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El Criterio
Donde no alcanzan los sentidos llega el entendimiento, conociendo la existencia de objetos insensibles por medio de los sensibles. La lava esparcida sobre un terreno nos hace conocer la existencia pasada de un volcan que no hemos visto; las conchas encontradas en la cumbre de un monte nos recuerdan la elevacion de las aguas, indicándonos una catástrofe que no hemos presenciado; ciertos trabajos subterráneos nos muestran que en tiempos anteriores se benefició allí una mina; las ruinas de las antiguas ciudades nos señalan la morada de hombres que no hemos conocido. Así los sentidos nos presentan un objeto, y el entendimiento llega con este medio al conocimiento de otros muy diferentes.
Si bien se observa, este tránsito de lo conocido á lo desconocido no lo podemos hacer sin que ántes tengamos alguna idea mas ó ménos completa, mas ó ménos general del objeto desconocido, y sin que al propio tiempo sepamos que hay entre los dos alguna dependencia. Así en los ejemplos aducidos, si bien no conocia aquel volcan determinado, ni las olas que inundaron la montaña, ni á los mineros, ni á los moradores, no obstante todos estos objetos me eran conocidos en general, así como sus relaciones con lo que me ofrecian los sentidos. De la contemplacion de la admirable máquina del universo no pasaríamos al conocimiento del Criador, sino tuviéramos idea de efectos y causas, de órden y de inteligencia. Y sea dicho de paso, esta sola observacion basta para desbaratar el sistema de los que no ven en nuestro pensamiento mas que sensaciones transformadas.
§ II
Coexistencia y sucesionLa dependencia de los objetos es lo único que puede autorizarnos para inferir de la existencia del uno la del otro; y por consiguiente toda la dificultad estriba en conocer esta dependencia. Si la íntima naturaleza de las cosas estuviera patente á nuestra vista, bastaria fijarla en un ser para conocer desde luego todas sus propiedades y relaciones, entre las cuales descubririamos las que le ligan con otros. Por desgracia no es así; pues en el órden físico como en el moral, son muy escasas é incompletas las ideas que poseemos sobre los principios constitutivos de los seres. Estos son preciosos secretos velados cuidadosamente por la mano del Criador; de la propia suerte que lo mas rico y exquisito que abriga la naturaleza, suele ocultarse en los senos mas recónditos.
Por esta falta de conocimiento en lo tocante á la esencia de las cosas, nos vemos con frecuencia precisados á conjeturar su dependencia por solo su coexistencia ó sucesion; infiriendo que la una depende de la otra, porque algunas ó muchas veces existen juntas, ó porque esta viene en pos de aquella. Semejante raciocinio, que no siempre puede tacharse de infundado, tiene sin embargo el inconveniente de inducirnos con frecuencia al error; pues no es fácil poseer la discrecion necesaria para conocer cuándo la existencia ó la sucesion son un signo de dependencia, y cuándo no.
En primer lugar debe asentarse por indudable, que la existencia simultánea de dos seres, ni tampoco su inmediata sucesion, consideradas en sí solas, no prueban que el uno dependa del otro. Una planta venenosa y pestilente se halla tal vez al lado de otra medicinal y aromática; un reptil dañino y horrible se arrastra quizas á poca distancia de la bella é inofensiva mariposa; el asesino huyendo de la justicia se oculta en el mismo bosque donde está en acecho un honrado cazador; un airecillo fresco y suave recrea la naturaleza toda, y algunos momentos despues sopla el violento huracan llevando en sus negras alas tremenda tempestad.
Así es muy arriesgado el juzgar de las relaciones de dos objetos porque se los ha visto unidos alguna vez, ó sucederse con poco intervalo; este es un sofisma que se comete con demasiada frecuencia, cayéndose por él en infinitos errores. En él se encontrará el orígen de tantas predicciones como se hacen sobre las variaciones atmosféricas, que bien pronto la experiencia manifiesta fallidas; de tantas conjeturas sobre manantiales de agua, sobre veneros de metales preciosos, y otras cosas semejantes. Se ha visto algunas veces que despues de tal ó cual posicion de las nubes, de tal ó cual viento, de tal ó cual direccion de la niebla de la mañana, llovia, ó tronaba, ó acontecian otras mudanzas de tiempo; se habrá notado que en el terreno de este ó aquel aspecto se encontró algunas veces agua, que en pos de estas ó aquellas vetas se descubrió el precioso mineral; y se ha inferido desde luego que habia una relacion entre los dos fenómenos, y se ha tomado el uno como señal del otro; no advirtiendo que era dable una coincidencia enteramente casual, y sin que ellos tuviesen entre si relacion de ninguna clase.
§ III
Dos reglas sobre la coexistencia y la sucesionLa importancia de la materia exige que se establezcan algunas reglas.
1ª. Cuando una experiencia constante y dilatada nos muestra dos objetos existentes á un mismo tiempo, de tal suerte que en presentándose el uno se presenta tambien el otro, y en faltando el uno falta tambien el otro, podemos juzgar sin temor de equivocarnos, que tienen entre sí algun enlace; y por tanto de la existencia del uno inferiremos legitimamente la existencia del otro.
2ª. Si dos objetos se suceden indefectiblemente, de suerte que puesto el primero, siempre se haya visto que seguia el segundo, y que al existir este, siempre se haya notado la precedencia de aquel, podremos deducir con certeza que tienen entre sí alguna dependencia.
Tal vez seria difícil demostrar filosóficamente la verdad de estas aserciones; sin embargo los que las pongan en duda, seguramente no habrán observado que sin formularlas las toma por norma el buen sentido de la humanidad, que en muchos casos se acomoda á ellos la ciencia, y que en las mas de las investigaciones no tiene el entendimiento otra guia.
Creo que nadie pondrá dificultad en que las frutas cuando han adquirido cierto tamaño, figura y color, dan señal de que son sabrosas; ¿cómo sabe esta relacion el rústico que las coge? ¿Cómo de la existencia del color y demas calidades que ve, infiere la de otra que no experimenta, la del sabor? Exigidle que os explique la teoria de este enlace, y no sabrá qué responderos; pero objetadle dificultades y empeñaos en persuadirle que se equivoca en la eleccion, y se reirá de vuestra filosofía, asegurado en su creencia por la simple razon de que «siempre sucede así.»
Todo el mundo está convencido de que cierto grado de frio hiela los líquidos, y que otro de calor los vuelve al primer estado. Muchos son los que no saben la razon de estos fenómenos; pero nadie duda de la relacion entre la congelacion y el frio y la liquidacion y el calor. Quizás podrian suscitarse dificultades sobre las explicaciones que en esta parte ofrecen los físicos; pero el linaje humano no aguarda á que en semejantes materias lo ilustren los sabios: «siempre existen juntos estos hechos, dice; luego entre ellos hay alguna relacion que los liga.»
Son infinitas las aplicaciones que podrian hacerse de la regla establecida; pero las anteriores bastan para que cualquiera las encuentre por sí mismo. Solo diré que la mayor parte de los usos de la vida estan fundados en este principio: la simultánea existencia de dos seres observada por dilatado tiempo, autoriza para deducir que existiendo el uno existirá tambien el otro. Sin dar por segura esta regla, el comun de los hombres no podria obrar; y los mismos filósofos se encontrarian mas embarazados de lo que tal vez se figuran. Darian pocos pasos mas que el vulgo.
La 2ª. regla es muy análoga á la primera: se funda en los mismos principios, y se aplica á los mismos usos. La constante experiencia manifiesta que el pollo sale de un huevo; nadie hasta ahora ha explicado satisfactoriamente cómo del licor encerrado en la cáscara se forma aquel cuerpecito tan admirablemente organizado; y aun cuando la ciencia diese cumplida razon del fenómeno, el vulgo no lo sabria; y sin embargo ni este ni los sabios vacilan en creer que hay una relacion de dependencia entre el licor y el polluelo; al ver el pequeño viviente, todos estamos seguros de que le ha precedido aquella masa que á nuestros ojos se presentaba informe y torpe.
La generalidad de los hombres, ó mejor diremos, todos, ignoran completamente de qué manera la tierra vegetal concurre al desarrollo de las semillas y al crecimiento de las plantas; ni cual es la causa de que unos terrenos se adapten mejor que otros á determinadas producciones; pero siempre se ha visto así, y esto es suficiente para que se crea que una cosa depende de otra, y para que al ver la segunda deduzcamos sin temor de errar la existencia de la primera.
§ IV
Observaciones sobre la relacion de casualidad. Una regla de los dialécticosSin embargo conviene advertir la diferencia que va de la sucesion observada una sola vez, ó repetida muchas. En el primer caso, no solo no arguye casualidad, pero ni aun relacion de ninguna clase; en el 2º. no siempre indica dependencia de efecto y causa, pero sí al ménos dependencia de una causa comun. Si el flujo y reflujo del mar se hubiese observado que coincidia una que otra vez con cierta posicion de la luna, no podria inferirse que existia relacion entre los dos fenómenos; mas siendo constante la expresada coincidencia, los fisicos debieron inferir, que si el uno no es causa del otro, al ménos tienen ambos una causa comun, y que así estan ligados en su origen.
A pesar de lo que acabo de decir, tienen mucha razon los dialécticos cuando tachan de sofístico el raciocinio siguiente: post hoc, ergo propter hoc; despues de esto, luego por esto. 1º. Porque ellos no hablan de una sucesion constante; 2º. porque aun cuando hablaran, esta sucesion puede indicar dependencia de una causa comun, y no que lo uno sea causa de lo otro.
Si bien se observa, la misma regla á que atendemos en los negocios comunes, es mas general de lo que á primera vista pudiera parecer: de ella nos servimos en el curso ordinario de las cosas, de la propia suerte que en lo tocante á la naturaleza. Segun el objeto de que se trata se modifica la aplicacion de la regla: en unos casos basta una experiencia de pocas veces, en otros se la exige mas repetida; pero en el fondo siempre andamos guiados por el mismo principio: dos hechos que siempre se suceden, tienen entre si alguna dependencia, la existencia del uno indicará pues la del otro.
§ V
Un ejemploEs de noche y veo que en la cima de una montaña se enciende un fuego; á poco rato de arder, noto que en la montaña opuesta asoma una luz; brilla por breve tiempo y desaparece. Esta ha salido despues de encendido el fuego en la parte opuesta; pero de aquí no puedo inferir que haya entre los dos hechos relacion alguna. Al dia siguiente, veo otra vez que se enciende el fuego en el mismo lugar, y que del mismo modo se presenta la luz. La coincidencia en que ayer no me habia parado siquiera, ya me llama la atencion hoy: pero esto podrá ser una casualidad, y no pienso mas en ello. Al otro dia acontece lo mismo; crece la sospecha de que no sea una señal convenida. Durante un mes se verifica lo propio; la hora es siempre la misma, pero nunca falta la aparicion de la luz á poco de arder el fuego; entónces ya no me cabe duda de que ó el un hecho es dependiente del otro, ó por lo ménos hay entre ellos alguna relacion; y ya no me falta sino averiguar en qué consiste una novedad que no acierto á comprender.
En semejantes casos el secreto para descubrir la verdad, y prevenir los juicios infundados, consiste en atender á todas las circunstancias del hecho, sin descuidar ninguna por despreciable que parezca. Así en el ejemplo anterior, supuesto que á poco de encendido el fuego se presentaba la luz, diráse á primera vista, que no es necesario pararse en la hora de la noche, y ni tampoco en si esta hora variaba ó no. Mas en la realidad estas circunstancias eran muy importantes, porque segun fuese la hora, era mas ó menos probable que se encendiese fuego y apareciese luz; y siendo siempre la misma, era mucho ménos probable que los dos hechos tuviesen relacion, que si hubiera sido variada. Un imprudente que no reparase en nada de eso, alarmaria la comarca con las pretendidas señales; no cabria ya duda de que algunos malhechores se ponen de acuerdo, se explicaria sin dificultad el robo que sucedió tal ó cual dia, se comprenderia lo que significaba un tiro que se oyó por aquella parte, y cuando la autoridad tendria aviso del malvado complot, cuando recaerian ya negras sospechas sobre familias inocentes; hé aqui que los exploradores enviados á observar de cerca el misterio, podrian volver muy bien riéndose del espanto y del espantador, y descifrando el enigma en los términos siguientes: «Muy cerca de la cima donde arde el fuego, está situada la casa de la familia A, que á la hora de acostarse aposta un vigilante en las cercanías, porque tiene noticia de que unos leñadores quieren estropear parte de bosque plantado de nuevo. El centinela siente frio, y hace muy bien en encender lumbre sin ánimo de espantar á nadie, sino es á los malandrines de segur y cuerda. Como cabalmente aquella es la hora en que suelen acostarse los comarcanos, lo hace tambien la familia B que habita en la cumbre de la montaña opuesta. Al sonar el reloj, levanta el dueño los reales de la chimenea, dice á todo el mundo: «vámonos á dormir,» y entre tanto él sale á un terrado al cual dan varias puertas, y empuja por la parte de afuera para probar si los muchachos han cerrado bien. Como el buen hombre va á recogerse, lleva en la mano el candil, y héos aquí la luz misteriosa que salia á una misma hora, y desaparecia en breve, coincidiendo con el fuego, y haciendo casi pasar por ladrones á quienes solo trataban de guardarse de ladrones.
¿Qué debia hacer en tal caso un buen pensador? Hélo aquí. A poco rato de encendido el fuego aparece la luz, y siempre á una misma hora poco mas ó ménos, lo que inclina á creer que será una señal convenida. El país está en paz, con que esto debiera de ser inteligencia de malhechores. Pero cabalmente no es probable que lo sea, porque no es regular que escojan siempre un mismo lugar y tiempo, con riesgo de ser notados y descubiertos. Ademas que la operacion seria muy larga durando un mes, y estos negocios suelen redondearse con un golpe de mano. Por aquellas inmediaciones estan las casas A y B, familias de buena reputacion que no se habrán metido á encubridores. Parece pues que ó ha de haber coincidencia puramente casual, ó que si hay seña, debe de ser sobre negocio que no teme los ojos de la justicia. La hora del suceso es precisamente la en que se recogen los vecinos de esta tierra; veamos si esto no será que algunos quehaceres obligan á los unos á encender fuego, y á los otros á sacar la luz.
§ VI
Reflexiones sobre el ejemplo anteriorReflexionando sobre el ejemplo anterior, se nota que á pesar de la ninguna relacion de seña ni causa, que en sí tenian los dos hechos, no obstante reconocian en cierto modo un mismo orígen: el sonar la hora de acostarse. Así se echa de ver, que el error no estaba en suponer que habia algo de comun en ellos, ni en pensar que la coincidencia no era puramente casual, sino en que se apelaba á interpretaciones destituidas de fundamento, se buscaba en la intencion concertada de las personas lo que era simple efecto de la identidad de la hora.
Esta observacion enseña por una parte el tino con que debe precederse en determinar la clase de relacion que entre sí tienen dos hechos, simultáneos ó sucesivos; pero por otra confirma mas y mas la regla dada, de que cuando la simultaneidad ó sucesion son constantes, arguyen algun vínculo ó relacion, ó de los hechos entre sí, ó de ambos con un tercero.
§ VII
La razon de un acto que parece instintivoProfundizando mas la materia, encontraremos que el inferir de la coexistencia ó sucesion la relacion entre los hechos coexistentes ó sucesivos, aunque parezca un acto instintivo y ciego, es la aplicacion de un principio que tenemos grabado en el fondo de nuestra alma, y del que hacemos continuo uso sin advertirlo siquiera. Este principio es el siguiente: «donde hay órden, donde hay combinacion, hay causa que ordena y combina; el acaso es nada.» Una que otra coincidencia la podemos mirar como casual, es decir, sin relacion; pero en siendo muy repetida, ya decimos sin vacilar: «aquí hay enlace, hay misterio, no llega á tanto la casualidad.»
Así se verifica que examinando á fondo el espíritu humano, encontramos en todas partes la mano bondadosa de la Providencia, que se ha complacido en enriquecer nuestro entendimiento y nuestro corazon con inestimables preciosidades6.
CAPÍTULO VII
§ I
Sabiduría de la ley que prohibe los juicios temerariosLa ley cristiana que prohibe los juicios temerarios es no solo ley de caridad, sino de prudencia, y buena lógica. Nada mas arriesgado que juzgar de una accion, y sobre todo de la intencion, por meras apariencias; el curso ordinario de las cosas lleva tan complicados los sucesos, los hombres se encuentran en situaciones tan varias, obran por tan diferentes motivos, ven los objetos de maneras tan distintas, que á menudo nos parece un castillo fantástico, lo que examinado de cerca, y con presencia de las circunstancias se halla lo mas natural, lo mas sencillo y arreglado.
§ II
Exámen de la máxima «piensa mal y no errarás.»El mundo cree dar una regla de conducta muy importante, diciendo «piensa mal y no errarás,» y se imagina haber enmendado de esta manera la moral evangélica. «Conviene no ser demasiado cándido, se nos advierte continuamente; es necesario no fiarse de palabras; los hombres son muy malos, obras son amores y no buenas razones:» como si el Evangelio nos enseñase á ser imprudentes é imbéciles; como si Jesucristo al encomedarnos que fuésemos sencillos como la paloma, no nos hubiera avisado que no creyésemos á todo espíritu, que para conocer el árbol atendiésemos al fruto; y finalmente como si á propósito de la malicia de los hombres, no leyéramos ya en las primeras páginas de la Sagrada Escritura que el corazon del hombre está inclinado al mal desde su adolescencia.
La máxima perniciosa, que se propone nada ménos que asegurar el acierto con la malignidad del juicio, es tan contraria á la caridad cristiana, como á la sana razon. En efecto: la experiencia nos enseña que el hombre mas mentiroso dice mucho mayor número de verdades que de mentiras, y que el mas malvado hace muchas mas acciones buenas ó indiferentes que malas. El hombre ama naturalmente la verdad y el bien; y no se aparta de ellos sino cuando las pasiones le arrastran y extravian. Miente el mentiroso en ofreciéndosele alguna ocasion en que faltando á la verdad, cree favorecer sus intereses ó lisonjear su vanidad necia; pero fuera de estos casos, naturalmente dice la verdad, y habla como el resto de los hombres. El ladron roba, el liviano se desmanda, el pendenciero riñe, cuando se presenta la oportunidad, estimulando la pasion; que si estuviesen abandonados de continuo á sus malas inclinaciones, serian verdaderos monstruos, su crímen degeneraria en demencia; y entónces el decoro y buen órden de la sociedad reclamarian imperiosamente que se los apartase del trato de sus semejantes.
Infiérese de estas observaciones que el juzgar mal, no teniendo el debido fundamento, y el tomar la malignidad por garantía de acierto, es tan irracional como si habiendo en una urna muchísimas bolas blancas, y poquísimas negras, se dijera que las probabilidades de salir estan en favor de las negras.
§ III
Algunas reglas para juzgar de la conducta de los hombresCaben en esta materia reglas de juiciosa cautela, que nacen de la prudencia de la serpiente y no destruyen la candidez de la paloma.
REGLA 1ª.
No se debe fiar de la virtud del comun de los hombres, puesta á prueba muy dura.
La razon es clara, el resistir á tentaciones muy vehementes exige virtud firme y acendrada. Esta se halla en pocos. La experiencia nos enseña que en semejantes extremos la debilidad humana suele sucumbir; y la Escritura nos previene que quien ama el peligro perecerá en él.
Sabeis que un comerciante honrado se halla en los mayores apuros, cuando todo el mundo le considera en posicion muy desembarazada. Su honor, el porvenir de su familia, estan pendientes de una operacion poco justa, pero muy beneficiosa. Si se decide á ella, todo queda remediado; si se abstiene, el fatal secreto se divulga, y la perdicion total es inevitable. ¿Qué hará? Si en la operacion podeis salir perjudicado, precaveos á tiempo; apartaos de un edificio que si bien en una situacion regular no amenazaba ruina, está ahora batido por un furioso huracan.
Teneis noticia de que dos personas de amable trato y bella figura, han trabado relaciones muy íntimas y frecuentes; ambos son virtuosos, y aun cuando no mediaran otros motivos, el honor debiera bastar á contenerlos en los debidos límites. Si teneis interes en ello, tomad vuestro partido con presteza; si no callad; no juzgueis temerariamente; pero rogad á Dios por ambos, que las oraciones podrán no ser inútiles.
Estais en el gobierno, los tiempos son malos, la época crítica, los peligros muchos. Uno de vuestros dependientes encargado de un puesto importante se halla asediado noche y dia por un enemigo que dispone de largas talegas. El dependiente es honrado segun os parece, tiene grandes compromisos por vuestra causa, y sobre todo es entusiasta de ciertos principios, y los sustenta con mucho acaloramiento. A pesar de todo, será bueno que no perdais de vista el negocio. Haréis muy bien en creer que el honor y las convicciones de vuestro dependiente no se rajarán con los golpes de un ariete de cincuenta mil pesos fuertes; pero será mejor que no lo probeis, mayormente si las consecuencias fuesen irreparables.
Un amigo os ha hecho grandes ofrecimientos, y no podeis dudar que son sinceros. La amistad es antigua, los títulos muchos y poderosos, la simpatia de los corazones está probada; y para colmo de dicha, hay identidad de ideas y sentimientos. Preséntase de improviso un negocio en que vuestra amistad le ha de costar cara; si no os sacrifica se expone á graves pérdidas, á inminentes peligros. Para lo que pudiera suceder, resignaos á ser víctima, temed que las afectuosas protestas se quedarán sin cumplirse, y que en cambio de vuestro duelo, se os pagará con una satisfaccion tan gemebunda como estéril.
Estais viendo á una autoridad en aprieto; se la quiere forzar á un acto de alta trascendencia, á que no puede acceder sin degradarse, sin faltar á sus deberes mas sagrados, sin comprometer intereses de la mayor importancia. El magistrado es naturalmente recto; en su larga carrera no se le conoce una felonía; y su entereza está acompañada de cierta firmeza de carácter. Los antecedentes no son malos. Sin embargo, cuando veais que la tempestad arrecia, que el motin sube ya la escalera, cuando golpee á la puerta del gabinete el osado demagogo que lleva en una mano el papel que se ha de firmar, y en otra el puñal ó una pistola amartillada; temed mas por la suerte del negocio, que por la vida del magistrado. Es probable que no morirá; la entereza no es el heroismo.
Con los anteriores ejemplos se echa de ver que en algunas ocasiones es lícito y muy prudente desconfiar de la virtud de los hombres; lo que acontece cuando el obrar bien exige una disposicion de ánimo, que la razon, la experiencia y la misma religion, nos enseñan ser muy rara. Es claro ademas, que para sospechar mal, no siempre será menester que el apuro sea tal como se ha pintado. Para el comun de los hombres suele bastar mucho ménos; y para los decididamente malos la simple oportunidad equivale á vehemente tentacion. Así no es posible señalar otra regla para discernir los casos, sino que es preciso atender á las circunstancias de la persona que es el objeto del juicio, graduando la probabilidad del mal por su habitual inclinacion á él, ó su adhesion á la virtud.
De estas consideraciones nacen las otras reglas.
REGLA 2ª.
Para conjeturar cuál será la conducta de una persona en un caso dado, es preciso conocer su inteligencia, su índole, carácter, moralidad, intereses y cuanto puede influir en su determinacion.
El hombre, aunque dotado de libertad de albedrio, no deja de estar sujeto á una muchedumbre de influencias que contribuyen poderosamente á decidirle. El olvido de una sola circunstancia nos puede llevar al error. Así, suponiendo que un hombre está en un compromiso de que le es difícil salir sin faltar á sus deberes, parece á primera vista que en sabiendo cuál es su moralidad, y cuáles los obstáculos que á la sazon median para obrar conforme á ella, tenemos datos bastantes para pronosticar sobre el éxito. Pero entónces no llevamos en cuenta una cualidad que influye sobre manera en casos semejantes: la firmeza de carácter. Este olvido podrá hacer muy bien que defraude nuestras esperanzas un hombre virtuoso, y las exceda el malo; pues que para sacar airosa la virtud en circunstancias apuradas, sirve admirablemente el que obren en su favor pasiones enérgicas. Un alma de temple fuerte y brioso, se exalta y cobra nuevo aliento á la vista del peligro; en el cumplimiento del deber se interesa entónces el orgullo; y un corazon que naturalmente se complace en superar obstáculos, y arrostrar riesgos, se siente mas osado y resuelto cuando se halla animado por el grito de la conciencia. El ceder es debilidad, el volver atras cobardia; el faltar al deber es manifestar miedo, es someterse á la afrenta. El hombre de intencion recta y corazon puro, pero pusilánime, mirará las cosas con ojos muy diferentes. «Hay un deber que cumplir, es verdad; pero trae consigo la muerte de quien lo cumpla, y la orfandad de la familia. El mal se hará tambien de la misma manera; y quizas los desastres serán mayores. Es necesario dar al tiempo lo que es suyo: la entereza no ha de convertirse en terquedad: los deberes no han de considerarse en abstracto, es preciso atender á todas las circunstancias; las virtudes dejan de serlo, si no andan regidas por la prudencia. El buen hombre ha encontrado por fin lo que buscaba: un parlamentario entre el bien y el mal; el miedo con su propio traje no servia para el caso; pero ya se ha vestido de prudencia; la transaccion no se hará esperar mucho.