Asalto A Los Dioses
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Cuando terminó de hablar, Grgat estaba mirando sus pies, evitando por completo la mirada de Dev. “No puedo adorar a quienes le hicieron algo tan cruel a una seguidora tan leal como Sennet. No me importa que sean dioses, o que puedan matarme con un solo pensamiento—no puedo adorarlos.”
“No,” dijo Dev con suavidad—tan suavemente que su computador casi no pudo captarlo y traducirlo. “No, no esperaría que lo hicieras.” Todos sus instintos salieron de ella para poner un brazo reconfortante alrededor de los hombros de Grgat—pero a la vez temía que el alienígena malinterpretara el gesto. Sus manos permanecieron sosegadamente en su regazo.
Grgat continuó como si no la hubiera escuchado. “Es por lo que, cuando tu nave llegó hace unos días, resolví esconderme abordo y viajar hacia el reino de los demonios. Seguramente no podían ser peores que los dioses que tuve que soportar. Cuando subieron una carga de oro a bordo de tu nave esta tarde, me escondí adentro. Estuve escondido aquí hasta que me encontraste. No les haré daño, lo juro.”
“Te creo,” dijo Dev. Luego agregó como un segundo pensamiento, “debes estar terriblemente hambriento, si has estado aquí todo el día sin comida.”
“Lo estoy. Pero espero sufrir.”
“Eso no tiene sentido. Aún los peores prisioneros tienen derecho a comer—y cualquiera que sea tu situación, estás por encima de eso. La química de tu cuerpo no es muy distinta a la de nosotros—creo que podremos encontrar algo nutritivo para ti o algo a lo que estés acostumbrado.”
Dev se puso de pie, fue hacia la puerta y la abrió. “Bakori,” llamó, sacando su cabeza.
El astrogador apareció por debajo. “¿Sí, capitana?”
“Nuestro prisionero no ha comido durante algún tiempo. Vaya a la cocina y prepare algo para ayudarlo hasta que podamos decidir qué haremos con él.”
“Sí, señora.”
Mientras el astrogador se movía para cumplir con su orden, Roscil Larramac también apareció abajo. “¿Comenzó a hablar?”
“Bastante bien,” respondió Dev. “Tiene muchos problemas afuera.”
“También tiene muchos problemas aquí adentro. Quiero hablar con él. Vamos a subir.” Larramac puso la escalera al nivel de Dev.
Dev le advirtió a Grgat que el dueño de la nave quería hablar con él, y que Larramac no le haría daño. El nativo se veía nervioso—apenas se hacía a la idea de hablar con Dev—pero obviamente no estaba en posición de rehusarse.
Cuando Larramac entró, Dev le contó lo que Grgat le había dicho hasta ahora. Cuando terminó, Larramac permaneció en silencio durante un momento, acariciando su perilla pensativamente. Finalmente dijo, “Si lo llevamos con nosotros, podríamos tener problemas con estas deidades locales, quienes quiera que sean. ¿Merece la pena, Dev?”
“Aún no tengo suficiente información. Pero intento obtenerla.” Dirigiéndose a Grgat, dijo, “Tendremos que saber un poco más antes de poder ayudarte. Dinos absolutamente todo lo que sepas sobre los dioses.”
CAPÍTULO 4
Cabalga con el momento. Incluso si es desagradable, siempre habrá otro dentro de poco.
—Anthropos, La Mente Sana
Antes del Comienzo, explicó Grgat, nada existía además de la Bruma Primigenia que se impregnaba en el universo. Era uniforme y amorfa. Luego, tras un período de eras, comenzó a convertirse en distintas entidades, que eventualmente se convirtieron en dioses y demonios. Primero, ambas razas convivieron en armonía. Juntas, crearon las estrellas y los mundos con los restos de la Bruma Primigenia e impusieron el orden en el caótico cosmos.
Pero, luego de muchos eones, ambas razas tuvieron una disputa. Los dioses querían crear criaturas mortales con las cuales pudieran compartir las maravillas del universo; los demonios, de manera egoísta, procuraron evitar que hubiera otros seres y guardar sus secretos sólo para ellos. Ambas filosofías resultaron incompatibles, y una guerra fue su consecuencia natural.
Los cielos estallaron en fuego mientras ambas especies luchaban por la supremacía. Las estrellas explotaron, y varios planetas fueron devastados en las batallas en las que se enfrentaron. Finalmente, para evitar más destrucción, los dioses pidieron y recibieron una tregua. El planeta Dascham fue creado como un lugar donde los dioses podían experimentar con la vida a su antojo, mientras que los demonios acordaron vagar por los cielos y no interferir con los asuntos de Dascham.
Los dioses construyeron una montaña llamada Orrork, la cual convirtieron en su hogar y donde aún habitan. Una vez que se establecieron allí, hicieron a los miembros de la raza daschamesa a su propia imagen para ayudarles a estudiar los misterios del universo.
Primero, los dioses y los mortales se mezclaban como iguales. Pero después, algunos daschameses malvados se hicieron vanidosos y creyeron ser mejores que los dioses. Comenzaron una revuelta que los dioses, con sus poderes supremos, rápidamente reprimieron—la Hora de la Quema. Pero los dioses sabían que sus creaciones, los daschameses, eran imperfectos—su obstinada arrogancia siempre los conduciría a desafiar a sus creadores. Algunos dioses pensaron en destruir a todos los daschameses y comenzar sus experimentos con vidas nuevas, pero otros de sus colegas se opusieron.
Eventualmente, los dioses decidieron que conservarían a los daschameses, pero como esclavos, únicamente hechos para adorarlos y para llevar a cabo trabajos manuales para servirles. Los dioses mantendrían una supervisión constante sobre sus desobedientes sirvientes, siempre alertas ante alguna señal de rebelión. Además, los dioses crearon a los ángeles para recordarle a los daschameses acerca de su estado degradado y para reprimir y castigar a todos quienes vayan en contra de la voluntad de los dioses.
Se estableció un estricto código de reglas. Ningún daschamés podía decir o hacer nada que pudiera significar hostilidad hacia los dioses. Debían entregarse ofrendas de alimentos por turnos de cada pueblo, las cuales eran llevadas por los ángeles hacia la montaña Orrork. Los daschameses, además de cultivar sus propios alimentos, debían trabajar en varias tareas para los dioses—en la minería de materiales y piedras específicas, los cuales ponían en grandes cubetas que eran recogidas por los ángeles.
La libertad estaba limitada en múltiples maneras. El control de población era estrictamente impuesto. No podían permanecer más de dieciséis daschameses en un mismo lugar a la vez. Los daschameses no tenían lenguaje escrito y los dioses escuchaban cada conversación hablada, sin importar cuán bajo susurrasen. La retaliación (como Dev había visto anteriormente) era rápida y definitiva para cualquiera que desobedeciera la voluntad de los dioses.
Los dioses eran invencibles y gobernaban Dascham con mano dura.
***
Dev y su jefe escuchaban tranquilamente mientras Grgat explicaba la teología de Dascham. Cuando el nativo terminó, se sintió un silencio en la cabina. Finalmente, Larramac se acercó y apagó el traductor en el casco de Dev de manera que Grgat no pudiera comprender qué estaban diciendo. “¿Qué opinas?” preguntó.
“Funciona para un buen cuento.”
“¿Pero le crees?” Larramac la miró estrechamente.
“Asumo por esa mirada extraña que Dunnis le informó sobre mis teorías sobre los dioses. No, literalmente no le creo. Tiene mucho en común con los mitos creacionistas de la gente primitiva de cualquier lugar de la galaxia. A pesar de ello, sí creo que hay más de cierto en esta que en la mayoría de ellas. Y sí creo en los poderes de los dioses; los demostraron muy bien esta noche.”
Larramac se quedó en silencio durante un momento, y luego se acercó al casco de Dev. Dev se lo entregó y él encendió el traductor de nuevo. “Dígame, Grgat, ¿exactamente qué espera de nuestra parte?”
“Quisiera que me sacaran de Dascham y me llevaran hacia el cielo, hacia el reino de los demonios.”
“Pero acaba de decirnos que los demonios se oponen a la vida. ¿Por qué querrías ir allá?”
El nativo dudó, y finalmente decidió creerle a los humanos. “Yo... quise pedirles ayuda para destruir a los dioses. Solamente si los dioses resultan vencidos, Dascham puede ser realmente libre.”
“¿Y acaso los demonios lo escucharían? ¿Cómo espera ganarse su simpatía si ellos se oponen a la vida?”
“Los dioses dicen ser buenos, aunque los he visto hacer cosas que inclusive ellos dicen ser malas. Dicen ser sabios, aunque a veces actúan tontamente. Estoy aprendiendo a no creer todo lo que me han dicho los dioses.”
“El comienzo de la sabiduría,” Dev murmuró—pero muy calladamente, de manera que el traductor no lo captara.
Grgat continuó, obviando la observación de Dev. “Los dioses dicen que los demonios no tolerarían la vida—aunque ustedes vienen de los cielos y son tolerados, aunque no son demonios ni dioses. Los dioses dicen saberlo todo sobre Dascham, aunque obviamente no saben qué estamos diciendo ahora, porque ya nos hubieran aplastado mucho antes de esto.”
“¿Cómo sugiere que encontremos a los demonios?” preguntó Dev.
“No lo sé,” admitió el nativo. “¿Alguna vez has visto alguno?”
“He conocido a muchos seres que podrían ajustarse al término, pero probablemente no sean a quienes tienes en mente.”
“¿Sería posible que me ayudes a buscarlos? Te pagaré bien.”
Al escuchar la palabra “pago”, Larramac se enderezó en su asiento. Prestó atención más cuidadosa a la úrsida figura de Grgat mientras dijo, “¿Pagar? ¿Cómo? No sabía que los daschameses tuvieran algo con qué pagar. No parecen particularmente adinerados.”
“Sería después de destruir a los dioses, por supuesto. Si dejamos de servirle a los dioses, podríamos trabajar para pagarles nuestra deuda. Hay minerales que los dioses consideran valiosos, y algunos de ellos ustedes podrían también considerar vender. Podríamos darles mucho más que eso como pago por nuestra libertad.”
En ese momento, el astrogador de la nave, Lian Bakori, entró con una bandeja de comida para el prisionero. Al darse cuenta del la expresión ansiosa del rostro de Grgat al mirar la comida, Dev consideró que sería mejor interrumpir el interrogatorio por los momentos. Todos estaban exhaustos y necesitaban reposar. Luego que Bakori dejó la bandeja, ella salió de la cabina, al tiempo que hizo un gesto para que el propietario de la nave y el astrogador salieran delante de ella.
Una vez más estando afuera, Dunnis se le acercó. “Mire lo que encontré, capitana.”
El pequeño trozo de metal que sostenía en su mano extendida tenía menos de dos centímetros de longitud tenía menos de dos centímetros de longitud. Aunque tenía un pequeño conjunto de patas para movilizarse, obviamente era artificial.