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Monstruos En La Oscuridad
Monstruos En La Oscuridad

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Monstruos En La Oscuridad

Язык: es
Год издания: 2020
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Sacudió la cabeza sin poder dar crédito a lo que estaba escuchando.

—¿Has hackeado internet desde tu mundo? ¿Es que entonces no te hace daño la luz que emiten los ordenadores? —por no decir que la conexión será una auténtica mierda.

—No me afecta la luz si está creada a partir de cristales existentes en mi reino. Puede que Svartalfheim sea la tierra de la noche eterna, pero también tiene su encanto y otras maravillas. Yo podría mostrártelas... ¿Quieres?

Cerró los ojos y se metió bajo las sábanas. Estaba tratando de ganarse su confianza para que lo acompañase. ¡Extraño peligroso!

—Sabías cuál sería mi reacción.

Tras una larga pausa, el monstruo comentó.

—Es lo que esperaba. Te dije que podrías deshacerte de mí —volvió a hacer una pausa antes de continuar—. Has dejado de tocarte.

¿En serio que lo había notado?

—Me aburrí de hacerlo —el elfo oscuro lo tenía todo planeado. Primero la había asustado y luego había hecho que encontrara la información que él quería... ¿Pero por qué? ¿No podría haber iniciado antes una conversación con ella? ¿No hubiera sido eso lo mejor para él, en lugar de haber estado al acecho ahí abajo?

—Mientes. Tienes más ganas que antes. Quieres meterme en tu cama. El solo hecho de pensarlo hace que me desees con más fuerza.

—Eso no es cierto —en realidad el monstruo tenía razón, pero era todo tan surrealista que no alcanzaba a entenderlo.

—Maddison Wright, apaga la luz —dijo con una autoridad que a punto estuvo de hacerla sucumbir, hasta que cayó en la cuenta del control que intentaba ejercer sobre ella. Diablos, aún no se fiaba de él ni usando su nombre completo.

—Nunca voy a apagarla.

—Así que quieres jugar. Perfecto. Tengo paciencia. He esperado durante años a que maduraras y justo ahora tu aroma me dice que estás lista para aparearte.

—¿Por eso no has intentado hablar conmigo o tocarme antes?

—Cuando te encontré, aún no estabas preparada para mí, así que tuve que satisfacerme en otros lugares. Tu momento ha llegado y con él termina mi paciencia —replicó.

A punto estuvo Maddy de burlarse del monstruo cuando la cama volcó cerca de la pared, dejando un tramo de sombra en una de las esquinas, lejos de cualquier tipo de iluminación.

—Pero qué...

—Uno de los Dökkálfar ha mordido tu anzuelo esta noche.

El colchón y las mantas se movieron. A continuación, unos pliegues en la manta dieron forma a dos brazos. El monstruo estaba gateando hacia la cama con el edredón echado por encima. Había colocado la cama de forma que llegara menos luz cerca del suelo y el edredón había estado tocando el suelo por un lateral. Seguramente así es como habría apagado la hilera de luces la noche anterior. Había tirado de las mantas hasta dejarlas en el suelo, luego había ido a gatas hasta ellas para luego desenchufar las luces.

Una sombra masculina se deslizaba por el borde del colchón. Maddy chilló e intentó deshacerse de las sábanas hasta que una mano cálida le agarró el tobillo. La calidez del tacto la sorprendió pues de alguna manera, había imaginado que su tacto sería gélido. Los elfos no aparentan ser criaturas cálidas o quizá es que ella deseaba que no pareciera humano.

—Deshazte de las sábanas para llevarte conmigo bajo la cama —dijo—. Iremos a Svartalfheim. ¿No es eso lo que deseas?

—¡No! —¿Cómo es posible que una persona pudiera estar excitada y asustada al mismo tiempo? Creo que tengo serios problemas mentales a los que tengo que enfrentarme en cuanto amanezca.

—Quédate ahí entonces —dejó de agarrarla y continuó arrastrándose por debajo de las sábanas hasta que la figura de un hombre alto asomó a los pies de su cama. Giró la cabeza hacia ella y comenzó a meterse entre sus muslos. Ella lo miraba boquiabierta, sin poder dar crédito a lo que estaba sucediendo ante sus ojos. Así y todo, juntó las piernas mientras la risa melódica del elfo resonaba por toda la habitación.

Capítulo 4

—¿Vas a apagar la luz de una vez? —insistió el monstruo acariciándole los muslos. Ella se estremeció de emoción antes de volver a separar las piernas. Maddy no estaba segura de hasta dónde le permitiría llegar, pero sentía demasiada curiosidad como para irse (y no precisamente porque pensara que podría raptarla y llevársela). La luz seguía encendida y eso le daba ventaja.

—Yo... creo que no está bien—dijo con voz trémula— ¿qué tienes pensado hacer? —mientras ella hablaba, él dirigió sus manos hasta la cintura y muy despacio le bajó el pantalón y las braguitas. En ese momento, ella debería sacarlo de una patada de la cama. Es lo que en realidad debía hacer, pero... ¿y qué si no lo hacía?

—Tu aroma lleva tentándome durante años.

—Eso es lo que me has dicho —el monstruo le había confesado que había estado con otras mujeres mientras la visitaba. Típico varonil. Desvió la mirada. Sin embargo, no le molestaba. Lo convertía en un ser considerado al saber que aún no estaba preparada para dar el paso. Maddy no tenía ni idea de lo que había cambiado, pero lo cierto es que ahora él estaba en su cama y ella quería experimentar qué podría suceder a continuación.

—El olor de la compañera siempre es más dulce que el de otras hembras y cuando la encontramos de este modo, nos quedamos para protegerla. Una vez el aroma cambia, a veces muy sutilmente, sabes que ya está lista para aceptarte. Que ya sabe cómo tratarte y esos cambios oscilan del interés a la lujuria. Entonces, ninguna otra mujer nos interesa a menos que seamos rechazamos y tengamos que esperar a que aparezca nuevamente una posible pareja —dicho esto se acercó y le acarició la cara interna del muslo—. Tan delicada. Tan agradable...

La cara y las manos parecían las de un hombre. Puede que no se tratara de un monstruo, a pesar de ser un elfo oscuro con todo lo que eso conllevaba. Llevaba el pelo largo y notó lo fino y sedoso que era cuando, al rozarle la piel, sintió un cosquilleo seductor. No poder verlo era una situación muy erótica. Algo prohibido. Maddy se estremeció y el elfo aspiró su aliento.

—Tu cuerpo me invita a saborearlo. Mira qué humedad hay en esta parte sagrada de tu cuerpo.

Su respiración se volvió superficial. ¿Lo haría? ¿Y ella quería que lo hiciera?

—Sí —susurró sin pensar.

El elfo tomó su monosílabo como una invitación y lamió su sexo, explorando con la lengua lo más escondido de su cuerpo. Se recostó sobre la almohada y cerró los ojos. Dios mío, el monstruo era real. Quería tener sexo con ella.

Y se lo iba a permitir.

Con la lengua iba formando círculos en el clítoris que la hacían jadear y abrirse de piernas. Rebuscó entre las mantas el mando a distancia. Como si el monstruo fuera consciente de lo que ella estaba haciendo, incrementó su placer introduciéndole un dedo en la vagina.

Los dedos de Maddy se agarraron al aparato de plástico que sacó bruscamente de debajo de las mantas. Escogiendo hábilmente los botones apropiados, fue apagando una luz tras otra hasta quedar únicamente una junto a la cama. Pulsó el último botón y dejó caer el mando a distancia en la mesilla de noche. Fue recompensada con unos movimientos de cadera cuando atrajo los muslos hacia él, de forma que sus piernas quedaron enrolladas en su musculada espalda. Él lamía, mordisqueaba y chupaba cada parte de su cuerpo. Cuando el éxtasis se apoderó totalmente de ella, emitió un grito de placer que la hizo temblar violentamente.

Retiró las sábanas y vislumbró una silueta en la oscuridad que se arrastraba por su cuerpo, buscando instalarse entre sus muslos. Estaba totalmente desnudo y su erección era más que evidente.

—Has apagado las luces por mí —dijo sorprendido.

—Así es —afirmó, disfrutando de la pasión que aún la invadía.

—¿Quieres ser mía?

Maddy iba a responder justo cuando recordó la información que había leído y se tomó un respiro antes de hacerlo.

—¿Te refieres a culminar el acto aquí o a llevarme contigo?

—Lo que desees.

Le gustó que no diera una respuesta directa.

—¿Me prometes que no me quedaré embarazada sin haber pasado por los ritos sagrados de tu reino?

—Lo juro —dijo acariciándole la cadera—. Hasta que no te unas a mí, no podrás concebir un hijo.

—No estoy preparada para ser madre —confesó aproximándose a él para acariciarlo. Tenía la mejilla cálida y suave. Al apoyar la cara sobre la palma de su mano, pudo ver que tenía las orejas puntiagudas. Aunque no alcanzaba a distinguir sus rasgos, pudo sentirlo. Era alto, delgado y fuerte. Tenía el pelo largo y orejas de elfo. No había notado nada de vello facial o corporal.

—¿Cómo te llamas? —era lógico que quisiera saber su nombre, puesto que él conocía el suyo.

—No puedo decírtelo —contestó.

En aquella página web había sido tan franco atendiendo a sus dudas. Sin embargo, ahora no daba respuesta a sus preguntas.

—¿Por qué no?

—Los elfos oscuros no pueden desvelar su nombre hasta pasados los ritos sagrados.

—¡Qué anticuado! —repuso Maddy —¿Cómo os llamáis entonces entre vosotros?

—¿No querías un ser primitivo? —repuso alegremente—, pues ya lo tienes.

Touché, elfo.

—Maddy —dijo con voz profunda—, contéstame. Deja que te demuestre que soy digno de ti.

Se sentó sorprendida en la cama. Acto seguido, él la imitó, arrodillándose enfrente de ella. Era una sombra hecha carne.

—¿De verdad que no podrás tener sexo conmigo si no te lo pido?

—Sí que podría... —replicó—, pero no sentiría placer... Ah, y sería más difícil para mí procrear. ¿Lo pillas?

A Maddy no le gustaba la idea de ser vista como una máquina de fabricar bebés, pero él le había afirmado que no podría quedarse embarazada a menos que pasara los ritos. Así que ese momento podría posponerse. Quizá de forma indefinida. A lo mejor no era buen amante y decidía descartarlo por completo. Si elegía tener sexo con él aquí y ahora no la comprometía y como él mismo había dicho, solo sería sexo placentero.

El elfo cogió su mano y le besó los nudillos. Luego la guio hasta su sexo erecto y lo sostuvo rodeándolo con la palma de su mano. Él lanzó un gemido y ella tragó saliva. No creía que el grosor del miembro fuera un problema, a pesar de ser impresionante, pero sí que dudó sobre el tamaño. ¿Qué pasaría si era demasiado grande? Dejó que moviera su mano de arriba a abajo, de la base al glande una y otra vez. Tenía un sexo grande, pero no era monstruoso. Y tampoco parecía que tuviera tentáculos ocultos o apéndices de ningún tipo. Gracias a Dios.

Maddy se echó sobre él, rodeándole la nuca con la mano que le quedaba libre. Tenía que besarle. No sería capaz de tomar una decisión sin saber si besaba bien. Se dio cuenta enseguida de lo que ella pretendía y se abandonó a sus labios con furia desmedida. Dejó de acariciarlo para enredar ambas manos en su pelo, mientras se acercaba hasta ponerse a horcajadas en sus rodillas. Él fue besando lentamente sus caderas hasta llegar a su sexo. La atrajo hacia él y se colocó de forma que la punta de su miembro chocara con la entrada de su vagina, lo cual hizo que le suplicara. No recordaba haber sentido nunca tal necesidad de ser poseída con tanta antelación.

Mientras él le mordisqueaba los labios, Maddy sintió cómo unos caninos afilados le rozaban ligeramente la piel. No eran como los de un vampiro, pero sí mucho más largos que los de un humano normal. Era un monstruo y a la vez no. Era un hombre, pero... no se parecía a ninguno que hubiera conocido antes. Debería tenerle miedo porque representaba a lo desconocido, pero no era así. El elfo la quería solo para él. Quería poseerla. Preñarla. Raptarla como Hades había hecho con Perséfone.

—Muéstrame qué se siente siendo tuya —le susurró pegada a sus labios. Rozó su piel con las comisuras de los labios mientras la penetraba. Jadeó de placer.

—Esto, fuera —dijo el elfo a la vez que le quitaba la camiseta y la tiraba—. Sí, perfecta. Eres perfecta —dirigió sus manos hacia los pechos y los acarició. Luego la fue besando: primero la mejilla, después el cuello, para ir bajando hasta el pecho. Finalmente, se agarró a su pecho izquierdo y comenzó a moverse dentro de ella.

En un movimiento tan tenue que casi no se notaba, el elfo la empujó contra la almohada, las manos apoyadas sobre la cama, y aceleró el ritmo. Ella jadeaba, le agarraba la cabeza y se la acercaba a los pechos, enrollando las piernas alrededor de su cintura.

¿Cómo es que le estaba sucediendo esto? Ella era una mujer normal. No tenía nada de especial. Sin embargo, un elfo oscuro la había elegido (o quizá había sido el destino). Era todo tan... increíble. Cada movimiento la ponía al borde de un nuevo orgasmo. Él se incorporó y le puso las manos entre las suyas, elevando los brazos sobre la cabeza mientras aminoraba el ritmo de sus embestidas. Cada movimiento tocaba su fibra nerviosa; la hacía ver chispas y hacía que asomaran lágrimas a los ojos. Se sentía tan bien, era demasiado para poder tenerlo bajo control. Lo más probable es que se desgarrara de placer cuando sintiera el orgasmo.

Sacó su miembro y ella protestó, pero luego le dio la vuelta y atrajo sus caderas contra las suyas hasta ponerse de rodillas por detrás de ella. La penetró muy despacio, acto tremendamente sensual. Al penetrarla mucho más adentro que antes, gimió de placer. Antes de que ella pudiera imaginarse lo que iba a suceder a continuación, volvió a ponerla frente a él y entró en ella con rápidas y fuertes embestidas. Apretó las sábanas y gritó porque una oleada de placer atravesaba su cuerpo. Pero él aún no había terminado. Mantuvo el ritmo hasta hacerla gemir y estremecer de liberación. Cuando pensaba que ya no podría pasar nada más, él se puso tenso y notó como expulsaba su semen caliente dentro de ella.

Eso fue lo último que recordaba antes de que todo se volviera oscuridad.


Maddy no estaba segura de cuánto tiempo había estado durmiendo, pero cuando se despertó tenía la sensación de que era una gelatina caliente. También notó que alguien le estaba acariciando la cadera y el muslo. Abrió los ojos y efectivamente, alguien estaba haciendo justo eso.

La habitación seguía envuelta en oscuridad y el reloj parecía marcar las cinco y cuarto de la mañana. Tenía que levantarse y prepararse para ir al trabajo. Pero, ¿podría ponerse en pie? Giró la cabeza y su elfo en la sombra se inclinó para darle un beso, metiéndole la lengua en la boca para unirla a la suya y danzar juntas. Después, le introdujo dos dedos en la vagina. Maddy gimió y se movió al compás de la mano.

—¿Has visto que tu cuerpo se despierta hambriento de mí? —susurró pegada a sus labios—. ¿Alguna vez habías sentido esto por alguien? —y acto seguido retiró rápidamente los dedos, le levantó la pierna y la penetró. Trazaba círculos con los dedos alrededor del clítoris a la vez que la embestía suavemente—. Dime que me cambiarás por una vida mediocre y me volveré a Svartalfheim para no regresar jamás. Podrías conservar esta noche en tu recuerdo, como un secreto, si así lo deseas.

En lo más remoto de su mente se decía a sí misma que no debía hacer promesas mientras el placer estuviera en medio. En lugar de contestar, gimió cuando le retiró el pelo de la nuca para besársela y pellizcársela. Ni siquiera sabía su nombre.

Aumentó el ritmo, frotando el clítoris con firmeza y cada vez más fuerte al compás de sus movimientos.

—Dime que te vendrás conmigo. Podemos estar haciendo esto durante días sin cesar. Abandona tu mundo. Vente al mío.

Le empezaron a temblar las piernas. Ella estaba tan cerca.

—Dilo, Maddy —insistía con sensualidad en su oído. Su cuerpo estaba rígido, a punto de correrse y tan en sincronía con el suyo.

No debería, la verdad es que no debería decir nada.

Finalmente empezó a hacer movimientos rápidos dentro de ella, presionando el clítoris con la palma de su mano. Así estuvo un rato. Era tan posesivo, pero otra vez la había puesto al límite.

—¿Quieres llevarme contigo? ¡Hazlo! —clamó invadida por el éxtasis. No estaba segura de si lo había dicho en serio o como resultado de sentirse bendecida. Lo cierto es que, en ese momento, no le importó. El placer la invadía. Dios, su cuerpo estaba vivo, caliente y pleno de satisfacción.

Entonces, con la misma rapidez del orgasmo, el elfo oscuro salió de ella y la rodeó con sus brazos. Se sentía tan extasiada, que ni siquiera tuvo tiempo de pensar o de plantearse las consecuencias antes de que él saltara al suelo, abandonándola para deslizarse debajo de la cama, desapareciendo así ante sus ojos en la oscuridad. Cuando hubo recobrado la consciencia, el elfo sacó las manos y tiró de sus tobillos, arrastrándola también debajo de la cama hasta Svartalfheim con él.

VOLUMEN II

EL

MONSTRUO

EN EL

ARMARIO

Capítulo 1

—¡Llego tarde! —exclamó Phoebe mirando la pantalla de su teléfono. Había pensado que podría maquillarse sola, pero se había equivocado. Había tenido que limpiar todo el maquillaje tres veces y volver a empezar. Un simple tutorial en internet no era suficiente para aprender. En su lugar, terminó aplicándose una sombra de ojos sencilla en color dorado y máscara de pestañas, prescindiendo del delineador de ojos. Algunas mujeres tienen el don del maquillaje, pero su único talento era pifiarla. Ahora llegaba tarde a su fiesta preferida del año, una de las pocas a las que había asistido.

Cada noche de Halloween, su antigua hermandad organizaba una fiesta de disfraces temática sobre los cuentos de hadas y a ella la habían invitado en calidad de antigua alumna. Este año se centraba en La bella y la bestia, donde a las mujeres se les animaba a disfrazarse de princesa y a los hombres de monstruo. Naturalmente, cada uno podía llevar el disfraz que quisiera, pero la mayoría de los asistentes solía respetar la temática. Phoebe llevaba semanas deseando que llegase este día. No obstante, su novio, con el que llevaba saliendo tres meses, no estaba tan convencido de querer ir. Adam odiaba los disfraces, entre otras muchas cosas más.

Por ejemplo, odiaba que no fuera maquillada en público. Por eso había estado intentado con todas sus fuerzas maquillarse bien. No debería hacerlo, lo sabía, pero ahí estaba ella. Intentando complacer a un hombre al que, por norma general, no solía gustarle nada. Suspirando, recogió los cosméticos del lavabo y los metió en el neceser. Luego, se apresuró para terminar de vestirse en su dormitorio.

Se había puesto lencería sexy con la esperanza de que Adam quisiera disfrutar quitándosela cuando volvieran a casa. Unas tangas de encaje de color crema, unas medias hasta el muslo con su liguero a juego y un top bandeau que se ataba a la espalda como un corsé. Parecía sacada de un catálogo. O de una película porno. ¡Eso iba a depender de cómo se presentara la fiesta!

Tiró de la enagua para darle forma a su vestido y se calzó unos zapatos dorados de tacón con purpurina. Su vestido tenía dos partes: una era blanca y la otra era una capa dorada que brillaba y resplandecía con la luz. El pelo negro le caía suelto sobre la espalda. Estaba deseando ver la cara que pondría Adam cuando la viera.

Phoebe le dio al interruptor de la luz del vestidor, salió y cuando empezó a cerrar la puerta, se detuvo. En el fondo del vestidor percibió una silueta que destacaba entre la oscuridad. La había visto en un par de ocasiones desde que se había mudado a este apartamento unos meses atrás. Si volvía a encender la luz, no había nada y no tenía ni idea de lo que provocaba que se produjera esa sombra. Se estremeció y cerró la puerta, comprobando después que se quedaba bien cerrada. Esa maldita cosa lograba abrirla algunas veces y ella se estremecía con solo pensar que algo pudiera estar observándola.

—Es solo la mente que te juega malas pasadas —murmuró mientras cogía su bolso y su móvil.

Le envió un mensaje a Adam para recordarle que dejara de trabajar y fuera a la fiesta. El pobrecillo estaba más pendiente de las cuentas y finanzas de su empresa que de la diversión.


¿Pero dónde diablos estaba Adam? Phoebe se ponía de puntillas alternando de pie para intentar ver por encima de las cabezas de docenas de personas disfrazadas. Los zapatos que llevaba se veían divinos en la tienda, pero no lucían de la misma manera en sus pies. Ahora mismo mataría por unas zapatillas de andar por casa. Adam aún no había llegado y ella se estaba aburriendo de tanta socialización. Le dolían los pies y además se había puesto toda esa lencería sexy porque pensaba que tendría algo de acción esa noche vestida de princesa, pero al parecer no sería así.

Lanzó un suspiro y se dirigió a una de las habitaciones de la segunda planta, que hacía las veces de guardarropa, para estar un rato a solas. Cerró la puerta y se dirigió tranquilamente hacia la cama para sentarse. Una vez allí, sacó el móvil de su bolso. Una vez la presión hubo abandonado sus pies, lanzó un clamor de satisfacción. No obstante, Phoebe no se atrevió a quitarse los zapatos. Volver a ponérselos después sería diez veces peor. En su lugar, llamó a Adam, pero saltó el contestador automático de inmediato.

—¿Dónde estás? —fue todo lo que dijo antes de colgar. Luego comprobó los mensajes y vio con estupefacción que no había recibido ninguno.

Le llegó el chirrido de una puerta por su lado derecho y lanzó un grito. El armario se abrió y ella se quedó mirando, tratando de averiguar si había alguien allí. ¿Acaso había pillado a alguien intimando o, lo que es peor, robando las carteras que se habían dejado en los bolsillos de los abrigos?

Cuando la calefacción se activó, se rio de sí misma. Eran solo los ruidos propios de una casa vieja. No había ningún monstruo acechando ni en este armario ni en el de su apartamento. Los monstruos no existían. Sintiéndose estúpida, Phoebe se recuperó y salió de la habitación. Era agradable estar sola y tener tiempo para una misma, pero no iba a continuar fingiendo que estaba feliz cuando no tenía ni idea de si Adam pensaba aparecer en la fiesta. Definitivamente, ese rechazo había terminado por arruinarle la velada.

¿Por qué no era capaz de encontrar a alguien que la apreciara? ¿Que quisiera acompañarla a sitios y hacer cosas con ella? ¿Que contestara a sus llamadas? No era demasiado pedir que la quisieran, que la desearan. Tener la sensación de que el mundo de alguien no estaría completo sin ella a su lado.

A Phoebe se le llenaron los ojos de lágrimas, recogió su abrigo y se dirigió a las escaleras rumbo a la puerta principal. Se despidió rápidamente y se fue directamente hasta su coche. Una vez dentro, dejó que las lágrimas que se había estado aguantando fluyeran libremente y le envió un mensaje de texto a Adam. En él ponía punto y final a toda esta mierda. Ahora le tocaba vivir solamente para ella. Si no la quería, qué hacía esperando a que cambiara de idea. Todo se había terminado entre ellos. Tenía la esperanza de que se volviera loco cuando leyera el mensaje.

Cuando levantó la cabeza, una sombra en movimiento entre los árboles por el lateral derecho del coche captó su atención. Entonces gritó. Un animal grande estaba de pie, en medio de las sombras, oscureciendo toda la vista. Tenía la forma de un ciervo y casi pudo apreciar sus astas. Ser salvaje y no preocuparse por nada más que lo que la naturaleza quiera. Phoebe arrancó el motor. Las luces iluminaron el área en donde el ciervo había estado.

No quedaba rastro alguno.

Capítulo 2

Hombres. ¿Quién los necesitaba? Phoebe entró en su apartamento y cerró dando un portazo. Nada más gratificante que vivir en la planta baja, en especial cuando su noche había sido un auténtico desastre. Lo primero que haría sería cambiarse de ropa. Luego darse una ducha y comerse un cuarto de helado. Aunque quizás no hiciera las cosas en ese orden. Se quitó todo el maquillaje de la cara. En dos ocasiones tuvo que controlarse para no llorar tanto que la máscara de pestañas le quemaba en los ojos.

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