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Pedagogía y literatura: enseñar a pensar
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Pedagogía y literatura:

enseñar a pensar

Humberto Quiceno C.








Pedagogía y literatura: enseñar a pensar

Humberto Quiceno C.

Título: Pedagogía y literatura: enseñar a pensar

Autor: Humberto Quiceno Castrillón

© Humberto Quiceno Castrillón

ISBN: 978-958-20-1423-0

Primera edición: Octubre de 2021

© Cooperativa Editorial Magisterio

info@magisterio.com.co

www.magisterio.com.co

Contenido

Pedagogía y literatura: enseñar a pensar

Prefacio

Cómo escribí este libro

Introducción

Capítulo I

El tratado didáctico, la guía y el manual

La didáctica y el método de enseñar

El espacio de individualización de la enseñanza

La pedagogía en los libros

La escuela y la clase de Comenio

La escuela y la lección de Lasalle

La escuela, la clase y el aula de Lancaster

El maestro que enseña

Los niños que aprenden

El hombre y la pregunta por el oficio

Capítulo II

Campo conceptual de la pedagogía

El tratado de pedagogía

La pedagogía y la moral

El Emilio o la pedagogía del joven

La educación del niño y el pensamiento de la infancia

La educación del joven y su moral

Capítulo III

La pedagogía como formación del espíritu

Pestalozzi y la experiencia moral y ética

La pedagogía de la carne y del espíritu

La pedagogía de Kant y la formación de la razón

Pedagogía del cuerpo, de la razón y del espíritu

La confesión y el hombre ético

Las confesiones de Rousseau

Las confesiones de Pestalozzi

Capítulo IV

Campo narrativo de la pedagogía

La novela de formación

Goethe: Años de andanzas y aprendizajes

La formación como práctica de sí

La formación en los pedagogos

Locke: el preceptor y el niño inglés

Rousseau: el preceptor, el niño y el joven francés

Pestalozzi y la formación de la madre educadora

Goethe: La formación del artista y el escritor alemán

Nietzsche: La formación del filósofo alemán

Capítulo V

El campo de la pedagogía católica en Colombia

El Plan, el Manual y el Catecismo

El plan y el Plan de estudios

La enseñanza en el Plan de estudios

La escritura y la instrucción

Los planes de escuela y las primeras letras

El manual y la escritura

Los manuales de Triana: las letras, los objetos y la moral

El catecismo: elementos de pedagogía

Capítulo VI

Hacia la construcción del campo conceptual de la pedagogía en Colombia

La pedagogía y la formación de la razón crítica:

Nieto Caballero y la construcción del individuo y la educación pública

Jaramillo Uribe y el exterior de la cultura

Olga L. Zuluaga y los saberes universales a la enseñanza

La Revista Educación y Cultura y el Movimiento pedagógico

Capítulo VII

Literatura y pedagogía en Colombia

La formación de la subjetividad: los afectos

La formación de la vida del hombre

La formación de José Fernández (José Asunción Silva)

La formación de Arturo Cova (José Eustasio Rivera)

La formación como representación social

La formación del maestro Manjarrés (Fernando González)

La formación de Florentino Ariza (Gabriel García Márquez)

Referencias

Prefacio

Cómo escribí este libro

1

Este texto nace de la preocupación por pensar la pedagogía en Europa y en Colombia. Esta vez ensayaremos una línea de análisis que parte de entender la relación entre escritura y pedagogía, nuestra hipótesis parte de pensar la pedagogía como un saber escrito, lo cual significa relacionar éste saber con los temas y objetos de la pedagogía y de la escritura desde que nació la pedagogía en la época moderna. En Colombia es la relación de la enseñanza con la escritura la que ha marcado su historia, en Europa el énfasis se puso más en la didáctica que en la enseñanza. Por supuesto que esta argumentación tendrá que ser demostrada. En nuestra historia de la pedagogía conocemos más esta relación de la pedagogía y la escritura por la importancia que ha tenido el saber enseñar a leer en la escuela. Si nos atreviéramos a definir qué es la escuela, diríamos que es aquella institución que nos enseña a escribir porque nos enseña a leer. Desde que fuimos Colonia española, la Iglesia católica nos enseñó a escribir y para hacerlo empezó por la letra, luego la palabra para llegar finalmente a la imagen. Esta enseñanza duró hasta el Movimiento pedagógico, que en Colombia todos conocen como el momento en que cambió la escritura, porque cambió la enseñanza. En esos años, los primeros de la década del setenta del siglo XX, enseñar a escribir empezó por la imagen de las cosas y no por la letra. No fue la Iglesia católica la que cambió la enseñanza, esa gran diferencia en la cultura y en la civilización fue producto de la pedagogía laica y de los maestros laicos. Por este cambio abismal podemos decir que se pudo comprender lo que era ser civilizado, culto y educado. Ser civilizado es saber escribir, que es saber interpretar el libro, los textos, los signos. Lo que hay detrás de esta ruptura es llegar al fin de la cultura rural y medieval. Hasta esa fecha, en Colombia, no había distancia real entre lo rural y lo urbano, ambos campos se situaban en una misma geografía y en una misma cultura. Hasta esa fecha no sabía muy bien qué era ser educado.

Queremos explicar el sentido de lo que quiere decir ser educado, llegar a ser civilizado y lo haremos desde la pregunta por la escritura, cuestión que nos llevó a la lectura de dos textos clásicos Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera. Como se sabe, Cien años de soledad recrea la figura de un pueblo en el Caribe, Macondo, que todos han interpretado como si fuera el símbolo de Colombiay no es así, es el de un pueblo rural de la costa caribe. El libro narra la vida de un pueblo rural, su cultura y su existencia. Por otro lado, El amor en los tiempos del cólera no habla de un pueblo, sino de la ciudad de Cartagena, ubicada n la costa caribe. Este libro narra, no la vida y la existencia de este pueblo citadino, sino que narra el amor y la muerte en ese pueblo. La diferencia entre las dos narraciones, entre los dos pueblos, es la escritura. En uno, no hay escritura y en el otro, el de la ciudad, la escritura es el tema y objeto de toda la obra. La diferencia entre lo rural y la ciudad es el tener o no tener escritura. En los dos pueblos hay escuelas, educaciones, maestros, métodos, pero en uno, hay escritura y en otro, no la hay. Escritura, no es enseñar a escribir en la escuela, escritura no es que haya escritores, escritura no es que hayan signos escritos, escritura es que haya preocupación por explicar, descifrar y comprender los signos que conmueven a la gente, que los asombra, como lo es el amor, la muerte y la vida.

Las cosas y los objetos son signos, representan signos, para Macondo esos signos eran signos entre muchos signos, signos que solo significaban si estaban pegados a las cosas que los hace significar, si las cosas cambian, también lo harían los signos. En Cartagena, los signos no cambian con las cosas, no dependen de las cosas, del mundo de las cosas, al contrario, los signos dependen de la cultura letrada de los habitantes de la ciudad. Si el letrado es un médico, si es un poeta, si es un hombre rico o pobre, cambia el signo. En Macondo el signo de las cosas domina el pueblo, en Cartagena, la cultura letrada de la gente domina el signo, le impone su sentido. No deja que el signo haga con la gente lo que quiere, en esta cultura letrada, el signo es controlado, prisionero de la gente. En la cultura rural las cosas y sus signos hacen proliferar el sentido, lo multiplican, lo vuelven algo explosivo, en Cartagena, el sentido queda fijo al signo que le da la gente y esto porque allí, el sentido es representado, interpretado, comprendido según la cultura letrada de la gente. Decir cultura letrada es poder imponer el sentido sobre el signo, es darle un sentido al signo, darle una interpretación. No es que la gente sea estudiada, la cultura letrada es que la gente se vuelve intérprete, se hace a una única imagen del signo que le representa un único sentido.

¿Por qué ocurre todo esto?, porque en un pueblo hay sentidos del signo, y en otro, solo signos sin sentido, todo ocurre por la escritura. En Macondo la escritura es externa al pueblo, es poseída por un único hombre, que no es del pueblo, que es extranjero, y que además tiene virtudes de mago y de hechicero. En Cartagena, la escritura está dentro de la ciudad, en dos cosas que se convierten en signos importantes para la ciudad, que se ve dividida en dos mitades, que son sus signos y problemas, atraviesa la gente y la hace existir. Esta división, enfrentamiento, polarización, lucha y batalla es lo que funda la escritura. Esos signos son los del amor y la muerte. La ciudad la cruza la lucha entre el amor y la muerte, la gente no vive sino para entender qué es una cosa y qué es la otra, las cosas son de amor o de muerte, el tiempo es para el amor o para la muerte. Se vive pensando en el amor o pensando en la muerte. Si así se vive y si así se piensa, eso crea la escritura, que es la interpretación, la representación, la imagen de una cosa o de la otra o de las dos. Escribir es estar dividido, es estar atravesado por dos mitades, es vivir dos cosas, es pensar en dos cosas a la vez, juntas o separadas. Escribir es lo uno, lo otro, las dos, una sola cosa. En la escritura se escoge un camino, se hace una elección, se toma partido, se ama o se muere.

Macondo y Cartagena son dos pueblos, con dos culturas, una sin escritura y otra con la cultura escrita. El pueblo rural vive sin escribir y el pueblo de la ciudad vive escribiendo. Eso no quiere decir que no haya escritura, como la imagen de las cosas como signos, lo que se quiere decir, es que además de signos, estos deben ser interpretados, y para ello se da el saber de interpretación, no un saber estrictamente universitario, además de éste, se da el saber de interpretación de mujeres del común, de hombres del común, habitantes de la ciudad. Lo que caracteriza y define este saber de interpretación es el que se hace desde la muerte o desde el amor. Es la lucha entre el amor y la muerte o la muerte y el amor, lo que hace posible la interpretación. La ciudad interpreta, el pueblo rural no interpreta. El pueblo rural vive y muere sin saber, que ese vivir es el amor y sin saber que esa muerte es el fin del amor. El amor y la muerte son dos interpretaciones, son representaciones de lo que significa para el hombre o la mujer amar a otro o dejarlo de amar. Amar, para ser interpretación, ha de pasar por la ausencia prolongada del objeto de amor. La muerte del otro ha de pasar por la vida común con el otro. Sin vida común y larga, no hay muerte del otro, sin ausencia del otro, no hay amor. Para que haya amor debe haber previamente una preparación y construcción del saber del amor, para que haya muerte debe existir una separación radical del otro.

Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera son dos obras sobre la escritura, cómo un pueblo vive cien años sin escribir y cómo un pueblo vive cien años escribiendo. En la primera obra se trata de la descripción de la vida rural, Macondo, ésta obra no representa a Colombia, Macondo representa el mundo rural, el mundo y la vida de la familia de los Buendía. Este mundo rural se sitúa en dos limites, la llegada al pueblo de Macondo de Melquíades, el extranjero, el hombre sabio, el mago y el escritor. Melquíades trae a su llegada al pueblo unos manuscritos, un texto escrito. La obra transcurre entre esta llegada y el día en que el último de los Buendía, Aureliano, interpreta los manuscritos de Melquíades, lo que descubre su interpretación, es que los manuscritos tratan de la vida de los Buendía, de su vida en cien años. Todo lo que ocurrió y todo lo que sucedió, ya estaba escrito, antes que pasaran cien años. Que la escritura anteceda al tiempo, a todos los tiempos, quiere decir, que lo escrito está fuera del tiempo que viven los habitantes del pueblo, fuera de la vida y del mundo de la vida. La escritura es un exterior más profundo que todo exterior. Esa escritura exterior, y por fuera del tiempo de los hombres, entra un día a sus vidas, y al hacerlo, crea el tiempo y el espacio, con las cuales los hombres forman sus categorías de conocimiento, con el fin de poder reconocer los objetos y las cosas y, de este modo, tener consciencia y memoria de ellas y del trascurrir. Si el tiempo pasa es porque hay categorías que dividen el tiempo y el espacio, sin ellas, el tiempo no pasa o pasa lento, como si no pasara. Eso nos pasa en el campo, en el bosque, allí no pasa el tiempo y no nos orientamos en el espacio, porque el bosque nos quita la conciencia del tiempo, al hacernos olvidar las categorías o las formas de las cosas.

El mundo rural es un mundo sin escritura. El mundo de la ciudad es un mundo con escritura. En la ciudad se lee lo escrito para poder vivir, en lo rural se vive sin escritura, lo que hace que la vida y su tiempo, el destino de las cosas, los hechos y su trama, lo que pasa y acontece, se vivan en tiempo presente, por fuera del tiempo, que es memoria escrita. La escritura es memoria de las cosas, y si no hay escritura, no hay memoria. Se vive en un eterno presente. La escritura, lo dice el manuscrito de Melquiades, es la explicación del porqué suceden las cosas, porqué pasa lo que pasa. La obra Cien años de soledad explica para el presente, para el lector de este mundo presente, explica por qué suceden las cosas en ese mundo de Macondo y, en ese sentido, es el pliegue del manuscrito de Melquíades para los habitantes del pueblo de Macondo, son dos manuscritos, uno para los habitantes del pueblo, otro para los habitantes del mundo. El mundo rural es el mundo sin escritura, no la escritura que es la imagen de las cosas, sino la escritura que es el desciframiento de las imágenes, de las cosas, de la relación entre imagen y cosa. Descifra las cosas y las convierte en signos, y hace de los signos, un mundo aparte de las cosas. Por un lado, el mundo de los signos y, por el otro, el mundo de las cosas. En el mundo rural, el mundo no tiene signos, es la sucesión de cosas y el choque de cosas, y es la escansión de cosas y sucesos, de tiempo interrumpido y de tiempo continuo. No hay un más allá de la velocidad de las cosas o de su lentitud.

La diferencia entre ruralidad y ciudad es la interpretación de la escritura. Es la diferencia entre vivir sin la interpretación o vivir con la interpretación de escritura. Vivir con la interpretación te hace aparte de las cosas, te obliga a la representación sin tomar parte en ella. Vivir sin interpretación es vivir de la confusión entre cosas, seres y objetos. Existe tiempo y espacio, porque existe representación en la conciencia de lo que son las cosas y sus imágenes. No hay tiempo o espacio, al no haber una imagen previa de las cosas y de los objetos. Veamos la diferencia entre Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera. Cartagena, la ciudad donde ocurre la obra, no es Macondo, pueblo sin escritura, Cartagena, es una ciudad de escritura, de gente letrada, de lucha por la escritura y por la interpretación de los signos. En la ciudad todo se interpreta, el mundo se interpreta, y se interpreta la enfermedad y el amor. Se dan muchas interpretaciones, la del médico, la del poeta, la de la mujer, la del joven. La obra se inicia con la interpretación de la muerte, lo que significa, y se cierra con la interpretación del viaje de amor. Entre el amor y la muerte se dan todas las interpretaciones posibles y la escritura es el vencimiento del amor sobre la muerte. Sobre muertes personales, muertes de amor, muertes de enfermedad, muertes de tristeza y desencanto. El amor pasa por todas estas muertes y sale al final del viaje, como escritura del amor.

2

Otra de nuestras preocupaciones y estudio, en este libro, es por pensar el nacimiento de la pedagogía en Europa y en Colombia, que no es otra cosa que pensar lo moderno, la civilización moderna. Para pensar la pedagogía moderna, hay que empezar por definir qué es lo moderno y la modernidad. Existen muchos libros que definen lo moderno, libros que piensan lo moderno, desde Europa o desde otra parte, América, América Latina o África. Este no es nuestro problema, no es definir la modernidad, desde un lado geográfico, en particular, nuestra perspectiva es definir la modernidad entre Europa y Colombia, no pensar desde un lado, sino en un entre-lados. Para hacerlo nos situamos en un período histórico que comprende cien años en Europa y cien años en Colombia. Decir cien años es una eternidad, es describir un tiempo sin tiempo, es la metáfora de un tiempo pasado, un tiempo cuya existencia se presenta como si no tuviera tiempo. Un tiempo que es tanto el europeo como el colombiano. Un tiempo para la pedagogía o mejor para poder escribir las pedagogías, porque la pedagogía es una escritura que se refiere a ella misma, el pedagogo es el que escribe lo que piensa al educar. Ese fue el oficio de Comenio, el de Rousseau y el de Pestalozzi y es nuestro oficio, escribir los cien eternos años de la pedagogía.

Para pensar lo moderno de la pedagogía, en Europa y en Colombia, lo haremos desde la literatura, más aún, desde la poesía y las dos obras citadas. Si construyéramos una línea histórica sobre la sociedad colombiana, veríamos que las dos obras cubren desde el año ١٨٤٠ a ١٩٤٠, la primera, y la segunda, desde 1930 hasta 1985; en total son 185 años de historia y de acontecimientos que acaecen y se dan en Colombia. Cien años no se refiere a Colombia, su dominio narrativo es un pueblo de la Costa Caribe de Colombia y El amor tampoco tiene como referencia a Colombia, sino a Cartagena, una ciudad del Caribe colombiano. Las dos obras des-escriben el pueblo y la ciudad. He ahí la modernidad desde la perspectiva del Caribe, la diferencia entre ser un pueblo y ser una ciudad.

¿Qué es ser pueblo y qué es ser ciudad? Es el problema moderno o desde esa perspectiva hay que mirar lo moderno. Ser pueblo es no tener escritura, no saber leer lo escrito, tener cultura oral, no tener entonces tiempo y espacio, no tener devenir del tiempo y del espacio, porque todas estas condiciones no se tienen, no se sabe quién es quién, no se sabe el ser de cada uno, el ser hombre, la subjetividad humana, la especie humana. No se sabe qué es una estirpe, una familia, una tribu, una comunidad. ¿Cómo se sabe lo que son todas y cada una de estas cosas? porque se sabe leer, se sabe leer lo escrito, y saber leer lo escrito es tener memoria, es tener la identidad del tiempo y del espacio, condiciones humanas necesarias para poder saber quién soy yo, quién es el otro, qué es la muerte y qué es el amor. En el pueblo se vive, se muere y se ama, sin saber lo que es el vivir, el morir y el amar. La ciudad es aquel lugar del tiempo y del espacio que, por poseer letras, escrituras, discursos y saberes, puede llegar a saber qué es la muerte y qué es el amor. Tener la idea de la muerte y la idea del amor.

La soledad en Cien años es no tener ideas porque no hay escritura, y no la hay porque no existe su enseñanza. Al no tener ideas no se sabe lo que es la diferencia entre la muerte y el amor. La diferencia entre morir y amar no es del orden de la existencia, de las cosas que mueren y de las cosas que se aman, es del orden de la representación que nos hacemos cuando leemos lo escrito. En un escrito leemos que alguien muere, en otro escrito leemos que alguien ama, eso que es leído, porque está escrito, es la diferencia entre morir y amar. Si vemos y sentimos que alguien muere, que alguien o cada uno ama, no sabemos de la diferencia entre morir y amar. La diferencia es la diferencia de las palabras morir y amar, es la diferencia de sus signos, de sus imágenes, de sus representaciones, discursos y escrituras. Esa diferencia es todo el libro de El amor en los tiempos del cólera, que empieza por la descripción de la muerte: el olor, la sensación, el cadáver, el cuerpo, la desnudez, el recuerdo, el olvido y termina, el libro, por el viaje de amor y por la diferencia entre vida y muerte: “es la vida más que la muerte la que no tiene límites”. El amor es un devenir, es tiempo, es un ir y venir, “durante toda la vida”.

El último Aureliano, en Cien años, sabe que va a morir y que el pueblo se va a acabar porque lee los manuscritos de Melquíades, lee y sabe qué es el morir, lee y sabe que la diferencia entre el pueblo y la ciudad es leer lo escrito. En lo escrito está la historia de Macondo, la historia de la familia Buendía, la historia de cada uno de los habitantes del pueblo, la historia del pueblo, sus guerras de amor y de muerte. Florentino Ariza, en El amor, sabe que va a amar durante medio siglo, sabe que ese amor acabará con su soledad, porque la soledad es no poder escribir, sabe que llegará el otro, la otra, para ello tendrá que escribir durante medio siglo, porque amar es un proceso de medio siglo, un largo proceso de saber escribir qué es el ser del amor.

La obra de García Márquez es la escritura de la historia del pueblo, la escritura de la historia de la ciudad. Es la escritura de la Diferencia entre pueblo y ciudad, es la diferencia entre el ser pueblo y ser ciudad, es la escritura de esta diferencia que se expresa en conocer la escritura y no conocerla o desconocerla. La escritura de García Márquez es pensar el ser de la escritura, es saber que conocer lo escrito es lo que define (diferencia), conocer la historia, no solo de la sociedad, sino del sujeto. Florentino es sujeto, porque conoce la escritura, porque se pone a escribir, porque sabe que escribir lo lleva al amor y antes de ese viaje, lo lleva a ser sujeto por sí mismo, en su soledad de escritor, él se educa como sujeto y educa su subjetividad o su subjetividad lo educa para ser sujeto. En estas dos obras vemos los signos de lo moderno y vemos el problema de lo moderno que es conocer la escritura, lo que significa conocer el amor y la muerte, conocerse así mismo, para poder ser sujeto y para poder dar cuenta del propio ser de sujeto, es decir, aquel que define los límites entre morir o amar.

Lo que narra García Márquez lo tradujo la sociedad moderna o sociedad de la ciudad, cuando decidió que el problema mayor de la sociedad y de los hombres es llegar a conocer la escritura y que el mejor modo de hacerlo es creando la escuela y sobre todo, creando la enseñanza de la escritura. Enseñar a escribir a los colombianos comprende los mismos años que se describen en estas dos obras de García Márquez. Recordemos que la primera escuela que se creó en Colombia para saber enseñar la escritura fue la Escuela Mutua, una escuela cuyos orígenes los vemos entre 1820 y 1840, que son los inicios de las narraciones que leemos en Cien años de soledad. Durante los siglos XIX y XX, la escuela tuvo como centro la enseñanza de la escritura y podemos decir que también la sociedad colombiana. La universidad y el colegio, la Normal y la facultad han insistido en resolver este problema, que es central, no para ser modernos, sino y, sobre todo, para saber quiénes somos, de dónde venimos, cuál es nuestro origen, desde cuándo hablamos, desde cuándo amamos y dejamos de morir, sin saberlo.

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