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El Despertar Del Valiente
El Despertar Del Valiente

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“¿Por qué debe ella tenerlo?” preguntó Brandon acercándose y empujando a otros al pasar. “Después de todo yo soy mayor. Yo lo quiero.”

Antes de que pudiera responder, Brandon se acercó para reclamarlo. Trató de saltar a su espalda y al hacerlo, el Solzor se sacudió salvajemente y se lo quitó de encima. Voló a través de los establos e impactó en una de las paredes.

Braxton entonces se acercó como para reclamarlo también, y mientras lo hacía, este giró su cabeza y rasguñó uno de los brazos de Braxton con sus colmillos.

Sangrando, Braxton gimió y corrió fuera de los establos tomándose el brazo. Brandon se puso de pie y le siguió los pasos, con el Solzor apenas errando cuando trató de morderlo al pasar.

Kyra se quedó impactada pero de algún modo sin miedo. Sabía que con ella sería diferente. Sentía una conexión con esta bestia de la misma manera que la había sentido con Theos.

Kyra de repente se acercó con valentía y se puso delante de él, al alcance de sus letales colmillos. Quería mostrarle al Solzor que confiaba en él.

“¡Kyra!” gritó Anvin con preocupación en su voz. “¡Aléjate!”

Pero Kyra lo ignoró. Se quedó de pie mirando a la bestia a los ojos.

La bestia le regresó la mirada con un suave gruñido emanando de su garganta, como si debatiera qué hacer. Kyra tembló de terror pero no permitiría que los otros lo vieran.

Se obligó a ser valiente. Levantó una mano despacio, se acercó, y tocó su pelaje escarlata. Este gruñó con más fuerza mostrando sus colmillos, y ella podía sentir su furia y frustración.

“Quítenle las cadenas,” les ordenó a los otros.

“¿¡Qué!?” gritó uno de ellos.

“Eso no sería sabio,” dijo Baylor con temor en su voz.

“¡Hagan lo que digo!” insistió ella sintiendo una fuerza creciendo en su interior, como si la voluntad de la bestia fluyera en su interior.

Detrás de ella, los soldados se acercaron con las llaves y soltaron las cadenas. En todo este tiempo la bestia no dejó de mirarla, gruñendo, como si la evaluara, como si la retara.

Tan pronto como cayeron las cadenas, la bestia pisó con sus patas como anunciando un ataque.

Pero, extrañamente, no lo hizo. En vez de eso, fijó sus ojos en Kyra, lentamente cambiando su mirada de furia ahora por una de tolerancia. Quizá hasta de gratitud.

Aunque muy despacio, pareció inclinar su cabeza; fue un gesto sutil, casi imperceptible, pero uno que ella podía descifrar.

Kyra se acercó, tomó su melena y, en un solo movimiento, lo montó.

Un gemido llenó el lugar.

Al principio la bestia se estremeció y empezó a pelear. Pero Kyra sintió que sólo quería montar un espectáculo. En realidad no quería derribarla; tan sólo quería establecer un punto de desafío, de quién estaba en control, para mantenerla a raya. Quería hacerle saber que era una criatura salvaje, una que nadie podía domar.

Yo no deseo domarte, le dijo ella en su mente. Sólo quiero ser tu compañera de batalla.

El Solzor se calmó, aun relinchando pero no tan salvajemente, como si la escuchara. Pronto dejó de moverse y se quedó perfectamente quieto, gruñéndoles a los otros como si la protegiera.

Kyra, sentada encima del Solzor ahora en calma, miraba a los otros. Un mar de rostros impactados la miraban de vuelta con la boca abierta.

Kyra sonrió ampliamente con una gran sensación de triunfo.

“Esta,” dijo ella, “es mi elección. Y su nombre es Andor.”

*

Kyra cabalgó a Andor a hasta el centro del patio de Argos, y todos los hombres de su padre, hombres experimentados, la miraban con asombro. Estaba claro que nunca habían visto algo como esto.

Kyra acariciaba su melena gentilmente tratando de calmarlo mientras les gruñía a los hombres, observándolos como si deseara venganza por haber sido enjaulado. Kyra ajustó su equilibrio después de que Baylor pusiera una nueva montura de cuero en él y trató de acostumbrarse a la altura. Se sintió más poderosa sobre esta bestia de lo que nunca se había sentido.

A su lado, Dierdre cabalgaba un hermoso corcel que Baylor había elegido para ella, y ambas avanzaron por la nieve hasta que Kyra miró a su padre a lo lejos al lado de la puerta, esperándola. Estaba de pie junto a sus hombres quienes, de igual manera, la observaban con admiración y temor al verla cabalgar esta bestia. Ella vio la admiración en sus ojos y esto le dio valentía para el viaje que tenía enfrente. Si Theos no regresaba con ella, al menos tenía esta magnífica criatura a su lado.

Kyra desmontó al llegar con su padre, guiando a Andor por la melena y observando un reflejo de preocupación en los ojos de su padre. No supo si esto se debía a la bestia o al viaje que estaba a punto de hacer. Su mirada de preocupación le dio confianza, le hizo saber que no estaba sola al sentir temor por lo que vendría, y le confirmó su cariño por ella. Por el más mínimo momento él bajó la guardia y le dio una mirada que sólo ella podía reconocer: el amor de un padre. Se dio cuenta que era difícil para él enviarla en esta misión.

Se detuvo a unos pies de distancia frente a él y todos los hombres guardaron silencio esperando la despedida.

Ella le sonrió.

“No te preocupes, padre,” dijo. “Tú me enseñaste a ser fuerte.”

Él asintió con la cabeza pretendiendo estar confiado, aunque ella sabía que no era así. Después de todo, él principalmente era su padre.

Él volteó hacia arriba examinando el cielo.

“Si tan sólo tu dragón viniera por ti ahora,” dijo. “Podrías cruzar Escalon en tan sólo unos minutos. O mejor aún, podría unirse a tu misión e incinerar a cualquiera que se pusiera en tu camino.”

Kyra sonrió con tristeza.

“Theos se ha ido, padre.”

Él la miró y sus ojos se llenaron de curiosidad

“¿Para siempre?” le preguntó, con el sentimiento de un general que lleva a sus hombres a la batalla, necesitando saber pero con miedo a preguntar.

Kyra cerró los ojos y trató de obtener una respuesta. Esperaba que Theos le respondiera.

Pero sólo hubo un total silencio. Le hizo preguntarse si en algún momento realmente había tenido una conexión con Theos, o si sólo había sido su imaginación.

“No lo sé, padre,” respondió con honestidad.

El asintió con aceptación, con la mirada de un hombre que ha aceptado su situación y decidido a contar sólo con sí mismo.

“Recuerdas lo que – ” empezó su padre.

“¡KYRA!” se escuchó un grito cortando el aire.

Kyra volteó mientras los hombres abrían camino, y su corazón se elevó al ver a Aidan corriendo por las puertas de la ciudad, con Leo a su lado, bajando de un carro que guiaban los hombres de su padre. Él corrió hacia ella tropezando por la nieve con Leo corriendo más rápido y muy adelante de él, y apresurándose a saltar a los brazos de Kyra.

Kyra rio mientras Leo la derribaba y se paraba sobre su pecho con las cuatro patas lamiéndola una y otra vez. Detrás de ella, Andor gruñía de manera protectora y Leo se puso enfrente gruñendo también. Eran dos criaturas intrépidas e igual de protectoras y Kyra se sintió honrada.

Saltó y se puso en medio de los dos deteniendo a Leo.

“Está bien, Leo,” le dijo. “Andor es mi amigo. Y Andor,” dijo volteándose, “Leo es mi amigo también.”

Leo retrocedió a regañadientes, mientras que Andor continuó gruñendo aunque de forma más calmada.

“¡Kyra!”

Kyra volteó mientras Aidan corría hacia sus brazos. Ella lo tomó y lo abrazó fuertemente mientras él hacía lo mismo. Se sintió muy bien al abrazar a su hermano pequeño después de haber pensado que nunca lo volvería a ver. Era lo único que le quedaba de su vida normal después del remolino en que se había convertido su vida, lo único que no había cambiado.

“Escuché que estabas aquí,” dejo apresurado, “y pude hacer que me trajeran. Estoy muy feliz de que estés de vuelta.”

Ella sonrió con tristeza.

“Me temo que no por mucho, mi hermano,” dijo.

Una mirada de preocupación cruzó por su rostro.

“¿Te vas?” le preguntó cabizbajo.

Su padre intercedió.

“Se va a ver a su tío,” explicó. “Tienes que dejarla ir.”

Kyra notó que su padre dijo a su tío y no a tío, y se preguntó por qué.

“¡Entonces yo iré con ella!” Aidan insistió orgulloso.

Su padre negó con la cabeza.

“No lo harás,” respondió.

Kyra le sonrió a su hermano pequeño, tan valiente como siempre.

“Nuestro padre te necesita en otra parte,” le dijo.

“¿En el frente?” preguntó Aidan volteando hacia su padre con esperanza. “Tú te irás a Esephus,” añadió de prisa. “¡Lo he escuchado! ¡También quiero unirme!”

Pero él negó con su cabeza.

“Tú te quedarás en Volis,” respondió su padre. “Te quedarás ahí protegido por los hombres que deje atrás. El frente no es un lugar para ti ahora. Ya llegará el día.”

Aidan se enrojeció decepcionado.

“¡Pero padre, yo quiero pelear!” protestó. “¡No necesito quedarme escondido en una fortaleza vacía con mujeres y niños!”

Los hombres se rieron pero su padre se miraba serio.

“Mi decisión está hecha,” respondió cortante.

Aidan frunció el ceño.

“Si no puedo ir con Kyra y no puedo ir contigo,” dijo sin querer rendirse, “¿entonces para qué he aprendido sobre las batallas y sobre cómo usar armas? ¿Para qué ha sido todo mi entrenamiento?”

“Que te crezca vello en el pecho primero, hermanito,” Braxton rio acercándose con Brandon a su lado.

Se escuchó risa entre los hombres y Aidan enrojeció, claramente avergonzado frente a los otros.

Kyra, sintiéndose mal, se arrodilló y lo miró poniéndole una mano en la mejilla.

“Tú serás un mejor guerrero que todos ellos,” le aseguró suavemente para que sólo él pudiera escuchar. “Be paciente. Por lo pronto, cuida a Volis. También te necesita. Hazme orgullosa. Prometo que regresaré y un día pelearemos grandes batallas juntos.”

Aidan pareció consolarse un poco y se acercó y la abrazó de nuevo.

“No quiero que te vayas,” dijo en voz baja. “Tuve un sueño sobre ti. Soñé…” La miró pensativo y con ojos llenos de mied. “…que tu ibas a morir ahí afuera.”

Kyra sintió un impacto por sus palabras, especialmente al ver la mirada en sus ojos. La mortificó. No supo qué decir.

Anvin se acercó y le puso sobre los hombros unas pieles pesadas y gruesas que la calentaron; se levantó y se sintió 10 libras más pesada, pero esto eliminó el golpe del viento y los escalofríos en su espalda. Él le dio una sonrisa.

“Tus noches serán largas y las fogatas estarán lejos,” le dijo dándole un breve abrazo.

Su padre se acercó también y la abrazó, con el fuerte abrazo de un comandante. Ella también lo abrazó perdiéndose en sus músculos, sintiéndose segura.

“Tú eres mi hija,” dijo firmemente, “no lo olvides.” Entonces bajó la voz para que los otros no pudieran oír y dijo: “Te amo.”

Ella estaba abrumada con las emociones; pero antes de que pudiera responder, él se volteó y se apresuró a irse, y en el mismo momento Leo gimió y saltó hacia ella hundiéndole la nariz en el pecho.

“Él quiere ir contigo,” dijo Aidan. “Tómalo; lo necesitarás más que yo simplemente escondido en Volis. Él es tuyo de todos modos.”

Kyra abrazó a Leo sin poder rehusarse ya que no quería irse de su lado. Se sintió consolada con la idea de que se les uniera después de extrañarlo mucho. También podría utilizar otro par de ojos y oídos, y no había nadie más leal que Leo.

Lista, Kyra montó a Andor mientras los hombres de su padre habrían camino. Sostenía antorchas en señal de respeto para ella por todo el puente, alejando la noche y mostrándole el camino. Ella miró hacia el horizonte y vio un cielo que se oscurecía con el campo abierto frente a ella. Sintió excitación, miedo y, sobre todo, un sentido del deber, de propósito. Delante de ella estaba la misión más importante de su vida, una en la que estaba en juego no sólo su identidad, sino también el destino de Escalon. Los riesgos no podrían ser mayores.

Acomodó su bastón en uno de sus hombros y su arco en el otro, y con Leo y Dierdre a su lado, Andor debajo de ella, y los hombres de su padre observando, Kyra empezó a salir por las puertas de la ciudad. Primero fue despacio pasando las antorchas y los hombres, sintiendo como si caminara en un sueño, como si caminara hacia su destino. No volteó hacia atrás para no perder determinación. Uno de los hombres de su padre hizo sonar un cuerno, un cuerno de despedida, un sonido de respeto.

Se preparó para darle a Andor un pequeño golpe pero este se anticipó. Empezó a correr, primero trotando y después galopando.

En tan sólo unos momentos, Kyra ya estaba corriendo en la nieve pasando las puertas de Argos, por encima del puente y en campo abierto, con el viento frío en su cabello y nada delante de ella más que un largo camino, criaturas salvajes y la creciente oscuridad de la noche.

CAPÍTULO CUATRO

Merk corrió por el bosque tropezando en la pendiente de tierra, pasando por entre los árboles y con las hojas del Bosque Blanco crujiendo bajo sus pies mientras corría con todas su fuerzas. Miraba hacia adelante sin perder de vista las humaredas que se elevaban a la distancia llenando el horizonte bloqueando el rojo de la puesta de sol y con un gran sentido de urgencia. Sabía que la muchacha estaba ahí en alguna parte, quizá siendo asesinada en este momento, y no pudo hacer que sus piernas corrieran más rápido.

Los asesinatos parecían encontrarlo; lo encontraban en cada esquina, casi cada día, de la misma manera en que los hombres son llamados a cenar. Él tenía una cita con la muerte, solía decir su madre. Estas palabras hacían eco en su cabeza y lo habían perseguido toda su vida. ¿Es que se estaban cumpliendo sus palabras? ¿O es que había nacido con una estrella negra sobre su cabeza?

El matar era algo natural en la vida de Merk, tal como respirar o comer, sin importar para quién lo hacía o de qué manera. Mientras más lo pensaba, más crecía su sentido de disgusto, como si quisiera vomitar toda su vida. Pero mientras todo dentro de él le decía que se volteara y empezara una nueva vida, que continuara su peregrinaje hacia la Torre de Ur, simplemente no podía hacerlo. Una vez más, la violencia lo invocaba, y ahora no era el momento de ignorar su llamado.

Merk corrió acercándose hacia las ondulantes nubes de humo que le hacían difícil el respirar, con el olor del humo lastimando su nariz y un sentimiento familiar creciendo dentro de él. Después de tantos años, no era un sentimiento de miedo ni de excitación. Era una sensación de familiaridad; de la máquina de matar en la que estaba por convertirse. Era lo que siempre pasaba cuando iba a la batalla; su propia batalla privada. En su versión de la batalla, él mataba a su oponente frente a frente; no tenía que esconderse detrás de un visor o armadura o los aplausos de la muchedumbre hacia un elegante caballero. En su opinión, la suya era la batalla más valiente de todas, reservada para guerreros de verdad como él.

Pero mientras corría, Merk sintió algo diferente. Por lo general, a Merk no le importaba quién vivía o moría; era su trabajo. Esto le permitía mantener la razón y alejarse del sentimentalismo. Pero esta vez era diferente. Por primera vez desde que podía recordar, nadie le estaba pagando por hacer esto. Ahora iba por voluntad propia, por ninguna otra razón más que su lástima por la muchacha y por querer arreglar un mal. Esto significaba una inversión, y esto le desagradó. Ahora se arrepentía de no haber actuado más pronto alejándose de ella.

Merk corría a un paso constante sin cargar ningún arma; y sin necesitarla. Tenía su daga en el cinturón y esto era suficiente. Tal vez ni siquiera la usaría. Prefería entrar a las batallas sin armas: esto desconcertaba al enemigo. Además, siempre podía tomar las armas de su enemigo y usarlas contra él. Esto significaba un arsenal instantáneo a donde sea que fuere.

Merk salió del Bosque Blanco con los árboles abriendo camino hacia un campo abierto y colinas ondulantes, y fue recibido por un gran sol rojizo que se posaba en el horizonte. El valle ese extendía frente a él con el cielo oscurecido por el humo, y ahí, llameante, estaba lo que sólo podía ser lo que quedaba de la granja de la muchacha. Merk podía escuchar los gritos de satisfacción de los hombres, criminales, con voces sedientas de sangre. Escaneó la escena del crimen con sus ojos profesionales y de inmediato los encontró, una docena de hombres con rostros resplandecientes por las antorchas y quemando todo a su paso. Algunos corrían del establo a la casa quemando los techos de paja, mientras que otros masacraban al ganado cortándolo con hachas. Vio como uno de ellos arrastraba un cuerpo por el lodo tomándolo del cabello.

Una mujer.

El corazón de Merk se aceleró preguntándose si era la muchacha; y si estaba viva o muerta. La arrastraba hacia lo que parecía ser la familia de la muchacha, todos atados en el granero con cuerdas. Estaban el padre y la madre y, a su lado, dos personas más pequeñas, mujeres, probablemente sus hermanas. Mientras una brisa movía una nube de humo negro, Merk pudo ver por un instante el cabello rubio manchado de tierra y entonces supo que era ella.

Merk sintió una descarga de adrenalina mientras bajaba corriendo por la colina. Corrió por el campo enlodado entre las llamas y el humo y entonces pudo ver lo que pasaba: la familia de la muchacha, contra la pared, estaban ya todos muertos, con las gargantas cortadas y sus cuerpos inertes. Sintió una oleada de alivio al ver que la muchacha que era arrastrada seguía viva y se resistía mientras la llevaban a unirse a su familia. Vio a uno de los rufianes esperándola con una daga y sabía que ella sería la siguiente. Había llegado muy tarde para salvar a su familia, pero no muy tarde para salvarla a ella.

Merk supo que tenía que sorprender a estos hombres mientras bajaban la guardia. Bajó la velocidad y avanzó calmado hacia el centro del terreno como si tuviera todo el tiempo del mundo, esperando a que se dieran cuenta de su presencia, esperando confundirlos.

Muy pronto uno de ellos lo hizo. El rufián se impactó al ver a un hombre caminando tranquilamente en medio de la matanza y le gritó a sus amigos.

Merk sintió los ojos confundidos sobre mientras continuaba caminando casualmente hacia la muchacha. El rufián que la arrastraba miró sobre su hombro y también se detuvo al ver a Merk, dejando de tomarla y haciéndola caer al lodo. Se acercó a Merk junto con los otros y lo rodearon, listos para pelear.

“¿Qué tenemos aquí?” dijo uno de ellos que parecía ser el líder. Era el que había soltado a la muchacha. Al ver a Merk, sacó su espada de su cinturón y se acercó mientras los otros lo rodeaban aún más.

Merk sólo miraba a la muchacha para asegurarse de que estuviera viva y sin heridas. Sintió gran alivio al verla moverse en el lodo y recuperarse lentamente, levantando la cabeza y observándolo aturdida y confundida. Merk se consoló al saber que al menos no había llegado muy tarde para salvarla a ella. Tal vez este era el primer paso en lo que sería un largo camino a la redención. Pensó que, tal vez, este no empezaría en la torre sino aquí.

Mientras la muchacha se volteaba en el lodo apoyándose en sus codos, sus ojos se cruzaron y él vio cómo se llenaban de esperanza.

“¡Mátalos!” gritó ella.

Merk se mantuvo en calma y siguió caminando casualmente hacia ella, como si no notara a los hombres a su alrededor.

“Así que conoces a la chica,” le dijo el líder.

“¿Su tío?” dijo uno de ellos de manera burlona.

“¿Un hermano perdido?” se rio otro.

“¿Vienes a protegerla, anciano?” se burló uno más.

Los otros explotaron en risas mientras seguía acercándose.

Aunque no lo mostró, Merk estaba evaluando a sus oponentes, examinándolos con su visión periférica, observando cuántos eran, lo fuertes que eran, qué tan rápido se movían, y las armas que portaban. Analizó cuanto músculo tenían en comparación con su grasa, lo que tenían puesto, lo flexibles que eran en esas prendas, lo rápido que podían girar con esas botas. Notó las armas que traían, navajas gastadas, dagas viejas, espadas sin mucho filo, y analizó cómo las sostenían hacia enfrente o hacia un lado y en qué mano.

Se dio cuenta de que la mayoría eran novatos y no le daban ninguna preocupación. Excepto uno; el que tenía la ballesta. Merk hizo una nota mental para matarlo primero.

Merk entró en una zona diferente, en una forma nueva de pensar, de ser, en la que siempre estaba cuando se encontraba en una confrontación. Se sumergió en su propio mundo, un mundo sobre el que tenía poco control y en el que cedía todo su cuerpo. Era un mundo que le decía qué tan rápido, qué tan eficientemente, y a cuántos hombres podía matar, cómo ocasionar el mayor daño posible con el menor esfuerzo.

Se lamentó por estos hombres; no tenían idea de lo que se avecinaba.

“¡Oye, estoy hablando contigo!” le dijo el líder apenas a unos diez pies de distancia y sosteniendo su espada con desprecio en el rostro mientras se acercaba.

Pero Merk siguió caminando y avanzando calmado y sin reaccionar. Estaba enfocado y apenas escuchando las palabras del líder, que ahora eran completo silencio. No correría ni mostraría ningún signo de agresión hasta que le pareciera adecuado, y podía sentir lo confundidos que estaban estos hombres por su falta de reacción.

“Oye, ¿sabes que estás a punto de morir?” insistió el líder. “¿Me estás escuchando?”

Merk continuó caminando hasta que el líder, furioso, no pudo esperar más. Gritó con furia, levantó su espada, y se abalanzó apuntando al hombro de Merk.

Merk tomó su tiempo sin reaccionar. Caminó calmadamente hacia su atacante esperando hasta el último segundo, asegurándose de no tensarse ni mostrar ningún signo de resistencia.

Esperó hasta que la espada de su oponente estaba en el punto más alto, muy arriba de su cabeza, el punto clave de vulnerabilidad de cualquier hombre que había descubierto hace mucho tiempo. Y entonces, antes de que su enemigo pudiera darse cuenta, Merk se lanzó como serpiente con dos dedos y atacando un punto de presión debajo de la axila del hombre.

Su atacante, con los ojos llenándose de dolor y sorpresa, inmediatamente soltó su espada.

Merk se acercó rodeando el brazo del hombre y apretándolo en un agarre. En el mismo movimiento tomó la nuca del hombre y lo hizo girar para utilizarlo como escudo; pues no era este hombre por el que Merk estaba preocupado, sino por el que estaba a sus espaldas con la ballesta. Merk había elegido atacar a este zoquete primero para conseguir un escudo.

Merk se dio vuelta y enfrentó al hombre de la ballesta que, como había previsto, ya tenía el arco listo para disparar. Un momento después Merk escuchó el sonido característico de una flecha saliendo de la ballesta y la miró volar por el aire directo hacia él. Merk sostuvo con fuerza su escudo humano.

Hubo un gemido y Merk sintió al zoquete sacudirse en sus brazos. El líder gritó de dolor y Merk sintió algo de dolor él mismo, como un cuchillo que entraba en su estómago. Al principio estaba confundido, pero entonces se dio cuenta que la flecha había atravesado el estómago del escudo y la punta había alcanzado su propio estómago. Lo penetró sólo media pulgada, no lo suficiente para ser una herida grave, pero sí para que doliera como el infierno.

Calculando el tiempo que tomaría cargar la ballesta, Merk dejó caer el cuerpo del líder, tomó la espada de su mano y la lanzó. Giró por el aire hacia el matón con la ballesta y el hombre gritó de dolor, con sus ojos ensanchándose de sorpresa mientras la espada atravesaba su pecho. Soltó su arco y cayó inmóvil a su lado.

Merk se volteó y miró a los otros matones, todos impresionados y confundidos al ver a sus dos mejore peleadores en el suelo. Se miraban el uno al otro en un silencio incómodo.

“¿Quién eres?” dijo finalmente uno con voz nerviosa.

Merk sonrió ampliamente e hizo crujir los nudillos, saboreando la pelea por venir.

“Yo,” respondió, “soy lo que no te deja dormir por la noches.”

CAPÍTULO CINCO

Duncan cabalgó con su ejército, con el sonido de cientos de caballos retumbando en sus oídos mientras lo guiaba hacia el sur en la noche alejándose de Argos. Sus confiables comandantes iban a su lado, Anvin en un lado y Arthfael en el otro, sólo Vidar quedándose atrás para proteger a Volis, con varios cientos de hombres detrás de ellos cabalgando juntos. A diferencia de otros jefes militares, a Duncan le gustaba cabalgar lado a lado con sus hombres; él no consideraba a estos hombres sus súbditos, sino sus hermanos en armas.

Cabalgaron por la noche con el viento frío en sus cabellos, la nieve debajo de ellos, y se sentían bien al estar en movimiento, al dirigirse a la batalla, al ya no esconderse detrás de las murallas de Volis como lo había hecho Duncan por la mitad de su vida. Duncan miró hacia un lado y observó a sus hijos Brandon y Braxton cabalgando junto a sus hombres. Y aunque estaba orgulloso de tenerlos con él, no se preocupaba tanto por ellos como lo hacía por su hija. Mientras las horas pasaban y a pesar de que se había dicho a sí mismo que no se preocuparía, Duncan se encontraba con sus pensamientos nocturnos yendo hacia Kyra.

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