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Maestros de la música
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Maestros de la música

Язык: Русский
Год издания: 2017
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En 1900 vio la luz la ópera más dramática de su catálogo, Tosca, y cuatro años más tarde la exótica Madama Butterfly. En estas obras la tradición vocal italiana se integraba en un discurso musical fluido y continuo en el que se diluían las diferencias entre los distintos números de la partitura, al mismo tiempo que se hacía uso discreto de algunos temas repetidos a la manera wagneriana. Sin embargo, a pesar de su éxito tras Madama Butterfly, Puccini se vio impulsado a renovar su lenguaje musical. Con La fanciulla del West inició esta nueva etapa, caracterizada por asignar mayor importancia a la orquesta y por abrirse a armonías nuevas que revelaban el interés del compositor por la música de Debussy y Schönberg.

Puccini fue un hombre de una notable presencia. Sus galantes modales, su orgullosamente levantada cabeza, sus lindos ojos, su ondulado pelo y sus elegantes bigotes no dejaban indiferente a ninguna mujer. En el año 2008 Paolo Benvenuti realizó la película Puccini e la fanciulla, que cuenta las aventuras amorosas del compositor. Sin embargo, la nieta de Puccini, Simonetta, estaba muy indignada por el hecho de que dudosas historias como esta salían a las pantallas del cine. Ella preferiría recordar otras cosas sobre su abuelo; por ejemplo, algunas anécdotas que comprueban su buen sentido del humor:

Una vez, sentado en la butaca del teatro, dijo al oído de su amigo:

– El cantante principal es increíblemente malo. ¡Nunca en mi vida escuché algo más espantoso!

– Entonces, mejor volvemos a casa – le ofreció el amigo.

– ¡De ninguna manera! Conozco bien esta ópera: en el tercer acto la heroína debe matarlo. ¡Tengo que esperar a que llegue ese momento feliz!

Conmemorando los 150 años del nacimiento de Giacomo Puccini los músicos de todo el mundo una y otra vez se dirigen a las inolvidables obras del maestro. Hasta los famosos cineastas como Woody Allen, por ejemplo, hacen sus contribuciones al acontecimiento. Él estrenó su montaje de Gianni Schicchi, una de las tres óperas breves que conforman Il Trittico de Puccini. Un joven compositor chino, Hao Weija, hizo su versión del final de la ópera Turandot. Este hecho una vez más nos demuestra un gran amor popular hacia la música del genial Giacomo Puccini.


Revista QUID N° 19, diciembre 2008

RACHMANINOV. en el Teatro Colón

Sergei Rachmaninov (1873—1943)


En el 2013 se cumplieron los 140 años del nacimiento y los 70 años de la muerte de Sergei Rachmaninov. El Teatro Colón celebrará estos eventos con el estreno en Argentina de dos óperas del compositor.

Cuando se habla de la obra de Rachmaninov, en primer lugar se recuerdan los Conciertos para piano, pero rara vez se menciona la existencia de las óperas. El compositor compuso tres óperas en su totalidad. Dos de ellas, Aleko y Francesca da Rimini, serán presentadas en el mes de mayo en el Teatro Colón.

Rachmaninov compuso Aleko a los 19 años. Este fue su trabajo de graduación en el Conservatorio Estatal, donde estudiaba composición. El libreto de la ópera, que se basa en el poema de Aleksandr Pushkin Los gitanos, pertenece a Vladimir Nemirovich-Danchenko, el fundador del Teatro Artístico de Moscú. Es sorprendente que la composición de la obra le llevó al autor solamente 17 días. Los profesores del comité examinador calificaron a Aleko con la nota más alta, agregándole un signo «más». La obra atrajo la atención de Piotr Ilyich Tchaikovski, quien participó activamente en su futura producción. Uno de los destacados intérpretes del Aleko fue el flamante bajo ruso Fiódor Chaliapin, amigo de Rachmaninov.

En el otoño de 1904, ocho años después de su graduación, Rachmaninov fue nombrado director artístico del Teatro Bolshoi. Esta actividad duró dos temporadas y coincidió con la composición de otras dos óperas del compositor: El caballero Avaro y Francesca da Rimini. El libreto de la última fue escrito por Modest Tchaikovski, el hermano del gran compositor, y encarna la historia de amor narrada por Dante en la Divina Comedia. El estreno de Francesca tuvo lugar en enero de 1906, y fue dirigida por Rachmaninov mismo.

La idea de presentar las óperas de Rachmaninov en el Teatro Colón pertenece a Ira Levin, músico de Chicago, reconocido por su versatilidad como director de repertorios sinfónicos y operísticos. Ira Levin comentó durante nuestro encuentro: «Es muy valorable que el Teatro Colón esté dispuesto a ofrecerle al público los tesoros del género operístico que no son muy difundidos. Este año interpretaremos a Rachmaninov; para el próximo estamos pensando en El Ángel de fuego de Sergei Prokofiev. Cuando me preguntan en qué radica mi atracción por la música rusa, contesto que es algo genético, tal vez, ya que mis abuelos provienen de Rusia. Estoy seguro de que el público disfrutará mucho de las óperas de Rachmaninov. A pesar de que Aleko es una obra temprana del compositor y en ella uno puede sentir las influencias de Músorgsky y Tchaikovski, se puede percibir la originalidad de las características musicales propias de Rachmaninov, que descubren su increíble don romántico. La música de Francesca es un ejemplo de la complejidad sinfónica que requiere de los músicos una entrega particular para transmitir el dramatismo de la ópera».

Ira Levin también le propuso al directorio del Teatro Colón invitar a cantantes rusos para realizar los papeles principales. Entre ellos se encuentran el barítono Sergei Leiferkus, la soprano Irina Oknina, el tenor Leonid Zakhozhaev y el bajo Maxim Kuzmin-Karavaev.

Sergei Leiferkus, una legenda viva de la ópera, cantante principal del Teatro Mariinski y el Covent Garden, cuenta: «Como se sabe, la ópera nació en Italia y hasta hoy la ópera italiana sigue siendo la favorita. A su vez, la ópera rusa fue por mucho tiempo desconocida por el público fuera de Rusia por ser cantada en un idioma ajeno al oído. De ahí proviene un lamentable desconocimiento de los grandes cantantes rusos. Me acuerdo que cuando Plácido Domingo estaba trabajando sobre el papel de Hermann de La Dama de picas de Tchaikovski, yo le había regalado una grabación cantada por rusos. Luego de escucharla, se quedó maravillado por el canto del tenor soviético Zurab Andjaparidze: «¿¡Cómo puede ser que el mundo no conozca a grandes solistas como él!?». Espero que las presentes funciones de las óperas de Rachmaninov despierten un mayor interés del público de Buenos Aires hacia la ópera rusa».

La soprano Irina Oknina, discípula de Galina Vishnevskaia, comenta que a pesar de los problemas económicos y sociales que existen en Argentina (habló del suceso de cuando paseando cerca de su hotel un desconocido le había arrebatado su cadenita, dejando sobre su cuello la raspadura de sus dedos), el Teatro Colón sigue siendo una isla de la gran tradición musical que permite el enriquecimiento de la cultura.


Russia Beyond the Headlines (Es)

GIOACHINO ROSSINI. Apasionado por la ópera y la gastronomía

Gioachino Rossini (1792—1868)


En el año 2012 se conmemora el 220° aniversario de Gioachino Rossini, uno de los compositores más prolíficos de la música clásica, quien, además, tuvo la fortuna de nacer un 29 de febrero. Es por eso que, desde 1792, estrictamente sólo han pasado 53 cumpleaños suyos. Entre los compositores italianos del siglo XIX, Rossini ocupa un lugar especial. No sólo revivió y reformó la ópera italiana, sino que también tuvo un enorme impacto en el desarrollo del arte operístico en toda Europa. «El Maestro Divino», lo llamaba Heinrich Heine, que veía a Rossini como «el sol italiano que difundía sus rayos sonoros por todo el mundo». Junto con Mozart y Beethoven, Rossini es uno de los compositores más conocidos por el público en general, en buena medida por el uso que se le dio a su música en el área del entretenimiento masivo. Por ejemplo, en la primera mitad del siglo XX, los principales exportadores de dibujos animados usaron su música para ambientar diferentes historietas. De ahí es que cuando uno escucha, por ejemplo, las oberturas de Guillermo Tell o de Barbero de Sevilla, casi de inmediato recuerda su infancia.

Rossini nació en Pésaro, Italia. Su padre era un cornista aficionado y fue él quien le transmitió al pequeño un gran amor por la música. Sus dotes innatas se revelaron muy pronto: a la edad de 14 años compuso su primera ópera, llamada Demetrio e Polibio, y cuando tenía 18 años se estrenó en Venecia El Contrato Matrimonial. Las óperas de la época de Nápoles, la ciudad a la que el compositor se trasladó en 1815, demostraron su creciente talento: allí fueron producidas sus óperas serias, que tenían un inmenso valor para las voces más importantes de su tiempo, tales como la de Giovanni Rubini. En 1816 fue estrenada su ópera Barbero de Sevilla, que hasta ahora se considera la más famosa de las óperas bufas.

La década de los años veinte del siglo XIX aportó a Rossini muchos momentos felices: desde contraer matrimonio con Isabella Colbran (mezzosoprano, que estrenó varias de sus óperas), hasta conseguir el reconocimiento internacional, pasando por serle ofrecido en París el puesto de primer Compositor del Rey. En 1823 se trasladó a Francia. Allí compuso una ópera que celebraba la coronación de Carlos X. En 1829 escribió Guillermo Tell, obra que definió su consagración. Curiosamente, esta fue su última ópera, aun cuando le quedaban cuatro decenas de años de vida por delante. Sigue siendo un misterio el hecho de por qué Rossini dejó de componer óperas. Son muchas las teorías que tratan de dar respuesta a esta pregunta: desde el aburrimiento hasta la falta de necesidad, dada la riqueza que ya había acumulado, pasando por problemas de salud. Pero también existe la opinión de que Rossini había dejado la música para dedicarse a su otra pasión: la gastronomía. Como anécdota y referencia al apasionamiento que en él suscitaba el tema gastronómico, se dice que en toda su vida lloró únicamente en dos ocasiones: por la muerte de su padre, y cuando se le cayó por la borda del barco un pavo trufado. Situación comprensible, si se tiene en cuenta que para Rossini la trufa era «el Mozart de las setas».

Rossini, además de haber tenido muy buen gusto por la comida, era un excelente cocinero. Le gustaba mucho cocinar, sobre todo macarrones, de los cuales era un apasionado; también lo era del paté de pollo con cangrejos a la mantequilla. Incluso, existen varias recetas que llegaron hasta nuestros días, entre ellas una receta de canelones que lleva el nombre de Rossini. Los que conocían al compositor personalmente siempre recordaban «los sábados musicales» de Rossini. Según la descripción que hizo el famoso crítico musical Filippo Filippi (1830—1887), para Rossini el sábado era un día excepcional, pues invitaba a cenar a dieciséis personas a su casa. Los invitados debían vestirse con traje de gala, mientras él usaba una zimarra (especie de sotana larga) y su corbata era sostenida con un broche de un medallón de Händel. La escrupulosidad que Rossini ponía en estas cenas se reflejaba no sólo en los platos que servía, sino también en el refinamiento de la vajilla y la decoración de la casa.

La elección de los invitados se hacía por tres motivos: en primer lugar, por tener la capacidad de divertir e interesar a Rossini; en segundo lugar, por demostrar una extrema deferencia hacia Olimpia Pélissier (la segunda esposa, con quien se casó tras la muerte de Isabella); y, en tercer lugar, por distinguirse en algún ámbito. La variedad del público estaba asegurada y por la casa pasaban muchas personas célebres: Michele Carafa, Giuseppe Verdi, el príncipe Poniatowski, Alejandro Dumas, Gustave Doré, el Barón Rothschild, el Barón Haussmann, entre otros. La señora Olimpia tenía un papel muy importante en estas cenas. Ella asistía con una gran decencia y pretendía ser honrada igual que su marido; sólo era necesario que alguno de los invitados no le devolviese un cumplido para ser borrado de la lista de la siguiente invitación. Por otra parte, Olimpia obraba como freno de la desmedida generosidad de Rossini.

Durante su vida, Rossini recibió las condecoraciones más importantes de Francia e Italia y un gran reconocimiento por parte de sus colegas de profesión; tras la entrevista que Rossini y Richard Wagner tuvieron en 1860, el último declaró que de todos los compositores que había conocido en Paris, el único verdaderamente grande era Rossini, a quien veía serio y sencillo.

Rossini falleció en Passy, cerca de París, en 1868. Fue enterrado en el Cementerio del Père-Lachaise. En 1887 sus restos fueron trasladados a Florencia, a la Basílica de la Santa Croce, junto a sus gloriosos paisanos: Galileo Galilei, Dante y Miguel Ángel.


Revista QUID N° 19, diciembre 2008

ARNOLD SCHÖNBERG. El anarquista

Arnold Schönberg (1874—1951)


El 13 de septiembre de 1874 nació en Viena el compositor Arnold Schönberg, uno de los hombres más importantes de la música del siglo XX. Después de su aparición, en la música se produjo una polarización entre el conservatismo y el vanguardismo. A partir de aquí, todo lo que fuese vanguardia musical era calificado de dodecafónico.

Para demostrar su propia importancia en el progreso de la nueva teoría, Schönberg solía repetir que «nadie quería ser Schönberg». No obstante, el surgimiento del dodecafonismo corresponde a una sucesión absolutamente lógica dentro de la música y está fuertemente articulado con los cruciales cambios en la esfera política y social de Europa del principio del siglo pasado. Existe una determinación según la cual la tonalidad se compara con el absolutismo, y cuando éste concluye, llega la atonalidad, que simboliza la anarquía. Dentro de este esquema, el dodecafonismo sería un nuevo ordenamiento de los sonidos. Un ordenamiento mucho más democrático, donde no hay jerarquías. Si antes la tónica, la dominante y la subdominante tenían mayor importancia en la secuencia musical, ahora cualquiera de las doce notas recibe el mismo derecho de ser igual a las demás. No existe ningún compositor moderno que no haya pasado por una experiencia de dodecafonismo. Sin embargo, entre los oyentes existía y existe una fuerte resistencia contra el lenguaje atonal. La música, hablando en términos físicos, está formada por ondulaciones de aire que nos afectan de un modo directo. En general solemos percibir con más placer los sonidos que agradan a nuestro oído. Esto se entiende mejor cuando recordamos la diferencia entre la música oriental y la occidental. La música occidental, a diferencia de la música tradicional de oriente, tiene como uno de sus elementos importantes la armonía. La cultura occidental es la única que posee una música «polifónica», es decir, música en la que las notas musicales se usan en forma simultánea y coordinada. El oído occidental no está acostumbrado a percibir con facilidad los microtonos o intervalos mayores al tono o tono y medio que se usan en la música oriental.

Según las palabras de Alex Ross, crítico musical de The New Yorker, el problema de Schönberg es que su música es muy oscura, intensa y visceral. La estructura de sus obras es casi automática, realizada en un estado psicológico extremadamente violento. Una de sus preocupaciones era que su señora le era infiel con el pintor Richard Gerstl, quien se ahorcó al poner ella fin a sus amoríos. Schönberg también tenía tendencias suicidas y eso se refleja en sus composiciones. Él y sus principales seguidores, Alban Berg y Antón von Webern, proclamaron que la tonalidad había muerto y que la atonalidad era el único futuro de la música. Las audiencias reaccionaron poniéndose fuertemente en contra, no tanto por la atonalidad sino por el intento de borrar del mapa a toda aquella música anterior que tanto adoraban y con la cual se identificaban.

La mejor forma de empezar a conocer el corpus musical del compositor es seguirlo en su propio recorrido cronológico. Sus obras tempranas son el «eslabón perdido» entre el Schönberg atonal y el romanticismo, y por eso son la mejor puerta de entrada. «Noche transfigurada», tanto en su versión original para sexteto de cuerdas como para orquesta de cámara, es la más clara al respecto: allí se escucha el origen vienés de Schönberg, influido tanto por Mahler como por Brahms y Wagner, en el uso intensivo y expresivo del cromatismo.

Algunos consideran que Schönberg fue mejor teórico que compositor. La historia de la música es la historia de la evolución del pensamiento musical y Schönberg fue un gran teórico precisamente porque fue un compositor innovador. A veces lo acusan de una excesiva rigidez y radicalismo en la defensa de sus planteamientos, pero si lo vemos con más objetividad, todos los compositores son radicales en su forma de pensar. Crear es hacer algo que antes no existía, y eso requiere de creatividad en las ideas. Así lo hicieron Bach, Beethoven, Wagner y, después de Schönberg, Boulez y Stockhausen.

Para Schönberg sus análisis y renovaciones no fueron experimentos impersonales, sino que los entendía siempre de un modo radical. «Toda investigación que tienda a producir un efecto tradicional queda más o menos marcada por la intervención de la conciencia. Pero el arte pertenece al inconsciente. Es uno mismo a quien hay que expresar. Expresarse directamente», escribía.

Transcurridos casi sesenta años de su muerte, el mayor patrimonio de Arnold Schönberg no es sólo su música, sino también el ejemplo ético que representó. Nunca se dejó llevar por tendencias de la moda y mantuvo siempre con firmeza sus ideas. La prueba es que sus obras se siguen interpretando, a pesar de que aún se mantiene un cierto rechazo por parte del público. Las obras más frecuentes en los conciertos son las siguientes: Pierrot Lunaire, la Noche transfigurada, las Variaciones para Orquesta, op. 31, los cuartetos, la música para piano solo, la ópera Moses und Aron y los Gurrelieder.

Desde hace varios años se encuentra en funcionamiento el Arnold Schönberg Center en Viena. Diferentes exposiciones de este centro nos demuestran una importante articulación entre Schönberg y los vanguardistas de la pintura y la literatura del siglo XX. Schönberg mismo pintaba autorretratos que reflejaban su estado de ánimo en distintos momentos de su vida. El autorretrato donde aparece con ojos rojos, por ejemplo, es muy similar a El grito

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