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Jesús, Nacido En El Año 6 «antes De Cristo» Y Crucificado En El Año 30 (Una Aproximación Histórica)
Jesús, Nacido En El Año 6 «antes De Cristo» Y Crucificado En El Año 30 (Una Aproximación Histórica)

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Jesús, Nacido En El Año 6 «antes De Cristo» Y Crucificado En El Año 30 (Una Aproximación Histórica)

Язык: es
Год издания: 2020
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La afirmación de Jesús: «Dad (…) como limosna lo que tenéis y todo será puro» debe entenderse, no a través de los siervos, sino personalmente, y es revolucionaria en ese entorno, donde acercarse a los necesitados se considera impuro: dar limosna no tiene aquí solo el significado de compasión, sino también el de obras de bien material, incluso ensuciándose si hace falta. Jesús no se opone en conjunto a las prácticas farisaicas, pero sí a la costumbre de descuidar mandamientos esenciales y dar un peso excesivo a los secundarios, como por ejemplo lavarse al menos veinte veces al día manos y brazos hasta los codos, despreciando al que no lo haga. El fariseo le había reprochado, al inicio de la comida, precisamente porque no había realizado las abluciones: evidentemente, Jesús lo había hecho a propósito, para provocar lo que sucedió a continuación. Los fariseos no llegan ni a rozar los sepulcros, porque piensan que eso les haría impuros ante Dios y Cristo, en respuesta, los define como esos mismos sepulcros. Los escribas se consideran los portavoces de la sabiduría de Dios y Jesús los define como hipócritas que cargan pesos insoportables sobre otros y, personalmente, cuando no los ven, no los cargan. Además, llama a todos los presentes hijos de asesinos de profetas, también en esto hipócritas, porque, metafóricamente, esconden esos restos mortales en sepulcros que han construido ellos mismos, elogiando así las enseñanzas de esos profetas a los que, en realidad, no siguen. Cuanto Jesús condena en ellos es, por tanto, más que suficiente como para considerar a los presentes todavía más enemigos. De hecho, olvidan las obligadas buenas maneras y, como añade Lucas, «Cuando Jesús salió de allí, los escribas y los fariseos comenzaron a acosarlo, exigiéndole respuesta sobre muchas cosas y tendiéndole trampas para sorprenderlo en alguna afirmación que saliera de su boca».

Quien mantiene las formas, en la mentalidad habitual en ese tiempo en Israel, es considerado un justo, un puro y además un santo y, según los líderes y su grupo, todos los demás son pecadores.

Jesús se enfrenta a ellos. Ciertas disputas que tienen entre ellos pierden importancia en ese caso y se agrupan en contra de él.

Hay que añadir que tienen otras grandes querellas. En Palestina, durante los años de Jesús, hay de hecho fuerzas que podrían comprometer la estabilidad del poder judaico establecido, es decir, los zelotas y los falsos profetas.

Los zelotas (zelotes) son personajes antiguos, aparecen en el siglo II a. de C. en respuesta a las tentativas de los reyes macedonios de helenizar Israel. Son defensores a ultranza de la ley mosaica, no pertenecientes a un grupo concreto, sino compuestos por los que de hecho se comportan como fanáticos. Durante la insurrección del siglo II a. de C. contra Antíoco IV Epifanio, el rey extranjero que quería helenizar a los hebreos y llevarlos a la apostasía, en un sábado, un grupo de zelotes insurrectos se hace matar por los enemigos antes que empuñar las armas en el día sagrado dedicado a Dios y al reposo. Los jefes de la revuelta, Matatías y sus hijos, los macabeos, deciden llegar a un acuerdo: observar el sábado no atacando ese día, pero defenderse en caso de un ataque enemigo. Las victorias dan la razón a su política, pero los zelotes y todos los que se consideran observantes estrictos (hasidim) siguen decepcionados, de lo que deriva una separación que lleva a la aparición de la secta de los fariseos. Son acontecimientos narrados en los libros 1 y 2 de los Macabeos, el primero en hebreo, tal vez de impronta saducea, y el segundo en griego, teológico y que en parte incluye los mismos hechos y es de mano farisea. 31

Los partisanos antirromanos del tiempo de Cristo asumen el nombre de los antiguos zelotas. También en los años de Jesús se escriben otros dos libros sobre los Macabeos, 3 y 4, que pudieron ser de origen zelota o de personas cercanas a ese entorno, pero son considerados apócrifos por todos.

Los zelotas operan tendiendo emboscadas a pelotones romanos, robando provisiones de los ocupantes, haciendo sabotajes, parte de ellos matando a traición con la sica, una espada corta, de donde deriva el nombre de sicarios. Al contrario de la situación unas décadas después, los zelotas todavía no tienen la posibilidad de levantar la insurrección que desean, pero despiertan fuertes preocupaciones entre saduceos y fariseos, que temen por el mantenimiento de su poder a causa de desórdenes, dado que nominación del gran sacerdote y sus colaboradores es, de hecho, aunque no oficialmente, acordada con el gobernador romano y Roma pretende que los hombres del sanedrín del templo contribuyan a mantener el orden.

Como se ha dicho, además de los zelotas existía para los jefes de Israel el problema de los falsos profetas que podían «confundir al pueblo».

Jesús es un profeta. A su vez, se le ve como un profeta sedicente, un agitador, un curandero profesional, pero bastante más poderoso, a diferencia de los demás, porque habla con autoridad, sabe hacer que le obedezcan y le siguen grandes multitudes: aunque solo sea por ese entusiasmo, que desaparecerá con el arresto de Jesús, pero entretanto les da miedo. Los verdaderos discípulos de Cristo, que han elegido cambiar de mentalidad siguiendo las enseñanzas del amor de Jesús, son pocos (incluso en su momento lo dejarán solo tras su arresto) pero esto no lo saben los sacerdotes: lo que más les asombra es la multitud que le alaba, desbordante incluso cuando llega a Jerusalén, multitud a la que se dirige Cristo denunciando en un tono muy duro el modo de pensar y el comportamiento de los jefes de Israel. Estos temen además que los zelotas podrían estar de su parte.

Jesús, a quien el pueblo reconoce como hijo de David, como Mesías, se inscribe en la tradición de la espera del rey Ungido por Dios y, además, de la misericordia de Dios hacia los pecadores: frente a la distinta tradición teológica, bastante dura, admitida por los hombres del templo, por la cual la ley debe cumplirse al pie de la letra por derivar de un pacto con Dios y por la cual los jefes de Israel son los sacerdotes, que deben hacer respetar la ley, y no un rey. En realidad, en esta ley incluyen muchísimas normas que no son Palabra de Dios.

Conviene, para comprender las cosas más a fondo, explicar un poco mejor las dos líneas teológicas del Israel más antiguo, dos versiones distintas de la relación con el Creador. Para una, había habido una alianza entre Dios y el pueblo. A cambio de su obediencia, el Creador se obligaba a proteger a los hebreos. Por tanto, la salvación del pueblo dependía de la observación estricta de la ley de Dios comunicada a Moisés, comenzando por las formas de culto, que una clase especializada, la de los sacerdotes, debía hacer respetar. En tiempos de Jesús, esta es también la opinión de los saduceos y sus aliados, los fariseos, aunque para los primeros la salvación se refiere al pueblo en la historia y para los segundos también a la salvación individual eterna. Se trata de una línea completamente minoritaria. Para la otra línea teológica, la de la gran mayoría de los hebreos en tiempos de Jesús, Dios en un cierto momento habría elegido y ungido a un rey, un cristo (un ungido, precisamente, según el término griego christòs) como representante de todo el pueblo y ese habría sido David, prometiéndole protección personal y ayuda a su descendencia. La salvación del pueblo venía del recuerdo de esta promesa de Dios y de su intervención en la historia, a pesar de los pecados de Israel, a través de un mesías (siempre ungido, pero al estilo hebreo), descendiente de David, al final de los tiempos antiguos, que debía fundar el nuevo reino milenario. Las dos líneas coexistían, entre los hombres en el poder, en el periodo precedente al exilio de Babilonia, pero, tras la vuelta a Palestina en el siglo V a. de C., con el rey reducido a un vasallo de soberanos extranjeros, primero había prevalecido y luego había triunfado la primera versión, la que giraba en torno a sus sacerdotes.

Se puede pensar que los sacerdotes y su grupo tenían realmente miedo a que Jesús quisiera y consiguiera hacerse rey con el apoyo del pueblo, pero no ocupar el lugar del César, como luego dirán a Pilatos, es decir, echando a los romanos de Palestina, sino llegando a un acuerdo con Roma y derrocando al sanedrín. El poder romano no vacila en cambiar a un rey fantoche cuando le conviene y los romanos podrían, cuando lo juzgaran útil para la tranquilidad social, sustituir con un fiel rey-tetrarca al procurador del emperador y gobernador de la región de Judea o incluso a todos los tetrarcas entonces reinantes en las demás tierras de Israel, igual que al procurador romano, con un rey único sometido al emperador, bien visto por la población, como había pasado con Herodes el Grande, que había tenido un gran poder sobre la clase sacerdotal, llegando a hacer matar a sacerdotes que se le oponían, al tiempo que conseguía tener suficiente apoyo popular.32

Además, los jefes judíos sienten seguramente que les ataca un enorme odio personal por Jesús, que no es algo secundario en su decisión de procesarlo. Según los Evangelios, a duras penas evitan arrestarlo muchas veces, pensando que la multitud estaba con él: hasta que Judas no lo traiciona, con «nocturnidad», lo que significa en pecado, pero también en secreto, no encuentran la ocasión oportuna.

Advirtamos que esa gente antigua no conocía la separación moderna entre política y religión: se trataba de la misma cosa y los romanos pretendían una lealtad total político-religiosa hacia el imperio.


El proceso ante el sanedrín


Jesús, considerado por tanto por el sanedrín como una amenaza tanto política como religiosa, es detestado personalmente, se encuentra prisionero y acusado en el primero de los procesos que sufre, el que se realiza delante del centro del poder judío: el sanedrín.

Según el evangelista Mateo, en la noche del arresto, Jesús es conducido inmediatamente al palacio de Caifás, que es una parte o tal vez es contiguo al de Anás. Allí encuentra ya reunidos a los escribas y ancianos que componen el sanedrín. Si entre ellos se sienta Anás, pueden ser históricas las preguntas que estos dirigen a Cristo y que encontramos en Juan, aunque estas no se realicen en su casa, sino en algo parecido. Para Marcos, se reúnen solo después de la llegada de Jesús: tal vez sus enemigos no estaban demasiado seguros de que se produjera la operación de arresto.

Un par de días antes había habido un tumulto en la ciudad. Marcos escribe: «Había en la cárcel (en la cárcel romana, N. del A.) uno llamado Barrabás, arrestado con otros revoltosos que habían cometido un homicidio durante un tumulto».33 Lucas usa sedición, una palabra más grave: «Lo habían encarcelado por una sedición que tuvo lugar en la ciudad y por homicidio».34 Barrabás era uno de los líderes, como se deduce de la definición «prisionero famoso» en Mateo 27, 16 y del hecho de que es arrestado durante esos desórdenes.35 Podemos pensar que Caifás y los suyos habrían aprovechado los tumultos, que hubieran acordado inmediatamente después con el apóstol traidor Judas Iscariote cómo arrestar más fácilmente a Jesús, con el fin concreto de condenarlo y, como el sanedrín no podía dictar sentencia, presentarlo rápidamente a Poncio Pilaros como el líder de una rebelión religioso-política, de la cual el tumulto había sido el inicio, para así conseguir la condena a la cruz y con una clamorosa motivación romana. Además, se puede suponer que querían conseguir una ventaja secundaria al mostrarse como fieles defensores del orden romano, porque así se corroboraba su poder, que irradia de Roma. Por tanto, el proceso del sanedrín era algo urgente y por esto los ancianos y los escribas se reúnen a una hora insólita y durante la semana de la Pascua hebrea, en la que, normalmente, no se celebran procesos.

Han buscado testigos contra él, sin duda falsos, según Mateo, mientras que para Marcos se trata sencillamente de una búsqueda de testigos: Mateo quiere subrayar de inmediato la doblez del sanedrín, pero cayendo en una especie de contradicción, al buscar y hacer hablar a testigos falsos, primero se los prepara bien, mientras que estos no consiguen crear nada jurídicamente válido contra Jesús. Según las prácticas judiciales hebreas, los testigos deben ser escuchados independientemente uno de otro, sin que se oigan entre ellos y sus testimonios deben coincidir para ser considerados dignos de confianza. El significado de lo que refiere Marcos: «Muchos de hecho testificaban en falso contra él y por eso sus testimonios no concordaban» se puede leer exactamente al contrario: que no siendo concordantes sus testimonios, debían considerarse falsos. Tal vez los sacerdotes y los fariseos no tuvieran tan mala fe como para crear anticipadamente un proceso falso. Se podría considerar que, para ellos, las motivaciones de la condena lo sean realmente y que su problema sea realmente conseguir demostrarlas según la ley, de la cual se consideran custodios.

Para Lucas, el proceso se realiza en los locales del sanedrín y sus miembros se reúnen solo para las tareas diarias.

Las diferencias a este respecto entre los evangelistas no son sustanciales. El palacio de Anás y Caifás linda con el templo, así como con la sede del sanedrín. Como veremos mejor más adelante, los Evangelios no son actas de los acontecimientos, sino noticias contadas por escrito algunas décadas después y transmitidas antes oralmente, por lo que son inevitables algunas discordancias secundarias. Que el proceso haya tenido lugar en la sede del sanedrín o en la casa de Caifás no tiene ninguna importancia real, lo que importa en todo es que los miembros del sanedrín estaban presentes.

Entretanto, Jesús se encontraba en prisión, objeto de burlas y de golpes por parte de los hombres que lo custodiaban.36 Lo habían vendado y le habían dicho: «Adivina quién te ha pegado» y le habían lanzado muchos insultos.

Lucas no habla de testigos.

En Mateo se presentan «finalmente» dos testigos que afirman, se puede suponer que, según las reglas, uno independientemente del otro: «Este hombre dijo: “Yo puedo destruir el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días”».37 En este caso, la acusación puede ser de nigromancia, castigada con la muerte como se deduce de Levítico 20, 27. El evangelista no dice que caen en contradicción. Pero sí lo dice Marcos:38 algunos se levantan para hablar: «“Nosotros lo hemos oído decir: ‘Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre’” Pero tampoco en esto concordaban sus declaraciones». Para los testigos de Mateo, Jesús afirma que puede hacerlo, para los de Marco, que promete hacerlo. No concordando tampoco estos testimonios, Caifás pide explicaciones a Jesús: «¿No respondes nada? ¿Qué testimonian estos contra ti?» Se puede pensar que pretenda decir: «¿Solo has dicho que puedes hacerlo o han prometido hacerlo?» Jesús no responde nada,39 no explica al sanedrín que se había referido simbólicamente, o bien a la resurrección de su cuerpo, o bien a la Iglesia que habría sustituido a su cuerpo. La acusación del sanedrín se basa en la profecía que Jesús había hecho de la futura destrucción del templo por parte de Roma en el año 70, que los testigos debían haber oído por otros y tergiversado. En Marcos, Cristo solo había dicho a uno de sus discípulos, pero públicamente: «¿Ves esa gran construcción? De todo esto no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido»40 y, de forma similar en Mateo41 y en Lucas42; en Juan, después de haber expulsado a los mercaderes del templo, los judíos presentes le piden una señal que atestigüe su derecho a hacer estas cosas. Jesús responde: «Destruid este templo y en tres días lo volveré a levantar».43 En este caso, hay un doble significado: en el primer sentido, es un desafío concreto a los judíos y, en el segundo, el sentido teológico de la resurrección de su cuerpo. Jesús esencialmente solo ha profetizado la destrucción del templo, ciertamente no por él, pero sabemos que las noticias pueden ser solo de oídas y además que, manipulándolas, se modifican y generan más versiones similares, pero no idénticas.

Veamos la conclusión de este proceso.

Una vez desaparecida la esperanza de poder condenar a Jesús gracias a los testigos, a Caifás no lo queda más que una pregunta, motivada por el hecho de que durante su vida pública Cristo se ha proclamado señor del sábado y ha perdonado pecados (una blasfemia):

En Marcos: «¿Eres el Mesías, el Hijo de Dios bendito?».44.

En Mateo, Caifás pide a Jesús que responda, bajo juramento: «Te conjuro por el Dios vivo a que me digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios».45

Jesús responde inmediatamente: «Yo lo soy» o, mejor, «YO SOY», que es la definición misma de Dios y afirmando

«… y veréis al hijo del hombre

sentarse a la derecha del Todopoderoso – (es decir, de Dios – N. del A.)

y venir sobre las nubes del cielo – (Cielo es uno de los sobrenombres de Dios – N. del A.).46

En Lucas,47 que, como sabemos, ha omitido los testimonios inútiles, el sanedrín pide inmediatamente al acusado: «Dinos si eres el Mesías». Aquí Jesús dice algo antes: «Si os respondo, no me creeréis y si os interrogo, no me responderéis». Luego proclama: «Pero en adelante, el Hijo del hombre se sentará a la derecha de Dios todopoderoso». Entonces le preguntan: «¿Entonces eres el Hijo de Dios?»

Advirtamos que Lucas distingue mejor que Mateo y Marcos entre Cristo e Hijo de Dios: primero le han preguntado a Jesús si se proclama el Mesías, que para los hebreos es un hombre con un enorme carisma, pero solo un hombre, no Dios. A la respuesta de Jesús de ser Dios, le piden que lo repita, como si dijeran: ¿Pero ahora además te proclamas Dios?

Jesús responde: «Vosotros mismos lo decís: yo lo soy». También aquí «YO SOY».

En este punto no hacen falta más testimonios contra Jesús.

Según la ley, no ilegalmente, Jesús es condenado a Muerte: por blasfemia muy grave, tanto que Caifás se rasga las vestiduras. Leemos en Mateo: «Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: “Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece?”. Respondieron: “Merece la muerte”. Luego lo escupieron en la cara y lo abofetearon. Otros lo golpeaban, diciéndole: “Tú, que eres el Mesías, profetiza, dinos quién te golpeó”».48

Si los acuerdos con Roma lo hubieran consentido, Cristo habría sido lapidado, pero en ese periodo los hebreos no podían condenar a muerte.49


El proceso ante Poncio Pilatos


El sanedrín tenía que hacer que los romanos crucificaran a Jesús y para ello era necesario conseguir del procurador Poncio Pilatos una sentencia que se basara en la ley de Roma. Con esta intención lo conducen y lo acusan delante de él.

Acudamos a Juan.50 Se entiende, por la pregunta directa de Pilatos a Cristo: «¿Eres tú el rey de los judíos?» y de la afirmación: «… los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos», que el sanedrín ha acusado esencialmente a Jesús de ser el líder político y religioso de los autonomistas y que el gobernador quiere entenderlo bien, antes de aceptar inmediatamente la acusación. El calificativo de «malhechor» dado a Cristo al presentarlo a Pilatos, tiene el sentido romano de activista político-religioso contra el emperador.

«Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua. Pilatos salió adonde estaban y les preguntó: “¿Qué acusación traéis contra este hombre?” Ellos respondieron: “Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado”. Pilatos les dijo: “Tomadlo y juzgadlo vosotros mismos, según la ley que tenéis”. Los judíos le dijeron: “A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie”. Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir. Pilatos volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús le respondió: “¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?” Pilatos explicó: “¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?” Jesús respondió: “Mi reino no está en este mundo. Si mi reino estuviera en este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí”. Pilatos le dijo: “¿Entonces tú eres rey? Jesús respondió: “Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz”. Pilatos le preguntó: “¿Qué es la verdad?” Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo: “Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo”».

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1

Pietro Citati, La luz de la noche: Los grandes mitos en la historia del mundo.

2

  Los primeros tres mandamientos se refieren a la actitud del hombre hacia Dios.

3

  El precepto de odiar al enemigo no aparece en el Antiguo Testamento, al menos tal cual. Tal vez sea una remisión de Jesús al citado salmo 139, 21, expresado de una forma fuerte, en contraposición a su orden muy fuerte de amar al enemigo.

4

  Mt 5, 43-45: Aquí queda claro que, según Jesús, la justicia divina no está en este mundo, lugar de la libertad del hombre de amar y de odiar, es decir, de seguir o no la voluntad del Padre del Cielo. Por tanto, no tiene sentido para un cristiano sorprenderse ante Dios porque a menudo los malvados triunfan y los justos son humillados. Pero todo cristiano ha recibido de Jesús la orden precisa de buscar la justicia en esta tierra y debe obedecerla, aunque nunca será posible conseguir un mundo perfecto, debido precisamente a la libertad dada al hombre para pecar, en su débil carnalidad (por cierto, este es el tema de fondo de mi novela histórica El juez y las brujas, Tektime, 2017). Por otro lado, el mismo Cristo, justo perfecto que ha predicado el amor y la justicia absoluta, sufre la suerte de la cruz: sin Resurrección, el mundo del hombre no tendría sentido. He tratado el argumento de la Resurrección en La vita eterna, saggio sull’immortalità tra Dio e l’uomo, Prospettiva Editrice, 2003.

5

  Lc 6, 27-28.

6

  «Durante los primeros siglos de la era cristiana, la asamblea de los cristianos a la que, con Cristo al frente, se le suele llamar Iglesia, combate el absolutismo del estado romano, rechazando que la persona se defina por su dimensión pública. Pero está claro que tampoco en ese tiempo los cristianos rechazaban la autoridad estatal. La convivencia civil es para ellos algo natural: es necesario que la sociedad esté organizada, pero quien la manda no debe pretender, como hace el emperador, tener un poder absoluto, sin límites trascendentes. Es muy significativo que, entre 124 y 177, un grupo de cristianos, llamados los apologistas, Cuadrado, Arístides, Justino, Atenágoras o Melitón y desde 180 hasta los primeros años del siglo III, Teófilo, Tertuliano o Minucio Félix, escriba, con algunos dirigiéndose directamente a los emperadores, pidieron valerosamente libertad para los individuos y para el pueblo y, en particular, la exención de la obligación del culto al dios-emperador: es la idea de una sociedad, organizada, sí, pero que consiente la libertad de pensamiento y de expresión. Todos estos escritores no solo se esfuerzan por responder punto por punto a las críticas de los paganos, sino incluso por presentar, con muchos años de anticipación de lo que ocurrirá con el emperador Constantino, al cristianismo como garante religioso de la unidad del imperio. Sin embargo, se puede anticipar que, si bien hacia el inicio del siglo IV el imperio se hizo cristiano, el absolutismo no va a caer, sino que va a usar al cristianismo como ideología para reforzar su imperio. También los emperadores cristianos, sobre todo los del Oriente, tienden a darse un valor absoluto, contra las posturas de los cristianos que defienden la libertad de la conciencia personal. Tendrá que producirse la caída del Imperio de Occidente para que el pensamiento humanista cristiano se imponga completamente. El hombre para los cristianos es persona en cuanto hijo del Creador y no porque tenga cierta posición social bajo un poder, privado del límite de Dios: el poder político es para el hombre, no el hombre para el poder. Jesús dijo: “Quien quiera ser rey, que sirva a los demás”. El desaparecido mundo grecorromano, a pesar de que muchos hoy lo idealizan en este sentido, no resultaba dar al individuo su verdadero valor. Esta cultura, permeada de filosofía griega, separaba la búsqueda de Dios de la historia, e incluso consideraba a la historia, la sociedad, la materia, indignas de Dios y de la chispa divina presente en el hombre. La Iglesia, desde el principio, actúa en el tiempo de la sociedad, donde la persona, ya aquí, experimenta a Dios, según la Palabra encarnada en la historia en lo que San Pablo llama la plenitud de los tiempos: Dios ha revelado, encarnándose, la tarea y el Fin último (el propio Dios) del ser humano (…) Desde los primeros tiempos de la Iglesia, a partir del ejemplo de Cristo, trata de construir, en la medida de lo posible, un mundo mejor. Todo verdadero cristiano ejercita una completa humanidad en sus relaciones con otros, eligiendo construir el bien según su propia buena conciencia. En el mundo grecorromano solo unos pocos elegidos esperaban, con ayuda de la filosofía, elevarse al Ser, huyendo de la despreciada materia. Para los demás, la vida estaba condicionada por poderes innumerables y caprichosos, dioses y demonios, tiránicos, como el poder político. Con el cristianismo, que afirma que Dios ama a todos y quiere salvar a todos los que lo deseen, que la vida en el mundo visible es un bien, porque es una prueba libre de elevación a Dios, la magia se pulveriza y entran en todos, no solo en unos pocos elegidos, el principio de lo sagrado y la Esperanza. Desaparece el ciego destino. Finalmente, la posición del hombre sobre la tierra tiene sentido para cada uno, las buenas obras sirven para sublimar para el Fin último, la alegría en Dios, alegría que en parte ya está aquí si se actúa de buena fe: es algo felizmente nuevo, antes inesperado. Ha nacido el concepto cristiano de persona. Esta palabra indicaba hasta entonces, en sentido estricto, la máscara del actor y hoy podríamos decir sociológicamente que el papel social: en un extremo del elenco el dios-emperador, en el otro, el esclavo y en medio diversas posiciones sociales, apreciadas más o menos o nada: las personas se estiman o desestiman, no por su valor intrínseco, sino solo por su papel social. Por ejemplo, si una persona altruista e inteligente caía en la esclavitud, a la sociedad no le importaban nada sus cualidades, como mucho las apreciaba el amo porque le servía mejor. Con el cristianismo ya no es así. San Pablo dice claramente que no hay ya griegos ni judíos, ni libres ni esclavos, ni hombres ni mujeres. No tienen todavía fuerza política para abolir la esclavitud, sino que los cristianos son despreciados y perseguidos, pero el principio es muy claro y todo verdadero cristiano trata el esclavo que encuentra como hermano en Dios. En cuanto a las mujeres, San Pablo les pide que no hablen en la asamblea, pero se trata de prudencia, si no de necesidad, porque la sociedad de la época es todavía tan antifeminista que se arriesgaban a que las asambleas cristianas se vaciaran: la Iglesia, o por mejor decir, su cabeza, Jesús, quiere que los seres humanos se santifiquen, pero sabe que se dirige a personas normalmente colmadas de defectos y considera, por tanto, la prudencia (¡no la vileza!) como una virtud. Por tanto, finalmente, persona significa el sujeto humano que tiene un valor absoluto por ser hijo de Dios, creado a su imagen espiritual sobre el modelo del Adán perfecto y hermano Jesucristo. Antes que nada en este mundo está la persona dotada de conciencia libre y nadie delante de Dios, ni, por tanto, delante de sus hermanos en Cristo es superior a otro: como han evidenciado los historiadores y teólogos más atentos, entre ellos Luigi Negri, la humanidad debe al cristianismo este concepto de persona. Para poder elegir el bien, el sujeto humano debe ser libre, sin coacciones por parte de un Estado absoluto, en el sentido de privado del límite de Dios y para el que solo cuentan los papeles sociales. Los muchos mártires cristianos no aceptan la muerte por fanatismo, sino para testimoniar la libertad de elegir a Dios y rechazar el culto al emperador. Pero Cristo dijo claramente que, en el mundo, y por tanto en la Iglesia, habrá siempre grano y grama. Por tanto, la historia del cristianismo incluirá por dos milenios espléndidos ejemplos por una parte y actos negativos, en ciertos casos llegando a la atrocidad, por otra. He escrito ejemplos y actos y, de hecho, es necesario precisar que en el cristianismo el bien y el mal, el grano y la grama, conciernen a la conciencia de la persona y que, por tanto, pueden incluso ejercerse actos dañinos de buena fe. Más o menos en el segundo milenio, los actos dañinos o incluso atroces, serán, como es sabido, cada vez graves y extendidos, hasta la edad barroca y, en algunos lugares, como en España, llegando hasta la Revolución Francesa. [Extracto del ensayo de Guido Pagliarino, La volontà di coscienza, saggio storico-sociale]

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