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Soy Tu Hombre Del Saco
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–¡Nada! ¡Ay, Mary, nos vas a meter en problemas!

Mary sonrió astutamente.

–No tendríamos que hacer nada muy notorio… solo algo pequeño para ver si funciona.

Carol sacudió la cabeza.

–No, Mary, ¿recuerdas lo que pasó la última vez que usé magia en la escuela?

–Sí, pero no sabías que tenías magia en ese momento.

–No importa. Me sentí mal en ese entonces y me sentiré mal yendo en contra de lo que la tía nos dijo que hiciéramos.

Mary cruzó sus brazos, todavía sujetando la varita. Mientras lo hacía, envió un deseo sin que Carol Grace se diera cuenta.

Mary dijo en voz alta: —¡Eres irritante, Carol Grace! Abrió sus brazos y le devolvió la varita a Carol Grace.

La chica la guardó en su mochila.

–Lo sé… esa es la forma en que me hicieron, supongo.

Me pregunto si le di a Pam algún poder con ese deseo, pensó Mary para sí misma.

Las chicas se fueron a clases charlando todo el camino.



BILLY Y ALAN ACABABAN de sentarse en una mesa del restaurante Ethel’s. Billy levantó la vista justo cuando se sentaron y saludó a William Lewis, el agente literario residente de Perry.

«El hombre parece atormentado», «Como si no hubiera un mañana».

Ethel Hess, la dueña del restaurante, era una mujer arrugada y alegre de unos setenta años. A pesar de su edad podía servir una hilera de mesas más rápido que alguien con cincuenta años menos. Ahora se acercaba a su mesa. Colocó un vaso de agua helada y una servilleta enrollada con cubiertos delante de ambos hombres.

–¡Hola, Ethel! —dijo Billy.

–Recuerdas al inspector, ¿verdad?

Ethel cambió sus gafas para poder ver mejor a Alan.

–Hmmm… ¿no eras tú el mariscal de campo cuando Billy jugaba al fútbol?

Alan sonrió.  —Sí, dama.

Ethel sonrió y apuntó a Alan.

–Eres Alan Blake, solías venir aquí a veces con una chica… no recuerdo su nombre, pero te casaste con Katie Ballantine, ¿cierto?  ¿En la granja de Junior?

Alan asintió.

–Buena mujer, Alan.  Debes de ser un buen hombre para haber cautivado el corazón de esa persona.

Intento serlo, dama.

Ethel sonrió.

–¿Qué puedo ofrecerles, caballeros?

Los hombres pidieron hamburguesas y porciones de papas fritas y Ethel se dirigió rápidamente a la cocina para encargar el pedido.

–Billy, seré honesto. Estos asesinatos me asustan y mucho.

Billy respiró profundamente.

–A mí también Alan.

Tomó un sorbo de agua.

–Sin embargo, no podemos dejar que nadie más sepa que estamos asustados.

La puerta de la cafetería se abrió y Billy le echó un vistazo al recién llegado. Era un joven con un traje de etiqueta y sus ojos recorrieron de manera breve la sala. Billy tenía la impresión de que el joven no se había perdido ni un solo detalle.

De repente, Billy tuvo una visión.

–Alan, ¿por qué crees que estaban los federales en Perry?

El hombre del traje se dirigió hacia ellos.

–¿Federales? – preguntó Alan.

–¿Aquí?

El hombre introdujo la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una pequeña billetera de cuero.

–¿Comisario Napier?

–Así es como me llaman.

Mostró sus credenciales.

–Soy Tory Masterson, soy parte del FBI.

Alan levantó las cejas mirando a Billy.

Billy extendió su mano y Tory también lo hizo para saludarse.

–Encantado de conocerlo, Agente Masterson. Estamos listos para almorzar… ¿Nos quiere acompañar?

Tory sonrió.

–No gracias, comisario, ya quedé de almorzar acá con algunas personas. Solo quería presentarme a usted, pues me asignaron al condado de Sardis.

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