en la Biblia. En cuanto al pueblo al que se llamará israelita, está en esta zona en torno al 1200 a.C., unos cincuenta años después de la época del éxodo hebraico de Egipto y convive, no sin problemas, con la población indígena. No todo el pueblo hebreo proviene de otra tierra, ya sea o no la de los faraones: muchos agricultores, me refiero a la época histórica, dejando aparte las migraciones precedentes, tenían orígenes locales (eran, por decirlo así, cananeos) y con el tiempo se mezclan con los pastores nómadas invasores (digamos con los hebreos), formando el pueblo de Israel. Es a esta época, desde cerca de año 1000 a.C., a la que la Biblia llama de los Jueces, de la que se solo puede conocer la historia de fondo, siguiendo las informaciones relativas veterotestamentarias, transformadas de forma mítica. Es útil la comparación con otras sociedades del momento. En Palestina o otras zonas del Cercano Oriente, además de en Grecia y en las costas e islas mediterráneas de Asia Menor, se aprecian en primer lugar los ideales heroicos, en los que un simple insulto basta para desencadenar una terrible reacción, como, en Grecia, en el primer canto de La Ilíada, donde el héroe Aquiles, ultrajado por el rey Agamenón que le ha robado a su esclava Briseida, se retira de la guerra contra Troya después de haber tenido el impulso de matarlo. O, como en Palestina, en la Biblia (1 Sam 25, 9-42), donde el rey David, ofendido por la actitud soberbia de su súbdito Nabal, quiere matar a todos los hombres de la familia, aunque se apiade ante las súplicas de Abigail, mujer del ofensor, pero poco después un Yahvé terrible se tomará la justicia por su mano matando al presuntuoso Nabal y entonces David tomará a la viuda entre sus mujeres. Es una sociedad en la que la posición de la persona depende de su estatura moral, su valentía personal y su contribución a la sociedad, como por ejemplo en la figura bíblica del juez Sansón. Es un ideal que se refleja entre los años 1100 y 750 a.C. en cuentos legendarios en prosa y en versos recitados oralmente y solo posteriormente reunidos por escrito, como los argumentos de los poemas griegos La Ilíada y La Odisea y, en tierra hebrea, las narraciones primitivas que se exponen principalmente en el Génesis y en Samuel 1 y Reyes 2 hacia el siglo V a.C., con muchos añadidos y variantes sacados de sagas y leyendas conocidas por los hebreos durante la esclavitud babilónica, que se extraen de la antigua mitología de Mesopotamia.